
Hemos visto que la Nueva Jerusalén es la Jerusalén de arriba, la ciudad del Dios vivo, una señal, el tabernáculo de Dios y la esposa del Cristo redentor. En este mensaje comenzaremos a considerar los muchos aspectos de la Nueva Jerusalén como ciudad santa.
La Nueva Jerusalén es la ciudad santa (Ap. 21:2, 10). La designación ciudad santa significa que la Nueva Jerusalén es una ciudad santificada y separada para Dios con miras al cumplimiento de Su propósito. Como ciudad santa de Dios, la Nueva Jerusalén es santa, ha sido santificada, está completamente apartada para Dios y está íntegramente saturada con la naturaleza santa de Dios para ser Su habitación. Dicha ciudad santa está íntegramente empapada de Dios y se ha mezclado completamente con Él. Esta gran ciudad ha sido absolutamente apartada para Dios y saturada con Él. La Nueva Jerusalén ha sido santificada y apartada para Dios en cuanto a su posición y también ha sido santificada y saturada con Dios mismo en cuanto a su manera de ser. Ella es santa tanto extrínseca como intrínsecamente. Es una entidad completa e íntegramente santa, que corresponde con la naturaleza santa de Dios para ser Su expresión a fin de cumplir el deseo de Su corazón.
En el Nuevo Testamento la palabra santo no solamente significa ser apartados para Dios, sino también ser saturados con Dios, mientras que en el Antiguo Testamento ser hechos santos solamente implica haber sido apartados para Dios. En el Antiguo Testamento no vemos que se hable de ser saturados con Dios, y allí la santidad, o la santificación, únicamente guarda relación con nuestra posición, no con nuestra manera de ser. Pero en el Nuevo Testamento vemos la santificación objetiva, la santificación en cuanto a nuestra posición, y también vemos la santificación subjetiva, la santificación en cuanto a nuestra manera de ser (Mt. 23:17, 19; Ro. 6:19, 22; 1 Ts. 5:23). En la santificación posicional únicamente ocurre un cambio de posición, pero en la santificación en cuanto a nuestra manera de ser se produce la transformación en nuestra naturaleza y elemento. La Nueva Jerusalén como ciudad santa es santa no meramente en el sentido antiguotestamentario, sino también en el sentido neotestamentario. Esto significa que la Nueva Jerusalén no es meramente una ciudad que ha sido apartada para Dios, sino también una ciudad que está saturada con Dios.
Con base en este principio, podemos ver que la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, no puede ser una ciudad física, pues una ciudad física no puede ser saturada con Dios. La Nueva Jerusalén es una ciudad compuesta de personas vivientes que han sido apartadas para Dios y que están saturadas con Él.
La Nueva Jerusalén, la ciudad santa, es edificada con todos los santos —tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento— que fueron redimidos y perfeccionados. Esto significa que la Nueva Jerusalén es una entidad viviente compuesta de todos los redimidos por Dios. La ciudad santa es, por tanto, un edificio viviente.
Todos los santos —tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento— son los componentes, los constituyentes, de la Nueva Jerusalén a fin de ser la expresión de Dios. Todos los santos son hijos de Dios que han sido regenerados y transformados por Él. Ellos son los hijos de Dios a los que se refiere Apocalipsis 21:7. Puesto que ellos poseen la vida y naturaleza de Dios, son diferentes de los pueblos mencionados en Apocalipsis 21:3, los cuales son las naciones alrededor de la Nueva Jerusalén mencionadas en Apocalipsis 21:24 y 22:2. La Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva constituirá el conglomerado formado por todos los hijos de Dios, que han sido redimidos, regenerados, santificados, transformados y glorificados para la edificación de la Nueva Jerusalén como máxima manifestación de Dios por la eternidad.
