
Hemos visto que en la etapa progresiva de la salvación completa de Dios, la etapa de la transformación, los creyentes experimentan corporativamente la impartición de la Trinidad Divina al entrar en el reino de Dios, al vivir en la iglesia y al vivir en el Cuerpo de Cristo. Los creyentes experimentan esta impartición también al vestirse del nuevo hombre y al combatir contra el diablo y sus huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. En este mensaje comenzaremos a ver otros aspectos de la experiencia que los creyentes tienen de la impartición del Dios Triuno procesado.
Los creyentes experimentan la impartición divina de la Trinidad Divina en varios otros aspectos, entre los que se incluyen: servir y adorar a Dios, trabajar y laborar para el Señor, no amar al mundo, vencer a Satanás, pelear la buena batalla, correr el curso completo de la carrera, obtener provecho de todo cuanto forma parte de nuestras circunstancias y nuestro entorno, manifestar la mejor actitud hacia los demás, y velar y orar. Para todos estos asuntos ciertamente necesitamos la impartición de la Trinidad Divina; sin embargo, pocos cristianos han comprendido esto. Debemos ver que a fin de llevar a cabo estos asuntos, necesitamos el suministro divino de Dios, suministro que viene a nosotros mediante Su impartición divina.
Para satisfacer todos los requisitos que con relación a los creyentes son revelados en el Nuevo Testamento, necesitamos recibir el suministro divino mediante la impartición divina del Dios Triuno procesado. Sin esta impartición no podemos recibir el suministro, y sin este suministro no podemos cumplir con los requisitos mencionados en el Nuevo Testamento. Si hemos de cumplir con lo que el Nuevo Testamento requiere de los creyentes, necesitamos el suministro divino, incluso la esencia misma del Dios Triuno.
En nosotros mismos no podemos satisfacer ninguno de los requisitos divinos. Por ejemplo, no podemos cumplir con el requisito de adorar a Dios. Algunos quizás piensen que adorar a Dios es fácil y natural. En realidad, nadie puede adorar verdaderamente a Dios sin que Dios imparta Su elemento en él. Sin la impartición de la esencia divina a nuestro ser, no podemos rendirle a Dios la adoración que le satisface y es aceptada por Él como algo que verdaderamente le agrada; pero mediante esta impartición divina podemos adorar a Dios del modo que le satisface.
Asimismo, sin la impartición divina del Dios Triuno procesado, no podemos ser humildes ni mansos. La mansedumbre requerida en el Nuevo Testamento es mucho más elevada que la requerida por las enseñanzas humanas acerca de la moralidad, la ética y las virtudes humanas. En la sociedad hay muchas enseñanzas acerca de asuntos tales como la humildad, la mansedumbre, la amabilidad y el amor. Fácilmente podríamos manifestar estas virtudes de la manera que se conforma al concepto humano y natural. Pero para nuestro ser natural es imposible satisfacer los requisitos de humildad, mansedumbre, amabilidad y amor según son revelados en el Nuevo Testamento. Para ello necesitamos otro ser: el ser del Dios Triuno procesado, el cual deberá ser impartido en nosotros e, incluso, llegar a ser nuestro elemento constitutivo. Entonces, en virtud de esta obra de impartición y constitución podremos satisfacer los requisitos de la humildad, la mansedumbre, la amabilidad y el amor según son revelados en el Nuevo Testamento. Por tanto, es absolutamente necesario que contactemos al Dios Triuno procesado a fin de que podamos recibir Su suministro mediante Su impartición en la que Él mismo se imparte en nosotros. Se nos debe recordar repetidamente nuestra necesidad de la impartición del Dios Triuno procesado.
En el Nuevo Testamento, servir a Dios en realidad equivale a adorar a Dios. Uno no puede servir a Dios sin adorarle, ni tampoco puede adorarle sin servirle. Por ejemplo, en Mateo 4 el Señor Jesús fue tentado por el diablo con respecto a la adoración. En referencia a los reinos de este mundo y su gloria, el diablo le dijo: “Todo esto te daré, si postrándote me adoras” (v. 9); a lo cual el Señor Jesús respondió: “Escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás’” (v. 10). Aquí vemos que adorar en realidad significa servir. Por tanto, adorar a Dios es servir a Dios. Sin servir a Dios no podemos rendirle verdadera adoración.
