
En estos mensajes respecto a la conclusión del Nuevo Testamento hemos abarcado seis personas: Dios, Cristo, el Espíritu, los creyentes, la iglesia y el reino. La iglesia y el reino son personas corporativas. En este mensaje comenzaremos a considerar otra persona corporativa: la Nueva Jerusalén.
La Nueva Jerusalén, el tema más misterioso y enigmático tratado en la Biblia, no es mencionada por primera vez en Apocalipsis 21 sino en Gálatas 4. Gálatas 4:26 hace referencia a “la Jerusalén de arriba”, esto es, a la Jerusalén celestial, presentada en contraste con la Jerusalén terrenal.
Tal como lo indica Pablo en Gálatas 4:22-26, la Jerusalén de arriba representa el nuevo pacto. En estos versículos dos mujeres, las cuales corresponden a la Jerusalén terrenal y a la Jerusalén celestial, simbolizan dos pactos. Pablo dice: “Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava y el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por medio de la promesa. Lo cual fue dicho por alegoría, pues estas mujeres son dos pactos; uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Ahora bien, Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de nosotros, es libre”. De los dos pactos mencionados en el versículo 24, uno es el pacto de la promesa, dado a Abraham, el cual está relacionado con el Nuevo Testamento, el pacto de la gracia, y el otro es el pacto de la ley, relacionado con Moisés, el cual no tiene nada que ver con el Nuevo Testamento. Sara, la mujer libre, quien corresponde a la Jerusalén de arriba, representa el pacto de la promesa, y Agar, la sierva, quien corresponde a la Jerusalén terrenal, representa el pacto de la ley.
En el versículo 25 Pablo se refiere a “la Jerusalén actual”. Jerusalén, la elegida de Dios (1 R. 14:21; Sal. 48:2, 8), debería pertenecer al pacto de la promesa, representado por Sara. Sin embargo, debido a que lleva al pueblo escogido por Dios a la esclavitud de la ley, corresponde al monte Sinaí, el cual pertenece al pacto de la ley representado por Agar. La Jerusalén de arriba, en cambio, está relacionada con el pacto de la promesa. Por tanto, según el contexto de estos versículos, la Jerusalén de arriba representa el nuevo pacto.
En Gálatas 4:26 Pablo dice que la Jerusalén de arriba es nuestra madre. La madre de los judaizantes es la Jerusalén terrenal, pero la madre de los creyentes es la Jerusalén celestial, que finalmente será la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-2). Ella es la madre de los creyentes neotestamentarios, que no son esclavos bajo la ley sino hijos bajo la gracia. Todos nosotros, los creyentes neotestamentarios, nacimos de la Jerusalén de arriba.
Según Apocalipsis 21, la Nueva Jerusalén será la esposa de Cristo (vs. 2, 9-10) y también el tabernáculo de Dios, Su habitación (v. 3). Apocalipsis 21:7 indica que la esposa de Cristo está compuesta de hijos. Como hijos de Dios, somos componentes de la Nueva Jerusalén, la esposa de Cristo. Puesto que somos componentes de la Nueva Jerusalén y puesto que la Nueva Jerusalén, la Jerusalén de arriba, es nuestra madre, entonces nosotros, los hijos, somos los componentes de la madre. Por tanto, la Nueva Jerusalén es la esposa de Cristo y nuestra madre. Por un lado, hemos nacido de esta madre; por otro, esta madre está compuesta de nosotros mismos, los hijos.
La madre de los creyentes es la ciudad que Abraham buscaba. “Esperaba con anhelo la ciudad que tiene fundamentos, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios” (He. 11:10). Esta ciudad es identificada en Hebreos 12:22, donde dice que nos hemos acercado a la Jerusalén celestial, a la esposa de Cristo y la madre de los creyentes neotestamentarios, quien está compuesta de los hijos de Dios, los mismos que han nacido de ella. La esposa de Cristo es, por tanto, la ciudad que Abraham esperaba y la cual habría de venir.
