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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 189-204)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO NOVENTA Y CUATRO

LA IGLESIA: LA REVELACIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO

(4)

  En este mensaje abordaremos otros dos asuntos relacionados con la revelación del misterio de Cristo, la iglesia, dada por el Espíritu Santo.

6. Trae a la luz el misterio escondido de la economía de Dios

  En Efesios 3:9 Pablo indica que su enseñanza trajo a la luz el misterio escondido de la economía de Dios: “Alumbrar a todos para que vean cuál es la economía del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas”. Dios desea traer a la luz ante toda Su creación la economía de Su misterio, la cual, antes de la creación del mundo, sólo era conocida por Él mismo. Esta economía estaba escondida en Dios como un misterio. Pero ahora Dios desea traer a la luz esta economía con la intención de que Su multiforme sabiduría pueda ser dada a conocer a los principados y autoridades por medio de la iglesia (v. 10). Esto concuerda con el propósito eterno, el plan eterno, el cual Dios se propuso y planeó en Cristo.

  El misterio de Dios es Su propósito escondido. Su propósito consiste en impartirse en Su pueblo escogido. Para esto existe la economía del misterio de Dios. Este misterio estaba escondido en Dios desde los siglos (esto es, desde la eternidad) y durante todas las eras pasadas; pero ahora ha sido traído a la luz para que los creyentes neotestamentarios, habiendo sido iluminados, lo puedan ver.

7. Para que sea conocida (aprehendida) por todos los santos

  La revelación de la iglesia como misterio de Cristo dada por el Espíritu Santo ha de ser conocida (aprehendida) no solamente por los apóstoles y profetas, sino por todos los santos. Esto es lo que indica la oración hecha por Pablo pidiendo revelación para los santos, según es descrita en Efesios 1:17-23.

  En esta oración, Pablo se refiere a Dios como “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria”. En la encarnación el Señor Jesucristo, Dios mismo, se hizo hombre. Como hombre, Él está relacionado con la creación; por tanto, Dios el Creador es Su Dios.

  El título el Dios de nuestro Señor Jesucristo implica que Dios el Creador ha entrado en el hombre. Siempre que hablamos de Dios de este modo implícitamente afirmamos que Dios ya no es solamente el Creador que está fuera de Su criatura, el hombre, sino que Él ha sido introducido en la humanidad. La encarnación introdujo a Dios, el Creador, en el hombre, la criatura.

  Este título implica la creación, la encarnación y la redención. Dios es el Creador; no obstante, Él es el Dios de Jesucristo, quien es el Dios encarnado. Jesucristo no solamente es Dios en relación con la creación, sino también Dios en relación con la encarnación y la redención. Al referirnos a Dios como el Dios de nuestro Señor Jesucristo, lo que estamos diciendo implícitamente es que hemos sido creados, que el Dios creador ha entrado en la humanidad y que nosotros hemos sido redimidos.

  En 1:17 Pablo también usa el término el Padre de gloria. La gloria es Dios expresado. Por tanto, “el Padre de gloria” denota a Dios expresado a través de Sus muchos hijos. El título Padre implica la regeneración, y la palabra gloria implica la expresión. Por tanto, el título el Padre de gloria implica tanto la regeneración como la expresión. Nosotros fuimos regenerados por Dios y somos Su expresión.

  En un solo título, el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, se hallan implícitas cinco cosas importantes: la creación, la encarnación, la redención, la regeneración y la expresión. La regeneración de los muchos hijos y la expresión de Dios tienen por finalidad la consumación de la economía divina. Antes de la creación únicamente existía Dios mismo. Dios no tenía ni generación ni expresión. Entonces Dios creó el universo y todo lo que hay en él. Por Su obra de creación, Él se convirtió en el Creador. Después de la creación Él dio el paso de la encarnación, con lo cual entró en Su criatura, el hombre. Además, mediante la crucifixión el Señor Jesús efectuó la redención. Como resultado de ello nosotros, las criaturas caídas, fuimos redimidos; después fuimos regenerados para llegar a ser hijos de Dios el Padre a fin de que pudiéramos expresarle. El día que seamos glorificados Dios será plenamente expresado desde nuestro interior. De este modo llegaremos a ser Su expresión. Todos estos pasos importantes —la creación, la encarnación, la redención, la regeneración y la expresión— están implícitos en el título el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria. Pablo oraba a tal Persona divina.

a. Mediante un espíritu de sabiduría y de revelación

  La oración que Pablo hizo al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, consistió en pedir revelación. La palabra griega traducida “revelación” en el versículo 17 denota descorrer un velo. Por tanto, la revelación consiste en retirar un velo.

