
Hemos visto que, en la etapa progresiva de la salvación completa de Dios, los creyentes experimentan la impartición de la Trinidad Divina al servir y adorar a Dios, al trabajar y laborar para el Señor, al no amar el mundo, al vencer a Satanás, al pelear la buena batalla, al correr el curso completo de la carrera y al obtener provecho de todo cuanto forma parte de sus circunstancias y su entorno. En este mensaje veremos que los creyentes experimentan la impartición divina también al manifestar la mejor actitud con relación a los demás.
Es crucial que los creyentes manifiesten la mejor actitud con relación a los demás. Estamos en la iglesia, no obstante, la iglesia se encuentra en medio de la sociedad humana. No podemos vivir fuera de la sociedad humana. Por tanto, es necesario saber qué clase de actitud debemos manifestar con relación a los demás, es decir, con relación a los incrédulos.
Al manifestar la mejor actitud con relación a los demás, los creyentes primero deben estar sujetos al gobierno. Se nos exhorta a ello de manera enfática en Romanos 13:1-7. En 13:1a Pablo dice: “Sométase toda persona a las autoridades superiores”. Un carácter natural es un carácter rebelde, pero un carácter transformado es sumiso. Sujetarnos al gobierno requiere cierto grado de transformación. Por tanto, si nos sometemos a las autoridades designadas por Dios en el gobierno, esto es indicio de que hemos experimentado cierto grado de transformación, pues nuestro carácter natural y nuestra manera natural de ser son rebeldes. Nacimos rebeldes, y nuestra reacción natural ante la autoridad es la de rebelarnos. La sujeción a la autoridad requiere transformación procedente del crecimiento en vida producido al experimentar la impartición del Dios Triuno procesado.
Debemos reconocer que las autoridades proceden de Dios, fueron establecidas por Él, como servidores de Dios por el bien de los creyentes. Romanos 13:1b dice: “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. El versículo 4 dice que la autoridad “es un servidor de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para ejecutar ira sobre el que practica lo malo”. El Nuevo Testamento claramente enseña que toda autoridad procede de Dios. El gobierno humano con su autoridad fue establecido por Dios en tiempos de Noé. Después del diluvio, Dios dio al hombre autoridad para gobernar sobre otros (Gn. 9:6). Fue por esta autoridad gobernante entre los hombres que las naciones fueron establecidas. Por tanto, como cristianos, tenemos que reconocer que las autoridades proceden de Dios y debemos respetarlas.
Las autoridades fueron establecidas por Dios y, para los creyentes, son servidores de Dios por el bien de ellos. Esto significa que por medio de las autoridades Dios nos permitirá vivir en paz sobre la tierra a fin de que podamos constituir Su testimonio. Ciertamente tenemos necesidad de una situación pacífica para nuestra vida aquí en la tierra. A fin de mantener una situación pacífica existe la necesidad de que haya un gobierno con autoridad para regir sobre la gente. Por medio de tal gobierno se puede mantener un entorno positivo y una situación apacible. Esto es por nuestro bien.
Debido a que las autoridades proceden de Dios, los creyentes no deben oponerles resistencia. “Quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los gobernantes no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella” (Ro. 13:2-3). No es bueno oponer resistencia a la autoridad. Ello acarrearía juicio sobre uno, ya sea procedente de la autoridad o directamente de parte de Dios.
En el versículo 5 Pablo dice: “Es necesario estarle sujetos, no solamente por temor de la ira, sino también por causa de la conciencia”. Por causa de la conciencia debemos aprender, al ser transformados por la impartición divina, a someternos a las autoridades.
Al estar sujetos al gobierno, los creyentes deben pagar impuestos y tributos a las autoridades como a funcionarios de Dios. En 13:6 Pablo explica: “Por esto pagáis también los impuestos, porque son funcionarios de Dios que atienden continuamente a esto mismo”. Después, en el versículo 7a añade: “Pagad a todos lo que debéis: al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo”. La palabra griega traducida “funcionarios” en el versículo 6 literalmente significa funcionarios públicos. Pagar impuestos y tributos indica que estamos sujetos a las autoridades. En relación con el gobierno, los creyentes tenemos que ser honestos y pagar los impuestos que correspondan. Por un lado, los creyentes se encuentran en una condición favorable, disfrutando de un buen país con un buen gobierno; por otro, los creyentes deben costear esto al pagar sus impuestos y tributos a las autoridades como a funcionarios de Dios.
En 13:7b Pablo dice que debemos temer a quien se le deba temor y debemos honrar a quien se le deba honra. Todos los creyentes deben aprender a sujetarse a las autoridades, honrándoles y temiéndoles. Temer y honrar a quien corresponde también indica que estamos sujetos al gobierno.
En Tito 3:1-8 Pablo exhorta a los santos a mantener una buena relación con el gobierno. Según la sana enseñanza del Nuevo Testamento, tenemos que respetar al gobierno. El versículo 1 dice: “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra”. Sujetarse a los gobernantes es reconocer la autoridad de Dios y respetar Su gobierno sobre los hombres. Realizar toda buena obra significa llevar una vida que sea un testimonio en favor de Dios.
