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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 172-188)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO SETENTA Y CUATRO

LOS CREYENTES: SU PRESENTE

(59)

  En este mensaje consideraremos asuntos adicionales relacionados con el provecho obtenido por los creyentes de todo cuanto forma parte de sus circunstancias y su entorno.

(20) No se extrañan por el fuego de tribulación que les sobreviene para ponerlos a prueba, sino que se gozan al participar de los padecimientos de Cristo para que también en la revelación de Su gloria puedan gozarse con gran alegría

  En 1 Pedro 4:12 se nos dice: “Amados, no os extrañéis por el fuego de tribulación en medio de vosotros que os ha venido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña os aconteciese”. La palabra griega traducida “fuego de tribulación,” púrosis, significa incendio, y denota el fuego ardiente propio de un horno de fundición donde se purifican el oro y la plata (Pr. 27:21; Sal. 66:10). Pedro consideró que la persecución sufrida por los creyentes era semejante a un horno ardiente usado por Dios para purificar la vida de ellos. Ésta es la manera en que Dios disciplina a los creyentes en el juicio de Su administración gubernamental, el cual comienza por Su propia casa (1 P. 4:17-19).

  La palabra griega traducida “extrañéis” en 4:12 es xenízo. El fuego de la persecución es cosa común para los creyentes. Ellos no deben considerarlo como algo extraño o ajeno, ni les debe sorprender o asombrar. Esta persecución es una tribulación, una prueba.

  Que Pedro usara la metáfora de un horno de fundición indica que en la actualidad el Señor usa las persecuciones y las pruebas con un propósito positivo: la purificación de nuestra vida. Nosotros podemos ser comparados al oro o la plata; no obstante, todavía hay en nosotros cierta cantidad de escoria, por lo cual necesitamos ser purificados. Así como el oro y la plata son purificados mediante el fuego, nosotros también debemos ser purificados del mismo modo.

  Pedro les dice a los creyentes que no debieran extrañarse ante tal fuego de tribulación. Como cristianos, debemos comprender que el fuego de tribulación es algo común. Las persecuciones y las pruebas son experiencias comúnmente compartidas por los cristianos. Tales cosas no son extrañas ni ajenas a nosotros; por el contrario, son comunes a todos nosotros porque fuimos destinados a ello. Es nuestro destino sufrir en esta era.

  En 4:13 Pedro añade: “Sino gozaos por cuanto participáis de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría”. Aunque la persecución es una prueba que nos purifica mediante fuego, Pedro dice que al experimentar tal fuego de tribulación tenemos parte, participamos, en los padecimientos de Cristo. Si no fuéramos cristianos, ciertamente no padeceríamos la clase de persecución descrita en 4:12 y 13. Tales persecuciones se deben al hecho de que somos cristianos, hombres de Cristo.

  Debido a que creemos en Cristo, amamos a Cristo, vivimos a Cristo y damos testimonio por Cristo, testificando de Él en esta era, el mundo se levanta en contra nuestra. Esta era yace bajo el poder del maligno, y por esta razón los incrédulos persiguen a quienes creen en Cristo y dan testimonio de Él. A los ojos de Dios, esta clase de padecimiento es considerado como padecimientos de Cristo. Cristo llevó una vida de sufrimientos. Ahora nosotros somos Sus socios (He. 314), quienes llevan la misma clase de vida que Él llevó, con lo cual cooperan con Él al llevar una vida de sufrimientos y le siguen por el camino de sufrimiento. Esto significa que lo que Cristo padeció, nosotros también lo padeceremos. Por tanto, cuando sufrimos por Cristo de este modo, Dios considera nuestros padecimientos como padecimientos de Cristo.

  No debiéramos sentirnos desalentados debido a que tenemos que sufrir como cristianos. Estos sufrimientos son positivos y muy preciosos. Hoy en día debemos ser cristianos, seguidores de Cristo, aquellos que pasan por los padecimientos de Cristo. Debemos ser partícipes no solamente de las riquezas de Cristo, sino también de los padecimientos de Cristo. Si adoptamos esta perspectiva, nos sentiremos alentados siempre que suframos por Cristo. Quizás tengamos que enfrentarnos al fuego de tribulación, pero éstos son los padecimientos de Cristo en los cuales tenemos el privilegio de participar.