  A fin de recibir revelación, necesitamos un “espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él” (v. 17b). Tal espíritu es el espíritu humano regenerado, donde mora el Espíritu de Dios. Este espíritu nos ha sido dado por Dios a fin de que tengamos sabiduría y revelación para conocerlo a Él y Su economía.

  Con relación a la iglesia, tenemos necesidad de un espíritu de sabiduría y revelación. En cuanto a la iglesia, una mente naturalmente perspicaz no es de ninguna ayuda; más bien, el espíritu es de importancia primordial. Así como tenemos que usar los órganos apropiados para ver, oír y gustar, también tenemos que usar el órgano apropiado —el espíritu— para ver la iglesia como misterio de Cristo.

  Además, nuestro espíritu tiene que ser un espíritu de sabiduría y revelación. La sabiduría está en nuestro espíritu para que conozcamos el misterio de Dios, mientras que la revelación viene del Espíritu de Dios para mostrarnos la visión descorriendo el velo. Primero, tenemos sabiduría, la capacidad de entender, la cual nos hace aptos para conocer las cosas espirituales; luego el Espíritu de Dios revela las cosas espirituales a nuestro entendimiento espiritual. Conocedor de que el espíritu es de crucial importancia con relación a la iglesia, Pablo oró pidiendo que el Padre de gloria nos concediera tal espíritu de sabiduría y de revelación. Si bien el espíritu mencionado en 1:17 es el espíritu mezclado, el espíritu humano regenerado en el cual mora el Espíritu Santo, aquí se hace hincapié en nuestro espíritu regenerado, no en el Espíritu Santo.

b. Al ser alumbrados los ojos del corazón

  Además de tener un espíritu de sabiduría y de revelación, también es necesario que sean alumbrados los ojos de nuestro corazón. Por esta razón, en su oración por revelación Pablo añade: “Alumbrados los ojos de vuestro corazón” (v. 18a). Estos son ojos para ver las cosas espirituales. Podemos tener sabiduría, la capacidad de saber, y revelación, el develar de las cosas espirituales; no obstante, todavía es necesario que tengamos ojos para ver estas cosas. Además, aunque tengamos sabiduría, revelación y ojos para ver, todavía nos hace falta la luz para iluminar aquellas cosas que hayan sido presentadas ante nosotros a fin de que obtengamos una visión.

  Nuestro corazón es una combinación de la conciencia, que forma parte de nuestro espíritu, con la mente, la parte emotiva y la voluntad, las cuales forman nuestra alma. Para que los ojos de nuestro corazón sean alumbrados se requiere que nuestra conciencia, nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad sean completamente purificados.

  A fin de tener ojos para ver, necesitamos un espíritu abierto que tenga una conciencia purificada (Mt. 5:3; He. 9:14; 10:22). No cierren su espíritu, sino que manténganlo abierto. Además, nuestra conciencia, la cual es la parte principal de nuestro espíritu, debe ser purificada. Si nuestra conciencia es opaca, entonces nuestro espíritu no podrá ver.

  También tenemos necesidad de un corazón puro. El Señor Jesús dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Muchos creyentes no pueden ver a Dios ni recibir la revelación de la iglesia como misterio de Cristo debido a que sus corazones no son puros. Si hemos de tener un corazón puro, tenemos que permitir que todo nuestro corazón —esto es, todas las partes que componen nuestro corazón— sea purificado.

  A fin de tener un corazón puro tenemos necesidad de una mente cuerda (2 Ti. 1:7), es decir, de una mente fría. Si bien nuestra mente debe ser fría, y cuanto más fría mejor, nuestras emociones deben ser cálidas. A fin de tener ojos que vean necesitamos que nuestra parte emotiva sea amorosa (Jn. 14:21). Además, un corazón puro requiere de una voluntad sumisa (7:17). Si nuestra voluntad ha de ser sumisa, deberá ser dócil.

