
En este mensaje comenzaremos a considerar los muchos atributos de Dios revelados en el Nuevo Testamento. La palabra atributos hace referencia a algo más que virtudes. Cuando hablamos de los atributos de Dios, nos referimos a todo lo que pertenece a Dios. Por supuesto, cuando aquello que pertenece a Dios llega a ser nuestra experiencia, ello se convierte en nuestras virtudes. Por tanto, en el caso de Dios son atributos, y en nuestro caso son virtudes. Por ejemplo, la vida es un atributo propio de Dios, no una virtud. Pero cuando la vida de Dios llega a ser nuestra experiencia, ésta produce virtudes. Por tanto, con respecto a Dios usamos la palabra atributos, pero en relación con nosotros mismos usamos la palabra virtudes.
La vida divina puede ser considerada el primer y fundamental atributo de Dios. Aunque la palabra vida es usada muchas veces en el Nuevo Testamento, la frase la vida de Dios es hallada una sola vez. Efesios 4:18 es el único versículo que menciona la vida de Dios: “Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón”. La vida de Dios es eterna, increada. El hombre no recibió esta vida en el tiempo de la creación. Después de ser creado, el hombre fue puesto, en su vida humana creada, frente al árbol de la vida (Gn. 2:8-9) para que recibiera la vida divina, la cual no es creada. Pero el hombre cayó en la vanidad de su mente, y su entendimiento fue entenebrecido. Al encontrarse en tal situación caída, el hombre es incapaz de tocar la vida de Dios a menos que se arrepienta (vuelva su mente hacia Dios) y crea en el Señor Jesús para recibir la vida eterna de Dios (Hch. 11:18; Jn. 3:16).
En realidad, en el universo entero únicamente la vida de Dios puede ser considerada como vida. En 1 Juan 5:12 se nos dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Este versículo indica que a menos que tengamos la vida de Dios, nosotros no tenemos vida. A los ojos de Dios, únicamente Su vida es vida. Por tanto, cuando la vida de Dios es mencionada en el Nuevo Testamento, se habla de ella como la única vida (Jn. 1:4; 10:10; 11:25; 14:6).
La vida de Dios es divina y eterna. La palabra divina significa que es de Dios, que posee la naturaleza de Dios. La palabra eterna significa que no fue creada, que no tiene principio ni fin, que existe por sí misma, por siempre y de manera inmutable. La vida de Dios no es creada, no tiene principio ni fin, existe por sí misma, existe para siempre y jamás cambia.
La vida de Dios, por ser divina y eterna, es inmortal e inmutable; ella permanece igual y continúa viva incluso después de pasar por cualquier tipo de ataque o destrucción. Toda otra clase de vida en el universo —la vida angélica, la vida humana, la vida animal y la vida vegetal— es mortal y voluble. Únicamente la vida de Dios es divina y eterna, inmortal e inmutable. No importa qué tipo de ataque o destrucción sufra, ella permanece inmutable y la misma por siempre. Por tanto, desde el punto de vista de la eternidad, únicamente la vida de Dios es vida. De acuerdo con la naturaleza divina y eterna de la vida de Dios, la vida de Dios es la única vida. Debido a que la vida de Dios es la única vida, siempre que el Nuevo Testamento en el griego original habla de esta vida, usa la palabra zoé, la cual se refiere a la vida más elevada (Jn. 1:4; 1 Jn. 1:2; 5:12).
La intención de Dios al crear al hombre era que éste participase del fruto del árbol de la vida y, por tanto, recibiese la vida eterna de Dios. Pero en la caída, la naturaleza maligna de Satanás fue inyectada en el hombre. Como resultado de ello, al hombre se le impidió el acceso al árbol de la vida. Según Génesis 3:24, el Señor “expulsó, pues, al hombre, y puso al oriente del huerto del Edén los querubines y una espada llameante que giraba en toda dirección para guardar el camino al árbol de la vida”. Por tanto, el hombre fue apartado de la vida de Dios. Los querubines, las llamas de fuego y la espada representan la gloria de Dios, Su santidad y Su justicia. Estas tres cosas le impedían al hombre pecaminoso recibir la vida eterna de Dios. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, Él cumplió con todos los requisitos de la gloria de Dios, la santidad de Dios y la justicia de Dios. Por tanto, mediante la redención efectuada por el Señor Jesús, el camino ha sido abierto para que nosotros, una vez más, contactemos a Dios como árbol de la vida. Ésta es la razón por la cual Hebreos 10:19 dice que tenemos “firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús”. El árbol de la vida está en el Lugar Santísimo. Por ser aquellos que han creído en Cristo, hemos sido traídos de regreso al árbol de la vida, y la vida divina en el Lugar Santísimo ahora puede ser disfrutada por nosotros diariamente. Los incrédulos, sin embargo, todavía permanecen ajenos a la vida de Dios.
