
Lectura bíblica: Jn. 17:19-21; 13:34-35; Hch. 2:42-47
Para los grupos vitales, lo primero es nuestra oración. Por lo tanto, el primer asunto tratado en este entrenamiento será adiestrar a los miembros de los grupos vitales a orar de una nueva manera para suplir la nueva necesidad. Primero, no debemos repetir nuestras viejas oraciones. Nuestro modo de orar se ha convertido en una rutina; semana tras semana oramos de una manera monótona, repitiéndole al Señor las mismas oraciones. Esa clase de oración no es genuina. Cuando oremos, debemos simplemente decirle al Señor de una manera directa lo que queremos: “Señor, queremos ser avivados. Estamos muertos y fríos. Queremos ser fervientes”. Es suficiente decir esto. En la Biblia no encontramos ejemplos de oraciones de repeticiones monótonas. En Lucas 18:41 el Señor Jesús le preguntó al ciego: “¿Qué quieres que te haga?”. Y él dijo: “Señor, que reciba la vista”. Y Jesús le dijo: “Recíbela”, y al instante el ciego recibió la vista (vs. 42-43). En la reunión de la mesa del Señor podemos orar: “Señor Jesús, Tú eres hermoso. Tú eres señalado entre diez mil; te amo Señor”. Esto es suficiente. No hay necesidad de orar largas oraciones en las cuales enseñamos, explicamos y disertamos acerca de las Escrituras ante el Señor.
Todos necesitamos orar. Nadie debe excusarse diciendo que no tiene carga para orar. ¿Cómo es posible que seres humanos no tengan carga para orar? Todos necesitamos a Dios. Si necesitamos respirar, necesitamos orar. Necesitamos orar tanto como respirar. Casi todos comen tres comidas diarias sin tener ninguna “carga” especial. Por lo tanto, no debemos excusarnos diciendo que no tenemos carga para orar.
Necesitamos aprender a orar de una manera nueva y a hacer oraciones nuevas. Necesitamos que el Señor nos estimule para que podamos orar de una manera nueva, refrescante y viviente. En nuestra oración no hay necesidad de que le digamos al Señor lo que tiene que hacer. Si deseamos ser avivados por el Señor, simplemente le debemos pedir que nos avive. Podemos orar: “Avívame, Señor, soy una persona digna de lástima. Necesito que Tú me revivas”. Esto es más que suficiente. El no necesita que le digamos lo que tiene que hacer. Decirle a Señor lo que tiene que hacer no es oración sino instrucción.
Frecuentemente las oraciones en la reunión de oración de la iglesia están compuestas de palabras reiterativas, las cuales les dicen al Señor lo que tiene que hacer y le explican la situación. En los cuatro Evangelios el Señor Jesús no oró de esta manera (Mt. 6:7-13; Jn. 17). En Efesios el apóstol Pablo hizo dos oraciones (1:17-23; 3:14-21). En esas oraciones él no le dio instrucciones a Dios. Más bien, oró, suplicó e imploró. Aprendamos esta manera.
Al orar en cuanto a llevar fruto, algunos santos han orado: “Gracias Señor, Tú eres la vid y nosotros los pámpanos. Tú eres El fructífero. Te ordenamos a que engendres fruto en nosotros”. No hay necesidad de decirle al Señor que El es la vid y nosotros los pámpanos. No hay necesidad de esta clase de explicación. Simplemente podemos orar: “Señor, estamos muy estériles. Rechazamos nuestra esterilidad. Líbranos de este pecado”, o: “Señor, perdóname; yo no llevo fruto. Señor, ten misericordia de mí. Pon carga y presióname para que lleve fruto”.
Necesitamos aprender otra vez a orar. Hemos sido dañados por la condición de la iglesia y hemos adquirido muchos malos hábitos, pero nosotros creemos que son buenos. Sin embargo, la manera a la que estamos acostumbrados no es buena. Hemos estado orando de esta manera por años. ¿Cuál ha sido el resultado? En el transcurso de un año tal vez no engendremos diez frutos permanentes. En la profecía de Hageo, hablando por el Señor, él le dijo al pueblo de Dios: “Considerad vuestros caminos” (1:5, 7). Ciertamente necesitamos considerar de nuevo nuestros caminos.
