
En este mensaje continuaremos hablando sobre la persona de Dios.
En Efesios 1:3 Pablo se refiere a Dios como “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Puesto que Jesucristo es Dios, ¿por qué Pablo habla del Dios de Jesucristo? ¿Cómo es que Dios puede ser Su Dios? Además, Pablo menciona al Padre de Jesucristo. ¿Cómo podría Cristo, al ser Dios, tener un Padre? Dios es el Dios de nuestro Señor Jesucristo como Hijo del Hombre, y Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios. Para el Señor en Su humanidad, Dios es Su Dios; para el Señor en Su divinidad, Dios es Su Padre.
La alabanza de Pablo al Dios del Nuevo Testamento contenida en Efesios 1:3 es muy profunda; dicha alabanza abarca toda la economía del Nuevo Testamento. Aquí no solamente vemos la creación, como lo indica el título “Dios”, sino que también vemos la encarnación, como lo indica el título “el Dios de nuestro Señor Jesucristo”. La primera revelación de Dios en la Biblia se halla en la creación, pues la Biblia comienza con las palabras: “En el principio creó Dios...”. Después de la creación viene la encarnación. Un día Dios el Creador se encarnó. La Palabra que estaba con Dios y era Dios, se hizo carne (Jn. 1:1, 14) para ser un hombre. Cuando Dios mismo se hizo hombre, el Dios que creó todas las cosas llegó a ser Su Dios. “El Dios de nuestro Señor Jesucristo” indica que el Señor Jesús era un hombre. Si Él fuese únicamente Dios, Dios jamás podría ser Su Dios. A fin de que Dios fuese Su Dios, Él tenía que hacerse hombre. Para esto era necesaria la encarnación. El Dios a quien los judíos adoran es únicamente el Dios de la creación, no el Dios de la encarnación. Hoy en día adoramos no solamente al Dios de la creación, sino también al Dios de la encarnación. En la encarnación el Dios de la creación llegó a ser el Dios del hombre Jesús. Al mismo tiempo, Dios es también el Padre de Cristo como Hijo de Dios. En lo referente a la humanidad de Cristo, Dios es Su Dios; y en lo referente a Su divinidad, Dios es Su Padre.
Además, así como el título Dios se refiere a la creación, el título Padre debe referirse a la impartición de vida. Esto tuvo lugar en la resurrección del Señor. En el día de Su resurrección, lo dicho por el Señor a María en Juan 20:17 indica que Dios no es solamente Su Padre, sino también el Padre de Sus creyentes. Es mediante la resurrección del Señor que Dios el Padre llega a ser el Padre de Sus creyentes. Ésta es la impartición de vida efectuada por el Padre en Sus muchos hijos.
En Efesios 1:17 Pablo procede a hablar de “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria”. En el versículo 3 Pablo habla del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, con lo cual pone juntos a Dios y el Padre. Pero aquí, en el versículo 17, él los menciona por separado al decir: “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria”. En la encarnación el Señor Jesucristo, Dios mismo (Fil. 2:6), se hizo hombre. Como hombre, Él está relacionado con la creación; por tanto, Dios el Creador es Su Dios. La encarnación introdujo a Dios el Creador en el hombre, la criatura de Dios. El título el Dios de nuestro Señor Jesucristo implica que Dios el Creador ha entrado en el hombre. Siempre que hablemos de Dios de este modo, dejamos implícito que Dios ya no es meramente el Creador quien está fuera de Su criatura, el hombre, sino que Él ha sido introducido en la humanidad. Nosotros, los seres creados que cayeron, hemos sido redimidos. La encarnación indica que Dios es para nuestro disfrute. Podemos disfrutar de Dios porque Él entró en la humanidad para efectuar nuestra redención. La divinidad llega a ser nuestro disfrute en Jesús.
Por Su obra de creación, Dios llegó a ser el Creador. Después de la creación, Él dio el paso de la encarnación, con lo cual entró en Su criatura, el hombre. Es por medio de la encarnación y en ella que el Creador y la criatura llegan a ser uno. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él estaba uniendo a Dios y el hombre. Mediante la crucifixión el Señor efectuó la redención. Como resultado de ello, nosotros, quienes éramos criaturas caídas, fuimos redimidos. Los judíos, sin embargo, no tienen la menor noción de lo que es la encarnación de Dios y Su obra redentora. Pero nosotros, los cristianos, tenemos a Dios en la creación, en la encarnación y en la redención. ¡Cuánto más tenemos nosotros que los judíos!
En Juan 20:17 el Señor le dijo a María que dijera a Sus hermanos: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”. Esto indica que el Señor, en calidad de hombre resucitado, toma a Dios como Su Dios y al Padre como Su Padre. Además, este versículo revela que Su Padre y Dios han llegado a ser el Padre y Dios de Sus creyentes.
