
Nuestra carga sigue siendo la agrupación. Tal vez hayamos sido cristianos por muchos años, sin embargo debemos admitir que somos muy naturales. Tal vez pensemos que somos muy espirituales, sin embargo debemos ver que somos “naturalmente espirituales”. Esto significa que no hemos sido tratados mucho por el Señor.
Algunos de ustedes que han orado mucho en las reuniones de la iglesia deberían aprender a dejar de orar tanto. Su oración natural ha sido un estorbo muy grande para la vida de iglesia. Si usted decide orar, debe aprender a hacer una oración verdadera que no sea iniciada por usted. Debe saber que en cuanto a la oración, usted necesita ser anulado por la cruz. No orar es una derrota, pero la oración que proviene de usted mismo es un error.
Algunos de ustedes tienen como hábito orar mucho en las reuniones de oración, pero es difícil percibir alguna revelación en su oración. Nuestra oración debe estar llena de revelación. La oración del Señor en Mateo 6 es una oración simple, pero está llena de revelación y no tiene explicaciones. Su oración en Juan 17 también está llena de revelación. Probablemente no haya un capítulo en toda la Biblia que tenga tanta revelación como Juan 17. Las oraciones del apóstol Pablo en Efesios 1 y 3 están llenas de revelación. Esto nos demuestra que debemos aprender a orar. Hemos estado en la manera natural por mucho tiempo.
No sólo en lo que se refiere a la oración sino también a la vida de iglesia, somos muy naturales. Por esta razón, necesitamos tener grupos, y esperamos que el Señor nos dé un nuevo comienzo. No deberíamos hacer nada en la forma natural, ni tampoco deberíamos estar en silencio. Tenemos que decirle al Señor que no queremos ser naturales ni estar en silencio. Esto nos obliga a aprender lo que es ejercitar nuestro espíritu. Hay una expresión entre nosotros, y es que necesitamos ejercitar nuestro espíritu, pero ¿cuántos de nosotros lo hacemos? Esta expresión se ha hecho popular entre nosotros, pero es difícil ver en nuestras reuniones el verdadero ejercicio del espíritu. Para ejercitar nuestro espíritu, necesitamos mucho tratamiento. Primero debemos tratar con nuestra manera natural y nuestra persona natural, nuestro ser; esto incluye nuestra oración natural y nuestro hablar natural.
Los grupos vitales deben ser algo absolutamente nuevo con un nuevo comienzo. Algunos santos entre nosotros o son silenciosos, sin hacer ni decir nada, o cuando funcionan son muy expresivos. En su oración, hablan de muchas cosas. Este es un gran error; también es un defecto. No deberíamos creer que en una sola oración el Señor nos cargará con tantos aspectos y tantas cosas. Cuando algunos de nosotros oramos o profetizamos, cubrimos al menos veinte puntos. En una oración corta de menos de un minuto, el Señor no nos cargará con veinte puntos. Ese es nuestro hábito. Cuando empezamos a orar o a profetizar, nos gusta abarcar todas las direcciones. Después de nuestra oración, tal vez hasta nos olvidemos de lo que hemos orado porque hemos tratado demasiados puntos.
No deberíamos componer una oración en la cual en realidad no hemos pedido nada. Nuestra oración no debe venir de ninguna clase de composición, sino de una carga. En este mensaje, mi carga es mucho más pesada de lo que puedo expresar. Mi única carga son los grupos. Si yo oro, oraré por sólo una cosa: los grupos vitales. El Señor no necesita que nosotros lo entrenemos, le enseñemos, ni le demos explicaciones en nuestra oración. El ya lo sabe todo.
Pero, algunos de ustedes, por el otro lado, son silenciosos por naturaleza. Usted no dice nada en las reuniones y no ora. Si todos estos hábitos no son quebrados en nosotros, no podremos ser agrupados en una manera vital. Agruparnos es compenetrarnos. Según nuestras experiencias, no hay otra manera de compenetrarnos excepto orando mucho y minuciosamente. No debemos hablar tanto. No debemos pensar que si hablamos juntos, nos compenetremos. No es así. La compenetración se puede realizar sólo con mucha oración juntos. Debemos ser personas de oración.