En 1 Tesalonicenses 1:9b Pablo dice que los creyentes en Tesalónica se volvieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero”. La palabra griega aquí traducida “servir” literalmente significa servir como esclavo. De la manera en que se usó en el versículo 9, la palabra servir es todo-inclusiva. Ella incluye todo cuanto hacemos en nuestro diario vivir.
Dios es viviente porque Él es verdadero y no falso. Por tanto, en 1:9 Pablo se refiere a servir al Dios vivo y verdadero. La iglesia de los tesalonicenses estaba conformada por creyentes que servían al Dios vivo, el cual es verdadero. Esto también es lo que nosotros hacemos en la actualidad. El hecho de que servimos al Dios vivo demuestra que estamos en Dios el Padre (v. 1). Si no estuviéramos en el Padre, no serviríamos al Dios vivo.
En 1:9 la palabra vivo es mencionada antes que la palabra verdadero. Es relativamente fácil servir al Dios verdadero; no es tan fácil servir al Dios vivo. No obstante, debemos servir al Dios vivo. En nuestra vida diaria, Dios debe ser viviente para nosotros y en nosotros. Él debe ser viviente en nuestro hablar, en nuestra conducta y en todo aspecto de nuestro diario vivir.
Mediante nuestro diario vivir demostramos que Dios es un Dios vivo. Si Dios no fuera vivo, nuestra vida diaria sería muy diferente. Nuestro vivir actual es un testimonio de que el Dios a quien servimos es viviente. Él es viviente en nosotros, y Él nos regula, nos dirige y nos disciplina. Él no nos dejará ir, sino que en relación con muchos asuntos, Él nos corrige y calibra. El hecho de que Dios nos regule y dirija, incluso en detalles tales como nuestros pensamientos y motivos, es prueba de que Él es viviente. Vivimos bajo el control, la dirección y la corrección del Dios vivo. Como creyentes en Cristo debemos llevar una vida que dé testimonio de que el Dios a quien adoramos y servimos es viviente en todos los detalles de nuestra vida. La vida cristiana apropiada debe dar testimonio de que Dios es el Dios vivo. La razón por la cual no hacemos o decimos ciertas cosas debiera ser que Dios vive en nuestro ser. El Dios al que adoramos y servimos es viviente no solamente en los cielos, sino también en nosotros. Nos hemos vuelto de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero. Sin duda alguna, cuando Dios es viviente para nosotros en nuestra experiencia, Él también es verdadero.
Cuando venimos a servir a Dios, o adorarle, debemos tener una conciencia pura, una conciencia purificada de obras muertas o de cualquier clase de ofensa. Hebreos 9:14 dice: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo?”. En la cruz, Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios en un cuerpo humano, lo cual es un evento en el tiempo; pero Él se ofreció a Sí mismo mediante el Espíritu eterno, el cual es de la eternidad, quien no está limitado por el tiempo. Debido a que Cristo se ofreció a Sí mismo mediante el Espíritu eterno, Su sangre tiene eficacia eterna para purificar nuestra conciencia a fin de que podamos servir y adorar al Dios vivo.
La sangre de Cristo purifica nuestra conciencia para que sirvamos al Dios vivo. Servir al Dios vivo requiere una conciencia purificada con sangre. Adorar en la religión, que es algo muerto, o servir cualquier cosa muerta, cualquier cosa que esté separada de Dios, no requiere que nuestra conciencia sea purificada. La conciencia es la parte principal de nuestro espíritu. El Dios vivo a quien deseamos servir viene siempre a nuestro espíritu (Jn. 4:24) y toca nuestra conciencia. Él es justo, santo y viviente. Es necesario que nuestra conciencia contaminada sea purificada para que le sirvamos a Él de una manera viva. Adorar a Dios en nuestra mente de una manera religiosa no requiere eso.
Hebreos 9:14 habla de las “obras muertas” y del “Dios vivo”. Puesto que estábamos muertos (Ef. 2:1; Col. 2:13), todo lo que hicimos, bueno o malo, fueron obras muertas a los ojos del Dios vivo. El libro de Hebreos no enseña religión, sino que revela al Dios vivo (3:12; 9:14; 10:31; 12:22). Para tocar al Dios vivo necesitamos ejercitar nuestro espíritu y tener una conciencia purificada por la sangre. La sangre de Cristo fue derramada para el perdón de los pecados (Mt. 16:28), y el nuevo pacto fue consumado con esta sangre (He. 10:29; Lc. 22:20). Dicha sangre efectuó una redención eterna para nosotros (He. 9:12; Ef. 1:7; 1 P. 1:18-19) y ahora nos lava de nuestros pecados (Ap. 1:5; 1 Jn. 1:7) y purifica nuestra conciencia para que podamos servir y adorar al Dios vivo.
