
En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de la experiencia y disfrute de Cristo revelados en Lucas. Entre los libros del Nuevo Testamento, Lucas ocupa un lugar particular con relación a Cristo como nuestro Salvador. El tema del Evangelio de Lucas es el Salvador-Hombre y Su salvación en el más alto nivel de moralidad. Este Evangelio tiene como propósito presentar a Jesucristo como un auténtico hombre poseedor de una humanidad apropiada llena de virtudes humanas; como tal, Él es nuestro Salvador humano.
Debido a que el Evangelio de Lucas es uno de los evangelios sinópticos que trata sobre la humanidad del Salvador, su propósito es presentar al Salvador como un hombre genuino, normal y perfecto, el cual revela al Dios que está entre los hombres en Su gracia salvadora dada a la humanidad caída. Este Evangelio nos presenta una genealogía completa del hombre Jesús, desde Sus padres hasta Adán, la primera generación de la humanidad. Esto nos muestra que Él es descendiente genuino del hombre: un hijo de hombre. El relato de la vida de este hombre nos impresiona con lo completa y perfecta que es Su humanidad. Así pues, el énfasis de este Evangelio es el Salvador-Hombre.
“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, en virtud de la cual nos ha de visitar desde lo alto el sol naciente, para dar luz a los asentados en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (1:78-79). Estos versículos revelan que nuestro Salvador humano no vino de la tierra, sino “desde lo alto”, lo cual indica que Su fuente está en los cielos. Él vino de los cielos como sol naciente.
Como sol naciente, Cristo se manifestó a los asentados en tinieblas y en sombra de muerte. Jesús el Salvador fue el sol naciente para la era de tinieblas. Su venida puso fin a la noche del Antiguo Testamento y empezó el día del Nuevo Testamento. Él es luz para nosotros (Jn. 9:5; Mt. 4:16); como tal, Él es el Realizador y el centro de la obra redentora de Dios para que Su pueblo obtenga salvación.
Antes que Cristo viniera, la tierra se encontraba en una noche oscura. Con Su venida en calidad de sol, se produjo el amanecer de un nuevo día, y la tierra comenzó a ser alumbrada por Él. Si Él no fuera el sol naciente que disipa las tinieblas que cubrían la tierra, Él no podría haber sido nuestro Salvador. A fin de ser el Salvador, Él tenía que ser Aquel que está lleno de luz, cuyo resplandor no procede de la tierra sino del cielo.
Cristo ha resplandecido sobre nosotros para encaminar nuestros pies por camino de paz. Cuando estábamos en tinieblas y en sombra de muerte, andábamos en un camino en el que no había paz. Sin embargo, ahora que hemos sido salvos, habiendo recibido a Cristo como nuestro Salvador, podemos testificar que estamos en el camino de paz. Nuestros pies son encaminados para que tomemos el camino de paz. La vida cristiana es una vida de paz. Esto se debe íntegramente al resplandor de Cristo.
El nacimiento del Salvador-Hombre fue anunciado a los pastores por un ángel como buenas nuevas de gran gozo para todo el pueblo (Lc. 2:8-10). En el versículo 11 el ángel proclamó: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”. En Juan 4:42 el Señor Jesús es llamado el Salvador del mundo. Cristo es el Salvador a fin de salvarnos. Él es el Salvador de la humanidad caída con base en Su persona y Su obra redentora. Él es el Dios Triuno que existe por siempre, quien vino como un hombre para ser nuestro Salvador, y Él ha logrado plena redención para nosotros, los pecadores, en virtud de la cual ahora Él puede salvarnos de la condenación de Dios y de nuestra condición caída.
Lucas 2:32 dice que Cristo es una luz para revelación a los gentiles y la gloria de Israel, el pueblo de Dios.
La expresión luz para revelación a los gentiles, hallada en el versículo 32, no es fácil de comprender. Esta expresión se refiere a una especie de resplandor, una especie de iluminación, que nos trae revelación. Antes de que experimentásemos este resplandor, estábamos en tinieblas, sin saber nada del universo, de la vida humana y de Dios. En otras palabras, no teníamos revelación alguna. Pero después que Cristo vino a nosotros como luz para revelación, vinimos al conocimiento de cuál era nuestra procedencia y cuál es nuestro destino. También se nos dio a conocer el misterio de la vida humana y su significado. Muchas revelaciones maravillosas vinieron a nosotros, especialmente la revelación con respecto a la persona y obra de Cristo.