El Señor Jesús trabajó sobre esta tierra en Su ministerio por tres años y medio. En esos tres años y medio, El trabajó día y noche. Miles de personas fueron ayudados por El en Su ministerio, pero finalmente ciento veinte permanecieron de Su obra para el cumplimiento de la economía de Dios. Ninguno de los demás, ni aun Nicodemo, estuvo allí para ser lleno económicamente del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Los ciento veinte eran galileos. Aquí podemos ver el principio de los grupos. Estos ciento veinte no eran individuos separados, sino que se habían agrupado en uno. En el día de Pentecostés, el Espíritu descendió sobre un grupo. El Señor Jesús fue el que los agrupó.
Desde el primer día que el Señor Jesús comenzó a llamar a los discípulos, El empezó a agruparlos. El Señor era como un gran imán, que atraía a los discípulos a Sí mismo para formar un grupo. En los cuatro Evangelios, podemos ver que los discípulos discutían y competían entre ellos. A veces había rivalidad entre ellos (Mt. 20:20-28; Lc. 22:24). El Señor Jesús trató con cada uno de ellos. Todos esos tratamientos tenían un solo fin: agruparlos. Con el tiempo, los que se quedaron en forma absoluta por el propósito de Dios después del ministerio terrenal del Señor fueron los ciento veinte. Los otros no fueron agrupados sino dispersados. El Señor sólo ganó un grupo, y este grupo oró unánime por diez días (Hch. 1:14-15). Ellos permanecieron juntos, vivieron juntos, comieron juntos y moraron juntos por diez días, no haciendo otra cosa que orar. Luego experimentaron el derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés. En ese momento había sobre la tierra un solo grupo cuya oración tocó el corazón de Dios y Su trono en los cielos.
En realidad la iglesia fue iniciada el primer día que el Señor Jesús salió a laborar a la edad de treinta años. El juntó a Pedro, a Juan, a Andrés y a Jacobo, pescadores galileos, con otros discípulos. El nunca los dejó ir. En un sentido, todos ellos estuvieron “desempleados” por tres años y medio. Ellos dejaron sus trabajos para seguir al Señor Jesús y estar con El. A donde el Señor Jesús iba, ellos iban. El Señor no los necesitaba principalmente para que lo ayudaran a trabajar, sino que El quería que fueran tratados. El Señor no les dio un programa o itinerario para seguir. El sólo quería que estuvieran con El (cfr. Mr. 3:14). El Señor Jesús trató con ellos día tras día. Los ciento veinte eran un grupo de personas con las cuales el Señor había tratado. Antes de sus diez días de oración, habían estado con el Señor Jesús por tres años y medio.
Los ciento veinte también fueron testigos de la muerte, resurrección y ascensión del Señor. Vieron cómo el Señor fue traicionado, juzgado y llevado al Calvario, puesto en la cruz y sepultado. Vieron todo este proceso. También vieron la tumba vacía. Luego en la noche de Su resurrección, el Señor Jesús vino a ellos, se impartió en ellos soplando, y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Desde ese día, el día de la resurrección, los ciento veinte se convirtieron en personas que tenían al Dios Triuno en ellos. Eso revolucionó, cambió, todo su ser.
Después de la resurrección, el Señor se les apareció por un período de cuarenta días (Hch. 1:3). El Cristo resucitado moraba en los discípulos porque El se había impartido a Sí mismo como el Espíritu en ellos el día de Su resurrección. Que El se les apareciera no significa que El los había dejado; simplemente significa que El hizo Su presencia visible para ellos, entrenándolos para que percibieran y disfrutaran Su presencia invisible todo el tiempo. Por lo tanto, ellos experimentaron la muerte del Señor, la resurrección del Señor y fueron entrenados por el Señor por cuarenta días. Luego el Señor ascendió ante ellos en el monte de los Olivos (vs. 9-12).
Después de ver todas estas cosas, ¿podían seguir siendo naturales? Ciertamente, ellos ya no eran personas naturales. El Señor ascendió, pero aún tenían al Señor en ellos, y oraron juntos por diez días. ¿Ustedes creen que ellos oraron en una forma natural? ¿Acaso una oración de muchos puntos, dándole instrucciones al Señor y diciéndole qué hacer? Por supuesto que ellos no hicieron eso. ¿Acaso algunos de ellos estaban callados, sin decir una palabra en oración al Señor? Desde luego que no. Más bien, yo creo que cada uno de ellos oró por diez días.
