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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 021-033)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE VEINTISÉIS

CRISTO: SU PERSONA

(6)

  En este mensaje consideraremos la persona de Cristo en la encarnación.

D. EN LA ENCARNACIÓN

1. Dios manifestado en la carne

  En la encarnación, Cristo es Dios manifestado en la carne (1 Ti. 3:16). Él fue manifestado en la carne no solamente como el Hijo, sino como el Dios completo: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Como Palabra, que es Dios mismo, Cristo se hizo carne (Jn. 1:14). Por tanto, Él es Dios —el Dios Triuno— manifestado en la carne.

  Es importante que comprendamos que el Dios completo, y no solamente el Hijo de Dios, se encarnó. Juan 1:14 afirma que la Palabra, que es Dios, se hizo carne. Este Dios, quien es la Palabra, no es un Dios parcial; más bien, Él es el Dios completo: Dios el Hijo, Dios el Padre y Dios el Espíritu. El Nuevo Testamento no dice que la Palabra, la cual se hizo carne, era Dios el Hijo; más bien, el Nuevo Testamento indica que en el principio era la Palabra y que esta Palabra es el Dios Triuno completo: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Por tanto, Cristo en la encarnación es el Dios completo manifestado en la carne.

  Debido a la influencia de las enseñanzas tradicionales podríamos pensar que únicamente el Hijo de Dios, y no el Dios completo, se encarnó. En realidad, el Nuevo Testamento no dice que el Hijo de Dios se encarnó; más bien, dice que Dios fue manifestado en la carne. Esto significa que el Dios completo se encarnó.

  Mediante la encarnación y el vivir humano, Dios fue manifestado en la carne. “En la carne” significa en la semejanza, con el porte exterior, de un hombre (Ro. 8:3; Fil. 2:7-8). Fue en forma de hombre que Cristo apareció a las personas (2 Co. 5:16); no obstante, Él era Dios manifestado en un hombre.

2. El Dios-hombre

a. Concebido del Espíritu Santo, teniendo la esencia de Dios

  Cristo es el Dios-hombre. Como Dios-hombre, Él fue concebido del Espíritu Santo con la esencia divina (Lc. 1:35; Mt. 1:20). El Evangelio de Lucas es único en su descripción de la manera en que el Dios-hombre fue concebido. Él no fue concebido de hombre alguno, sino del Espíritu Santo con la esencia divina. El Espíritu Santo es Dios mismo que llega al hombre. En la concepción del Dios-hombre, el Espíritu Santo entró en la humanidad.

  Debido a que el Dios-hombre fue concebido del Espíritu Santo, Él tiene la esencia divina, la esencia de Dios. Aquí usamos la palabra esencia en un sentido categórico para denotar algo aún más intrínseco que la naturaleza. La esencia es el constituyente intrínseco de cierta sustancia. El Dios-hombre fue concebido del Espíritu Santo no sólo con la naturaleza divina, sino con la esencia divina.

  Con respecto a la concepción del Dios-hombre, Lucas 1:35 dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso también lo santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Así como la nube cubrió el monte de la transfiguración (Mt. 17:5) y el tabernáculo (Éx. 40:34, 38), el poder del Altísimo cubrió a María. Tal parece que, según este versículo, el Espíritu Santo únicamente vino sobre María como poder para que ella concibiera al Señor Jesús. Sin embargo, Mateo 1:18 y 20 nos dicen que María “estaba encinta por obra del Espíritu Santo” y que “lo engendrado [concebido] en ella, del Espíritu Santo es”. Esto indica que la esencia divina procedente del Espíritu Santo había sido engendrada en el vientre de María antes que ella diera a luz al Señor Jesús.

b. Nacido de una virgen humana, teniendo la esencia del hombre

  Como Dios-hombre, Cristo fue nacido de una virgen humana y, por tanto, posee la esencia del hombre (Lc. 1:31; Gá. 4:4). Cristo nació de una virgen humana con la esencia humana. En Lucas 1:27 y 31 vemos que una virgen llamada María concibió en su vientre un hijo, cuyo nombre era Jesús.

  Debido a que el Dios-hombre fue concebido del Espíritu Santo con la esencia divina y nació de una virgen humana con la esencia humana, Él posee ambas esencias, la divina y la humana. Tal concepción del Espíritu Santo en una virgen humana, realizada tanto con la esencia divina como con la esencia humana constituye una mezcla de la naturaleza divina con la naturaleza humana, lo cual produjo al Dios-hombre, Aquel que es tanto el Dios completo como un hombre perfecto, quien posee de manera distinguible la naturaleza divina y la naturaleza humana, sin haberse producido una tercera naturaleza. Ésta es la persona más maravillosa y excelente: la persona de Cristo en Su encarnación.

