
En el mensaje anterior vimos que el recobro de la iglesia está tipificado por el regreso de los hijos de Israel de su cautiverio. En este mensaje veremos que el recobro de la iglesia es indicado en el Nuevo Testamento.
El recobro de la iglesia es revelado plenamente en el Nuevo Testamento, aunque no se usa la palabra recobro. Este recobro es revelado principalmente en las últimas epístolas del Nuevo Testamento. No vemos que el recobro de la iglesia sea abordado en epístolas tales como Romanos o 1 Corintios, pero sí en Tito, 2 Timoteo, 2 Juan y Apocalipsis. En estos escritos posteriores del Nuevo Testamento, el recobro es revelado plenamente.
Para el recobro de la iglesia es necesario que nos separemos de los que causan disensiones, esto es, de toda secta y denominación. Esto es lo que nos indica Pablo en Tito 3:10: “Al hombre que cause disensiones, después de una y otra amonestación deséchalo”. Una persona que causa disensiones es sectaria al provocar divisiones formando partidos en la iglesia según sus propias opiniones. Toda persona divisiva que cause disensiones, después de una y otra amonestación, debe ser desechada, rechazada. Esto se hace por el bien de la iglesia a fin de impedir que los santos tengan contacto con una persona contagiosamente divisiva.
En la actualidad, casi todos los creyentes causan disensiones. Ellos honran, respetan y exaltan sus propias denominaciones. Además, nutren y edifican sus denominaciones. Por tanto, son personas dedicadas a edificar las sectas y las denominaciones. Millones de cristianos hoy en día son miembros de esas sectas. Debido a que son miembros de tales sectas, nosotros no podemos unirnos a ellos, aun cuando ellos puedan ser auténticos hermanos en Cristo. Ciertamente amamos a nuestros hermanos en Cristo, pero ellos están en denominaciones y sectas, donde nosotros no podemos estar. No es que nos separemos de otros creyentes, sino que las sectas y denominaciones nos separan de la vida de iglesia. Si hemos de participar en el recobro de la iglesia, debemos estar separados de toda secta y denominación. Al igual que Esdras, Nehemías y otros santos fieles del Antiguo Testamento, debemos dejar Babilonia y regresar a Jerusalén.
El recobro de la iglesia también requiere que nos limpiemos de los vasos para deshonra que hay en la casa grande, esto es, en la cristiandad apóstata. “En una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honra, y otros para deshonra. Así que, si alguno se limpia de éstos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y dispuesto para toda buena obra” (2 Ti. 2:20-21). Aquí Pablo usa la expresión una casa grande. La casa de Dios, definida en 1 Timoteo 3:15 y 16, es la iglesia genuina en su naturaleza divina y su carácter esencial como fundamento de la verdad, mientras que la casa grande aquí mencionada se refiere a la iglesia deteriorada, la cual se caracteriza por el hecho de haberse mezclado con el mundo y se ve representada por el árbol anormalmente grande en Mateo 13:31-32. En esta casa grande no solamente hay vasos preciosos, sino también vasos viles. Por esta razón, no podemos creer que la casa grande mencionada en 2 Timoteo 2:20-21 se refiera a la iglesia como casa del Dios viviente, lo cual se describe en 1 Timoteo 3:15. La casa grande ciertamente no es la casa del Dios viviente, la cual es el gran misterio de la piedad y también Dios manifestado en la carne. Tal casa no contiene vasos para deshonra. Por esto, la casa grande debe referirse a la cristiandad. Además, esta casa grande equivale al árbol grande descrito en Mateo 13. La iglesia genuina de hoy es la casa del Dios viviente, mientras que la cristiandad apóstata es la casa grande. Así como muchas aves inmundas se alojan en este gran árbol, de igual manera en la casa grande hay vasos para deshonra, o sea, vasos de madera y de barro. Sin embargo, en la iglesia genuina sólo hay vasos de oro y de plata.