El amor divino, como vimos en el mensaje anterior, es la naturaleza de la esencia de Dios. Por tanto, es un atributo esencial de Dios. Juan 3:16 dice que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”, y 1 Juan 4:9 dice: “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que tengamos vida y vivamos por Él”. Aquí, igual que en 1 Timoteo 1:15, “mundo” se refiere a la humanidad caída, a la cual Dios amó tanto que la vivificó mediante Su Hijo con Su propia vida para que pudiesen llegar a ser Sus hijos. En esto se manifestó el amor de Dios.
Después, 1 Juan 4:10 dice: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. La palabra esto hace referencia al siguiente hecho: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Dios nos amó y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados. En este hecho está el amor de Dios, un amor más elevado y noble. El amor divino como atributo esencial de Dios es expresado principalmente en que Él enviase a Su Hijo para redimirnos e impartir en nosotros la vida de Dios a fin de que podamos llegar a ser Sus hijos.
Efesios 2:4 dice: “Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó”. El objeto del amor debe estar en una condición que inspire amor, pero el objeto de la misericordia siempre se encuentra en una situación lastimosa. Así que, la misericordia de Dios va más allá que Su amor. Dios nos ama porque somos el objeto de Su elección. Pero debido a que caímos, llegamos a ser despreciables, incluso a estar muertos en nuestros delitos y pecados; por tanto, necesitábamos de la misericordia de Dios. Debido a Su gran amor, Dios es rico en misericordia para salvarnos de nuestra posición miserable y traernos a una condición que sea propicia para Su amor. El más noble amor de Dios, como Su atributo esencial, requiere del atributo de Su misericordia a fin de alcanzarnos en el profundo foso de nuestra vida caída.
La luz divina, como vimos en el mensaje anterior, es la naturaleza de la expresión de Dios. Por tanto, es un atributo relacionado con la expresión de Dios. Apocalipsis 21:23 dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara”. En el milenio, la luz del sol y de la luna será intensificada (Is. 30:26); pero en la Nueva Jerusalén, la cual está en el cielo nuevo y en la tierra nueva, no habrá necesidad del sol ni de la luna. El sol y la luna existirán en el cielo nuevo y en la tierra nueva, pero no serán necesarios en la Nueva Jerusalén porque Dios, la luz divina, brillará mucho más.
En la Nueva Jerusalén el Cordero, como lámpara, resplandecerá con Dios como luz a fin de iluminar la ciudad con la gloria de Dios, la expresión de la luz divina. Debido a que dicha luz divina iluminará la ciudad santa, ésta no tendrá necesidad de ninguna otra luz, ya sea creada por Dios o hecha por el hombre. No habrá necesidad de luz natural. Aunque el sol y la luna estarán presentes en el cielo nuevo y la tierra nueva, no tendremos necesidad alguna de tales astros debido a que el lugar de nuestra morada será mucho más resplandeciente que cualquiera de ellos. Tampoco será necesaria la luz hecha por el hombre. Dios mismo será la luz en la ciudad santa.
Apocalipsis 21:23 también nos dice que el Cordero, Cristo, es la lámpara. Dios es luz, y Cristo es la lámpara. La luz necesita quien la porte. Esto indica que no debemos separar a Cristo de Dios ni separar a Dios de Cristo. En realidad, Dios y Cristo son una sola luz. Dios es el contenido, y Cristo es el portador, la expresión. Así como la luz está en la lámpara para ser su contenido y ser expresada mediante la lámpara, así Dios el Padre está en el Hijo para ser expresado mediante el Hijo.
Apocalipsis 22:5 también se refiere a la luz como atributo divino: “No habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará”. Ser iluminados por el Señor Dios será una de las bendiciones dadas a los redimidos de Dios durante la eternidad. No tendremos necesidad de una lámpara, esto es, la luz hecha por los hombres, ni tampoco del sol, esto es, la luz creada por Dios. Dios mismo resplandecerá sobre nosotros, y viviremos bajo Su iluminación. Dios mismo será la luz, y Cristo será la lámpara mediante la cual Dios resplandecerá para iluminar toda la ciudad.