  La concepción del Dios-hombre fue la encarnación de Dios; esta concepción estuvo constituida no solamente por el poder divino, sino también de la esencia divina, agregada a la esencia humana, produciendo así al Dios-hombre de dos naturalezas: la divina y la humana. Por medio de esto, Dios se unió con la humanidad para poder manifestarse en la carne.

  Algunos maestros de la Biblia no han entendido el asunto de la mezcla en la concepción de Cristo. En tiempos antiguos hubo un debate con respecto a la palabra mezcla, un debate en torno a la mezcla de la esencia divina con la esencia humana en la persona del Señor Jesús. Algunos que no entendieron esta mezcla dijeron que la misma produjo una tercera naturaleza, algo que no era divino ni humano. Es una gran herejía afirmar que Jesucristo no es ni Dios ni hombre, sino una tercera entidad con una tercera naturaleza, algo que no es Dios ni hombre. Afirmar con respecto al Señor Jesús que la mezcla de la esencia divina con la esencia humana produjo una tercera naturaleza —una naturaleza que no es completamente divina ni completamente humana— es herejía. En el idioma inglés, la primera definición de la palabra mingle [mezcla] en el Webster’s Abridged Dictionary es: “Combinar o unir (una cosa con otra, o dos o más cosas juntas), especialmente de modo que los elementos originales son distinguibles en la combinación”. De acuerdo con esta definición, cuando dos o más cosas se mezclan, ellas no pierden sus naturalezas originales, las cuales permanecen distinguibles entre sí. Ciertamente esto es lo que sucede respecto a Cristo como Dios-hombre. Él fue concebido de dos esencias: la divina y la humana. Por tanto, Él es la mezcla de Dios y el hombre. Pero en Él, tanto la esencia divina como la esencia humana permanecen y son distinguibles entre sí. Estas esencias son mezcladas en Él como una sola persona, sin producir una tercera naturaleza. Como Dios-hombre, Él posee ambas naturalezas, y en Él cada una de esas naturalezas es distinguible.

3. Lo santo

  En Lucas 1:35 Cristo es llamado “lo santo”. Debido a que la concepción provino del Espíritu Santo, lo nacido de esta concepción era santo, intrínsecamente santo. Por ser lo santo, Cristo era absolutamente para Dios y estaba completamente apartado para Dios. Él estaba absolutamente entregado a Dios y era uno con Él.

4. Jesús

  El nombre Jesús le fue dado por Dios. El ángel Gabriel le dijo a María que el niño que ella concebiría sería llamado Jesús (Lc. 1:31). Después, el ángel del Señor se le apareció a José y también le dijo que llamase al niño Jesús (Mt. 1:21). Por tanto, “Jesús” fue un nombre dado por Dios.

  Lucas 1:31 dice: “He aquí, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús”. “Jesús” es el equivalente en el griego del nombre hebreo Josué (Nm. 13:16), que significa Jehová el Salvador o la salvación de Jehová. Por tanto, Jesús no sólo es un hombre, sino también Jehová, y no sólo Jehová, sino Jehová que llega a ser nuestra salvación.

a. Jehová

  El nombre Jesús incluye el nombre Jehová. En hebreo Dios significa el Fuerte, y Jehová significa Yo Soy (Éx. 3:14). En el hebreo, el verbo ser no solamente se refiere al presente, sino que también incluye el pasado y el futuro. Por tanto, el significado correcto de Jehová es Yo Soy el que Soy, Aquel que es en el presente, que era en el pasado y que será en el futuro y por siempre en la eternidad. Éste es Jehová.

  Únicamente Dios es el Eterno. Desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura, Él es el Yo Soy. Debido a que el Señor Jesús es Dios encarnado, Él podía decir de Sí mismo: “Antes que Abraham fuese, Yo soy” (Jn. 8:58). Más aún, Él podía decirle a los judíos: “Si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis”, y: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy” (vs. 24, 28). Debemos comprender que Jesús es el Yo Soy y creer en Él como el Yo Soy. El Señor Jesús es todo cuanto necesitamos. Si necesitamos salvación, Él mismo será la salvación para nosotros. Todo cuanto necesitamos, Él es. Él es vida, luz, poder, sabiduría, justicia, santidad. Todo cuanto necesitamos se halla en Él.

b. El Salvador, o la salvación

  Ya dijimos que el nombre Jesús significa Jehová el Salvador, o Jehová nuestra salvación. Jesús es Jehová-Salvador, Aquel que nos salva de todo cuanto Dios condena y de todo lo negativo. Él nos salva de nuestro pecado y de nuestros pecados, de todos los pecados que nos asedian en nuestra vida diaria, del poder maligno de Satanás y de toda esclavitud y adicción.

