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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 240-253)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE DOSCIENTOS CUARENTA

EL REINO: SUS ASPECTOS

(1)

  En estos mensajes sobre la conclusión del Nuevo Testamento hemos abarcado cinco personas: Dios, Cristo, el Espíritu, los creyentes y la iglesia. Ahora abarcaremos el reino. Al igual que la iglesia y la Nueva Jerusalén, el reino es una persona corporativa. Según Daniel 2, Cristo, la piedra celestial, a la postre se convertirá en un gran monte que llenará toda la tierra (vs. 34-35, 44-45). Éste es el reino como aumento de Cristo. En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos del reino.

I. SUS ASPECTOS

A. El reino de Dios

1. El reinado de Dios de manera general

  El primer aspecto del reino es el reino de Dios. El reino de Dios es el reinado de Dios ejercido de manera general sobre el universo. En términos generales, Dios reina al ejercer autoridad y poder. Dios gobierna los cielos, la tierra, toda cosa creada y al hombre de manera general y objetiva.

a. Desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura

  El reino de Dios, como reinado general de Dios, abarca desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura (He. 1:8; Sal. 145:13; Dn. 4:3b). Debido a que el reino de Dios es el reinado de Dios, tal reinar es lo que sigue a la existencia de Dios. La existencia de Dios es desde la eternidad hasta la eternidad, sin principio ni fin. Por tanto, el reinado de Dios, Su reino, también es desde la eternidad hasta la eternidad, sin principio ni fin.

b. Incluye siete ítems

  La Biblia revela que el reino de Dios abarca un ámbito muy amplio, esto es: la eternidad que no tiene principio antes de la fundación del mundo, el paraíso de Adán, los patriarcas escogidos, la nación de Israel en el Antiguo Testamento (Mt. 21:43), la iglesia en el Nuevo Testamento (Ro. 14:17), el milenio venidero (Ap. 20:4, 6) y el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad que no tiene fin.

  Ahora debemos remitirnos al diagrama adjunto. Los siete ítems incluidos en el reino de Dios pueden ser vistos en los seis círculos de dicho diagrama. El primer círculo corresponde al primer ítem: la eternidad sin comienzo, antes de la fundación del mundo. El segundo círculo, que representa la dispensación anterior a la ley, incluye dos ítems: el paraíso de Adán y los patriarcas escogidos. El tercer círculo, que representa la dispensación de la ley, corresponde al cuarto ítem, a saber, la nación de Israel en el Antiguo Testamento. El siguiente círculo, que representa la dispensación de la gracia, corresponde a la iglesia en el Nuevo Testamento; y el quinto círculo, que representa la dispensación del reino, corresponde al sexto ítem: el milenio venidero. Finalmente, el último círculo corresponde al séptimo ítem: el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad que no tiene fin.

  Consideremos más en detalle el cuarto y el quinto círculo. La columna que aparece debajo del cuarto círculo indica que este período incluye cinco cosas: el reino de los cielos se ha acercado (Mt. 3:2; 4:17; 10:7), el comienzo del reino de los cielos (16:18-19; 13:24; 22:2), la iglesia (1 Ti. 3:15; Ef. 1:22b-23), la realidad del reino de los cielos (Mt. 5—7) y la apariencia del reino de los cielos (13:24-42). La realidad del reino de los cielos está en la iglesia, y fuera de la iglesia así como cerca de ella está la apariencia del reino de los cielos. Dentro del círculo correspondiente a la iglesia hay un círculo más reducido marcado con líneas entrecortadas, el cual representa la realidad del reino de los cielos. Este círculo menor incluye solamente a los creyentes vencedores. Entre los creyentes hay muchos que son creyentes derrotados. Si bien son personas derrotadas, por ser auténticos creyentes ellos son miembros de la iglesia. Por esta razón, el círculo que corresponde a la iglesia es mayor que el círculo que corresponde a la realidad del reino de los cielos. Además, los otros dos círculos marcados con líneas entrecortadas indican que sobrepasando el círculo de la iglesia misma tenemos el ámbito correspondiente a la apariencia del reino de los cielos —la cristiandad— así como el mundo, las naciones.

  Después de la dispensación de la gracia vendrá la dispensación del reino, el milenio, tal como está representado por el quinto círculo. La línea entrecortada que divide este círculo por la mitad indica que en el milenio habrá dos secciones o dos partes: la parte celestial y la parte terrenal. La parte celestial será la manifestación del reino de los cielos, la cual incluye a Cristo y los santos vencedores. Todo aquel que esté en la realidad del reino de los cielos en la actualidad, estará en la manifestación del reino de los cielos en el milenio; sin embargo, según Mateo 13, los constituyentes de la apariencia del reino de los cielos serán echados al lago de fuego para arder allí. La manifestación del reino de los cielos, compuesta por los santos vencedores, en realidad será la Nueva Jerusalén durante el milenio. La segunda parte del milenio es la parte terrenal. En esta sección el lugar central es ocupado por los israelitas que fueron salvos, quienes serán los sacerdotes que enseñen a las naciones restauradas a servir a Dios. Estas naciones restauradas serán los pueblos alrededor de Israel. En el milenio los santos vencedores serán los reyes, los israelitas salvos serán los sacerdotes y el pueblo será conformado por las naciones restauradas.

