
En este mensaje comenzaremos a considerar la persona de Cristo en el cumplimiento de los tipos y figuras del Antiguo Testamento. En Su sabiduría, Dios no solamente se vale de las profecías para predecir la venida de Cristo, sino que también recurre a tipos y figuras para presentarnos a Cristo. Por tanto, podemos ver la persona de Cristo tanto en el cumplimiento de las profecías como en el cumplimiento de los tipos y figuras del Antiguo Testamento. Debido a que una figura a veces es usada en la profecía, ciertos versículos pueden ser usados tanto para el cumplimiento de una profecía como para el cumplimiento de una figura. Debemos aprender cómo entender los tipos y figuras de Cristo en el Antiguo Testamento y su correspondiente cumplimiento en el Nuevo Testamento. Debemos saber qué dice la Biblia con respecto a estos asuntos, no conforme al entendimiento natural, sino conforme al significado espiritual.
En Génesis 1:3, la luz es una figura de Cristo: “Dijo Dios: Haya luz; y hubo luz”. La luz es, en realidad, el camino o el medio por el cual Dios hizo existir lo creado. Según Génesis 1, después que la luz llegó a existir el camino fue abierto para que Dios diera existencia a otras cosas. La luz es necesaria para generar vida. Según la revelación en la Biblia, la luz tiene por finalidad la vida. Todo lo creado y hecho por Dios está enfocado en la vida y tiene por finalidad la vida. La luz y la vida van juntas. Por tanto, para la obra de creación efectuada por Dios en Génesis 1, había necesidad de luz. Dios ordenó que la luz viniera, y la luz vino.
La luz en Génesis 1:3 tipifica a Cristo como luz verdadera. Esto es revelado especialmente en el Evangelio de Juan. En Juan 1:4 y 5 vemos que la luz es Cristo, la Palabra viviente de Dios. Cuando Cristo viene como luz verdadera para resplandecer en las tinieblas, las tinieblas no pueden prevalecer sobre Él. En Juan 8:12 el Señor dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. En Juan 9:5 Él añade: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo”. En Génesis la luz tiene por finalidad la vieja creación, pero en Juan 1:8 y 12 la luz tiene por finalidad la nueva creación. La vieja creación fue traída a la existencia por medio de la luz física, y la nueva creación está siendo generada por medio de Cristo como luz espiritual. La luz física en Génesis 1, por tanto, es un tipo de Cristo como luz espiritual para la nueva creación de Dios. Cuando recibimos a Cristo, Él se convirtió en nuestra vida, y esta vida ahora es la luz de la vida dentro de nosotros que nos saca de las tinieblas. Además, esta luz abre nuestros ojos y nos da la vista espiritual.
Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús recibiéndolo en nuestro ser, la vida divina entró en nosotros. Como resultado de ello, tuvimos el sentir de que algo resplandecía dentro de nosotros, el resplandor de la vida. Este resplandor es confirmación clara de que hemos nacido de Dios. Habiendo recibido a Cristo, quien es la expresión de Dios, ahora le tenemos a Él como nuestra vida, y esta vida es la luz que resplandece en nuestro ser a fin de iluminarnos. Las tinieblas no pueden prevalecer sobre esta luz ni apagarla; más bien, Cristo como luz disipa las tinieblas. Cristo es verdaderamente la luz de la vida para la nueva creación.
Génesis 2:9 dice: “Hizo Jehová Dios brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer, y también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal”. Aquí el árbol de la vida no es un tipo sino una figura, la cual representa a Dios en Cristo como nuestra vida. Dios desea ser nuestra vida, pero esto no puede ser expresado fácilmente mediante simples palabras. Por tanto, en Génesis 2:9 Él usa una figura —el árbol de la vida— para representar este deseo. El árbol de la vida representa al Dios Triuno en Cristo quien, como vida que genera, se imparte en Su pueblo escogido. En Génesis 2 vemos una figura, pero en el Nuevo Testamento tenemos el cumplimiento de esta figura.