Los creyentes sirven y adoran a Dios en su espíritu en el evangelio del Hijo de Dios. Pablo dice: “Testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de Su Hijo” (Ro. 1:9a). La palabra griega aquí traducida “servir” significa servir en adoración a Dios, y es usada del mismo modo en Mateo 4:10; 2 Timoteo 1:3; Filipenses 3:3 y Lucas 2:37.
Si hemos de servir a Dios y adorarle, tenemos que hacerlo en nuestro espíritu a fin de predicar el evangelio. El servicio y la adoración propios del Nuevo Testamento son llevados a cabo en la predicación del evangelio. Este evangelio no trata acerca de ninguna otra cosa sino acerca del Hijo de Dios. El evangelio del Hijo de Dios se refiere al Cristo todo-inclusivo. Por tanto, servir a Dios en el evangelio es servirle en el Cristo todo-inclusivo. En el Nuevo Testamento, el evangelio es simplemente el propio Cristo. Por esta razón Hechos 5:42 dice que los apóstoles anunciaban “el evangelio de Jesús, el Cristo”.
En Romanos 1:9a Pablo dijo que él servía a Dios en su espíritu. Esto indica que a fin de predicar el evangelio del Hijo de Dios, tenemos que estar en nuestro espíritu. Predicar el evangelio depende de nuestro espíritu. Siempre que predicamos el evangelio, debemos ejercitar nuestro espíritu.
Únicamente en el libro de Romanos Pablo dice que él sirve a Dios en su espíritu. La razón para ello es que en Romanos Pablo estaba argumentando con las personas religiosas que, invariablemente, están en algo distinto a su espíritu, ya sea en la letra, en los formalismos o en las doctrinas. En Romanos Pablo indicó que todo cuanto hagamos para Dios tenemos que hacerlo en nuestro espíritu, que todo cuanto seamos tenemos que serlo en el espíritu y que todo cuanto tengamos debemos poseerlo en nuestro espíritu. En 2:29 él dice que el auténtico pueblo de Dios tiene que serlo en el espíritu, que la verdadera circuncisión no es la externa, de la carne, sino la que tiene lugar en el espíritu. Después, en 7:6 él nos dice que debemos servir a Dios en la novedad del espíritu. Finalmente, en 12:11 Pablo dice que tenemos que ser fervientes en espíritu. Predicar el evangelio de Dios está íntegramente relacionado con nuestro espíritu.
El evangelio de Dios, en el cual servimos a Dios en nuestro espíritu, en realidad es el tema del libro de Romanos. En el primer versículo de este libro Pablo dice que como esclavo de Cristo y apóstol llamado, él fue “apartado para el evangelio de Dios”. Esto indica que la intención de Pablo en Romanos es escribir acerca del evangelio. Todo el libro de Romanos nos presenta el evangelio, las buenas nuevas de Dios, desarrollándolo de forma completa.
Pablo se refiere a su Epístola a los Romanos como un evangelio. En 2:16 él dice: “Dios juzgará los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio, por medio de Jesucristo”. Pablo también tenía la convicción de que Dios confirmaría a los santos en conformidad con su evangelio: “Al que puede confirmaros según mi evangelio, es decir, la proclamación de Jesucristo” (16:25). Por tanto, el libro de Romanos puede ser considerado como el quinto evangelio.
El evangelio en los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— trata acerca de Cristo en la carne mientras Él vivió entre Sus discípulos antes de Su muerte y resurrección. El evangelio en Romanos trata acerca de Cristo como Espíritu, no del Cristo en la carne. En Romanos 8 vemos que el Espíritu de vida que mora en nosotros es simplemente Cristo mismo. Cristo está en nosotros. El Cristo de los cuatro Evangelios estaba entre los discípulos, pero el Cristo en Romanos está dentro de nosotros. El Cristo en Mateo, Marcos, Lucas y Juan es el Cristo después de la encarnación y antes de Su muerte y resurrección. Como tal, Él es un Cristo que está fuera de nosotros. El Cristo en Romanos es el Cristo después de Su resurrección y, como tal, Él es el Cristo dentro de nosotros. Por tanto, el evangelio en Romanos trata acerca de Cristo como Espíritu que está en nosotros después de Su resurrección. Este Cristo es más profundo y subjetivo para nosotros que el Cristo en los cuatro Evangelios.
