
En este mensaje consideraremos aspectos adicionales de la persona de Dios revelados en el Nuevo Testamento.
En 1 Corintios 11:3 se nos dice: “Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Cristo es el Ungido de Dios, Aquel a quien Dios designó. Así que, Él está sujeto a Dios, y Dios, como Originador, es Su Cabeza. Esto se refiere a la relación que existe entre Cristo y Dios en el gobierno divino. En el universo, especialmente en la administración gubernamental de Dios, hay un orden establecido. Dios es la Cabeza de Cristo, Cristo es la Cabeza de todo varón y el varón es la cabeza de la mujer.
En 1 Timoteo 1:1 Pablo dice: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús según el mandato de Dios nuestro Salvador, y de Cristo Jesús nuestra esperanza”. El título Dios nuestro Salvador aquí y en 1 Timoteo 2:3; Tito 1:3; 2:10 y 3:4, así como títulos semejantes en 1 Timoteo 4:10 y Tito 2:13, son títulos atribuidos a Dios especialmente en los tres libros de 1 y 2 Timoteo y Tito, libros que toman la salvación provista por Dios como firme fundamento para enseñar lo referente a la economía neotestamentaria de Dios (1 Ti. 1:15-16; 2:4-6; 2 Ti. 1:9-10; 2:10; 3:15; Tit. 2:14; 3:5-7). Pablo llegó a ser un apóstol según el mandato del Dios que salva, Dios nuestro Salvador, y no según el mandato del Dios que da la ley, el Dios que exige.
En 1 Timoteo 2:3 se nos dice: “Porque esto es bueno y aceptable delante de Dios nuestro Salvador”. En su primera epístola a Timoteo, Pablo hizo énfasis en el Dios Salvador. Por tanto, en este versículo él no habla del Dios de gracia ni del Dios de misericordia, sino del Dios Salvador, el Dios que nos salva. En 1 Timoteo 4:10 Pablo procede a hablar del “Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen”.
En Tito 1:3 Pablo nuevamente habla de “el mandato de Dios nuestro Salvador”. Después, en Tito 2:10, él habla acerca de “la enseñanza de Dios nuestro Salvador”. Nuestro Salvador no es solamente Cristo, sino el Dios Triuno corporificado en Cristo, según lo indica Tito 2:13. Dios nuestro Salvador no sólo desea salvarnos, sino también enseñarnos el pleno conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4). Por tanto, tenemos la enseñanza de Dios nuestro Salvador, la cual puede ser adornada, embellecida, por el carácter transformado de las personas más viles que han sido salvas por Su gracia.
En Tito 3:4 Pablo nos dice que “se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y Su amor para con los hombres”. Es la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador lo que nos ha salvado y hecho distintos a los demás.
Judas 25 también nos habla de Dios nuestro Salvador: “Al único Dios, nuestro Salvador, por medio de nuestro Señor Jesucristo, sea gloria y majestad, imperio y autoridad, desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos. Amén”. Aquí vemos que el único Dios es nuestro Salvador. A tal Salvador sea gloria y majestad, imperio y autoridad, por todos los siglos. La gloria es la expresión y el esplendor; la majestad es la grandeza en honor; el imperio es la fortaleza en poder; y la autoridad es el poder para gobernar.
En Su persona, Dios es el Abba Padre de los creyentes. Abba es una palabra en arameo, por lo tanto una palabra del hebreo, y Padre es la traducción de la palabra griega patér. Este término compuesto fue empleado primero por el Señor Jesús en Getsemaní mientras oraba al Padre (Mr. 14:36). La combinación del título en hebreo con el título en griego expresa un afecto muy intenso al clamar al Padre. Un clamor tan cariñoso implica una íntima relación en vida entre un hijo verdadero y el padre que lo engendró.
El Padre es la fuente de vida. Esto se halla indicado por lo que el Señor dijo en Juan 5:26: “El Padre tiene vida en Sí mismo”. En el Nuevo Testamento, especialmente en el Evangelio de Juan, el Padre denota la fuente de vida. Incluso en una familia humana, el padre es la fuente de la vida de aquella familia. Del mismo modo en que el padre de familia es la fuente y origen de vida, así también el nombre del Padre nos revela al Padre como fuente de vida.
