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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRECE

DIOS: SU MANIFESTACIÓN

  En el mensaje anterior vimos que el beneplácito de Dios, el deseo del corazón de Dios, es tener muchos hijos para la expresión de Su Hijo a fin de que Él sea expresado en el Hijo por el Espíritu. Con este propósito, Dios se ha manifestado, primero en Cristo como expresión individual en la carne y, después, en la iglesia, el Cuerpo de Cristo, como agrandada expresión corporativa en la carne. Por último, Dios será manifestado en la Nueva Jerusalén como consumada expresión corporativa en el cielo nuevo y la tierra nueva. En este mensaje hemos de considerar la manifestación de Dios en estas tres etapas.

A. EN CRISTO COMO EXPRESIÓN INDIVIDUAL EN LA CARNE

  La manifestación de Dios tuvo lugar primero en Cristo como expresión individual en la carne. A este respecto, Colosenses 2:9 dice: “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. En este versículo “la plenitud” no se refiere a las riquezas de Dios; más bien, se refiere a la expresión de las riquezas de Dios. Lo que habita en Cristo es la expresión de las riquezas de lo que Dios es. Debemos ver que la plenitud de la Deidad es la expresión de la Deidad y que dicha expresión está en Cristo individualmente.

  Cristo es la corporificación de la plenitud de la Deidad. Esto significa que la plenitud del Dios Triuno habita en Cristo corporalmente. El hecho de que la plenitud de la Deidad habite corporalmente en Cristo significa que habita en Él de una manera que es tanto real como práctica. Aquí se halla implícito el cuerpo físico de Cristo en Su humanidad; esto indica que toda la plenitud de la Deidad habita en el Cristo poseedor de un cuerpo humano. Antes de Su encarnación, la plenitud de la Deidad habitaba en Cristo como Palabra eterna, pero no habitaba en Él corporalmente. Después que Él se encarnó, la plenitud de la Deidad comenzó a habitar corporalmente en Él. Por tanto, Él es la manifestación de Dios, la expresión individual de Dios, en la carne.

  La expresión la plenitud de la Deidad hace referencia a la totalidad de la Deidad, al Dios completo, en quien están incluidos el Padre, el Hijo y el Espíritu. Debido a que la Deidad incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu, no sería correcto decir que la plenitud de la Deidad incluye únicamente a Dios el Hijo, pero no a Dios el Padre y a Dios el Espíritu. Puesto que la Deidad incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu, la plenitud de la Deidad tiene que ser la plenitud del Padre, el Hijo y el Espíritu. Cristo, como corporificación de la plenitud de la Deidad, no solamente es el Hijo de Dios, sino el Dios completo.

  Juan 1:1 y 14 también revelan que Dios fue manifestado en Cristo como expresión individual en la carne. El versículo 1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. En el versículo 14, esta Palabra, la cual es Dios, se hizo carne. Esto hace referencia al Cristo encarnado. En el principio Él no solamente estaba con Dios, sino que Él era Dios mismo. El Cristo encarnado es Dios manifestado en la carne (1 Ti. 3:16).

  Además, Juan 1 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (v. 18). Esto declara que Cristo, al ser el Hijo unigénito de Dios, es la expresión de Dios. Nadie jamás ha visto a Dios; no obstante, el Hijo le declara. El Padre es el Dios invisible, el Dios escondido; Cristo es el Dios manifestado.

  Cuando decimos que Cristo es la Palabra, estamos diciendo que Él es la expresión de Dios. Yo podría tener dentro de mí muchos sentimientos con respecto a algo, pero si no tengo las palabras correspondientes, mis sentimientos no podrán ser expresados. Cuando mis sentimientos son expresados en palabras, entonces usted podrá entenderlos. Cristo es la Palabra de Dios. Aunque nadie conoció a Dios, Cristo como Palabra habla por Dios, define a Dios e incluso proclama Dios.

