
Ya abarcamos el estatus de los creyentes, sus designaciones, sus símbolos, su vida, su naturaleza y su pasado. Ahora llegamos a la sección más crucial de todos estos mensajes respecto a los creyentes: su presente. Comenzaremos con la etapa inicial de la salvación completa de Dios, esto es, la etapa de la regeneración.
La salvación completa de Dios se realiza en tres etapas: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de compleción. El primer aspecto de la etapa inicial es que los creyentes experimentan el llamamiento de Dios.
Si hemos de entender qué es el llamamiento de Dios, debemos comprender que tal llamamiento está incluido en la etapa inicial de la salvación completa de Dios, esto es, en la etapa de la regeneración. Dios comienza a salvarnos al llamarnos. En la eternidad Dios nos conoció de antemano, nos escogió y nos predestinó. Después, en el tiempo Él nos creó. También en el tiempo, nos convertimos en seres caídos. Entonces Dios vino a salvarnos, y lo primero que Él hace al realizar Su salvación es llamarnos. Esto significa que Aquel que nos conoció de antemano, que nos escogió y que nos predestinó antes de la fundación del mundo, un día vino a visitarnos. Al visitarnos, Él pudo haber hecho que pensemos acerca de la salvación. Que nosotros pensáramos acerca de la salvación no fue algo iniciado por nosotros, sino que fue iniciado por el Dios que llama. El hecho de que pensemos acerca de la salvación es una señal del llamamiento de Dios.
Los creyentes son llamados por Dios mismo. Esto significa que el llamamiento de Dios no se originó en los llamados ni fue iniciado por ellos. El llamamiento es iniciado por Dios, Aquel que llama. Dios es el Originador de Su llamamiento.
Romanos 8:30a dice: “A los que predestinó, a éstos también llamó”. Esto indica que fuimos llamados por Dios en conformidad con Su predestinación. Dios es eterno y es un Dios de propósito; nadie puede hacerle cambiar. No podemos hacer que Él cambie de idea en relación con Su propósito. En conformidad con Su propósito, Él nos predestinó en la eternidad pasada y eventualmente vendrá a nosotros y nos ganará para Sí. Debido a que el llamamiento de Dios se realiza en conformidad con Su predestinación, no podemos escapar a Su llamamiento. Dios llama a todo aquel que Él predestinó.
Los creyentes son llamados por Dios en conformidad con Su propósito. Romanos 8:28b habla de aquellos “que conforme a Su propósito son llamados”. Aquí la palabra propósito equivale a un plan. El propósito de Dios es Su plan. El propósito del llamamiento de Dios es revelado en Romanos 8:29: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. El Hijo primogénito de Dios es el prototipo, y nosotros, la producción en serie. Cristo es el modelo, el molde y la norma. Dios nos puso a todos nosotros en Cristo a fin de que fuésemos moldeados a la imagen de Su Hijo primogénito. A la postre, todos hemos de ser conformados a dicho molde. Fuimos predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios a fin de que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. Éste es el propósito de Dios.
El propósito de Dios es producir muchos hermanos de Su Hijo primogénito. Cuando Cristo era el Hijo unigénito, Él era único, pero Dios deseaba tener muchos hijos que fueran los muchos hermanos de Su Hijo. De este modo el Hijo unigénito de Dios llega a ser el Primogénito entre muchos hermanos. Él es el Hijo primogénito, y nosotros somos los muchos hijos. El propósito de todo esto es que nosotros expresemos a Dios de manera corporativa. La casa de Dios es edificada con Sus muchos hijos con miras al reino de Dios, y el Cuerpo de Cristo es edificado con Sus muchos hermanos. Sin Sus muchos hijos, Dios no podría tener una casa para Su reino, y sin Sus muchos hermanos, Cristo no podría obtener un Cuerpo para Sí. Por tanto, los muchos hijos de Dios sirven al propósito de que primero se obtenga la casa de Dios y, luego, el reino de Dios; y los muchos hermanos de Cristo sirven al propósito de que se obtenga el Cuerpo de Cristo. El reino de Dios en realidad es la vida del Cuerpo, y esta vida del Cuerpo en la iglesia es el reino de Dios, en el cual Dios es expresado y Su autoridad es ejercida en la tierra. Éste es el propósito conforme al cual Dios nos ha llamado.