Si únicamente tenemos el evangelio acerca de Cristo según es revelado en los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento, entonces nuestro evangelio es demasiado objetivo. Tenemos necesidad del quinto evangelio, el libro de Romanos, a fin de que nos sea revelado el evangelio subjetivo de Cristo. Nuestro Cristo no es meramente el Cristo que estaba en la carne después de la encarnación y antes de la resurrección, esto es, el Cristo que estaba entre Sus discípulos. Nuestro Cristo es más profundo y subjetivo. Él es el Espíritu de vida que está dentro de nosotros. Aunque Juan 14 y 15 revelan que Cristo habría de estar en Sus discípulos, esto no se cumplió antes de Su resurrección. El libro de Romanos es el evangelio del Cristo después de Su resurrección, el cual nos revela que ahora Él es el Salvador subjetivo que está en Sus creyentes. Por tanto, este evangelio es más profundo y más subjetivo.
El evangelio de Dios trata acerca del Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor. Por supuesto, el evangelio incluye el perdón y la salvación, pero estos asuntos no son el tema central. El tema central del evangelio es la persona misma de Cristo, el Hijo de Dios. El evangelio no es una doctrina ni tampoco una enseñanza o una religión, sino que es una persona maravillosa: Jesucristo, el Hijo de Dios poseedor tanto de divinidad como de humanidad.
El mensaje principal del libro de Romanos es que personas pecaminosas y carnales pueden ser hechas hijos de Dios y ser conformadas a la imagen del Hijo de Dios. De este modo Cristo llega a ser el Primogénito entre muchos hermanos (8:29). Por tanto, el punto central del evangelio no recae sobre el perdón de los pecados, sino en producir los hijos de Dios, los muchos hermanos del Hijo de Dios. Dios desea transformar a pecadores en la carne de modo que sean hijos de Dios en el espíritu. Si hemos de servir a Dios en el evangelio, todos debemos hacer que ésta sea nuestra meta. Predicamos el evangelio no simplemente para que las personas sean salvas, sean perdonadas de sus pecados o lleguen a ser individuos espirituales, sino para que lleguen a ser hijos de Dios. Éste es nuestro objetivo. En Romanos 15:16 Pablo dice: “Para ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, un sacerdote que labora, sacerdote del evangelio de Dios”. Para Pablo, la predicación del evangelio, el servir a Dios en el evangelio de Su Hijo, constituía un ministerio sacerdotal, un servicio sacerdotal. Como creyentes, todos debemos servir a Dios de esta manera, como sacerdotes, en el evangelio de Su Hijo.
Si hemos de servir a Dios de la manera apropiada, debemos servirle en el evangelio. Para hacer esto, primero debemos conocer en qué consiste el evangelio, y después debemos experimentar todo lo que el evangelio incluye. También debemos aprender cómo ministrar el evangelio a los demás, esto es, cómo desempeñar nuestra función como sacerdotes que ministran el evangelio de Dios. Siempre que contactamos a alguien, ya sea un creyente o un incrédulo, debemos discernir cuál es su necesidad en cuanto al evangelio. Si una persona no está clara con respecto a la salvación, debemos ayudarle a estar clara e incluso gozosa en cuanto a la salvación de Dios. Debemos servir a tal persona con el evangelio. Otras personas podrían estar claras con respecto a la salvación, pero no acerca de otros aspectos del evangelio; por tanto, tenemos que ministrarles algo que atienda a sus necesidades.
El punto crucial con respecto a servir a Dios en nuestro espíritu en el evangelio de Su Hijo es que ministramos Cristo a los demás en el evangelio. Para hacer esto debemos aprender los elementos que componen el evangelio y sus detalles correspondientes, debemos experimentar todo el contenido del evangelio y debemos ejercitar nuestro espíritu. Esto es servir a Dios en nuestro espíritu en el evangelio del Hijo de Dios.
Los creyentes no solamente sirven a Dios en su espíritu, sino que también le sirven por el Espíritu de Dios. En Filipenses 3:3a Pablo dice: “Nosotros somos la circuncisión, los que servimos por el Espíritu de Dios”. La palabra griega aquí traducida “servimos” literalmente significa servir como sacerdotes. Todos los creyentes neotestamentarios son sacerdotes para Dios (1 P. 2:9; Ap. 1:6). Por tanto, nuestro ministerio para el Señor, en cualquier aspecto, es un ministerio sacerdotal, un servicio sacerdotal. Como sacerdotes, tenemos que servir a Dios y adorarle en nuestro espíritu y por Su Espíritu. Siempre que nos introducimos en nuestro espíritu, también nos introducimos en el Espíritu de Dios. Asimismo, cuando adoramos a Dios por el Espíritu de Dios, también le adoramos en nuestro espíritu.