El árbol de la vida es el centro del universo. Según el propósito de Dios, la tierra es el centro del universo, el huerto del Edén es el centro de la tierra y el árbol de la vida es el centro del huerto del Edén. Por tanto, el universo está centrado en el árbol de la vida. Nada es más central y crucial para Dios y el hombre que el árbol de la vida. El árbol de la vida en el huerto era un indicador de que Dios desea ser nuestra vida en forma de alimento.
El Nuevo Testamento revela a Cristo como cumplimiento de la figura del árbol de la vida. Refiriéndose a Cristo, Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida”. Puesto que Juan 1:3 se refiere a la creación en Génesis 1, la mención a la vida hecha en el versículo 4 debe referirse a la vida representada por el árbol de la vida en Génesis 2. Esto es confirmado por el hecho de que en Apocalipsis 22 Juan menciona el árbol de la vida. La vida mostrada por el árbol de la vida en Génesis 2 era la vida encarnada en Cristo. El Señor nos dijo que Él mismo es vida (Jn. 14:6). Además, Juan 15 revela que Cristo es la vid, esto es, un árbol. Por un lado, Él es un árbol, por otro, Él es vida. Si ponemos juntos Juan 1:4 y 15:5, comprenderemos que Cristo es el árbol de la vida. El hecho de que Él dijera en Juan 6 que Él es el pan de vida indica que Él ha venido a nosotros como árbol de la vida en forma de alimento. Por tanto, Cristo, la corporificación de Dios, es el árbol de la vida.
Con respecto a Cristo como cumplimiento de la figura del árbol de la vida en Génesis 2:9, Apocalipsis 2:7 dice: “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios”. La intención original de Dios era que el hombre comiera del árbol de la vida. A causa de la caída, el camino al árbol de la vida le fue cerrado al hombre (Gn. 3:22-24). Mediante la redención efectuada por Cristo, el camino para llegar al árbol de la vida, el cual es Dios mismo en Cristo como vida para el hombre, ha sido abierto de nuevo (He. 10:19-20). Sin embargo, en la degradación de la iglesia, la religión se infiltró con su conocimiento para distraer a los creyentes de comer a Cristo como el árbol de la vida. Por ello, en Apocalipsis 2:7 el Señor les promete a los vencedores que, como recompensa, habría de darles a comer de Sí mismo como árbol de la vida. La palabra que se tradujo “árbol” en Apocalipsis 2:7, al igual que en 1 Pedro 2:24, es la palabra para “madero” en el griego; no es la palabra que usualmente se traduciría “árbol”. Ya vimos que el árbol de la vida se refiere a Cristo como corporificación del Dios Triuno a fin de ser nuestra vida en forma de alimento. Aquí, en Apocalipsis 2:7, esta expresión hace referencia al Cristo crucificado (implícito en el árbol como madero, 1 P. 2:24) y resucitado (implícito en la vida zoé, Jn. 11:25), quien ahora está en la iglesia, cuya consumación será la Nueva Jerusalén, donde el Cristo crucificado y resucitado será el árbol de la vida para los redimidos de Dios a fin de que éstos le disfruten por la eternidad (Ap. 22:2, 14). Comer del árbol de la vida no sólo constituía la intención original de Dios con respecto al hombre, sino que también será el resultado eterno de la redención efectuada por Cristo. Por la eternidad, el pueblo redimido de Dios disfrutará del árbol de la vida como su porción.
Apocalipsis 22:2 dice: “A uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida” El hecho de que el árbol de la vida crezca a los dos lados del río, indica que el árbol de la vida es una vid que crece y se extiende a lo largo del río de vida para que el pueblo de Dios lo reciba y lo disfrute. Este árbol cumple por la eternidad lo que Dios se propuso desde el principio. En la eternidad el pueblo redimido de Dios disfrutará del árbol de la vida, esto es, ellos disfrutarán a Cristo, el Hijo de Dios, el Cordero redentor, como su eterno suministro de vida.