Otro versículo que revela que fuimos llamados por Dios en conformidad con Su propósito es 2 Timoteo 1:9: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito Suyo...”. Dios nos ha llamado con un llamamiento santo, un llamamiento que tiene como causa específica que Su propósito sea cumplido. El propósito de Dios aquí es Su plan conforme a Su voluntad de ponernos en Cristo, con lo cual nos hace uno con Él para que participemos de Su vida y posición a fin de ser Su testimonio.
En 2 Timoteo 1:9 y 10 se nos dice que Dios también nos llamó en conformidad con Su gracia, “que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, el cual anuló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio”. La gracia de Dios es un asunto que reviste enorme significado. En 1:9 la gracia es la provisión de vida que Dios nos da para que Su propósito sea realizado en nuestro vivir. El Nuevo Testamento revela que, en realidad, la gracia equivale a lo que Dios es para nosotros a fin de ser nuestro disfrute (Jn. 1:16-17; 2 Co. 12:9). La gracia es Dios en Cristo impartido en nuestro ser para nuestro disfrute en nuestra experiencia. La gracia no es principalmente la obra que Dios realiza en beneficio nuestro; la gracia es el propio Dios Triuno impartido en nuestro ser y experimentado por nosotros como disfrute. En pocas palabras, la gracia es el Dios Triuno que experimentamos y disfrutamos.
Según el Nuevo Testamento, la gracia no es otra cosa que Dios en Cristo impartido en nuestro ser para nuestro disfrute. Cuando Dios llega a ser la porción que disfrutamos, esto es gracia. No consideren la gracia como algo menor a Dios mismo. La gracia es nada menos que el propio Dios Triuno disfrutado por nosotros en términos prácticos como nuestra porción.
En 2 Timoteo 1:9 Pablo dice que la gracia que nos fue dada en Cristo nos fue concedida antes que el mundo comenzara. La frase “antes de los tiempos de los siglos” significa antes que el mundo comenzara. Ciertamente éste es un fundamento inconmovible y seguro, el cual permanece firme ante la corriente de decadencia y pone al descubierto la total inutilidad de los esfuerzos del enemigo en oposición al propósito eterno de Dios.
En el versículo 10 Pablo procede a decir que la gracia que nos fue dada antes de los tiempos de los siglos ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús. La gracia de Dios nos fue otorgada en la eternidad, pero nos fue manifestada y aplicada por medio de la primera venida de nuestro Señor, en la cual Él anuló la muerte y nos trajo vida. Debido a que esta gracia fue manifestada mediante la aparición de Cristo, los santos del Antiguo Testamento no la experimentaron. La gracia destinada para sernos dada vino con la manifestación del Señor Jesús. Esta gracia no es meramente una bendición, sino que es el Dios Triuno dado a nosotros para ser nuestro disfrute. Esta gracia vino cuando el Señor Jesús se manifestó y ahora está con nosotros. Fuimos llamados por Dios en conformidad con esa gracia maravillosa.
En 2 Pedro 1:3b se nos dice que los creyentes han sido llamados por Dios “por [o, a] Su propia gloria y virtud”. La palabra griega aquí traducida “a” también puede traducirse “por” o “mediante”. Esto indica que Dios nos ha llamado a Su gloria y virtud mediante Su gloria y virtud. Sus discípulos vieron Su gloria y virtud (v. 16; Jn. 1:14) y fueron atraídos por éstas; después, mediante dicha gloria y virtud ellos fueron llamados por Dios a esta misma gloria y virtud. Ha sucedido lo mismo con todos los que creímos en Cristo.
