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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 079-098)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE OCHENTA Y DOS

EL ESPÍRITU: SUS SÍMBOLOS

(2)

  En este mensaje abarcaremos más símbolos del Espíritu hallados en el Nuevo Testamento.

I. LAS PRIMICIAS

  Romanos 8:23 se refiere a las primicias del Espíritu. Estas primicias no son los primeros frutos producidos por el Espíritu. Las primicias del Espíritu son simplemente el Espíritu mismo como primicias de la cosecha venidera respecto a todo lo que Dios es para nosotros. En la actualidad disfrutamos al Espíritu como anticipo de la plena bendición que vendrá. El Espíritu es un anticipo de Dios mismo para nuestro disfrute. Por tanto, tener las primicias del Espíritu es disfrutar al Espíritu como primicias.

  Las primicias del Espíritu son para nuestro disfrute; son un anticipo de la cosecha venidera. Estas primicias son el Espíritu Santo en calidad de muestra del pleno sabor de Dios como disfrute de todo lo que Dios es para nosotros. Dios representa tanto para nosotros. El pleno sabor vendrá el día de gloria; no obstante, antes de que tengamos el pleno sabor, Dios nos ha dado un anticipo en la actualidad. Este anticipo es el Espíritu divino como primicias de la cosecha, en la cual disfrutaremos plenamente todo lo que Él es para nosotros.

  El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— se nos dio para nuestro disfrute. A la postre, entraremos en el pleno disfrute del Dios Triuno. Para el presente, Dios nos ha dado el don del Espíritu como primicias a manera de primera degustación lo que constituirá nuestra herencia divina, la cual es el Dios Triuno. Esta primera degustación es la garantía de que tendremos el pleno sabor.

J. LA NUBE

  En 1 Corintios 10:1-2 el Espíritu es simbolizado por la nube: “Todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar”. El versículo 1 dice que nuestros padres “estuvieron bajo la nube”. La nube que cubría a los hijos de Israel tipifica al Espíritu de Dios, quien está con los creyentes neotestamentarios. Inmediatamente después que estos creyentes toman a Cristo como su Pascua (5:7), el Espíritu de Dios viene para estar con ellos y guiarlos a correr la carrera cristiana, así como la columna de nube vino para estar con los hijos de Israel y guiarlos (Éx. 13:21-22; 14:19-20).

  En 1 Corintios 10:2 se nos habla de ser bautizados “en la nube”, lo cual significa “en el Espíritu”. Cuando fuimos bautizados, fuimos bautizados en el Espíritu. En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo (12:13).

  La nube, que trajo la presencia de Dios a Su pueblo, también se apareció cuando los hijos de Israel se reunieron en torno al monte Sinaí (Éx. 19:9, 16) y cuando el tabernáculo fue erigido (40:34-38). La nube en Éxodo 19 indica que Dios el Espíritu se aparecía para dar sombra al área donde Su pueblo se había reunido a fin de recibir la revelación celestial. Después, en Éxodo 40 la nube brindó sombra al tabernáculo, cubriéndolo; esto indica que el Dios Triuno se apareció a Su pueblo, llegó a ellos y fue aplicado a ellos. En la actualidad, en la vida de iglesia nosotros también debemos permitir que el Espíritu como nube nos brinde sombra y cobertura.

  Según la Biblia, hay fuego en la nube (v. 38); esto indica que cuando somos cubiertos por el Espíritu, somos iluminados por Él. El Espíritu nos da luz por la cual andamos. Éste es el Espíritu como nube.

K. LA BEBIDA ESPIRITUAL

  En 1 Corintios 10:4 se nos dice: “Todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. Aquí la bebida espiritual se refiere al agua viva que brotó de la roca hendida (Éx. 17:6), agua que tipifica al Espíritu como nuestra bebida todo-inclusiva (Jn. 7:37-39; 1 Co. 12:13). El Espíritu, según está simbolizado por la bebida espiritual, es el máximo fruto del Dios Triuno. Esta bebida apaga nuestra sed y satisface nuestro ser. En nuestra vida cristiana todos debemos beber la misma bebida espiritual; no debiéramos beber de ninguna otra cosa, sino únicamente del Espíritu todo-inclusivo.

L. EL ACEITE

  En Hebreos 1:9; Mateo 25:3-4, 8-9 y Lucas 10:34 el Espíritu de Dios está simbolizado por el aceite. El aceite es simplemente un solo elemento y, como tal, simboliza que el Espíritu de Dios estaba constituido meramente del elemento de la divinidad. Es con este Espíritu que Dios ungió a Cristo.