  Después del milenio vendrá la plenitud de los tiempos, es decir, la eternidad que no tiene fin. En la eternidad futura tendremos el cielo nuevo y la tierra nueva, cuyo lugar central lo ocupará la Nueva Jerusalén. En este centro estarán todos los santos que Dios escogió, llamó, redimió, santificó, transformó, conformó, perfeccionó y glorificó. Entre estos santos estarán incluidos tanto los del Antiguo Testamento como los del Nuevo Testamento. Por un lado, estos santos serán reyes que reinarán sobre las naciones que fueron purificadas; por otro, serán sacerdotes que servirán a Dios y a Cristo. Por tanto, los reyes y sacerdotes estarán en la Nueva Jerusalén, y los pueblos que fueron purificados al final del milenio constituirán el pueblo en la eternidad, quien por la eternidad será las naciones que son sustentadas y mantenidas eternamente con las hojas del árbol de la vida (Ap. 22:2).

  Si estudiamos detenidamente este diagrama podremos ver la diferencia que existe entre el reino de Dios y el reino de los cielos, el cual forma parte del reino de Dios, esto es, el reinado que Dios ejerce de manera general por medio de Su autoridad y poder.

2. El reinado de Dios de manera particular

a. En términos de la vida

  Ya vimos que el reino de Dios es, primero, el reinado que Él ejerce de manera general. Es de este modo que Dios rige sobre toda Su creación por medio de Su autoridad y poder. El reino de Dios es, además, el reinado que Dios ejerce de manera particular en términos de la vida. Con relación a este aspecto, Dios reina en virtud de Sí mismo como vida. El reinado que Dios ejerce de esta manera particular no requiere mucho ejercicio de Su autoridad y poder.

  En el paraíso de Adán estaba presente el reino de Dios, rigiendo sobre Adán. Sin embargo, con Adán en el paraíso no vemos el reino de Dios en términos de la vida. Esto también se aplica a los patriarcas y a la nación de Israel en el Antiguo Testamento. El reino de Dios estaba presente entre ellos, pero no en términos de la vida. No obstante, con la llegada de la dispensación del Nuevo Testamento, el reino de Dios hace un giro, pues deja de ser meramente Su reinado de manera general y pasa a ser el reinado que Él ejerce de manera particular en términos de la vida. En realidad, el reino de Dios en este aspecto es Dios mismo, en Cristo, como vida.

  Lo dicho por el Señor a Nicodemo en Juan 3 revela el reinado que Dios ejerce en términos de la vida. En el versículo 3, el Señor dice: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Nacer de nuevo, ser regenerado, equivale a experimentar un nuevo nacimiento que trae consigo una nueva vida. La regeneración consiste simplemente en obtener una vida distinta a la que ya teníamos. Recibimos la vida humana de nuestros padres; ahora debemos recibir la vida divina de parte de Dios. Por tanto, la regeneración significa obtener la vida divina, la vida de Dios, además de la vida humana que ya poseemos. Por tanto, la regeneración requiere de otro nacimiento a fin de poseer otra vida.

  Todo reino tiene una clase particular de vida. Las plantas en el reino vegetal poseen la vida vegetal, y los animales en el reino animal poseen la vida animal. Bajo el mismo principio, los seres humanos en el reino humano poseen la vida humana. Con base en lo dicho por el Señor a Nicodemo podemos ver que, si hemos de conocer las cosas del reino divino, es imprescindible que tengamos otra vida, la vida divina, la vida de Dios mismo.

  El reino de Dios como reinado ejercido por Dios es una esfera divina en la cual podemos entrar, un ámbito que requiere la vida divina. Sólo la vida divina puede hacer que las cosas divinas sean reales para nosotros. Por eso el Señor le dijo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (v. 5). Por tanto, para ver el reino de Dios, o entrar en él, es necesario ser regenerado con la vida divina.

b. Con Cristo como semilla de vida

  El capítulo 4 del Evangelio de Marcos revela que el reino de Dios en términos de la vida está con Cristo como semilla de vida. El versículo 3 dice: “He aquí, el sembrador salió a sembrar”. Aquí el sembrador representa al Señor Jesús (Mt. 13:37), quien era el Hijo de Dios que vino para sembrarse como semilla de vida (Mr. 4:26), contenida en Su palabra (v. 14), en el corazón de los hombres para crecer y vivir en ellos a fin de ser expresado desde su interior. En realidad, el reino de Dios es el Dios-hombre, Jesucristo, sembrado como simiente de vida en Sus creyentes. Después que esta simiente sea sembrada en ellos, ella crecerá y se desarrollará hasta convertirse en un reino.

  Durante Su ministerio terrenal, el Señor Jesús sembró la semilla del reino en el corazón del hombre. En Marcos 4 y en Mateo 13 el corazón humano es comparado al suelo. Nuestro corazón es el campo, el suelo, en el cual el Señor Jesús se ha sembrado como semilla de vida. En la parábola del sembrador, el Señor Jesús es tanto el sembrador como la semilla que fue sembrada. Como Sembrador, el Señor se siembra como semilla de vida en nosotros por medio de Su palabra.