  En 4:13 Pedro dice que al participar de los padecimientos de Cristo debemos regocijarnos, para que en la revelación de Su gloria podamos gozarnos con gran alegría. Esto significa que no solamente debemos estar gozosos internamente, sino que también debemos expresar nuestro gozo audiblemente. En el tiempo de la revelación de la gloria del Señor, nos gozaremos con gran alegría. Estaremos, entonces, sumamente entusiasmados, fuera de nosotros mismos con gran gozo. En la actualidad podemos regocijarnos, pero cuando el Señor sea revelado, nos regocijaremos exultantes de gozo.

(21) No se avergüenzan de padecer como cristianos, sino que glorifican a Dios por llevar este nombre

  En 1 Pedro 4:16 se nos dice que si un creyente “padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por llevar este nombre”. En 4:14 y 16 tenemos dos nombres. El primero es Cristo, y el segundo es cristiano. Si padecemos por causa de estos dos nombres, eso es glorioso. Esta clase de sufrimiento es una gloria para Dios. Esto glorifica a Dios porque cuando sufrimos en el nombre de Cristo y como cristianos, el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de gloria, reposa sobre nosotros. Cuando padecemos por Cristo, la gloria reposa sobre nosotros, y esa gloria en realidad es el propio Espíritu de gloria.

  La palabra griega traducida “cristiano” es cristianós, una palabra derivada del latín. La terminación ianós, que denota un partidario de alguien, se usaba con respecto a los esclavos que pertenecían a las grandes familias del Imperio romano. Fue en Antioquía (Hch. 11:26) donde a los creyentes se les llamó por primera vez cristianos. Este apelativo, que denotaba a los partidarios de Cristo, era usado como apodo a manera de vituperio. Por esta razón, 1 Pedro 4:16 dice que no debemos avergonzarnos de padecer como cristianos. Esto significa que si algún creyente sufre a manos de perseguidores que desdeñosamente le llamen cristiano, no debe avergonzarse sino glorificar a Dios por llevar este nombre.

  Hoy en día el término cristiano debería tener un significado positivo, es decir, un hombre de Cristo, alguien que es uno con Cristo, alguien que no solamente le pertenece a Él, sino que tiene Su vida y Su naturaleza en una unión orgánica con Él, y vive por Él y además lo vive a Él en su vida diaria. Si sufrimos por ser tal clase de persona, no debemos avergonzarnos, sino que debemos tener la valentía de magnificar a Cristo en nuestra confesión por nuestra manera de vivir santa y excelente para glorificar, expresar, a Dios en este nombre. Glorificar a Dios es expresarlo en gloria.

(22) Al sufrir conforme a la voluntad de Dios, ellos son juzgados primero por Dios a fin de que no sufran el fin propio de los impíos

  En 1 Pedro 4:17 se nos dice: “Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”. El libro de 1 Pedro muestra el gobierno de Dios especialmente en cuanto a Su manera de disciplinar a Su pueblo escogido. Dios usa los padecimientos que ellos sufren en el fuego de la persecución como el medio para juzgarlos a fin de disciplinarlos, purificarlos y separarlos de los incrédulos y a fin de que no sufran el mismo destino que los incrédulos. Por eso, el juicio disciplinario comienza por Su propia casa.

  La palabra griega traducida “casa” en 4:17 también significa familia. Aquí la casa, o familia, se refiere a la iglesia compuesta de los creyentes (2:5; He. 3:6; 1 Ti. 3:15; Ef. 2:19). Dios comienza a ejercer Su administración gubernamental mediante Su juicio disciplinario sobre esta casa, Su propia casa, o sea, sobre Sus propios hijos, a fin de tener una base firme para juzgar, en Su reino universal, a los que desobedecen Su evangelio y se rebelan contra Su gobierno. Esto tiene como fin establecer Su reino.

  El uso que hace Pedro de la palabra juicio en 4:17 indica que las persecuciones y los sufrimientos son una especie de juicio. Sin embargo, este juicio no es para ser condenados a la perdición eterna, sino que se trata de un juicio cuya finalidad es disciplinar, aplicar una disciplina de vigencia dispensacional a fin de purificar nuestra vida. Este juicio equivale al fuego de tribulación, el fuego que arde en el horno, a fin de purificarnos y quitar toda escoria. Podemos ser comparados al oro, pero todavía tenemos cierta cantidad de escoria de la cual necesitamos ser purificados. Ninguna otra enseñanza o comunión puede lograr esta purificación. El juicio disciplinario del horno ardiente es necesario para lograr tal purificación.

