
En este mensaje consideraremos más símbolos de los creyentes hallados en el Nuevo Testamento.
Juan 10 hace referencia a los creyentes como ovejas. Tanto los creyentes judíos como los creyentes gentiles son ovejas que tienen a Cristo como su Pastor.
Primero, las ovejas son los creyentes judíos que salieron del redil del judaísmo a través de Cristo como puerta (vs. 2-4, 7-9). El redil en Juan 10 representa la ley y también el judaísmo, la religión de la ley. Antes que Cristo viniera, Dios puso a Su pueblo escogido bajo la custodia de la ley. La ley era el redil donde el pueblo de Dios —como ovejas— fue guardado y recibió protección temporal hasta que los pastos, el lugar permanente destinado para las ovejas, estuvieran listos y disponibles. Cristo es los pastos, el lugar permanente donde debe permanecer el pueblo de Dios. Antes que Cristo viniera, Dios preparó la ley como redil a fin de guardar y confinar allí temporalmente a Su pueblo escogido. Sin embargo, la religión judía utilizó la ley para formar el judaísmo, el cual entonces se convirtió en el redil.
Juan 10 revela que Cristo es la puerta por la cual el pueblo de Dios deja el redil y viene a los pastos. Ya no es el deseo de Dios mantener a Su pueblo escogido en el redil de la ley; más bien, Él desea que ellos salgan de la ley para entrar en Cristo. Ahora, durante la era del Nuevo Testamento, Dios se ha propuesto sacar a Su pueblo de la ley a través de Cristo como puerta. Cristo ha venido y los pastos están listos. Ya no es necesario que las ovejas permanezcan confinadas bajo la custodia de la ley judía. Ellas tienen que ser liberadas del redil de la ley a fin de disfrutar las riquezas de los pastos. Cristo es la puerta mediante la cual Sus creyentes pueden salir de cualquier clase de redil y entrar en Él como los pastos.
Segundo, las ovejas en Juan 10 son los creyentes gentiles, quienes fueron guiados por Cristo para conformar un solo rebaño (la iglesia) junto con los creyentes judíos. El versículo 16 dice: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que las guíe también, y oirán Mi voz; y habrá un solo rebaño, y un solo Pastor”. Aquí el Señor Jesús revela que además de los creyentes judíos como ovejas Suyas que estaban guardadas bajo la custodia de la ley, Él tiene otras ovejas que no pertenecen al redil judío, las cuales son el pueblo escogido por Dios entre los gentiles y a las cuales Él debe traer al rebaño. Cuando estas palabras fueron dadas por el Señor Jesús, ellas eran una profecía. Esta profecía se cumplió en Hechos cuando Pedro salió a predicar el evangelio a los de la casa de Cornelio, quienes eran gentiles (cap. 10) y cuando Pablo salió a predicar el evangelio al mundo gentil (cap. 13). Mediante la predicación del evangelio a los gentiles, muchos fueron salvos siendo conducidos al Señor procedentes de pueblos de diversas lenguas, y todos ellos llegaron a ser las ovejas del Señor.
El Señor Jesús primero llamó a Sus creyentes judíos y los sacó del redil de la religión judía, y después de Pentecostés Él salvó a muchos creyentes gentiles y los sacó del mundo gentil para hacer de todos ellos, tanto creyentes judíos como gentiles, un solo rebaño que lo tuviera a Él como único Pastor. Este único rebaño es la única y universal iglesia, el único Cuerpo de Cristo (Ef. 2:14-16; 3:6), producido por la vida, la cual el Señor impartió en nosotros mediante Su muerte y resurrección. El único rebaño ya no pertenece al redil judío ni al mundo gentil, sino que permanece por sí mismo como iglesia de Dios, la cual existe aparte de los judíos y gentiles (1 Co. 10:32). El único rebaño es muy diferente en naturaleza de un redil. Como nuestro Pastor, Cristo nos ha introducido en el rebaño, donde estamos en los pastos disfrutando a Cristo mismo como nuestra vida y suministro de vida.
