
Juan 6 revela que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como el Cordero pascual y como el pan de vida.
Cristo es presentado como Cordero Pascual en 6:4 y 51-56. El versículo 4 dice: “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. Esto indica que la Pascua era el contexto de lo relatado en este capítulo. En la Pascua, el pueblo inmola el cordero redentor, rocía la sangre y come la carne del mismo. Esto tipifica a Cristo como nuestra Pascua (1 Co. 5:7). Él es el Cordero redentor de Dios (Jn. 1:29, 36) inmolado por nosotros para que comamos Su carne y bebamos Su sangre, recibiéndole así como nuestro suministro de vida a fin de que vivamos por Él.
Además, durante la Pascua la gente come panes sin levadura. Tenemos, pues, tres elementos básicos que componen la Fiesta de la Pascua: primero, inmolar al cordero y rociar su sangre; segundo, ingerir la carne del cordero; y tercero, comer los panes sin levadura. Por ende, tenemos la sangre del cordero, la carne del cordero y los panes sin levadura. Estos tres asuntos pueden ser hallados en lo dicho por el Señor en Juan 6.
En la Pascua, los deleites principales son el cordero pascual con su sangre para redención y su carne para combatir y andar, y los panes sin levadura, que representan el vivir libre de pecado (Éx. 12:5-8). La carne del cordero cumple una función orgánica, y la sangre cumple una función jurídica. La sangre nos redime en términos jurídicos, y la carne del cordero es ingerida por los escogidos de Dios para que ellos sean orgánicamente nutridos y fortalecidos a fin de salir de Egipto. En la actualidad, Cristo es el Cordero con Su sangre para redención y con Su persona misma que nos fortalece y nutre a fin de que podamos andar en el camino de Dios para salir de Egipto. Al mismo tiempo, también comemos a Cristo como el pan sin levadura, lo cual significa que llevamos una vida libre de pecado.
Como Cordero pascual, Cristo derramó Su sangre para nuestra redención a fin de que Dios pudiera pasar por encima de nosotros (Éx. 12:12-13). En Juan 6:53 el Señor Jesús dijo: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Aquí el Señor se refirió a Su sangre, la cual es necesaria para la redención (19:34; He. 9:22; Mt. 26:28; 1 P. 1:18-19; Ro. 3:25).
En el tiempo de la Pascua, la sangre del cordero era untada en el dintel de la puerta; pero en Juan 6:53 el Señor Jesús habló de beber Su sangre. Beber significa recibir. Por tanto, beber la sangre es recibirla. La manera apropiada de recibir algo en nuestro estómago consiste en comerlo y beberlo. El significado de comer y beber es recibir algo dentro de nuestro ser. Comer la carne del Señor y beber Su sangre, por tanto, consiste en recibir Su carne y sangre dentro de nuestro ser. Comer consiste en ingerir los alimentos para que éstos sean asimilados orgánicamente por nuestro cuerpo. Comer al Señor Jesús es ingerirle a fin de que Él sea asimilado por el nuevo hombre regenerado a la manera que corresponde con la vida. Este mismo principio se aplica al beber.
A continuación, en los versículos 54 y 55 el Señor Jesús dijo: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero. Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida”. Aquí la carne y la sangre se mencionan separadas. Esta separación de la sangre y la carne denota muerte. Aquí el Señor Jesús dio a entender claramente que moriría, o sea, que sería inmolado. Él dio Su cuerpo y derramó Su sangre por nosotros para que tuviéramos vida eterna. Comer Su carne es recibir por fe todo lo que Él hizo al dar Su cuerpo por nosotros, y beber Su sangre es recibir por fe todo lo que Él logró al derramar Su sangre por nosotros. Comer Su carne y beber Su sangre es recibirle, en Su redención, como vida y suministro de vida, creyendo en lo que Él hizo por nosotros en la cruz. Al comparar los versículos 54 y 47, vemos que comer la carne del Señor y beber Su sangre es creer en Él, porque creer es recibir (1:12).
En Juan 6:56 el Señor Jesús añade: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él”. La frase Yo en él, indica que el Señor Jesús tenía que ser resucitado para poder morar en nosotros como nuestra vida y como nuestro suministro de vida.
Como Cordero pascual, Cristo no solamente derramó Su sangre para nuestra redención, sino que también imparte Su vida en nosotros para nutrirnos. Al respecto, en el versículo 51 el Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo”. En este versículo se hace la transición del pan (mencionado anteriormente en el capítulo) a la carne. El pan pertenece a la vida vegetal y sólo sirve como alimento; la carne pertenece a la vida animal, y no sólo alimenta sino que también redime. Antes de la caída del hombre, el Señor era el árbol de la vida (Gn. 2:9), cuyo único fin era alimentar al hombre. Después que el hombre cayó en pecado, el Señor llegó a ser el Cordero (Jn. 1:29), cuyo fin no es solamente alimentar al hombre, sino también redimirlo (Éx. 12:4, 7-8).
En Juan 6:51b el Señor nos dijo que Él daría Su carne “por la vida del mundo”. El Señor dio Su cuerpo, es decir, Su carne, al morir por nosotros para que tuviéramos vida.
