
En este mensaje abordaremos otro aspecto del reino en su expresión manifestada en los atributos divinos y con las virtudes humanas: su resplandor como luz. Después procederemos a considerar el reino en su relación con la gloria de Dios y en su inconmovilidad.
En Mateo 5:14-16 vemos que el reino es expresado en su resplandor como luz. En el versículo 14a el Señor Jesús dice: “Vosotros sois la luz del mundo”. Aquí vemos que el pueblo del reino de los cielos lleva la vida propia del reino para resplandecer en las tinieblas del mundo. El mundo, el sistema de Satanás, la sociedad humana entenebrecida, necesita luz. Para el mundo entenebrecido, el pueblo del reino de los cielos es la luz que disipa las tinieblas del mundo.
En 5:14b el Señor Jesús continúa diciendo: “Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. Como luz resplandeciente, el pueblo del reino es semejante a una ciudad asentada sobre un monte, la cual no se puede esconder. Esta ciudad, a la postre, alcanzará su consumación en la santa ciudad, la Nueva Jerusalén (Ap. 21:10-11, 23-24).
La luz en Mateo 5:14 no es una persona individual; por el contrario, es una ciudad corporativa. Esto indica que el pueblo del reino requiere de la edificación. Si estamos en la edificación de la iglesia en términos prácticos, comprenderemos que únicamente al ser conjuntamente edificados podemos ser una ciudad asentada sobre un monte. Esta ciudad llega a ser una luz resplandeciente. Si los santos en la iglesia en su localidad no están edificados, sino que más bien están dispersos, divididos y separados, entonces no hay ciudad allí. Mientras no haya una ciudad, no habrá luz, porque la ciudad es la luz. Esta luz no es un creyente individual, sino una ciudad corporativa edificada como una sola entidad a fin de resplandecer sobre las personas que están a su alrededor. A fin de resplandecer sobre otros, debemos ser edificados como una ciudad sobre un monte. Para ello, debemos guardar la unidad y permanecer como una sola entidad, un solo Cuerpo corporativo. Entonces seremos una luz resplandeciente como expresión del reino.
Mateo 5:15 dice: “Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa”. El resplandor de la luz tiene dos aspectos: el aspecto externo y el aspecto interno. La luz que es como una ciudad asentada sobre un monte resplandece sobre los de afuera, mientras que la lámpara encendida puesta sobre el candelero alumbra a todos los que están en la casa. Como ciudad, la luz resplandece sobre las personas, pero como lámpara dentro de la casa, la luz resplandece dentro de las personas. Esto indica que la influencia que ejercemos sobre los demás no debe ser únicamente externa, sino también interna.
A fin de ser una lámpara que resplandezca dentro de otras personas, nada debiera cubrirnos. Como lámpara puesta sobre un candelero, la luz no debiera estar escondida. Ésta es la razón por la cual el Señor Jesús hace referencia a poner la lámpara debajo de un almud. Una lámpara encendida colocada debajo de un almud no puede emitir su luz. Por tanto, el pueblo del reino, como lámpara encendida, no debiera estar cubierto por un almud, un objeto relacionado con las necesidades alimenticias, asunto que genera ansiedad en las personas (Mt. 6:25). Esconder la lámpara debajo de un almud denota la ansiedad con respecto a nuestro sustento diario. Si estamos ansiosos con relación a nuestro sustento diario, esta ansiedad se convertirá en un almud que cubrirá nuestra luz. En lugar de estar cubiertos por un almud, tenemos que estar en el candelero. Si vivimos sin ansiedad con respecto a nuestra existencia diaria, preocupándonos únicamente por Cristo y la iglesia, conmoveremos el corazón de los demás y resplandeceremos dentro de ellos.
Con el tiempo, nuestro resplandor será para la glorificación del Padre, pues le dará gloria. En cuanto a esto, el Señor Jesús dice: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:16). Por ser hijos de Dios que fueron regenerados (Jn. 1:12; Gá. 4:6), debemos hacer buenas obras. Las buenas obras constituyen la conducta del pueblo del reino mediante las cuales otros pueden ver a Dios y ser conducidos a Él.
Nuestro resplandor glorificará al Padre, pues expresaremos lo que Dios es. Glorificar al Padre es darle la gloria. La gloria es Dios expresado. Cuando el pueblo del reino expresa a Dios en su conducta y en sus buenas obras, los demás pueden ver a Dios y darle gloria.
El Dios escondido es Dios mismo. Pero cuando Dios es expresado, ello es la gloria de Dios. Si nosotros, los ciudadanos del reino, poseemos tal luz resplandeciente, Dios será expresado en este resplandor, y todos los que estén alrededor nuestro podrán ver la gloria, es decir, a Dios expresado. Cuando los demás ven a Dios mismo en nuestro resplandor, esto es la gloria de Dios. Por tanto, el resplandor del reino como luz tiene como objetivo la glorificación del Padre.