La oración es realmente poderosa, pero a fin de ser poderosa, nuestra oración debe ser una oración que toca el trono de Dios y el corazón de Dios, y debe ser una oración que conmueva al mismo Dios. Tenemos que orar, pero no livianamente. No debemos componer una oración.
No queremos salir a buscar a otros sino hasta que nuestro grupo sea consumado. De otro modo, podríamos salir, pero sin poder, como nos sucedió en el pasado. Necesitamos pasar por un período en el cual podamos compenetrarnos con todos los miembros del grupo y permitir que el Señor gane nuestro grupo como una entidad para el cumplimiento de Su economía neotestamentaria.
Ahora que hemos visto la necesidad de compenetrarnos, tal vez aún no sepamos qué hacer para compenetrarnos. Ahora que se nos ha encomendado no hacer nada en la manera natural, tal vez nos preguntemos qué hacer. Yo espero que desde ahora en nuestras reuniones de grupo no traigamos nuestras oraciones viejas y naturales. Entonces decimos: “¿Qué haremos? ¡No sabemos qué hacer!”. En realidad, esto es maravilloso. La primera cosa que debemos hacer es clamar al Señor en esta manera. Debemos clamar al Señor, aun con lágrimas: “Señor Jesús, no sé qué hacer. Nunca me imaginé que era tan difícil ser cristiano. No puedo lograrlo, Señor”. Esta es la mejor oración. Si oramos de esta manera, aunque sea una sola vez, toda nuestra persona cambiará.
Algunos de nosotros somos personas muy simpáticas, pero esa persona simpática por naturaleza debe ser condenada. Somos agradables pero fríos como el hielo. No podemos ser compenetrados con otros. Algunas personas simpáticas se han establecido a sí mismas como modelos, esperando que otros en la iglesia sean como ellos. Pero si todos en la iglesia fueran como ellos, la iglesia se convertiría en un gran bloque de hielo.
Orar meramente en nuestras reuniones de grupo vital no es adecuado. A fin de ser compenetrados necesitamos orar día y noche. Primero, necesitamos orar solos, en privado. Podemos compenetrarnos orando mucho y minuciosamente, como la harina fina de trigo, con todos los miembros del grupo, con el Espíritu como el aceite, por medio de la muerte de Cristo como la sal, y en la resurrección de Cristo como el incienso, y ser una masa para el Señor (1 Co. 5:6-7a; Lv. 2:1-13). Necesitamos orar, si es posible de rodillas: “Señor Jesús, compenétrame. Compenétrame, Señor. Dame la oración apropiada que necesito. Realmente no sé que es orar mucho y minuciosamente, pero dame la experiencia de ser compenetrado. Señor, tal como la harina fina de trigo, compenétrame con otros”. Debemos orar hasta llegar al punto en que podamos compenetrarnos.
Necesitamos confesar el pecado del individualismo y la individualidad. El individualismo es como una especie de lógica, y la individualidad es una forma de vida. Nosotros tenemos una especie de lógica por la cual vivimos, y esa lógica es el individualismo. Este “ismo” se ha convertido en un vivir, y este vivir es la individualidad. Tenemos que orar, tal vez por más de diez días, hasta que podamos vencer esto.
Necesitamos confesar todos nuestros defectos, fallas, equivocaciones, errores, transgresiones, ofensas, pecados exteriores e iniquidades interiores, y pedirle al Señor el perdón. Necesitamos una confesión cabal de todos estos puntos por medio de la oración. Yo he estado haciendo esto por años. Lo que estoy compartiendo aquí proviene en su totalidad de mi experiencia. Tal vez confesemos que estamos equivocados en algún asunto, pero el Señor no nos va a soltar tan fácilmente. El quiere que hagamos una confesión detallada de nuestras transgresiones y ofensas. En la presencia del Señor debemos enumerar las cosas en las cuales hemos transgredido y ofendido, y debemos hacerlo de manera cabal. Nosotros somos muy naturales y toscos. Nunca hemos sido lavados por el Señor detalladamente. Necesitamos un lavado minucioso. Todo esto lo debemos confesar y eliminar por medio de la oración. Si oramos de esta manera, aunque sea una sola vez, sentiremos que somos diferentes.