Antes de poder enseñar a los santos acerca del gobierno, Pablo tuvo que experimentar él mismo cierto grado de transformación. Cuando él era Saulo de Tarso, era un judío muy patriota que deseaba verse libre del yugo imperialista romano; pero en Tito 3:1 él instruye a los santos a que se sujeten a los gobernantes y autoridades, y que estén dispuestos a toda buena obra. Según lo dicho por Pablo en Romanos 13, los funcionarios de gobierno han sido establecidos por Dios. Pablo reconoció incluso a los funcionarios designados por el césar como gobernantes establecidos por Dios, como autoridades delegadas de Dios. Si Pablo no hubiera sido transformado para dejar de ser una persona natural y convertirse en una persona espiritual con entendimiento espiritual, le habría sido difícil dar tales instrucciones. Asimismo, nosotros debemos ser transformados mediante la impartición divina a fin de que nos sujetemos a los gobernantes y estemos dispuestos a toda buena obra. Mantenemos una relación apropiada con el gobierno no por enseñanzas éticas, ni por instrucciones de carácter filosófico, ni por nuestra vida natural o capacidades naturales, sino debido a que experimentamos la impartición del Dios Triuno procesado. Nosotros contamos con un suministro espiritual, divino y celestial que nos permite sujetarnos al gobierno.
Finalmente, los creyentes deben someterse al gobierno por causa del Señor conforme a la voluntad de Dios. En 1 Pedro 2:13-15 se nos dice: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque ésta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos”. La palabra griega aquí traducida “institución” literalmente significa creación, como en Colosenses 1:15. Se refiere a cualquier cosa hecha, tal como una criatura, un edificio, una regulación o una ordenanza. En este versículo la palabra institución denota una regla, una ordenanza, un principio establecido, y se refiere a la elaboración de reglas u ordenanzas, como en el caso de una asamblea legislativa que promulga leyes. Según el contexto de este versículo, la frase toda institución humana incluye “al rey, como a superior” y también a “los gobernadores, como por él enviados”. Aquí Pedro les dice a los creyentes que por causa del Señor, esto es, para la expresión y glorificación del Señor (v. 12), debemos someternos a toda institución humana conforme a la voluntad de Dios.
Si los creyentes tuvieran la mejor de las actitudes hacia los demás, deberían amar a sus enemigos. Ésta es la mejor de las actitudes que debiéramos tener hacia los demás.
En Mateo 5:43 y 44a el Señor Jesús dice: “Oísteis que fue dicho: ‘Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo’. Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos”. Este asunto afecta nuestro ser. La razón por la cual amamos a nuestro prójimo es que son buenos en conformidad con nuestro sentir. Si bien nuestro prójimo corresponde a nuestro sentir, un enemigo no lo hace; más bien, un enemigo incita nuestro mal humor. Por tanto, el asunto de amar a nuestros enemigos constituye una prueba.
Si leemos los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo, veremos que la constitución del reino de los cielos no da cabida alguna a nuestro ser natural, sino que aniquila todos los “gérmenes” dentro de nosotros. Usted aborrece a su enemigo porque él no está de acuerdo con sus preferencias naturales, y ama a su buen prójimo debido a que él se conforma a sus preferencias naturales. Si el Señor dispusiera las cosas de tal modo que sólo estuviéramos rodeados de prójimos que son buenos y sin ningún enemigo, no seríamos puestos a prueba. Pero el Señor usará a nuestros enemigos para poner en evidencia lo que se esconde en nuestro interior. La razón por la cual nos es difícil amar a nuestros enemigos es que ellos están en contra de nuestro ser y de nuestro sentir natural. Por tanto, el requisito de amar a nuestros enemigos pone a prueba si vivimos por nosotros mismos o vivimos por Cristo. En virtud de la impartición divina de la Trinidad Divina, los creyentes pueden amar a sus enemigos.
Los creyentes no solamente deben amar a sus enemigos, sino también deben hacer el bien a quienes los aborrecen. En Lucas 6:27 el Señor Jesús dice: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen”. Amar a nuestros enemigos y hacer bien a quienes nos aborrecen constituyen el más alto nivel de moralidad. A fin de hacer esto tenemos que ser un Dios-hombre, es decir, una persona saturada de Dios y mezclada con Él.
Lucas 6:35 dice: “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y malos”. En este versículo tenemos el secreto de amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos aborrecen. El secreto es la vida de Dios. Si cumplimos con estos requisitos, debe ser que tenemos la vida de Dios; debe ser que hemos nacido del Altísimo, nacido de Dios, y por tanto, hemos llegado a ser “hijos del Altísimo”.
