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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE DIECISÉIS

DIOS: SU OBRA

(3)

  El relato del Nuevo Testamento revela la economía neotestamentaria de Dios, la cual consiste en que Dios mismo se imparte en Su pueblo escogido a fin de producir un Cuerpo corporativo que lo exprese. En Efesios Pablo nos da una palabra muy elevada referente a la economía eterna de Dios. En Efesios 1 y 3 vemos que la economía de Dios fue hecha con el propósito de producir una iglesia en Cristo. Si leen Efesios 1:9-11 y 3:9-11, verán no solamente la economía hecha por Dios en Sí mismo según Su beneplácito, sino también la meta de la economía de Dios. La meta de la economía de Dios es obtener la iglesia, la cual es la expresión corporativa de Dios. La iglesia como expresión corporativa de Dios es la consumación de la economía de Dios.

  Hemos señalado que según el principio revelado en toda la Biblia, el medio por el cual Dios se imparte a nosotros es la vida divina y que la manera consiste en que nosotros comamos de Él. Efesios 1 y 3 nos muestran la economía de Dios; sin embargo, en estos capítulos no vemos los medios ni la manera por la cual se efectúa la impartición de Dios. Pero si leemos los otros libros escritos por Pablo, veremos que el medio por el cual se efectúa la impartición de Dios es la vida y que la manera en que Dios se imparte consiste en que nosotros comamos de Él como nuestro alimento.

  Después de haber hecho Su economía, Dios realizó Su obra de elección y predestinación. Al respecto, Efesios 1:4-5 dice: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor, predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. Aquí vemos que tanto la elección de Dios como Su predestinación tienen por finalidad la filiación.

  La única manera de producir hijos consiste en engendrarlos, y el engendrar guarda relación con la impartición. ¿Cómo puede el Padre engendrar hijos? El Padre engendra hijos al impartirse Él mismo, en Su vida, en aquellos que han de ser hechos Sus hijos. Quizás jamás se hayan percatado de que engendrar, o propagar, requiere la impartición de vida. Cuando Adán engendró hijos, él impartió su vida en ellos. Mediante tal impartición, la tierra está llena de los descendientes de Adán. Así como los descendientes de Adán son producidos mediante la impartición de la vida humana, también los hijos de Dios son producidos mediante la impartición de la vida divina.

  Si la vida del Padre no hubiera entrado en nuestro ser, ¿cómo podríamos ser Sus hijos? Esto sería imposible. La filiación requiere de la vida del Padre. Nosotros no somos hijos políticos de Dios ni tampoco somos Sus hijos adoptivos; somos hijos en la vida y naturaleza de Dios. Debido a que hemos nacido de Dios y debido a que Dios ha nacido en nuestro ser, ahora tenemos a Dios en nosotros. La única manera en que podemos ser hijos de Dios consiste en que Él se imparta en nosotros.

  Con miras a llevar adelante Su impartición, en la eternidad pasada Dios entró en un consejo consigo mismo a fin de tomar ciertas decisiones. Primero, Dios decidió crear al hombre. Si no hubiera creado al hombre, Dios no habría podido elegir a algunos de ellos para que fuesen Sus hijos. Después de resolver crear al hombre, Dios también decidió de qué manera la humanidad sería distribuida sobre la tierra. Él tomó decisiones con respecto a los tiempos y linderos de los hombres, de modo que habría de ser posible para los escogidos estar listos y disponibles para recibir la impartición de Dios.

  Después que Dios creó al hombre y éste cayó, Dios no abandonó al hombre; más bien, Él intervino para tomar medidas con respecto a la humanidad caída desde Adán hasta Noé. Si solamente tuviésemos los relatos referentes a Adán, Abel, Enoc y Noé, no podríamos saber cuál es la meta de Dios. Pero al avanzar al relato sobre Abraham, podemos ver la meta de Dios. Dios le dijo a Abraham que mediante su descendencia todas las familias de la tierra serían bendecidas. ¿Quién es la descendencia de Abraham? La descendencia de Abraham es Cristo, el Dios encarnado. La promesa hecha por Dios a Abraham, por tanto, apunta a Su impartición.

  Después de hacer promesas adicionales a Abraham, Isaac y Jacob, finalmente Dios escogió a los hijos de Israel, a los descendientes de Abraham, e hizo de ellos Su pueblo como tipo de la iglesia. Ellos eran un pueblo separado para un propósito particular, y este propósito era la impartición de Dios mismo en Su pueblo escogido para hacer de ellos Su expresión en la tierra. Esta expresión es la iglesia, de la cual Israel es tipo.

