
En este mensaje consideraremos dos aspectos adicionales de la experiencia que los creyentes tienen de la impartición de la Trinidad Divina: pelear la buena batalla y correr el curso completo de la carrera.
En 2 Timoteo 4:7a Pablo dice: “He peleado la buena batalla”. Esta buena batalla se libra contra Satanás y su reino de tinieblas por causa de los intereses del reino de Dios. En 1 Timoteo 6:12 Pablo se refiere a esta batalla como “la buena batalla de la fe”, esto es, una batalla por el contenido del evangelio completo según la economía neotestamentaria de Dios.
Los creyentes pelean la buena batalla al recibir el encargo del apóstol. En 1 Timoteo 1:18 se nos dice: “Timoteo, hijo mío, te confío este encargo en conformidad con las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, para que por ellas milites la buena milicia”. Debemos considerar el uso de Pablo de la palabra encargo en el contexto del capítulo como un todo. El encargo en el versículo 18 aborda los puntos principales presentados en los diecisiete versículos anteriores. Por el lado positivo, el principal énfasis de estos versículos recae sobre la dispensación, la economía, de Dios; por el lado negativo, el énfasis recae sobre enseñar cosas diferentes. Por tanto, el encargo dado por el apóstol a su hijo espiritual trata, en un sentido positivo, sobre la economía de Dios, y en un sentido negativo, sobre la enseñanza de cosas diferentes a esa economía. A causa de que se enseñaban cosas diferentes, la iglesia ya se había degradado, y se había producido una desviación de la fe. Pablo encargó a Timoteo luchar contra esta desviación de la fe, esto es, pelear la buena batalla de la fe.
En el versículo 18 Pablo indica que hace este encargo a Timoteo “en conformidad con las profecías que se hicieron antes” en cuanto a él. Es posible que algunas palabras proféticas fueran dichas en cuanto a Timoteo cuando fue recibido en el ministerio (Hch. 16:1-3). Pablo le encargó a Timoteo que peleara la buena batalla en las profecías; esto significa en la esfera, el sustento y la confirmación de las profecías.
Pablo le dijo a Timoteo que por las profecías hechas en cuanto a él debía “[militar] la buena milicia”. Militar la buena milicia es hacer guerra contra las diferentes enseñanzas de los que disienten y llevar a cabo la economía de Dios (1 Ti. 1:4) en conformidad con el ministerio del apóstol tocante al evangelio de la gracia y la vida eterna, para que el Dios bendito sea glorificado (vs. 11-16).
Por un lado, Timoteo debía librar una guerra contra las enseñanzas divergentes de los que disentían. Por otro, debía llevar a cabo la economía de Dios en conformidad con el ministerio del apóstol. Si deseamos llevar a cabo la economía de Dios, no debemos hacerlo conforme a las enseñanzas del cristianismo tradicional ni en conformidad con una teología sistemática, sino según el ministerio del apóstol. Todo apóstol verdadero enseña y predica lo mismo, incluso una sola cosa: la economía neotestamentaria de Dios. El enfoque de nuestra predicación y enseñanza es Cristo y la iglesia. Enseñar y predicar la economía de Dios con relación a Cristo y la iglesia es librar la buena batalla.
En 1 Timoteo 6:12a se nos dice: “Pelea la buena batalla de la fe”. Pelear la buena batalla de la fe significa combatir por la economía neotestamentaria de Dios. En particular, es luchar por Cristo como corporificación de Dios y por la iglesia como Cuerpo de Cristo.
En 1 Timoteo 6:12b Pablo procede a decir: “Echa mano de la vida eterna, a la cual fuiste llamado”. Aquí la vida eterna es la vida divina, la vida increada de Dios, la cual es eterna. “Eterna” denota la naturaleza de la vida divina más que el factor tiempo. Para pelear la buena batalla de la fe en la vida cristiana, y especialmente en el ministerio cristiano, necesitamos echar mano de la vida divina, no confiando en nuestra vida humana. Por tanto, en 1 y 2 Timoteo y Tito, se hace énfasis en la vida eterna una y otra vez (1 Ti. 1:16; 6:19; 2 Ti. 1:1, 10; Tit. 1:2; 3:7). Esta vida es un prerrequisito para llevar a cabo la economía de Dios con respecto a la iglesia, como vemos en 1 Timoteo, para hacer frente a la decadencia de la iglesia, como lo revela 2 Timoteo, y para mantener un buen orden en la iglesia, como indica Tito.