Las ovejas que pertenecen al único rebaño tienen a Cristo como su Pastor, quien puso Su vida del alma por ellas para que obtuvieran la vida divina (Jn. 10:11, 14-15, 16b, 10). En el versículo 10 el Señor Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Y en el versículo 11 Él dice: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor pone Su vida por las ovejas”. En estos dos versículos se usan dos palabras griegas distintas para “vida”. En el versículo 10 la palabra griega es zoé, que es la palabra usada en el Nuevo Testamento para denotar la vida eterna y divina. En el versículo 11 la palabra griega es psujé, la misma palabra que se traduce “alma”, la cual se refiere a la vida del alma, esto es, la vida humana. Estos versículos indican que el Señor Jesús tiene dos clases de vidas. Como hombre, el Señor posee la vida psujé, la vida humana; y como Dios, Él posee la vida zoé, la vida divina. Él puso Su alma, Su vida psujé, Su vida humana, para efectuar la redención por Sus ovejas (vs. 15, 17-18) a fin de que participaran de Su vida zoé, Su vida divina (v. 10), la vida eterna (v. 28), mediante la cual pueden conformar un solo rebaño bajo un solo Pastor, Él mismo. Como buen Pastor, Él alimenta a Sus ovejas con la vida divina de esta manera y con este propósito.
La vida divina del Señor no podía ser inmolada. Lo que fue inmolado en Su crucifixión fue Su vida humana. A fin de ser nuestro Salvador, Él —como hombre— puso Su vida humana para efectuar la redención en favor nuestro a fin de que pudiéramos recibir Su vida zoé. Él puso Su vida humana a fin de que nosotros, después de haber sido redimidos, pudiéramos poseer Su vida divina, la vida eterna.
El Pastor, la vida divina y la vida humana son todos para el rebaño. Los que conforman el rebaño son personas caídas que requieren redención. Como hombre, el Pastor poseía la vida humana. Él sacrificó Su vida humana a fin de efectuar la redención para Su rebaño. De este modo, Su rebaño fue redimido. Después, Su rebaño recibió Su vida divina, y por esta vida divina las ovejas viven juntas como rebaño. Por tanto, el rebaño conforma una sola unidad, una sola entidad. Esto es logrado no por la vida humana, sino por la vida divina.
En la vida humana estamos bajo condenación y nos encontramos divididos, pero en la vida divina somos aceptados por Dios y estamos unidos. En la vida divina todos conformamos una sola entidad, lo cual significa que somos un solo rebaño bajo un solo Pastor en una sola vida. Sin embargo, si vivimos por nuestra vida humana, ya no somos ovejas. Una oveja es una persona regenerada con la vida divina. Todos tenemos que vivir por la vida divina y, por tanto, llegar a ser ovejas genuinas, verdaderas y puras. Entonces estaremos en el rebaño. Si no vivimos por la vida divina, no puede haber rebaño, pues el rebaño es producido, formado y mantenido por la vida divina. En la vida divina somos verdaderamente uno. Esto no es posible en nuestra vida humana, nuestra vida psujé; ello es posible únicamente en la vida divina, la vida zoé. Ahora, como aquellos que han sido redimidos y regenerados, estamos en la vida divina bajo un solo Pastor para ser un solo rebaño.
Los creyentes también están simbolizados por los muchos granos de trigo. Juan 12:24 dice: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. La expresión mucho fruto se refiere a muchos granos de trigo que constituyen la multiplicación de aquel único grano.
En 12:24 el Señor Jesús claramente se refiere a Sí mismo, el Dios encarnado, como único grano de trigo que cae en la tierra y muere. Los creyentes como muchos granos de trigo son producidos de Cristo, el grano único.
Los muchos granos de trigo son producidos mediante la muerte y resurrección de Cristo. Al realizar Su obra en la cruz, el Señor Jesús murió como grano de trigo que cae al ser introducido en la muerte a fin de liberar la vida divina. La vida divina estaba en Jesús, del mismo modo en que la vida está confinada a un grano de trigo. Debido a que la vida está escondida en este grano, su cáscara deberá quebrarse para que la vida dentro del grano pueda ser liberada. La muerte todo-inclusiva de Cristo liberó la vida divina que estaba dentro de Él. Como grano de trigo, Él murió para liberar la vida divina y vivificar a los redimidos de Dios a fin de producir muchos granos.