  Después de dar la ley y establecer el antiguo pacto, Dios prometió a David, el rey del linaje escogido, que del fruto de sus lomos levantaría al Mesías venidero: el Cristo. Esta promesa también guarda relación con la impartición de Dios. Al considerar la obra de Dios en la antigua dispensación, en Su antiguo arreglo administrativo, debemos entender claramente que esta obra es realizada con miras a la impartición de Dios. La “flecha” de la obra de Dios en el Antiguo Testamento siempre avanza hacia el blanco de la impartición de Dios en Su pueblo con miras a producir la expresión corporativa de Dios.

  Finalmente, en Su obra en la antigua dispensación, Dios —por medio de los profetas— prometió el evangelio venidero de la nueva dispensación entre los del linaje escogido. También se dieron profecías con respecto a la propagación del evangelio. Si leemos el Antiguo Testamento con el debido detenimiento, hemos de ver este asunto.

C. EN LA NUEVA DISPENSACIÓN

  Habiendo considerado la obra de Dios en la eternidad pasada y en la antigua dispensación, procedamos ahora a considerar Su obra en la nueva dispensación, en Su nuevo arreglo administrativo, esto es: Su economía.

1. Envía a Juan el Bautista a fin de preparar el camino para Cristo

  Primero, en Su obra en la nueva dispensación, Dios envió a Juan el Bautista a fin de preparar el camino para Cristo. El Nuevo Testamento comienza con el relato de Juan el Bautista, quien fue enviado por Dios para preparar el camino a fin de que Cristo, Aquel que imparte, pueda venir. Cuando a Juan se le preguntó quién era él, respondió: “Yo no soy el Cristo” (Jn. 1:19-20). Con respecto a sí mismo, Juan el Bautista dijo: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: ‘¡Enderezad el camino del Señor!’, como dijo el profeta Isaías” (v. 23). Aquel para quien Juan preparaba el camino era el propio Cristo que llevaría a cabo la impartición de Dios.

  Lucas 3:2 dice: “Durante el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Fue conforme a esta profecía que Juan el Bautista inició su ministerio en el desierto. Esto indica que la introducción de la economía neotestamentaria de Dios efectuada por Juan no fue accidental, sino que era algo planeado y anunciado de antemano por Dios a través del profeta Isaías. Esto implica que Dios se había propuesto que Su economía neotestamentaria comenzase de una manera absolutamente nueva. Juan el Bautista no predicó en el templo santo que estaba dentro de la ciudad santa, donde las personas religiosas y cultas adoraban a Dios conforme a sus ordenanzas bíblicas, sino que él predicó en el desierto, sin guardar ninguna de las regulaciones propias de la vieja manera. Esto indica que la vieja manera de adoración que era conforme al Antiguo Testamento había sido repudiada y que era inminente la introducción de una nueva manera.

  Lucas 3:3 procede a decir: “Y él fue por toda la región contigua al Jordán, proclamando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados”. La obra de Juan el Bautista consistió principalmente en predicar el bautismo del arrepentimiento. Bautizar a alguien es sumergirlo, sepultarlo, en el agua. Por tanto, el bautismo significa muerte. Juan vino a bautizar a las personas a fin de indicar que los que se habían arrepentido sólo servían para ser sepultados. Este bautismo también representa poner fin a la vieja persona y producir un nuevo comienzo en resurrección por medio de Cristo como Aquel que imparte. Por tanto, después del ministerio de Juan vino el ministerio de Cristo. El bautismo de Juan no solamente daba fin a quienes se arrepentían, sino que también los conducía a Cristo para que recibieran Su impartición.

  La predicación realizada por Juan del bautismo de arrepentimiento tenía como finalidad el perdón de pecados. La palabra griega traducida “para” en Lucas 3:3 también significa “resultando en”. El arrepentimiento acompañado del bautismo es para el perdón de pecados y resulta en el perdón de pecados, a fin de que el obstáculo producido por la caída del hombre pueda ser quitado y el hombre pueda ser reconciliado con Dios.