  Padecer sufrimientos implica el juicio de Dios. Debemos comprender que incluso en asuntos tan pequeños como ser molestados por nuestro cónyuge o enfermarnos se halla implícito en cierto grado el juicio de Dios. Dios nos juzga debido a que estamos mal en ciertas cosas, no somos puros en nuestras motivaciones o no hemos sido justos al relacionarnos con los demás. Dios nos juzga a fin de que podamos ser purificados.

  Con frecuencia los creyentes que sufren se preguntan por qué se encuentran en una situación tan pobre mientras que los incrédulos con frecuencia prosperan. La razón por la cual los creyentes sufren ahora es que Dios no quiere que suframos el fin de los impíos. Temporalmente es posible que Dios deje ir libres a los impíos, pero a la postre Él los juzgará. Dios juzga primero a Sus propios hijos, Su propia casa, Su familia, a fin de que Sus hijos no sufran el mismo fin que los impíos.

  En 4:17 Pedro se pregunta cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios, si el juicio de Dios primero comienza con nosotros. Esta pregunta indica que los incrédulos, quienes no obedecen al evangelio de Dios, sufrirán un juicio más severo que el aplicado a los creyentes.

  En 4:18 Pedro procede a decir: “Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?”. Aquí, “el justo” se refiere a los creyentes, quienes llegan a ser justos al ser justificados por su fe en Cristo (Ro. 5:1) y por vivir una vida justa en Cristo (Fil. 3:9; 2 Co. 5:21; Ap. 19:8). La dificultad mencionada en 1 Pedro 4:18 se refiere a la persecución, los sufrimientos y, principalmente, la disciplina de Dios.

  En 4:18 “se salva” no se refiere a ser salvo de la perdición eterna mediante la muerte del Señor, sino a ser salvo de la destrucción venidera (1 Ts. 5:3, 8) mediante las pruebas de la persecución que representan el juicio disciplinario de Dios. El creyente, que ha sido disciplinado por Dios mediante los sufrimientos de la persecución que purifican su vida, por medio de la adversidad de la persecución es salvo de la destrucción efectuada por la ira de Dios contra el mundo. Si los hijos de Dios, los miembros de Su propia familia, se salvan con dificultad, ciertamente los incrédulos no escaparán del juicio de Dios.

  En 1 Pedro 4:19 Pedro procede a decir: “De modo que también los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien”. Aquí la voluntad de Dios consiste en Su deseo de que suframos por causa de Cristo y en que Él nos haya puesto para esto (3:17; 2:15; 1 Ts. 3:3).

  La palabra encomienden en 1 Pedro 4:19 literalmente significa “encarguen como depósito”, tal como en Lucas 12:48; Hechos 20:32; 1 Timoteo 1:18 y 2 Timoteo 2:2. Cuando los creyentes sufran una persecución física, especialmente si tienen que morir como mártires, deben encomendar sus almas como depósito a Dios, el fiel Creador, así como el Señor encomendó Su espíritu al Padre (Lc. 23:46).

  En 1 Pedro 4:19 “el Creador” no se refiere a Dios como Creador de la nueva creación en el nuevo nacimiento, sino como Creador de la antigua creación. La persecución es un sufrimiento en la antigua creación. Dios, nuestro Creador, puede preservar nuestra alma, la cual Él creó para nosotros. Además, Él tiene contados nuestros cabellos (Mt. 10:30). Él es amoroso y fiel. Su cuidado amoroso y fiel (1 P. 5:7) acompaña a Su justicia en Su administración gubernamental. Al mismo tiempo que Dios, al ejercer Su gobierno, nos juzga a nosotros, quienes somos Su casa, en Su amor Él nos cuida fielmente. Al sufrir en nuestro cuerpo Su justo juicio disciplinario, debemos encomendar nuestras almas a Su cuidado fiel.

