
En los mensajes anteriores de La conclusión del Nuevo Testamento abarcamos siete personas: Dios, Cristo, el Espíritu, los creyentes, la iglesia, el reino y la Nueva Jerusalén. Comenzando con este mensaje consideraremos otro asunto: Cristo como nuestra experiencia, disfrute y expresión. El Nuevo Testamento nos presenta más de trescientos aspectos referentes al Cristo que experimentamos, disfrutamos y expresamos. Esperamos en el Señor que, al estudiar estos aspectos, Él nos conduzca a la excelencia del conocimiento de Cristo (Fil. 3:8). En esta excelencia del conocimiento de Cristo, ciertamente entraremos en la rica experiencia y disfrute de Él; entonces tendremos la expresión de Cristo sobre la tierra en Su recobro.
Comenzamos con la experiencia y el disfrute de Cristo presentado en el Evangelio de Mateo.
El Nuevo Testamento comienza con estas palabras: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt. 1:1). En este versículo vemos dos títulos de Cristo: hijo de David e hijo de Abraham. Es muy significativo que el primer versículo del Nuevo Testamento mencione estos dos títulos.
Si tenemos un conocimiento integral del Nuevo Testamento, nos podremos percatar de que todo el Nuevo Testamento está incluido en estos dos títulos. En Apocalipsis 22:16 el Señor Jesús se refiere a Sí mismo como “la raíz y el linaje de David”. Cristo en Su divinidad es “la raíz de David”, el origen de David; en Su humanidad, Cristo es “el linaje de David”, el descendiente de David. Por consiguiente, como raíz de David, Él es el Señor de David, y como linaje de David, Él también es la descendencia, el renuevo, de David (Mt. 22:42-45; Ro. 1:3; Jer. 23:5). Ahora nosotros podemos experimentarlo, disfrutarlo y expresarlo como tal.
Podríamos pensar que Mateo 1:1 es simplemente una revelación que nos dice cómo Cristo vino a la humanidad al ser el hijo de Abraham y el hijo de David. Sin embargo, los títulos hijo de David e hijo de Abraham no solamente sirven al propósito de que conozcamos la revelación respecto a la persona de Cristo; estos títulos sirven al propósito de que nosotros experimentemos, disfrutemos y expresemos a Cristo.
Cristo es el hijo de David (9:27; 15:22; 20:30-31; 21:9). Salomón, el hijo de David, tipifica a Cristo en tres aspectos principales. Primero, tipifica a Cristo como aquel que hereda el reino (2 S. 7:12b, 13b; Jer. 23:5; Lc. 1:32-33). Segundo, Salomón poseía sabiduría y hablaba palabras de sabiduría. En Mateo 12 vemos que Cristo, Aquel que es más que Salomón (v. 42), también tenía sabiduría y hablaba palabras de sabiduría. Tercero, Salomón edificó el templo de Dios (2 S. 7:13a). Como hijo de David, Cristo edifica el templo de Dios, la iglesia.
El hijo de David denota el reino. Cristo, el hijo de David, es el Rey, el Gobernante. Como hijo de David, Cristo nos introduce en el reino de los cielos (Mt. 5:3).
Que Cristo sea el hijo de David también sirve al propósito de que nosotros seamos hechos partícipes de la autoridad divina. Según el Evangelio de Mateo, el Señor nos ha dado la autoridad para atar y desatar. “A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra habrá sido atado en los cielos; y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos” (16:19). El Evangelio de Mateo trata del reino de los cielos, el cual tiene que ver con la autoridad. La iglesia revelada en este libro representa el reino y su gobierno. Así que, la autoridad de atar y desatar no sólo fue dada a Pedro, el apóstol de la iglesia en 16:19, sino también a la iglesia misma (18:17-18).
Mateo 28:18-19 es otro pasaje de la Palabra que revela que somos partícipes de la autoridad divina: “Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Puesto que toda autoridad le fue dada al Señor Jesús, el hijo de David que es el Rey celestial, Él envió a Sus discípulos a hacer discípulos a todas las naciones. Ellos van con Su autoridad.
Cristo también es el hijo de Abraham. En el Antiguo Testamento había una clara profecía que anunciaba que Cristo sería el hijo de Abraham.
Isaac, el hijo de Abraham, tipifica a Cristo en tres aspectos principales. Primero, Isaac trajo la bendición a todas las naciones, tanto a judíos como a gentiles (Gn. 22:18; 14, Gá. 3:16). Segundo, Isaac fue ofrecido a Dios mediante la muerte y fue resucitado (Gn. 22:1-12; He. 11:17, 19). Tercero, Isaac recibió a la novia (Gn. 24:67). Esto tipifica a Cristo como Aquel que fue prometido, quien trajo la bendición a todas las naciones, como Aquel que fue ofrecido a Dios mediante la muerte y que fue resucitado, y como Aquel que recibirá a Su novia (Jn. 3:29; Ap. 19:7).