  Si tenemos un corazón puro con una mente cuerda, una parte emotiva amorosa, una voluntad sumisa y un espíritu abierto con una conciencia pura, entonces nuestros ojos serán capaces de ver. Nuestro espíritu tiene que estar abierto, y nuestra conciencia, libre de toda ofensa. Juntamente con esto, nuestro corazón debe contar con una mente cuerda y fría, una parte emotiva amorosa y cálida y una voluntad sumisa y dócil. Cuando tengamos tal espíritu y corazón, los ojos de nuestro corazón podrán ver la iglesia como misterio de Cristo.

c. Al conocer la supereminente grandeza del poder de Dios para con ellos, el cual Dios hizo operar en Cristo

  En Efesios 1:19 Pablo ora para que conozcamos cuál es “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de Su fuerza”. Este poder de Dios es para con los que creemos según la operación del poder de Su fuerza, que Él hizo operar en Cristo. Esto es extremadamente subjetivo y experiencial para nosotros hoy en día. El poder de Dios para con nosotros es supereminentemente grande. Debemos conocerlo y experimentarlo.

  La supereminente grandeza del poder de Dios para con los creyentes puede ser comparado con el poder de la electricidad que es transmitido de continuo desde la planta generadora a nuestros hogares para nuestro diario vivir. Bajo el mismo principio, el poder divino es transmitido a nuestro ser continuamente con miras a la realización del propósito eterno de Dios.

  El versículo 19 menciona la grandeza del poder de Dios “según la operación del poder de Su fuerza”. Aquí Pablo habla del poder, de la operación, del poderío y de la fuerza, recurriendo a diversas palabras procurando comunicar cuán vasto es el poder de Dios para con nosotros.

  La supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros es conforme a la operación del poder de Su fuerza, que Él hizo operar en Cristo. El poder de Dios para con nosotros es el mismo poder que Él hizo operar en Cristo. Como aquellos que conforman el Cuerpo, participamos del poder que opera en la Cabeza.

1) Resucitar a Cristo de entre los muertos

  Efesios 1:20a menciona el poder de Dios “que hizo operar en Cristo, resucitándole de los muertos”. El gran poder que Dios hizo operar en Cristo, primero lo resucitó de los muertos. Este poder ha vencido la muerte, la tumba y el Hades, donde están retenidos los muertos. Debido al poder de resurrección de Dios la muerte y el Hades no pudieron retener a Cristo (Hch. 2:24).

2) Sentar a Cristo a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo

  Además, la supereminente grandeza del poder de Dios ha sentado a Cristo a la diestra de Dios “en los lugares celestiales, por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (vs. 20b-21). A la diestra de Dios, donde Cristo fue sentado por la supereminente grandeza del poder de Dios, es el lugar de mayor honra, el lugar de autoridad suprema. Aquí la palabra celestiales no sólo se refiere al tercer cielo, la cumbre del universo, donde Dios mora, sino también al estado y atmósfera propia de los cielos, donde Cristo fue sentado por el poder de Dios.

  En el versículo 21 Pablo dice que Cristo ha sido sentado por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra. Aquí “principado” se refiere al cargo más elevado; “autoridad”, a toda clase de poder oficial; “poder”, a la fuerza de la autoridad; y “señorío”, a la preeminencia que el poder establece. Las autoridades aquí incluyen no sólo a las autoridades angélicas y celestiales, ya sean buenas o malas, sino también a las autoridades humanas y terrenales. El Cristo ascendido ha sido sentado muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío del universo. La expresión todo nombre que se nombra no sólo se refiere a los títulos honoríficos, sino también a todo lo que tenga nombre. Cristo fue sentado por encima de todo, tanto en este siglo como en el venidero.