El Padre, la fuente de vida, es Aquel que propaga y multiplica la vida. La vida del Padre tiene por finalidad la propagación y la multiplicación. Del Padre —quien es la fuente de vida y quien tiene por finalidad la propagación y multiplicación de dicha vida— nacen muchos hijos para ser Su expresión (Jn. 1:12-13).
El nombre Padre está estrechamente relacionado con la vida divina. Si no tuviera la vida divina, Dios no podría ser el Padre. ¿Cómo es posible que un hombre sea padre? Es posible únicamente mediante la vida. Un padre es un productor. Un padre produce no por medio de la manufacturación, sino al engendrar. Un padre tiene una vida que engendra. Asimismo, el Padre nos engendró mediante Su vida. Siempre que le llamamos Padre, debemos entender que este título se hace real para nosotros mediante la vida divina. Sin Su vida, el nombre Padre es meramente una palabra vacía, carente de contenido o realidad.
¿Cuál es la revelación detrás del nombre Padre? Padre es el nombre para la relación de vida. Cuando yo digo: “Abba Padre”, indico que tengo Su vida y que nací de Él. En el Nuevo Testamento, Dios es revelado como el Padre que ha regenerado a muchos hijos. Él es la fuente de vida; por tanto, Él es el Padre. Es Su intención generar muchos hijos al regenerarlos con Su vida. En el libro de Mateo, el Señor enseñó a Sus discípulos a invocar a Dios el Padre diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos” (6:9). Siempre que llamamos a Dios nuestro Padre, debemos comprender que Él es verdaderamente nuestro Padre. Él no es nuestro suegro, y nosotros no somos Sus hijos adoptivos. Nuestro Padre es nuestro Padre en vida, nuestro auténtico Padre. Le llamamos Padre porque nacimos de Él y tenemos Su vida.
Cuando combinamos ambos términos Abba y Padre, el resultado es un sentir muy dulce y profundo, un sentir de exquisita intimidad. Abba Padre es una expresión de intensificada dulzura. Por tanto, el sentir que tenemos al invocar de este modo es un sentir muy dulce e íntimo.
Si bien fue en nuestro espíritu donde entró el Espíritu de filiación, es en nuestro corazón donde el Espíritu clama: “¡Abba, Padre!”. Esto indica que nuestra relación con nuestro Padre en la filiación es dulce e íntima. Por ejemplo, cuando un hijo llama a su padre “papi”, esto suele reflejar un sentir muy tierno e íntimo que existe en lo profundo de su ser hacia su padre. Sin embargo, su sentir no sería el mismo si él tratase de decirle lo mismo a su suegro. La razón es que con su suegro él no tiene una relación en vida. ¡Cuánta dulzura se percibe cuando los niños, que disfrutan de una relación de vida con sus padres, tiernamente les llaman “papi”! Del mismo modo, ¡cuán dulce y tierno es llamar a Dios: “¡Abba, Padre!”. Invocar de manera tan íntima a Dios involucra nuestro corazón y nuestro espíritu. El Espíritu de filiación en nuestro espíritu clama “Abba Padre” desde nuestro corazón. Esto es prueba de que disfrutamos una relación en vida auténtica y genuina con nuestro Padre. Somos Sus verdaderos hijos, Sus hijos genuinos, y Él es nuestro Padre genuino.
En el Nuevo Testamento, Dios es claramente revelado como el único Dios. En 1 Timoteo 1:17 se nos dice: “Al Rey de los siglos, incorruptible, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”. En Romanos 16:27 Pablo declara: “Al único y sabio Dios, mediante Jesucristo, sea gloria para siempre. Amén”. Judas 25 dice que Dios nuestro Salvador es el único Dios. Además, en 1 Corintios 8:4 y 6 Pablo dice que “no hay más que un Dios” y que “sólo hay un Dios, el Padre”. Nuestro Dios es únicamente uno solo; Él es completamente distinto de los muchos dioses falsos.
Colosenses 1:15 habla del Dios invisible. Aunque Dios es invisible, el Hijo de Su amor (v. 13), “siendo el resplandor de Su gloria, y la impronta de Su sustancia” (He. 1:3), es Su imagen, que expresa lo que Él es.