Fuimos llamados a la vida eterna de Dios. Nacimos de la vida humana natural, pero renacimos de la vida divina y eterna cuando fuimos llamados por Dios en Cristo.
Peleamos la buena batalla de la fe no solamente en términos objetivos, sino también en términos subjetivos al echar mano de la vida eterna. No debiéramos hacer nada aparte de esta vida. Por ser aquellos que han de pelear la buena batalla, debemos echar mano de la vida eterna.
Debemos comprender que hemos sido llamados a la vida eterna. Esta vida eterna no se refiere principalmente a las bendiciones que obtendremos en el futuro. Ser llamados a la vida eterna no significa ser llamados a disfrutar bendiciones en el cielo. La vida eterna debe ser nuestra vida en la actualidad, una vida para nuestro presente diario vivir. Mediante nuestro primer nacimiento, el nacimiento físico, recibimos la vida adámica. Pero debido a que fuimos llamados a la vida eterna, ya no debemos vivir por la vida adámica, la vida natural. Si bien debemos ser auténticamente humanos, incluso “Jesúsmente” humanos, no debemos ser humanos en nuestra vida natural; por el contrario, debemos vivir la vida humana por la vida eterna. Hemos sido llamados a esta vida, y ahora debemos vivirla.
Como creyentes en Cristo, fuimos llamados de manera única a la vida eterna. Esta vida, la vida divina, en realidad es el propio Dios Triuno. Habiendo sido llamados a la vida eterna, ahora debemos echar mano de esta vida, vivirla y hacer que todo nuestro ser se conforme a esta vida.
La sutileza del enemigo al introducir las desviaciones de la fe consiste en apartar a los creyentes de esta vida. Por tanto, quienes somos creyentes genuinos tenemos que echar mano de la vida eterna. Sin la vida eterna no somos nada. Esta vida eterna en realidad es el Dios Triuno como vida para nosotros.
No solamente las enseñanzas heréticas, sino también las enseñanzas fundamentales, pueden ser usadas por el enemigo para impedir que disfrutemos la vida eterna. Las enseñanzas que son bíblicas, fundamentales, buenas, éticas y morales, enseñanzas acerca de mejorar nuestro carácter y hacer resoluciones para hacer cosas buenas, impiden que los creyentes experimenten al Dios Triuno procesado como vida eterna.
Es crucial para nosotros ver que todo lo relacionado con los creyentes en el Nuevo Testamento está vinculado a la impartición del Dios Triuno procesado a nuestro ser. Experimentar esta impartición equivale a disfrutar la vida eterna. Algunos podrían enseñar en conformidad con la Biblia, pero sin enseñar a los creyentes cómo contactar al Dios Triuno procesado y cómo recibir Su impartición, lo cual llega a ser el factor vital de nuestra vida cristiana. Debido a que incluso enseñanzas fundamentales pueden ser sutilmente usadas por el enemigo para impedirnos disfrutar la vida eterna, debemos echar mano de la vida eterna; entonces podremos pelear la buena batalla de la fe.
En 1 Timoteo 6:12a Pablo dice: “Pelea la buena batalla de la fe”, y en 2 Timoteo 4:7c él dice: “He guardado la fe”. Además, Judas 3b nos insta a contender “ardientemente por la fe que ha sido trasmitida a los santos una vez para siempre”. En estos versículos “la fe” no se refiere a la fe subjetiva, o sea, a nuestra acción de creer, sino a la fe objetiva, a nuestra creencia, refiriéndose a las cosas en las que creemos. Aquí “la fe” denota el contenido del Nuevo Testamento como nuestra fe (Hch. 6:7; 1 Ti. 1:19; 3:9; 4:1; 5:8; 6:10, 21; 2 Ti. 3:8; Tit. 1:13), en lo cual creemos con miras a nuestra común salvación. Esta fe, y no una doctrina, ha sido transmitida a los santos una vez para siempre. Por esta fe debemos contender.