Muchos versículos en Juan 6 revelan que, con miras a nuestra experiencia y disfrute, Cristo es el pan de vida (vs. 27, 32-35, 47-58, 63a, 68b). Como pan de vida, Él es el pan con la vida eterna. En términos espirituales, todos tienen hambre y están necesitados de Cristo como pan de vida.
Este capítulo indica claramente que tenemos necesidad de alimento. Nuestra única necesidad según este capítulo es Cristo como nuestro alimento, Cristo como pan de vida. Todos estamos hambrientos y necesitados de alimento. Aunque usted haya sido cristiano por muchos años, todavía tiene necesidad de Cristo como su alimento todos los días. Cristo no solamente es su vida; Él, como pan de vida, es también su suministro de vida, su alimento diario.
En el versículo 27 el Señor Jesús dijo: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste Dios el Padre ha marcado con Su sello”. Al igual que en los otros pasajes del Evangelio de Juan, aquí la vida eterna es la vida divina e increada de Dios, la cual no solamente es perpetua con respecto al tiempo, sino también eterna y divina en naturaleza.
El alimento que permanece para vida eterna es el propio Señor Jesucristo. Él vino del cielo no sólo para ser nuestro Salvador, sino también para ser nuestro alimento. Esto significa que Él vino para ser el árbol de la vida. Lo que necesitamos en la actualidad es Cristo como alimento eterno, como árbol de la vida. Todavía no tenemos la plena comprensión de cuánto necesitamos que Cristo sea nuestro alimento diario.
En el versículo 32 el Señor Jesús se refirió a Sí mismo como el verdadero pan: “De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas Mi Padre os da el verdadero pan del cielo”. Como verdadero pan, Cristo es el pan de verdad, o realidad. Cristo es verdadero, real. Cristo es la verdadera comida, y toda otra clase de alimento es una mera sombra de Él como verdadero alimento. Los alimentos físicos que ingerimos todos los días son sombra de Cristo. La realidad de los alimentos que ingerimos diariamente es Jesucristo. Cristo es el verdadero pan de vida enviado por Dios para traernos vida eterna. Todos tenemos necesidad de que Cristo sea para nosotros el pan de vida, el verdadero pan. Debe causarnos una profunda impresión el hecho de que necesitemos a Cristo como verdadero pan de vida enviado por Dios para traernos vida eterna. Por tanto, por medio de la Palabra debemos alimentarnos de Cristo como pan vivo.
En el versículo 33 vemos que Cristo es el pan de Dios quien, mediante la encarnación, descendió del cielo y da vida al mundo. Como Aquel que es el pan de Dios, Él es Dios, Él fue enviado por Dios y Él estaba con Dios. Aunque Cristo es Dios mismo, Él se hizo carne a fin de ser el pan de vida que nosotros pudiésemos comer.
En el versículo 35 el Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida”, y en el versículo 51 el Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo”. “El pan de vida” se refiere a la naturaleza del pan, la cual es vida; “el pan vivo” se refiere a la condición del pan, la cual es viviente.
En el versículo 47 el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que cree, tiene vida eterna”. Esto nos permite ver que todo el que cree en Él recibe vida eterna.
Según lo dicho por el Señor Jesús en el versículo 29, la obra de Dios es que creamos “en Aquel que Él ha enviado”. El concepto del Señor con respecto a Dios es que el hombre debe creer en Dios, esto es, recibirle como vida y como suministro de vida. Éste es el principio del árbol de la vida, el cual trae vida, como se ve en Génesis 2, y está en contraste con el principio del árbol del conocimiento, el cual trae muerte.
En Juan 6 hay seis secciones relacionadas con Cristo como pan de vida (vs. 32-71). En la primera sección tenemos la encarnación de Cristo (vs. 32-51a); en la segunda sección, la muerte de Cristo (vs. 51b-55); en la tercera sección, la resurrección de Cristo (vs. 56-59); en la cuarta sección, la ascensión de Cristo (vs. 60-62); en la quinta sección, el hecho de que Cristo llegó a ser Espíritu vivificante (vs. 63-65); y en la sexta sección, el hecho de que Cristo se corporificó en la palabra de vida y es hecho real para nosotros en ella (vs. 66-71).
Recibimos la vida eterna por medio de la muerte y resurrección de Cristo (vs. 51b, 53-57). El versículo 51b dice: “El pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo”. Como ya hicimos notar, esto se refiere al hecho de que el Señor murió por nosotros. Él fue inmolado, fue crucificado, para que nosotros tengamos vida eterna. A fin de llegar a estar disponible para nosotros de modo que participemos de Él como nuestro alimento, el Señor Jesús tenía que morir. El Señor Jesús fue inmolado en la cruz para que pudiéramos comerle.