La Nueva Jerusalén está compuesta, en primer lugar, por los santos del Antiguo Testamento. En la Nueva Jerusalén los nombres de las doce tribus de Israel representan a todos los santos del Antiguo Testamento. Estos nombres están inscritos en las doce puertas de la ciudad. “En las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel” (Ap. 21:12b). Cada puerta lleva el nombre de una tribu. Ésta es una señal que denota que las puertas son personas vivas. Aquí la mención de Israel indica que la Nueva Jerusalén está compuesta por todos los santos redimidos del Antiguo Testamento.
En la Nueva Jerusalén los nombres de los doce apóstoles del Cordero representan a todos los santos del Nuevo Testamento. Apocalipsis 21:14 dice: “El muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero”. El hecho de que los nombres de los doce apóstoles estén inscritos en los doce cimientos del muro indica que la Nueva Jerusalén como ciudad santa está compuesta no solamente de los santos del Antiguo Testamento, representados por Israel, sino también de los santos del Nuevo Testamento, representados por los apóstoles. Los creyentes neotestamentarios no son para las puertas, sino para el muro. Las puertas sirven para propagar y dar acceso, mientras que el muro tiene como fin separar y proteger.
Doce es el número de la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén hay doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles, hay doce puertas que son doce perlas con los doce nombres de las doce tribus y hay doce frutos del árbol de la vida (Ap. 22:2). Con respecto al espacio, la ciudad misma mide doce mil estadios (21:16), esto es, doce veces mil, en tres dimensiones, y su muro mide ciento cuarenta y cuatro codos (v. 17), lo cual equivale a doce multiplicado por doce.
Las doce puertas en los cuatro lados (vs. 12-13), con tres puertas a cada lado, representan la mezcla del hombre —quien es uno de los cuatro seres vivientes (4:6-7)— con Dios, quien es triuno. Aquí doce está compuesto de los números cuatro y tres multiplicados entre sí. El número cuatro se refiere a la creación de Dios. En Apocalipsis 4:6 vemos que los cuatro seres vivientes representan a todos los demás seres vivos (cfr. Ez. 1:5-14). Este número, el cuatro, hace referencia a nosotros como seres creados por Dios, y el número tres hace referencia al Dios Triuno. El número doce en la Nueva Jerusalén se logra no mediante la adición, sino mediante la multiplicación. La multiplicación es una compenetración, o una mezcla. El número doce es mezclado, o compenetrado, mediante la multiplicación del número tres por el número cuatro. Esto significa que toda la Nueva Jerusalén es una compenetración, una mezcla, del Dios Triuno con nosotros, los seres humanos. El Dios Triuno procesado está mezclado con Su criatura, el hombre, en Su administración eterna en la Nueva Jerusalén.
Ahora abordaremos varios asuntos relacionados con la ciudad misma.
La Nueva Jerusalén, la ciudad santa, es una montaña de oro (Ap. 21:18). Hay una sola calle para toda la ciudad (v. 21; 22:1); no obstante, esta calle llega a todas las doce puertas. Además, el muro mide ciento cuarenta y cuatro codos de altura (21:17), y la ciudad misma tiene doce mil estadios de altura (v. 16, un estadio equivale aproximadamente a ciento ochenta metros). Todos estos hechos indican que la ciudad misma debe ser una montaña, una montaña de oro. En la cima de la montaña hay un trono, desde el cual la calle de la ciudad desciende en espiral de arriba abajo hasta alcanzar las doce puertas. Una sola calle, que desciende de la cima hasta la base de la montaña, alcanza todas las doce puertas y las sirve. La calle, por tanto, debe ser una calle en espiral que desciende por la montaña hasta pasar por todas las doce puertas.
Como montaña de oro, la Nueva Jerusalén es el candelero de oro máximo, único y eterno. Sobre este candelero hay una lámpara: Cristo, en quien está Dios como luz que brilla por la eternidad. La ciudad santa como montaña de oro es el conglomerado de todos los candeleros (1:20), la suma total de los candeleros de hoy, que brilla con la gloria de Dios por la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva.
La ciudad misma, una montaña de oro, es de una sustancia, elemento y naturaleza divinos. En tipología, el oro representa la naturaleza divina. La ciudad misma está compuesta absolutamente de la naturaleza divina, la naturaleza de Dios. La Nueva Jerusalén misma procede de la naturaleza divina.