Como hijo de Abraham, Cristo nos trae la bendición divina. Al respecto, Gálatas 3:14 dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Aquí, la bendición es aquella prometida por Dios a Abraham (Gn. 12:3). Esta promesa se ha cumplido, y esta bendición ha venido a las naciones en Cristo por Su redención efectuada mediante la cruz.
Cristo, el hijo de Abraham, nos trae la bendición divina para que heredemos a Dios. Gálatas 3:29 dice: “Si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendencia de Abraham sois, y herederos según la promesa”. La descendencia de Abraham es uno solo: Cristo (v. 16). Así que, para ser la descendencia de Abraham tenemos que ser de Cristo, formar parte de Él. Debido a que somos uno con Cristo, somos la descendencia de Abraham y, por ende, herederos según la promesa, quienes heredan la bendición prometida por Dios, la cual es el Espíritu todo-inclusivo como máxima consumación del Dios Triuno procesado que llega a ser nuestra porción.
Hechos 26:18 se refiere a la herencia divina de los creyentes. Esta herencia es el propio Dios Triuno con todo lo que tiene, todo lo que ha hecho y todo lo que hará por Su pueblo redimido. Este Dios Triuno está corporificado en el Cristo todo-inclusivo (Col. 2:9), quien es la porción asignada como herencia a los santos (1:12).
Efesios 1:13-14 revela que el Espíritu es “las arras de nuestra herencia”. Debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es las arras de esta herencia que nos es dada.
En el Antiguo Testamento Dios hizo siete pactos con la humanidad. Dos de los más importantes pactos son los pactos con Abraham y con David. A fin de entender de qué manera podemos experimentar y disfrutar a Cristo como hijo de David y como hijo de Abraham, debemos considerar estos dos pactos.
El pacto que Dios hizo con Abraham consistía en que Dios viniera a ser la bendición de Su pueblo escogido. Este pacto está relacionado con el propósito que Dios tenía al crear al hombre. Dios creó al hombre para que fuese Su vaso a fin de que le contuviera. Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza de modo que el hombre pudiera contener a Dios al tomar a Dios como su vida y suministro de vida. Que el hombre tome a Dios como su vida y suministro de vida constituye la mayor bendición en el universo. En esto consiste el disfrute del Dios Triuno. Sin embargo, debido a la caída, el hombre perdió esta gran bendición.
Aunque el hombre cayó, Dios no podía renunciar a Su propósito eterno. Lo hecho por Satanás no puede anular el propósito de Dios. El linaje creado cayó, pero Dios continuó trabajando para cumplir Su propósito al venir al linaje escogido. El linaje creado, el linaje de Adán, fue un fracaso, por lo cual Dios acudió a otro linaje, el linaje escogido, el linaje de Abraham. Mientras que Adán fue cabeza del linaje creado, Abraham fue cabeza del linaje escogido.
Dios hizo un pacto con Abraham, y este pacto guarda relación con el hecho de que el pueblo escogido de Dios disfrute a Dios y que Dios lo sea todo para ellos. Gálatas 3:14 indica que el Nuevo Testamento constituye el cumplimiento del pacto que Dios hizo con Abraham. En este cumplimiento, el Dios Triuno procesado que ha alcanzado Su consumación como Espíritu todo-inclusivo es la bendición dada al pueblo escogido de Dios. Mediante el evangelio hemos recibido al Espíritu todo-inclusivo, la consumación de Dios mismo, a fin de que sea nuestra vida, suministro de vida y nuestro todo para nuestro disfrute. Como resultado del pacto que Dios hizo con Abraham, el Dios Triuno procesado como Espíritu consumado ha llegado a ser nuestro disfrute.
Gálatas 3:29 dice que debido a que somos de Cristo, somos la descendencia de Abraham, herederos según la promesa. ¿Qué es lo que heredaremos? Heredaremos al Dios Triuno procesado que ha alcanzado Su consumación como Espíritu todo-inclusivo. Si comprendemos esto, entenderemos por qué Cristo tenía que ser el hijo de Abraham. Cristo tenía que ser el hijo de Abraham para cumplir el pacto que Dios hizo con Abraham a fin de que Dios, después de pasar por un proceso, pudiera ser nuestra bendición. Ahora, que nosotros disfrutemos a Cristo como hijo de Abraham significa que disfrutamos al Dios Triuno prometido a Abraham. Esto guarda relación con la bendición.