Como aquellos que han nacido de Dios, podemos amar a nuestros enemigos. Dios nos amó incluso cuando éramos Sus enemigos (Ro. 5:8). Debemos ser profundamente impresionados con el hecho de que Dios nos amó mientras aún éramos Sus enemigos. Ahora Su amor ha sido impartido en nosotros. Por tanto, el amor con el cual amamos a los demás, especialmente a nuestros enemigos, es el amor de Dios nuestro Padre.
El Nuevo Testamento nos dice que Dios es amor (1 Jn. 4:8). Así como el Espíritu es la naturaleza de la persona de Dios y la luz es la naturaleza de la expresión de Dios, el amor es la naturaleza del ser de Dios. Por tanto, si hemos nacido de Dios, ciertamente hemos nacido de la naturaleza del ser de Dios, la cual es el amor divino. Por ser personas nacidas de Dios, poseemos Su vida y naturaleza. Ahora, espontáneamente, podemos amar a nuestros enemigos incluso como Dios nuestro Padre los ama. Ésta es la razón por la cual el Señor nos insta a amar a nuestros enemigos a fin de que seamos hijos del Altísimo, quien es benigno para con los ingratos y malos.
En Romanos 12:20 Pablo dice: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. En realidad esto es amar a nuestros enemigos. Nuestro amor por ellos será como carbones encendidos amontonados sobre sus cabezas a fin de que ellos se vuelvan al Señor. Tal vez suceda que al dar de comer a nuestros enemigos y darles de beber, por lo menos en cierto grado, sus corazones se conmuevan y se vuelvan de modo que podamos ganarlos por causa del Señor.
Romanos 12:21 dice: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Pagar mal por mal es haber sido vencidos por el mal (v. 17). Supongamos que alguien le hace un mal y usted le retribuye del mismo modo; esto indicaría que usted ha sido vencido de lo malo. No debemos ser así; en lugar de ello, debemos vencer con el bien el mal. Esto significa que si alguien le trata malvadamente, usted le responderá haciéndole el bien. Esto es vencer con el bien el mal.
En el Nuevo Testamento se exhorta a los creyentes a orar por sus perseguidores. En Mateo 5:44b el Señor Jesús dice: “Orad por los que os persiguen”. Ésta es una actitud maravillosa que podemos manifestar ante los perseguidores. Esteban tuvo tal actitud en Hechos 7. Mientras era apedreado, incluso hasta ser muerto, se arrodilló y clamó a gran voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (v. 60). Esteban oró por sus perseguidores del mismo modo que su Señor, a quien amó y vivió (Lc. 23:34).
No solamente debemos orar por nuestros perseguidores, sino que también debemos bendecirlos. En Romanos 12:14a Pablo dice: “Bendecid a los que os persiguen”. Bendecir a nuestros perseguidores es incluso más difícil que orar por ellos; no obstante, mediante la impartición divina esto llegó ser la experiencia de Pablo. Por tanto, él pudo decir: “Nos maldicen, y bendecimos” (1 Co. 4:12).
En 1 Pedro 3:9 se nos insta: “No devolviendo mal por mal, ni injuria por injuria, sino por el contrario, bendiciendo, porque para esto fuisteis llamados, para que heredaseis bendición”. Hemos sido llamados a bendecir a los demás; así que nosotros, un pueblo bendito, siempre debemos bendecir a los demás para poder heredar bendición. Vamos a heredar la bendición con la cual bendecimos a otros (Mt. 10:13). Lo dicho por Pedro corresponde con lo dicho por el Señor Jesús en Mateo 5:44 y con lo dicho por Pablo en Romanos 12:14 y 1 Corintios 4:12.
Después de exhortarnos a bendecir a quienes nos persiguen, Pablo procede a decir: “Bendecid, y no maldigáis” (Ro. 12:14b). Es muy difícil para nosotros no maldecir a quien nos persigue. Incluso si no los maldecimos verbalmente, es posible que en lo profundo de nuestro ser haya una maldición para tal persona. Por tanto, a fin de bendecir a nuestros perseguidores y no maldecirlos, debemos ser saturados con el Dios Triuno procesado por medio de Su impartición.
Los creyentes también deben seguir la paz con todos los hombres. Hebreos 12:14a dice: “Seguid la paz con todos”. “Seguid” aquí significa perseguir, incluso perseguir vigorosamente. Al manifestar la mejor actitud hacia los demás, debemos ir en pos de la paz, esto es, debemos perseguir la paz vigorosamente.
Los creyentes no debieran pelearse con nadie; más bien, deben seguir la paz con todos. Esto significa que nos esforzamos por mantener una situación pacífica con todos al vivir en paz con todos los hombres.
Romanos 12:18 dice: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, vivid en paz con todos los hombres”. Debemos vivir en paz con los demás, en todo cuanto dependa de nosotros. A veces no es posible vivir en paz con todos los hombres porque las otras personas no están dispuestas a llevar una vida pacífica. Ante tales situaciones no hay nada que podamos hacer. Por esta razón, Pablo dice que debemos vivir en paz con todos los hombres “si es posible”. En todo cuanto dependa de nosotros, debemos esforzarnos al máximo por vivir en paz con todos.