Apocalipsis 22:14a dice: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida”. Después que fue creado, el hombre fue puesto frente al árbol de la vida, lo cual indica que tenía el privilegio de participar de este árbol. Pero debido a la caída del hombre, el camino al árbol de la vida fue cerrado para el hombre por la gloria, santidad y justicia de Dios (Gn. 3:24). Mediante la redención de Cristo, la cual cumplió los requisitos de la gloria, santidad y justicia de Dios, el camino al árbol de la vida ha sido nuevamente abierto para los creyentes. Por tanto, los creyentes que lavan sus ropas en la sangre redentora de Cristo tienen derecho a disfrutar del árbol de la vida como su porción eterna.
Adán es un tipo de Cristo (Gn. 2:7; 1 Co. 15:45, 47; Ro. 5:14). En Romanos 5:14 se nos dijo que Adán “es tipo del que había de venir”, Cristo. Adán fue la cabeza del viejo hombre colectivo (la humanidad). Toda la humanidad participa de todo lo que él hizo y de todo lo que le sucedió. A este respecto, Adán es tipo de Cristo, quien es la Cabeza del nuevo hombre corporativo (la iglesia, Ef. 2:15-16). Todos los miembros del Cuerpo de Cristo, la iglesia, también participan de todo lo que Cristo hizo y de todo lo que le sucedió (Ef. 1:22-23).
Adán fue el primer hombre (1 Co. 15:47) y también el primer Adán (v. 45). Adán fue creado por Dios y no tenía participación alguna en la vida y naturaleza de Dios. Él era simplemente la creación de Dios, obra de Sus manos.
Cristo es el segundo Hombre y el postrer Adán (45, 1 Co. 15:47). Él es el último hombre, y después de Él no hay un tercer hombre, pues el segundo Hombre es el postrer Adán. Después de Él no hay un tercer Adán. Este segundo Hombre no fue creado por Dios; más bien, Él es un hombre mezclado con Dios. Él es Dios encarnado a fin de ser un hombre. El primer hombre no tenía nada de la naturaleza y vida de Dios, pues era meramente creación de Dios. El segundo Hombre es la mezcla de Dios con Su criatura, lleno de la naturaleza y vida de Dios. Él es un hombre mezclado con Dios, un Dios-hombre. La plenitud de la Deidad está corporificada en Él (Col. 2:9; Jn. 1:16).
Cristo, como postrer Adán, es el fin del viejo linaje, el fin de la humanidad en la vieja creación. Cristo, como segundo Hombre, es el principio de otro linaje, el inicio de un nuevo hombre. No hay un segundo Adán, únicamente el postrer Adán. Desde la perspectiva divina, existe únicamente un solo Adán que se inicia con Adán y termina con Jesús el hombre. Por tanto, el primer Adán es el inicio de la humanidad, y el postrer Adán es la finalización de la humanidad.
El tiempo que va desde la encarnación de Cristo hasta Su resurrección constituye un período de transición del viejo hombre, o viejo linaje, al nuevo linaje. El segundo Hombre nació mediante la encarnación, pero Él renació mediante la resurrección. En la encarnación, Cristo nació para ser el segundo Hombre y también llevó sobre Sí al viejo hombre. Luego el viejo hombre fue aniquilado en la cruz, y el segundo Hombre renació en resurrección. Es por esta razón que podemos hablar de Cristo primero como postrer Adán y después como segundo Hombre.
En el cumplimiento de los tipos y figuras del Antiguo Testamento, Cristo es el sacrificio que proveyó las túnicas de pieles para Adán y Eva. “Y Jehová Dios hizo a Adán y a su mujer túnicas de pieles y los vistió” (Gn. 3:21). En este versículo vemos un anticipo de la redención que habría de efectuarse miles de años después. Adán y Eva estaban en una situación en la que necesitaban redención. Sabiendo que eran criaturas caídas y pecaminosas, ellos intentaron cubrirse con delantales hechos de hojas de higuera (v. 7). Entonces Dios intervino para hacerse cargo de la situación, prometiendo que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente (v. 15). Luego Dios hizo túnicas de pieles con las cuales los vistió. La expresión túnicas de pieles implica que cierta clase de sacrificio, probablemente un cordero, fue inmolado en beneficio de ellos. Ese sacrificio fue un tipo de Cristo como nuestra justicia (1 Co. 1:30) que nos cubre con Él mismo.