Filipenses 3:3a indica que el único servicio aceptable y la única adoración aceptable que le podemos rendir a Dios no se realizan por la carne, sino por el Espíritu de Dios. El Espíritu es el medio por el cual los creyentes pueden servir y adorar a Dios. En cambio, la adoración y servicio judaicos involucran la carne y diversas ordenanzas. Tales ordenanzas incluyen las normas dietéticas, observar el Sábado y la circuncisión. El servicio y la adoración que, en la carne, los judaizantes rendían a Dios no pueden serle aceptables. Por ser creyentes neotestamentarios, nosotros servimos y adoramos a Dios en nuestro espíritu por el Espíritu de Dios. Somos la circuncisión, pues hemos sido auténticamente circuncidados por la crucifixión de Cristo. Mientras que los judaizantes sirven regidos por las ordenanzas de la ley relacionadas con la carne, nosotros servimos por el Espíritu de Dios.
Los creyentes sirven y adoran a Dios en espíritu y con veracidad. “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad [o, realidad]; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad [o, realidad] es necesario que adoren” (Jn. 4:23-24). Según la tipología, la adoración a Dios debe realizarse en el lugar que Él escogió para establecer Su habitación (Dt. 12:5, 11, 13-14, 18) y con las ofrendas (Lv. 1—6). El lugar que Dios escogió como Su habitación tipifica el espíritu humano, donde hoy está la morada de Dios (Ef. 2:22). Las ofrendas tipifican a Cristo. Cristo es el cumplimiento y la realidad de todas las ofrendas con las cuales el pueblo de Dios le adoraba en el Antiguo Testamento. Por tanto, lo dicho por el Señor en Juan 4:23 y 24 acerca de adorar a Dios el Espíritu en nuestro espíritu y con veracidad significa que debemos contactar a Dios el Espíritu en nuestro espíritu, en lugar de hacerlo en una ubicación específica, y por medio de Cristo, en lugar de hacerlo con las ofrendas; pues ahora, debido a que Cristo la realidad ha venido, todas las sombras y tipos han terminado. Dios es Espíritu, y adorar a Dios es contactarle. Contactar a Dios no depende de la ubicación en que estemos, sino que depende del espíritu humano.
En Juan 4:23 el Señor Jesús dijo: “La hora viene, y ahora es”. Esto significa que se ha producido un cambio de era. En el pasado, según la ley de Moisés, Dios dispuso que Su pueblo le adorase en un lugar específico donde Él habría de establecer Su habitación para poner allí Su nombre (Dt. 12:5). Los que adoraban a Dios tenían que ir a ese único lugar. Aquello era un tipo. Ahora la era ha sido cambiada, y el tipo ha sido cumplido. En términos tipológicos, el lugar de adoración ya no debiera ser un determinado lugar geográfico; más bien, tiene que ser el espíritu humano, donde Dios establecerá Su habitación para poner allí Su nombre.
Un asunto crucial que debemos ver es que la adoración genuina, la adoración que Dios el Padre busca, no tiene lugar en una determinada ubicación sino en el espíritu humano. En el Antiguo Testamento el monte Sion, el lugar de la morada de Dios y donde Él puso Su nombre, constituía un tipo del espíritu humano. Según el Nuevo Testamento, la morada de Dios ya no está en monte alguno, ni aun en los cielos. La morada de Dios está en nuestro espíritu. En realidad, nuestro espíritu es tanto la morada de Dios como el lugar del nombre de Dios. Si vamos a cualquier otro lugar para adorar a Dios, esto indica que hemos renunciado al nombre de Dios. Hay solamente un lugar donde podemos ser resguardados en el nombre de Dios, y ese lugar es nuestro espíritu. Cuando venimos a nuestro espíritu, guardamos el nombre de Dios y somos resguardados en Su nombre. La adoración genuina al Padre, la adoración que Él desea, es la adoración que le rendimos a Él en nuestro espíritu.