Ahora hemos de abordar la relación que existe entre el reino y la gloria de Dios. Al reino de Dios siempre lo acompaña la gloria de Dios.
En 1 Tesalonicenses 2:12 Pablo nos indica que nosotros entramos al reino de Dios y a la gloria de Dios simultáneamente: “A fin de que anduvieseis como es digno de Dios, que os llama a Su reino y gloria”. El reino de Dios y la gloria de Dios son la meta de Su llamamiento. Contrariamente a lo que muchos cristianos piensan, Dios no nos ha llamado a una mansión celestial, sino a Su reino y gloria.
El reino de Dios es Dios manifestado a través de nosotros. Siempre que expresamos a Dios en nuestro andar diario, eso es el reino. La expresión de Dios procedente de nuestro interior es el reino. Cuando andamos como es digno de Dios, viviendo inmersos en el Señor Jesucristo, puede percibirse en nosotros una atmósfera muy particular, y esta atmósfera es el reino de Dios. Además, allí donde está el reino de Dios, también está la gloria de Dios.
En la era venidera, entrar en el reino de Dios y entrar en la gloria de Dios tendrán lugar al mismo tiempo. Si vivimos por la vida divina, la vida de Dios, ciertamente expresaremos a Dios, y este Dios que expresamos es la gloria divina. Puesto que poseemos esta vida, estamos en la gloria divina. Entonces, espontáneamente, estaremos en el reino de Dios, pues el reino de Dios no es otra cosa que la manifestación de Dios en Su gloria con Su autoridad con miras a Su administración divina. Por tanto, la entrada en el reino de Dios y la entrada en la gloria manifiesta de Dios ocurren al mismo tiempo, pues son una misma cosa.
Mateo 6:13 dice: “Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria”. Esto indica que la gloria de Dios acompaña al reino de Dios y es expresada en la esfera de Su reino. El reino es la esfera donde Dios ejerce Su poder para expresar Su gloria.
Hebreos 12:28 revela que el reino de Dios es inconmovible, así como lo es Dios mismo. El reino es inconmovible en cuanto a su sustancia, fundamento, estructura, elementos constitutivos y expresión.
El reino es inconmovible en cuanto a su sustancia, la cual es Dios mismo. En la sustancia existente del reino, en realidad es Dios mismo quien actúa y se expresa en Su poder con Su gloria con miras a Su administración divina.
El reino es también inconmovible en cuanto a su fundamento, el cual es Cristo. La tierra y los cielos pueden ser conmovidos; pero sólo el Señor y las cosas que proceden de Él permanecerán para siempre (He. 12:27; 1:11; 13:8). Eso significa que el reino que recibimos ha procedido del Señor mismo.
En realidad, el reino es el Señor mismo como reinado en nuestro interior. Lo dicho en Daniel 2:34-35 nos puede ayudar a entender esto: “Estabas mirando hasta que una piedra fue cortada, no con manos, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Luego fueron desmenuzados, todos a la vez, el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y quedaron como tamo de las eras del verano; y se los llevó el viento sin que se hallara rastro alguno de ellos. Y la piedra que hirió a la imagen se hizo un gran monte que llenó toda la tierra”. Aquella piedra cortada no con manos es el Cristo celestial, quien fue hendido en la cruz sin la intervención de manos humanas. Daniel 2:44, en referencia a los dedos de los pies de aquella imagen, dice: “En los días de estos reyes el Dios de los cielos levantará un reino que no será jamás destruido, cuyo reinado no será dejado a otro pueblo; este reino desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, y permanecerá para siempre”. El versículo 45, también se refiere a aquella piedra al decir: “Del monte fue cortada una piedra, no con manos” y “desmenuzó el hierro, el bronce, el barro cocido, la plata y el oro”. Estos versículos indican que la piedra, la cual es Cristo, a la postre llegará a ser un gran monte que llenará toda la tierra. Este gran monte es el reino venidero. Por tanto, el reino inconmovible que recibimos es Cristo con Su aumento.
El reino es inconmovible en cuanto a su estructura, la cual es la iglesia. La iglesia es el aumento de Cristo constituido de las riquezas de lo que Cristo es, y actualmente esta iglesia es la realidad del reino de Dios (Ro. 14:17). Por tanto, la estructura de este reino divino es inconmovible, así como la vida divina de Cristo es inconmovible.
El reino de Dios es inconmovible en cuanto a sus elementos constitutivos. Estos elementos constitutivos son todas las riquezas del Dios Triuno procesado y consumado. Puesto que la estructura del reino es la estructura divina de la iglesia, la cual es el aumento de Cristo, la corporificación del Dios Triuno procesado, sus elementos constitutivos son también los elementos constitutivos de la iglesia, la cual es la expresión del Cristo inconmovible.
Por último, el reino es inconmovible en cuanto a su expresión, la cual es la gloria del Dios Triuno, Dios mismo expresado en Su gloria. Nada puede conmover tal expresión, y ésta ciertamente permanecerá firme e inconmovible tal como el propio Dios expresado para siempre.