
En este mensaje abarcaremos los aspectos restantes de la cuarta etapa de la obra que el Espíritu realiza en los creyentes para la impartición divina.
En Hechos 16:6-7 vemos que el Espíritu guió a los apóstoles al prohibirles que hicieran algo y al no permitírselos. “Atravesaron la región de Frigia y de Galacia, habiéndoles prohibido el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia” (v. 6). El avance del apóstol Pablo y sus colaboradores para la propagación del evangelio no se efectuó según la decisión y preferencias de ellos, ni de acuerdo con ningún programa ideado por algún concilio humano, sino por el Espíritu Santo conforme al consejo de Dios, como en la misión llevada a cabo por Felipe (8:29, 39). Ellos tenían la intención de predicar la palabra en Asia, pero el Espíritu Santo se los prohibió. Prohibir de este modo forma parte de cómo el Espíritu Santo lo guía a uno.
Hechos 16:7 añade: “Cuando llegaron a Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió”. El hecho de que el Espíritu Santo les prohibiera y que el Espíritu de Jesús no les permitiera indicó que Pablo y sus colaboradores debían ir hacia adelante, en dirección a Europa oriental, específicamente hacia Macedonia y Acaya. Sin embargo, Pablo no tenía pensado ir en esa dirección. Esto hizo necesario que el Señor le diera una visión durante la noche, y en dicha visión Pablo recibió un llamado macedónico (v. 9).
Que se use de modo intercambiable los títulos el Espíritu de Jesús y el Espíritu Santo revela que el Espíritu de Jesús es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un título general del Espíritu de Dios en el Nuevo Testamento. El Espíritu de Jesús es un término especial, una expresión particular, acerca del Espíritu de Dios y se refiere al Espíritu del Salvador encarnado, Jesús en Su humanidad, quien pasó por el vivir humano y la muerte en la cruz. Esto indica que el Espíritu de Jesús no solamente contiene el elemento divino de Dios, sino también el elemento humano de Jesús y los elementos de Su vivir humano y de la muerte que sufrió. Por tanto, el Espíritu de Jesús implica más de lo que implica el Espíritu Santo. El Espíritu Santo implica la encarnación y el nacimiento del Señor Jesús, pero el Espíritu de Jesús implica Su humanidad, Su vivir humano, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. Debido a que el Espíritu de Jesús posee humanidad, Él pudo guiar a los apóstoles, quienes en su humanidad llevaban a cabo la propagación del Cristo resucitado y ascendido.
En Hechos 16 vemos que el mover de los apóstoles en su obra evangelizadora no era efectuado, estrictamente hablando, por el Espíritu de Dios, sino por el Espíritu Santo, quien estuvo involucrado en la encarnación y nacimiento de Jesús, y por el Espíritu de Jesús, quien estuvo involucrado en la humanidad, el vivir humano, la muerte, la resurrección y la ascensión del Señor. Estos títulos del Espíritu indican que el mover de Pablo en su obra evangelizadora no era realizado conforme a la manera de la vieja dispensación. De haber sido un mover en la vieja dispensación, entonces se debía haber mencionado al Espíritu de Dios o al Espíritu de Jehová. Pero en Hechos 16 no son mencionados el Espíritu de Dios ni el Espíritu de Jehová. El hecho de que Lucas se refiera al Espíritu Santo y al Espíritu de Jesús indica que la obra evangelizadora de los apóstoles era un mover nuevo en la economía neotestamentaria de Dios.
La clase de obra que realicemos para el Señor dependerá de la clase de Espíritu que nos guíe, dirija, instruya y del cual estemos constituidos. El Espíritu todo-inclusivo debe llegar a ser nuestra constitución, y entonces nuestra obra será la expresión de este Espíritu. Como vaso que contiene al Dios Triuno, Pablo estaba plenamente constituido del Espíritu Santo y del Espíritu de Jesús. Como persona constituida del Espíritu todo-inclusivo, él verdaderamente podía predicar a Jesucristo.