Abraham ciertamente no esperaba con anhelo una ciudad material, una ciudad física. Una ciudad material no podría ser la esposa de Cristo ni la madre de los creyentes. Además, una ciudad material no podría estar compuesta de todos los que han sido salvos, los hijos de Dios. Si la Nueva Jerusalén, la Jerusalén de arriba, fuese una entidad física, ¿cómo podría producirnos como sus hijos? ¿Cómo podría ser la madre que nos produce una ciudad física edificada con oro, perlas y piedras preciosas materiales, todo lo cual no es orgánico y no puede producir nada? Esto, por supuesto, es imposible. No debemos entender la Nueva Jerusalén en un sentido físico o material, pues ella es por completo una entidad espiritual. Únicamente la mente natural e ignorante, es decir, una mente carente del adecuado conocimiento bíblico, podría entender la Nueva Jerusalén de este modo. Si nuestra mente ha sido iluminada y renovada, y si hemos recibido la educación espiritual adecuada, ciertamente no tendremos el entendimiento erróneo de que la Nueva Jerusalén es una entidad material; más bien, comprenderemos que la Nueva Jerusalén, como esposa de Cristo y madre de los creyentes neotestamentarios, es una entidad espiritual.
En la eternidad pasada Dios tenía un plan en conformidad con Su beneplácito. En el Nuevo Testamento este plan es llamado la economía de Dios. Según Su plan, Dios creó los cielos, la tierra y billones de cosas. Después, Él creó al hombre como centro de Su creación. La intención de Dios al crear al hombre era que el hombre fuese Su expresión y Su representante. Por tanto, el hombre fue creado a imagen de Dios. Después, se le dio al hombre ejercer dominio sobre todas las cosas creadas, especialmente las cosas terrenales.
El hombre creado por Dios fue engañado por el enemigo y cayó una y otra vez hasta que su situación fue la de un caso perdido. En cierto sentido, después de Babel Dios abandonó al hombre, pero no lo hizo por completo. Dios escogió a uno de entre los hombres caídos —a Abraham— para hacerlo cabeza y padre de un nuevo linaje. En la Biblia a este nuevo linaje se le considera el linaje escogido. Adán fue cabeza del linaje creado, el cual fue abandonado por Dios, y Abraham fue cabeza del nuevo linaje, el cual fue escogido por Dios.
Que Dios escogiera a Abraham para ser padre del nuevo linaje está relacionado con la Nueva Jerusalén y con el entendimiento que tenemos de esta entidad. Al escoger a Abraham, la intención de Dios no era simplemente restaurar al hombre caído a su condición original en la que fue creado por Dios; más bien, al escoger a Abraham la intención de Dios era llevar a cabo Su economía. La economía de Dios consiste en producir, engendrar, muchos hijos. Por tanto, la intención de Dios al escoger a Abraham no era restaurarlo a la condición original propia de la creación de Dios, sino engendrar muchos hijos. Todo cuanto Dios hizo con Abraham, desde el primer paso hasta el último, lo hizo en conformidad con este principio.
La meta de Dios de engendrar muchos hijos no es lograda mediante la obra del hombre, sino por la gracia de Dios. ¿Qué es la gracia de Dios? Contrariamente a lo que es el concepto de muchos, la gracia de Dios no es meramente el favor inmerecido. Según la revelación divina hallada en el Nuevo Testamento, la gracia en realidad es Dios mismo dado a Su pueblo escogido para su disfrute, y este disfrute hará de ellos hijos de Dios.
Este entendimiento con respecto a la gracia de Dios es hallado en el Evangelio de Juan. En Juan 1 vemos que la Palabra, quien es Dios mismo, se hizo carne (vs. 1, 14) y que la gracia vino con Él (v. 17). Esto significa que Él vino como gracia. Según Juan 1, Dios vino como gracia para ser recibido por Sus escogidos. Los versículos 12 y 13 dicen: “A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Todo el que crea en Él y le reciba nacerá de Él para llegar a ser uno de Sus hijos. Por tanto, al darse Él mismo a Su pueblo escogido como gracia, Dios engendra muchos hijos.
Otros dos versículos que indican que la gracia es Dios mismo son Gálatas 2:20 y 1 Corintios 15:10. En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. En 1 Corintios 15:10 él dice: “No yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Considerados en su conjunto, estos versículos indican que la gracia es Cristo mismo como corporificación del Dios Triuno procesado. Por tanto, la gracia es nada menos que el propio Dios Triuno procesado, quien ha sido dado a Su pueblo escogido para engendrar muchos hijos.