  Lucas 3:4-6 dice: “Como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: ‘Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad Sus sendas. Todo valle será rellenado, y todo monte y collado nivelado; lo torcido será enderezado, y los caminos ásperos allanados; y verá toda carne la salvación de Dios’”. Preparar el camino del Señor y enderezar Sus sendas significa hacer que las personas experimenten un cambio en su manera de pensar, que vuelvan sus mentes al Salvador venidero. También significa hacer rectos sus corazones, enderezar todas las partes de su corazón mediante el arrepentimiento, a fin de que Cristo pueda entrar en ellos para ser su vida.

  Los valles, los montes, lo torcido y los caminos ásperos son figuras retóricas que describen la condición de los corazones de los hombres hacia Dios y entre ellos, así como también las relaciones humanas entre los hombres (Lc. 1:16-17). Es necesario que se tomen medidas con respecto a la condición de los corazones de los hombres y con respecto a sus relaciones humanas a fin de que sea preparado el camino para la venida del Señor con miras a que Él se imparta en el pueblo escogido de Dios.

  La palabra carne en la frase verá toda carne la salvación de Dios hace referencia a los hombres caídos, y la palabra salvación en esta misma frase denota al Salvador como Aquel que es la salvación de Dios. El ministerio de Juan consistió en preparar el camino a fin de que todos los hombres pudieran ver a Cristo el Salvador como salvación de Dios.

2. Envía a Su Hijo en semejanza de carne de pecado para que Él redima a quienes estaban bajo la ley a fin de que pudiésemos recibir la filiación

  Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado para que Él redima a quienes estaban bajo la ley a fin de que pudiésemos recibir la filiación. Romanos 8:3 dice que “Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. La carne es carne de pecado, y el Hijo de Dios verdaderamente se hizo carne (Jn. 1:14; He. 2:14). Sin embargo, Él participó únicamente de la semejanza de la carne de pecado, mas no participó del pecado de la carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). Esto fue tipificado por la serpiente de bronce levantada por Moisés a favor de los israelitas que pecaron (Nm. 21:9; Jn. 3:14). La serpiente de bronce tenía la forma, la semejanza, de la serpiente, pero no tenía el veneno de una serpiente. Asimismo, Cristo tenía la semejanza de carne de pecado, pero no tenía la naturaleza pecaminosa de la carne de pecado.

  El tema de Romanos 8:3 es Dios. Dios envió a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado. Dios fue sabio. Él sabía que no podría enviar a Su Hijo para que fuese la carne de pecado, pues de haberlo hecho así, Su Hijo se vería directamente involucrado con el pecado. Por tanto, Él envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, según es tipificado por la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto. Cristo no posee la naturaleza de pecado. Dios le envió únicamente en semejanza de carne de pecado.

  Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado para redimirnos de la custodia de la ley a fin de que podamos recibir la filiación. Gálatas 4:4-5 dice: “Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la filiación”. La plenitud del tiempo mencionada en el versículo 4 denota la compleción del tiempo del Antiguo Testamento, la cual ocurrió en el tiempo determinado por el Padre. En este versículo Pablo describe al Hijo como Aquel que fue “nacido de mujer y nacido bajo la ley”. La mujer, por cierto, es la virgen María (Lc. 1:27-35). El Hijo de Dios procedió de ella a fin de ser la simiente de la mujer según fue prometido en Génesis 3:15. Además, Cristo es Aquel que fue nacido bajo la ley, tal como se revela en Lucas 2:21-24, 27, y Él guardó la ley, como se revela en los cuatro Evangelios.

  El pueblo escogido de Dios fue encerrado por la ley bajo la custodia de ésta (Gá. 3:23). Cristo nació bajo la ley para redimir a los escogidos de Dios de la custodia de la ley a fin de que recibieran la filiación y llegaran a ser hijos de Dios.

  De acuerdo con la totalidad de la revelación del Nuevo Testamento, la economía de Dios consiste en producir hijos. La filiación es el punto de enfoque de la economía neotestamentaria de Dios. La economía neotestamentaria de Dios consiste en la impartición de Dios mismo en Su pueblo escogido para hacer de ellos Sus hijos. La obra redentora de Cristo tiene por finalidad introducirnos en la filiación de Dios a fin de que podamos disfrutar de la vida divina. La economía neotestamentaria de Dios no consiste en hacernos personas que observan la ley, la cual fue dada únicamente con un propósito temporal. La economía neotestamentaria de Dios consiste en hacernos hijos de Dios que heredan la bendición de la promesa, la cual fue dada con miras a cumplir Su propósito eterno. El propósito eterno de Dios consiste en obtener muchos hijos para Su expresión corporativa (Ro. 8:29; He. 2:10). Por tanto, Él nos predestinó para filiación (Ef. 1:5) y nos regeneró a fin de que fuésemos hijos Suyos (Jn. 1:12-13).

