
En este mensaje consideraremos más con respecto a lo que, en Su persona, Cristo es para los creyentes.
Cristo es el Espíritu vivificante para la experiencia y disfrute de los creyentes. En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán era Jesucristo en la carne. Como hombre en la carne, Él era el Cordero de Dios que quitó nuestros pecados. Además, cuando Él fue crucificado, puso fin a nuestra vida natural y a nuestro yo. Esto hizo posible que nosotros recibiéramos la vida divina. Después de morir en la cruz, el postrer Adán, nuestro Redentor, llegó a ser en Su resurrección el Espíritu vivificante a fin de impartirse como vida en nosotros.
Cuando creímos en el Señor Jesús y le recibimos como nuestro Redentor, fue el Espíritu vivificante quien entró en nosotros. Tal vez no hayamos comprendido todavía que recibimos al Señor Jesús no solamente como Redentor y Salvador, sino también como Espíritu vivificante. Cuando creímos en Cristo, lo hicimos sabiendo que éramos pecaminosos; por ende, oramos, nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados y le recibimos como nuestro Redentor. Si bien le recibimos como nuestro Redentor, Él entró en nosotros no solamente como Redentor, sino también como Espíritu vivificante con el propósito de impartirnos vida. Como Espíritu vivificante, Él es el Espíritu que imparte vida.
El Espíritu vivificante es la realidad y el pulso vital de la resurrección de Cristo. Si Cristo hubiera resucitado meramente en Su cuerpo y no hubiese llegado a ser el Espíritu vivificante, Su resurrección no sería tan significativa para nosotros. Habría constituido apenas un hecho objetivo para nosotros, sin relación alguna con la vida, y podría ser para nosotros algo comparable a la resurrección de Lázaro. La resurrección de Lázaro fue meramente un acto de resurrección; no produjo nada relacionado con la vida. Pero la resurrección de Cristo es un asunto íntegramente relacionado con la vida, pues fue en resurrección que Él llegó a ser el Espíritu vivificante para impartir vida en los creyentes. Por tanto, la resurrección no fue meramente un acto logrado por Cristo en términos objetivos, sino que estuvo estrechamente relacionado con nosotros en términos subjetivos. La resurrección no fue apenas un evento, sino que también fue un proceso para generar al Espíritu vivificante. Fue mediante el proceso de la resurrección que Cristo, habiendo puesto fin a la vieja creación, llegó a ser el Espíritu vivificante, el elemento que hace germinar la nueva creación. Cuando Cristo entró en resurrección, Él llegó a ser el Espíritu dador de vida. En realidad este Espíritu vivificante es el Dios Triuno procesado. El Dios Triuno pasó por el proceso de la encarnación, la crucifixión y la resurrección; y ahora, en resurrección, Él es el Espíritu vivificante que posee la esencia de vida para hacer germinar la nueva creación. Hemos llegado a ser la nueva creación que fue germinada por el Dios Triuno procesado como Espíritu vivificante.
Además, el Espíritu vivificante es la totalidad de todo lo que Cristo es como Persona todo-inclusiva. En 1 Corintios se nos revela que Cristo, quien es la porción de todos los creyentes y a cuya comunión fuimos llamados (1:2, 9) es todo-inclusivo. Él es el poder de Dios y la sabiduría de Dios como justicia, santificación y redención para nosotros (vs. 24, 30); Él es nuestra gloria para nuestra glorificación (2:7) y, por tanto, el Señor de gloria (v. 8); Él es las profundidades de Dios (v. 10); el fundamento único del edificio de Dios (3:11); nuestra Pascua (5:7), el pan sin levadura (v. 8), el alimento espiritual y la roca espiritual de la cual fluye la bebida espiritual (10:3-4); la Cabeza (11:3) y el Cuerpo (12:12); las primicias (15:20, 23), el segundo hombre (v. 47) y el postrer Adán. Como tal Persona todo-inclusiva, Él ahora es el Espíritu vivificante, la totalidad de todo lo que Él es para nuestra experiencia y disfrute.