  Debido a que Dios es abstracto, misterioso e invisible, es necesario que Dios sea la Palabra a fin de que Él mismo se explique, defina y revele. La Palabra en Juan 1:1 se refiere al Dios definido, al Dios explicado y expresado, al Dios revelado y dado a conocer a los seres humanos. Esta Palabra es nuestro Señor Jesucristo, la Palabra viviente de Dios. La Palabra es la corporificación del Dios Triuno. Aunque el Dios Triuno es misterioso, Él está corporificado en la Palabra. La Palabra es la definición, explicación y expresión del Dios misterioso e invisible. El Dios Triuno corporificado en la Palabra es explicado, definido y expresado.

  En Juan 1:14 la Palabra, la corporificación del Dios Triuno, se hizo carne. En el Cristo encarnado, Dios es expresado en un hombre en la carne. Esto es conforme al plan de Dios. El plan de Dios es manifestarse Él mismo en el hombre y mediante el hombre en la carne.

  Luego Juan 1:14 dice que la Palabra, después de haberse hecho carne, “fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. Esto indica que la Palabra se encarnó para dar a conocer a Dios. Por ser la manifestación de Dios, Cristo dio a conocer a Dios de una manera que estaba llena de gracia y de realidad. Él dio a conocer a Dios al presentarse como gracia y realidad. Dios, el Dios del disfrute, llega a ser gracia y realidad para nosotros en Cristo a fin de ser nuestro disfrute. Al disfrutarlo a Él, nosotros le obtenemos como gracia y realidad. Tal disfrute es la manera en que Él da a conocer a Dios al hombre.

  Cuando disfrutamos a Dios en Cristo como gracia y le aprehendemos en Cristo como realidad, hallamos las riquezas inescrutables de Cristo. Juan 1:16 dice: “De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. En el Cristo encarnado habita toda la plenitud, la expresión de las riquezas de Dios (Col. 2:9). Mediante la encarnación de Dios en Cristo, nosotros podemos recibir las riquezas de la gracia y la realidad procedentes de Su plenitud divina.

  Cristo como Hijo unigénito del Padre dio a conocer a Dios por medio de la Palabra, la vida, la luz, la gracia y la realidad (Jn. 1:1, 4, 9, 14). La Palabra es Dios expresado, la vida es Dios impartido, la luz es Dios que resplandece, la gracia es Dios disfrutado y la realidad es Dios hecho real a nosotros. Es por medio de estas cosas que Dios es dado a conocer en el Hijo como Su expresión individual. Cristo explicó, definió, dio a conocer y expresó a Dios al ser la Palabra encarnada que es vida y luz para el hombre trayéndole gracia y realidad para el disfrute del hombre. De esta manera, Dios fue dado a conocer al hombre en el Hijo.

B. EN LA IGLESIA —EL CUERPO DE CRISTO— COMO AGRANDADA EXPRESIÓN CORPORATIVA EN LA CARNE

  Hemos indicado que la plenitud de Dios es la expresión de Dios. Según Juan 1:16, la plenitud de Dios vino con Cristo, quien es la corporificación de la plenitud de Dios. Con Cristo, la expresión de Dios era un asunto individual. Esta expresión debe ser agrandada de un individuo a una expresión corporativa. La iglesia ha de ser la agrandada expresión corporativa de Dios en la carne. Esto significa que la iglesia debe ser la plenitud, la expresión de Dios, de una manera corporativa. En la iglesia, Dios es expresado no mediante un individuo, sino corporativamente mediante el Cuerpo de Cristo. Debido a que la plenitud de Dios está corporificada en la iglesia, la iglesia es la expresión corporativa del Dios Triuno.

  En 1 Timoteo 3:15 y 16 se nos indica que Dios es manifestado en la iglesia, el Cuerpo de Cristo, como agrandada expresión corporativa en la carne: “La casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad. E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, / justificado en el Espíritu, / visto de los ángeles, / predicado entre las naciones, / creído en el mundo, / llevado arriba en gloria”. En el griego, el antecedente de “Él” no es especificado, pero es bastante obvio que se refiere a Cristo, el cual era Dios manifestado en la carne como misterio de la piedad. La transición de “misterio” a “Él” implica que Cristo como manifestación de Dios en la carne es el misterio de la piedad (Col. 1:27; Gá. 2:20). Este misterio de la piedad es el vivir de una iglesia apropiada, y tal vivir es también la manifestación de Dios en la carne.