El Señor Jesús cayó en la tierra y murió para que Su elemento divino, Su vida divina, fuese liberado del interior del cascarón de Su humanidad a fin de producir a los muchos creyentes en resurrección (1 P. 1:3), tal como un grano de trigo hace que su propio elemento de vida sea liberado al caer en la tierra para luego brotar del suelo y producir mucho fruto, esto es, generar muchos granos. El Señor Jesús, como grano de trigo que cae en la tierra, perdió Su vida del alma mediante la muerte a fin de que Él pudiera liberar Su vida divina para los muchos granos. Éste es el aspecto de la muerte de Cristo que consiste en liberar la vida divina.
La muerte de Cristo liberó la vida divina que estaba confinada en Él. Él era el grano de trigo, y no había otra manera de que ese grano creciera excepto al caer en la tierra y morir. Es de este modo que se puede lograr la multiplicación de la vida. Por tanto, en Su muerte Cristo fue sembrado en la tierra como grano de trigo a fin de producir una multiplicación mediante la liberación de la vida divina.
Como grano de trigo que cayó en la tierra y murió, el Señor Jesús ha producido mucho fruto en resurrección. Esto guarda relación con la germinación mediante la resurrección. Al respecto, Pedro dijo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 P. 1:3). Cuando Cristo resucitó, todos nosotros, Sus creyentes, estábamos incluidos en Él. Por tanto, fuimos resucitados juntamente con Él (Ef. 2:6). En Su resurrección Él nos impartió la vida divina y nos hizo iguales a Él en vida y naturaleza.
Mediante Su muerte y resurrección el Señor Jesús ha sido multiplicado y propagado. Los muchos granos son la multiplicación del único grano, y esta multiplicación es la propagación de aquel grano de trigo. Por tanto, la resurrección del Señor fue Su propagación a fin de producir la iglesia como Su reproducción.
Los muchos granos de trigo producidos mediante la muerte y resurrección de Cristo tienen por finalidad la formación de un solo pan: el Cuerpo de Cristo. Después que los muchos granos han sido producidos, ellos tienen que ser molidos, convertirse en harina y mezclarse conjuntamente para formar un pan, el cual es ofrecido a Dios. Este pan es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Co. 10:17). El Cristo del cual fuimos producidos y de quien somos partícipes nos constituye en Su único Cuerpo.
Además de ser los muchos granos de trigo, los creyentes también son los muchos pámpanos de la vid. Esto significa que los creyentes son miembros del Cristo de Dios para formar el organismo del Dios Triuno en la impartición divina. En Juan 15:1 el Señor Jesús declara: “Yo soy la vid verdadera”, y en el versículo 5 Él dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. Esta vid, que es Cristo, junto con sus pámpanos, que son los creyentes en Cristo, es el organismo del Dios Triuno en la economía de Dios que crece con Sus riquezas y expresa Su vida divina.
Cristo y los creyentes, la vid y los pámpanos, forman el organismo del Dios Triuno en la impartición divina. La vid en Juan 15, por tanto, es una vid universal que incluye a Cristo y a Sus creyentes, los pámpanos. En esta vid, este organismo, el Dios Triuno vive, se expresa a Sí mismo y se imparte al máximo en los Suyos.
En Juan 15 vemos el enfoque central de lo que Dios realiza en el universo. Aquí el Padre es un labrador, un agricultor, que cultiva la vid verdadera, Cristo, junto con sus pámpanos, los que han creído en Cristo. En Su economía, Dios cultiva a Cristo, y todos nosotros somos pámpanos que están en Cristo, la vid verdadera.
Cristo, el Dios infinito, es la vid, y nosotros somos Sus pámpanos. Nosotros realmente somos pámpanos del Dios infinito, orgánicamente uno con Él. Esto significa que hemos sido orgánicamente unidos al Dios Triuno. Ahora formamos parte de Dios, incluso al igual que los miembros de nuestro cuerpo forman parte de nosotros mismos. Si estamos en la luz, hemos de ver que somos miembros de Cristo, que formamos parte de Él.