El Espíritu también establece a los ancianos en las iglesias. En Hechos 20:28 Pablo le dice a los ancianos de la iglesia en Éfeso que el Espíritu Santo los había puesto a ellos en medio del rebaño como los que vigilan. Fueron los apóstoles quienes designaron ancianos en cada iglesia (14:23). Pero aquí Pablo, quien tomaba la delantera y había designado a estos ancianos, afirma que fue el Espíritu Santo quien había puesto a los ancianos como los que vigilan a fin de que pastoreen a la iglesia. Esto indica que el Espíritu Santo era uno con los apóstoles cuando éstos designaban ancianos, y que los apóstoles hacían esto en conformidad con la dirección del Espíritu Santo. Esto indica que quienes establecen ancianos en las iglesias deben hacerlo siguiendo al Espíritu que mora en sus espíritus. De este modo la disposición del ancianato será conforme a la guía y dirección del Espíritu Santo.
Con base en lo dicho por Pablo acerca de que el Espíritu Santo pone en medio del rebaño a quienes vigilan, podemos ver que la existencia de las iglesias depende por completo del Espíritu Santo, no de los apóstoles. Aunque los apóstoles habían designado a los ancianos, Pablo afirma que esto fue obra del Espíritu Santo. Esto revela que una iglesia llega a existir como tal únicamente mediante la obra del Espíritu Santo. En otras palabras, la obra de los apóstoles en relación con las iglesias debe ser en su totalidad la obra del Espíritu Santo. Debido a que es el Espíritu Santo quien establece a los ancianos, es el Espíritu Santo quien establece las iglesias.
El Espíritu opera en los creyentes repartiendo dones entre ellos como miembros del Cuerpo de Cristo. En 1 Corintios 12:4 se nos dice: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. El uso de “ahora bien” aquí indica que hay un contraste entre los versículos 3 y 4. El versículo 3 dice que cuando ministramos hablando en el Espíritu de Dios, todos decimos: “¡Jesús es Señor!”, con lo cual exaltamos a Jesús como Señor. Pero hay diferencias en cuanto a los dones por los cuales es manifestado el Espíritu; hay diversidad en cuanto a estos dones. La palabra griega que en los versículos 4, 5 y 6 se tradujo “diversidad” también puede traducirse como “distinciones”, “variedades”, “repartimientos”.
Los dones en 1 Corintios 12:4 se refieren a los dones externos, es decir, las habilidades o lo que nos capacita para el servicio. Algunos son milagrosos y otros se desarrollan a partir de los dones iniciales mencionados en 1:7. En 1:7 “don” se refiere a los dones internos producidos por la gracia, tales como el don gratuito de la vida eterna (Ro. 6:23) y el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38), que es el don celestial (He. 6:4); esto no se refiere a los dones externos y milagrosos. Todos los dones en el capítulo 12 son diferentes de los dones iniciales.
En Hebreos 2:4 se habla de los repartimientos del Espíritu Santo. Los repartimientos del Espíritu Santo se refieren a todas las cosas, incluyendo al propio Espíritu, que Él distribuye a quienes reciben la salvación al creer en Cristo. Esto también incluye la impartición de la vida divina en los creyentes. Todos los que hemos creído en el Señor Jesús debemos saber que la vida divina ha sido impartida en nuestro ser juntamente con el Espíritu Santo que nos fue dado. Éste es el primer repartimiento básico del Espíritu. El Espíritu Santo mismo es un repartimiento impartido en nosotros. En nuestra experiencia hay también otros repartimientos del Espíritu Santo.
A fin de que la iglesia sea edificada es necesario que todos los santos ejerzan los dones espirituales en las reuniones de la iglesia, en las reuniones grandes y, especialmente, en las reuniones de hogar. Si nos reunimos sin ejercer nuestros dones espirituales, entonces nuestra reunión habrá sido una simple reunión social, no una reunión apropiada de la iglesia. Actualmente muchas reuniones cristianas son de naturaleza social debido a que están carentes de los dones espirituales. Esto significa que la gran mayoría de cristianos han dejado de desempeñar su función espiritual. Son pocos los santos que asisten a las reuniones con el concepto de que deben ejercer sus dones.