Necesitamos confesar nuestros pecados exteriores y las iniquidades interiores al Señor, pidiendo Su perdón. Tal vez podamos contar nuestros pecados exteriores, pero es difícil que podamos enumerar nuestras iniquidades interiores. Nuestras iniquidades interiores son incontables. Somos la totalidad de la iniquidad. Si estamos bajo la luz del Señor, veremos que nuestro pensamiento, intención y deseo son inicuos. Nuestras buenas intenciones no son puras. Nuestra motivación no es pura. Incluso nuestra risa no es pura, sino que tiene una motivación oculta. Necesitamos ser iluminados y tratados por el Señor totalmente.
Con el tiempo, nos daremos cuenta de que no podemos enumerar todas nuestras iniquidades interiores y se lo diremos al Señor. Bajo Su luz veremos que somos simplemente inicuos. Cuando miramos a la gente, lo hacemos con un propósito inicuo. Cuando vamos a ver gente, a visitar gente, nuestra visita no es tan pura sino que está contaminada. Si no hemos sido tratados a tal punto en nuestro contacto con el Señor, nunca podremos compenetrarnos con otros. Necesitamos ser tratados hasta perder la confianza en nosotros mismos. Luego nos daremos cuenta de que nosotros mismos no podemos ser puros. Cuando oramos, oramos con una intención impura. Cuando hablamos por el Señor en las reuniones de la iglesia, tenemos el deseo de tener el mayor número de “aménes”. Esa intención es impura.
También necesitamos confesar que tenemos una naturaleza pecaminosa. Nuestra naturaleza es nuestro mismo ser, y este ser está totalmente sucio y arruinado. Ha sido corrompido. Esta naturaleza tiene sus manchas y sus vínculos con la contaminación del mundo. Todo el mundo es una pelota contagiosa. Si nos vinculamos a ella, inmediatamente seremos contaminados. Necesitamos ser tratados por el Señor hasta el punto de que no nos atrevamos a tocar ninguna cosa mundana. Conforme a lo que pensamos y consideramos, el mundo entero es una gran pelota contagiosa.
También necesitamos tratar con la vejez de nuestra naturaleza pecaminosa. Heredamos nuestra naturaleza de Adán, así que ya tiene casi seis mil años. Un joven tal vez piense que tiene sólo veinticuatro años, pero en realidad él tiene seis mil años de edad según su naturaleza adámica. Por esta razón la Biblia dice que necesitamos ser renovados (2 Co. 4:16; Ef. 4:23; Ro. 12:2). Necesitamos ser renovados porque somos viejos.
Luego necesitamos confesar los problemas de nuestra manera de ser. Tenemos muchos problemas con nuestra manera de ser. A menudo nos excusamos diciendo: “Yo soy así”. Esta es la excusa del problema de nuestra manera de ser. Necesitamos condenar nuestra manera de ser natural, y no excusarla. Muchos de nosotros oramos conforme a nuestra manera de ser. Para algunos hermanos y hermanas es muy difícil hacer una oración corta. Si en la reunión de oración algunos de los santos hicieran oraciones cortas de dos frases, ése sería un “milagro” porque no está de acuerdo con su manera de ser. No nos damos cuenta de qué tan mal estamos en nuestra naturaleza y manera de ser. También tenemos la peculiaridad en nuestro carácter. Necesitamos tratar con esto orando mucho y minuciosamente. No podemos tener un trato tan minucioso en tan corto tiempo.
También necesitamos negar nuestro yo, nuestro hábito y nuestra vieja manera de actuar (Mt. 16:24). Hay demasiados problemas relacionados con nosotros para ser tratados. Como seres caídos, somos una composición de problemas.
¿Creemos que actualmente no tendremos confianza en nosotros mismos y ya no confiamos en nuestra habilidad natural? Si esta confianza fuese quitada de nosotros, no podríamos vivir. Vivimos porque tenemos confianza en nosotros mismos y confiamos en nuestra habilidad. Pero si confiamos en nuestra habilidad, no podremos compenetrarnos con otros. Si tenemos aun un poquito de seguridad y confianza, no podremos compenetrarnos con otros.
Necesitamos amar a todos los miembros del grupo con un amor imparcial en el amor de Dios (Fil. 2:2). Es difícil encontrar a alguien que ame a los demás por igual. Siempre amamos según nuestra preferencia y gusto.