Los vasos de honra están constituidos tanto de la naturaleza divina (oro) como de la naturaleza humana redimida y regenerada (plata). Éstos son creyentes genuinos. Los vasos de deshonra están constituidos de la naturaleza humana caída (madera y barro) y representan a los falsos creyentes. La palabra éstos, en 2 Timoteo 2:21, indica que los creyentes genuinos deben limpiarse de los vasos de deshonra. Esto significa que tenemos que mantenernos alejados de ellos. Si nos limpiamos de cosas negativas y de personas negativas, seremos vasos para honra, santificados, útiles al dueño y dispuestos para toda buena obra.
“Cualquiera que se propasa, y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en esta enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta enseñanza, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Regocíjate! Porque el que le dice: ¡Regocíjate! participa en sus malas obras” (2 Jn. 9-11). Estos versículos revelan que no debemos tener contacto con aquellos que no permanecen en la enseñanza de Cristo, esto es, la enseñanza con respecto a la deidad de Cristo y a Su encarnación por concepción divina. La palabra griega traducida “se propasa” en el versículo 9 literalmente significa avanza llegando más allá (en un sentido negativo), es decir, va más allá de lo debido, se pasa del límite de la enseñanza ortodoxa acerca de Cristo. Aquellos que se propasan de este modo, van más allá de la enseñanza de la concepción divina de Cristo, negando así la deidad de Cristo. Como consecuencia, ellos no tienen a Dios en salvación y en vida.
En el versículo 9 Juan se refiere a no permanecer en la enseñanza de Cristo. Esto se refiere no a la enseñanza que Cristo impartió, sino a la enseñanza acerca de Cristo, es decir, la verdad acerca de Su deidad, especialmente tocante a Su encarnación mediante la concepción divina.
Los modernistas se propasan y no permanecen en la enseñanza de Cristo. Ellos también afirman ser más avanzados en su manera de pensar. Según ellos, sería obsoleto afirmar que Cristo es Dios, que nació de una virgen mediante concepción divina, que murió en la cruz por nuestros pecados y que resucitó tanto física como espiritualmente. Los modernistas afirman que al negar la verdad con respecto a Cristo, ellos son avanzados en su pensamiento filosófico.
Según el versículo 9, aquel que se propasa y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios. Pero aquel que permanece en la enseñanza de Cristo tiene tanto al Padre como al Hijo. Así pues, tener a Dios es tener tanto al Padre como al Hijo.
Según el versículo 10, no debemos recibir a quienes no traigan la enseñanza con respecto a Cristo. “No lo recibáis” en este versículo se refiere a un hereje, un anticristo, un falso profeta, alguien que niega la concepción divina y la deidad de Cristo. Además, no debemos decirle a tal persona que se regocije, que se alegre. No debiéramos tener contacto alguno con quienes no permanezcan en la enseñanza de Cristo, es decir, debemos hacer separación con toda claridad y severidad de todos aquellos que no tienen la enseñanza con respecto a la deidad de Cristo y a Su encarnación por concepción divina.
En esta coyuntura quisiera decir algo con respecto a la concepción y nacimiento del Señor Jesús, el Dios-hombre. Mateo 1:20 dice: “Mientras consideraba esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es”. En este versículo la versión King James dice “concebido” en lugar de “engendrado”. La palabra concebido es un término apropiado, normal y ordinario usado para describir la concepción ocurrida dentro de una mujer. La palabra engendrado es un término particular usado para describir la concepción que ocurrió en el vientre de María. En el vientre de María no solamente algo fue concebido, sino que fue engendrado.
La palabra griega traducida “engendrado” en Mateo 1:20 es la palabra gennáo. En Mateo 1:2-16 esta palabra griega es usada treinta y ocho veces y se tradujo “engendró”. El versículo 16 dice: “Y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, quien es llamado el Cristo”. En este versículo, la palabra griega traducida “nació” también es una forma de la palabra gennáo. El pasado de “engendrar” es “engendrado”, y el pasado de “nacer” es “nació”. Además, podemos distinguir entre “engendrar” y “concebir” puesto que quien engendra es el varón y quien concibe es la mujer. El varón genera la concepción, y la mujer completa la concepción al dar a luz a su hijo; entonces tenemos el nacimiento.
