
En este mensaje seguiremos considerando los atributos divinos de Cristo y Sus virtudes humanas.
Hebreos 2:17 dice: “Por lo cual debía ser en todo hecho semejante a Sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere”. Cristo se hizo hombre y, como tal, vivió en la tierra pasando por todos los sufrimientos humanos. Como resultado de ello, Él es plenamente apto para ser misericordioso con nosotros. Él sabe cómo ser misericordioso para con el hombre, pues Él es un hombre que ha experimentado la vida humana, que ha experimentado el sufrimiento humano.
A fin de ser hecho apto para ser el Sumo Sacerdote, Cristo se encarnó para ser como nosotros. Incluso podríamos afirmar que Él es más que semejante a nosotros debido a que en Su vida humana, Él padeció ciertas cosas que nosotros no hemos sufrido. Él se hizo como nosotros y se compadece de todas nuestras debilidades. Por tanto, como Sumo Sacerdote, Él es misericordioso con nosotros.
La misericordia de Cristo va muy lejos. Su misericordia llega más lejos que Su gracia. El amor de Cristo no se extiende tan lejos como Su gracia, y Su gracia no se extiende tan lejos como Su misericordia. La gracia se extiende únicamente hasta abarcar las situaciones que le corresponden; pero la misericordia llega mucho más lejos, al grado de extenderse a aquellas situaciones lamentables e indignas de la gracia. De acuerdo con nuestra condición natural, únicamente somos dignos de recibir la misericordia del Señor, la cual llega hasta nosotros en nuestra condición lamentable.
Incluso en la actualidad, pese a que ya somos salvos, todavía nos encontramos —en cierto modo— en una condición que requiere de que la misericordia del Señor llegue hasta nosotros. Por esta razón, Hebreos 4:16 dice que primero debemos recibir misericordia, y entonces podremos hallar gracia para el oportuno socorro. La misericordia de Cristo siempre está disponible para nosotros; sin embargo, debemos recibirla ejercitando nuestro espíritu para ponernos en contacto con nuestro Sumo Sacerdote, quien se compadece de nosotros en todas nuestras debilidades.
El Evangelio de Mateo describe la compasión de Cristo. Mateo 9:36 dice: “Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban afligidas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Este versículo indica que Cristo consideraba al pueblo como ovejas, de las cuales Él era el Pastor. Cuando Cristo vino a la gente, ellos eran semejantes a leprosos, paralíticos, endemoniados y a personas miserables de toda clase, porque no tenían pastor que los cuidara. Por tanto, Él tuvo compasión de ellos al verlos en su situación desesperada. En otra ocasión Él “vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a sus enfermos” (14:14).
La compasión de Cristo también fue manifestada cuando Él realizó el milagro de alimentar a los cuatro mil (15:32-39). El versículo 32 dice: “Jesús, llamando a Sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y despedirlos en ayunas no quiero, no sea que desfallezcan en el camino”. Debido a que el Señor Jesús tuvo compasión de la multitud que estaba en el desierto, Él se rehusó a despedirlos en ayunas. Cristo no habría de permitir que Sus seguidores pasaran hambre ni que desmayaran en el camino al seguirle.
La compasión es un tanto distinta a la misericordia. Aunque la compasión es muy cercana a la misericordia, la compasión es más profunda, más fina y más rica que la misericordia. La misericordia es, en cierto modo, algo externo, pero la compasión es un sentir interno; la compasión implica un sentir entrañablemente afectuoso. La compasión, por tanto, se refiere al sentimiento entrañable que abriga aquel que considera la miseria de otro. Es una palabra de suma profundidad que expresa el afecto entrañable que Cristo siente por el hombre en su condición lamentable. Este afecto se origina en la esencia amorosa de Cristo. Además, la compasión es más duradera que la misericordia. Por tanto, la compasión es más profunda y más duradera que la misericordia.
En Su humanidad, Cristo posee la virtud de la mansedumbre. Ser manso significa no ofrecer resistencia a la oposición del mundo, sino estar dispuesto a padecerla. Poseer la virtud de la mansedumbre implica que no nos imponemos a otros ni luchamos contra ellos; más bien, estamos dispuestos a ceder. Los mansos ceden ante los demás, pero los que de una manera natural son fuertes luchan y se rehúsan a ceder; como mínimo, desean conservar su posición. Sin embargo, los mansos ceden, no luchan y no invaden el territorio de otros. El Señor Jesús dijo acerca de Sí mismo: “Soy manso [...] de corazón” (Mt. 11:29). Al encontrar oposición, el Señor Jesús siempre fue manso.