La adoración genuina a Dios el Padre también es realizada con veracidad. En el Antiguo Testamento los hijos de Israel debían adorar a Dios en el monte Sion con las ofrendas. Las ofrendas tipifican a Cristo como realidad. Cristo es el cumplimiento y la realidad de todas las ofrendas con las cuales el pueblo de Dios le adora. Cristo es la verdadera ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. En la actualidad, adoramos a Dios en nuestro espíritu con Cristo como realidad de todas las ofrendas.
Finalmente, al servir y adorar a Dios, los creyentes no deben poner su confianza en la carne. Pablo dice que quienes sirven por el Espíritu de Dios no tienen “confianza en la carne” (Fil. 3:3b). Aquí la carne incluye todo lo que somos y tenemos en nuestro ser natural. El hecho de que los judaizantes pusieran su confianza en la circuncisión era indicio de que habían puesto su confianza en la carne. Ellos confiaban en sus cualidades y destrezas naturales, y no en el Espíritu. En contraste con ello, Pablo afirma categóricamente que quienes hemos creído en Cristo servimos por el Espíritu de Dios, nos gloriamos en Cristo Jesús y no tenemos confianza en la carne.
Podríamos pensar que confiar en la carne simplemente significa confiar en la naturaleza humana caída; pero éste no es el significado de la palabra carne en Filipenses 3:3b. Después de afirmar que no debemos poner confianza alguna en nuestra carne, Pablo procede a decir que él fue circuncidado al octavo día, que pertenecía al linaje de Israel, que era de la tribu de Benjamín, que era hebreo, hijo de hebreos, que en cuanto a la ley era fariseo, que en cuanto a celo era perseguidor de la iglesia y que en cuanto a la justicia que es en la ley llegó a ser irreprensible. Todas estas cosas eran aspectos de la carne de Pablo; sin embargo, nosotros podríamos pensar que la carne incluye únicamente cosas malignas, mas no cosas buenas. No obstante, los aspectos honorables, apreciables y superiores de nuestro ser natural siguen siendo la carne. Todo cuanto Pablo hizo conforme a la ley y a su celo era carnal y de la carne. Incluso su justicia según la ley era la carne. Todas las características enumeradas por Pablo en Filipenses 3:4-6 son aspectos de la carne, porque todas ellas son naturales y no son Cristo ni el Espíritu de Dios. Todo lo que sea natural, ya sea bueno o malo, es la carne. Los judaizantes confiaban en su carne al confiar en lo que eran por su nacimiento natural; pero como creyentes en Cristo no debemos confiar en nada de lo que tengamos por nuestro nacimiento natural, pues todo lo procedente de nuestro nacimiento natural forma parte de la carne. A fin de rendir a Dios el servicio y adoración genuinos, todo cuanto hagamos tiene que ser hecho por el Espíritu de Dios, en Cristo y sin confiar en la carne.
Aunque no somos judaizantes, en principio podríamos ser iguales a ellos. Aun cuando hemos sido regenerados, podríamos seguir viviendo en nuestra naturaleza caída, gloriarnos de lo que hacemos en la carne y poner nuestra confianza en nuestras cualidades naturales. Por tanto, es importante que estos versículos en Filipenses 3 nos conmuevan de una manera profunda y personal. Debemos permitir que la luz del Señor resplandezca sobre nosotros con relación a nuestra naturaleza, nuestras obras y la confianza que tenemos en la carne. Si somos iluminados por el Señor, confesaremos que aun cuando hemos sido regenerados para llegar a ser hijos de Dios poseedores de la vida y naturaleza divinas, todavía vivimos demasiado en la carne. Un día, cuando sea iluminado al respecto, usted querrá postrarse delante del Señor y confesar cuán inmunda es su naturaleza; entonces condenará todo cuanto hace regido por su naturaleza caída. Verá que a los ojos de Dios todo aquello realizado en la naturaleza caída es maligno y merece ser condenado. Antiguamente, nos jactábamos de nuestras obras y destrezas; pero llegará el tiempo cuando en lugar de gloriarnos en la carne con sus destrezas, la condenaremos. Entonces nos gloriaremos en Cristo solamente al comprender que en nosotros mismos carecemos de toda base para gloriarnos.
Únicamente cuando hayamos sido iluminados por Dios podremos decir que verdaderamente no confiamos en nuestras cualidades, destreza o inteligencia naturales. Sólo entonces podremos testificar que nuestra confianza está puesta completamente en el Señor. Después que hayamos sido iluminados de este modo, verdaderamente podremos servir y adorar a Dios en nuestro espíritu y por el Espíritu.