En la Nueva Jerusalén, la luz divina será tanto la luz interna como la gloria externa con miras a la expresión. Esta luz resplandecerá en la piedra preciosa y a través de la misma, la cual es como piedra de jaspe, que representa a los creyentes transformados (Ap. 21:11). Dios como luz dentro del Cordero, quien es la lámpara, resplandecerá a través de la ciudad. Dentro de esta ciudad se tendrá la luz resplandeciente. Hacia fuera de esta ciudad la luz expresará la gloria de Dios, de modo que toda la ciudad será portadora de la gloria de Dios. La gloria de Dios es Dios mismo que resplandece irradiando desde la ciudad a través del muro transparente de jaspe (v. 18).
Actualmente, la luz divina como atributo expresivo de Dios es aplicada a nosotros en nuestra vida cristiana. En 1 Juan 1:5-7 se nos dice que Dios es luz, y que si tenemos comunión con Él debemos andar en la luz divina. Esto indica que podemos disfrutar este atributo expresivo de Dios incluso durante la era presente, antes que la Nueva Jerusalén venga en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Las riquezas divinas constituyen el conglomerado de un atributo particular de Dios con respecto a diversas cosas. Romanos 2:4 habla de las riquezas de la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios. Benignidad, paciencia y longanimidad son atributos de Dios principalmente para con los pecadores, y en estos atributos se hacen manifiestas las riquezas divinas. El libro de Efesios nos habla de las riquezas de Dios en misericordia (2:4), de las superabundantes riquezas de Su gracia (1:7; 2:7) y de las riquezas de Su gloria (3:16). Romanos 9:23 también habla de las riquezas de la gloria de Dios. Estas riquezas divinas halladas en los atributos divinos de misericordia, gracia y gloria son principalmente para con los creyentes. Las riquezas de la gracia de Dios sobrepasan todo límite. Éstas son las riquezas de Dios mismo para nuestro disfrute en el presente, las cuales serán hechas manifiestas, exhibidas, públicamente al universo entero durante la eternidad. Las riquezas de la gloria de Dios tienen por finalidad la expresión de Dios en los creyentes como vasos de Dios, vasos en los cuales mora Cristo y que están completamente ocupados por Cristo a fin de expresar a Dios (Ef. 3:16-19; Ro. 9:23). Romanos 11:33 habla de la profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios. Las riquezas divinas presentes en todos los atributos de Dios son profundas, con profundidad inescrutable, del mismo modo en que la sabiduría y la ciencia de Dios son inescrutables.
Otro atributo de Dios es la plenitud. Colosenses 1:19 dice: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en Él”. ¿Qué es la plenitud de la que se habla en este versículo? Muchos responderán que es la plenitud de la Deidad. Si bien esto es correcto, aquí Pablo no modifica la palabra plenitud con frases tales como de la Deidad o de Dios. Él simplemente afirma que a toda la plenitud le agradó habitar en Cristo. Hay algo conocido como la plenitud, y a esta plenitud le agradó habitar en Cristo. En Colosenses 1:19 plenitud no denota las riquezas de lo que Dios es, sino la expresión de estas riquezas. La expresión plena del rico ser de Dios, tanto en la creación como en la iglesia, habita en Cristo. Por tanto, la plenitud en Colosenses 1:19 denota expresión.
Si algo no tiene plenitud, no puede ser expresado. Pero si algo tiene plenitud, puede ser expresado. Por ejemplo, si tenemos muy poco amor, nuestro amor no puede ser expresado. Pero si nuestro amor tiene plenitud, la plenitud de nuestro amor será su expresión. Bajo el mismo principio, la plenitud de Colosenses 1:19 consiste en la expresión de todo lo que Dios es en Sus riquezas.
Es significativo que en Colosenses 1:19 Pablo hable de la plenitud usando el artículo definido, la plenitud, sin usar ninguna otra palabra para modificarla. Esto indica que él habla de la única plenitud. Modificar de algún modo la plenitud podría implicar que no es la única plenitud. A fin de mantener la unicidad de la plenitud, Pablo no usa ningún modificador. Por tanto, aquí la plenitud es simplemente la plenitud.