¿Por qué el Señor le dijo a María que ascendía al Padre y a Dios? Por un lado, el Señor es el Hijo de Dios; por tanto, Él —en la persona del Hijo— vería al Padre; por otro, Él sigue siendo el Hijo del Hombre, por lo cual, Él —en la persona de un hombre— vería a Dios. Nosotros, Sus creyentes, también somos, por un lado, hombres y, por otro, hijos de Dios. Debido a que somos hombres, Dios es nuestro Dios. Debido a que somos los hijos de Dios, Dios también es nuestro Padre. Debido a que ahora somos tanto hombres como hijos de Dios, tenemos para nosotros tanto a Dios como al Padre.
Todos los creyentes, en calidad de seres humanos, han llegado a ser hermanos del Señor e hijos del Padre por medio de la resurrección del Señor, debido a que recibieron la misma vida que Él tiene. Mediante Su muerte y resurrección que imparten vida, el Señor logró que Sus creyentes fuesen hechos uno con Él. Por tanto, Su Padre es también el Padre de Sus creyentes, y Su Dios es también el Dios de ellos. En Su resurrección ellos tienen tanto la vida del Padre como la naturaleza de Dios, tal como Él. Al hacer de ellos Sus hermanos, el Señor impartió en ellos la vida del Padre y la naturaleza de Dios. Al hacer de Su Padre y Dios el Padre y Dios de ellos, Él los ha traído a Su misma posición —la posición del Hijo— delante del Padre y Dios. Por tanto, en vida y naturaleza —internamente— así como en posición —externamente—, los creyentes son iguales a Él.
Juan 20:17; Efesios 1:3, 17 y Apocalipsis 1:6 fueron, todos ellos, escritos después de la ascensión del Señor. Hemos visto que en Juan 20:17 el Señor estaba a punto de ascender a Su Padre y Dios y que en Efesios 1:3 y 17 Pablo hace referencia al Dios de nuestro Señor Jesucristo. Además, Apocalipsis 1:6 dice que Cristo “hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre”. Al igual que en Juan 20:17 y en Efesios 1:3 y 17, aquí la expresión Su Dios hace referencia a Su relación —en calidad de hombre— con Dios, y la expresión Padre hace referencia a Su relación —en calidad de Hijo— con el Padre. Por tanto, el Nuevo Testamento enfatiza el hecho de que el Dios quien nos creó y redimió y quien constantemente se imparte a Sí mismo en nuestro ser, es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En la Biblia, la gloria es Dios expresado. Siempre que Dios es expresado, eso es gloria. Pero siempre que Dios está escondido, oculto, no hay gloria expresada. Cuando Dios es visto, allí hay gloria. Ustedes jamás podrán ver a Dios sin ver Su gloria. Mientras que el Dios invisible es Dios, el Dios visto es gloria. La gloria de Dios fue vista por los hijos de Israel durante su travesía de Egipto a la buena tierra (Éx. 13:21). Durante el día Dios era visto como la nube, y durante la noche Él era visto como la columna de fuego: eso era gloria. El Evangelio de Juan dice que la Palabra era Dios, que la Palabra se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros y que todos nosotros contemplamos Su gloria (1:1, 14). Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Hay gloria en el hecho de que Dios sea dado a conocer. Cuando vemos a Dios, vemos la gloria.
En Hechos 7:2 Esteban, al testificar ante el sanedrín, dijo: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham...”. Quizás ésta haya sido una gloria visible, como cuando la nube y el fuego aparecieron a Israel (Éx. 16:10; 24:16-17; Lv. 9:23; Nm. 14:10; 16:19; 20:6; Dt. 5:24) y llenaron el tabernáculo y el templo (Éx. 40:35; 1 R. 8:11). Fue el Dios de tal gloria quien se apareció a Abraham y lo llamó. Su gloria fue una gran atracción para Abraham; lo separó, lo santificó, del mundo apartándolo para Dios (Éx. 29:43), y le dio un gran ánimo y fortaleza que hizo posible que siguiera a Dios (Gn. 12:1, 4).
Lo dicho por Esteban acerca de la gloria de Dios encaja con la economía neotestamentaria de Dios. En su segunda epístola, Pedro nos dice que Dios nos llamó por Su propia gloria y a Su gloria (2 P. 1:3). Debido a que fuimos llamados por la gloria de Dios nuestro Salvador (v. 1), a la postre recibimos al Señor Jesús comprendiendo que Él es mejor que cualquier otra cosa o persona.