En 2 Corintios 10:1 Pablo se refiere a la mansedumbre de Cristo. La mansedumbre es una virtud de la humanidad de Cristo producida por la vida divina. La mansedumbre de Cristo no es un asunto simple, debido a que es una virtud en Su humanidad y por la vida divina. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él llevó una vida humana por la vida divina. Fue mediante esta mezcla de la divinidad y la humanidad que se manifestó la virtud de la mansedumbre.
La mansedumbre de Cristo se ve en la manera en que Él entró en Jerusalén, según está descrito en Mateo 21:1-11. Él entró “manso, y sentado sobre una asna, y sobre un pollino, hijo de bestia de carga” (v. 5). Esto indica la condición mansa y baja en la cual el Señor estuvo dispuesto a presentarse. La asna y el pollino juntos dan una impresión de mansedumbre. Si el Señor se hubiera sentado solamente en una asna, la impresión de mansedumbre no habría sido tan notoria. El significado de que el Señor montase sobre una asna, y sobre un pollino, no es la de pequeñez sino la de mansedumbre. Cristo, el Rey celestial, no vino con un esplendor altivo, sino con mansedumbre humilde y discreta. Él no vino cabalgando orgullosamente sobre un corcel, sino montado en una pequeña asna, incluso en un pollino. Ningún rey terrenal habría hecho tal cosa. El Señor Jesús, sin embargo, vino para ser un Rey manso. Sí, Él era el Rey celestial, pero no tenía intención de venir como un gran rey que combatiera o que compitiera con nadie. Ésta es la mansedumbre de Cristo.
En 2 Corintios 10:1 Pablo también se refiere a la ternura de Cristo, Su comprensión, lo cual es una virtud que, al igual que la mansedumbre, es producida por la mezcla de la divinidad con la humanidad en el Señor Jesús. Por tanto, ser comprensivo es otra de las virtudes que Cristo manifestó al vivir en Su humanidad por la vida divina. Ser manso significa no imponerse a los demás, sino ceder ante ellos; ser comprensivo significa que estamos dispuestos a dejar que otros se impongan a nosotros así como estamos dispuestos a padecer aflicciones y ser heridos. Ser manso y ser comprensivo son dos de las virtudes que Cristo manifestó al vivir en Su humanidad por la vida divina.
La palabra griega traducida “ternura” en 2 Corintios 10:1 es una palabra compuesta por dos vocablos: la preposición epi, que significa “resulta en”, y eikos, que significa “apropiado”, “conveniente” o “adecuado”. Cuando la preposición epi es añadida a otra palabra griega a manera de prefijo, suele adquirir el significado de “pleno” o “extenso”. Así pues, el uso de esta preposición como componente de la palabra griega que aparece en 2 Corintios 10:1 indica que el significado de esta palabra es el de ser plenamente razonable, o ser perfectamente apropiado o adecuado. Cristo posee la virtud de ser razonable y considerado de manera plena y extensa. Además, Él siempre actúa de un modo perfectamente apropiado y adecuado.
La palabra griega que denota la virtud de ser comprensivos ha sido traducida de varias maneras en las diferentes traducciones de la Biblia. Algunas versiones traducen esta palabra como “docilidad”. En el idioma chino se usó una palabra que significa “ceder humildemente”. Si bien dicho entendimiento es correcto, todavía denota un entendimiento superficial. Otros traductores han observado que esta palabra griega significa: razonable, considerado, idóneo y apropiado. Una persona comprensiva es alguien que siempre es apropiada, alguien cuyo comportamiento siempre es el adecuado.
Ser comprensivos es una virtud todo-inclusiva, pues incluye el amor, la bondad, la misericordia, ser apacibles, ser moderados, ser tiernos, ser razonables, la capacidad de adecuarse y muchas otras virtudes. Si somos personas razonables, consideradas y que saben adecuarse, también seremos tiernos, bondadosos, mesurados y apacibles. Además, seremos mansos, moderados y abundantemente compasivos. Lo opuesto de ser comprensivos es ser justos de manera exigente. Una persona que no sea comprensiva será implacable y exigente para con los demás. Pero ser comprensivo significa que somos fácilmente satisfechos, incluso con menos de lo que nos corresponde. Alford comenta que la palabra griega que denota ser comprensivos significa no ser estricto con respecto a nuestros derechos legítimos.