M. EL UNGÜENTO COMPUESTO

  Otro símbolo del Espíritu es el ungüento compuesto (2 Co. 1:21; 1 Jn. 2:20, 27). Según el tipo descrito en Éxodo 30, para formar un compuesto se añadían cuatro especias a un hin de aceite de oliva, con lo cual se producía el aceite de la santa unción, el ungüento santo. En tipología, el aceite representa al Espíritu de Dios, y el ungüento compuesto, es decir, el aceite mezclado con las cuatro especias, representa al Espíritu Santo, el Espíritu compuesto. Por medio de un proceso de composición, el aceite se convertía en un ungüento y era usado para ungir el tabernáculo y todo lo relacionado con éste. Los sacerdotes también eran ungidos con este ungüento santo. Antes de Éxodo 30, “aún no había” este compuesto; pero después de Éxodo 30 tal ungüento definitivamente existía. Asimismo, antes que Cristo fuera crucificado, resucitado y glorificado, “aún no había” el Espíritu como Espíritu todo-inclusivo y vivificante (Jn. 7:39). Pero mediante el proceso de la crucifixión y la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios, tipificado por el aceite, llegó a ser un compuesto, el Espíritu compuesto, el cual es tipificado por el ungüento.

  Las cuatro especias usadas para hacer el ungüento en Éxodo 30 —mirra, canela, cálamo y casia— tipifican respectivamente la eficacia de la muerte de Cristo, la dulzura de Su muerte, el poder de Su resurrección y la fragancia de Su resurrección. Antes de la crucifixión y la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios no tenía estos cuatro elementos. Pero después de la resurrección de Cristo estos elementos fueron añadidos al Espíritu de Dios para formar un compuesto, con lo cual el Espíritu de Dios se convirtió en el Espíritu, es decir, el Espíritu compuesto simbolizado por el ungüento compuesto (véase el Estudio-vida de Éxodo, mensajes 157-163).

  En este ungüento compuesto tenemos al Dios Triuno, según está representado por los números uno y tres (un hin de aceite de oliva; tres unidades completas de quinientos siclos cada una, Éx. 30:23-25), y tenemos la humanidad, representada por el número cuatro (las cuatro especias). También tenemos la muerte de Cristo, la eficacia de esta muerte, el poder de la resurrección de Cristo y el sabor de Su resurrección. Este ungüento compuesto es un cuadro del Espíritu compuesto actual. Antes de la crucifixión y la resurrección del Señor, el Espíritu de Dios no era un compuesto; Él únicamente poseía divinidad. Pero después de la resurrección del Señor, este Espíritu de Dios llegó a ser un compuesto que incluye la humanidad, la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo, la eficacia de la muerte de Cristo y la eficacia de Su resurrección. Todo esto se halla compuesto en un solo ungüento que en la actualidad es el Espíritu. Antes de la resurrección de Cristo, existía el Espíritu de Dios pero no el Espíritu compuesto. Después que el Señor Jesús fue crucificado y resucitado, vino a existir el Espíritu compuesto. El día de la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu compuesto. En el Espíritu compuesto hay muchos elementos: la divinidad, la humanidad, la eficacia de la muerte de Cristo y el poder de la resurrección de Cristo.

  En 2 Corintios 1:21 Pablo dice: “El que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. En 1 Juan 2:20 se nos dice que tenemos la unción del Santo, y el versículo 27 dice que esta unción permanece en nosotros. “Cristo” es la forma castellanizada del término griego Cristós, que significa el Ungido. La palabra griega para “ungir” es crísma. Debido a que fuimos adheridos por Dios a Cristo, el Ungido, espontáneamente somos ungidos con Él por Dios. Cristo ha sido ungido con el ungüento divino, y el ungüento que está sobre Él ahora fluye en nosotros. Esto se halla presentado en el salmo 133, donde dice que el aceite de la unción fluye desde la cabeza de Aarón a su barba e incluso hasta el borde de sus vestiduras sacerdotales. Esto indica que Cristo posee el aceite de la unción en abundancia. Dios ha derramado el ungüento sobre Cristo. Mediante tal unción, Cristo recibió el ungüento, y a la postre Él, el Ungido, se ha convertido en Aquel que unge. De hecho, Él incluso se ha convertido en la unción misma. Cuando Él entró en nuestro ser como Ungido, Él llegó a ser Aquel que unge en nosotros. En realidad, la unción que mora en nosotros es el Ungido que ha llegado a ser Aquel que unge y también la propia unción.