La plenitud, la expresión de Dios, es una persona. Muchos de los pronombres personales en los versículos que siguen a Colosenses 1:19 hacen referencia a la plenitud como una persona. Los versículos 19 y 20 dicen que a la plenitud le agradó habitar en Cristo “y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas”. Si la plenitud no fuese una persona, ¿cómo podría agradarle habitar en Cristo? El hecho de que a la plenitud le pueda agradar algo indica que se trata de una persona. A la plenitud no solamente le agradó habitar en Cristo, sino por medio de Él también reconciliar consigo todas las cosas. En los versículos 19 y 20, dos verbos en su forma infinitiva —habitar y reconciliar— están unidos por la conjunción y. Por tanto, vemos que a la plenitud le agradó habitar y reconciliar. La frase por medio de Él usada en el versículo 20 se refiere a Cristo como instrumento activo mediante el cual fue lograda la reconciliación. Pero, ¿cuál es el antecedente al que se refiere el pronombre personal consigo, con quien todas las cosas son reconciliadas? El antecedente es la plenitud mencionada en el versículo 19. Ésta es la razón por la cual en la versión New Translation, J. N. Darby usa pronombres neutros en los versículos 20 y 22 para referirse a la plenitud mencionada en el versículo 19. Sin embargo, los pronombres en el griego no debieran considerarse neutros, sino masculinos. Esto significa que en lugar de decir con ello, debemos decir consigo. Por tanto, todas las cosas han sido reconciliadas con la plenitud. En los versículos 21 y 22 vemos que nosotros, quienes éramos enemigos, fuimos reconciliados por la plenitud en Su cuerpo de carne por medio de la muerte para que fuésemos presentados santos y sin mancha e irreprensibles delante de la plenitud. ¡Cuánto significado encierra este entendimiento de este pasaje! Es la plenitud la que habita en Cristo, es la plenitud la que nos reconcilia y es a la plenitud a la que hemos de ser presentados. Esta plenitud es Dios mismo expresado. A esta plenitud le agradó habitar en Cristo, reconciliarnos y presentarnos a Él mismo.
Hemos visto que en Colosenses 1:19 la plenitud es la expresión de Dios, incluso Dios mismo. Esta plenitud no denota las riquezas de lo que Dios es; más bien, denota la expresión de estas riquezas, la expresión plena de Dios en todo Su rico ser. El rico ser de Dios es expresado tanto en la vieja creación como en la nueva creación. En Colosenses 2:9 Pablo procede a decir: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Una vez más, la palabra plenitud se refiere no a las riquezas de Dios, sino a la expresión de las riquezas de Dios. Lo que habita en Cristo no es solamente las riquezas de la Deidad, sino la expresión de las riquezas de lo que Dios es. Es crucial ver que la plenitud de la Deidad es la expresión de la Deidad, a saber, la expresión de lo que Dios es en Sus riquezas. La Deidad es expresada tanto en la vieja creación, el universo, como en la nueva creación, la iglesia.
En Colosenses 1:19 y 2:9 vemos dos aspectos de la plenitud. Según 1:19, a toda la plenitud le agradó habitar en Cristo. Según 2:9, toda la plenitud habita corporalmente en Cristo. Esto implica el cuerpo físico del cual Cristo se revistió en Su humanidad. Esto indica que toda la plenitud de la Deidad habita en Cristo como Aquel que tiene un cuerpo humano. Antes de Su encarnación, la plenitud de la Deidad habitaba en Él como Palabra eterna, pero no habitaba corporalmente en Él. Después que Él se encarnó, la plenitud de la Deidad comenzó a habitar corporalmente en Él, y ahora y para siempre habita en Su cuerpo glorificado (Fil. 3:21). Por la eternidad Cristo es la corporificación de la plenitud de Dios, la corporificación de todo lo que Dios es en Sus riquezas ilimitadas e inescrutables.
Efesios 3:19 nos dice algo más con respecto a la plenitud de Dios: “Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Algunas traducciones de este versículo dicen: “llenos de toda la plenitud de Dios”. Según esta traducción, la plenitud de Dios es el elemento, la esencia, con la cual somos llenos; pero éste es un entendimiento erróneo de dicho versículo. Aquí Pablo dice que hemos de ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, esto es, seremos llenos para ser la expresión de Dios. Cuando somos fortalecidos en nuestro hombre interior, cuando Cristo hace Su hogar en nuestros corazones y cuando estamos arraigados y cimentados en amor (vs. 16-17), entonces somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. En nuestro espíritu somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios para llegar a ser Su expresión.
Además, Efesios 3:19 no dice que somos llenos de las riquezas de Dios; este versículo dice que somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Esto significa que somos llenos para llegar a ser la expresión de Dios. La expresión de Dios hoy en día es la iglesia, la cual es el Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (1:23).