En el Nuevo Testamento la fe puede tener un significado objetivo y también un significado subjetivo. Cuando se usa en su sentido subjetivo, la fe denota nuestra acción de creer. Cuando se usa en su sentido objetivo, la fe denota el objeto de nuestra fe. En 1 Timoteo 1:19 la palabra fe es usada tanto con un sentido subjetivo como también con un sentido objetivo. Aquí Pablo dice: “Manteniendo la fe y una buena conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos”. La primera mención de la fe en este versículo es con sentido subjetivo, pues denota nuestra capacidad para creer; la segunda mención es con sentido objetivo, pues denota el objeto de nuestra fe.
La fe —aquello en lo cual creemos— está constituida de ciertas verdades básicas. Primero, creemos que Dios es uno y al mismo tiempo tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Segundo, creemos que nuestro Dios se encarnó en el Hijo, el Señor Jesucristo. Tercero, creemos que Jesucristo, el Hijo de Dios que se encarnó como hombre, vivió en la tierra y murió en la cruz por nuestros pecados a fin de conseguir nuestra redención. Al tercer día Él fue resucitado de entre los muertos tanto física como espiritualmente, y en la actualidad Él es nuestro Salvador, nuestro Señor en resurrección y nuestra vida. Debido a que creemos en Él, nuestros pecados han sido perdonados, Él ha entrado en nosotros como vida y hemos sido regenerados. Finalmente, el Señor Jesús regresará a fin de tomar para Sí mismo a todos Sus creyentes. Éstas son las verdades básicas, las doctrinas básicas, que constituyen la fe por la cual debemos contender. Debido a que todo creyente genuino y normal profesa estas verdades básicas, éstas son llamadas “la común fe” (Tit. 1:4).
La fe en su sentido objetivo equivale al contenido de la voluntad de Dios dada a nosotros en el Nuevo Testamento. La ley incluye lo contenido en los Diez Mandamientos y todas las ordenanzas subalternas. La ley fue dada en el Antiguo Testamento, pero lo que Dios da en el Nuevo Testamento es la fe, que incluye todos los ítems que componen la nueva voluntad de Dios. Esta voluntad incluye aun al propio Dios Triuno. Sin embargo, no incluye asuntos tales como la práctica de cubrirse la cabeza, el lavamiento de los pies o los métodos usados para bautizar. Pese a ello, algunos creyentes contienden por tales cosas, pensando que al hacerlo contienden por la fe; pero éste no sería el entendimiento correcto de lo que Judas quiere decir cuando habla de contender por la fe que ha sido trasmitida a los santos una vez para siempre.
Contender por la fe es contender por los asuntos fundamentales y cruciales de la nueva voluntad de Dios. Uno de estos asuntos fundamentales es la muerte de Cristo para nuestra redención. Alguien podría decirnos que Jesús murió en la cruz no para efectuar la redención, sino debido a que Él era un mártir y se sacrificó por Sus enseñanzas. Esta interpretación de la muerte de Cristo es una herejía, pues ella contradice uno de los ítems fundamentales de la fe. Por tanto, debemos contender por la verdad con respecto a la redención efectuada por Cristo. Esto sirve de ilustración para mostrar lo que significa contender por la fe que ha sido transmitida a los santos una vez para siempre. La fe, “la común fe”, ha sido transmitida una vez para siempre a los santos, y lo que ahora nosotros debemos hacer es contender por ella.
Los creyentes también experimentan la impartición del Dios Triuno procesado al correr el curso completo de la carrera. En 1 Corintios 9:24 Pablo dice: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corred así, para ganar”. Este versículo revela que los creyentes son corredores en una carrera. La vida cristiana es una carrera que debemos correr con éxito. El premio es una recompensa como incentivo; “ganar” consiste en obtener este premio.
En 1 Corintios 9 se revela que el curso de la carrera cristiana incluye la predicación del evangelio. Predicar el evangelio es impartir Cristo a los demás. Al impartir Cristo en aquellos que son receptivos a nuestra predicación, corremos la carrera cristiana. Sin embargo, debido a que muchos creyentes en la actualidad no corren la carrera, debemos escuchar lo dicho por Pablo: “Corred así, para ganar”.
Correr la carrera consiste en laborar, pero recibir el premio es obtener el disfrute. Al predicar el evangelio hoy, corremos la carrera; pero recibir una recompensa, un premio, en la venida del Señor Jesús consiste en experimentar un disfrute particular.
