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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 099-113)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO DIEZ

LOS CREYENTES: SUS SÍMBOLOS

(4)

  En este mensaje abarcaremos otros cinco símbolos de los creyentes usados en el Nuevo Testamento: vasos de misericordia para honra y gloria, ramas del olivo cultivado, un espectáculo, la escoria del mundo y el desecho de todas las cosas, y el templo del Espíritu Santo.

O. VASOS DE MISERICORDIA PARA HONRA Y GLORIA

  Los que han creído en Cristo son vasos de misericordia para honra y gloria. Romanos 9:21 dice: “¿O no tiene autoridad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?”. El versículo 23 procede a indicar que Dios quiso “dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria”. Por ser vasos, no somos instrumentos ni armas, sino recipientes. Según Romanos 9, lo que contenemos es misericordia, honra y gloria. Esta misericordia, honra y gloria son en realidad el propio Dios Triuno. En la etapa inicial de nuestra experiencia, el Dios Triuno es nuestra misericordia; en la etapa de desarrollo, Él es nuestra honra; y en la etapa de compleción, Él es nuestra gloria. En la actualidad disfrutamos a nuestro Dios como misericordia y, en cierta medida, como honra. Cuando el Señor Jesús regrese, habremos sido plenamente introducidos en la honra y también en la gloria. Entonces seremos llenos del Dios Triuno no solamente como nuestra misericordia, sino también como nuestra honra y gloria.

  Entre los atributos de Dios, la misericordia es el atributo de mayor extensión. La misericordia va más lejos que la gracia, pues la misericordia nos alcanza estando nosotros en una situación lamentable e indigna de gracia. De acuerdo con nuestra condición natural, estábamos muy lejos de Dios, en una situación completamente indigna de Su gracia, y éramos elegibles únicamente para recibir Su misericordia. ¡Cuán maravilloso que la misericordia de Dios hacia nosotros no depende de que nos encontremos en una condición apropiada! Más bien, la misericordia de Dios se manifiesta en medio de la condición lamentable del hombre. Es la misericordia de Dios la que ha llegado hasta nosotros. Nosotros éramos tan pobres y deplorables que era necesario que la misericordia de Dios se extendiera hasta alcanzarnos en nuestra condición caída. Debemos ver la preciosidad de la misericordia de Dios de modo que le alabemos por ella y demos testimonio de ella. Una vez fuimos pecadores que estaban muy lejos de Dios; ahora somos uno con el Cristo todo-inclusivo. ¡Qué misericordia! Somos vasos que contienen al Dios Triuno como misericordia. Como dice un himno escrito por Charles Wesley:

  ¡Qué misericordia, inmensa y gratuita; Pues, oh mi Dios, me encontró!

  (Hymns, #296)

  Cuando Pablo escribió el capítulo 9 de Romanos, su pensamiento estaba plenamente ocupado con la misericordia de Dios. Él dice: “Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (v. 16). Que seamos creyentes y perseveremos en la vida de iglesia depende por completo de la misericordia de Dios. Debido a que todo procede de la misericordia de Dios, no podemos jactarnos de nada con respecto a nosotros mismos. Seguir adelante con el Señor no depende de que queramos ni de que corramos, sino de la misericordia de Dios. Nuestro querer no sirve para ello y nuestro correr es vano; pero la misericordia de Dios opera de manera maravillosa. Nosotros somos volubles, pues fluctuamos constantemente. Por tanto, no debiéramos confiar en nosotros mismos, sino en la misericordia de Dios. Alabamos al Señor por ser vasos de misericordia para honra y gloria. Ahora tenemos como nuestro contenido a Dios mismo como misericordia y habremos de contenerlo como honra y gloria.

1. Escogidos por Dios según Su misericordia soberana

  Como vasos de misericordia para honra y gloria, fuimos escogidos por Dios según Su misericordia soberana (Ro. 9:11-16). La expresión misericordia soberana denota que la misericordia de Dios es por completo conforme a Su soberanía. Ser vasos de misericordia no es resultado de alguna elección propia, sino que se origina en la soberanía de Dios. Procede de la soberanía de Dios que Él nos haya creado como vasos de misericordia para contenerlo a Él. Su soberanía es la base de Su selección.