Cuando Cristo haga Su hogar en nuestros corazones y cuando hayamos sido fortalecidos de modo que seamos plenamente capaces de aprehender con todos los santos las dimensiones de Cristo y de conocer por experiencia el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, entonces seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Toda esta plenitud habita en Cristo. Ahora, al morar en nosotros, Cristo imparte la plenitud de Dios en nuestro ser. Cuando somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, llegamos a ser la expresión de Dios, que es lo que la iglesia debe ser.
La expresión la plenitud de Dios implica que las riquezas de todo lo que Dios es han llegado a ser Su expresión. Cuando las riquezas están en Dios mismo, son Sus riquezas, pero cuando son expresadas, vienen a ser Su plenitud (Jn. 1:16).
Al ver que nosotros distinguimos entre las riquezas y la plenitud, algunos podrían intentar argüir citando Juan 1:16: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Después de lo cual podrían aducir: “Juan 1:16 declara que de Su plenitud recibimos todos. ¿No es acaso esta plenitud lo mismo que las riquezas? ¿Cómo pueden hacer distinción entre las riquezas y la plenitud?”.
Cuando Cristo estaba en la tierra con Sus discípulos, ¿diría usted acaso que las riquezas de Dios estaban allí con Él, o más bien diría que la plenitud de Dios estaba allí con Él? Si las riquezas hubieran estado con Él, pero no la plenitud, habría habido una carencia. No habría habido compleción, no habría habido plenitud. Cuando el Señor Jesús vino, sin duda Él trajo consigo todas las riquezas de Dios; sin embargo, con Él no solamente estaban las riquezas de Dios, sino también la plenitud de Dios. Ésta es la razón por la cual Juan 1:16 dice que todos recibimos de Su plenitud. La plenitud es la compleción de las riquezas. En griego la palabra traducida “plenitud” significa total, completo. Por tanto, es correcto traducir esta palabra griega como “la totalidad”. La palabra griega traducida “de” en Juan 1:16 en realidad significa “procedente de” o “a partir de”. Por tanto, es procedente de la plenitud de Cristo, la totalidad de todas las riquezas de Dios, que recibimos todos. Cuando Cristo vino, Él no vino apenas parcialmente lleno de las riquezas de Dios; por el contrario, Él estaba lleno de las riquezas ilimitadas de Dios hasta desbordar. Por tanto, Él traía consigo la plenitud, la totalidad, de lo que Dios es en Sus riquezas. Esta plenitud, esta totalidad, es la expresión de Dios. Según el Nuevo Testamento, la plenitud de Dios es la expresión producida por la totalidad de las riquezas de Dios.
Según Juan 1:16, la plenitud de Dios vino con Cristo, quien es la corporificación de la plenitud de Dios. Con Cristo, la expresión era algo individual; por tanto, es necesario que esta expresión sea ensanchada, expandida, de algo individual a algo corporativo. La iglesia está destinada a ser la plenitud de Dios de manera corporativa. En la iglesia Dios es expresado, no mediante un individuo, sino corporativamente mediante el Cuerpo. Por tanto, la plenitud de Dios está corporificada en la iglesia. La iglesia, como corporificación de la plenitud de Dios, es la expresión del Dios Triuno.
En estos versículos del capítulo 3 de Efesios respecto a la economía de Dios que resulta en la plenitud de Dios, vemos al Dios Triuno. El Padre (v. 14) responde y cumple la oración del apóstol por medio del Espíritu (v. 16) a fin de que Cristo el Hijo (v. 17) pueda hacer Su hogar en nuestros corazones. Como resultado, somos llenos hasta la medida de toda la plenitud del Dios Triuno. Ésta es la impartición del Dios Triuno en nuestro ser a fin de hacernos Su expresión corporativa.
Según Efesios 3, el Dios Triuno no tiene por finalidad ser objeto de debates doctrinales; el Dios Triuno tiene por finalidad impartirse a Sí mismo en los creyentes a fin de que éstos sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Pablo oró para que el Padre nos fortaleciera con poder por Su Espíritu a fin de que Cristo pudiera hacer Su hogar en nuestros corazones y, de este modo, ocupase nuestro ser interior con el resultado de que pudiésemos ser llenos hasta convertirnos en la expresión del Dios Triuno. ¡Cuán glorioso y maravilloso es esto! Ésta es la economía de Dios, y ésta también es la revelación del Nuevo Testamento. Por tanto, la plenitud de Dios como atributo Suyo finalmente no es otra cosa que Cristo con la iglesia como Su Cuerpo.