Otros versículos que nos dicen que Dios es invisible son 1 Timoteo 1:17; 6:16; Hebreos 11:27 y 1 Juan 4:12. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Según el capítulo 1 del Evangelio de Juan, aunque Dios es invisible, el unigénito Hijo del Padre le ha dado a conocer mediante la Palabra, la vida, la luz, la gracia y la realidad. La Palabra es Dios expresado, la vida es Dios impartido, la luz es Dios que resplandece, la gracia es Dios disfrutado y la realidad es Dios hecho real para nosotros. El Dios invisible es dado a conocer plenamente en el Hijo por medio de estas cinco cosas.
Hay un número de versículos en el Nuevo Testamento que revelan que Dios es el Dios viviente. En Mateo 16:16 el Señor Jesús es llamado el Hijo del Dios viviente. En este versículo, el Dios viviente está en contraste con la religión muerta. El Dios viviente, quien está corporificado en Cristo, no tiene nada que ver con la religión muerta.
En 1 Timoteo 3:15 vemos que la iglesia, la casa de Dios, es la iglesia del Dios viviente. Al hablar de la iglesia como casa de Dios, Pablo específicamente se refiere a Dios como el Dios viviente. El Dios viviente, quien vive en la iglesia, tiene que ser subjetivo para la iglesia en lugar de ser meramente objetivo para ella. Un ídolo que está en un templo pagano carece de vida. Dios no solamente vive, sino que también actúa, se mueve y opera en Su templo viviente, el cual es la iglesia, así que Él es el Dios viviente. Debido a que Dios es viviente, la iglesia también es viviente en Él, por Él y con Él. Un Dios viviente y una iglesia viviente viven, se mueven y operan juntamente. La iglesia viviente es la casa y la familia del Dios viviente.
En 1 Timoteo 3:15 Pablo se refiere no meramente a Dios, sino al Dios viviente. Dios es viviente, y ahora Él vive, habita, se mueve y opera en la iglesia. Por tanto, la iglesia es la iglesia del Dios viviente.
En Hebreos 3:12 hay una advertencia con respecto al Dios viviente: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad que lo haga apartarse del Dios vivo”. Nuestro Dios es el Dios viviente. La incredulidad es mala porque insulta a Aquel que es el Viviente.
Con respecto al Dios viviente, Hebreos 9:14 dice: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo?”. Hebreos no es un libro que enseña religión, sino que es un libro que revela al Dios viviente. Si hemos de tener contacto con este Dios viviente, debemos ejercitar nuestro espíritu (4:12) y tener una conciencia purificada por la sangre. La sangre de Cristo purifica nuestra conciencia para que sirvamos al Dios vivo.
Hebreos 9:14 habla de las obras muertas y del Dios viviente. Antes de ser regenerados, estábamos muertos en delitos y pecados (Ef. 2:1; Col. 2:13). Por tanto, todo cuanto hicimos, sea bueno o malo, eran obras muertas a los ojos del Dios viviente. Pero ahora podemos servir al Dios viviente con una conciencia purificada por la sangre de Cristo.
Hebreos 10:31 dice: “¡Terrible cosa es caer en manos del Dios vivo!”. Hebreos 10 insta a los creyentes hebreos a avanzar en conformidad con la economía neotestamentaria de Dios y a no retroceder al judaísmo viejo. Después, les hace la advertencia de que si ellos se desvían de la economía neotestamentaria de Dios, serán disciplinados por el Dios vivo. Puesto que Dios es viviente, Él juzgará a Su pueblo.
Hebreos 12:22 habla sobre la ciudad del Dios vivo. Por ser un libro que confronta el judaísmo muerto, Hebreos revela a Dios como el Dios viviente desde diferentes perspectivas. Aquí se nos dice que los creyentes neotestamentarios han venido a la ciudad del Dios vivo, la cual es la Jerusalén celestial, en contraste con la Jerusalén terrenal, la cual ha sido abandonada por Dios en Su economía neotestamentaria (Mt. 23:37-38). Puesto que Dios es viviente en todo aspecto, los creyentes hebreos debían permanecer únicamente en las cosas que son compatibles con el Dios viviente.
Dios también es Aquel que es inmortal, quien habita en luz inaccesible. A este respecto, en 1 Timoteo 6:16 se nos dice: “El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el poder sempiterno. Amén”. Aunque el Padre habita en luz inaccesible, nosotros no sólo podemos acercarnos a Él en Cristo, sino que también podemos tener comunión con Él. Podemos acercarnos al Padre porque ya no estamos en tinieblas. Él está en la luz, y nosotros estamos en la luz también (1 Jn. 1:5, 7). Además, este Dios Inmortal que habita en luz inaccesible está siendo impartido a nuestro ser.