Todos hemos experimentado y disfrutado a Cristo de este modo. Independientemente de dónde hayamos nacido, antes de ser salvos, todos estábamos en oscuridad y carentes de revelación. Cuando Cristo vino a nosotros, Él vino como luz para revelación a los gentiles a fin de iluminarnos y revelarnos los muchos secretos y misterios del universo. Como Aquel que es luz para revelación a los gentiles, Cristo actúa para introducirnos en Su luz y revelarnos cosas con respecto a Dios, al hombre y al universo.
Cristo no sólo es luz para revelación a los gentiles, sino también la gloria de Israel, el pueblo de Dios. En este versículo, las palabras gloria y luz son usadas como sinónimos. Para los gentiles, Cristo es luz principalmente para revelación; para el pueblo de Dios, Israel, Cristo es luz principalmente para gloria. El pueblo de Israel había perdido su gloria debido a que había rechazado a Cristo, el Salvador humano, quien es para ellos la luz como su gloria. Debido a que rechazaron a Cristo, en la actualidad los judíos carecen de gloria. Pero cuando reciban a Cristo, Él, el Salvador humano, llegará a ser la gloria de ellos.
En Lucas 7:41-42 el Señor Jesús se compara a un prestamista. Simón, un fariseo que le había invitado a su casa, se incomodó porque Jesús permitía que una mujer pecaminosa regara con sus lágrimas Sus pies, los enjugara con sus cabellos, los besara afectuosamente y los ungiera. Entonces, dirigiéndose a Simón, el Señor Jesús dijo: “Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, generosamente perdonó a ambos. ¿Cuál de ellos, pues, le amará más?”. Simón no se consideró a sí mismo como pecador, mas sí a la mujer. Sin embargo, la parábola del Salvador indica que el Señor era un prestamista y que tanto Simón el fariseo como la mujer eran pecadores —deudores de Él— que necesitaban Su perdón. Hoy en día todos nosotros estamos en deuda con el Señor Jesús, el prestamista. Somos Sus deudores, y Él es nuestro acreedor.
En Su parábola el Señor dijo que puesto que ambos deudores no tenían con qué pagar al prestamista, éste perdonó a ambos generosamente. Esto indica que ningún pecador tiene con qué pagar sus deudas a Dios su Salvador. No obstante, Él perdona generosamente a todos Sus deudores.
Al igual que el prestamista de esta parábola, Cristo es la encarnación del Dios que perdona; por tanto, por ser Dios mismo, Él tiene autoridad para perdonar pecados. La capacidad divina para perdonar pecados es expresada mediante las virtudes humanas del Salvador, mostrando a Cristo como Aquel que posee el más alto nivel de moralidad. Como tal, Él es el prestamista que perdona a Sus deudores.
El prestamista no recibió de sus deudores el pago de las deudas, sino que recibió el amor de ellos. En el versículo 42 el Señor Jesús le preguntó a Simón cuál de los deudores habría de amar más al prestamista como resultado de haber sido perdonado por él. Esto indica que nuestro amor por el Salvador es el resultado, no la causa, de Su perdón. Cuando experimentamos el generoso perdón del Señor, respondemos con amor por Él. Sin embargo, nuestro amor puede diferir en grado, dependiendo de cuánto hayamos experimentado Su perdón. Ésta es la razón por la cual en el versículo 47 el Señor le dijo a Simón: “Aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. El gran amor de aquella mujer era evidencia de que sus muchos pecados habían sido perdonados; el poco amor de Simón muestra que poco le había sido perdonado.
Con respecto a la experiencia y disfrute de Cristo como prestamista, debemos atender a tres asuntos: la fe, el amor y la paz. Lo dicho por el Señor respecto al amor en el versículo 42 indica claramente que el amor es resultado del perdón, que el amor viene después del perdón en lugar de precederlo. La causa para el perdón de los pecados es la fe. Por esta razón el Señor finalmente le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, ve en paz” (v. 50). Fue la fe de la mujer lo que la salvó. Sus pecados le fueron perdonados no a causa de su amor, sino a causa de su fe. Por tanto, la fe viene antes que el perdón, y el amor sigue a la fe. Cuando creemos en el Señor Jesús, nuestra fe se convierte en la causa para que el Señor perdone nuestros pecados. Después, como resultado de que nuestros pecados nos han sido perdonados, comenzamos a amar al Señor. Al amarle, este amor produce paz. Entonces podemos andar en paz, lo cual significa que vivimos en paz, que tenemos una vida de paz. Por tanto, cuando creemos en el Señor, le amamos y llevamos una vida de paz. En esto consiste la vida cristiana.
