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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 276-294)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE DOSCIENTOS OCHENTA Y UNO

EXPERIMENTAR Y DISFRUTAR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN HECHOS

(17)

  En este mensaje consideraremos los aspectos de la experiencia y disfrute de Cristo presentados en los capítulos 9 y 10 del Evangelio de Juan.

60. La luz y Aquel que sana a los ciegos

  El capítulo 9 presenta a Cristo como la luz y como Aquel que sana a los ciegos.

a. La luz

  El Señor Jesús es la luz del mundo a fin de dar la vista a los ciegos (vs. 1, 4-5). La ceguera, igual que el pecado en el capítulo 8, también es un asunto relacionado con la muerte. Indudablemente, una persona muerta está ciega. “El dios de este siglo cegó las mentes de los incrédulos”; así que, ellos necesitan que “la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo” les alumbre (2 Co. 4:4), para abrir sus ojos y convertirlos “de las tinieblas a la luz, y de la autoridad de Satanás a Dios” (Hch. 26:18).

  El hombre mencionado en Juan 9, a quien el Señor Jesús le abrió los ojos, había nacido ciego. El significado que esto encierra es que la ceguera está presente en la naturaleza misma de una persona al nacer. Nosotros, los pecadores, éramos ciegos por naturaleza pues nacimos así. Por tanto, no sólo es necesario que las personas confiesen que son pecadoras, sino también deben reconocer que son ciegas.

  A aquel hombre ciego mencionado en Juan 9 el Señor Jesús, la luz del mundo, le impartió la vista a la manera que corresponde con la vida (10:10b, 28). Cuando el Señor Jesús vio al hombre ciego, le dijo: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo” (9:5). El Señor Jesús es la luz de la vida (8:12). La ceguera viene por la carencia de la luz de la vida. Toda persona muerta es una persona ciega. Todo aquel que está espiritualmente muerto también está espiritualmente ciego. Por tanto, la ceguera en Juan 9 denota carencia de vida. Si tenemos la vida divina, entonces tendremos la vista, pues la luz de la vida nos abre los ojos. Por esta razón, el Señor Jesús primero señaló que el hombre ciego necesitaba la luz de la vida.

  En Juan 9 vemos la relación que existe entre la luz y la ceguera. La ceguera no solamente denota muerte, sino también tinieblas. Según el Evangelio de Juan, la ceguera tiene por resultado las tinieblas. Si usted fuera ciego, estaría en oscuridad y no podría ver nada. Según 1 Juan, las tinieblas también causan ceguera: “El que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (2:11). Por un lado, la ceguera causa tinieblas; por otro, las tinieblas causan ceguera. Según el Evangelio de Juan, la ceguera viene primero y después las tinieblas. En Juan 9 la ceguera equivale a las tinieblas. Por tanto, el hombre ciego mencionado en este capítulo necesita experimentar a Cristo como la luz del mundo.

b. Aquel que sana a los ciegos

  Cristo no solamente es la luz del mundo (v. 5) que da vista a los ciegos, sino que además Él es Aquel que sana a los ciegos (vs. 6-7).

1) Las palabras que salen de Su boca están mezcladas con la humanidad para dar vista a los ciegos

  ¿De qué manera puede la luz entrar en nuestro ser dado que nacimos ciegos? Según el versículo 6, a fin de que la luz entre en nosotros, tenemos necesidad de la unción. Las palabras que salen de la boca del Señor (representadas por Su saliva), al ser el Espíritu que unge (6:63), están mezcladas con la humanidad (representada por el lodo) para dar vista a los ciegos. Si hemos de entender esto, debemos conocer el significado que tiene el lodo, la saliva y la unción misma.