La resurrección es el siguiente paso a través del cual el Señor Jesús llegó a estar disponible para nosotros como pan de vida. Aunque Él fue inmolado, sigue viviendo. Él es el Viviente en resurrección. En el versículo 56 el Señor Jesús se refiere a que Él permanece en aquel que come Su carne y bebe Su sangre. Esto implica la resurrección de Cristo. Este versículo indica que el Señor tenía que resucitar para poder morar en nosotros como nuestra vida y como nuestro suministro de vida. El Señor Jesús no podía morar en nosotros antes de Su resurrección. Él podía permanecer en nosotros únicamente después de Su resurrección.
Debido a que Cristo fue resucitado, no sólo Él permanece en nosotros, sino que nosotros podemos permanecer en Él. Aquel que come Su carne y bebe Su sangre, permanece en Él (v. 56).
Habiendo recibido a Cristo como vida eterna al creer en Él, ahora vivimos por causa de Él. Al respecto, el Señor Jesús dijo: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (v. 57). Comer al Señor Jesús es recibirle dentro de nuestro ser como alimento a fin de que Él sea asimilado orgánicamente por nosotros. Entonces vivimos por Aquel que hemos recibido. Por medio de esto Cristo vive en nosotros como Aquel que resucitó (14:19-20).
En 6:53-57 el Señor Jesús, el Dios Todopoderoso y Creador del universo, nos exhorta a comerle. Sin la revelación divina contenida en la Palabra, jamás se nos ocurriría una idea así. Si estas palabras no hubieran sido dichas por el Señor Jesús, ciertamente no tendríamos la confianza de afirmar que tenemos que comer al Señor. Pero tanto en un sentido físico como en un sentido espiritual, vivimos al comerle. Tal como necesitamos comer tres comidas al día a fin de poder vivir, también necesitamos comer al Señor a fin de que podamos vivir por el Señor.
En el capítulo 6 de Juan, el punto más importante es el siguiente: Cristo es nuestro alimento, el pan de vida. Comerle no es algo que podamos hacer de una vez por todas; más bien, es necesario que diariamente contactemos al Señor y le comamos. Debido a que Él es el pan de vida, le podemos comer. Ahora tenemos que ejercitar nuestro espíritu para alimentarnos de Él, recibirle, digerirle, experimentarle, disfrutarle y aplicarle en todo momento. Todos debemos concentrarnos en una sola cosa: comer a Cristo y vivir por lo que hemos comido de Él. Ésta es la manera divina de vivir designada para nuestra vida diaria.
En el versículo 58 el Señor Jesús declaró que aquel que coma del pan que descendió del cielo, vivirá eternamente.
“El Espíritu es el que da vida” (v. 63a). Aquí se presenta al Espíritu que da vida. Después de la resurrección y mediante la resurrección, el Señor Jesús, quien se había hecho carne (1:14), llegó a ser el Espíritu vivificante, según se expresa claramente en 1 Corintios 15:45. Es como Espíritu vivificante que Cristo puede ser nuestra vida y nuestro suministro de vida. Cuando le recibimos como Salvador crucificado y resucitado, el Espíritu vivificante entra en nosotros para impartirnos vida eterna. Recibimos al Señor Jesús, pero obtenemos al Espíritu vivificante. Es como Espíritu que Cristo es para nosotros la vida que redime y regenera. En la actualidad no es necesario contactar físicamente al Señor; puesto que Él es el Espíritu, podemos contactarle como Espíritu en nuestro interior. Debido a que Él es el Espíritu vivificante, podemos alimentarnos de Él y asimilarlo como nuestro alimento.
Cristo, el pan de vida, está corporificado en la palabra de vida. Él es el Espíritu corporificado en la Palabra. Además del Espíritu, el cual es maravilloso, tenemos necesidad de algo sólido, visible, tangible y palpable: la palabra de vida. Al respecto, el Señor Jesús dice que las palabras que Él nos ha hablado “son espíritu y son vida” (v. 63b).
La palabra griega que en el versículo 63 y también en el versículo 68 se traduce “palabras” es réma, la cual denota la palabra hablada para el momento. Difiere de lógos (traducida Palabra en 1:1), que se refiere a la palabra constante. En 6:63 “las palabras” vienen después del “Espíritu”. El Espíritu es viviente y verdadero, no obstante es misterioso e intangible y, como tal, difícil de ser captado por la gente; pero las palabras son concretas. Primero, el Señor indica que para poder darnos vida, Él llegaría a ser el Espíritu. Luego, Él dice que las palabras que Él habla son espíritu y vida. Esto muestra que las palabras que Él habla son la corporificación del Espíritu de vida. Él ahora es el Espíritu vivificante en resurrección, y el Espíritu se halla corporificado en Sus palabras. Cuando recibimos Sus palabras al ejercitar nuestro espíritu, obtenemos al Espíritu, quien es vida.
Al final de Juan 6, en el versículo 68, Simón Pedro le dijo al Señor: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Este capítulo concluye con la palabra de vida, la cual es el medio por el cual podemos recibir al Señor como pan de vida. Si recibimos la Palabra, obtendremos el Espíritu; y si tenemos al Espíritu dentro de nosotros, tendremos a Cristo como suministro interno de vida. Que todos comprendamos que nuestra necesidad es Cristo como nuestro suministro de vida y, en consecuencia, le contactemos diariamente como Espíritu vivificante corporificado en la Palabra.