
En este mensaje veremos que en la etapa de compleción de la salvación completa de Dios, la etapa de la glorificación, los creyentes serán redimidos en sus cuerpos.
En Romanos 8:23 Pablo se refiere a “la redención de nuestro cuerpo”. Ser redimidos en nuestro cuerpo es ser glorificados (v. 30c). Por tanto, la glorificación y la redención de nuestro cuerpo son sinónimos. Ser glorificados es ser redimidos en nuestro cuerpo. No importa cuán maduros lleguemos a ser en la vida divina, siempre y cuando no hayamos sido glorificados, todavía no hemos sido redimidos en nuestro cuerpo. Pero cuando seamos glorificados, nuestra glorificación también será la redención de nuestro cuerpo. Por tanto, los creyentes serán glorificados y redimidos en su cuerpo simultáneamente.
En 1 Corintios 1:30 se nos dice que Cristo “nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. En la salvación completa de Dios, Cristo es la justicia (en cuanto a nuestro pasado), por la cual fuimos justificados por Dios a fin de que renaciéramos en nuestro espíritu para recibir la vida divina (Ro. 5:18). Después, Él es la santificación (en cuanto al presente), por la cual somos santificados en nuestra alma, es decir, transformados en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, con Su vida divina (6:19, 22). Finalmente, Cristo será nuestra redención (en cuanto al futuro), es decir, la redención de nuestro cuerpo, por la cual nuestro cuerpo será transfigurado con la vida divina para tener la semejanza gloriosa de Cristo (Fil. 3:21). Es de Dios que participemos de una salvación tan completa y perfecta, la cual hace que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea orgánicamente uno con Cristo y que Cristo sea todo para nosotros.
Cuando los creyentes sean redimidos, glorificados, en sus cuerpos, ellos disfrutarán la plena filiación divina, de la cual el Espíritu Santo es el anticipo, las primicias. Estas primicias son el anticipo a manera de garantía para nosotros de que en el futuro hemos de disfrutar el pleno sabor, y ese pleno sabor será la plena filiación, la cual es la redención de nuestro cuerpo, nuestra glorificación.
Romanos 8:23 dice: “También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando con anhelo la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo”. Las primicias del Espíritu son el Espíritu mismo como primicias de la cosecha venidera de todo lo que Dios es para nosotros. Nosotros disfrutamos al Espíritu como anticipo de la bendición completa que vendrá. Por tanto, tener las primicias del Espíritu es disfrutar al Espíritu como primicias. Estas primicias son el Espíritu Santo como una muestra del pleno sabor de Dios, nuestro disfrute de todo lo que el Dios Triuno procesado es para nosotros. Experimentaremos este pleno sabor en el día de gloria. Pero antes de ello, Dios nos ha dado un anticipo en la actualidad. Este anticipo equivale al Espíritu divino como primicias de la cosecha venidera del pleno disfrute de todo lo que el Dios Triuno procesado es para nosotros.
El resultado del disfrute que tenemos del Espíritu como anticipo es la redención de nuestro cuerpo, lo cual es la plena filiación. Al mismo tiempo que disfrutamos al Espíritu como anticipo, todavía gemimos por la filiación y la aguardamos con anhelo. La filiación en 8:23 es la plena filiación, la consumación de la filiación, y no el inicio de la filiación como en Gálatas 4:5. La plena filiación es la redención de nuestro cuerpo. Poseemos la filiación en nuestro espíritu mediante la regeneración, y también podemos tener la filiación en nuestra alma mediante la transformación, pero todavía no tenemos la filiación en nuestro cuerpo que se obtiene mediante la transfiguración. Por tanto, aunque ya hemos recibido la filiación, no recibiremos la plena filiación sino hasta que nuestro cuerpo sea transfigurado y conformado al cuerpo glorioso de Cristo (Fil. 3:21). En el futuro hemos de tener la filiación en nuestro cuerpo. Ésta es la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo, lo cual constituye nuestro anhelo y expectativa.