Ningún creyente debiera pensar que no posee un don espiritual. Del mismo modo que poseemos dones debido a que poseemos la vida humana, también poseemos dones espirituales debido a que poseemos la vida divina. Hay ciertos dones y capacidades que vienen junto con la vida divina. Según nuestra experiencia y observación, el primero de estos dones o capacidades es la capacidad de hablar. Nuestro Dios es un Dios que habla, y Su vida es una vida que habla. Por tanto, es absolutamente contrario a la ley espiritual que un cristiano no hable. Debemos hacer uso de nuestra capacidad de hablar, nuestro don del habla. Si aprendemos a hablar espiritualmente, nuestros dones se desarrollarán y aumentarán. En todas las reuniones, sean grandes o pequeñas, debemos ejercer nuestros dones espirituales para la edificación de la iglesia. Es con este propósito que el Espíritu reparte diversos dones a los miembros del Cuerpo de Cristo.
El Espíritu es manifestado en cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo mediante diversos dones (1 Co. 12:7-11). En 1 Corintios 12:7 Pablo dice: “A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”. Todos los diferentes dones son la manifestación del Espíritu; esto es, el Espíritu es manifestado en los creyentes que han recibido los dones. Tal manifestación del Espíritu es provechosa para la iglesia, el Cuerpo de Cristo. La frase para provecho en el versículo 7 significa para el crecimiento en vida de los miembros del Cuerpo de Cristo y para la edificación del mismo.
Enseguida, del versículo 8 al 10, Pablo enumera nueve manifestaciones del Espíritu. El versículo 8 dice: “A éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu”. Según el contexto de este libro, la palabra de sabiduría es la palabra acerca de Cristo como Aquel que es las profundidades de Dios, el cual fue predestinado por Dios para ser nuestra porción (1:24, 30; 2:6-10). La palabra de conocimiento es la palabra que imparte conocimiento general en cuanto a Dios y al Señor (8:1-7). La palabra de sabiduría proviene principalmente de nuestro espíritu y se recibe por revelación; la palabra de conocimiento proviene principalmente de nuestro entendimiento y se obtiene mediante la enseñanza. El primer don es más profundo que el postrero. No obstante, estos dos, y no el hablar en lenguas u otro don milagroso, son los que encabezan la lista de los dones y son la manifestación superior del Espíritu, ya que estos dos son los ministerios, o servicios, más provechosos para la edificación de los santos y de la iglesia, con miras a que la operación de Dios se lleve a cabo.
Después de los primeros dos dones, la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento, Pablo menciona ciertos dones milagrosos. “A otro, fe en el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidad en el mismo Espíritu” (v. 9). Aquí la fe es como aquella que puede trasladar los montes, según 13:2 y Marcos 11:22-24. El don de sanidad mencionado en el versículo 9 de 1 Corintios 12 es el poder milagroso para sanar diferentes enfermedades.
En el versículo 10 se menciona otro don milagroso: “A otro, realizar obras poderosas”. Esto hace referencia a los milagros, obras de poder milagroso diferentes de la sanidad, como por ejemplo cuando Pedro resucitó a Dorcas (Hch. 9:36-42).
En el versículo 10 Pablo también menciona el don de profecía. Este don consiste en hablar por Dios y proclamar a Dios, lo cual incluye predecir y vaticinar. No debiéramos entender el término profecía aquí primordialmente como predecir, pues principalmente significa hablar por el Señor y proclamar al Señor. Por supuesto, a veces está incluido el elemento de una predicción, de hablar, anunciar o proclamar algo de antemano. Predecir implica algo milagroso, pero hablar por Dios y proclamar a Dios no es algo milagroso.