Hebreos 12:1 dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante”. La carrera que corremos en realidad es Cristo mismo. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino” (Jn. 14:6). Una carrera es un camino, un determinado curso. Debido a que Cristo es el camino, Él también es la carrera. La carrera que corremos es Cristo. Nuestro camino es nuestra carrera. Éstas no son dos cosas distintas: una el camino y la otra la carrera; no, sino que el camino por el cual andamos es la carrera que corremos. Por tanto, Cristo, quien es el camino, es la carrera.
Como creyentes no debiéramos permanecer quietos en Cristo. Incluso andar en Cristo no es lo suficientemente adecuado. Tenemos que correr la carrera. No debiéramos tomar tiempo para considerar o mirar alrededor, para detenernos o andar lentamente. Debemos correr la carrera, la cual es Cristo mismo como nuestro camino. Aunque Cristo es nuestro camino, no debemos tomar este camino meramente como una senda por la cual andar; más bien, debemos tomar este camino como una carrera que hemos de correr.
En 2 Timoteo 4:7b Pablo pudo declarar: “He acabado la carrera”. Pablo comenzó a correr la carrera celestial después que el Señor tomó posesión de él y continuó corriendo (Fil. 3:12-14) a fin de acabarla (Hch. 20:24). Ahora, al final, triunfalmente proclama: “He acabado la carrera”. Por esto recibirá del Señor una recompensa: la corona de justicia (2 Ti. 4:8).
Puesto que la vida cristiana es una carrera, los creyentes deben correr la carrera para ganar el premio (1 Co. 9:24), no para obtener la salvación en un sentido común (Ef. 2:8; 1 Co. 3:15), sino un galardón en un sentido especial (He. 10:35; 1 Co. 3:14). El premio que ganamos por correr la carrera es una corona incorruptible (9:25). El premio mencionado en 1 Corintios 9:24 es un galardón como incentivo, y este galardón consiste en una corona incorruptible, con la cual el Señor premiará a Sus santos vencedores que ganen la carrera. Este galardón es adicional a la salvación. La salvación eterna se obtiene por la fe, y no tiene nada que ver con nuestras obras (Ef. 2:8-9), mientras que el galardón es dado por lo que hacemos después de ser salvos (1 Co. 3:8, 14). Aunque seamos salvos, es posible que no recibamos un galardón sino que suframos pérdida, por carecer de obras que el Señor apruebe (v. 15). El galardón nos será dado al regreso del Señor, de acuerdo con nuestras obras (Mt. 16:27; Ap. 22:12; 1 Co. 4:5). Lo que recibiremos será decidido en el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) y lo disfrutaremos en el reino venidero (Mt. 25:21, 23). El apóstol Pablo se esforzaba por obtener el galardón (1 Co. 9:24-27; Fil. 3:13-14; 2 Ti. 4:7-8).
Todos los que hemos creído en Cristo hemos recibido Su salvación mediante la fe en Él. Esto quedó establecido una vez para siempre. Pero que seamos recompensados por el Señor depende de cómo corramos la carrera. En 1 Corintios 9 Pablo estaba corriendo la carrera, y en Filipenses, una de sus últimas epístolas, él seguía corriendo (3:14). No fue sino hasta las postrimerías de su carrera, en 2 Timoteo 4:6-8, que Pablo tuvo la certeza de que habría de ser recompensado por el Señor en Su venida. Teniendo en mira este galardón, Pablo exhortaba a los creyentes a correr la carrera de modo que pudieran obtener el galardón, el premio, a saber, una corona incorruptible.
En 1 Corintios 9:26a Pablo dice: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura”. Pablo no corría la carrera como a la ventura, sino con una meta definida en la mira. Hoy en día debemos correr la carrera con una meta definida; no debemos correr como a la ventura.
A fin de correr la carrera, debemos despojarnos de todo peso y del pecado que nos enreda (He. 12:1). La palabra griega traducida “peso” en Hebreos 12:1 también puede traducirse como “lastre”, “carga”, “estorbo”. Los que corren una carrera tienen que despojarse de todo peso innecesario, de toda carga que estorbe, para que nada les impida correr la carrera. Es fácil para nosotros poner sobre nuestros hombros cargas innecesarias. Pero si hemos de correr la carrera cristiana, debemos despojarnos de todo peso, de toda carga o estorbo innecesario.