  Estos versículos implican que no solamente Cristo mismo como Cabeza, sino también la iglesia como Cuerpo, es la manifestación de Dios en la carne. Cuando una iglesia crece en Cristo con el crecimiento de Dios (Col. 2:19), ella cumplirá su función como casa y familia del Dios viviente en pro del mover de Dios sobre la tierra y cumplirá su función como columna y fundamento de la verdad al ser portadora de la realidad divina de Cristo y Su Cuerpo como testimonio para el mundo. Entonces la iglesia llega a ser la continuación de la manifestación de Dios en la carne efectuada por Cristo. Éste es el gran misterio de la piedad: Cristo expresado en el vivir de la iglesia como manifestación de Dios en la carne.

  En 1 Timoteo 3:15 la palabra griega para “casa” también puede ser traducida “familia”. El hogar, la familia, de Dios es la casa de Dios. La casa y la familia son una sola cosa: la asamblea de los creyentes (Ef. 2:19; He. 3:6). La realidad de esta casa como morada del Dios viviente está en nuestro espíritu (Ef. 2:22). Debemos vivir en nuestro espíritu para que Dios pueda ser manifestado en esta casa como Dios viviente.

  La iglesia, como casa y familia del Dios viviente, es la columna y fundamento de la verdad. La columna sostiene el edificio, y el fundamento sustenta a la columna. La iglesia es la columna que sirve de sostén a la verdad y el fundamento que le sirve de apoyo. La verdad es la realidad, la cual se refiere a las cosas reales que son reveladas en el Nuevo Testamento con respecto a Cristo y la iglesia según la economía neotestamentaria de Dios. Dicha economía está compuesta de Cristo como misterio de Dios (Col. 2:2) y la iglesia como misterio de Cristo (Ef. 3:4). Cristo y la iglesia, la Cabeza y el Cuerpo, son el contenido de la realidad de la economía neotestamentaria de Dios. La iglesia como casa y familia del Dios viviente es tanto la columna que sostiene la verdad, la realidad de la economía neotestamentaria de Dios, como también el fundamento que sirve de apoyo a la columna.

  Tal iglesia es la continuación, el agrandamiento y la expansión de Dios manifestado en la carne. Esta manifestación de Dios es la iglesia como casa de Dios y como columna y fundamento de la verdad. Por tanto, la iglesia es el aumento, el agrandamiento, de la manifestación de Dios en la carne. Éste es Dios manifestado en la carne de una manera más amplia. Esto es conforme al principio neotestamentario de la encarnación, la cual es Dios manifestado en la carne.

  La primera parte de 1 Timoteo 3:16 dice: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad”. El uso de la conjunción “e” al inicio de esta frase indica que lo dicho acerca de la iglesia en el versículo 15 no había concluido todavía y que la iglesia es aún algo más que la casa del Dios viviente y la columna y fundamento de la verdad. La iglesia también es el misterio de la piedad. De acuerdo con el contexto, la piedad se refiere al Dios viviente en la iglesia, esto es, a Dios como vida manifestado en el vivir de la iglesia para Su expresión. La vida de iglesia es la expresión de Dios. Tanto Cristo como la iglesia, la Cabeza y el Cuerpo, son el misterio de la piedad que expresa a Dios en la carne.