El Dios de gloria llamó a Abraham, y Abraham fue atraído y cautivado por tal gloria. El principio es el mismo hoy en día. Todos fuimos cautivados por el Señor en Su gloria. Hemos sido capturados por Su gloria. Un día el Dios de gloria vino a nosotros mediante la predicación del evangelio y nosotros fuimos atraídos y persuadidos de modo que comenzamos a sentir aprecio por Él. Durante ese tiempo, el Dios de gloria transfundió el elemento mismo de Su ser en nosotros y, entonces, creímos en Él espontáneamente. Ser atraídos por el Dios de gloria significa que Dios se transfundió a Sí mismo en Sus llamados sin que éstos se percataran de ello o sin tomar conciencia de ello. Podríamos comparar esto al tratamiento con radiación que se practica en la medicina moderna. El paciente es colocado bajo los rayos X sin tener conciencia de los rayos que penetran su ser. Podríamos decir que Dios es el “rádium” más poderoso. Si permanecemos con Él por un período de tiempo, Él transfundirá Su propio ser en el nuestro. Esta transfusión causará una infusión, saturación y empapamiento. Una vez que Dios se ha transfundido en nuestro ser, ya no podemos escapar; tenemos que creer en Él.
En Efesios 1:17 Pablo usa el término el Padre de gloria. Como ya hemos señalado, la gloria es Dios expresado. Por tanto, el Padre de gloria es Dios expresado por medio de Sus muchos hijos. El título Padre implica regeneración, y la palabra gloria implica expresión. Por tanto, el título Padre de gloria implica regeneración y expresión. Hemos sido regenerados por Dios y somos Su expresión.
Ya hemos sido regenerados, pero en el futuro seremos glorificados y expresaremos la gloria de Dios (Ro. 8:30). La regeneración de los muchos hijos y la expresión de Dios constituyen la consumación de la economía divina. Por medio de Su crucifixión el Señor Jesús efectuó la redención para nosotros. Como resultado de ello, nosotros, las criaturas caídas, fuimos redimidos. Luego, fuimos regenerados para llegar a ser hijos de Dios el Padre a fin de que lo expresemos. El día en que seamos glorificados, Dios será plenamente expresado desde el interior de nuestro ser. De este modo, llegaremos a ser Su expresión en plenitud.
Hebreos 2:10 dice que Dios está llevando muchos hijos a la gloria. El último paso de la gran salvación de Dios es introducir en la gloria a los muchos hijos de Dios. Romanos 8 dice que la obra de gracia que Dios nos aplica comenzó con Su presciencia, pasó por la predestinación, el llamamiento y la justificación, y concluirá con la glorificación (vs. 29-30). Romanos 8 dice también que toda la creación aguarda con anhelo la manifestación, la glorificación, de los hijos de Dios, con la esperanza de que la creación misma entre en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (vs. 19-21). Esto será realizado por el regreso del Señor (Fil. 3:21), cuando seremos manifestados con Él en gloria (Col. 3:4). Ésta es nuestra esperanza (1:27). La glorificación de los hijos de Dios, como meta de la salvación de Dios, durará por todo el reino milenario y será manifestada plenamente en la Nueva Jerusalén por la eternidad (Ap. 21:11, 23)
Efesios 3:14 y 15 dice: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”. Aquí Pablo no se refiere en términos generales a Dios, sino específicamente al Padre. El título Padre se usa en el versículo 14 en un sentido amplio, con lo cual denota no sólo al Padre de la familia de la fe (Gá. 6:10), sino también al Padre de toda familia en los cielos y en la tierra. El Padre es el origen, no sólo de nosotros, los creyentes regenerados, sino también de la humanidad creada por Dios (Lc. 3:38), del Israel que Él creó (Is. 63:16; 64:8) y de los ángeles que Él también creó (Job 1:6). El concepto de los judíos era que Dios era solamente Padre de ellos. Así que, el apóstol, en conformidad con su revelación, oró al Padre de todas las familias en los cielos y en la tierra; en contraste, los judíos, según el concepto judío, sólo oraban al Padre de Israel.
La palabra griega traducida “familia” en Efesios 3:15 también podría ser traducida “la descendencia de un padre”, lo cual implica una familia. Puesto que Dios es el origen de la familia angélica en los cielos y de todas las familias humanas en la tierra, de Él toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, tal como los productores dan nombres a sus productos y los padres dan nombres a sus hijos.
Lucas 3:38 indica que, mediante la creación, Dios es el Padre de la humanidad, pues en este versículo Adán es llamado “hijo de Dios”. Esto no quiere decir que Adán nació de Dios y que poseía la vida de Dios. Adán fue creado por Dios (Gn. 5:1-2), y Dios fue su origen. Sobre esta base, se le consideraba hijo de Dios, así como los poetas paganos consideraban que toda la humanidad era linaje de Dios (Hch. 17:28). La humanidad fue solamente creada por Dios, no regenerada por Él. Esto es absoluta e intrínsecamente diferente de ser hijos de Dios, como lo son los creyentes en Cristo. Éstos han nacido de Dios, han sido regenerados y poseen Su vida y Su naturaleza (Jn. 1:12-13; 3:16; 2 P. 1:4).