Como Espíritu vivificante, Cristo también es el Espíritu que libera y transforma. Todos estos tres aspectos de Cristo como Espíritu son hallados en 2 Corintios 3. En el versículo 6 tenemos el Espíritu que da vida; en el versículo 17, el Espíritu que libera; y en el versículo 18, el Espíritu que transforma.
En 2 Corintios 3:17 se nos dice: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Según el contexto, aquí la expresión el Señor debe de referirse a Cristo el Señor (2:12, 14-15, 17; 3:3-4, 14, 16; 4:5). Por tanto, este pasaje nos dice clara y enfáticamente que Cristo el Señor es el Espíritu. Además, la expresión el Espíritu del Señor indica que el Espíritu y el Señor son uno solo. “Donde está el Espíritu del Señor” significa donde el Espíritu, el Señor, está. El Espíritu del Señor en realidad es el Señor mismo, en quien hay libertad. Aquí la libertad se refiere a lo que nos libera de la letra de la ley (Gá. 2:4; 5:1).
El Señor es el Espíritu que nos da libertad. Debido a que el Señor es el Espíritu, cuando nos volvemos a Él, somos liberados de la esclavitud de la letra de la ley. Donde está el Espíritu del Señor, allí no hay esclavitud, no hay muerte, no existen las ataduras propias de la letra de la ley y sus preceptos. Debido a que Cristo como Espíritu que libera está dentro de nosotros, somos libres de la ley, de la esclavitud, de los preceptos y de la letra muerta.
En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Cristo como Espíritu vivificante al presente realiza una obra de transformación dentro de nosotros al impartirse en nuestro ser como vida. Cuando nos abrimos a Él, le contemplamos y le reflejamos, nos encontramos bajo un proceso de transformación. Entonces, todo lo que Él es, es transfundido a nuestro ser. Al recibir la transfusión de lo que Él es, habremos de experimentar una transformación completa. Seremos transformados a Su imagen de una etapa de gloria a otra etapa de gloria hasta que, finalmente, seremos iguales a Él. Esto tiene lugar únicamente por medio de Cristo como Señor Espíritu.
La gloria en 2 Corintios 3:18 es la gloria del Cristo resucitado y ascendido, quien es tanto Dios como hombre. Esta Persona pasó por la encarnación, el vivir humano y la crucifixión para después, habiendo efectuado plena redención, entrar en la resurrección y llegar a ser el Espíritu vivificante. Como Espíritu vivificante, el Cristo resucitado mora en nosotros para hacer real a nosotros Su propia persona y todo lo que Él logró, obtuvo y alcanzó, de modo que podamos ser uno con Él y podamos ser transformados a Su imagen de gloria en gloria. Cuando a cara descubierta miramos y reflejamos la gloria del Señor, Él nos infunde los elementos de lo que Él es y ha hecho. De esta manera somos transformados metabólicamente hasta tener la forma de Su vida por medio del poder y la esencia de la misma, es decir, estamos siendo transfigurados a Su imagen, principalmente por la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). Esta transformación es de gloria en gloria, esto es, del Señor Espíritu al Señor Espíritu. El Señor Espíritu es sobre el Señor Espíritu; esto significa que el Señor Espíritu como rico suministro es continuamente añadido a nuestro ser.
La “imagen” mencionada en el versículo 18 es la imagen del Cristo resucitado y glorificado. “La misma imagen” indica que somos conformados al Cristo resucitado y glorificado, es decir, estamos siendo hechos iguales a Él. Esta transformación a la misma imagen es de un grado de gloria a otro grado mayor de gloria, pues la transformación es el continuo proceso de vida en resurrección.
El título el Señor Espíritu puede considerarse un título compuesto, tal como Dios el Padre y Cristo el Señor. Esta expresión nuevamente demuestra y confirma de manera contundente que Cristo el Señor es el Espíritu y que el Espíritu es Cristo el Señor.