C. EN LA NUEVA JERUSALÉN COMO CONSUMADA EXPRESIÓN CORPORATIVA EN LA NUEVA CREACIÓN

  La etapa final de la manifestación de Dios será en la Nueva Jerusalén como consumada expresión corporativa en la nueva creación. Apocalipsis 21:1-3 dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía. Y vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido. Y oí una gran voz que salía del trono que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él fijará Su tabernáculo con ellos; y ellos serán Sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. En la eternidad pasada Dios se propuso obtener una expresión corporativa a fin de que Él pudiese ser plenamente expresado y glorificado (Ef. 3:9-11; 1:9-11). Para esto, Él creó los cielos, la tierra y la humanidad. Finalmente, mediante el fuego se pondrá fin al cielo viejo y la tierra vieja, los cuales serán renovados a fin de ser convertidos en el cielo nuevo y la tierra nueva (2 P. 3:10-13) en donde vendrá la Nueva Jerusalén para la expresión eterna de Dios.

1. La ciudad santa

  La Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva será la ciudad santa, “la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial” (He. 12:22). La designación ciudad santa significa que la Nueva Jerusalén es una ciudad santificada y separada para Dios con miras al cumplimiento de Su propósito. Ella está santificada y separada para Dios en su posición y también está santificada y saturada con Dios en su manera de ser. Ella es santa tanto extrínsecamente como intrínsecamente. Ella es una entidad, íntegra y completamente santa, que encaja por completo con la naturaleza santa de Dios a fin de constituir la expresión de Dios para cumplir el deseo de Su corazón.

  Hoy en día la iglesia, como manifestación de Dios en la carne, es la casa de Dios, mientras que en el cielo nuevo y la tierra nueva la Nueva Jerusalén, como manifestación de Dios en la nueva creación, será la ciudad de Dios. La ciudad es más grande que la casa, lo cual significa que la Nueva Jerusalén, como manifestación de Dios en Su nueva creación, será el agrandamiento y la consumación de la iglesia para expresar a Dios en la eternidad.

  Así como la Jerusalén antigua era el centro y la capital del reino de Dios en la nación de Israel, la Nueva Jerusalén será el centro administrativo del reino eterno de Dios en el universo nuevo con miras a la manifestación de Dios durante las eras venideras.

  Al inicio de las Escrituras, en la vieja creación de Dios, había un huerto, el huerto del Edén (Gn. 2:8). Al final de las Escrituras, en la nueva creación de Dios habrá una ciudad: la ciudad de la Nueva Jerusalén. El huerto y la ciudad en los dos extremos de las Escrituras se reflejan entre sí y tienen como vínculo mutuo el árbol de la vida (v. 9; Ap. 22:2). El huerto era resultado de la creación de Dios, mientras que la ciudad será la consumación del edificio de Dios, una edificación que Dios ha estado llevando a cabo a lo largo de todas las dispensaciones de la vieja creación, esto es: la dispensación de los patriarcas, la dispensación de la ley, la dispensación de la gracia y la dispensación del reino. Con base en Su vieja creación y a través de todas las dispensaciones, Dios ha estado realizando Su obra de edificación según corresponde a la regeneración y la resurrección. El máximo resultado y la máxima consumación de esta obra de edificación será la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva como manifestación de Dios en Su nueva creación por la eternidad. No es una creación que el poder divino de Dios realice según corresponde a llamar lo que no es como existente, sino que es una edificación realizada por la vida divina de Dios según corresponde a la regeneración de las cosas existentes con la vida de resurrección a fin que éstas sean hechas uno con Dios en Su vida divina y en Su naturaleza divina con miras a Su expresión.

2. La novia del Cordero y el tabernáculo de Dios

  La Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva es la novia, la esposa (Ap. 21:9) de Cristo el Cordero como Su complemento (Jn. 3:29), y también es el tabernáculo de Dios como Su habitación (Ap. 21:3). Cristo y Dios son uno solo. Ellos son un único Dios, pero triuno. Y el tabernáculo es una sola entidad que tiene dos aspectos para atender a las diferentes necesidades del Dios Triuno. Para Cristo —Aquel que es el Cordero, el Redentor—, la Nueva Jerusalén es Su novia al ser Su complemento para Su satisfacción. Para Dios —Aquel que es el Originador, el Creador—, la Nueva Jerusalén es Su tabernáculo al ser Su habitación para Su reposo. Por ser la novia del Cordero, la Nueva Jerusalén procede de Cristo, su Marido, y llega a ser Su complemento, tal como Eva procedió de Adán, su marido, y llegó a ser su complemento (Gn. 2:21-24). Ella es preparada al participar de las riquezas de la vida y naturaleza de Cristo el Cordero. Por ser el tabernáculo de Dios, la Nueva Jerusalén es edificada por Dios con lo que Él es. Ella está íntegramente constituida de la naturaleza de Dios a fin de ser Su habitación.

  Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios compara a Su pueblo escogido con una esposa (Is. 54:6; Jer. 3:1; Ez. 16:8; Os. 2:19; 2 Co. 11:2; Ef. 5:31-32) y con una morada para Sí (Éx. 29:45-46; Nm. 5:3; Ez. 43:7-9; Sal. 68:18; 1 Co. 3:16-17; 6:19; 2 Co. 6:16; 1 Ti. 3:15). La esposa es para Su satisfacción en amor, y la morada es para Su reposo en expresión. Ambos aspectos alcanzarán su máxima consumación en la Nueva Jerusalén. En ella Dios tendrá la más plena de las satisfacciones en amor y el más profundo de los reposos en expresión por la eternidad.

3. Sus componentes

  Apocalipsis 21:12 dice que en las doce puertas de la Nueva Jerusalén están inscritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel, y Apocalipsis 21:14 dice que sobre los doce cimientos de la Nueva Jerusalén están inscritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Las doce tribus representan a los santos del Antiguo Testamento, y los doce apóstoles representan a los santos del Nuevo Testamento. Esto indica que todos los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, son los componentes, los constituyentes, de la Nueva Jerusalén para la expresión de Dios. Todos los santos son los hijos de Dios que fueron regenerados y transformados. Ellos son los hijos de Dios de los que se habla en Apocalipsis 21:7, quienes tienen la vida y naturaleza de Dios, por lo cual son diferentes de los pueblos mencionados en Apocalipsis 21:3, que componen las naciones que rodean la Nueva Jerusalén según se describe en Apocalipsis 21:24 y 22:2. La Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva será la suma total de todos los hijos de Dios, los cuales fueron redimidos, regenerados, santificados, transformados y glorificados para la edificación de la Nueva Jerusalén como manifestación consumada de Dios por la eternidad.

4. Su base

  Apocalipsis 21:18 dice: “La ciudad era de oro puro, semejante al vidrio claro”, y Apocalipsis 21:21 dice: “La calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio”. Puesto que la calle de la ciudad es de oro, el oro debe ser la base de la ciudad, sobre la cual está la calle. El oro, en tipología, representa a Dios en Su naturaleza divina. La naturaleza divina de Dios es la base de la ciudad. Esto indica que la Nueva Jerusalén está íntegramente constituida de la naturaleza de Dios, la cual es pura y transparente, tan pura y transparente como vidrio transparente sin ninguna mezcla, con el cual y en el cual nada puede quedar cubierto. Esto le permite a Dios tener una expresión pura y transparente con miras a Su manifestación consumada en la Nueva Jerusalén.

5. Sus puertas

  Apocalipsis 21:13 y 21 dicen que la Nueva Jerusalén tiene “al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas [...] Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era de una sola perla”. La perla representa a Cristo con Su muerte que libera la vida y con Su resurrección que secreta vida para hacer que los pecadores sean regenerados con Su vida divina a fin de que lleguen a formar parte de la Nueva Jerusalén como su entrada. Esta entrada conlleva la mezcla (representada por el número doce) del Dios Triuno (representado por el número tres) con el hombre creado (representado por el número cuatro, implícito en que es cuatro veces tres puertas) para la manifestación del Dios Triuno.