3) Someter todas las cosas bajo los pies de Cristo

  Efesios 1:22a dice: “Y sometió todas las cosas bajo Sus pies”. La supereminente grandeza del poder de Dios no solamente resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a la diestra de Dios en los lugares celestiales, sino que también sometió bajo los pies del Señor todas las cosas. El hecho de que Cristo esté por encima de todo es diferente de que todas las cosas estén sometidas bajo Sus pies. Aquello es la trascendencia de Cristo; esto es la sujeción de todas las cosas a Él. Aquí, en 1:22a, vemos el poder que subyuga, el poder para subyugar todas las cosas.

4) Dar a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia

  En 1:22b Pablo añade: “Y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. En cuarto lugar, el gran poder que Dios hizo operar en Cristo dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La posición de autoridad que Cristo tiene como Cabeza sobre todas las cosas es un don que Dios le dio. Fue por medio de la grandeza del supereminente poder de Dios que Cristo recibió la posición de Cabeza sobre todas las cosas del universo. Fue como hombre, en Su humanidad con Su divinidad, que Cristo fue resucitado de los muertos, fue sentado en los lugares celestiales, tuvo todas las cosas sometidas bajo Sus pies y fue dado por Cabeza sobre todas las cosas.

  En 1:20-22 vemos cuatro aspectos del poder que operó en Cristo: el poder de resurrección, el poder trascendente, el poder que somete todas las cosas y el poder que reúne todas las cosas bajo una cabeza. Este poder cuádruplo es transmitido a la iglesia. La frase a la iglesia en el versículo 22 implica una transmisión. Todo lo que Cristo, la Cabeza, ha logrado y obtenido es ahora transmitido a la iglesia, Su Cuerpo. En esta transmisión la iglesia participa de todos los logros de Cristo: Su resurrección de entre los muertos, haber trascendido sobre todas las cosas, que todas las cosas sean sometidas bajo Sus pies y Su autoridad como cabeza sobre todas las cosas.

  La iglesia procede de este poder. La pequeña preposición a en la frase a la iglesia denota la fuente de la iglesia. El poder que operó en Cristo al resucitarlo de entre los muertos, al sentarlo a la diestra de Dios en los lugares celestiales, al someter todas las cosas bajo Sus pies y al darlo por Cabeza sobre todas las cosas, operó una vez y para siempre a fin de realizar todo esto. No obstante, Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, y la supereminente grandeza del poder que operó en Él es para con nosotros los que creemos (v. 19). Este poder divino no es transmitido a la iglesia una vez y para siempre; más bien, es transmitido de continuo. Esta transmisión comenzó el día de Pentecostés y todavía continúa en la actualidad. Incluso ahora mismo esta transmisión es “a la iglesia”. Todo lo que Cristo ha logrado como Cabeza es continuamente transmitido a la iglesia. El poder divino será continuamente transmitido a la iglesia por la eternidad; jamás cesará.

a) El Cuerpo de Cristo

  La última parte del versículo 22 y el inicio del versículo 23 hablan de “la iglesia, la cual es Su Cuerpo”. El Cuerpo de Cristo no es una organización, sino un organismo constituido de todos los creyentes regenerados, para la expresión y las actividades de la Cabeza.

  Todo cuanto Cristo, la Cabeza, ha alcanzado y obtenido es ahora transmitido continuamente a Su Cuerpo, la iglesia. Mediante esta transmisión la iglesia comparte con Cristo todo lo que Él alcanzó. Así, la iglesia es partícipe de Su resurrección de entre los muertos, de que —al trascenderlo todo— Él fuera sentado en lo alto, de que todas las cosas fueran sometidas bajo Sus pies y, además, de Su autoridad como cabeza sobre todas las cosas. Al ser transmitido el elemento de Cristo a la iglesia, todo lo que Él ha logrado, alcanzado y obtenido también es transmitido a la iglesia. Mediante esta maravillosa transmisión somos hechos el Cuerpo de Cristo.