La palabra transformados implica el inescrutablemente rico suministro de Cristo. A medida que recibimos este suministro, el mismo reemplaza el viejo elemento presente en nuestro ser haciendo que dicho elemento sea purgado y eliminado. El resultado es que algo nuevo se produce en nosotros, tal como nuevas células y tejidos son producidos en nuestro cuerpo mediante el proceso del metabolismo. Sabemos que éste es el concepto de Pablo respecto a la transformación porque él indicó que somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu. Es con miras a la experiencia de transformación de los creyentes que Cristo pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección a fin de llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que libera y transforma, el cual mora en nuestro espíritu. Este Espíritu ahora imparte en nosotros al Cristo resucitado con todas Sus riquezas para nuestra transformación.
Para los creyentes, Cristo también es la puerta para salir del redil (Jn. 10:9). El redil en Juan 10 representa la ley y también el judaísmo, la religión de la ley. Antes que Cristo viniera, Dios puso a Su pueblo escogido bajo la custodia de la ley. La ley era el redil donde el pueblo de Dios, las ovejas, fue mantenido y protegido temporalmente hasta que los pastos —el lugar permanente destinado para las ovejas— estuvieran listos. Cristo es los pastos, el lugar permanente en el cual debe quedarse el pueblo de Dios. Antes que Cristo viniera, Dios preparó la ley como redil donde, temporalmente, Su pueblo escogido fuera guardado y estuviera confinado. Sin embargo, la religión judía utilizó la ley para formar el judaísmo, el cual se convirtió en el redil.
Juan 10 revela que Cristo es la puerta por la cual el pueblo de Dios sale del redil y viene a los pastos. Dios ya no tiene la intención de mantener a Su pueblo escogido en el redil de la ley. Él desea que ellos salgan de la ley y vayan a Cristo. Ahora, durante la era del Nuevo Testamento, Dios se ha propuesto sacar a Su pueblo de la ley por medio de Cristo como puerta. Cristo ha venido, y los pastos están listos. No hay necesidad de que las ovejas sigan confinadas más tiempo bajo la custodia de la ley judaica. Ellas deben ser liberadas del redil de la ley para que disfruten las riquezas de los pastos. Cristo es la puerta por la cual Sus creyentes pueden salir de cualquier clase de redil y entrar en Él mismo, quien es los pastos.
En la actualidad, a los ojos de Dios, las diversas denominaciones, sectas y grupos independientes son rediles. Además, un redil es todo aquello que se ha convertido en un legalismo. Todo aquello que fue inicialmente usado por Dios y después se convierte en un legalismo, es un redil. Por ejemplo, el bautismo por inmersión es correcto, pero si lo convertimos en un legalismo, habremos formado otro redil. Para ser guardados de todo legalismo con respecto a lo que Dios usó, lo único que nos debe importar es Cristo mismo y debemos enfocarnos únicamente en Él.
Como puerta para salir del redil, Cristo es nuestra libertad de todo legalismo. En Cristo obtenemos la libertad para entrar y salir; esto significa que no tenemos legalismo alguno. La libertad de la cual disfrutamos es Cristo mismo. Debido a que Cristo es nuestra libertad, nuestra puerta, ya no estamos sujetos a ningún legalismo. Por supuesto, esto no significa que tengamos libertad para dar rienda suelta a nuestra carne (Gá. 5:13). En Cristo no estamos sujetos a ningún legalismo. Debido a que Cristo es nuestra puerta, tenemos verdadera libertad.
Juan 10:9 dice: “Yo soy la puerta; el que por Mí entre, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Fuera del redil están los pastos verdes, los cuales representan a Cristo como lugar donde se alimentan las ovejas. Cuando los pastos no están disponibles, las ovejas tienen que ser mantenidas temporalmente en el redil; pero cuando los pastos están disponibles, las ovejas deben salir del redil y permanecer en los pastos de manera permanente. Como creyentes en Cristo, ahora debemos disfrutarle como nuestros pastos.