  En Romanos 9:15 Pablo cita las palabras del Señor: “Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia”. Es debido a la misericordia de Dios que nosotros respondimos al evangelio cuando otros no respondieron, que recibimos las palabras acerca de Cristo como vida mientras otros se rehusaban a recibirlas y que tomamos el camino del recobro del Señor aun cuando otros retrocedieron evitando tomar este camino. Con respecto al evangelio, el ministerio de vida y la vida de iglesia, en Su soberanía Dios ha tenido misericordia de nosotros. Por tanto, tenemos que alabarle por Su misericordia soberana.

  En la sociedad, la elección está relacionada con el nacimiento, la crianza, la educación y el éxito. La elección divina es absolutamente diferente. Dios nos escogió incluso antes que naciéramos, de hecho, antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). La elección humana depende de lo que las personas son en sí mismas. Quienes son personas consideradas buenas, prometedoras o exitosas tienen mayores posibilidades de ser seleccionadas. Pero la elección que Dios efectúa no depende de lo que somos, sino que depende íntegramente de la soberanía de Dios y Su deseo. Esto es ilustrado por el caso de Jacob y Esaú. Antes que ellos nacieran, Dios le dijo a Rebeca: “El mayor servirá al menor” (Ro. 9:12). La elección de Dios fue hecha antes que esos niños nacieran, antes que hubieran hecho algo bueno o malo. Esto era “para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (v. 11). Si fuéramos a preguntarle a Dios por qué escogió a Jacob y no a Esaú, probablemente contestaría: “Soy soberano y tengo plena autoridad para hacer lo que deseo”.

  Otra ilustración de la soberanía de Dios que se halla en Romanos 9 es la del alfarero y el barro. Pablo dice: “Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el objeto moldeado al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene autoridad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (vs. 20-21). Dios es el alfarero, y nosotros somos el barro. Como alfarero, Dios tiene autoridad sobre el barro. Si Él así lo desea, puede hacer un vaso para honra y otro para deshonra. Esto no depende de nuestra elección, sino de Su soberanía.

  En 9:23 y 24 Pablo procede a preguntar: “[¿Y qué, si Dios quiso] dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria, a saber, nosotros, a los cuales también ha llamado, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles?”. Todo depende de la autoridad de Dios. Dios tiene autoridad para hacer de nosotros, a quienes escogió y llamó, vasos de misericordia que le contengan a Él a fin de que las riquezas de Su gloria sean dadas a conocer, sean manifestadas. De acuerdo con Su autoridad soberana, Él nos preparó de antemano para gloria. Por Su soberanía fuimos predestinados para ser Sus recipientes, vasos de misericordia para honra y gloria a fin de expresarlo a Él. Este asunto corresponde por completo a la misericordia soberana de Dios.

  Hicimos notar que en 9:16 Pablo dice: “No es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. Nuestro concepto es que aquel que quiere lo habrá de obtener y aquel que corre logrará aquello por lo cual corre. Si éste fuera el caso, entonces la elección de Dios para hacernos vasos de misericordia sería conforme a nuestro esfuerzo y labor. Pero no es así. La elección de Dios proviene de Dios quien tiene misericordia. No tenemos que desearlo o correr por ello, pues en Su soberanía Dios ha tenido misericordia de nosotros.

2. Creados por Dios

  La Biblia revela que el hombre fue creado como un vaso a fin de contener a Dios. Al crear al hombre, Dios lo creó como un vaso a fin de que lo contuviera, con la intención de venir a este vaso y llenarlo consigo mismo. Cuando Dios entra en los vasos que Él creó, Él encuentra que son el complemento apropiado para Él. Por ejemplo, Dios posee emociones, y Su vaso, Su recipiente, también posee emociones. Por tanto, en tal vaso Dios encuentra cabida para impartir Sus propias emociones. De este modo las emociones humanas y las emociones divinas llegan a ser uno. La emoción divina es el contenido, y las emociones humanas son el recipiente y la expresión. Damos gracias al Señor por mostrarnos el hecho de que el hombre es un vaso que sirve para contener a Dios y que Dios se siente en casa al estar en dicho vaso.