  Jesús no solamente es el Salvador, sino que Él mismo es nuestra salvación. Él no simplemente nos da salvación, sino que Él viene a nosotros como nuestra salvación.

  Cuando le invocamos para que nos salve, Él es nuestra salvación. Cuando invocamos a Jesús, no estamos simplemente invocando el nombre de un hombre. Jesús no es simplemente un hombre: Él es Jehová nuestro Salvador, Jehová nuestra salvación. Cuando invocamos el nombre de Jesús, le invocamos como nuestro Salvador y como nuestra salvación. Todo el que invoque el nombre de Jesús será salvo.

  Jesús también es el verdadero Josué. Moisés sacó al pueblo de Dios de Egipto, pero Josué los introdujo en el reposo. Como nuestro Josué, Jesús nos introduce en el reposo. Mateo 11:28 y 29 indican que Jesús es el reposo y que Él nos introduce en Sí mismo como reposo. Hebreos 4:8, 9 y 11 también nos hablan de Jesús como el verdadero Josué, quien nos introduce en el reposo de la buena tierra. Él no solamente es nuestro Salvador que nos salva del pecado, sino que Él es nuestro Josué que nos introduce en el reposo, el cual es Él mismo como la buena tierra. Siempre que invocamos Su nombre, Él nos salva y nos introduce en el disfrute de Sí mismo.

5. Emanuel

  En Su encarnación, Cristo es también Emanuel: “‘He aquí, una virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y llamarán Su nombre Emanuel’ (que traducido es: Dios con nosotros)” (Mt. 1:23). Jesús fue el nombre que Dios le dio, mientras que Emanuel, que significa “Dios con nosotros”, fue como los hombres le llamaron. Jesús el Salvador es Dios con nosotros. Él es Dios, y Él es Dios encarnado para morar entre nosotros (Jn. 1:14). Él no sólo es Dios, sino Dios con nosotros. Sin Él no podemos encontrarnos con Dios, pues Él es Dios. Sin Él no podemos hallar a Dios, pues Él es Dios encarnado.

  Cristo es Emanuel, Dios con nosotros. Aquí “nosotros” se refiere a quienes son salvos, los creyentes. Día tras día tenemos a Cristo como Emanuel. Siempre que tenemos alguna experiencia del Señor Jesús, debemos comprender que Él es Dios con nosotros. Dios dijo que Su nombre sería llamado Jesús. Pero al recibirle y experimentarle, comprendemos que Jesús es Emanuel, Dios con nosotros.

  Cuando invocamos a Jesús, tenemos el sentir de que Dios está con nosotros. Invocamos al Señor Jesús y hallamos a Dios. Jesús no solamente es el Hijo de Dios, sino también Dios mismo. Cuando invocamos a Jesús, obtenemos a Jehová, obtenemos al Salvador, obtenemos salvación y tenemos a Dios con nosotros.

  Cuanto más experimentemos al Señor Jesús, más conoceremos que Él es Emanuel, Dios con nosotros. Es probable que al experimentarlo exclamemos: “¡Éste es Dios! Éste no es un Dios que está lejos de mí, ni el Dios de los cielos, sino que es Dios conmigo”. En nuestra experiencia, Jesús verdaderamente es Emanuel.

  Según Mateo 18:20, siempre que nos congregamos en el nombre de Jesús, Él está con nosotros. Éste es Emanuel, Dios con nosotros. La presencia de Jesús en nuestras reuniones es, de hecho, Dios con nosotros.

  Al final de Mateo 28:20 el Señor dice: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Aquí el Señor nos promete que en Su resurrección Él estará con nosotros todos los días, con toda autoridad, hasta la consumación del siglo, es decir, hasta el fin de esta era. “Todos los días” incluye el día de hoy. El Señor Jesús como Emanuel está con nosotros ahora, ¡hoy mismo!

  En la actualidad Cristo no solamente está entre nosotros, sino que Él está en nuestro espíritu. En 2 Timoteo 4:22 se nos dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Esta Persona que está con nuestro espíritu es Emanuel, Dios con nosotros.

  Hoy en día la presencia del Señor es el Espíritu. No podemos separar al Espíritu de la presencia de Jesús. El Espíritu simplemente es la realidad de la presencia del Señor (Jn. 14:16-20). Esta presencia es Emanuel, Dios con nosotros.