  En Juan 9:6, después que el Señor Jesús se había referido a Sí mismo como la luz del mundo, escupió en tierra y con Su saliva hizo lodo con el cual ungió los ojos de aquel ciego. El lodo aquí, así como el barro en Romanos 9:21, representa la humanidad. El barro denota al hombre natural, el hombre creado por Dios. Puesto que fuimos creados por Dios, todos somos barro. La saliva, la cual sale de la boca del Señor (Mt. 4:4), representa Sus palabras, las cuales son Espíritu y son vida (Jn. 6:63). El hecho de que el Señor hiciera el lodo con Su saliva significa que mezcló la humanidad con la palabra viva del Señor, la cual es el Espíritu. La palabra ungió en Juan 9:6 muestra esto, porque el Espíritu del Señor es el Espíritu que unge (Lc. 4:18; 2 Co. 1:21-22; 1 Jn. 2:27). Aquí el Señor Jesús ungió los ojos ciegos con el lodo que hizo con Su saliva, para que recibieran la vista. Esto significa que por la unción de la mezcla de la palabra del Señor (la cual es Su Espíritu) con nuestra humanidad, nuestros ojos, que habían sido cegados por Satanás, pueden recibir la vista.

  Debe causarnos una profunda impresión el significado que encierra la mezcla del barro con la saliva. Nuestra humanidad (el barro) está mezclada con el elemento del Señor en Su palabra (la saliva). Esto indica que el Señor mezcla Su elemento con nosotros por medio de Su palabra y con ella. Esto significa que el barro ha recibido algo que procedía de la boca del Señor y se ha mezclado con ello. Esta mezcla de divinidad con humanidad es el ungüento más prevaleciente, y ningún otro ungüento puede superarlo. Según Juan 6, la unción del Espíritu sigue a la mezcla del Señor en Su palabra con el barro. Con base en nuestra experiencia sabemos que inmediatamente después que recibimos al Señor mediante Su palabra, tenemos la unción del Espíritu. Como resultado de ello, nuestra ceguera es sanada y recibimos la vista.

  Ahora podemos ver cómo la luz del mundo, Jesucristo, puede entrar en una persona que ha nacido ciega. La luz del mundo entra en el hombre ciego por medio de la mezcla del Espíritu vivificante con el ser mismo del hombre ciego. A fin de entrar en nosotros, Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante. Ahora Él, como Espíritu, puede entrar en nuestro ser, mezclarse con nosotros y ungirnos. Éste es el significado del lodo, la saliva y la unción de los cuales nos habla este capítulo.

2) Mediante nuestra obediencia

  Juan 9 también revela que recibimos luz para nuestra vista mediante nuestra obediencia, por la cual somos lavados de nuestra vieja humanidad. En el versículo 7 el Señor Jesús le dijo al hombre ciego cuyos ojos habían sido ungidos con lodo: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado)”. Aquí lavarse implica limpiarse del lodo. Esto representa el lavamiento de nuestra vieja humanidad, tal como se experimenta en el bautismo (Ro. 6:3-4, 6).

  Juan 9:7b añade: “Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”. Al ir y lavarse, él demostraba que obedecía a la palabra vivificante del Señor. De este modo él recibió la vista. Si no hubiera ido a lavarse el lodo después de ser ungido con él, el lodo le habría cegado aún más. Nuestra obediencia a la unción del Señor nos limpia y nos da la vista.

  La palabra Siloé significa “enviado”. Una vez que hayamos sido ungidos por el Espíritu, estaremos en posición de ser enviados. La unción nos coloca en el terreno apropiado para ser enviados. Por tanto, tenemos que obedecer. El propio Señor Jesús siempre tomó como base el hecho de ser enviado por el Padre y siempre fue obediente. Ahora el Señor nos pone en la misma posición como Sus enviados. Después que recibimos al Señor en Su palabra y obtenemos Su unción, Él nos pone en la posición de ser enviados, y entonces tenemos que ser obedientes a Su enviar. En particular, tenemos que obedecer cuando Él nos envíe al estanque de Siloé para que seamos lavados de nuestro viejo hombre. Aunque hemos creído en el Señor Jesús y hemos entrado en una unión orgánica con Él, es posible que todavía tengamos el lodo del viejo hombre cubriendo nuestros ojos. Por tanto, debemos obedecer al Señor, ir al estanque de Siloé y lavarnos de nuestro viejo hombre. Es de esta manera que habremos de recibir la luz divina.