La gloria es la expresión de Dios, esto es, Dios expresado en esplendor. Esta gloria, la expresión de Dios, es la meta del llamamiento divino.
Dios no nos llamó sin tener una meta determinada. Todo cuanto Dios hace, lo hace con una meta determinada. Esto es especialmente cierto en cuanto al llamamiento de Dios. Debido a que Dios es un Dios de propósito, al llamarnos Él tenía una meta, y esta meta es introducirnos en Su gloria. Por tanto, la gloria de Dios es la meta del llamamiento de Dios.
Literalmente, la palabra griega traducida “virtud” en 2 Pedro 1:3 significa excelencia. Virtud denota la energía de vida que nos capacita para vencer todo obstáculo y manifestar todos los atributos excelentes enumerados en 2 Pedro 1:5-7. Mientras que la gloria es la meta divina, la virtud es la energía y la fuerza de vida requeridas para alcanzar esa meta. La virtud es los atributos excelentes de Dios que llegan a ser para nosotros la energía de vida. Esto significa que poseemos la energía y la fuerza necesarias para llegar a la meta de la gloria divina. Esta virtud, junto con todas las cosas que pertenecen a la vida, nos ha sido dada por el poder divino (v. 3a), pero necesita ser desarrollada en el camino a la gloria.
Debe impresionarnos profundamente el hecho de que en 2 Pedro 1:3b la virtud denota la energía y la fuerza de vida para alcanzar la meta de Dios. Cuando Dios nos llamó, Él impartió Su vida en nosotros, y esta vida es la virtud más elevada de Dios. Dios imparte Su vida en nosotros como virtud. La vida divina posee la energía y la fuerza que nos capacita para alcanzar la meta divina. En 2 Pedro 1:3a se nos dice que Dios nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida. Esto incluye la virtud de Dios, que es la energía y la fuerza requeridas para alcanzar la meta del llamamiento de Dios. No podemos alcanzar la meta de la gloria divina por nuestros propios esfuerzos. Podemos alcanzar esta meta únicamente por la vida divina y por todas las cosas que pertenecen a la vida divina, las cuales Dios nos concedió. Debido a que poseemos tal “capital” dentro de nosotros, tenemos también la energía y la fuerza necesarias para alcanzar la meta de la gloria de Dios. Aquí vemos la meta y la virtud mediante las cuales Dios nos llamó.
El llamamiento de Dios incluye Su propia gloria y virtud. La virtud es la energía y la fuerza de vida que emana de lo que Dios es. En la impartición divina, Dios nos da lo que Él es para que sea nuestra virtud. Dios nos ha dado la vida divina —incluyendo todas las cosas que pertenecen a esta vida— como virtud. Debido a que esta virtud nos vigoriza y fortalece, tenemos la capacidad requerida para pasar por el largo proceso que nos lleva a alcanzar la gloria de Dios como meta de Su llamamiento.
En 1 Pedro 5:10 se nos dice que Dios nos llamó en Cristo. Aparte de Cristo, o fuera de Cristo, Dios no hará nada con respecto a nosotros. Todo cuanto Dios hace con nosotros, Él lo hace en Cristo, esto es, en Cristo como esfera y elemento. Cristo es la esfera y el elemento en el cual los creyentes han sido llamados por Dios.
En 2 Tesalonicenses 2:14 se nos dice que Dios nos ha llamado mediante el evangelio. Nadie es llamado sin oír el evangelio. La predicación del evangelio consiste en anunciar el llamamiento eterno y celestial de Dios. Todo aquel que escuche y crea en el evangelio recibirá el llamamiento de Dios, el cual es la iniciación de la salvación completa de Dios.