Antes de abrir nuestra boca para orar, debemos considerar cuidadosamente lo que vamos a decir. No debemos orar de una manera rutinaria. Cuando digamos: “Señor Jesús, te alabo”, debemos decirlo de corazón. En vez de decir: “Señor, te alabo”, tal vez el Señor nos dirija a decir: “Señor, simplemente te adoro”. Cuando decimos que adoramos al Señor, debemos decirlo de corazón. Con frecuencia cuando algunos santos comienzan a profetizar, dicen: “Alabado sea el Señor” varias veces. Esto es un mal hábito. No tiene significado y realmente desperdicia el tiempo. Les suplico que reciban mi palabra en cuanto a su oración.
Ahora estamos desesperados con el Señor en tener un nuevo comienzo para empezar nuevamente edificando los grupos vitales. Debemos darnos completa cuenta de que la iglesia como el Cuerpo de Cristo es sin duda alguna el grupo de los creyentes de Cristo quienes han sido salvos por Su salvación dinámica. Creo que desde el primer día, la salvación que recibí fue dinámica. Fui salvo dinámicamente. En aquel entonces dejé el mundo. Le dije al Señor que no quería nada del mundo. Sencillamente deseaba seguirle, tomar una Biblia y viajar por todas las villas y predicarle. Desde aquel día hasta ahora nunca he cambiado. Había en mí una motivación dinámica y ha estado en mí siempre. Aun hoy estoy aquí, con una carga laborando por los intereses del Señor.
El recobro ha sido dañado. Por eso, necesitamos un verdadero avivamiento. Necesitamos recobrar la situación en la cual entramos en el recobro. Esto es vencer el abandono del primer amor, el cual es en realidad el mejor amor. Recobrar el primer amor, o el mejor amor, es darle al Señor Jesús la preeminencia, el primer lugar, en todo (Col. 1:18). Si le damos la preeminencia al Señor Jesús en todo, sin duda le ganaremos. El es el mejor amor; El es el amor superexcelente. Esto es todo lo que necesitamos.
Otra vez quisiera decir que la iglesia es un grupo de personas que Dios ha salvado dinámicamente. Necesitamos estar continuamente bajo esta motivación dinámica. Un verdadero cristiano, un vencedor, es aquel que está constantemente bajo una motivación dinámica. Tenemos que orar para recobrar esto.
En Juan 17:19-21 el Señor Jesús oró: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Todos somos miembros del Cuerpo de Cristo. Como tales, debemos tener la verdadera unidad. Indudablemente somos uno. No obstante, aunque actualmente aún estamos en el recobro y en la unidad, debemos darnos cuenta de que la unidad entre nosotros no es una unidad viviente. Nuestra unidad no es una unidad operante. Somos uno, pero usted es usted, y yo soy yo. La unidad entre nosotros es una unidad adormecida, una unidad que duerme. Nuestra unidad debe ser muy activa. La unidad genuina causará que entremos en acción cuando nos enteremos de las necesidades que haya entre los santos en el Cuerpo. La verdadera unidad es una unidad activa y actuante.
Somos uno, pero a lo mejor no conocemos bien a los ocho miembros del grupo. Eso no es la unidad viviente. En Juan 17 el Señor dijo que si tenemos esta unidad, la gente del mundo creerá que Cristo es Aquel que el Padre envió (vs. 21,23). Esto indica que cuando visitemos a otros, ellos se darán cuenta de que nosotros somos uno. Se darán cuenta de que en nosotros hay algo celestial, algo divino que la gente del mundo nunca podrá tener. Las personas mundanas no pueden ser uno, sin embargo, nosotros somos uno en una manera viviente, de tal manera que nuestra unidad es expresada y otros la pueden percibir. Cuando tienen contacto con nosotros, pueden percibir que tenemos la unidad.