6. El Hijo del Hombre

  En Su encarnación, Cristo es el Hijo del Hombre (Mt. 16:13). Debido a que el Señor Jesús fue concebido del Espíritu Santo, Él es el Hijo de Dios. Debido a que Él también fue concebido en una virgen humana y nació de ella, Él es el Hijo del Hombre. Por el lado divino, Él es el Hijo de Dios; y por el lado humano, Él es el Hijo del Hombre. Debido a que el Señor Jesús es tanto el Hijo de Dios como el Hijo del Hombre, a veces Él indicaba a los demás que Él era el Hijo de Dios (Jn. 5:25; 9:35, 37; 10:36) y otras veces les indicaba que Él era el Hijo del Hombre (1:51; 3:14; 5:27).

  En Su encarnación Cristo se despojó a Sí mismo al dejar a un lado la forma, la expresión externa, de Su deidad, haciéndose semejante a los hombres. Él era Dios mismo y tenía la expresión de Dios. Aunque era igual a Dios, Él dejó a un lado dicha igualdad y se despojó a Sí mismo haciéndose semejante a los hombres. Él se hizo hombre mediante la encarnación. Él no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse; más bien, Él dejó a un lado dicha igualdad y se despojó a Sí mismo. Sin embargo, esto no significa que Cristo en Su vivir humano ya no era Dios. Esto simplemente significa que Él dejó a un lado Su expresión externa propia de Dios. Aunque Él existía en forma de Dios, Él se hizo semejante a los hombres y fue hallado en Su porte exterior como hombre. Como resultado de ello, Su apariencia era la de un hombre en lugar de ser la expresión de Dios.

  Para realizar el propósito de Dios y establecer el reino de los cielos, era necesario que Cristo fuese un hombre. Sin el hombre, el propósito de Dios no puede llevarse a cabo en la tierra y el reino de los cielos no puede ser constituido en la tierra.

7. El segundo hombre

  Cristo en Su encarnación también es el segundo hombre (1 Co. 15:47). Mediante la encarnación de Cristo, Dios en el Hijo se hizo hombre. Dios había creado un hombre con un propósito acorde con Su designio, pero el hombre le falló en relación con Su propósito y perjudicó Su designio. En lugar de crear otro hombre, Dios mismo vino para ser el segundo hombre. Dios vino para ser el segundo hombre no en el Padre ni en el Espíritu, sino en el Hijo.

  Con respecto a Cristo como segundo hombre, 1 Corintios 15:47 dice: “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo”. “De la tierra” denota el origen del primer hombre, Adán, y “terrenal” denota su naturaleza. Como primer hombre, Adán es cabeza de la vieja creación, y la representa como ser creado. Como segundo hombre, Cristo es Cabeza de la nueva creación, y la representa como hombre resucitado. En todo el universo sólo hay dos hombres: el primer hombre, Adán, el cual incluye a todos sus descendientes, y el segundo hombre, Cristo, el cual abarca a todos Sus creyentes. Nosotros los creyentes fuimos incluidos por nacimiento en el primer hombre y llegamos a formar parte del segundo hombre por la regeneración. Nuestra fe nos ha trasladado del primer hombre al segundo. Al formar parte del primer hombre, nuestro origen es la tierra y nuestra naturaleza es terrenal. Al formar parte del segundo hombre, nuestro origen es Dios y nuestra naturaleza es celestial. La expresión del cielo denota el origen divino y la naturaleza celestial del segundo hombre, Cristo.

8. El postrer Adán

  En la encarnación Cristo no solamente es el segundo hombre, sino también el postrer Adán. Con respecto a Cristo como postrer Adán, 1 Corintios 15:45 dice: “Así también está escrito: ‘Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente’; el postrer Adán, Espíritu vivificante”. En este versículo se hallan implícitas la vieja creación y la nueva creación. Adán, el primer hombre, era la cabeza de la vieja creación. Cuando Dios lo creó, Adán fue hecho alma viviente. Esto significa que él llegó a ser una persona, un ser humano. En el hebreo, la palabra para Adán significa hombre. Que Cristo sea el postrer Adán implica la finalización y conclusión de la vieja creación. La vieja creación finalizó con un hombre, el postrer Adán. Este hombre que puso fin a la vieja creación fue hecho Espíritu vivificante en resurrección. Ahora este Espíritu es el centro y el pulso vital de la nueva creación. La vieja creación fue creada por Dios. La nueva creación, sin embargo, llega a existir no mediante la creación, sino mediante la resurrección. Por tanto, en 1 Corintios 15:45 se hallan implícitas dos creaciones: la vieja creación con el hombre que es alma viviente como su centro, y la nueva creación en resurrección con el Espíritu vivificante como su centro. Mediante la encarnación Cristo fue hecho el postrer Adán para morir en la cruz a fin de poner fin a la vieja creación, y mediante la resurrección Él, como postrer Adán, llegó a ser Espíritu vivificante para hacer germinar la nueva creación.

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