  La intención de Dios es forjarse en nosotros para llegar a ser nuestra vida y nuestro todo a fin de hacernos Su complemento con miras a Su expresión. A fin de lograr esto, era necesario que Dios pasara por el proceso de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Cuando Él entró en resurrección, llegó a ser el Espíritu compuesto, todo-inclusivo y vivificante. Este Espíritu en realidad es Cristós, el Ungido, quien llega a ser Aquel que vivifica. Cuando creímos en el Señor Jesús, le recibimos en nuestro ser. Aquel que recibimos es el Ungido, quien mediante la muerte y la resurrección ha llegado a ser Aquel que unge. Además, Aquel que unge es el Espíritu todo-inclusivo que mora en nosotros. En cuanto creímos en Él, como Espíritu Él entró en nuestro espíritu. Ahora Él está dentro de nuestro espíritu para ungirnos, para “pintarnos”, con el elemento del Dios Triuno. Cuanto más se realiza este “pintar”, más el elemento del Dios Triuno es transfundido a nuestro ser. Hoy en día todos nosotros estamos bajo la unción del Espíritu compuesto con la divinidad de Cristo, Su humanidad, Su muerte todo-inclusiva y Su maravillosa resurrección. Éste es el Espíritu como ungüento compuesto.

N. UN SELLO

  En 2 Corintios 1:22 vemos que Dios nos selló, y Efesios 1:13 y 4:30 dicen que, por ser creyentes, fuimos sellados con el Espíritu Santo. La unción mencionada en 2 Corintios 1:21 es el sellar mencionado en el versículo 22. Puesto que Dios nos ungió con Cristo, también nos selló en Él. Ser sellado con el Espíritu Santo significa ser marcado con el Espíritu Santo como un sello vivo. Hemos sido designados como herencia de Dios (Ef. 1:11). Cuando fuimos salvos, Dios puso en nosotros el Espíritu Santo como sello para marcarnos, con lo cual indica que pertenecemos a Dios. El Espíritu Santo, quien es Dios mismo que entra en nosotros, nos imprime la imagen de Dios, representada por el sello, con lo cual nos hace semejantes a Dios.

  No debiéramos considerar el sellar como algo separado del ungir. En realidad, la acción de ungir ya implica la acción de sellar. En la medida que estamos bajo la unción, ésta se convierte en un sellar. Es de este modo que somos hechos distintos a los demás. Además, el sello hace que tengamos la apariencia de Dios. Cuando Dios unge, este ungir es el sellar. La unción introduce la esencia divina en nosotros. Primero, mediante la unción Dios añade Su esencia a nosotros. Luego esa unción nos sella con la esencia de Dios, con lo cual el elemento divino da forma en nuestro ser a una impresión que expresa la imagen de Dios, y así nos hace la imagen de Dios.

  El sello del Espíritu denota pertenencia. Tal sello significa que Dios es nuestro dueño y que le pertenecemos. La unción en nuestro interior, al operar como este sellar, declara al universo entero que pertenecemos a Dios. Dios nos posee y se puso sobre nosotros como un sello.

  El Espíritu como sello de Dios sobre nosotros lleva la imagen de Dios. Esto implica que el sello del Espíritu Santo es la expresión de Dios e introduce la imagen de Dios en nuestro ser. Cuando tenemos al Espíritu Santo como sello de Dios sobre nosotros, somos portadores de la imagen de Dios y de la expresión de Dios. La unción que opera en nosotros se convierte en el sello, y este sello lleva la imagen misma de Dios. De este modo, tenemos la imagen de Dios. Esto significa que expresamos a Dios al ser ungidos y ser sellados. Por tanto, el sello del Espíritu Santo denota tanto pertenencia como expresión.

O. ARRAS —GARANTÍA— ANTICIPO

  El Nuevo Testamento también habla del Espíritu como arras (2 Co. 1:22; 5:5; Ef. 1:14). En 2 Corintios 1:22 Pablo dice que Dios nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones. Las arras del Espíritu son el Espíritu mismo como arras. El sello del Espíritu es una señal que nos marca como herencia de Dios, Su posesión, como personas que pertenecen a Dios. Las arras del Espíritu constituyen una prenda dada en garantía de que Dios es nuestra herencia o posesión que nos ha sido legada. El Espíritu dentro de nosotros es las arras, la prenda, de Dios como nuestra porción en Cristo.