En Juan 13:34-35 el Señor dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Si nos amamos los unos a los otros, no hay necesidad de decirle a la gente que somos discípulos de Cristo. La gente del mundo se dará cuenta de esto.
Lo primero después del entrenamiento en cuanto a la oración es entrenar a todos los santos a tener comunión. La comunión está totalmente basada en la unidad y en el amor mutuo. Somos uno, y nos amamos los unos a los otros. Estas son dos señales firmes.
Los primeros seguidores de Cristo, incluyendo a Pedro y a Juan, siguieron al Señor Jesús a tiempo completo. Ellos eran pescadores, pero dejaron sus redes, sus barcas, sus trabajos y a sus padres para seguir al Señor Jesús (Mt. 4:18-22). Para los espectadores ellos estaban perdiendo el tiempo, sin hacer nada más que seguir a este hombre. Ellos hicieron esto durante tres años y medio. Con el tiempo, ellos vieron la crucifixión, la resurrección y la ascensión del Señor, y esto los mantuvo más en la unidad. De este modo al principio del libro de Hechos se menciona que esos queridos hermanos eran unánimes (1:14), no meramente en unidad. La unidad no es tan práctica como la unanimidad. Ellos eran unánimes y no tenían opiniones, conceptos ni ideas diferentes. Todos estaban en unanimidad. Ellos eran ciento veinte discípulos, pero eran como una sola persona, y oraron unánimes. Aquí tenemos la verdadera oración. Hechos no nos dice por qué oraron o cómo oraron, pero después de diez días de oración, algo ocurrió: en el día de Pentecostés Cristo fue derramado sobre ellos como el Espíritu todo-inclusivo (2:1-4), y la iglesia fue producida. Esto es lo que necesitamos. Necesitamos mantener la unidad, necesitamos amarnos unos a otros, y necesitamos ser unánimes.
Un grupo puede tener sólo siete u ocho miembros, pero estos siete u ocho tienen que ser unánimes. Por medio de la comunión mutua en las reuniones de grupos todos los miembros entrarán en la unanimidad y en ella podrán orar. Entonces realmente llegarán a ser uno. Necesitamos orar en unanimidad, y ésta proviene de la unidad y el amor mutuo. Cuando oramos en unanimidad, no repetimos las oraciones viejas que solemos hacer. Estaremos tanto en el espíritu que no habrá lugar para oraciones monótonas.
En el entrenamiento acerca de los grupos vitales, el primer punto es la oración, y el segundo es la comunión. Todos debemos darnos cuenta de que hasta ahora ha habido muy poca comunión entre nosotros. Lo que hacemos es sólo vernos las caras. Por lo tanto, en cada reunión de grupo lo primero que debemos practicar es la comunión. En la práctica inicial de la comunión, usted deberá familiarizarse en detalle del estado de cada uno, su condición espiritual, y su situación actual en el Señor. Si es posible, tengan comunión en los grupos en cuanto a todo. Cuando estamos en comunión en los grupos debemos seguir al Espíritu que está en nuestro interior. Más aún, nuestra comunión debe ser viviente, orgánica y espontánea. Debemos conocernos a fondo en nuestra situación cotidiana.
Es posible que nos hayamos reunido con ciertos santos por años en la misma localidad sin conocer sus nombres ni el nombre de sus esposas. Esto no es comunión. Solamente estamos patinando sobre el hielo. Nunca hemos roto el hielo para llegar al fondo del agua. En las reuniones de grupo el tiempo de comunión debe primeramente romper el hielo y después quitarlo. Luego todos debemos sumergirnos en la corriente para conocernos a fondo. Esta es la verdadera comunión. Este es el verdadero amor. Si no nos conocemos unos a otros, no nos podemos amar. No podemos amar algo que no conocemos. Pero cuanto más nos conozcamos en la debida forma, más nos amaremos unos a otros.