Pablo también nos dice en el versículo 10 que a otro es dado discernimiento de espíritus. Esto consiste en saber distinguir al Espíritu que proviene de Dios de aquellos espíritus que no son de Dios (1 Ti. 4:1; 1 Jn. 4:1-3). Para esto se requiere madurez en vida.
Pablo concluye el versículo 10 diciendo: “A otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”. Aquí las lenguas son un verdadero idioma o dialecto (Hch. 2:4, 6, 8, 11) ya sea de los hombres o de los ángeles (1 Co. 13:1), y no voces y sonidos sin significado. El hablar en lenguas genuino y verdadero es uno de los muchos dones del Espíritu, uno de los muchos aspectos de la manifestación del Espíritu. Algunos dicen que hablar en lenguas es primero la evidencia inicial del bautismo en el Espíritu, y que más tarde viene a ser un don del Espíritu; conforme a tal entendimiento, todos los creyentes tienen que hablar en lenguas como evidencia inicial, pero no todos necesariamente poseerán este don del Espíritu. Sin embargo, tal enseñanza no tiene base en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento muestra claramente que hablar en lenguas sólo es uno de los muchos dones del Espíritu y que no todos los creyentes tienen este don.
La interpretación de lenguas es el don que consiste en hacer que una lengua desconocida sea inteligible y comprensible a los oyentes (14:13). Éste es el noveno aspecto enumerado en este capítulo en cuanto a la manifestación del Espíritu.
Aunque Pablo enumera nueve manifestaciones del Espíritu, la manifestación del Espíritu por medio de los creyentes incluye más de nueve asuntos. El apostolado, las ayudas y las administraciones por el Espíritu, enumerados en 12:28, el ver visiones y el soñar sueños por el Espíritu, mencionados en Hechos 2:17, las señales y los prodigios mencionados en Hebreos 2:4, y tres de los cinco hechos milagrosos profetizados en Marcos 16:17-18, no son enumerados aquí. En este caso Pablo enumeró como ejemplo sólo nueve aspectos de la manifestación del Espíritu. Entre estos nueve, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas figuran al final de la lista porque no son tan provechosos como los otros para la edificación de la iglesia (1 Co. 14:2-6, 18-19). De entre estos nueve dones y los mencionados en 12:28-30, la profecía como predicción, la fe, los dones de sanidad, las obras poderosas, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas son milagrosos. Los demás son dones que se desarrollan por el crecimiento de la vida divina en nosotros (3:6-7), tales como los dones enumerados en Romanos 12:6-8, los cuales provienen de los dones iniciales e internos mencionados en 1 Corintios 1:7; dichos dones son la palabra de sabiduría (como por ejemplo la palabra de los apóstoles), la palabra de conocimiento (como por ejemplo la palabra de los maestros), y el hablar por Dios y proclamar a Dios en profecía, como es realizado por los profetas, el discernimiento de espíritus, las ayudas y las administraciones. Los dones milagrosos, especialmente el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas, no requieren del crecimiento en vida. En cambio, los dones que se desarrollan en vida requieren del crecimiento en vida, incluso madurez, para la edificación de la iglesia.
Debemos ser profundamente impresionados con el hecho de que Pablo pone en primer lugar la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento y pone en último lugar el hablar en lenguas e interpretar lenguas. Esto indica que Pablo consideraba la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento como algo mucho más elevado que las lenguas y la interpretación de lenguas. Podríamos decir que el mejor de los dones es hablar por Cristo y proclamar a Cristo. La palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento se relacionan con esta clase de hablar. Animamos a todos los santos a buscar el don de hablar la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento así como el don de hablar por el Señor y proclamar al Señor. Por ser hijos de Dios, poseemos la vida divina, y con la vida divina nos ha sido dado el don de hablar. Todos los creyentes deben ejercitarse en hacer uso de este don de hablar.