(23) Padecen juntamente con Cristo para que juntamente con Él sean glorificados; sus padecimientos actuales no son dignos de compararse con la gloria venidera que en ellos ha de revelarse

  Romanos 8:17-18 dice: “Si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de revelarse”. Aquí vemos que la condición para ser herederos de Dios y coherederos con Cristo es que padezcamos “juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”. Probablemente no nos guste pasar por sufrimientos, pero éstos son necesarios. Si sufrimos con el Señor, seremos glorificados con Él.

  Aunque no diré que sin sufrimientos no seremos glorificados, sí puedo afirmar con certeza que el grado de nuestro sufrimiento determina el grado de nuestra gloria. Cuanto mayor sea el sufrimiento por el que pasemos, más nuestra gloria será intensificada, pues el sufrimiento aumenta la intensidad de la gloria. Queremos ser glorificados, pero no queremos experimentar sufrimientos; sin embargo, el sufrimiento aumenta la gloria. En 1 Corintios 15:41 Pablo dice que “una estrella es diferente de otra en gloria”, lo cual indica que algunas estrellas resplandecen más brillantemente que otras. Todos hemos de resplandecer y todos hemos de ser glorificados, pero la intensidad de nuestra gloria dependerá de cuánto sufrimiento hayamos estado dispuestos a padecer. Con certeza el apóstol Pablo resplandecerá con mayor intensidad que todos nosotros. Todos hemos de ser glorificados, pero la intensidad de nuestra gloria diferirá según haya sido nuestro sufrimiento. Por tanto, Pablo dice que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera. Los sufrimientos del tiempo presente no significan nada en comparación con la gloria venidera.

  El sufrimiento también guarda relación con el crecimiento de vida. El auténtico crecimiento de cualquier clase de vida depende de las adversidades y los sufrimientos. Sin las adversidades ni los sufrimientos, a cualquier clase de vida le resultaría difícil crecer. Los padecimientos mencionados en el versículo 17 no solamente están relacionados con una glorificación externa, sino también con un crecimiento interno en vida. Cuanto más sufrimos, más crecemos y más rápidamente maduramos. Por tanto, si tenemos la expectativa de crecer en vida, no debemos rechazar los sufrimientos, pues éstos propician nuestro crecimiento. No debiéramos esperar tener una vida libre de sufrimientos.

(24) En la era venidera reinarán juntamente con Cristo en virtud de haber perseverado en esta era

  Los creyentes, al experimentar la impartición divina, reinarán juntamente con Cristo en la era venidera en virtud de haber perseverado en esta era. En 2 Timoteo 2:12a Pablo dice: “Si perseveramos, también reinaremos con Él”. Perseverar está relacionado con la vida que llevamos en esta era, y reinar con Cristo está relacionado con la era venidera. La perseverancia es la entrada en el reinado venidero con Cristo. Si hemos de reinar como co-reyes de Cristo, tenemos que perseverar al soportar los sufrimientos. La entrada en el reinado venidero se obtiene mediante la perseverancia al soportar los sufrimientos en esta era.

(25) La corona de la vida les será dada por sus sufrimientos, pruebas y tribulaciones

  Finalmente, la corona de la vida será dada a los creyentes por sus sufrimientos, pruebas y tribulaciones. Apocalipsis 2:10 dice: “No temas lo que vas a padecer. He aquí, el diablo va a echar a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida”. A la iglesia en Éfeso el Señor promete concederle a los vencedores que coman de Él mismo como árbol de la vida (v. 7). Esto es la vida divina. A la iglesia en Esmirna el Señor promete concederle a los vencedores la corona de la vida. Comer del árbol de la vida es algo interno que tiene por finalidad proporcionar suministro, y la corona de la vida es algo externo que tiene por finalidad la gloria. Ambas promesas están íntegramente relacionadas con la vida divina. Esta vida tiene que ser, primero, nuestro alimento, y sólo entonces será nuestra expresión y nuestra glorificación como corona de la vida.

  Según el Nuevo Testamento, una corona siempre denota un premio dado además de la salvación (3:11; Jac. 1:12; 2 Ti. 4:8; 1 P. 5:4; 1 Co. 9:25). A la postre, la vida se convertirá en una corona; ella será la gloria de los mártires victoriosos. La corona de la vida, como premio concedido a los que son fieles hasta la muerte para vencer la persecución, denota la fuerza vencedora que es el poder de la vida de resurrección (Fil. 3:10); también significa que estos vencedores han obtenido “la superresurrección de entre los muertos” (v. 11), esto es, la resurrección sobresaliente.