La redención del cuerpo de los creyentes tiene por finalidad que la posesión adquirida por Dios sea redimida, con el Espíritu Santo como arras de nuestra herencia. Efesios 1:14 dice que el Espíritu Santo “es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida”. Aquí “redención” se refiere a la redención de nuestro cuerpo, es decir, la transfiguración de nuestro cuerpo de humillación en un cuerpo de gloria. Hoy en día el Espíritu Santo es para nosotros una garantía, un anticipo y una muestra de nuestra herencia divina, hasta que nuestro cuerpo sea transfigurado en gloria, cuando heredaremos a Dios en plenitud.
Efesios 1:14 habla de la redención de la “posesión adquirida”. Nosotros, los redimidos de Dios, somos la posesión de Dios, la cual Él adquirió comprándonos con la sangre preciosa de Cristo (Hch. 20:28). En la economía neotestamentaria de Dios, el Dios Triuno procesado llega a ser nuestra herencia y nosotros llegamos a ser Su posesión. ¡Qué maravilloso! ¡No damos nada y lo obtenemos todo! Dios nos adquirió a un precio, pero nosotros heredamos a Dios sin pagar.
Mediante Su redención, Dios nos ha adquirido, nos ha tomado para Sí, nos ha comprado para ser Su posesión. La redención de nuestro cuerpo, por tanto, es para que la posesión adquirida por Dios sea redimida. En Su salvación Dios primero se nos da Él mismo a nosotros como nuestra herencia. Después, comenzamos a disfrutarlo a Él como nuestra herencia. En realidad, la impartición divina de la Trinidad Divina equivale a disfrutar de manera práctica a Dios mismo como nuestra herencia. En la medida que disfrutamos al Dios Triuno procesado como nuestra herencia, Su elemento entra en nuestro ser y nos transforma para hacer de nosotros Su herencia. Esto significa que al disfrutar de Él somos infundidos y saturados con Su elemento y somos transformados a fin de llegar a ser Su herencia para Su disfrute. Por tanto, la glorificación venidera no será solamente para nosotros, sino también para Dios. La redención de nuestro cuerpo será tanto para nuestro disfrute como para el disfrute de Dios. El Espíritu Santo dentro de nosotros no es solamente un anticipo, sino también las arras que nos garantizan que Dios es nuestro y que nosotros seremos Suyos. Él es nuestra herencia para nuestro disfrute, y nosotros llegaremos a ser Su herencia para Su disfrute.
Mediante la regeneración, ocurrida en la resurrección de Cristo, hemos llegado a ser herederos que heredan al Dios Triuno, quien es nuestra herencia, cuyas arras son el Espíritu Santo. La palabra griega traducida “arras” en Efesios 1:14 también significa anticipo, garantía y pago parcial dado por adelantado. Dios nos da Su Espíritu Santo no sólo como garantía de nuestra herencia, que nos asegura nuestra heredad, sino también como anticipo de lo que heredaremos de Dios, permitiéndonos gustar de antemano de la herencia total.
El Espíritu es las arras de nuestra herencia para la redención de la posesión adquirida. Como posesión de Dios, todavía necesitamos la redención de nuestro cuerpo, pues nuestro cuerpo todavía está en la vieja creación. Un día nosotros, la posesión de Dios, seremos redimidos en nuestro cuerpo. El Dios Triuno ha puesto Su Espíritu dentro de nosotros como arras de Sí mismo en calidad de heredad nuestra para aquel día, o con miras a aquel día, en el cual —como posesión adquirida por Dios— habremos de ser redimidos al ser introducidos en Su gloria a fin de que Él nos disfrute. Por un lado, el Dios Triuno es nuestra herencia; por otro, nosotros somos Su posesión. Lo crucial en Efesios 1:14 es que el Espíritu está como arras dentro de nosotros en calidad de garantía de que Dios será nuestra herencia en plenitud. A la postre, hemos de ser redimidos para ser la posesión de Dios en gloria. Entonces, en gloria, hemos de disfrutar al Dios Triuno procesado como nuestra herencia, y Él nos disfrutará como Su posesión.