Que Dios hiciera túnicas de pieles para Adán y Eva, y que los vistiera, significa que Él los justificó. Ser justificados significa ser cubiertos con la justicia de Dios, la cual es Cristo mismo. Que Adán y Eva estuvieran bajo la cobertura de las túnicas de pieles significaba que ellos estaban en Cristo, pues la túnica es un tipo claro de Cristo como justicia de Dios (Fil. 3:9) que nos cubre. Por tanto, en términos figurativos, Adán y Eva estaban en Cristo.
El sacrificio que produjo las túnicas de pieles para Adán y Eva fue inmolado como sustituto de ellos. Que ellos se pusieran las túnicas de pieles estaba basado en el derramamiento de sangre del sacrificio. El cordero inmolado fue su sustituto. Después, Dios los cubrió con una túnica de pieles de cordero, con lo cual ellos se hicieron uno con el cordero. Como pecadores ellos se hicieron uno con el sustituto. Esto es cuestión de una unión, una unión en virtud de la cual se experimenta la eficacia de la sustitución, pues sin la unión el acto de sustitución permanece en sí mismo. Tal sustitución no tiene nada que ver con nosotros mismos hasta que nosotros entramos en una unión con Aquel que nos sustituyó. Una vez participamos de tal unión, todo cuanto el sustituto ha logrado viene a ser nuestro. Cristo lo hizo todo por nosotros en la cruz, pero sin la unión, todo cuanto Él logró no está vinculado a nosotros mismos. Pero cuando somos hechos uno con Cristo al creer en Él, todo cuanto Él logró en la cruz llega a ser nuestro. Por tanto, la unión introduce la eficacia de la sustitución.
En Gálatas 2:17 y 3:27 vemos el cumplimiento del tipo descrito en Génesis 3:21. Gálatas 2:17 habla de “buscando ser justificados en Cristo”. Gálatas 3:27 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. Creer es entrar en Cristo creyendo en Él (Jn. 3:16), y ser bautizados consiste en ser puestos en Cristo por medio del bautismo. Por la fe y el bautismo hemos sido sumergidos en Cristo, revistiéndonos así de Cristo e identificándonos con Él.
Revestirse de Cristo al ser bautizados en Cristo es vestirse con Cristo, ponerse a Cristo como una vestimenta. Por un lado, en el bautismo somos sumergidos en Cristo; por otro, en el bautismo nos vestimos de Cristo. Cuando una persona es sumergida en Cristo, automáticamente se viste de Cristo como su vestimenta. Esto quiere decir que el bautizado se ha hecho uno con Cristo, habiendo sido sumergido en Él y habiéndose revestido de Él.
Ser bautizado en Cristo es entrar en una unión orgánica con el Dios Triuno. A fin de experimentar esta unión orgánica, debemos creer en Cristo y ser bautizados en Él. Creer y ser bautizados son dos partes de un mismo paso. Primero creemos en Cristo y después somos bautizados en Él. Al creer en Cristo, entramos en Él. Al creer nos introducimos en Él y, por ende, experimentamos una unión orgánica con Él, con lo cual somos hechos un espíritu con Él. Además de creer en Cristo, lo cual es algo interno y subjetivo, también es necesario que seamos bautizados en Él, un acto que es externo y objetivo. Es mediante el acto interno de creer y el acto externo de ser bautizados que damos un paso completo para entrar en el Dios Triuno. El paso que comienza con creer en Cristo es completado al ser bautizados en Él. De este modo tiene lugar, de manera plena, una unión orgánica entre los creyentes y el Dios Triuno. En esta unión verdaderamente somos revestidos con Cristo.
Según 1 Pedro 3:20-21, el arca construida por Noé y dentro de la cual él y su familia entraron es un tipo de Cristo. En Génesis 6:14-16 vemos que el arca tenía tres pisos, que fue hecha de madera de gofer y que fue calafateada por dentro y por fuera con brea. Que el arca tuviera tres pisos denota al Dios Triuno; por tanto, en el arca tenemos un tipo de los Tres de la Deidad. Esto indica que el Dios Triuno está en Cristo, mezclado con la naturaleza humana tipificada por la madera usada en la construcción del arca.