  Bajo el arreglo soberano de Dios se nos han asignado muchas pruebas, problemas, tribulaciones y padecimientos. Podríamos preguntarnos por qué Dios nos asigna tantas pruebas. A veces las pruebas nos sobrevienen unas tras otras como las olas de un océano. Sin embargo, no debiéramos dudar; más bien, debiéramos creer que nuestro Padre en los cielos es soberano. Todas las cosas, sean grandes o pequeñas, todas las personas y todos los asuntos son usados de manera soberana por Dios para nuestro bien. Aunque al presente no podemos ver de qué manera esto puede ser así, a raíz de haber leído y escudriñado la Palabra sabemos que, en principio, todo cuanto nos sucede nos ha sido asignado por nuestro Padre. Todos debemos creer en esto. No sabemos lo que es mejor para nosotros, y desconocemos lo que vendrá; por tanto, tenemos que creer en la soberanía de Dios y dejar nuestro futuro en Sus manos.

  Es un principio básico que no debemos procurar escapar de los problemas. Por supuesto, no debemos ser necios al tratar con las personas y encargarnos de algún asunto; por el contrario, debemos procurar ser sabios. No obstante, no importa cuán sabios podamos ser, todavía debemos creer que nuestro Padre en los cielos es soberano. Él es quien administra todas las cosas, y Él nos asigna la porción que nos corresponde.

  La porción de sufrimientos que Dios nos ha asignado tiene por finalidad nuestra madurez. Así como ciertos árboles crecen por medio de las inclemencias propias de los climas fríos, los cristianos crecemos por medio de las adversidades que confrontamos. Es con este propósito que Dios nos asigna ciertas circunstancias y un tipo de entorno particular. Él sabe que necesitamos de estas adversidades a fin de crecer.

  Además, los sufrimientos nos dan las mejores oportunidades para disfrutar la impartición de la Trinidad Divina. Dios nos asigna sufrimientos, y estos sufrimientos son necesarios para nuestro crecimiento. Sin embargo, este crecimiento tendrá lugar únicamente en la medida que permanezcamos bajo la impartición divina. Por tanto, debemos contactar al Dios Triuno procesado todo el tiempo. Nuestro contacto con Él debe ser algo continuo en nuestra vida cristiana; debiera ser tan constante como nuestra respiración y como la circulación sanguínea en nuestro cuerpo. Debemos mantenernos siempre en la comunión divina.

  Además, en nuestra comunión con el Señor debemos ser muy finos, no burdos. Todos los que crecen hasta alcanzar madurez en la vida divina son personas finas. Debemos recibir y absorber la impartición del Dios Triuno procesado de una manera fina. La impartición que el Señor efectúa es muy fina, y nosotros tenemos que aprender a ser finos en nuestra comunión con el Señor; entonces podremos recibir de continuo la impartición del Dios Triuno en lo profundo de nuestro ser. En realidad, esta impartición procede de los cielos. Es en virtud del nutrimento que recibimos mediante esta impartición que hemos de crecer.

  Los creyentes crecen a través de las pruebas, los problemas y los padecimientos. La vida cristiana no crece sin los problemas. Todo crecimiento espiritual en la vida divina es llevado a cabo por medio del sufrimiento. Sin el sufrimiento, el crecimiento en la vida divina es imposible.

  Una lección fundamental que todos debemos aprender es que todo cuanto forma parte de nuestras circunstancias y entorno no depende de nosotros, sino del soberano Señor. Por tanto, les animo a que tengan paz y no se preocupen ni estén ansiosos. Su preocupación y ansiedad no les ayudan en nada. Si se preocupan o están ansiosos, simplemente se están desgastando. No se preocupen, sino simplemente estén en paz, creyendo que no están en sus propias manos sino en las manos del Señor. En realidad, no solamente están en las manos del Señor, sino que están en el Señor mismo. Él es el lugar en el cual debemos permanecer, y Él también es nuestro destino. Él realizará todo lo que desea, pues nuestro destino depende de Él. Día tras día debemos simplemente permanecer en Su impartición a fin de que disfrutemos directamente del suministro divino del Dios Triuno procesado en Su corporificación, que es Cristo, y mediante Su máxima consumación, que es el Espíritu vivificante.

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