Yo espero que el número en los grupos se duplique por lo menos en un año. Cuando un grupo se duplique, debe dividirse en dos grupos. Por lo tanto, en la primera fase de los grupos, todo debe servir como modelo. De no ser así, si somos fríos, aun si podemos salvar a alguno, éste será igual que nosotros. Si ocho fríos ganan a otros ocho fríos, la frialdad aumentará. Por lo tanto, debemos romper el hielo, quitarlo y tirarlo hasta que lleguemos al agua y nademos a tal grado que nos conozcamos bien unos a otros. Entonces, cuando ganemos a los nuevos, ellos serán igual que nosotros. De lo contrario, la iglesia no tendrá forma de continuar. Necesitamos conocernos unos a otros; para amarnos unos a otros.
La vida de iglesia en su totalidad ha sido amortecida debido a nuestra práctica rutinaria. Por mucho tiempo hemos tenido poco cambio y muy poco crecimiento. Venir a las reuniones se ha vuelto rutina, simplemente cumplimos un horario. Entre nosotros hay una falta muy grande del ejercicio de nuestro espíritu, de la renovación de nuestra mente, y de la determinación de nuestra voluntad. Hacemos las cosas de una manera rutinaria y mecánica. Es por esto, que no sabemos tener comunión.
El remedio para nuestra condición es acordarnos que somos un problema para la iglesia. Todos somos un problema. Es posible que nuestras oraciones hayan ofendido por años a los santos. Siempre debemos recordar que somos un problema. Por lo tanto, cuando venimos a las reuniones, debemos venir llenos de oración. Mientras conducimos un automóvil, deberíamos orar: “Señor sálvame de mis hábitos. Señor esta noche yo voy a la reunión de comunión; dime en qué debo tener comunión con los hermanos”. El Señor es viviente. El no le dirá lo que debe hacer, pero sí lo inspirará. Cuando usted llegue a la reunión, quizá lo guíe a decir: “Alabado sea el Señor. Hoy estoy muy contento hermanos”. Este es un buen comienzo para la comunión. Otro hermano cerca de usted puede preguntar: “¿Hermano puede decirme por qué está tan contento hoy?”. Usted puede responder: “Simplemente estoy contento por causa del Señor, porque hoy El me corrigió. Por ahora sólo le puedo decir esto. En otra oportunidad le contaré más. ¿Y qué de usted? ¿Está contento con el Señor?”. Esta es la forma de tener una comunión viviente.
Nosotros tenemos al Señor viviente, al Espíritu todo inclusivo y vivificante en nosotros, y tenemos un espíritu regenerado. Tenemos que esforzarnos por usar todo esto. No debemos venir a la reunión de una forma mecánica. Cuando entramos al lugar de reunión, debemos hacerlo con determinación. Mientras sube las escaleras tal vez diga: “Señor, qué bueno es subir contigo”. Que otros lo oigan o no, no tiene importancia. Tenemos que salirnos de nuestros hábitos. Esto depende de cuánto nos conozcamos a nosotros mismos. Necesitamos orar a El y permitirle que nos conduzca y nos guíe en cada situación.
El entrenamiento acerca de los grupos vitales tendrá muchos puntos. De la comunión pasaremos a lo que es visitar a otros llevándoles el evangelio. Esto requerirá mucho entrenamiento. Para predicar el evangelio, usted debe conocer los versículos apropiados acerca de Dios. Sin embargo, si usted visita una persona que parece tener mucho conocimiento acerca de Dios y habla mucho de Dios, usted no debe hablar de Dios con él. Su palabrería con respecto a Dios puede indicarle que es una persona muy pecadora. Un pecador, un malhechor que es algo religioso, es la clase de persona que le gusta hablar de Dios. Si usted habla con esa persona acerca de Dios, caerá en una trampa. Más bien, háblele de la conciencia.
Todos debemos aprender por medio del entrenamiento. Si vamos a visitar a la gente, debemos conocer las clases de personas que hay en el mundo y saber qué decir a cada clase de persona. Si aprendemos esto, con seguridad nuestra visita será eficaz.
Aquellos que están en los grupos necesitan pasar tiempo con su grupo para practicar lo que han escuchado: la oración, el verdadero avivamiento interior, y la comunión. Esto afectará su asistencia a las reuniones. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos tener un avivamiento verdadero en El y por Su Espíritu.