  El Cuerpo es producto del Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido, quien es continuamente transmitido a nuestro ser. Según nuestra vida natural, no somos aptos para formar parte del Cuerpo; por el contrario, somos aptos únicamente para ser aniquilados y sepultados de modo que podamos ser resucitados. Por naturaleza, ni aun nuestro espíritu es apto para formar parte del Cuerpo. Antes de la crucifixión y resurrección de Cristo, el Cuerpo de Cristo no existía. El Señor tenía un número de seguidores, pero no el Cuerpo. El Cuerpo de Cristo no podía ser generado con base en el Cristo encarnado hasta que Él hubiera sido crucificado para aniquilar la carne, el hombre natural y toda la vieja creación. Después de dar fin a todas estas cosas mediante Su crucifixión, Cristo entró en la resurrección para hacer germinar algo nuevo. Por tanto, fue después de Su resurrección que el Cuerpo de Cristo llegó a existir. En nuestra vida natural y en la vieja creación nosotros no somos el Cuerpo. Pero somos el Cuerpo en la nueva creación, la cual Cristo hizo germinar por Su vida de resurrección. El día de Pentecostés, el Cristo crucificado, resucitado y ascendido —quien fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia— comenzó a transmitir todo lo que Él ha logrado, alcanzado y obtenido a la iglesia. Desde aquel día, esta transmisión no ha cesado. Esto indica que esta transmisión tiene un comienzo, pero no tiene fin.

  Después de todos los pasos maravillosos dados por el Dios Triuno, a saber, la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, Él entró en la iglesia junto con todos Sus logros. Por tanto, la iglesia, el Cuerpo, es una entidad que está íntegramente en resurrección y en ascensión, habiéndosele dado fin tanto al elemento natural como a la vieja creación. El Cuerpo, un organismo en resurrección y en ascensión, está íntegramente en la nueva creación y no tiene nada que ver con la vieja creación. Cada parte del Cuerpo pertenece a la nueva creación.

  Todos debemos ver que el Cuerpo llegó a existir mediante la transmisión divina procedente del Cristo resucitado y ascendido. Habiendo ascendido a la diestra de Dios, Cristo continuamente transmite a la iglesia todo lo que Él es y todo lo que Él obtuvo y alcanzó. Es de este modo que la iglesia, el Cuerpo, llega a existir. El Cuerpo es producido a raíz de la transmisión del Cristo ascendido.

  Cuando Cristo es transmitido a nuestro ser, tal transmisión nos une a Cristo y nos hace uno con Él. Es en esta transmisión que tenemos la vida de iglesia y que el Cuerpo ejerce su función. La transmisión celestial es a la iglesia, la cual es Su Cuerpo. En virtud de esta transmisión el Cuerpo llega a ser real, genuino, viviente y dinámico.

b) La plenitud de Aquel que todo lo llena en todo

  En 1:23 Pablo dice que el Cuerpo es “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. El Cuerpo de Cristo es Su plenitud. La plenitud de Cristo resulta del disfrute de las riquezas de Cristo (3:8). Al disfrutar las riquezas de Cristo, llegamos a ser Su plenitud, y lo expresamos. Ésta es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

  Cristo, quien es el Dios infinito sin ninguna limitación, es tan grande que lo llena todo en todo. Un Cristo tan grandioso necesita que la iglesia sea Su plenitud a fin de ser expresado por completo.

  Es en tal transmisión que el Cuerpo de Cristo es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, pues el Cristo que todo lo llena en todo está en esa transmisión. Esta transmisión nos conecta al Cristo que todo lo llena. De este modo, la iglesia llega a ser la plenitud del Cristo que todo lo llena. Es por medio de tal transmisión que nosotros somos el Cuerpo y, como tal, somos la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

  El Cuerpo procede de la transmisión del Cristo todo-inclusivo. Para disfrutar de esta transmisión precisamos de una mente cuerda, una parte emotiva ferviente, una voluntad sumisa y una conciencia pura. Mediante la experiencia de esta transmisión llegamos a ser el Cuerpo. Lo que necesitamos en la actualidad es más de esta transmisión todo-inclusiva.

  Habiendo considerado la oración pidiendo revelación hecha por el apóstol Pablo en Efesios 1:17-23, ahora podemos ver por qué él considera que la iglesia es el misterio de Cristo. Pablo entró de lleno en la revelación plena y completa de este misterio de Cristo, el cual es Su Cuerpo místico, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Que el Señor nos conceda a todos nosotros ser iluminados a fin de que podamos ver este aspecto misterioso de la iglesia.

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