Con base en Hebreos 12:1 también vemos que debemos despojarnos “del pecado que tan fácilmente nos enreda”. Aquí el pecado se refiere principalmente a lo que nos enreda y nos impide correr la carrera. Tanto el peso que estorba como el pecado que enreda nos impiden correr la carrera. Los estorbos son externos, pero el pecado es interno, pues involucra nuestra naturaleza pecaminosa. Dentro de nuestra naturaleza pecaminosa hay algo que con frecuencia nos enreda. A fin de correr la carrera de la vida cristiana, debemos despojarnos del pecado que nos enreda.
Al final de Hebreos 12:1 se nos exhorta a que “corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante”. Debemos correr con perseverancia debido a que se encuentra mucha oposición en la carrera cristiana. A fin de correr esta carrera, tenemos que padecer la oposición con perseverancia, sin jamás cansarnos ni desfallecer en nuestras almas (v. 3).
Los creyentes corren la carrera también al poner “los ojos en Jesús” (He. 12:2). La palabra griega traducida “puestos los ojos” denota mirar fijamente apartando la mirada de cualquier otro objeto. Los que corren en una carrera deben hacer a un lado todo lo demás y concentrarse en la meta con toda su atención. Debemos hacer a un lado todo lo que no sea Cristo y poner nuestros ojos en Él con toda nuestra atención. Es de este modo que se corre esta carrera.
Hebreos 12:2 nos insta a poner los ojos en Jesús, “el Autor y Perfeccionador de nuestra fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. En el libro de Hebreos Pablo dirige nuestra atención particularmente al Cristo sentado en los cielos, mostrándonos Sus muchos aspectos en virtud de los cuales Él puede cuidarnos en todo sentido. Para disfrutar al Cristo celestial, necesitamos apartar nuestra mirada de todo lo terrenal y contemplarlo sólo a Él, quien está sentado a la diestra del trono de Dios. Por medio de Su muerte y resurrección, Él logró todo lo que necesitaban Dios y el hombre. Ahora en Su ascensión Él está sentado en los cielos como Hijo de Dios (1:5) e Hijo del Hombre (2:6), como Aquel que fue designado Heredero de todas las cosas (1:2), el Ungido de Dios (v. 9), el Autor de nuestra salvación (2:10), el Santificador (v. 11), el Ayudador oportuno y Socorro constante (v. 18), el Apóstol enviado por Dios (3:1), el Sumo Sacerdote (2:17; 4:14; 7:26), el Ministro del verdadero tabernáculo (8:2) que tiene un ministerio más excelente (v. 6), el fiador y Mediador de un mejor pacto (7:22; 8:6; 12:24), el Albacea del nuevo testamento (9:16-17), el Precursor (6:20), el Autor y Perfeccionador de la fe (12:2) y el gran Pastor de las ovejas (13:20). Si ponemos los ojos en esta Persona todo-inclusiva y maravillosa, Él nos ministrará los cielos, la vida y la fortaleza, impartiéndonos e infundiéndonos todo lo que Él es para que podamos correr la carrera celestial y vivir la vida celestial en la tierra. De esta manera nos llevará por todo el camino de la vida y nos guiará y nos llevará a la gloria (2:10).
El Jesús maravilloso, quien está entronizado en los cielos y coronado con gloria y honra (v. 9), es la mayor atracción que existe en el universo. Él es como un enorme imán, que atrae a todos los que le buscan. Al ser atraídos por Su belleza encantadora, dejamos de mirar todo lo que no sea Él, lo cual nos permite correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante.
No corremos la carrera en vano. A Pablo le preocupaba la posibilidad de correr en vano (Gá. 2:2). Nosotros no corremos a la ventura ni tampoco corremos en vano; en lugar de ello, corremos con una meta definida y basados en la realidad.
Los creyentes corren la carrera cristiana al obedecer la verdad, esto es, la realidad en Cristo predicada por el apóstol. Gálatas 5:7 dice: “Vosotros corríais bien; ¿quién os impidió creer y obedecer a la verdad?”. Aquí “verdad” no se refiere a la doctrina, sino a la realidad en Cristo, tal como Pablo la predicó a los gálatas.
Los creyentes deben correr la carrera hasta el fin. Esto es lo que Pablo indica en 2 Timoteo 4:7b: “He acabado la carrera”.