Hebreos 12:29 dice: “Nuestro Dios es fuego consumidor”. Él es fuego consumidor en Su santidad y severidad. Dios es santo; la santidad es Su naturaleza. Él, como fuego consumidor, devorará todo lo que no corresponda a Su naturaleza santa. Por tanto, Él es severo, pues expresa Su santidad en severidad. Si los creyentes hebreos, a quienes estaba dirigida la Epístola a los Hebreos, se hubieran desviado volviendo al judaísmo, el cual a los ojos de Dios era algo profano, impío, esto los habría hecho impíos, y el Dios santo, como fuego consumidor, los habría consumido.
Dios no solamente es justo, sino también santo. Para satisfacer la justicia de Dios, necesitamos ser justificados mediante la redención efectuada por Cristo. Para satisfacer los requisitos de Su santidad, necesitamos ser santificados, ser hechos santos, por el Cristo celestial, presente y vivo. La Epístola a los Romanos enfatiza la justificación (3:24) por la justicia de Dios (vs. 25-26), mientras que la Epístola a los Hebreos recalca la santificación (2:11; 10:10, 14, 29; 13:12) por la santidad de Dios (v. 14). Para alcanzar la santificación, los creyentes hebreos debían separarse del judaísmo impío y apartarse para el Dios santo, quien se había expresado por completo en el Hijo bajo el Nuevo Testamento; de no ser así, ellos se habrían contaminado con su religión vieja y profana, y habrían sufrido disciplina por el Dios santo, quien es fuego consumidor.
Son varios los versículos que nos dicen que Dios es el Todopoderoso (Ap. 1:8; 4:8; 19:6, 15; 2 Co. 6:18). El libro de Apocalipsis revela que Dios es el Todopoderoso. En el idioma hebreo, el título Dios significa el Poderoso, Aquel que es fuerte, poderoso. Pero en Apocalipsis vemos que Dios no solamente es poderoso, sino también todopoderoso. Por ser el Todopoderoso, Él es poderoso en todas las maneras, en todo aspecto, en todas las cosas y con todos.
En Juan 17:3 el Señor Jesús se refiere al Padre como “el único Dios verdadero”. Esto indica que únicamente Dios es la realidad, la verdad. Todo aquello que no lo tenga a Él, no es verdad, no es una realidad. El Señor vino con Dios como la verdad, la realidad (1:14), para hacer nuestra vida real. A fin de que podamos conocer esta realidad, es decir, al Dios verdadero, el Señor nos ha dado vida eterna. Lo dicho por Él en Juan 17:2-3 implica que la vida eterna posee la capacidad de conocer al Dios verdadero. A fin de que podamos conocer al Dios verdadero, tenemos necesidad de Su vida divina, la vida eterna. Debido a que como creyentes nacimos de Su vida divina, podemos conocerle como el Dios verdadero. La vida del Dios verdadero ciertamente es capaz de conocer al Dios verdadero. Puesto que tenemos la vida del Dios verdadero, poseemos la capacidad de conocer al único Dios verdadero.
En 1 Juan 5:20 se nos dice: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. En este versículo, “Aquel que es verdadero” denota al Dios verdadero. Conocer a Aquel que es verdadero en realidad significa experimentar al Dios verdadero, disfrutarle y poseerle. Tenemos necesidad de la vida del Dios verdadero, la vida eterna, para poder experimentarlo, disfrutarlo y poseerlo a Él, quien es el Verdadero.
En 1 Juan 5:20, la expresión Aquel que es verdadero aparece dos veces. Una mejor traducción sería “el Verdadero”. Al hablar de Dios simplemente como Dios, es posible que lo hagamos de manera más bien objetiva. Sin embargo, la expresión el Verdadero es subjetiva; se refiere al Dios que ha llegado a ser subjetivo para nosotros. El Dios que era objetivo para nosotros llega a ser el Verdadero en nuestra vida y experiencia subjetivamente. El Verdadero es la realidad. El Hijo de Dios, mediante Su encarnación, muerte y resurrección, nos ha dado entendimiento para que podamos conocer —esto es, experimentar, disfrutar y poseer— esta realidad divina. Ahora el Dios que era meramente objetivo para nosotros, ha llegado a ser nuestra realidad subjetiva.