Diariamente disfrutamos del Dios Triuno al darse el Espíritu en arras a nosotros. Dios se nos da Él mismo en arras como Espíritu para nuestro disfrute, lo cual nos garantiza que a la postre tendremos el pleno sabor del Dios Triuno. Este disfrute de Dios como nuestra herencia equivale a la impartición del Dios Triuno procesado dentro de nosotros. El resultado de esta impartición es que llegamos a ser la herencia de Dios, Su posesión adquirida, para Su disfrute. No somos herencia de Dios en nosotros mismos ni tampoco por nosotros mismos, sino en virtud del hecho de que Dios mismo es nuestra herencia. Diariamente participamos en Él mientras Él se imparte en nuestro ser. Finalmente, seremos saturados con Él y llegaremos a estar constituidos de Él como nuestra herencia. Este disfrute y constitución hará de nosotros Su herencia. Por tanto, nuestro disfrute del Dios Triuno tendrá su consumación en el hecho de que lleguemos a ser la herencia de Dios para Su disfrute eterno. Esta consumación será el resultado de la impartición de Dios mismo en nosotros y de que Él nos reconstituya consigo mismo. Su impartición hace de nosotros Su herencia, y mediante el disfrute de Él como nuestra herencia nosotros llegamos a ser Su herencia, Su posesión adquirida, a fin de ser redimidos mediante la redención de nuestro cuerpo.
La redención del cuerpo de los creyentes es el resultado del sellar del Espíritu Santo. En Efesios 4:30 Pablo dice que fuimos sellados en el Espíritu Santo de Dios “para el día de la redención”. Aquí la palabra para indica que el hecho de que seamos sellados con el Espíritu Santo resulta en, o redunda en, la redención de nuestro cuerpo. Por tanto, esto nos permite ver que fuimos sellados con el Espíritu Santo para la redención de nuestro cuerpo. Fuimos sellados con el Espíritu Santo con miras a esta redención.
El sellar del Espíritu no es algo que tenga lugar una sola vez y para siempre; más bien, este sellar sigue siendo realizado. El sello fue puesto en nosotros cuando creímos en el Señor Jesús, pero el sellar continúa siendo llevado a cabo desde entonces y hasta la actualidad. El Espíritu Santo es tanto el sello como el sellar. Nosotros fuimos sellados y todavía continuamos siendo sellados.
Muchos de nosotros podemos testificar con base en nuestra experiencia que cuando creímos en el Señor Jesús, comprendimos que habíamos sido sellados en nuestro espíritu. Sin embargo, en nuestra mente, parte emotiva y voluntad no se produjo tal sellar. Debido a que el Espíritu vino a nuestro espíritu y nos selló en el tiempo de nuestra regeneración, la Biblia dice que fuimos sellados. Sin embargo, no todas las partes de nuestro ser fueron selladas, sino sólo una: nuestro espíritu. No obstante, Efesios 4:30 dice que fuimos sellados en el Espíritu Santo de Dios para el día de la redención. Esto significa que el sellar en nuestro espíritu es realizado con miras a la redención de nuestro cuerpo. Esto implica que el sellar está propagándose dentro de nosotros; comienza en nuestro espíritu y se propaga a nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Un día, incluso nuestro cuerpo será sellado con el Espíritu, pues nuestro cuerpo será saturado con el Espíritu. Por tanto, la redención de nuestro cuerpo es el resultado del sellar del Espíritu Santo.
El sellar, la impartición y la transformación son diferentes aspectos de una sola cosa. El sellar del Espíritu está estrechamente ligado tanto a nuestra transformación como a la impartición de Dios. Por el lado de Dios, el sellar es la impartición de Su elemento a nuestro ser. Por nuestro lado, el sellar consiste en que recibimos el elemento divino mediante la impartición divina que nos satura, transforma y hace de nosotros herencia de Dios.
Finalmente, la redención de nuestro cuerpo será para la alabanza de la gloria de Dios: Dios expresado en Su gloria. Ésta es la razón por la que Efesios 1:14 dice que la redención de la posesión adquirida es “para alabanza de Su gloria”. La gloria es Dios expresado. Dios será glorificado, expresado, en los creyentes neotestamentarios. Esta expresión no es visible en la actualidad, pero un día será visible. En ese tiempo la expresión de Dios a través de los creyentes neotestamentarios suscitará la alabanza universal. Nuestro Dios será plenamente expresado y glorificado por medio de nosotros y entre nosotros. Entonces el universo entero alabará Su gloria. Nosotros llegaremos a ser un cuerpo corporativo que expresará a Dios, y esa glorificación será alabada por el universo entero.