El Señor Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (v. 10b). Esto significa que, debido a que Él es los pastos para los Suyos, Cristo vino a impartirse como vida en Sus ovejas. Siempre y cuando las ovejas permanezcan en los pastos, ellas tendrán el suministro de vida abundantemente. Al alimentarse de los pastos, las ovejas disfrutarán de los pastos como abundante suministro de vida, pues el Señor Jesús es su vida abundante. Ellas disfrutarán de Él y le experimentarán como su vida.
A fin de ser los pastos de vida para las ovejas, Cristo tenía que morir por ellas. Todo el pasto viviente ingerido por las ovejas tiene que pasar por el proceso de muerte. Por tanto, el Señor puso Su vida por Sus ovejas (vs. 11, 15). Cristo tenía que morir por las ovejas a fin de ministrarse como vida a ellas y, de este modo, ser los pastos para ellas.
Hay un himno que nos habla del Señor Jesús como Aquel que nos sacó del redil y nos introdujo en Sí mismo como los pastos:
Nuestro Pastor admirable, Cristo Jesús, nos sacó De aquel redil a los pastos, Y Sus riquezas nos dio.
¡Gloriosa iglesia! ¡Rico, abundante caudal! Aquí en unión habitando, Dios manda vida eternal.
Nos encontró en divisiones, Hambrientos, casi al morir; A buena tierra nos trajo, Mi espíritu hizo vivir.
Nuestro Jesús es el pasto, Nuestra comida también; Siempre alimenta el rebaño, Al congregarnos con Él.
Himnos, #369
Los pastizales son, pues, un lugar donde abunda el pasto tierno, es decir, un lugar lleno del suministro de vida. Cuando las ovejas están en los pastos, ellas no carecen de alimento. En la actualidad nuestro pasto es el Cristo resucitado como Espíritu vivificante. En nuestra vida cristiana diaria debemos saber con certeza que nos encontramos en los pastos disfrutando a Cristo como rico suministro de vida.
Además de ser la puerta y los pastos, Cristo es nuestro Pastor. Él llama a Sus ovejas por nombre y las conduce fuera del redil (Jn. 10:3). Después, Él va delante de las ovejas, y ellas le siguen (v. 4). Como Pastor, Cristo saca a las ovejas del redil por medio de Él mismo como la puerta y las lleva a Él mismo como los pastos.
En Juan 10:11 el Señor Jesús, refiriéndose a Sí mismo, dice: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor pone Su vida por las ovejas”. Como buen Pastor, Cristo puso Su vida psujé, Su vida humana, por las ovejas, a fin de que ellas pudieran tener la vida zoé, la vida divina, la vida eterna. Ahora, Él nos pastorea en la manera interna propia de la vida, no de manera externa propia de las actividades. Internamente tenemos a Cristo como nuestro Pastor, un Pastor de vida y en vida. Debido a que Cristo nos pastorea al ser vida para nosotros desde nuestro interior, cuanto más vivimos por Él como nuestra vida, más disfrutamos de Su pastoreo. Por un lado, Cristo vive en nosotros. Por otro, nosotros vivimos en Él, por Él, con Él y por medio de Él. Cuando vivimos en el Señor de este modo, estamos bajo Su pastoreo. En la medida que estemos bajo el pastoreo de Cristo, tendremos internamente conciencia de esta vida así como también percibiremos cierto instruir, cierto guiar, que es en vida. La vida dentro de nuestro ser, que en realidad es Cristo mismo, nos indicará que el Señor se propone guiarnos en cierta senda. Esta conciencia de vida junto con su guiar e instruir son indicio de que estamos bajo el pastoreo del Señor.
El verdadero Pastor es el Cristo viviente. Como nuestro Pastor, el Señor no solamente nos da vida; Él mismo es vida para nosotros. El vivir de Cristo en nosotros es, de hecho, Su pastoreo viviente. Por tanto, el Señor Jesús nos pastorea al ser vida para nosotros y al vivir en nosotros.