  Efesios 1:14 dice que el Espíritu Santo es “las arras de nuestra herencia”. Necesitamos del Espíritu como sello y como arras debido a que, en la obra que Dios realiza en nosotros, se encuentran involucradas dos clases de herencia. Efesios 1:11 indica que nosotros fuimos designados herencia de Dios, y el versículo 14 indica que Dios es nuestra herencia. En la economía de Dios nosotros somos una herencia para Dios, y Dios es una herencia para nosotros. Ésta es una mutua herencia. Puesto que nosotros somos la herencia de Dios, debemos tener el sello. Somos propiedad de Dios y Él, como nuestro dueño, ha puesto un sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia, también debemos tener las arras del Espíritu como garantía. Hemos de heredar todo lo que Dios es. Con miras a tal herencia, el Espíritu Santo es para nosotros las arras, la prenda dada en garantía.

  La palabra griega traducida “arras” en Efesios 1:14 también significa anticipo, garantía, un adelanto dado para garantizar el pago completo, un pago parcial dado por adelantado. Debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es para nosotros las arras de esta herencia. Dios nos da Su Espíritu Santo no solamente como una garantía de que recibiremos nuestra herencia, de modo que ésta nos ha sido asegurada, sino también a manera de un anticipo de lo que heredaremos de Dios.

  En tiempos antiguos, la palabra griega que aquí se traduce “arras” se usaba en la compra de tierras. El vendedor daba al comprador una porción del suelo, una muestra tomada de la tierra. Por tanto, según el griego antiguo, las arras también son una muestra. El Espíritu Santo es la muestra de lo que heredaremos de Dios en plenitud. Por ser aquellos que hemos de heredar a Dios, tenemos al Espíritu Santo como arras, garantía y pago por adelantado de nuestra herencia. Al mismo tiempo, el Espíritu también es para nosotros una muestra y un anticipo. Este anticipo nos permite tener un sabor anticipado de Dios; el pleno sabor está por venir.

P. LA TINTA

  En 2 Corintios 3:3 la tinta es un símbolo del Espíritu: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo”. El Espíritu del Dios vivo, que es el propio Dios viviente, no es el instrumento para escribir, la pluma, sino el mismo elemento, la tinta, con el cual los apóstoles ministran a Cristo como contenido para escribir cartas vivas que transmiten a Cristo. El escritor de estas cartas no es el Espíritu de Dios; el escritor es los apóstoles. El Espíritu del Dios vivo es la “tinta”, el elemento, la esencia de tal escritura. Esto significa que el Espíritu del Dios vivo es el elemento con el cual son escritas las cartas.

  El ministerio de los apóstoles consistía en escribir cartas con el Espíritu vivificante como esencia. Cuanto más los apóstoles le ministraban a uno, más inscribían dentro de uno el elemento del Espíritu vivificante.

  En 2 Corintios 3:3 Pablo dice: “Escrita no con tinta”; él no dice: “Escrita no por tinta”. El uso de la preposición con indica que la tinta espiritual, el Espíritu del Dios vivo, es una esencia, un elemento, usado por aquel que inscribe o escribe. El Espíritu no es el escritor ni el instrumento para escribir; más bien, el Espíritu es la esencia, el elemento, la sustancia, usada al escribir. El Espíritu del Dios vivo es la tinta celestial usada por los apóstoles al escribir cartas vivas que transmiten a Cristo. Por tanto, aquí la perspectiva de Pablo respecto al Espíritu es que dicho Espíritu es una esencia usada para escribir las cartas de Cristo.

Q. LAS SIETE LÁMPARAS DE FUEGO QUE ARDEN DELANTE DEL TRONO DE DIOS

  En Apocalipsis 4:5 el Espíritu está simbolizado por las siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios, las cuales son los siete Espíritus de Dios. Las siete lámparas de fuego, las cuales son los siete Espíritus de Dios, representan la iluminación y el escrutinio que efectúa el Espíritu de Dios siete veces intensificado. Dios juzgará la tierra por medio de las siete lámparas, es decir, por medio de Sus siete Espíritus, los cuales arden, resplandecen, observan, escudriñan y juzgan. Las siete lámparas aquí se refieren a las siete lámparas del candelero mencionado en Éxodo 25:37 y Zacarías 4:2. En Éxodo 25 y Zacarías 4 las siete lámparas, que representan la iluminación del Espíritu de Dios en el mover de Dios, tienen por finalidad el edificio de Dios. En Apocalipsis 4:5 las siete lámparas tienen por finalidad el juicio de Dios, que resultará en la edificación de la Nueva Jerusalén. Mientras Dios ejecute Su juicio, Su Espíritu siete veces intensificado llevará a cabo Su eterna edificación al escudriñar, iluminar y juzgar.