El Espíritu también realiza los dones en cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo. “Todas estas cosas las realiza uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según Su voluntad” (1 Co. 12:11). El Espíritu no solamente reparte y manifiesta, sino que además realiza. Realizar es operar, desempeñar cierta función. El Espíritu vivificante opera dentro de nosotros para hacer de nosotros miembros apropiados que ejercen su función en el Cuerpo.
En 1 Corintios 12 el Dios Triuno está involucrado en tres cosas particulares: los dones, los ministerios y las operaciones (vs. 4-6). Los dones dados por el Espíritu sirven al propósito de llevar a cabo los ministerios, los servicios, para el Señor. Los ministerios para el Señor tienen por finalidad llevar a cabo las operaciones, las obras, de Dios. Éste es el mover del Dios Triuno en los creyentes para el cumplimiento de Su propósito eterno de edificar la iglesia, el Cuerpo de Cristo, a fin de obtener Su expresión.
Hemos recalcado el hecho de que los dones mencionados en el capítulo 12 están estrechamente vinculados a nuestro hablar. Siempre que hablamos, el Espíritu opera. Podríamos pensar que nosotros somos los que desempeñamos una función y hablamos, pero en realidad es el Espíritu quien desempeña esta función. A medida que hablamos, el Espíritu cumple Su función, el Señor ministra y Dios opera. Por tanto, que hablemos reviste gran importancia. Si nosotros no hablamos, el Espíritu no cumple Su función, el Señor no ministra y Dios no opera. En un sentido muy real, el Dios Triuno está a la espera de que nosotros hablemos, diciendo algo por Él.
El Espíritu anhela cumplir Su función, el Señor desea ministrar y Dios se ha propuesto operar; pero esto depende de que ejercitemos nuestro espíritu a fin de hablar por el Señor y proclamar al Señor. Nuestro hablar es crucial para la operación de Dios. Cuanto más hablemos ejercitando nuestro espíritu, más el Espíritu podrá cumplir Su función, más el Señor podrá ministrar y más Dios podrá operar. Cuando nosotros hablamos, el Espíritu cumple Su función. Cuando el Espíritu cumple Su función, el Señor ministra. Cuando el Señor ministra, Dios opera. Por tanto, que el Dios Triuno cumpla Su función, ministre y opere dependen de nuestro hablar. Tanto en las reuniones como en nuestra vida diaria y práctica, el Dios Triuno responde a nuestro hablar en nuestro espíritu al ejercer Su función, ministrar y operar.
El Espíritu también advierte a los creyentes. “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: ‘Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la prueba en el desierto’” (He. 3:7-8). Esta advertencia en particular guarda relación con el reposo sabático. El Espíritu que habla con frecuencia hace advertencias a la iglesia.
En el libro de Apocalipsis vemos que el Espíritu habla a las iglesias (2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 14:13). Apocalipsis 2:7 dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” Al principio de cada una de las siete epístolas presentadas en los capítulos 2 y 3, el Señor es el que habla (2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14); pero al final de cada una de ellas, es el Espíritu quien habla a las iglesias. Éste es un indicio contundente de que quien concretamente nos habla es el Espíritu. Esto demuestra que Cristo y el Espíritu son uno. Primero, recibimos el hablar de Cristo y, después, se nos dice que es el Espíritu quien nos habla. El Cristo que habla es el Espíritu. Todo cuanto Cristo habla es el hablar del Espíritu. Cristo es el Espíritu que habla. El Espíritu es el Señor, y el Señor es el Espíritu.
Si quien habla en Apocalipsis 2 y 3 fuese únicamente Cristo sin ser el Espíritu que habla, Él no podría infundirnos palabras a nuestro espíritu, y Su hablar no sería muy subjetivo para nosotros ni podría conmovernos. Pero, tal como testifica nuestra experiencia, si al leer estas epístolas estamos abiertos al Señor en nuestro espíritu, el Espíritu hablará algo de Cristo infundiéndolo en nosotros. Debido a que Aquel que habla no es el Cristo objetivo, sino el Espíritu subjetivo, Él no solamente nos habla mediante lo escrito en la Biblia, sino también en nuestro espíritu. Una vez que escuchamos Su hablar, algo indeleble es forjado en nosotros. Es un hecho maravilloso que en la actualidad nuestro Cristo es el Espíritu que habla.