61. El Pastor, la puerta y el pasto de las ovejas, y el hecho de que el Hijo y el Padre son uno

  En Juan 10 Cristo es revelado como el Pastor de las ovejas, la puerta de las ovejas y el pasto de las ovejas. Este capítulo también revela el hecho de que el Hijo y el Padre son uno.

a. El Pastor de las ovejas

  En los versículos 10 y 11 vemos que Cristo es el Pastor de las ovejas.

1) El buen Pastor

  En el versículo 11, refiriéndose a Sí mismo, el Señor Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor”. Él llama a Sus ovejas por nombre y las saca del redil (v. 3); luego, Él va delante de las ovejas, y ellas le siguen (v. 4). Cristo, el Pastor, saca a las ovejas del redil por medio de Sí mismo en calidad de puerta y las introduce en Él mismo como pasto.

2) Pone Su vida del alma por las ovejas

  Después, en el versículo 11 el Señor Jesús dijo: “El buen Pastor pone Su vida por las ovejas”. La palabra griega aquí traducida “vida” es psujé y se refiere a la vida del alma. El buen Pastor, Cristo, puso Su vida del alma por las ovejas a fin de que éstas puedan tener la vida zoé, la vida divina y eterna. En el versículo 10 el Señor dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. La palabra griega aquí traducida “vida” es zoé, que es el término usado en el Nuevo Testamento para referirse a la vida divina y eterna. Como hombre, el Señor tiene la vida psujé, la vida humana, y como Dios Él tiene la vida zoé, la vida divina. Él puso Su alma, Su vida psujé, Su vida humana, para efectuar la redención por Sus ovejas (vs. 15, 17-18) a fin de que participaran de Su vida zoé, Su vida divina, la vida eterna (v. 28), por la cual pueden formar un solo rebaño, bajo un solo Pastor, Él mismo. Como buen Pastor, Él alimenta a Sus ovejas con la vida divina de esta manera y con este propósito.

  El verdadero Pastor es el Cristo viviente. Como nuestro Pastor, el Señor no solamente nos da vida, sino que Él es vida para nosotros. Que Cristo viva en nosotros es, concretamente, Su pastoreo viviente. Por tanto, el Señor Jesús nos pastorea al ser vida para nosotros y al vivir en nosotros.

  En la actualidad, Cristo nos pastorea internamente a la manera que corresponde con la vida, no mediante actividades externas. Internamente tenemos a Cristo como nuestro Pastor, como un Pastor de vida y en vida. Debido a que Cristo nos pastorea al ser vida para nosotros desde nuestro interior, cuanto más le vivimos como nuestra vida, más experimentaremos y disfrutaremos Su pastoreo. Por un lado, Cristo vive en nosotros; por otro, nosotros vivimos en Él, por Él, con Él y a través de Él. Cuando vivimos en el Señor de tal modo, nos encontramos bajo Su pastoreo. Al encontrarnos bajo el pastoreo de Cristo, tomaremos conciencia de la vida que está dentro de nosotros y también de la correspondiente instrucción, dirección, en vida. La vida dentro de nosotros, la cual es Cristo mismo, nos indicará que el Señor desea conducirnos por una determinada senda. Esta conciencia de vida en nosotros junto con su correspondiente dirección e instrucción constituye un indicio de que estamos bajo el pastoreo de Cristo.

b. La puerta para las ovejas

  Los versículos 1-4 y 9 muestran que Cristo es la puerta para las ovejas.