El arca fue hecha de madera de gofer, una variedad de ciprés muy resinosa. Esta madera resinosa es muy resistente al agua. En las Escrituras el ciprés representa al Cristo crucificado, capaz de resistir las aguas de la muerte. Él probó la muerte, y la muerte no pudo hacerle daño. El arca hecha de madera de gofer pasó por las aguas, pero no sufrió daño alguno. Esto representa la solidez de Cristo como el Crucificado. Cristo es la verdadera madera de gofer, el verdadero ciprés lleno de resina y fuerte para resistir las aguas de la muerte.
El arca hecha por Noé estaba cubierta por dentro y por fuera con brea (Gn. 6:14). La palabra hebrea usada para “brea” tiene la misma raíz que la palabra hebrea que se usa para “expiación”. El principal significado de esta palabra hebrea es “cubrir”. La palabra para referirse a la cubierta del Arca del Testimonio, el asiento de misericordia, también procede de esta misma raíz. La totalidad del arca estaba cubierta con expiación. Esto indica que en Cristo, quien cumple el tipo del arca, tenemos la plena cobertura propia de Su redención.
Génesis 7:13 dice: “En ese mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet —hijos de Noé—, la mujer de Noé y las tres mujeres de sus hijos con ellos en el arca”. Noé y su familia no hubieran podido ser salvos si permanecían fuera del arca. Ellos fueron salvos debido a que entraron en el arca. Que Noé y su familia entrasen en el arca es un tipo de nuestra entrada en Cristo. Es únicamente al entrar en Cristo que nosotros podemos ser salvos.
El arca fue para la salvación no solamente del hombre, sino también para la salvación de todos los seres vivos creados por Dios (Gn. 7:13-23). Según Hebreos 2:9, Cristo gustó la muerte “por todas las cosas”. Esto revela que Cristo efectuó la redención no sólo por la humanidad, sino también por todas las cosas que Dios creó. Por esta razón, Colosenses 1:20 dice que Dios, por medio de Cristo, reconcilió consigo todas las cosas. Esto es claramente tipificado por la redención efectuada mediante el arca de Noé, en la cual fueron salvas no sólo ocho personas, sino también todos los seres vivos creados por Dios. El hecho de que tanto criaturas como seres humanos estuvieron en el arca indica que Cristo murió una muerte todo-inclusiva en beneficio de toda criatura. Por tanto, el arca no fue solamente para la salvación del hombre, sino también para la salvación de todos los seres vivos.
Otro tipo de Cristo es Melquisedec (Gn. 14:18-20). Génesis 14:18 dice: “Melquisedec, rey de Salem, sacó pan y vino; él era sacerdote de Dios el Altísimo”. Salem significa “paz”, y Melquisedec significa “rey de justicia”. Melquisedec es tipo de Cristo como Sumo Sacerdote de Dios. Esto no es revelado en Génesis 14, sino en el salmo 110, donde dice que el Ungido de Dios, el Cristo, es Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, orden anterior al de Aarón. El sacerdocio aarónico se hacía cargo del pecado, con lo cual se hacía cargo del aspecto negativo; el ministerio de Melquisedec, por el contrario, tiene un sentido positivo. Melquisedec no se presentó a Abraham con una ofrenda que quitase el pecado, sino con pan y vino para alimentarlo. Casi todos los cristianos consideran a Cristo como Sumo Sacerdote que quita el pecado, pero pocos prestan atención a Cristo como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Como tal Sumo Sacerdote, Cristo no quita el pecado, sino que nos ministra al Dios procesado, representado por el pan y el vino, como nuestro alimento.