Que nosotros seamos redimidos en nuestro cuerpo no consiste solamente en que disfrutemos la plena filiación divina, sino también en que el cuerpo de nuestra humillación sea transfigurado y conformado al cuerpo de la gloria de Cristo. Filipenses 3:21a dice que Cristo “transfigurará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea conformado al cuerpo de la gloria Suya”. Cuando el Señor Jesús regrese, nuestro cuerpo será transfigurado, redimido completamente, glorificado. Cuando creímos en Él, nuestro espíritu fue regenerado. Durante nuestra vida cristiana, nuestra alma está gradualmente siendo santificada y transformada. Después, cuando regrese el Señor, nuestro cuerpo será transfigurado. La transfiguración de nuestro cuerpo es la consumación final de la salvación de Dios. Después que hayamos sido transfigurados, hemos de ser iguales a Cristo en todas las tres partes de nuestro ser.
En 3:21 Pablo se refiere a nuestro cuerpo como “el cuerpo de nuestra humillación”. Esto describe nuestro cuerpo natural, hecho de polvo sin valor (Gn. 2:7) y dañado por el pecado, la debilidad, la enfermedad y la muerte (Ro. 6:6; 7:24; 8:11). Pero un día este cuerpo será transfigurado y conformado al cuerpo de la gloria de Cristo. El cuerpo de la gloria de Cristo es Su cuerpo resucitado, saturado de la gloria de Dios (Lc. 24:26) y trascendente sobre la corrupción y la muerte (Ro. 6:9).
El cuerpo resucitado de Cristo es un misterio. En el día de Su resurrección, Él apareció a Sus discípulos con tal cuerpo. Aunque Él tenía un cuerpo que podía ser visto y palpado, Él entró en un cuarto que tenía todas las puertas cerradas (Jn. 20:19). Nadie puede explicar esto. Nosotros simplemente creemos lo que la Biblia dice con respecto al cuerpo resucitado de Cristo. Además, creemos que un día nuestro cuerpo será como el de Cristo.
Mediante Su salvación completa, Dios primero nos regenera en nuestro espíritu a fin de que le tengamos a Él dentro de nosotros como nuestra vida. Después, Él comienza a transformarnos en nuestra alma a fin de llenar, saturar y poseer todo nuestro ser. De este modo, podemos ser transformados a Su imagen a fin de ser Su expresión, incluso mientras vivimos en la tierra. Finalmente, a Su regreso, Él transfigurará nuestro cuerpo.
Nuestro espíritu ha sido regenerado y nuestra alma puede ser completamente transformada, pero nuestro cuerpo sigue siendo viejo. Con todas sus debilidades físicas y enfermedades, nuestro cuerpo se encuentra bajo el poder de la muerte; es mortal y está sujeto a la enfermedad y la muerte. Aunque nuestro cuerpo puede ser avivado por el Espíritu que mora en nosotros (Ro. 8:11), sigue siendo un cuerpo mortal, sujeto a la muerte y que precisa ser redimido. En la actualidad, al cooperar con el Espíritu en nuestro espíritu, podemos experimentar la propagación de la vida divina efectuada por el Señor dentro de nuestro cuerpo para vivificarlo e, incluso, saturarlo hasta cierto grado. Sin embargo, no importa cuánto nuestro cuerpo pueda ser vivificado e, incluso, saturado por el Espíritu, todavía requiere de la plena redención del Señor. Ésta es la razón por la cual frecuentemente gemimos dentro de nosotros mismos (v. 23). Pero alabamos al Señor que cuando Él regrese, Él transfigurará el cuerpo de nuestra humillación. Entonces “seremos semejantes a Él” (1 Jn. 3:2) no solamente en nuestro espíritu y en nuestra alma, sino también en nuestro cuerpo. En ese tiempo seremos completamente semejantes a Él tanto interna como externamente, desde el centro de nuestro ser a la circunferencia, desde nuestro espíritu, en lo más profundo de nuestro ser, hasta nuestro cuerpo, la parte más externa de nuestro ser. Eso será la máxima consumación de la salvación del Señor.