Cuando Dios llamó a Abraham, Él lo llamó con la intención de producir muchos hijos. Debido a que estos hijos son producidos mediante la gracia de Dios, Dios no le pidió a Abraham que laborase para Él. Dios únicamente deseaba que Abraham estuviera de acuerdo con Él y creyese en lo que Él se había propuesto hacer. Abraham creyó en esto, y Dios se lo contó por justicia. “Abram creyó a Jehová, y Él se lo contó por justicia” (Gn. 15:6). He aquí la base para la enseñanza acerca de la justificación por la fe. Pablo presentó esta enseñanza básica en el Nuevo Testamento (Ro. 3:21-31; Gá. 3:6-9). El propósito de Dios consiste en producir muchos hijos impartiéndose Él mismo como gracia en Su pueblo escogido. Por lo menos hasta cierto grado, esto le fue dado a conocer a Abraham, y él lo aceptó y creyó en ello. Como resultado de ello, él fue considerado justo a los ojos de Dios.
En Génesis 15 Dios prometió a Abraham darle un heredero, y Abraham creyó a Dios. Sin embargo, en el capítulo siguiente, debido a que Abraham no tenía un hijo de Sara, a sugerencia de ella misma tuvo un hijo con Agar, la sierva de Sara. Agar dio a luz un hijo, y éste fue llamado Ismael. Que Abraham tuviera un hijo con Agar le desagradó a Dios, y Él no volvió a aparecerse a Abraham durante trece años. Cuando volvió a aparecerse a Abraham, el Señor le dijo: “Yo soy el Dios Todo-suficiente; / anda delante de Mí y sé perfecto. / Haré Mi pacto entre Yo y tú / y te multiplicaré en gran manera” (17:1-2). El Señor le indicó a Abraham que Su gracia produciría un hijo por medio de él; pero lo que Abraham había hecho por sí mismo procedía de la carne, lo cual era condenado por Dios. Sin embargo, Abraham le dijo a Dios: “¡Si al menos Ismael viviera delante de Ti!” (v. 18). Entonces el Señor le dijo a Abraham: “Sara, tu mujer, te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y estableceré Mi pacto con él como pacto perpetuo para su descendencia después de él” (v. 19).
En Génesis 18 el Señor se le apareció a Abraham de nuevo y le dijo: “De cierto volveré a ti según el tiempo de la vida, y entonces Sara, tu mujer, tendrá un hijo” (v. 10a). Esto indica que el nacimiento de Isaac estaría relacionado con la venida del Señor. Podríamos comparar esto al hecho de que el nacimiento de Jesús fue la venida del Dios Triuno. A la postre, Sara dio a luz a Isaac (21:1-3).
Dios le dijo a Abraham que debía despedir a Ismael al afirmarle: “En Isaac será llamada tu descendencia” (v. 12). Dios jamás reconoció a Ismael como heredero de Abraham, pues Él consideraba que Isaac era el único hijo. Isaac, como único hijo de Abraham, fue engendrado mediante la gracia de Dios, no por la capacidad natural de Abraham o Sara. Que Isaac fuese producido fue algo íntegramente relacionado con la gracia de Dios, es decir, Dios mismo dado a Su pueblo escogido a fin de producir Sus muchos hijos. Ismael, en cambio, fue producido por la capacidad y fuerza naturales de Abraham.
Consideremos ahora Gálatas 4 a la luz de la experiencia de Abraham descrita en Génesis. En este capítulo Pablo dice que Agar representa la ley simbolizada por la Jerusalén terrenal y que Sara representa la gracia simbolizada por la Jerusalén celestial. Por tanto, Agar y Sara representan dos pactos: el pacto de la ley y el pacto de la gracia. La ley depende de la labor y capacidad del hombre para producir algo, mientras que la gracia es Dios dado a Su pueblo escogido para producir muchos hijos Suyos.
La intención de Dios no era hacer un pacto de la ley con Abraham. El pacto de la ley fue algo adicional; no fue el pacto original. El pacto original que Dios hizo con Abraham fue el pacto de la gracia. En este pacto no hay necesidad de la capacidad o esfuerzo humanos, sino de la gracia de Dios a fin de producir muchos hijos. Este pacto equivale al nuevo testamento. Esto significa que el pacto que Dios hizo con Abraham era, en realidad, el nuevo testamento. El nuevo testamento es, pues, la continuación del pacto que Dios hizo con Abraham. Todos los auténticos descendientes de Abraham, tales como Isaac, Jacob, Moisés y David, estuvieron bajo este pacto, que es el mismo pacto bajo el cual estamos nosotros en la actualidad. Ellos no estaban bajo el pacto de la ley. Aunque el pacto de la ley fue dado por medio de Moisés, él mismo no estaba bajo ese pacto; más bien, a los ojos de Dios, Moisés estaba bajo el pacto de la gracia. El pacto de la ley no puede producir nada para Dios, sino que sólo puede engendrar “Ismaeles”.