  Las siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios sirven al propósito de iluminar, escudriñar, poner al descubierto, juzgar e incinerar. Todo esto tiene por finalidad que la administración de Dios sea ejercida. En la actualidad Dios administra Su gobierno al iluminar, escudriñar, poner al descubierto, juzgar e incinerar. Todo lo que no corresponda con la naturaleza de Dios será incinerado por Su fuego. Aunque hemos sido salvos y hemos experimentado cierto grado de transformación, nuestra obra será incinerada si ella es madera, hierba u hojarasca en lugar de oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3:15). Cualquier obra carnal, obra hecha en el nombre del Señor pero que en realidad no tenga nada que ver con Él, será consumida por el fuego. Todo lo que no sea de Dios ni sea según Dios será considerado por Dios como madera, hierba y hojarasca, lo cual será consumido por el fuego. Esta incineración equivale al ejercicio de la administración de Dios. La Biblia revela que Dios es Aquel que incinera (Dt. 4:24; He. 12:29). Todas las cosas que estén fuera de Él o que no correspondan con Su naturaleza, serán incineradas.

  Si bien las siete lámparas que iluminan, escudriñan, ponen al descubierto, juzgan y arden han de incinerar todo lo que no corresponda con Dios mismo, ellas también habrán de refinar aquellas cosas que verdaderamente son acordes con la naturaleza de Dios. La escoria se irá al lago de fuego, pero el oro refinado irá a la Nueva Jerusalén. Incluso ahora los siete Espíritu como siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios están ardiendo, refinando y purificando a fin de que la administración universal de Dios, Su administración gubernamental, sea ejercida.

R. LOS SIETE OJOS DEL CORDERO

  En Apocalipsis 5:6 tenemos otro símbolo del Espíritu, a saber, los siete ojos del Cordero: “Vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra”. Las siete lámparas son simultáneamente los siete ojos del Cordero. Las lámparas son para iluminar e incinerar; los ojos son tanto para examinar y observar como también para infundir y transfundir. Como Cordero redentor, Cristo tiene siete ojos que examinan y observan a fin de que la administración de Dios sea ejercida. Además, estos siete ojos transfunden en nuestro ser todo lo que el Cordero es, de modo que podamos llegar a ser iguales a Él. Somos transformados al acudir a Él y al ser vistos por Él. A medida que el Señor nos ilumina y nos juzga, Él nos mira, y Sus siete ojos transfunden Su propio ser al nuestro.

  Es significativo que en Apocalipsis 5:6 los siete Espíritus sean los siete ojos de Cristo, el Cordero. Los ojos de una persona no pueden ser separados de la persona misma, pues los ojos de una persona son su expresión. Nuestro ser interno es expresado principalmente por medio de nuestros ojos. Asimismo, los siete Espíritus son los siete ojos de Cristo por medio de los cuales Cristo se expresa. Así como una persona es uno con sus ojos, Cristo y el Espíritu son uno. Por tanto, es un error afirmar que el Espíritu está separado de Cristo. Puesto que los siete Espíritus son el Espíritu Santo y también son los siete ojos de Cristo, entonces el Espíritu Santo, quien es los siete Espíritus, no está separado de Cristo. El Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es la expresión del Hijo. Los siete ojos de Cristo, los cuales son los siete Espíritus de Dios, son la expresión de Cristo en el mover de Dios para el edificio de Dios. En la actualidad, los ojos de Cristo están sobre nosotros a fin de que podamos ser transformados y conformados a Su imagen con miras al edificio de Dios.

S. EL RÍO DE AGUA DE VIDA

  El último símbolo del Espíritu en el Nuevo Testamento es el río de agua de vida: “Me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle” (Ap. 22:1). Este río de agua de vida es un símbolo de Dios en Cristo como Espíritu, quien fluye en Su pueblo redimido para ser su vida y su suministro de vida. Este río es tipificado por el agua que brotó de la roca hendida (Éx. 17:6; Nm. 20:11) y está simbolizado por el agua que salió del costado traspasado del Señor Jesús (Jn. 19:34). En Apocalipsis 22:1 el agua de vida se convierte en un río que procede del trono de Dios y del Cordero para abastecer y saturar toda la Nueva Jerusalén. Por tanto, como máxima consumación del Dios Triuno procesado, el Espíritu —en calidad de río de agua de vida— es el fluir del Dios Triuno procesado como agua de vida que satisface a Su pueblo escogido a fin de que Él obtenga una manifestación eterna que lo exprese por la eternidad.

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