La mejor expresión para resumir la totalidad de las virtudes humanas de Cristo es “ser comprensivos”. Aparte del Señor Jesús, ningún otro ser humano practicó jamás llevar una vida de ser comprensivo. Si estudiamos las biografías de personalidades famosas veremos que ninguna de ellas fue verdaderamente una persona comprensiva. Sin embargo, si leemos los cuatro Evangelios veremos que el Señor Jesús durante todo Su vivir humano se mostró muy comprensivo; en particular, Él se mostró muy comprensivo con Sus discípulos. Consideren, por ejemplo, la manera en que Él les habló a los dos discípulos que descendían a Emaús según se relata en Lucas 24. Él se acercó a ellos, caminó con ellos y después les preguntó: “¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis?” (v. 17). En tono de reproche, uno de aquellos discípulos le contestó: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (v. 18). Aparentando ignorar estas cosas, el Señor les preguntó: “¿Qué cosas?” (v. 19). Entonces ellos procedieron a hablarle acerca de Jesús nazareno “que fue Profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo” (v. 19), el cual había sido crucificado. ¡Cuán comprensivo se mostró el Señor Jesús al escuchar a los discípulos hablar de cosas que Él conocía mucho mejor! Después de andar cierta distancia, “se acercaron a la aldea adonde iban, y Él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos” (vs. 28-29). Él incluso se sentó a comer con ellos. Cuando Él tomó el pan, lo bendijo, lo partió y empezó a dárselos, “entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron” (vs. 30-31). En todo esto ciertamente apreciamos lo comprensivo que era Cristo. Él tiene el crecimiento en vida, la satisfacción en vida y el contentamiento propio de la vida, todo lo cual es requerido para poseer esta virtud de ser comprensivo. Por tanto, en todo lugar en que estuvo, Él mostró ser abundantemente comprensivo y pudo mostrarse comprensivo para con todos.
Ser humilde es ligeramente distinto de estar en una condición de humildad. Una persona podría estar en una condición de humildad sin estar dispuesta a ser humilde pues, en realidad, desearía ser ensalzada; por el contrario, una persona humilde es humilde al mismo tiempo que está en una condición de humildad. Su humildad se manifiesta al encontrarse en condiciones humildes.
Según Mateo 11:29, Cristo posee la virtud de la humildad: “Soy [...] humilde de corazón”. Ser humilde de corazón significa no tener un alto concepto de sí mismo. Al ser rechazado, el Señor Jesús fue humilde de corazón. Él se sometió por completo a la voluntad de Su Padre, sin desear hacer nada para Su propio bien y sin esperar ganar algo para Sí. Por tanto, no importa cuál fuera la situación, Él tenía descanso en Su corazón. Él estaba plenamente satisfecho con la voluntad de Su Padre. Debemos disfrutar de esta Persona en Su humildad.
La primera parte de Filipenses 2:8 dice que Cristo, “hallado en Su porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo”. Aquí vemos la virtud de Cristo que consiste en humillarse a Sí mismo. Cuando Cristo se hizo semejante a los hombres al entrar en la condición humana, fue hallado en Su porte exterior como hombre. Habiendo sido hallado en Su porte exterior como hombre, Él se humilló a Sí mismo. Primero, Él se despojó a Sí mismo al poner a un lado la forma, la expresión externa, de Su deidad y hacerse semejante a los hombres. Después, Él se humilló a Sí mismo.
Cristo era Dios con la expresión de Dios. Si bien Él era igual a Dios, puso a un lado esta condición de igualdad con Dios y se despojó a Sí mismo haciéndose semejante a los hombres. Después, habiendo sido hallado en Su porte exterior como hombre, Él se humilló a Sí mismo. Esto significa que como hombre Él no exigió nada; más bien, se humilló a Sí mismo al grado de ir a morir en la cruz.
El hecho de que Cristo se humillase a Sí mismo fue un paso adicional que Él tomó al despojarse a Sí mismo. Que Cristo se humillara a Sí mismo manifestó que se despojaba a Sí mismo. La muerte de cruz fue el punto culminante de la humillación de Cristo. Debemos adorarle en este punto culminante de Su humillación.