  Romanos 9:21 revela el propósito que tenía Dios al crear al hombre. Este versículo es único en su revelación del propósito de Dios en la creación del hombre. Sin este versículo sería difícil para nosotros comprender que el propósito de Dios al crear al hombre era hacer de él Su vaso a fin de que lo contuviera. Debe impresionarnos profundamente el hecho de que somos los recipientes de Dios y que Él es nuestro contenido.

  La elección de Dios en Su soberanía tiene una meta, y esta meta es obtener muchos vasos que contengan a Dios y le expresen por la eternidad. Dios nos creó de tal modo que podemos recibirle en nuestro interior y contenerle como nuestra vida y suministro de vida, lo cual tiene por finalidad que seamos uno con Él a fin de expresarlo y que Él sea glorificado en nosotros y con nosotros. Ésta es la meta de Dios al elegir y crear al hombre.

  Romanos 9 revela que la cúspide de nuestra utilidad para Dios consiste en que seamos vasos que le contienen y expresan. Somos Sus recipientes y Su expresión, y Él es nuestro contenido y nuestra vida. Él vive en nosotros a fin de que le vivamos. A la postre, Él y nosotros, nosotros y Él, seremos íntegramente uno en vida y naturaleza. Éste es nuestro destino como vasos de misericordia.

3. Vasos para honra al tener a Cristo como su tesoro mediante la regeneración

  Los creyentes son vasos para honra al tener a Cristo como su tesoro mediante la regeneración. Romanos 9:21 se refiere a los vasos para honra. En 2 Corintios 4:6 y 7 se nos dice: “El mismo Dios que dijo: De las tinieblas resplandecerá la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Este tesoro es el Cristo que mora en nosotros. Somos recipientes de honra porque Cristo mismo es tal honra. Él es el tesoro dentro de nosotros. Si bien ya tenemos este tesoro en vasos de barro, tal tesoro todavía no se ha manifestado. Cuando el Señor Jesús regrese, Cristo como nuestro tesoro será manifestado. Entonces los demás podrán ver que nosotros, como vasos para honra, somos recipientes de tal tesoro.

4. Vasos para honra al limpiarse de los vasos para deshonra

  Los creyentes son vasos para honra al limpiarse de los vasos para deshonra. En 2 Timoteo 2:20 se nos dice: “En una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honra, y otros para deshonra”. En la casa grande aquí referida no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también hay vasos de madera y de barro; y unos son para honra, y otros para deshonra. La casa de Dios, definida en 1 Timoteo 3:15 y 16, es la iglesia genuina en su naturaleza divina y carácter esencial como fundamento de la verdad, mientras que la “casa grande” mencionada en 2 Timoteo 2:20 se refiere a la iglesia deteriorada, la cual es de carácter mixto, según está ilustrado por el árbol anormalmente grande de Mateo 13:31 y 32. En esta casa grande no solamente hay vasos preciosos, sino también vasos viles. Por esta razón, no podemos creer que esta casa grande se refiera a la iglesia como casa del Dios viviente según es presentada en 1 Timoteo 3:15. Esta casa grande ciertamente no es la casa del Dios viviente. La casa del Dios viviente es el gran misterio de la piedad y también Dios manifestado en la carne. Tal casa no contiene vasos para deshonra. Por tanto, la casa grande debe referirse a la cristiandad. Además, esta casa grande es equivalente al gran árbol descrito en Mateo 13. La iglesia genuina en la actualidad es la casa del Dios viviente, mientras que la cristiandad anormal es la casa grande. ¡Cuán grande es hoy en día esta casa anormal! Del mismo modo que las aves inmundas se alojan en el gran árbol, también los vasos para deshonra, los vasos de madera y de barro, hallan cabida en la casa grande. Sin embargo, en la iglesia genuina únicamente hay vasos de oro y de plata.

  Los vasos de honra están constituidos tanto de la naturaleza divina (oro) como de la naturaleza humana redimida y regenerada (plata). Estos vasos, tales como Timoteo y otros auténticos creyentes, constituyen el firme fundamento (2 Ti. 2:19) que sostiene la verdad. Los vasos de deshonra están constituidos de la naturaleza humana caída (madera y barro). Himeneo, Fileto (v. 17) y otros falsos creyentes pertenecen a esta categoría.