El llamamiento de Dios también es realizado en santificación. En 1 Tesalonicenses 4:7 se nos dice: “No nos ha llamado Dios a inmundicia, sino en santificación”. La preposición griega aquí traducida “a” es epi, que significa sobre, en condición de. Dios no nos ha llamado en condición de inmundicia, sino que Él nos ha llamado en santificación. Esto indica que tenemos que permanecer siempre en santificación. El llamamiento de Dios no tiene nada que ver con la inmundicia. Su llamamiento es realizado en santificación.
En 2 Timoteo 1:9 Pablo dice que Dios nos llamó con llamamiento santo. El llamamiento de Dios tiene por finalidad separarnos y santificarnos para Él, con lo cual nos hace santos para Dios. Por tanto, es un llamamiento santo, un llamamiento que nos aparta para Dios.
Hebreos 3:1a indica que, como creyentes en Cristo, hemos sido llamados con un llamamiento celestial. La expresión llamamiento celestial se halla en contraste con un llamamiento terrenal. En la economía de Dios, en Su salvación completa, hemos sido llamados por Dios desde los cielos, y hemos sido llamados a todo cuanto es celestial: el Cristo celestial (1:3, 13; 4:14; 6:20; 7:26), estar inscritos en los cielos (12:23), el don celestial (6:4), la adoración celestial (8:5; 9:23-24), la Jerusalén celestial (12:22) y la patria celestial (11:16). Por tanto, nuestro llamamiento es un llamamiento celestial. Como creyentes, somos participantes de tal llamamiento celestial.
El llamamiento celestial es un llamamiento propio de la esperanza divina para tomar posesión, participar y disfrutar del Cristo todo-inclusivo —la corporificación del Dios Triuno procesado— como nuestra vida y nuestra herencia. El llamamiento celestial es propio de la esperanza divina, y la esperanza divina equivale a tomar posesión del Cristo todo-inclusivo. En la actualidad, el Dios Triuno procesado corporificado en Cristo es tanto nuestra vida como nuestra herencia. El llamamiento celestial es un llamado a tomar posesión del Cristo todo-inclusivo —la corporificación del Dios Triuno procesado— como nuestra vida y nuestra herencia.
Efesios 1:18 menciona la esperanza del llamamiento de Dios. Antes de ser salvos, no teníamos esperanza (Ef. 2:12). Ahora, por ser el pueblo llamado por Dios, estamos llenos de esperanza. Nuestra esperanza en realidad es Cristo mismo. Colosenses 1:27 dice que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria, y 1 Timoteo 1:1 dice que Cristo Jesús es nuestra esperanza. Nuestra esperanza es única y exclusivamente Cristo. Todo aspecto de nuestra esperanza está relacionado con Él. El Cristo todo-inclusivo es la esperanza de nuestro llamamiento. Además, tenemos “una misma esperanza” (Ef. 4:4), la esperanza de que un día el Señor Jesús, nuestra esperanza de gloria, vendrá y que por medio de Él nuestro cuerpo será transfigurado (Fil. 3:21).
Cristo puede ser nuestra esperanza de gloria debido a que Él mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida. Según Colosenses 3:4, cuando Cristo nuestra vida se manifieste, entonces nosotros también seremos manifestados con Él en gloria. Él se manifestará para ser glorificado en nuestro cuerpo redimido y transfigurado (Ro. 8:23; 2 Ts. 1:10). Cuando Cristo venga, seremos glorificados en Él y Él será glorificado en nosotros. Esto indica que el Cristo que mora en nosotros saturará todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo físico. Esto hará que nuestro cuerpo sea transfigurado y llegue a ser igual a Su cuerpo glorioso. Entonces Cristo será glorificado en nosotros. Éste es Cristo en nosotros como esperanza de gloria.