Filipenses 2:8 también se refiere a la obediencia de Cristo al decir que Él se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Romanos 5:19 dice que por esta obediencia de Cristo, muchos serán constituidos justos. Esto se refiere al acto de justicia propio de la obediencia de Cristo en la cruz. El resultado de tal obediencia es que la gracia de Dios abundó para con muchos (v. 15), que muchos fueron constituidos justos (v. 19), que hemos sido justificados para vida (v. 18), que la gracia reinase por la justicia para vida eterna (v. 21) y que en Cristo todos fuesen vivificados (1 Co. 15:22). El resultado de la obediencia de Cristo es que la vida sea impartida a todos.
Hebreos 2:17 dice que Cristo es misericordioso y fiel Sumo Sacerdote. La palabra misericordioso corresponde al hecho de que Cristo es un hombre, y la palabra fiel corresponde al hecho de que Él es Dios mismo. Para poder ser fieles no solamente necesitamos poseer virtud, sino también la correspondiente capacidad. Podríamos tener el deseo de ser fieles en guardar nuestra palabra, pero tal vez no tengamos la capacidad correspondiente, los medios, para cumplir nuestra palabra. A la postre, debido a que no tenemos tal capacidad, podemos vernos obligados a no ser fieles. Sin embargo, como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo no solamente es un hombre honesto y virtuoso, sino que también es el Dios fiel. Dios es fiel (10:23). Él puede cumplir con todo lo que dice. Además, Dios jamás miente (6:18). Todo cuanto Él dice, Él lo puede cumplir, pues posee los medios para cumplir Su palabra. Por tanto, Cristo puede ser fiel debido a que Él es Dios.
Únicamente Dios puede ser fiel. Ninguno de nosotros puede ser absolutamente fiel; pero no hay nada que le impida a Dios cumplir Su palabra. Por tanto, Cristo puede ser un fiel Sumo Sacerdote debido a que Él es el Dios todopoderoso. Puesto que Él, como Hijo de Dios, es Dios mismo, Él puede sernos fiel como nuestro Sumo Sacerdote.
En 2 Corintios 11:10 Pablo dice: “Por la veracidad de Cristo que está en mí”. Aquí “veracidad” es una virtud. Puesto que Pablo vivió por Cristo, todo lo que Cristo es llegó a ser la virtud del apóstol en su conducta. La veracidad de Cristo es Su autenticidad, sinceridad, honestidad y confiabilidad como atributo divino (Ro. 3:7; 15:8) y como virtud humana (Mr. 12:14), la cual es un fruto de la realidad divina (Jn. 4:23-24; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1). Tal atributo divino y virtud humana debe formar parte de la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo.
En 2 Pedro 1:1 se habla de “la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. Jesucristo es Dios y, como tal, Él es nuestro Salvador. Este versículo habla de la justicia no solamente de nuestro Dios, sino también de nuestro Salvador. Con base en lo dicho por Pablo en Romanos podríamos pensar que la justicia de Dios es una cosa y que la justicia de Cristo es otra; pero aquí Pedro combina estas dos clases de justicia al referirse a nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Éste es un asunto importante que requiere del entendimiento apropiado.
La palabra griega traducida “justicia” en 2 Pedro 1:1 también puede ser traducida “equidad”. Nuestro Dios es justo, equitativo. Mediante Su justicia, Él asignó la fe preciosa como porción divina equitativamente a todos los que creen en Cristo, tanto judíos como gentiles, sin acepción de personas. Ahora no es solamente nuestro Dios, sino también nuestro Salvador. Así que ahora Su justicia no es solamente la justicia de Dios o de Cristo, sino la justicia de nuestro Dios y de nuestro Salvador Jesucristo. Puesto que el Señor es nuestro Salvador, Su justicia representa Su acto justo, Su muerte en la cruz en absoluta obediencia (Fil. 2:8), por la cual efectuó la propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2:2), haciendo posible que Dios nos justifique (Ro. 5:18). Puesto que el Señor es nuestro Dios, Su justicia es Su equidad, ya que, con base en la acción justa, la cual es la redención de nuestro Salvador Jesucristo (3:24-25), Él justifica a todos los que creen en Cristo (v. 26), tanto judíos como gentiles (v. 30). En esta justicia doble y por medio de esta justicia doble —la justicia tanto de nuestro Dios como de nuestro Salvador Jesucristo— nos fue asignada por igual a todos los creyentes nuestra preciosa fe.