  En 2 Timoteo 2:21 Pablo añade: “Así que, si alguno se limpia de éstos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y dispuesto para toda buena obra”. Limpiarse es apartarse de injusticia (v. 19), lo cual es una evidencia externa de que poseemos la naturaleza divina internamente. El pronombre éstos en el versículo 21 se refiere a los vasos para deshonra, incluyendo a aquellos mencionados en los versículos del 16 al 18. No solamente debemos limpiarnos de todo lo que sea injusto, sino también de los vasos de deshonra. Esto significa que tenemos que mantenernos alejados de ellos. Por tanto, tenemos que limpiarnos de toda cosa injusta y de los vasos de deshonra que son de madera y de barro. Si nos limpiamos de estas cosas negativas y personas negativas, hemos de ser vasos para honra, santificados, útiles al Dueño y dispuestos para toda buena obra. “Para honra” se refiere a la naturaleza, “santificado” a la posición, “útil” a la práctica y “dispuesto” al adiestramiento.

  En 2 Timoteo 2:20 y 21 se nos indica que, con base en la misericordia de Dios —la cual hizo de nosotros vasos de honra—, tenemos que limpiarnos de los vasos para deshonra. Debemos separarnos de estos vasos. Por ejemplo, debemos separarnos de los modernistas de hoy, los cuales niegan que Jesús es Dios y que las Escrituras son inspiradas por Dios. Tales vasos son vasos para deshonra y no debemos estar con ellos. A fin de ser vasos para honra, debemos separarnos, limpiarnos, de todo vaso de deshonra.

5. Preparados por Dios para gloria, la cual obtendremos mediante la glorificación: el último paso de la salvación completa de Dios

  Como vasos de misericordia para honra y gloria, fuimos preparados por Dios para gloria, la cual obtendremos mediante la glorificación: el último paso de la salvación completa de Dios. Romanos 9:23 nos dice que los vasos de misericordia fueron preparados de antemano para gloria, y Romanos 8:30 indica que la glorificación es el último paso de la salvación de Dios. Fuimos predestinados, llamados, justificados y, finalmente, seremos glorificados. La glorificación incluye la redención (transfiguración) de nuestro cuerpo (Fil. 3:21) y el ser plenamente conformados al Señor. En este paso final de Su salvación, Dios redimirá nuestro cuerpo caído y corrupto (Ro. 8:23) al transfigurarlo conformándolo al cuerpo de la gloria de Cristo. Él también nos conformará a la gloriosa imagen de Cristo, Su Hijo primogénito (v. 29), haciéndonos completa y absolutamente iguales a Él en nuestro espíritu regenerado, nuestra alma transformada y nuestro cuerpo transfigurado. Por tanto, nuestro cuerpo será libertado de la esclavitud de corrupción de la vieja creación e introducido en la gloria de la nueva creación de Dios (v. 21).

P. RAMAS DEL OLIVO CULTIVADO

  Hemos visto que los creyentes están simbolizados por los pámpanos de la vid (Jn. 15:5, 8). Ahora debemos ver que los creyentes también están simbolizados por las ramas del olivo cultivado. Romanos 11:24a dice: “Si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el olivo cultivado”. De este modo, “viniste a ser copartícipe de la raíz de la grosura del olivo” (v. 17).

1. El olivo cultivado es el linaje del Israel escogido por Dios que tiene a Cristo como realidad de su vivir y su todo

  El olivo cultivado en Romanos 11:24 es el linaje del Israel escogido por Dios que tiene a Cristo como realidad de su vivir y su todo (9:4-8). El olivo cultivado no es meramente Israel, sino que es el Israel que tiene a Cristo como realidad. Sin Cristo, los hijos de Israel están vacíos, carecen de realidad. El libro de Romanos revela que ellos son el pueblo escogido por Dios, el cual tiene a Cristo como su realidad.