Aunque en nuestro idioma podemos distinguir entre “engendrar” y “concebir”, en el griego gennáo es usado tanto para referirse al engendrar producido por el varón como al concebir de parte de la mujer. En los primeros dieciséis versículos de Mateo 1 gennáo se tradujo como “engendró” y se usa treinta y ocho veces para referirse al acto de engendrar producido por el varón. En el versículo 16 esta misma palabra es usada en relación a una mujer y es traducida “nació”. Jesús no fue engendrado por María, sino que nació de ella. El punto que deseamos recalcar aquí es que en Mateo 1 se usó la misma palabra griega para referirse tanto al acto generador del varón como al acto de dar a luz por parte de la mujer. El versículo 20 habla de “lo engendrado en ella”; también sería correcto traducir esta frase: “lo nacido en ella”.
En términos generales, la palabra engendrar también podría usarse para incluir la totalidad del proceso de concepción y nacimiento. Cuando la Biblia dice: “Abraham engendró a Isaac”, el término engendró incluye tanto la generación originada en el padre como el dar a luz por parte de la madre. La palabra engendró, usada treinta y ocho veces en Mateo 1:2-16, abarca tanto el generar de la concepción como la compleción del nacimiento.
Hasta aquí tenemos dos hechos importantes. Primero, la palabra engendrado en Mateo 1:20 es una expresión particular que describe la concepción ocurrida en María. Debido a que esta expresión es particular, extraordinaria, ella no debe ser entendida de manera ordinaria. Ésta no fue una concepción usual, común ni normal, ni podemos entenderla según el conocimiento propio de nuestra mente natural. Al contrario, debemos entenderla según los hechos revelados en la Biblia. El segundo hecho es que las palabras engendró y engendrado en Mateo 1 incluyen tanto el nacimiento como la concepción.
Teniendo como fundamento estos hechos podemos decir que en esta concepción divina Dios nació en María. Esto no es un asunto biológico, sino algo propio de la encarnación divina. En esta encarnación Dios nació, fue engendrado, dentro de María. El Señor Jesús era Dios mismo nacido dentro de una virgen humana. Debido a que Él nació en una virgen, Él participó de la humanidad y fue dado a luz por aquella virgen para llegar a ser el Dios-hombre. Éste es Jesús, Jehová el Salvador y Emanuel, Dios con nosotros (vs. 21, 23).
“Jesús” es el equivalente en el griego del nombre hebreo Josué (Nm. 13:16), el cual significa “Jehová el Salvador” o “la salvación de Jehová”. Por tanto, Jesús no sólo es un hombre, sino Jehová, y no sólo Jehová, sino Jehová como nuestra salvación. Jesús fue el nombre que Dios le dio, mientras que Emanuel, que significa “Dios con nosotros”, fue como los hombres le llamaron. Jesús el Salvador es Dios con nosotros. Él es Dios encarnado que mora entre nosotros (Jn. 1:14). Él no sólo es Dios, sino Dios con nosotros.
Apocalipsis 17 presenta una visión de Babilonia la Grande. Según el versículo 5, Babilonia la Grande es llamada “LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”. El versículo 4 pone al descubierto el hecho de que si bien esta mujer tiene un aspecto agradable, el mal está escondido en ella: “La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de las inmundicias de su fornicación”. Externamente Babilonia la Grande está vestida de púrpura y escarlata, y está adornada de oro, piedras preciosas y perlas. Además, tiene un cáliz de oro en su mano. Pero este cáliz está lleno de abominaciones y de las inmundicias de su fornicación. Éste es un cuadro de la cristiandad actual. La cristiandad puede tener un cáliz de oro, pero el contenido de dicho cáliz son la idolatría, la fornicación y toda clase de maldad.
Nosotros ciertamente no podemos permanecer en Babilonia la Grande; más bien, debemos obedecer lo dicho por el Señor en Apocalipsis 18:4. Aquí Él nos dice: “Salid de ella, pueblo Mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis sus plagas”. Puesto que Babilonia la Grande tiene dos aspectos, salir de ella significa salir tanto de la Babilonia religiosa como de la Babilonia material. Salimos de ella para regresar a la vida apropiada de iglesia, y dicho regreso es el recobro. Aunque amamos a todos los hermanos en Cristo que están en la Iglesia Católica y en las denominaciones, tenemos que dejar el sistema babilónico y regresar a Jerusalén, esto es, regresar a la vida apropiada de iglesia. En esto consiste el recobro de la iglesia.