Cristo, como Pastor de los creyentes, hace de ellos un solo rebaño (v. 16), la única iglesia universal, el único Cuerpo de Cristo, que consiste de todos los que han creído en Cristo. El Señor abastece a Sus ovejas con Él mismo como vida a fin de que haya un solo rebaño y un solo Pastor, un solo Cuerpo y una sola Cabeza. Este único rebaño es muy diferente en naturaleza de un redil. Un redil es una organización religiosa; el único rebaño es la iglesia. Como nuestro Pastor, Cristo nos sacó del redil y nos introdujo en el rebaño, donde estamos en los pastos disfrutando de Él como nuestra vida y nuestro suministro de vida.
En Juan 15 vemos el punto focal de todo cuanto Dios está realizando en el universo. Aquí el Padre es un labrador, un agricultor, que cultiva la vid verdadera, Cristo, y los pámpanos de esta vid, los creyentes en Cristo. En Su economía, Dios está cultivando a Cristo, y todos nosotros somos pámpanos en Cristo, la vid verdadera. Por tanto, para nosotros como creyentes, Cristo es la vid.
Ninguna otra planta puede ilustrar tan adecuadamente como la vid lo que es la relación viviente que existe entre los creyentes y Cristo. Como creyentes, somos los pámpanos de la vid, y únicamente servimos para expresar a la vid. Todo lo que la vid es y tiene, es expresado mediante los pámpanos. Individualmente, los pámpanos son los que fueron regenerados; corporativamente, los pámpanos conforman la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Los pámpanos, los que han creído en Cristo, sirven al propósito de expresar al Hijo con el Padre.
Cuando creímos en el Señor Jesús, Él se ramificó introduciéndose en nuestro ser. Esta ramificación hizo de nosotros pámpanos de Cristo, quien es la vid. Ahora, como pámpanos, estamos llenos de Cristo como vida, pues ser un pámpano en la vid significa que Cristo ha llegado a ser nuestra vida.
La vid lo es todo para sus pámpanos. Todo lo que está en la vid también está en los pámpanos. Esto indica que Cristo, como vid, es un gran deleite para nosotros, los pámpanos. Procedente de la vid y por medio de ella recibimos todo lo que necesitamos: vida, nutrimento, luz, agua. Por tanto, debemos permanecer en la vid. Únicamente cuando los pámpanos permanecen en la vid puede la vid serlo todo para ellos. Ésta es la razón por la cual el Señor Jesús, refiriéndose a Sí mismo como vid y a nosotros como pámpanos, dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). Nuestra vida y nuestro disfrute consisten en que permanezcamos en la vid. Nuestro destino como pámpanos es permanecer en la vid.
En Juan 15:5 el Señor Jesús dice: “Separados de Mí nada podéis hacer”. El pámpano de una vid no puede vivir por sí mismo, pues se marchitaría y moriría al estar separado de la vid. La relación entre los pámpanos y la vid retrata la relación entre nosotros y el Señor. Nosotros no somos nada, no tenemos nada y nada podemos hacer separados de Él. Lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos tiene que ser en el Señor y por el Señor en nosotros. Por tanto, es crucial para nosotros permanecer en el Señor y que el Señor permanezca en nosotros. De otro modo, nos habrá llegado el fin y seremos nulos. No debemos hacer nada en nosotros mismos; más bien, debemos hacerlo todo permaneciendo en la vid. Cristo como vid es nuestra porción, una porción todo-inclusiva, para nuestro disfrute diario. Debido a que somos pámpanos para el Señor y que el Señor es la vid para nosotros, tenemos que permanecer en Él y permitir que Él permanezca en nosotros. Entonces, en nuestra experiencia, Cristo será todo para nosotros a fin de que lo disfrutemos.
Para los creyentes Cristo también es el lugar donde permanecemos. En Juan 15:4, el Señor Jesús nos insta a permanecer en Él. La palabra griega aquí traducida “permaneced” no solamente significa permanecer en cierto lugar, sino también morar allí, incluso hacer nuestro hogar allí. Cristo es el lugar donde permanecemos, nuestra morada, nuestro hogar, y debemos estar plenamente arraigados en Él.