Hemos llegado a ser pámpanos de la vid, miembros del Cristo de Dios, mediante la ramificación de la vid, pues los pámpanos son la propagación de la vid. No somos pámpanos de la vid por nuestra vida natural; por el contrario, por nuestra naturaleza caída somos ramas de Adán e, incluso, ramas del diablo. Así como una rama es la ramificación del árbol, del mismo modo cuando nacimos éramos simplemente la ramificación de Adán. Por ser ramas de Adán, también éramos ramas de Satanás. Lo maravilloso es que cuando creímos en el Señor Jesús, Él se ramificó en nosotros. Tal ramificación nos ha hecho ramas de este Cristo maravilloso. Por tanto, la ramificación de Cristo nos ha hecho ramas de Cristo, quien es la vid. Ahora, como ramas, estamos llenos de Cristo como vida, pues ser pámpanos en la vid significa que Cristo ha llegado a ser nuestra vida.
No hay mejor planta que la vid para servir de ilustración adecuada referente a la relación viviente que existe entre los creyentes y Cristo. Una vid se diferencia de un árbol en el hecho de que prácticamente carece de un tronco. Si uno corta los pámpanos de la vid, prácticamente no queda nada, únicamente la raíz. Por tanto, es muy significativo que el Señor dijera: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. La vid lo es todo para los pámpanos. Todo cuanto está en la vid también está en los pámpanos. Esto indica que Cristo, como vid, es un gran disfrute para nosotros, los pámpanos. De la vid y por medio de ella recibimos todo cuanto necesitamos para vivir como pámpanos.
Por ser creyentes, somos pámpanos de la vid y sólo servimos para expresar a la vid. Todo lo que la vid es y posee, es expresado mediante los pámpanos. Individualmente, los pámpanos son aquellos que han sido regenerados. Corporativamente, ellos son la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Los pámpanos, aquellos que han creído en el Hijo, tienen por finalidad ser la expresión del Hijo con el Padre al llevar fruto.
Como pámpanos de la vid, debemos permanecer en la vid, el Cristo de Dios. El Señor Jesús dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (Jn. 15:4-5). Es únicamente cuando los pámpanos permanecen en la vid que ésta puede serlo todo para ellos. Por esta razón, el Señor Jesús dice respecto de Sí mismo como vid y de nosotros como pámpanos: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Nuestra vida y disfrute consisten en permanecer en la vid. Nuestro destino como pámpanos es el de permanecer en la vid.
Aparte de la vid, nosotros, los pámpanos, no podemos hacer nada. Un pámpano de la vid no puede vivir por sí mismo, pues se marchitaría y moriría al estar separado de la vid. La relación que existe entre los pámpanos y la vid retrata la relación existente entre nosotros y el Señor Jesús. Separados de Él no somos nada, no tenemos nada y nada podemos hacer. Lo que somos, lo que tenemos y lo que podemos hacer tiene que ser realizado en el Señor y por el Señor en nosotros. Por tanto, es crucial que permanezcamos en el Señor y que el Señor permanezca en nosotros. No debemos hacer nada por nosotros mismos; debemos hacerlo todo al permanecer en la vid. Cristo como vid es la porción todo-inclusiva para nuestro disfrute diario. Debido a que somos pámpanos para el Señor y el Señor es para nosotros la vid, tenemos que permanecer en Él y permitir que Él permanezca en nosotros. Entonces en nuestra experiencia Cristo lo será todo para nosotros a fin de que le disfrutemos.
Permanecer en el Cristo de Dios es un asunto crucial. Llevar fruto depende de permanecer. Que permanezcamos en Cristo depende de que tengamos una clara visión respecto a que somos pámpanos en la vid. Si hemos de permanecer en la vid, tenemos que ver el hecho de que somos pámpanos en la vid. Si vemos que ya estamos en Cristo, podremos permanecer en Él. Por tanto, debemos orar: “Señor Jesús, muéstrame claramente que soy un pámpano en la vid”.
Una vez vemos el hecho de que somos pámpanos en la vid, debemos mantener la comunión entre nosotros y la vid. Todo aislamiento habrá de separarnos del rico suministro de la vid. Una pequeña desobediencia, un pecado o incluso un pensamiento pecaminoso puede interponerse entre nosotros y la vid aislándonos de las riquezas de la vid. Primero, tenemos que ver que somos pámpanos; y después debemos mantener la comunión entre nosotros y el Señor. Nada debe interponerse entre nosotros y el Señor. Por experiencia sabemos que incluso algo pequeño puede separarnos del rico suministro de la vid. Por tanto, debemos orar: “Señor Jesús, que nada se interponga entre Tú y yo, lo cual me separaría de Tu rico suministro”.