En la parábola del buen samaritano (10:25-37) Cristo es presentado como un samaritano compasivo que salva al herido. El samaritano en esta parábola representa al Salvador-Hombre, quien aparentemente era un laico de condición humilde. Él fue menospreciado y difamado, como si fuera un samaritano miserable (Jn. 8:48; 4:9), por los fariseos que se enaltecían a sí mismos y eran justos en su propia opinión.
Este samaritano cuidó compasivamente del pecador caído y golpeado por la ley (Lc. 10:30-33). El versículo 30 dice: “Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto”. “Jerusalén” significa “fundamento de la paz” (cfr. He. 7:2), y Jericó era una ciudad de maldición (Jos. 6:26; 1 R. 16:34). El uso del verbo descendía indica que aquel hombre cayó de la ciudad cuyo fundamento es la paz a la ciudad de maldición. El hombre de esta parábola había tomado el camino que lo conducía a caer de tal modo. Los ladrones de esta parábola representan a los maestros legalistas de la ley judía (Jn. 10:1), quienes usaban la ley (1 Co. 15:56) para despojar a los que guardaban la ley. La frase le despojaron denota el despojo causado por el mal uso de la ley por parte de los maestros judíos. La palabra griega traducida “hiriéndole” significa azotándolo, lo cual denota ser muerto por la ley (Ro. 7:9-10). Además, el hecho de que los ladrones hubieran dejado a aquel hombre medio muerto indica que los maestros judíos dejaban en condición de muerte a quien observaba la ley (vs. 11, 13).
Lucas 10:33 habla de la compasión manifestada por un samaritano que vio a aquel hombre que había caído en manos de ladrones: “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a compasión”. Este samaritano representa al Salvador-Hombre en Su viaje ministerial, en el cual buscaba al perdido y salvaba al pecador (19:10), quien descendió al lugar donde, en una condición miserable y moribunda, estaba la víctima herida por los ladrones judíos. Cuando Él le vio, fue movido a compasión en Su humanidad con Su divinidad. Es importante percatarse de que 10:33 no habla de la misericordia, sino de la compasión. La compasión es un sentimiento más interno que la misericordia, producto de un sentir tierno y profundo dentro de uno.
Los versículos 34 y 35 describen lo hecho por el samaritano para brindar tierna sanidad y cuidado salvador al hombre despojado y herido, con lo cual atendió plenamente a sus urgentes necesidades. Todos los aspectos del cuidado que administró el buen samaritano al moribundo describen al Salvador-Hombre en Su humanidad con Su divinidad, que cuida misericordiosa, tierna y abundantemente a un pecador condenado bajo la ley, mostrando claramente el alto nivel de Su moralidad en Su gracia salvadora.
“Acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino” (v. 34a). El hecho de que le vendó las heridas indica que le sanó. Que derramase aceite y vino sobre las heridas de aquel hombre significa que le dio el Espíritu Santo y la vida divina. Cuando el Salvador-Hombre vino a nosotros, Él derramó Su Espíritu y Su vida divina sobre nuestras heridas. El Espíritu Santo y la vida divina son los dones iniciales recibidos por todos los creyentes (1 Co. 1:7). Ambos dones nos han sido dados para nuestra sanidad. Desde el tiempo en que fuimos salvos, ciertamente hemos experimentado la sanidad del Espíritu Santo con la vida divina. El Espíritu es el aceite que alivia, y la vida divina es el elemento que nos anima por medio del Espíritu.
Lucas 10:34b dice: “Poniéndole en su propia cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él”. Esto indica que Él lo trajo consigo a la iglesia y cuidó de él por medio de la iglesia. Actualmente la iglesia local es un “mesón” mediante el cual el Salvador-Hombre nos brinda Su cuidado.