Si estudiamos la historia en el Antiguo Testamento veremos que después que Dios hizo el pacto con Abraham, Su pueblo experimentó un fracaso tras otro, y una derrota tras otra. La bendición no podía venir debido a que la tierra estaba llena de rebeldía en contra de Dios. Por tanto, Dios vino a un hombre que era conforme a Su corazón (1 S. 13:14), a David, hijo de Isaí, e hizo un pacto con él (2 S. 7:12-17). Mientras que el pacto con Abraham estaba relacionado con la bendición, el pacto con David estaba relacionado con el reino. Es imprescindible que Dios obtenga aquí en la tierra con Su linaje escogido un reino, un ámbito, una esfera, en la que Él ejerza Su administración bajo Su completa autoridad divina. Sin ese reino, Dios carece de un ámbito en el cual pueda llevar a cabo Su propósito. A fin de ser la bendición para Su pueblo escogido, Dios necesita un reino, un ámbito, lleno de Su autoridad. Entonces, en esta administración Él puede intervenir a fin de ejecutar lo que está en Su corazón de modo que Él pueda ser la bendición prometida para Su pueblo escogido.
En esta coyuntura será de ayuda considerar cómo el Nuevo Testamento nos presenta el evangelio. En primera instancia, el evangelio nos es presentado con estas palabras: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). Esto indica que el evangelio es presentado primero no según la manera propia de la vida, como en Juan, sino según la manera propia del reino, como en Mateo. La razón para esto es que se requiere un reino, un ámbito, una esfera, en la que Dios pueda actuar por Sí mismo a fin de darnos Su ser todo-inclusivo. Incluso en Juan, el Evangelio de la vida, se nos dijo que si no somos regenerados, no podemos entrar en el reino de Dios (3:3, 5). Es necesario el reino para que Dios pueda actuar por Sí mismo a fin de impartirse en nosotros como nuestra bendición de vida. Por tanto, en el evangelio recibimos a Jesucristo, en primer lugar, no como vida, sino como el Rey.
En Mateo tenemos al Salvador-Rey; en Marcos, al Salvador-Esclavo; en Lucas, al Salvador-Hombre; y en Juan, al Salvador-Dios. Si no nos arrepentimos y recibimos al Señor como el Salvador-Rey, no le podremos tener como el Salvador-Esclavo, como el Salvador-Hombre y como el Salvador-Dios.
Debemos arrepentirnos no solamente porque seamos pecadores, sino también porque somos rebeldes. Incluso somos enemigos de Dios. Debemos arrepentirnos de nuestra rebeldía. Pecamos porque somos rebeldes. Si no nos rebelásemos, no podríamos pecar. Debido a que somos rebeldes, debemos arrepentirnos y recibir a Cristo como nuestra autoridad, como nuestro Soberano y Rey, de modo que Él pueda gobernar dentro de nosotros y sobre nosotros en el reino de Dios. Ésta es la razón por la que en Mateo 1:1 Cristo es presentado primero no como hijo de Abraham para bendición, sino como hijo de David para el reino.
Una vez está presente el reino, el reino llega a ser el ámbito, la esfera, para que Dios actúe a fin de bendecirnos. A todos nos gusta recibir la bendición, pero podríamos no darnos cuenta de que la bendición requiere de la esfera de la autoridad de Dios, una esfera bajo la administración de Dios. Sin tal esfera, no hay manera de que Dios venga a bendecirnos. Si no estamos bajo la administración de Dios, recibiéndole como nuestro Soberano, entonces no hay manera de que Él nos bendiga. Por tanto, en nuestra experiencia, nuestro Salvador —Jesucristo— primero tiene que ser el hijo de David para el reino y, sólo entonces, ser para nosotros el hijo de Abraham para bendición.
Nos debe impresionar el hecho de que tengamos que recibir a Cristo primero como hijo de David y después como hijo de Abraham. Recibirle como hijo de David es reconocer Su estatus de Rey y comprender que debemos estar sujetos a Su reinado y soberanía. Él viene a nosotros no meramente como el Salvador, sino también como el Salvador-Rey. Si Él no es el Rey para nosotros, Él no puede ser nuestro Salvador. Si no estamos sujetos a Su autoridad, Su administración, no podemos ser salvos. La salvación viene a nosotros al estar sujetos a Su administración, a Su reinado. Si decimos: “Oh, Señor Jesús, te tomo como mi Rey”, entonces seremos salvos al máximo.
Si tenemos a Cristo como hijo de David, Aquel que es más que Salomón, también le tendremos como hijo de Abraham, el verdadero Isaac. Esto significa que si tenemos el reino, también tendremos la bendición. Ésta es la bendición de vida, la bendición del Dios Triuno procesado cuya consumación es el Espíritu todo-inclusivo. Muchos de nosotros podemos testificar que al recibir a Cristo como nuestro Rey disfrutamos al Dios Triuno procesado como nuestra bendición. Cuanto más sujetos estemos al gobierno del Señor, más disfrutaremos al Dios Triuno como nuestra bendición.
Mateo 28:19 habla acerca de bautizar a los creyentes en el Dios Triuno, o sea, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto es el disfrute del Dios Triuno. Como hijo de David e hijo de Abraham, Cristo nos introduce en el Dios Triuno. Siempre y cuando tengamos al hijo de David y al hijo de Abraham, tendremos al Dios Triuno y estaremos en el Dios Triuno. Ésta es la bendición divina en el reino divino.