Al servir al Señor, hemos aprendido a no criticar ni condenar a otros. Y por otro lado, para edificar la iglesia, lo más necesario para los líderes es conocer a los santos. Si no conocemos a los santos, ¿cómo podremos edificarlos? Algunos de nosotros nos hemos reunido para estudiar a cada santo en el arreglo de los grupos vitales. Por causa de las peculiaridades de los santos, ésta fue una tarea difícil. Un santo es demasiado fuerte, mientras que otro es demasiado blando. Un santo tiene el hábito de orar demasiado para como matar la reunión, pero otro nunca ora. Todos nosotros tenemos problemas relacionados con nuestra manera de ser y la peculiaridad de nuestro carácter. Todos nosotros somos descendientes de Adán. ¿Entonces qué haremos? Debemos acudir al Señor y orar.
En estas próximas semanas, necesitamos ir al Señor en oración cada día para tratar con todos los puntos mencionados. Necesitamos orar minuciosamente. Cuánto más oramos, más seremos tratados en estos puntos y más nos compenetremos. Así, nadie podrá ofendernos. Hoy somos muy sensibles porque no le hemos permitido al Señor que trate con nosotros.
Cuando nos reunamos en estos días, debemos orar principalmente por la compenetración. La compenetración implica todos estos tratamientos. Si la harina fina ha de ser mezclada o “compenetrada” como masa, no podemos tener pedazos duros en la harina. Hay muchos “pedazos duros” aún en nuestro ser. Siendo éste el caso, ¿cómo podremos compenetrarnos con otros? No hay ninguna otra manera de compenetrarnos sino por medio de la oración. Si somos tratados hasta el punto del que hemos hablado, no nos ofenderemos. Tal vez alguno nos diga que no somos muy simpáticos. Deberemos responder: “Tienes razón. Soy incluso peor de lo que te imaginas”.
Cuando nos reunamos, deberemos orar pidiendo que seamos compenetrados. La segunda cosa por la que debemos orar es nuestras actividades dinámicas. Necesitamos orar por nuestra función, por nuestras actividades. Con el tiempo, será necesario salir para traer otros a Cristo y guardarlos en Cristo y en la iglesia. Necesitamos algo dinámico, y esto requiere nuestra oración. Antes del día de Pentecostés, los ciento veinte oraron juntos por diez días. Nosotros no podemos hacer nada sin la oración. Necesitamos compenetrarnos orando mucho y minuciosamente para que podamos salir dinámicamente. Tenemos que orar pidiendo que seamos compenetrados y que todas nuestras actividades sean dinámicas.
Pregunta: Yo me doy cuenta de que necesitamos orar muchoy minuciosamente, pero cuando comienzo a orar, parece que no tengo mucho que decir. ¿Cómo se ora minuciosamente?
Respuesta: Nuestro concepto de orar minuciosamente es explicar. Pablo, sin embargo, dijo que nosotros no sabemos cómo orar pero que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles (Ro. 8:26). Nosotros no sabemos cómo debemos orar; por tanto, gemimos (v. 23). En nuestro gemido el Espíritu también gime, intercediendo por nosotros. En nuestro trato con el Señor, podemos gemir: “Oh Señor, mi carácter. Mi carácter, ¡Señor! ¿Qué haré, Señor?”. Esta es una oración minuciosa.
Necesitamos clamar al Señor. Muchos de nosotros somos demasiado simpáticos. Sin embargo, cuando el Espíritu está sobre nosotros, nos olvidamos de ser simpáticos. Cuánto menos palabras digamos mejor. Pero si gemimos y clamamos al Señor, mejor aún. Si pudiéramos arrodillarnos por treinta minutos, gimiendo y clamando al Señor, ésta sería la mejor oración.
Necesitamos el quebrantamiento del Señor por medio de Su cruz. De otra manera, nos será difícil ejercitar el espíritu porque estamos demasiado metidos en la mente. Las muchas cosas que tenemos en nuestra oración son evidencia de que estamos en la mente. La palabra de Pablo en Romanos 8 acerca de venir al Señor para gemir es muy significativa. Podríamos orar: “Oh Señor, no sé qué orar, pero sé que mi hombre natural está condenado y mi carácter tiene muchos problemas. Ten misericordia de mí”. Si tratamos de explicar cosas en nuestra oración, podremos hacer esto sólo por diez minutos. Luego se acabará nuestro hablar. Pero nunca podemos graduarnos en gemir. Tenemos que aprender a gritar, clamar y gemir.
Pregunta: ¿Está mal no poder orar en un grupo si uno siente que alguien ha hecho algo en contra de uno?