  Jesucristo es la semilla del reino de Dios, y esta semilla ha sido sembrada en aquellos que creen en Él. Ahora esta semilla crece y se desarrolla dentro de los creyentes. Con el tiempo, este crecimiento y desarrollo tendrá un resultado, y dicho resultado será el reino.

  En la parábola de la semilla, relatada en Marcos 4:26-29, vemos el desarrollo de la semilla del reino. En el versículo 26 el Señor dice: “Así es el reino de Dios, como si un hombre echara semilla en la tierra”. El “hombre” aquí mencionado es el Señor Jesús como Sembrador; la “semilla” se refiere a la semilla de la vida divina (1 Jn. 3:9; 1 P. 1:23) sembrada en los creyentes de Cristo, lo cual indica que el reino de Dios tiene que ver con la vida, la vida de Dios, la cual la cual brota, crece, da fruto, madura y produce una cosecha.

  En el versículo 27 el Señor continúa diciendo: “Duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo”. En esta ilustración se muestra la espontaneidad que caracteriza al crecimiento de esta semilla.

  En los versículos 28 y 29 el Señor añade: “La tierra lleva fruto por sí misma, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. Pero cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado”. Aquí “la tierra” es la buena tierra (v. 8), que representa el corazón bueno que Dios creó con la intención de que Su vida divina creciera en el hombre. Dicho corazón coopera con la semilla de la vida divina que se siembra en él, permitiendo que crezca y dé fruto espontáneamente para la expresión de Dios.

  Marcos 4:26-29 revela que el reino de Dios en términos de la vida es una semilla sembrada en la tierra para crecer hasta alcanzar plena madurez y, entonces, ser cosechada. La semilla es Cristo, y nosotros somos la tierra en la cual Él, como semilla, se ha sembrado. La semilla crece y, finalmente, producirá su correspondiente cosecha, es decir, la plena manifestación del reino. Por tanto, el reino es el Señor Jesús como semilla de vida que se ha sembrado en nosotros y crece en nosotros hasta alcanzar la madurez en el tiempo de la cosecha. Cuando los cultivos estén maduros, se producirá la cosecha, la plena manifestación del reino.

  El crecimiento de Cristo como semilla de vida dentro de nosotros es el proceso del reino. Por un lado, estamos en el reino; por otro, estamos en el proceso del reino. Podemos valernos del crecimiento del trigo a manera de ilustración. En los campos dedicados al cultivo del trigo se siembran las semillas correspondientes; después, la semilla crece hasta que aparecen los primeros brotes tiernos. El crecimiento continúa hasta que de esos brotes surgen espigas, y después el fruto que finalmente madurará por completo. Luego viene la siega de aquel campo. Éste es un cuadro del proceso y la manifestación del reino. Ahora estamos en el proceso del reino, pues en la actualidad tenemos a Cristo como semilla de vida que crece dentro de nosotros. Finalmente, este crecimiento nos llevará a la cosecha, y esa cosecha será la plena manifestación del reino.

c. Con Cristo como su realidad en vida

  El reino de Dios como reinado ejercido por Dios de manera particular en términos de la vida está con Cristo como su realidad en vida. Esto es revelado en Lucas 17.

  En Lucas 17:21 el Señor les dijo a los fariseos: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Aquí “vosotros” se refiere a los fariseos que interrogaban al Señor. El Señor Jesús, quien es la realidad del reino en términos de la vida, no estaba en ellos, sino solamente entre ellos.

  El Señor, al responder a los fariseos, nos dio un claro indicio de que el reino de Dios es, en realidad, Cristo mismo. En realidad el Señor les dijo a los fariseos que ellos no podían ver el reino de Dios, pese a que dicho reino estaba en medio de ellos. Aunque el reino de Dios estaba presente, ellos carecían de la percepción espiritual requerida para verlo. Necesitamos ojos espirituales para ver el reino de Dios, el cual es la maravillosa persona de Cristo. La realidad espiritual de Cristo es, en realidad, el reino de Dios en términos de la vida.

  “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá de modo que pueda observarse, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (vs. 20-21). Lo dicho por el Señor respecto a que el reino de Dios “no vendrá de modo que pueda observarse” indica que el reino de Dios no es algo material, sino espiritual. Los versículos del 22 al 24 demuestran que el reino de Dios es Cristo mismo, quien estaba entre los fariseos cuando éstos le preguntaron acerca del reino. Dondequiera que esté el Salvador, allí está el reino de Dios. El reino de Dios está con Él, y Él lo trae a Sus discípulos (v. 22). Él es la semilla del reino de Dios sembrada en el pueblo de Dios, la cual se desarrolla en ellos hasta llegar a ser el ámbito donde Dios gobierna. Desde Su resurrección, Cristo está dentro de Sus creyentes (Jn. 14:20; Ro. 8:10). Por tanto, el reino de Dios con Cristo como su realidad en vida está actualmente dentro de la iglesia (14:17).

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