  Cristo es la raíz de este olivo cultivado. Separado de su raíz, un árbol no es nada. Cristo es la raíz de Israel como linaje escogido por Dios. Además, las riquezas del olivo destinadas a ser disfrutadas por nosotros están en Cristo como raíz de este árbol. Si un árbol es talado separándolo de sus raíces, lo ha perdido todo. En la actualidad Israel todavía rechaza a Cristo y, por tanto, ha sido separado de Él. Pero un día ellos regresarán a Él. Durante el tiempo en que Israel ha sido separado de Cristo, nosotros, los gentiles, hemos sido injertados en el olivo cultivado a fin de que podamos disfrutar a Cristo como raíz de la grosura de este árbol.

  Oseas 11:1 y Mateo 2:15 demuestran que Cristo es la realidad de la vida que Israel lleva como olivo cultivado. Oseas 11:1 dice: “Cuando Israel era muchacho, Yo lo amé, / y de Egipto llamé a Mi hijo”. Mateo 2:15 aplica esta profecía al hecho de que Cristo fue sacado de Egipto. Por tanto, esta profecía y su cumplimiento unen a Cristo e Israel. Oseas 11:1 y Mateo 2:15 demuestran que Cristo está absolutamente unido al linaje de Israel. De hecho, Dios incluso considera a Cristo como Israel, pues Él es la raíz del olivo cultivado. Si el tronco y las ramas son considerados parte del árbol, con mayor razón las raíces del árbol también tienen que ser consideradas parte del árbol. Esto ciertamente se aplica a Cristo en relación con Israel.

2. Los creyentes gentiles como ramas del olivo cultivado fueron injertados para ser copartícipes de la raíz de su grosura

  Los creyentes gentiles como ramas del olivo cultivado han sido injertados para ser copartícipes de la raíz de su grosura, esto es, para disfrutar las riquezas de Cristo, quien es la raíz de los hijos de Israel. Alabamos al Señor por el hecho de que nosotros, el olivo silvestre, fuimos injertados en el olivo cultivado de Dios a fin de ser hechos copartícipes de la raíz de su grosura. Éste es nuestro disfrute.

  Que nosotros fuéramos injertados en el olivo cultivado es un asunto íntegramente relacionado con la vida. Que la rama de un olivo silvestre sea injertada en el olivo cultivado equivale a que esta rama reciba la vida del olivo cultivado. Quienes éramos gentiles no necesitábamos cambiar de religión, sino recibir la vida procedente de la raíz de grosura propia del olivo cultivado, y esta vida es Cristo mismo. Por medio de nuestra fe en Cristo hemos sido injertados por Dios en el olivo cultivado, en el cual tenemos a Cristo como vida, y ahora estamos disfrutando las riquezas de la raíz, las riquezas de Cristo.

Q. UN ESPECTÁCULO

  En 1 Corintios 4:9 los creyentes están simbolizados por una figura un tanto inusual, la de un espectáculo, motivo de diversión para el público: “Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte, porque hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. En el Nuevo Testamento todos los creyentes vencedores, no sólo los apóstoles, son comparados con tal espectáculo, motivo de diversión para el público.

1. Similar a las luchas entre los criminales y las fieras en el anfiteatro romano presentadas ante el público para su diversión

  En 1 Corintios 4:9 Pablo usa la frase como postreros. Esta expresión, común en tiempos de Pablo, hace alusión a la parte final de las actuaciones presentadas en los coliseos romanos. Según se acostumbraba antiguamente, cuando los criminales luchaban con fieras en el anfiteatro para diversión del pueblo, tales criminales —por quienes no se tenía la menor consideración, pues eran las personas más menospreciadas— eran exhibidos de este modo al final. El último acto, el último espectáculo, consistía en ver luchar a estos criminales condenados con las fieras para diversión del pueblo. La frase como postreros hace alusión a estos eventos. En el versículo 9 Pablo usa esta expresión metafóricamente para comunicar el pensamiento de que Dios ha puesto a los apóstoles, y a todos los creyentes vencedores, como postreros, es decir, como aquellos criminales más viles condenados a muerte, exhibidos a fin de ser motivo de diversión para el pueblo. Vemos, pues, que los apóstoles se consideraban a sí mismos como criminales destinados a morir ante el mundo.

  Pablo también dice en 4:9 que los apóstoles habían llegado a ser “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. La palabra griega aquí traducida “espectáculo” es la que denota espectáculos teatrales. Se refiere a un espectáculo, una presentación, hecha de manera teatral para diversión de las personas. Esto también es una metáfora referente a las luchas entre criminales y fieras presentadas en un anfiteatro.

2. Espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres

  Los apóstoles vinieron a ser un espectáculo al mundo, visto no sólo por los hombres sino también por los ángeles. Tanto los hombres sobre la tierra como los ángeles en los aires contemplaban tal exhibición de los apóstoles. Por tanto, ellos se convirtieron en un espectáculo para el universo entero. Esto guarda relación con el hecho de que ellos se habían convertido en “la escoria del mundo” y en “el desecho de todas las cosas” (v. 13).

  Las metáforas en 4:9 presentan un cuadro vívido de la situación referente a los apóstoles y los creyentes vencedores: ellos eran criminales condenados a combatir con fieras para diversión de la gente. En la actualidad éste también es nuestro destino a los ojos de los hombres. Sin embargo, a los ojos de Dios nuestro destino es disfrutar a Cristo. Quienes disfrutamos a Cristo hemos llegado a ser como criminales a los ojos de los hombres que se divierten a costa de nosotros. Pero a los ojos de Dios, Cristo es nuestro destino para nuestro disfrute. Mientras que los demás se mofan de nosotros y nos ridiculizan para divertirse, nosotros estamos disfrutando a Cristo. Esto muestra que tenemos dos destinos. A los ojos de Dios, nuestro destino es ganar a Cristo para nuestro disfrute. A los ojos de los hombres, nuestro destino es ser considerados criminales condenados a muerte para diversión de los demás. Si somos fieles al Señor, como lo fue Pablo, éste será nuestro destino delante de los hombres. Hemos de ser exhibidos como los postreros y seremos hechos un espectáculo tanto para los ángeles como para los hombres.

3. Con vituperios y en tribulaciones

  Hebreos 10:33a dice que fuimos hechos espectáculo “con vituperios y tribulaciones”. Esto es convertirse en un espectáculo público, motivo de diversión para la gente.

4. Los apóstoles, como criminales, llegan a ser copartícipes de quienes son tratados del mismo modo

  Hebreos 10:33b, refiriéndose a los apóstoles y a los creyentes vencedores, dice: “Os habéis hecho copartícipes de los que son así tratados”. Por un lado, somos hechos un espectáculo; por otro, somos hechos copartícipes de quienes son tratados del mismo modo. Muchos de los vencedores en el Antiguo Testamento experimentaron el ser hechos un espectáculo. Ahora los apóstoles y creyentes vencedores son copartícipes de ellos, al ser la continuación de tal espectáculo que es motivo de diversión para los demás. Por tanto, somos tal clase de espectáculo para el mundo. En el recobro del Señor debemos ser como los apóstoles, esto es: como criminales condenados a muerte y un espectáculo tanto para los ángeles como para los hombres. Debemos dar a otros la impresión de que somos como criminales condenados a muerte y un espectáculo al universo entero.

R. LA ESCORIA DEL MUNDO Y EL DESECHO DE TODAS LAS COSAS

  En 1 Corintios 4:13 Pablo dice: “Hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas”. La escoria y el desecho son sinónimos. “Escoria” denota aquello que es arrojado al hacer la limpieza, o sea, el desperdicio, la inmundicia. “Desecho” denota aquello que se debe quitar, o sea, la basura, la mugre. Ambos términos son usados metafóricamente, especialmente en cuanto a criminales condenados de la más baja calaña, los cuales eran arrojados al mar o a las fieras en el anfiteatro. Aquí Pablo se compara con tal clase de criminales, los de la más baja calaña, la escoria, el desecho, el despojo, el desperdicio. Fue así como Pablo se estimó a sí mismo con respecto tanto a judíos como a gentiles. A los ojos de ciertas personas mundanas, nosotros nos encontramos en la misma situación. Comparados con ellos, somos considerados desecho y escoria. Tal vez estas personas sean muy exitosas y prósperas, pero nosotros nos hemos convertido en la escoria del mundo y el desecho de todas las cosas; sólo servimos para ser echados a un lado como desperdicio.