  Gálatas 4:4 dice que Dios envió a Su Hijo cuando vino la plenitud del tiempo. Dios envió a Cristo precisamente en el tiempo correcto. De haberlo hecho más temprano habría sido demasiado pronto, y después habría sido demasiado tarde. Cristo vino en el tiempo correcto. Fue en el tiempo señalado, en la plenitud del tiempo. Por esta razón, la venida del Hijo está llena de significado.

  Primero, Dios envió a Juan el Bautista a fin de preparar el camino para Cristo, y después Él envió a Su Hijo para que nosotros pudiésemos recibir la filiación. Recibir la filiación es recibir la impartición de la vida divina. Por tanto, el propósito por el cual Dios envió a Juan el Bautista y a Cristo fue la impartición de la vida divina en el pueblo escogido de Dios.

3. Se encarna

  Al enviar a Su Hijo, Dios mismo se encarnó. En realidad, Dios envió a Su Hijo mediante la encarnación. La manera en que el Nuevo Testamento habla de la encarnación consiste en afirmar que la Palabra, la cual es Dios mismo, se hizo carne (Jn. 1:1, 14) y que Dios fue manifestado en la carne (1 Ti. 3:16).

  Ciertamente fue algo maravilloso que Dios entrara en el hombre y naciera del linaje humano por medio de una virgen. ¡Nuestro Dios se hizo hombre! En la creación, Él fue el Creador. Pero aunque creó todas las cosas, Él no entró en ninguna de ellas. Incluso al crear al hombre, Él solamente sopló el aliento de vida en el hombre (Gn. 2:7). Él todavía estaba fuera del hombre. Su aliento, según Job 33:4, le dio la vida al hombre; sin embargo, Dios mismo no había entrado en el hombre. Hasta la encarnación Él estaba separado del hombre; pero con la encarnación Él entró personalmente en el hombre. Él primero fue concebido para luego permanecer en el vientre de la virgen por nueve meses, después de los cuales nació.

  Es importante comprender que fue Dios en Su totalidad, y no solamente el Hijo de Dios, quien se encarnó. La Palabra, la cual es Dios, se hizo carne. Debemos comprender que este Dios, que era la Palabra, no es un Dios parcial, esto es, no es solamente Dios el Hijo, sino que Él es Dios el Hijo, Dios el Padre y Dios el Espíritu, la totalidad de Dios. El Nuevo Testamento no dice que la Palabra, la cual se hizo carne, era Dios el Hijo; más bien, el Nuevo Testamento declara que en el principio era la Palabra y que esta Palabra era la totalidad del Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Fue la totalidad de Dios, el Dios completo, quien se hizo carne. La totalidad de Dios fue manifestada en la carne.

4. Vino con el Hijo y operaba dentro del Hijo

  Cuando Dios el Padre envió al Hijo, vino con Él y operaba dentro de Él. El Evangelio de Juan revela que el Padre, quien es la fuente y el Iniciador, envió al Hijo (Jn. 5:24, 30, 36-38; 13:20; 14:24). Son dos las palabras griegas que se traducen como “enviar”. Una de ellas significa enviar con una comisión especial. Esto indica que el Padre envió al Hijo como enviado oficial con una comisión especial.

  El Nuevo Testamento revela que el Padre envió al Hijo y que Él vino con el Hijo (Jn. 17:8). Por regla general, si alguien lo envía a usted a cierto lugar, aquella persona se quedará donde esté y usted irá al lugar designado. Pero cuando el Padre envió al Hijo, no fue así. Cuando Él envió al Hijo, Él vino con el Hijo.

  Juan 6:46 dice: “No que alguno haya visto al Padre, sino Aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre”. En su nota a este versículo, J. N. Darby indica que la preposición griega traducida “de” aquí significa “de con”. El Señor no solamente procede de Dios, sino que también está con Dios; esto significa que si bien Él vino procedente de Dios, Dios continuaba con Él. Cuando el Hijo vino, el Padre vino con Él. Juan 8:16 también indica que Dios vino con el Hijo: “No estoy Yo solo, sino Yo y Aquel que me envió, el Padre”. En el versículo 29 del mismo capítulo, el Señor dijo claramente: “El que me envió, conmigo está”. Además, en Juan 16:32 el Señor dijo: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Todos estos versículos indican que al realizar Su obra en la nueva dispensación, Dios vino juntamente con el Hijo.