En Filipenses 3:21 Pablo dice que el Señor transfigurará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea conformado al cuerpo de la gloria Suya “según la operación de Su poder, con la cual sujeta también a Sí mismo todas las cosas”. Transfigurar el cuerpo de nuestra humillación es un asunto difícil y requiere la operación de Aquel que puede sujetar todas las cosas a Sí mismo. Por tanto, la transfiguración de nuestro cuerpo es efectuada por el gran poder del Señor, el cual somete todas las cosas a Él mismo (Ef. 1:19-22). Ésta es la fuerza todopoderosa del universo.
La transfiguración de nuestro cuerpo tendrá lugar en la aparición de Cristo procedente de los cielos (Fil. 3:20). En el tiempo del regreso del Señor, Él transfigurará el cuerpo de la humillación nuestra. Por tanto, nosotros esperamos que Cristo regrese a fin de que podamos ser introducidos en la máxima consumación de la salvación de Dios, esto es: la transfiguración de nuestro cuerpo.
Que los creyentes sean redimidos en su cuerpo también consiste en que la muerte presente en todo su ser sea sorbida por la vida de resurrección en victoria. El tiempo viene cuando el último enemigo, la muerte, no solamente será destruido, sino también sorbido por la vida de resurrección.
En 1 Corintios 15:54 se nos dice: “Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘Sorbida es la muerte para victoria’”. La palabra cuando se refiere a cuando nuestro cuerpo corrupto y mortal sea resucitado o transfigurado de corrupción y muerte a gloria y vida. Entonces la muerte será sorbida en la victoria de la vida de resurrección. Esto es la consumación de la resurrección, de la cual participamos en la economía neotestamentaria de Dios en virtud de la redención y salvación que tenemos en Cristo. Esta resurrección comienza con la vivificación de nuestro espíritu muerto y se completa con la transfiguración de nuestro cuerpo corruptible. Entre estos dos extremos está el proceso en el cual nuestra alma caída es transformada metabólicamente por el Espíritu vivificante, quien es la realidad de la resurrección.
En realidad, “en victoria” literalmente es “para victoria”. La muerte significa una derrota para el hombre. Mediante la obra salvadora de Cristo en la vida de resurrección, la muerte será sorbida resultando en victoria para nosotros, los beneficiarios de la vida de resurrección de Cristo. En este versículo “victoria” es sinónimo de “resurrección”. La resurrección es la victoria de la vida sobre la muerte.
Cuando la muerte presente en todo nuestro ser sea sorbida por la vida de resurrección de Cristo, lo corruptible se vestirá de incorrupción. La vida es el elemento divino, incluso Dios mismo, impartido en nuestro espíritu; la incorrupción es la consecuencia de que la vida sature nuestro cuerpo (Ro. 8:11). Al presente tenemos un cuerpo corruptible. Pero cuando nuestro cuerpo sea transfigurado en el tiempo de la venida del Señor, nuestro cuerpo será hecho incorruptible. De este modo, lo corruptible se vestirá de incorrupción.
Además, cuando la muerte presente en el ser mismo de los creyentes sea sorbida, lo mortal se vestirá de inmortalidad, o sea, será sorbido por la vida de resurrección. En 2 Corintios 5:4 Pablo dice: “Los que estamos en este tabernáculo gemimos abrumados; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”. Aquí, estar abrumados significa estar agobiados, deprimidos, oprimidos. Los apóstoles gemían en su deseo de no ser desnudados, separados del cuerpo, es decir, en su deseo de no morir sino de ser revestidos, de ponerse el cuerpo espiritual. Esto hace referencia a que nuestro cuerpo sea transfigurado, redimido.
En 2 Corintios 5:4 “lo mortal” denota nuestro cuerpo mortal (4:11; Ro. 8:11; 1 Co. 15:53). Que nuestro cuerpo mortal sea “sorbido por la vida” consiste en que sea transfigurado en virtud de que la vida de resurrección absorba la muerte presente en nuestro cuerpo mortal.
Nuestro cuerpo mortal y caído es una gran carga para nosotros. Bajo el peso de esta carga nosotros gemimos, no para que seamos despojados, o hallados desnudos, sino para que seamos vestidos con un cuerpo transfigurado. Al igual que Pablo, debemos desear la transfiguración de nuestro cuerpo. Cuando seamos transfigurados y vestidos con el cuerpo resucitado, celestial y espiritual, entonces lo mortal será sorbido por la vida.