Como creyentes en Cristo e hijos de Dios, todos nosotros formamos parte de la Nueva Jerusalén como montaña de oro. Cuando fuimos regenerados, recibimos la naturaleza de Dios, y ahora somos participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Eso significa que una parte de la montaña de oro ha entrado en nuestro ser. Dentro de todos nosotros hay una parte de la montaña de oro, la Nueva Jerusalén. Es preciso que comprendamos que tenemos algo dentro de nosotros que es divino. Una parte de nuestro espíritu regenerado es “oro”, y este oro es la naturaleza divina. Si recibimos la visión de que la Nueva Jerusalén es edificada con oro, con la naturaleza divina, y si comprendemos que como hijos de Dios que participan de la naturaleza divina nosotros tenemos una parte de la montaña de oro, renunciaremos a todo aquello que no corresponda a la naturaleza divina y rechazaremos cualquier cosa que no concuerde con ella.
Apocalipsis 21:16a dice: “La ciudad se halla establecida en cuadro”. Que la Nueva Jerusalén sea cuadrada significa que la cuidad es perfecta y completa en todo sentido, totalmente recta, sin la más ligera desviación.
Apocalipsis 21:15 dice: “El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro”. Una caña sirve para medir, y medir significa tomar posesión de lo que se mide (Ez. 40:5; Zac. 2:1-2; Ap. 11:1). El hecho de que la Nueva Jerusalén sea medida con una caña indica que es medida para ser poseída. Nótese que el instrumento de medir es una caña, no una vara. Una vara significa o implica juicio, disciplina y castigo. Según Apocalipsis 11:1, “una caña semejante a una vara” es usada para medir “el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él”. Debido a que una vara implica castigo (Pr. 10:13; Is. 10:5; 11:4), una caña semejante a una vara indica que el medir viene acompañado de castigo. Sin embargo, en Apocalipsis 21:15 tenemos una caña, pero no se menciona la vara. Aquí no está implícito el juicio, la disciplina ni el castigo, pues en todo aspecto la Nueva Jerusalén es completa y perfecta. Esta ciudad ha pasado por todas las pruebas.
La caña usada para medir toda la ciudad es una caña de oro. Dado que el oro representa la naturaleza divina, la palabra oro indica que la ciudad, sus puertas y su muro son medidas según la naturaleza de Dios, en conformidad con la naturaleza divina. Todo lo que no sea compatible con la naturaleza de Dios no puede pertenecer a la Nueva Jerusalén. Dios no puede poseer nada que no corresponda con Su naturaleza. Toda la ciudad, con sus puertas y su muro, puede pasar la medición y la prueba de la naturaleza de Dios; por consiguiente, es apta para ser poseída por Dios.
Apocalipsis 21:16b dice: “Él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la anchura y la altura de ella son iguales”. Según sus medidas, la Nueva Jerusalén es un cubo, cuyas medidas en tres direcciones son todas iguales.
Las dimensiones del Lugar Santísimo, tanto en el tabernáculo como en el templo, eran iguales en longitud, anchura y altura (Éx. 26:2-8; 1 R. 6:20). El Lugar Santísimo en el tabernáculo era un cubo que medía diez codos en cada una de sus dimensiones, y el Lugar Santísimo en el templo era también un cubo, el cual medía veinte codos en cada una de sus dimensiones. La equivalencia de la longitud, la anchura y la altura de la Nueva Jerusalén significa que toda la Nueva Jerusalén, la ciudad santa, es el Lugar Santísimo. Por tanto, la Nueva Jerusalén es el Lugar Santísimo ensanchado al máximo.
La longitud, la anchura y la altura de la Nueva Jerusalén miden, todas ellas, mil estadios. Doce mil equivale a mil por doce. Puesto que el número doce significa absoluta y eterna consumación en la administración eterna de Dios, doce mil representa mil veces esto.