En 1 Pedro 1:3b-4 se nos revela que en el llamamiento de Dios, un llamamiento celestial, el Dios Triuno es nuestra herencia. En el versículo 4 se usaron tres palabras para describir nuestra herencia: incorruptible, incontaminada e inmarcesible. “Incorruptible” se refiere a la sustancia, la cual es indestructible, que no se deteriora; “incontaminada” se refiere a su pureza, al hecho de ser sin mancha; “inmarcesible” se refiere a su belleza y gloria, que no se marchita. Nuestra herencia es divina y espiritual, por completo incorruptible. Además, esta herencia no puede ser contaminada; nada puede hacerla impura. Finalmente, es inmarcesible; su belleza y gloria no pueden marchitarse. Éstas son las cualidades excelentes de nuestra eterna herencia en vida.
En realidad, la descripción de estos tres aspectos de nuestra herencia que hizo Pedro es una descripción del propio Dios Triuno. La palabra incorruptible se refiere a la naturaleza misma de esta herencia. Esta naturaleza es la naturaleza de Dios, representada por el oro. La palabra incontaminada describe la condición de esta herencia. Esta condición guarda relación con el Espíritu que santifica. La palabra inmarcesible se refiere a la expresión de esta herencia, cuya gloria es inmarcesible. La expresión imperecedera indicada por el calificativo inmarcesible es el Hijo como expresión de la gloria del Padre. Por tanto, aquí tenemos la naturaleza incorruptible del Padre, el poder santificador del Espíritu que mantiene esta herencia en una condición incontaminada, esto es, la mantiene santa, limpia y pura, y también tenemos al Hijo como expresión de la gloria inmarcesible. Esto revela que nuestra herencia es el Dios Triuno. Hemos sido llamados con la esperanza de disfrutarlo a Él como nuestra herencia por la eternidad.
El llamamiento celestial es también un llamamiento digno de nuestro andar en la iglesia, el Cuerpo de Cristo, andar que tiene la realidad del Dios Triuno, la cual consiste en las riquezas inescrutables y dimensiones inmensurables de Cristo, con miras a toda la plenitud de Dios para la expresión de Dios (Ef. 4:1; 8, 3:21b, 18, 19b; 4:2-6). El llamamiento celestial es un llamamiento digno de nuestro andar en la iglesia. Nuestro andar en la iglesia requiere de tal llamamiento; esto significa que el llamamiento celestial nos hace aptos para andar en la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo. Tal andar se realiza en la esfera de la realidad del Dios Triuno. Nosotros no andamos en la vida de iglesia valiéndonos de nuestra propia energía, santidad o devoción piadosa; por el contrario, andamos en la iglesia, en el Cuerpo, teniendo la realidad del Dios Triuno. La realidad del Dios Triuno consiste en lo que Él es, o sea, las riquezas inescrutables y dimensiones inmensurables de Cristo. Andamos en la iglesia teniendo las riquezas inescrutables de Cristo y Sus dimensiones inmensurables, lo cual resulta en que seamos la plenitud de Dios para la expresión de Dios.
Efesios 4:1 habla de un andar digno del llamamiento de Dios, un andar en la iglesia, el Cuerpo de Cristo. La gloria de Dios es forjada en la iglesia, y Él es expresado a través de la iglesia. Esto significa que Dios es glorificado en la iglesia (3:21); además, Efesios 3:8 nos habla de las inescrutables riquezas de Cristo, las cuales abarcan todo lo que Cristo es para nosotros. Las dimensiones universales de Cristo son descritas en 3:18: la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. Estas dimensiones son inmensurables. Las riquezas inescrutables de Cristo y las dimensiones inmensurables de Cristo constituyen la realidad del Dios Triuno, con la cual los creyentes son llenos para ser la expresión de Dios.
La plenitud de Dios en 3:19 denota la expresión de Dios. La iglesia es la plenitud, la expresión, de Dios en una manera corporativa. En la iglesia Dios es expresado corporativamente mediante el Cuerpo, mediante los creyentes que han sido llenos de la realidad del Dios Triuno. El llamamiento con el cual Dios nos ha llamado es digno de nuestro andar en el Cuerpo de Cristo, la expresión corporativa del Dios Triuno.