En Hebreos 6:20—7:3 vemos el cumplimiento del tipo presentado en Génesis 14:18-20. Allí Cristo es “Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (He. 6:20). La purificación de los pecados realizada por Cristo es tipificada por la obra de Aarón, mientras que el hecho de que Cristo esté sentado a la diestra de la Majestad en las alturas (He. 1:3) corresponde al orden de Melquisedec (Sal. 110:1, 4). La obra que Cristo realizó en la cruz, tipificada por la obra de Aarón, nos proporciona el perdón de los pecados. Su ministerio desde el trono en los cielos nos ministra el suministro celestial para que podamos vencer el pecado.
Siempre que la mayoría de cristianos se refieren a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, ellos tienen el concepto de que Él es el Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios a Dios por nuestros pecados. Esto, por supuesto, es correcto, pero atiende únicamente al aspecto negativo. El Cristo que como Sumo Sacerdote ofrece sacrificios a Dios está tipificado por Aarón. Esto tuvo lugar en el pasado. En la actualidad Cristo ya no ofrece sacrificios por el pecado; más bien, Él nos ministra al Dios Triuno como nuestro suministro. En el pasado Cristo ofreció sacrificios a Dios por nuestros pecados, según es tipificado por Aarón. En la actualidad Él nos ministra al Dios Triuno como nuestro suministro en conformidad con el orden de Melquisedec. Esto queda demostrado por el hecho de que Melquisedec viniera a Abraham. Melquisedec, como sacerdote del Altísimo, no ofreció sacrificios a Dios por el pecado de Abraham, sino que le ministró pan y vino a Abraham. Tal como lo indican los símbolos de la mesa del Señor, en la Biblia el pan y el vino representan al Dios procesado como nuestro suministro. Nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, no es sacerdote según el orden de Aarón quien ofrece sacrificios a Dios, sino que Él es sacerdote según el orden de Melquisedec quien ministra al Dios Triuno procesado a nuestro ser.
Melquisedec era un rey, y su nombre significa “rey de justicia”. En Isaías 32:1 este título se refiere al Señor Jesús. Cristo es el Rey de justicia, el Melquisedec actual. Cristo, como Rey de justicia, hizo que todas las cosas estuviesen en buenos términos con Dios y entre ellas. Él nos ha reconciliado con Dios y apaciguó a Dios en beneficio nuestro. La justicia tiene como fruto la paz (v. 17). En virtud de Su justicia, Cristo produjo el fruto de paz.
Melquisedec es también el rey de Salem, que significa “rey de paz”, lo cual denota que Cristo es también el Rey de paz (Is. 9:6). Cristo, como Rey de paz en virtud de la justicia, ha producido la paz entre nosotros y Dios. Es en esta paz que Él cumple el ministerio de Su sacerdocio al ministrarnos a Dios para nuestro disfrute.
Según el tipo presentado en Génesis 14, después que vino Melquisedec, el rey de justicia y el rey de paz, hubo justicia y paz. Es en este ámbito de justicia y paz que Melquisedec ministró pan y vino al vencedor. Esto retrata el ministerio de Cristo, nuestro real Sumo Sacerdote.
Nuestro real Sumo Sacerdote es perpetuo, eterno, sin principio ni fin. Hebreos 7:3 dice acerca de Melquisedec que él es “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”. Debido a que nuestro Melquisedec es eterno, Él no tiene genealogía. Esto también da cumplimiento al tipo presentado en Génesis 14. Para todos los personajes importantes del libro de Génesis hay una genealogía, pero no para Melquisedec; en la redacción divina, el Espíritu Santo soberanamente no hizo un relato del principio de sus días ni del fin de su vida, de modo que él pueda ser un tipo apropiado de Cristo, el Eterno, a fin de ser nuestro Sumo Sacerdote perpetuamente. Esto es similar a la presentación hecha en el Evangelio de Juan con respecto al Hijo de Dios quien, por ser eterno, no tiene genealogía (Jn. 1:1). Pero como Hijo del Hombre, Cristo tiene una genealogía (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38). Es tal Cristo quien es el Sumo Sacerdote que nos ministra al Dios procesado como nuestro suministro diario. Él es Aquel que es perpetuo, inmutable y eterno, el cual no tiene principio ni fin de días.