Por un lado, cada una de las siete epístolas en Apocalipsis 2 y 3 constituye lo dicho por el Señor a cada iglesia en particular; pero, por otro, constituye lo que el Espíritu dice a todas las iglesias. Por tanto, cada iglesia debe prestar atención no sólo a la epístola que le es dirigida en particular, sino también a todas las epístolas dirigidas a las demás iglesias. Debido a que actualmente el Espíritu habla a las iglesias y no a una religión, una denominación o a un grupo determinado de cristianos buscadores, debemos estar en las iglesias a fin de tener la posición y ángulo correctos para poder escuchar el hablar del Espíritu. Cuando estamos en la iglesia y entre las iglesias, estamos en la posición y ángulo correctos para escuchar el hablar del Espíritu. Ahora todos debemos tener un oído que presta atención a lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Finalmente, el Espíritu habla juntamente con la iglesia: “El Espíritu y la novia dicen: Ven” (Ap. 22:17). En los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, fue el Espíritu quien hablaba a las iglesias; aquí, al final de este libro, el Espíritu y la novia, la iglesia, hablan como una sola persona. Esto indica que la iglesia ha progresado en la experiencia que ha tenido del Espíritu.
En el Nuevo Testamento el Espíritu representa al Dios Triuno procesado. En realidad, el Espíritu es la máxima expresión del Dios Triuno procesado. Ya vimos que Apocalipsis 22:17 dice: “El Espíritu y la novia dicen: Ven”. En el lenguaje humano no existe una expresión mayor que ésta. El Espíritu es la máxima expresión del Dios Triuno procesado, y la novia es la máxima expresión del hombre tripartito transformado. Para el tiempo correspondiente a Apocalipsis 22:17, el Dios Triuno procesado y el hombre tripartito transformado están casados y han llegado a ser una pareja universal. Esto significa que el Dios Triuno procesado y el hombre tripartito transformado llegan a ser uno.
En Apocalipsis 22:17 tenemos dos consumaciones. La divinidad ha pasado por un proceso —la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión— a fin de llegar a ser el Espíritu, la totalidad, la consumación, del Dios Triuno, para poder ser el Novio. La humanidad también habrá pasado por un proceso —la redención, la regeneración y la transformación— a fin de llegar a ser la consumación del pueblo que Dios escogió, redimió, regeneró y transformó. La consumación del Dios Triuno y la consumación del pueblo que Dios escogió, redimió y transformó llegan a ser uno en un matrimonio universal. El Dios Triuno se casa con el hombre tripartito. He aquí una pareja eterna que expresa al Dios Triuno. Por la eternidad el hombre tripartito disfrutará al Dios Triuno y le corresponderá para Su plena expresión y satisfacción.
En estos mensaje hemos abordado las cuatro secciones de la obra que el Espíritu realiza en los creyentes: primero, la sección que abarca desde la santificación inicial, la iluminación y la regeneración hasta la santificación continua; segundo, la sección en la que opera la vida interior; tercero, la sección de la obra para mantener la comunión divina; y cuarto, la sección correspondiente a la iglesia, el ministerio, el servicio y la obra. Esto nos permite apreciar que la obra del Espíritu abarca todas las áreas de la vida y ministerio cristianos. La vida y ministerio cristianos se realizan absolutamente en el Espíritu, con el Espíritu y procedentes del Espíritu. Sin el Espíritu todo-inclusivo, no podemos tener ni la vida cristiana ni el ministerio cristiano. Por tanto, necesitamos ser llenos interiormente del Espíritu Santo y también experimentar el derramamiento del Espíritu Santo a fin de poder tener la vida y obra cristiana apropiada.