El nuevo testamento es la plena continuación del pacto de la gracia que Dios hizo con Abraham para producir hijos. El primero de los hijos producidos por este pacto fue el propio Abraham. Abraham es el padre de los que han creído (Ro. 4:11); pero este padre fue el primer hijo producido por el pacto de la gracia. Otros hijos en el Antiguo Testamento incluyen a Jacob, David y Jeremías, pero no a Esaú.
Apocalipsis 12:1 nos presenta la visión de la resplandeciente mujer universal, “una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. Esta mujer es la totalidad del pueblo escogido por Dios. En Génesis 37:9, José vio en su sueño el sol, la luna y once estrellas, que representaban a su padre, a su madre y a sus once hermanos. En aquel sueño el sol, la luna y las once estrellas, y José mismo, representaban la totalidad del pueblo de Dios en la tierra. Basándonos en el principio establecido por ese sueño, en Apocalipsis 12:1 el sol, la luna y las doce estrellas deben de representar la totalidad del pueblo de Dios, el cual es simbolizado aquí por una mujer. Esta mujer está constituida por los miembros del pueblo de Dios procedentes de tres eras: la era de los patriarcas, las estrellas; la era de la ley, la luna; y la era de la gracia, el sol. La totalidad del pueblo de Dios incluye primero a los patriarcas como estrellas, después a los auténticos israelitas como luna y luego a todos los creyentes en Cristo como sol. Según Apocalipsis 12, la mujer universal también produce un hijo: el hijo varón (v. 5).
Tanto Agar como Sara dieron a luz un niño. Agar, aquella que representa al viejo pacto, el pacto de la ley, dio a luz al niño no apropiado: Ismael; Sara, aquella que representa el nuevo pacto, el pacto de la gracia, dio a luz al niño apropiado: Isaac.
Hemos visto que Sara representa tanto a la Jerusalén de arriba como al nuevo pacto, el nuevo testamento. Esto indica que la Nueva Jerusalén es el nuevo pacto. La Nueva Jerusalén es muchas cosas, una de las cuales es el nuevo pacto. Por un lado, la Nueva Jerusalén es el nuevo pacto; por otro, el nuevo pacto produce la Nueva Jerusalén. Esto es lo que el Señor le prometió a Abraham, y esto es lo que Abraham buscaba y esperaba con anhelo.
Hebreos 12:22-24 dice: “Os habéis acercado al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea universal, a la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”. La mujer que es nuestra madre en Gálatas 4 es el nuevo pacto. Hemos nacido bajo el nuevo pacto, y la Jerusalén de arriba es nuestra madre. Esta mujer es el nuevo pacto y es nuestra madre, y nuestra madre es la gracia de Dios. Hebreos 12 nos muestra que hemos venido a la iglesia, la cual está compuesta por nosotros, los creyentes. Por tanto, al venir a la iglesia hemos venido a nosotros mismos, pues nosotros somos la iglesia y la iglesia es nosotros. Nosotros y la iglesia somos uno. El mismo principio se aplica con relación a la Nueva Jerusalén como nuestra madre según Gálatas 4. La mujer es los hijos, y los hijos son la madre. Además, la madre es la gracia, y la gracia es la madre, porque todos hemos nacido de la gracia y por medio de la gracia. Esta madre es también el nuevo pacto, y el nuevo pacto es la madre. Finalmente, el nuevo pacto es también la ciudad santa, la Jerusalén de arriba.
A la postre, la madre, la Jerusalén de arriba, es una con el Padre. El Padre es el dador de gracia; la gracia es el pacto; el pacto es la ciudad, la Jerusalén de arriba, quien es nuestra madre; los hijos producidos por la madre son los componentes de la madre; y la madre regresa al Padre para ser uno con Él, habiendo salido del Padre para después regresar al Padre, quien es el destino final.