  Otros versículos revelan que Dios operaba dentro del Hijo. Juan 14:10-11 dice: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí; y si no, creedme por las mismas obras”. El Padre permaneció en el Hijo y operaba en el Hijo. El Padre no solamente vino con el Hijo, sino que Él permaneció y operó juntamente con Él. Juan 14:10-11 dicen claramente que cuando el Hijo habló, el Padre operaba en Él.

  El Padre envió al Hijo, y el Padre estaba con el Hijo; esto es, el Padre vino con el Hijo. En la economía divina, el Padre envió al Hijo y, cuando el Hijo vino, el Padre vino con el Hijo. Por tanto, Hechos 10:38 declara: “Dios estaba con Él”.

5. Unge al Hijo para que lleve a cabo Su comisión

  Cuando el Hijo cumplió treinta años de edad, Dios lo ungió para que llevara a cabo Su comisión. Mateo 3:16-17 habla de esto: “Jesús, después que fue bautizado, en seguida subió del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él. Y he aquí, hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia”. Debido a que el Señor Jesús fue bautizado, con lo cual cumplió toda justicia, los cielos le fueron abiertos, el Espíritu Santo descendió sobre Él y el Padre habló acerca de Él. Antes que el Espíritu de Dios descendiera y viniera sobre Él, el Señor Jesús había nacido del Espíritu (Lc. 1:35; Mt. 1:18, 20), lo cual demostraba que Él ya tenía el Espíritu de Dios dentro de Él; esto sirvió para Su nacimiento. Ahora, para Su ministerio, el Espíritu de Dios descendió sobre Él; esto servía para que se cumpliese lo dicho en Isaías 61:1; 42:1 y Salmos 45:7, de modo que Él fuese ungido para llevar a cabo Su comisión que le fue dada por Dios.

  La investidura del Señor Jesús para dar inicio a Su ministerio se realizó mediante dos pasos: el bautismo en agua y la unción del Espíritu Santo. Después que el Señor Jesús fue bautizado, Dios el Padre envió al Espíritu Santo sobre Él en el aspecto económico, con lo cual lo ungió para Su ministerio.

  Lucas 4:18-19 dice algo más con respecto a la unción efectuada por Dios para que el Hijo lleve a cabo Su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres; me ha enviado a proclamar a los cautivos libertad, y a los ciegos recobro de la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año agradable del Señor, el año del jubileo”. Aquí vemos que el Espíritu del Señor estaba sobre el Hijo porque Dios lo había ungido a fin de que anunciase el evangelio, las buenas nuevas, a los pobres. La palabra griega aquí traducida “anunciar el evangelio” es euaggelizo, la cual significa evangelizar, anunciar las buenas nuevas. Predicar el evangelio fue la primera comisión del Salvador como ungido de Dios, el Mesías. Además, Dios le había enviado a proclamar libertad a los cautivos y recobro de la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año agradable del Señor, que es la era del Nuevo Testamento tipificada por el año del jubileo (Lv. 25:8-17), un período de tiempo en el que Dios acepta a los cautivos del pecado que retornan y un tiempo en el que los que estaban oprimidos bajo la esclavitud del pecado pueden disfrutar la liberación de la salvación de Dios. Pero lo que deseamos recalcar aquí es que parte de la obra de Dios consistió en ungir al Hijo.

  Otro versículo que nos habla de la obra que Dios realizó al ungir a Cristo es Hechos 10:38: “Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”. Dios ungió a Cristo también para hacer el bien y sanar a todos los enfermos debido a la opresión del diablo. Esto demuestra que Dios estaba con Él.

6. Aprueba a Jesús mediante obras poderosas, prodigios y señales

  Hechos 2:22 dice: “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las obras poderosas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él”. La palabra griega que aquí se tradujo “aprobado” literalmente significa señalado, exhibido, mostrado, en el sentido de probar mediante una demostración, produciendo así una aprobación. Esto indica que la obra del Señor manifestaba la aprobación de Dios, era la exhibición que Dios hacía de Él. Mientras Cristo ministraba, todo cuanto Él hacía era una exhibición de la obra hecha por Dios a través de Él. En los cuatro Evangelios tenemos la exhibición de una persona maravillosa, el Dios-hombre, quien fue plenamente examinado, probado y aprobado por Dios.

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