Siempre y cuando permanezcamos en Cristo, Él permanecerá en nosotros. Que Él permanezca en nosotros depende de que nosotros permanezcamos en Él. Que nosotros permanezcamos en Él es una condición requerida para que Él permanezca en nosotros, pero Su permanecer en nosotros no es condición previa para que nosotros permanezcamos en Él. En cuanto a Él mismo, nada depende de una condición previa; pero con respecto a nosotros, debido a que somos tan fluctuantes, sí es necesaria una condición previa. Si no permanecemos en Cristo, Él no podrá permanecer en nosotros. Si bien Él no cambia, nosotros experimentamos muchos cambios. Podríamos permanecer en Él hoy y alejarnos de Él mañana. Por tanto, Su permanecer en nosotros depende de que nosotros permanezcamos en Él. Que permanezcamos en Él es la condición para que Él permanezca en nosotros. Por tanto, el Señor dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Si permanecemos en Él, Él ciertamente permanecerá en nosotros. Si no permanecemos en Él, dejamos de cumplir con la condición para que Él permanezca en nosotros. Su permanecer en nosotros depende de nuestro permanecer en Él. Este mutuo permanecer el uno en el otro producirá fruto.
La vid y los pámpanos son un organismo que tiene por finalidad glorificar al Padre. Con la vid se logra la glorificación del Padre mediante la expresión de las riquezas de la vida divina al llevar fruto. Al llevar fruto se expresa la vida divina del Padre, y de este modo Él es glorificado. Ésta es la razón por la cual el Señor Jesús dice: “En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (Jn. 15:8).
En Juan 15:8 la palabra glorificado significa que la intención, el contenido, la vida interior y las riquezas internas, todo ello es liberado y expresado. La vid y los pámpanos son un organismo que tiene por finalidad glorificar al Padre, a fin de que la intención, el contenido, la vida interior y las riquezas internas sean liberados y expresados. Por ser un organismo cuya finalidad es glorificar al Padre, la vid y los pámpanos expresan las riquezas de la vida divina. Cuando la vid lleva fruto como racimos de uvas, las riquezas de la vida divina son expresadas. Esta expresión es la glorificación del Padre porque el Padre es la vida divina.
El Padre es la fuente y sustancia de la vid. A diferencia del fruto de la vid, la esencia, sustancia y vida de la vid están escondidas, ocultas, confinadas. Sin embargo, las riquezas de la vida interior de la vid son expresadas en los racimos de frutos. Expresar la vida interior de este modo equivale a liberar la sustancia divina desde el interior de la vid. Cuando la vida de la vid es expresada mediante los pámpanos en su propagación y multiplicación, el Padre es glorificado, porque lo que el Padre es en las riquezas de Su vida, es expresado en la propagación y multiplicación de la vid. En esto consiste la glorificación del Padre.
Que nosotros llevemos fruto es la glorificación, la expresión, del Dios Triuno desde nuestro interior. Actualmente el Dios Triuno está dentro de nosotros como nuestra vida y naturaleza, y la expresión de la vida y naturaleza del Dios Triuno desde nuestro interior es gloria. Por tanto, cuando la vida divina con su naturaleza es expresada a través de nosotros al llevar fruto, el Padre es glorificado.
En Juan 17:22 el Señor Jesús oró con respecto a la gloria que el Padre le había dado y que Él, a su vez, dio a Sus discípulos. La gloria que el Padre dio al Hijo y que el Hijo dio a los discípulos, es la vida divina con la naturaleza divina para la expresión de Dios. El Padre ha dado Su vida y naturaleza al Hijo para que el Hijo exprese la gloria del Padre. El Hijo nos ha dado esta vida divina con su naturaleza divina a fin de que nosotros también expresemos a Dios en gloria. En Juan 15 esta expresión de la vida divina, esta glorificación del Padre, consiste en llevar fruto. Día tras día debemos llevar una vida fructífera y, de este modo, glorificaremos al Padre. Cuanto más expresemos la vida divina al llevar fruto, más el Padre será glorificado.