6. Su muro y los cimientos del muro

  Apocalipsis 21:18-20 dice que el material del cual estaba edificado su muro era de jaspe y que los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con doce piedras preciosas, de las cuales la primera también era jaspe. El jaspe, con su color verde oscuro, una señal de la riqueza en vida, representa la apariencia de Dios mismo, quien es rico en vida. Esto indica que la Nueva Jerusalén es edificada con todos los santos redimidos que han sido transformados en piedras preciosas (1 Co. 3:12; 1 P. 2:2-5), de las cuales la principal categoría es el jaspe, con lo cual tienen la apariencia del Dios que es rico en vida y resplandecen con la luz como piedra preciosísima, incluso jaspe, diáfano como el cristal, para la expresión del Dios transformador en Su manifestación en la nueva creación por la eternidad.

  La transformación de los santos, de su ser natural a piedras preciosas, las cuales representan las riquezas de Cristo con diversos esplendores y tienen la apariencia propia de la vida de Dios en su riqueza, es una transformación realizada por el Espíritu. La Nueva Jerusalén está compuesta de tres categorías de materiales preciosos: el oro, que representa a Dios en Su naturaleza divina; las perlas, que representan a Cristo en Su muerte que libera la vida así como en Su resurrección que secreta vida; y las piedras preciosas, las cuales representan al Espíritu en Su obra de transformación. Dios está corporificado en Cristo (Col. 2:9), y Cristo es hecho real a nosotros como el Espíritu (Jn. 14:16-20). Los Tres son uno, especialmente en la experiencia de vida que tienen los creyentes. La naturaleza de Dios es Su vida divina, la cual es la vida misma que Cristo liberó mediante Su muerte y que es secretada en Su resurrección al impartirse en Sus creyentes. Es con esta vida que el Espíritu transforma a los creyentes, haciendo de ellos materiales preciosos para la edificación de la Nueva Jerusalén a fin de que el Dios Triuno procesado sea expresado en lo que los Tres de la Deidad son y han realizado, en Su maravillosa manifestación en las eras venideras por la eternidad.

7. Su templo

  En Apocalipsis 21:22 el apóstol Juan nos dice que él no vio templo alguno en la Nueva Jerusalén, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero es el templo de ella. Puesto que Dios y el Cordero son el templo, Ellos no pueden morar allí, y éste no es el lugar de Su habitación. El templo es el lugar de habitación de todos los santos redimidos que sirven al Dios Triuno morando en Él. Por un lado, la Nueva Jerusalén, la cual está compuesta por todos los santos redimidos, como habitación de Dios, es el tabernáculo; por otro, la Nueva Jerusalén, la cual está constituida del propio Dios Triuno procesado, como morada de todos los santos redimidos, es el templo. Por tanto, la Nueva Jerusalén es la morada mutua tanto del Dios redentor como de Sus redimidos. Ella es tanto el tabernáculo como el templo; el tabernáculo es los redimidos, y el templo es el Dios redentor. Esto indica claramente que el Dios redentor está mezclado con Sus redimidos mediante los procesos por los que Él pasó y los procedimientos en que ellos tuvieron parte, todo ello con miras a Su expresión en Su manifestación eterna.

8. Su gloria y su luz

  Apocalipsis 21:11 y 23 dicen que la Nueva Jerusalén tiene la gloria de Dios y que su resplandor es semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Ella no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, pues la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. La gloria de Dios, la cual es Dios expresado, ilumina la Nueva Jerusalén. Por tanto, la gloria de Dios —con Dios mismo como su sustancia, esencia y elementos— es la luz de la Nueva Jerusalén, la cual resplandece en el Cordero como su lámpara. La gloria expresada de Dios, o el Dios de gloria expresado, es la luz que resplandece en Cristo como lámpara a través del muro de jaspe de la Nueva Jerusalén, muro que es como el jaspe más precioso, que tiene la apariencia del Dios rico en vida. La apariencia del Dios rico en vida va juntamente con el resplandor para constituir la expresión de Dios en Su manifestación final y consumada.