S. EL TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

  Los creyentes son el templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:16-20). En 1 Corintios 3:16 Pablo pregunta: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. En 6:19 él indaga: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”. El templo de Dios en 3:16 se refiere a la iglesia corporativamente, no a los creyentes individualmente, mientras que el templo del Espíritu Santo en 6:19 sí se refiere a los creyentes individuales. Por tanto, en un sentido particular, 6:19 revela que el cuerpo de un creyente es templo del Espíritu Santo.

1. El Espíritu Santo procedente de Dios no solamente está con el espíritu de los creyentes, sino también en el cuerpo de ellos como morada Suya

  Romanos 8:16 dice que el Espíritu Santo está con el espíritu de los creyentes. Según 1 Corintios 6:19, el Espíritu Santo procedente de Dios también está en el cuerpo de los creyentes como morada Suya. El Espíritu Santo está en nuestro espíritu, y nuestro espíritu está en nuestro cuerpo. Por tanto, nuestro cuerpo viene a ser un templo, una morada, del Espíritu Santo.

2. No se pertenecen a sí mismos, pues Dios los compró por precio

  Los creyentes no se pertenecen a sí mismos, pues Dios los compró por precio. En 1 Corintios 6:19b y 20a Pablo indica que los creyentes no se pertenecen a sí mismos debido a que fueron comprados por precio. Este precio es la sangre preciosa de Cristo (Hch. 20:28; 1 P. 1:18-19; Ap. 5:9).

3. Ellos, por ser morada del Espíritu, deben glorificar, expresar, a Dios en sus cuerpos

  En 1 Corintios 6:20b Pablo concluye sus afirmaciones con respecto a los creyentes como templo del Espíritu Santo diciendo: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”. Por ser morada del Espíritu, los creyentes deben glorificar, esto es, expresar, a Dios en sus cuerpos. Glorificar a Dios en nuestro cuerpo significa permitir que Dios, quien mora en nosotros (1 Jn. 4:13), ocupe y sature nuestro cuerpo y se exprese a Sí mismo a través de nuestro cuerpo, que es Su templo, especialmente en los asuntos de los alimentos y el matrimonio, conforme al contexto de esta sección, de 1 Corintios 6:13 a 1 Corintios 11:1. Para esto necesitamos ejercer un control severo y estricto sobre nuestro cuerpo, poniéndolo en servidumbre (9:27) y presentándolo a Dios como sacrificio vivo (Ro. 12:1).

  En 1 Corintios 6:15, 17 y 19 Pablo abarca tres asuntos cruciales: que nuestros cuerpos son miembros de Cristo (v. 15), que estamos unidos al Señor como un solo espíritu (v. 17) y que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (v. 19). En términos concretos y prácticos, estos tres asuntos son uno solo. La clave de estos tres asuntos está en el versículo 17. Si no estamos unidos al Señor en nuestro espíritu será imposible que nuestros cuerpos, que son pecaminosos y concupiscentes, lleguen a ser miembros de Cristo. Otro asunto crucial relacionado con estos asuntos es presentado por Pablo en el versículo 14 cuando dice que el Señor “nos levantará mediante Su poder”. Incluso en la actualidad el Espíritu del Cristo resucitado, quien mora en nuestro espíritu, da vida a nuestro cuerpo. Esta impartición de vida hace que nuestros cuerpos sean miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo. Por tanto, la clave para que seamos el templo del Espíritu Santo consiste en que el Espíritu del Cristo resucitado que mora en nosotros imparta vida a nuestros cuerpos mortales. Puesto que ésta es la clave, tenemos que ejercitar y poner en práctica el experimentar al Señor como Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Esto equivale a practicar ser un solo espíritu con el Señor. Si nos ejercitamos en experimentar esto y disfrutarlo, estaremos abriendo el camino para que el Señor imparta vida a nuestros cuerpos físicos. Entonces nuestros cuerpos estarán llenos de la vida de resurrección de Cristo y llegarán a ser miembros de Cristo. Cuando nuestro cuerpo se convierte en miembro del Cristo que mora en nosotros, automáticamente se convierte en el templo, la morada, del Espíritu Santo. Por tanto, en nuestra experiencia estos tres asuntos —que nuestro cuerpo llega a ser miembro de Cristo, que somos un solo espíritu con el Señor y que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo— son tres aspectos de una misma realidad.

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