En 1 Juan 2:1 Jesucristo es llamado “el Justo”. Nuestro Señor Jesús es el único Hombre justo entre todos los hombres. Su acto de justicia (Ro. 5:18) en la cruz satisfizo todos los requisitos del Dios justo, tanto a favor nuestro como a favor de todos los pecadores. Solamente Él reúne los requisitos para ser nuestro Abogado, para cuidarnos en nuestra condición de pecadores y para restaurarnos a una condición justa a fin de que nuestro Padre, quien es justo, sea satisfecho.
En lugar de hablar de “Jesucristo el Justo” podríamos decir “Jesucristo, el Correcto”. Jesucristo ciertamente es el Correcto, Aquel que es correcto, y únicamente esta Persona correcta podría ser nuestro Abogado ante el Padre. La razón por la cual tenemos un problema con el Padre y el Padre tiene un caso pendiente en contra nuestra es que nosotros somos las personas incorrectas. Debido a que somos las personas incorrectas, tenemos necesidad de que el Justo se haga cargo de nuestro caso.
En Hechos 3:14 Pedro llama al Señor Jesús “Justo”. Ser Justo es estar bien con Dios, con todos y con todo. Únicamente el Señor Jesús puede ser llamado el Justo, pues únicamente Él está bien con Dios, con todos y con todo. Por ser el Justo, el Señor Jesús es la Persona correcta. Él jamás estuvo mal con Dios, con ninguna otra persona o en ningún asunto. La justicia de tal Persona también debe ser una porción de nuestro disfrute de Cristo.
Otro atributo de Cristo es la santidad. Refiriéndose a Cristo, la última parte de Lucas 1:35 dice: “Lo santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Puesto que la concepción del Señor Jesús fue del Espíritu Santo, lo nacido de esta concepción era santo, algo intrínsecamente santo. Aquí “lo santo” es Jesús nuestro Salvador. Por tanto, Él posee el atributo divino de la santidad, lo cual lo hace apto para ser nuestro Salvador y Aquel que nos santifica (He. 2:11).
En Hechos 3:14 Pedro se refiere al Señor Jesús como el Santo. En este versículo la palabra Santo indica que Jesús el nazareno, Aquel que fue menospreciado por los líderes judíos, estaba absolutamente consagrado a Dios y apartado para Él. Además, Él era absolutamente uno con Dios. De acuerdo al significado que la palabra santo tiene en la Biblia, esta palabra denota alguien que está absolutamente entregado a Dios, que está absolutamente dedicado a Dios y que es absolutamente uno con Dios. Únicamente el Señor Jesús es tal clase de persona. A lo largo de toda Su vida, Él fue absolutamente apartado para Dios, estuvo absolutamente dedicado a Dios y fue absolutamente uno con Dios. Por tanto, Él es llamado el Santo.
En Apocalipsis 3:7 Cristo se refiere a Sí mismo como “el Santo”. Es por Él y a través de Él que la iglesia puede ser santa, separada del mundo. Además, es en Su naturaleza santa y mediante la misma que la iglesia es santificada.
En Hebreos 7:25; Mateo 9:28-30; Filipenses 3:21; Hebreos 2:18; Apocalipsis 5:3-5 y 6:1 se exhibe plenamente la capacidad de Cristo como uno de Sus atributos. La capacidad de Cristo le hace apto en Sus atributos de conmiseración, misericordia, compasión, mansedumbre, ser comprensivo, humildad, humillarse a Sí mismo, obediencia, fidelidad, veracidad, justicia y santidad. Él puede hacer todo cuanto desea y puede ser todo lo que desea ser. Su capacidad ilimitada es un atributo único de Su ser.
Apocalipsis 5:12 se refiere a Cristo como Aquel que es digno. Esta dignidad es uno de Sus atributos que lo hace merecedor de nuestra alabanza y estima. La dignidad de Cristo está basada en Su aptitud por lo que Él es y lo que Él ha logrado, especialmente de lo exitosamente logrado mediante el proceso por el cual pasó. Todos Sus atributos divinos y virtudes humanas son también cualidades componentes de Su dignidad.