9. Su trono

  Apocalipsis 22:1 y 3 dicen que el trono de Dios y del Cordero estará en la Nueva Jerusalén y que el río de agua de vida sale del trono de Dios y del Cordero. Según el contexto de este pasaje de la Palabra, el trono de Dios y del Cordero es el centro de la Nueva Jerusalén, donde el Dios redentor, como lo indica la expresión de Dios y del Cordero, ejerce Su administración con base en Su redención, en Su reino eterno en el cielo nuevo y la tierra nueva, a fin de mantener todas las cosas del universo en el orden que sirve al propósito de Su expresión en Su manifestación eterna. Ésta es la meta de Su obra redentora.

10. Su calle

  Apocalipsis 21:21 dice: “La calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio”, y Apocalipsis 22:1 dice que el río de agua de vida, resplandeciente como cristal, sale del trono de Dios y del Cordero para correr en medio de la calle de la ciudad. La calle representa el camino, y que la calle fuese de oro puro indica que la naturaleza de Dios es el camino en la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén, cuyo elemento constitutivo es Dios mismo en Su naturaleza, todo se conforma a la naturaleza divina y corresponde a ella. Por tanto, el río de agua de vida, que es el Espíritu como consumación del Dios Triuno, avanza en medio de su calle y es resplandeciente como cristal, sin opacidad ni oscuridad alguna.

  Debido a que es una sola calle la que sale del trono para llegar hasta todas las doce puertas de la ciudad, debe ser una calle en forma espiral que recorre la ciudad entera. De este modo la calle única, que sale del trono, puede llegar hasta las doce puertas y servirlas, lo cual indica que la unidad genuina se guarda en la ciudad santa. Los redimidos entraron en la ciudad a través de las doce puertas procedentes de las cuatro direcciones, pero todos ellos son reunidos en una sola calle, la cual se conforma a la naturaleza de Dios y corresponde a ella.

11. Su suministro

  Apocalipsis 22:1-2 dice: “Me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto”. El río de agua de vida, que procede del trono de Dios y del Cordero, representa al Espíritu como consumación del Dios Triuno procesado, que fluye de Dios y el Cordero. En esta corriente del río está el agua de vida con el árbol de la vida que crece a ambos lados del río como una vid. El agua de vida representa al Espíritu de vida (Ro. 8:2) como bebida espiritual (Ap. 21:6), y el árbol de la vida representa a Cristo como alimento espiritual (22:14), para servir de suministro a toda la Nueva Jerusalén, la cual está compuesta por todos los santos, los hijos de Dios, a fin de que ellos sean nutridos y sustentados por siempre. Esta clase de suministro, donde el Espíritu es la bebida espiritual y Cristo es el alimento espiritual, tuvo sus inicios en la manifestación individual de Dios descrita en Juan 7:33-39 y 6:35, 51. Este suministro indica que el Dios Triuno procesado es el suministro de la Nueva Jerusalén, y que este suministro es la impartición del Dios redentor en Sus redimidos para Su expresión en Su manifestación eterna.

  El río de agua de vida con el árbol de la vida que crece en él procede del trono de la administración de Dios y fluye en medio de la calle de oro. Esto indica que el suministro divino para la Nueva Jerusalén guarda relación con la autoridad de Dios (el trono) y con la naturaleza de Dios (el oro). Aparte de la autoridad de Dios y la naturaleza de Dios, no hay posibilidad alguna de que Dios obtenga una expresión en Su manifestación.

12. La mezcla de Dios con el hombre

  De acuerdo con el significado intrínseco de todos los asuntos mencionados anteriormente, la Nueva Jerusalén es verdaderamente una maravillosa mezcla del Dios Triuno procesado con Su pueblo compuesto de personas tripartitas que han sido escogidas, redimidas, regeneradas, santificadas, conformadas a Su imagen, edificadas y glorificadas a fin de constituir Su expresión suprema y gloriosa en Su manifestación consumada por la eternidad, en la nueva creación propia de la resurrección, ya no en la carne natural, así como en el pasado lo fueron Su manifestación individual en Cristo y Su manifestación corporativa.

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