Respuesta: Mientras nos ofendamos, somos un fracaso. Tenemos que orar: “Señor, sálvame del sentimiento de maltratado. Señor, soy aún muy natural. Todavía estoy muy metido en mí mismo”. Esta es una buena oración, una oración genuina. Tal oración siempre lleva una cierta medida de iluminación y revelación. Cuando oramos en nuestra manera natural, nuestra oración es oscura; no ilumina.
Pregunta: ¿Qué oraremos cuando nos reunamos en nuestro grupo vital?
Respuesta: Durante este tiempo, debemos orar solamente por nuestra compenetración y por las actividades de los grupos vitales. Debemos orar por estas dos cosas privadamente y cuando nos reunamos. No es posible orar demasiado por éstas. Deberemos orar: “Señor, mézclanos. Mézclame con los demás de mi grupo para que podamos tener impacto en nuestras actividades”. Debemos olvidarnos de todo lo demás y dedicarnos a esto.
Confesar es muy crucial para la compenetración. Sin confesar, no podemos compenetrarnos con otros. Una vida de oración es una vida que se rebela y se levanta contra nuestro ser natural. Si somos simpáticos por naturaleza, esto tal vez nos impida clamar pidiendo la inspiración del Espíritu. Según nuestro ser natural, podemos orar mucho y demasiado, no importándonos los demás sino solamente nuestro sentimiento. Otros son silenciosos por naturaleza. Tenemos que rebelarnos contra nuestro ser natural. Una vida de oración es una rebelión. Algunos que son muy osados tienen que rebelarse contra sí mismos para callarse por un tiempo. La verdadera vida de oración detiene nuestro ser natural.
Orar es liberar el espíritu. Si usted no libera su espíritu, nunca puede recibir al Espíritu. Esto se puede comparar con una manguera. Cuando el agua sale por la manguera, significa que el agua está entrando en ella. Entonces, liberar nuestro espíritu es recibir al Espíritu. Pero tal vez a algunos de nosotros no nos importe liberar el espíritu sino sólo nuestra oración habitual. Algunos que siempre tienen confianza para hablar mucho no deberán orar en las reuniones de oración por un tiempo. Esto significa rebelarse contra la vida natural.
A veces oramos tan rápido que nadie nos puede seguir. Pablo señaló que necesitamos orar de tal manera que otros puedan decir “amén” a nuestra oración (1 Co. 14:16). Basados en este principio, tenemos que orar audiblemente para que otros puedan oír nuestra oración. Tenemos que orar clamando, gritando, o en una manera audible. Algunos de nosotros necesitamos ir más despacio al hablar para que otros nos puedan escuchar y puedan decir: “amén”.
Por medio de esta comunión todos podemos darnos cuenta que nuestra manera habitual mata. Hemos matado la vida de iglesia inconscientemente. La vida cristiana es la vida del Espíritu. Orar es ejercitar nuestro espíritu, liberar nuestro espíritu, para poder recibir más del Espíritu. Cuanto más agua sale por la manguera, más agua entra. Si detenemos la “salida” la “entrada” también se detendrá. Liberar nuestro espíritu es recibir al Espíritu.
Nos hemos estado desarrollando a nosotros mismos por mucho tiempo, así que es realmente difícil que el Espíritu haga algo a través de nosotros. También, nos es difícil ejercitar nuestro espíritu porque somos muy naturales. No tenemos el hábito de usar nuestro espíritu. Estamos habituados a usar todas las otras partes de nuestro ser, pero no nuestro espíritu.
Pregunta: Cuando oramos corporativamente, ¿importa que digamos “yo” o “nosotros” en nuestra oración?
Respuesta: Esta pregunta indica que usted está en su mente. Cuando usted está liberando el espíritu, el Espíritu lo guía. Si El lo guía a decir “yo”, usted dice “yo”. Si el Espíritu lo guía a decir “nosotros”, usted dice “nosotros”. No hay que ser legalistas.
Cuando usted trata de orar en la reunión, debe prepararse. Usted no va a decir algo común. Usted va a decir algo específico. Esta es una petición expresada al trono en los cielos. Es un asunto importante. No ore de manera liviana. Lo mismo al hablar por el Señor. Debemos prepararnos para hablar por el Señor. Esto es rebelarse en contra de nuestro yo. Si estamos dispuestos a ser corregidos y rescatados de nuestros hábitos, esto será una gran bendición para las reuniones de la iglesia.