La última parte de 1 Juan 5:20 dice: “Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. El pronombre éste hace referencia al Dios que vino mediante la encarnación y nos ha dado la capacidad de conocerle subjetivamente como el Verdadero al hacernos uno con Él orgánicamente en Su Hijo Jesucristo. Todo esto es para nosotros el Dios verdadero y la vida eterna. Todo cuanto este Dios verdadero es para nosotros, es vida eterna para nosotros a fin de que podamos participar y disfrutar de Él como Aquel que lo es todo para nuestro ser regenerado.
En 1 Timoteo 6:15 Pablo, en tiempos en que regía el césar, nos dice que Dios es el único Soberano, lo cual indica que Dios es el único Gobernante, el único Potentado, quien tiene la autoridad y poder más absolutos y elevados. Por tanto, Él es el Rey que está sobre aquellos que rigen como reyes y Señor de los que gobiernan como señores. Él estaba por encima del césar. Sin duda alguna, el apóstol que se encontraba prisionero bajo el gobierno del césar se sentía alentado al saber que Dios era tal clase de Soberano.
En Apocalipsis 6:10 los santos mártires claman a Dios llamándolo “[Soberano] Señor, santo y verdadero”. La palabra griega aquí traducida “Soberano Señor” es despótes, lo cual denota al amo de un esclavo, quien tenía poder absoluto sobre su esclavo; este mismo vocablo se usa en Hechos 4:24; Lucas 2:29; Judas 4 y 1 Timoteo 6:1-2. Los santos que murieron como mártires por la palabra de Dios y el testimonio de Jesús reconocieron que el Dios a quien servían y quien había permitido su muerte en calidad de mártires era tal Amo soberano, el cual es santo (distinto de todas las cosas) y verdadero (veraz) tanto en Su naturaleza como en Su carácter, el mismo que los hizo a ellos santos (santificados, separados) y verdaderos (veraces, fieles) ante Dios (cfr. Ap. 3:7 y la nota 2).
En 1 Timoteo 1:17 Pablo se refiere a Dios como el Rey de los siglos. Aquí siglos en realidad significa eternidad. Esta expresión tiene que ser entendida en relación con la decadencia de la iglesia. Cuando Pablo estaba en prisión, las iglesias comenzaron a caer en decadencia y la situación era lamentable. Muchos se sintieron desalentados; incluso algunos de los colaboradores de Pablo le abandonaron. Pero él tenía una fe firme con una certeza absoluta de que el Dios en quien él había creído, Aquel que le había confiado el evangelio de gloria, era el Rey de los siglos, Aquel que posee autoridad absoluta por la eternidad, quien jamás cambia. Ningún rey terrenal podría ser llamado el Rey de los siglos. El césar era un gobernante temporal, pero ¡cuán diferente es nuestro Dios! El Dios a quien Pablo servía en verdad es el Rey de los siglos, el Rey de la eternidad. Aquel a quien servimos y quien se imparte en nuestro ser, es el Rey de los siglos.
En 1 Timoteo 6:15 Pablo también nos dice que Dios es “Rey de los que rigen como reyes, y Señor de los que gobiernan como señores”, lo cual indica que Dios es la más alta Autoridad en el universo entero. Por tanto, Él es el único Soberano en quien los apóstoles pusieron su confianza.
En 1 Timoteo 1:17 vemos que Dios, como Rey de los siglos, es el incorruptible. Él jamás cambia en Su naturaleza, poder, ni en ninguno de Sus atributos; Él siempre permanece el mismo. Todo es corruptible excepto Dios mismo. La iglesia puede entrar en decadencia, deteriorarse y degradarse; pero Dios es incorruptible.
Romanos 16:25 al 26 dice que Dios, quien ha dado el mandato de dar a conocer el misterio que estaba escondido para todas las naciones, es eterno. Esto indica que Dios permanece inmutable, que no está sujeto a ningún cambio en el entorno o las circunstancias. Puesto que el Dios que da este mandamiento es eterno, el cual permanece inalterable por siempre, lo mismo se aplica a este mandato.