En Hechos 17:28 Pablo dice: “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje Suyo somos”. Las palabras en Él vivimos, y nos movemos, y somos denotan que la vida, la existencia y hasta las acciones del hombre proceden de Dios. Esto no significa que los incrédulos tengan la vida de Dios, y que vivan, existan y actúen en Dios como lo hacen los que creen en Cristo, quienes nacen de Dios, poseen Su vida y naturaleza divinas, y viven, existen y actúan en la persona de Dios.
Todos los hombres son linaje de Dios en el mismo sentido en que Adán fue llamado hijo de Dios. Puesto que Dios es el Creador, el origen, de todos los hombres, Él es el Padre de todos ellos (Mal. 2:10) en un sentido natural, y no en el sentido espiritual según el cual es Padre de todos los creyentes (Gá. 4:6), quienes son regenerados por Él en su espíritu (1 P. 1:3; Jn. 3:5-6).
En Mateo 11:27c el Señor Jesús dijo que “nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien Hijo lo quiera revelar”. Aquí la palabra griega traducida “conoce” indica conocimiento cabal, y no simplemente familiaridad objetiva. Con respecto al Hijo, sólo el Padre tiene tal conocimiento; y con respecto al Padre, sólo el Hijo tiene tal conocimiento. Así que, para conocer al Padre se requiere que el Hijo lo revele (Jn. 17:6, 26). La palabra griega traducida “quiera” en Mateo 11:27 denota el ejercicio deliberado de la voluntad mediante consejo.
En Juan 17:6 el Señor Jesús le dijo al Padre: “He manifestado Tu nombre a los hombres que del mundo me diste; Tuyos eran, y me los diste, y han guardado Tu palabra”. El nombre al que aquí se hace referencia es el nombre del Padre. El nombre Dios y el nombre Jehová fueron adecuadamente revelados al hombre en el Antiguo Testamento, pero el nombre Padre no lo fue, aunque se mencionó brevemente en Is. 9:6; 63:16; 64:8. En tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios sabía principalmente que Dios era Elohim, esto es, Dios, y también Jehová, esto es, Aquel que existe para siempre, pero sabían muy poco acerca del título Padre. El Hijo vino y obró en el nombre del Padre (Jn. 5:43; 10:25) para manifestar al Padre a los hombres que el Padre le dio y para darles a conocer el nombre del Padre (17:26), el nombre que revela al Padre como fuente de vida (5:26) con miras a la propagación y la multiplicación de la vida, de quien muchos hijos iban a nacer (1:12-13) para expresar al Padre. Por tanto, el nombre del Padre —revelado por el Hijo— está estrechamente relacionado con la vida divina. Podemos conocer al Padre en términos de la vida divina únicamente por medio de que el Hijo revele al Padre.
Por ser el Padre de todas las familias en los cielos y en la tierra (Ef. 3:14-15), Dios es el origen de todo. Todo procede de Él. Romanos 11:36 dice: “De Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas”. En el pasado, todo procedió de Él; en el presente, todo es por medio de Él; y en el futuro, todo es para Él. Todo llegó a existir procedente de Dios en el pasado, todo existe por medio de Él en el presente, y todo será para Él en el futuro. Todas las cosas son de Él, por Él y para Él.
En 1 Corintios 8:6 se nos dice: “Sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas”. Este versículo nos dice nuevamente que Dios, quien es el Padre, es el origen de todas las cosas. Aquí el Padre no hace referencia a Dios como Padre de los creyentes regenerados, sino a Él como origen de todas las cosas. Esto queda demostrado por las palabras “del cual proceden todas las cosas”. Todas las cosas proceden de Dios como origen; por tanto, Dios es llamado el Padre. Él no solamente es el Padre de los creyentes en virtud de la regeneración, sino que también es el Padre de toda cosa creada en virtud de la creación, pues todas las cosas procedieron de Él.
Hebreos 2:10 dice que Dios, quien lleva muchos hijos a la gloria, es “Aquel para quien y por quien son todas las cosas”. A fin de llevar muchos hijos a la gloria, Dios tiene necesidad de los cielos, la tierra y todas las cosas. Todas las cosas que Dios creó para lograr Su propósito existen por medio de Él en el presente y serán para Él en el futuro. Es Dios quien sustenta todas las cosas en el universo a fin de que ellas sirvan a Su propósito.
En Hebreos 12:9 Dios es llamado el Padre de los espíritus: “Además, tuvimos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?”. Aquí Padre de los espíritus está en contraste con padres carnales. En nuestro nacimiento natural, nacimos de nuestros padres en la carne. Por tanto, ellos son nuestros padres carnales. En la regeneración nacimos de Dios (Jn. 1:13) en nuestro espíritu (3:6). Por consiguiente, Dios es el Padre de nuestros espíritus.