1) Para que los santos del Antiguo Testamento entren en la ley como custodio

  Cristo era la puerta de las ovejas para que los santos del Antiguo Testamento entraran en la ley como custodio (v. 9a). El redil en Juan 10 representa la ley y también el judaísmo, la religión de la ley. Antes que Cristo viniera, Dios puso a Su pueblo escogido bajo la custodia de la ley. Dios hizo esto por medio de Cristo como puerta por la cual los elegidos de Dios entraron bajo la custodia de la ley. La ley fue el redil en el cual el pueblo de Dios, las ovejas, fue guardado y protegido temporalmente hasta que el pasto, el lugar permanente para las ovejas, estuvo listo.

2) Para que los santos que estaban bajo la ley dejaran dicho custodio

  Cristo es la puerta, no sólo para que los elegidos de Dios entren y así estén bajo la custodia de la ley, tal como hicieron Moisés, David, Isaías y Jeremías en los tiempos del Antiguo Testamento, antes que viniera Cristo, sino también para que los escogidos de Dios, como por ejemplo Pedro, Juan, Jacobo y Pablo, salieran del redil de la ley ahora que Cristo había venido. Por tanto, en el versículo 9, el Señor Jesús indicó que Él es la puerta por la cual no solamente los elegidos de Dios pueden entrar, sino también por la cual los escogidos de Dios pueden salir.

  Dios ya no desea mantener a Su pueblo escogido en el redil de la ley. Él desea que ellos salgan de la ley para entrar en Cristo. Ahora, en la era del Nuevo Testamento, Dios desea sacar a Su pueblo de la ley por medio de Cristo como puerta. Cristo ha venido, y los pastos están listos. No hay necesidad de que las ovejas sigan confinadas bajo la custodia de la ley judaica. Ellas tienen que ser liberadas del redil de la ley a fin de que disfruten las riquezas de los pastos. Cristo es la puerta por la cual Sus creyentes pueden salir de toda clase de redil y entrar en Aquel que es los pastos.

  Como puerta para que las ovejas dejen el redil, Cristo es nuestra libertad de todo legalismo. En Cristo tenemos la libertad para entrar y para salir. Esto significa que no nos adscribimos a legalismo alguno. La libertad que disfrutamos es Cristo mismo. Debido a que Cristo es nuestra libertad, nuestra puerta, ya no estamos atados por el legalismo. Esto, por supuesto, no significa que seamos libres para dar rienda suelta a nuestra carne (Gá. 5:13). En Cristo no estamos esclavizados a legalismo alguno. Puesto que Cristo es nuestra puerta, gozamos de verdadera libertad.

c. Los pastos de las ovejas

  En la actualidad podemos experimentar y disfrutar a Cristo no solamente como el Pastor y la puerta, sino también como los pastos. Para que Cristo sea el Pastor de las ovejas, Él tiene que ser la puerta a fin de liberar a las muchas ovejas del rebaño de Dios que estaban en el judaísmo. Ahora, después de haberlas liberado del redil judaico como puerta de las ovejas, Cristo las alimenta con Él mismo, el rico pasto de las ovejas. En Juan 10:9 el Señor dice: “Yo soy la puerta; el que por Mí entre, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Aquí los pastos representan a Cristo como el lugar donde se alimentan las ovejas. Cuando los pastos no están disponibles, las ovejas deben ser mantenidas temporalmente en el redil. Una vez que los pastos están disponibles, no hay necesidad de que las ovejas permanezcan en el redil. Las ovejas deben salir del redil y permanecer en los pastos permanentemente. Ser mantenidos en el redil es algo temporal y transitorio, mientras que disfrutar las riquezas de los pastos es algo definitivo y permanente. Antes de la venida de Cristo, la ley era nuestro custodio y estar bajo la ley era algo transitorio. Ahora que Cristo ha venido, todos los escogidos de Dios deben salir de la ley y entrar en Él, para disfrutarle como su pasto (Gá. 3:23-25; 4:3-5). Esto debe ser definitivo y permanente.

  El Señor Jesús dijo que Él vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Esto significa que, debido a que Cristo es el pasto de las ovejas, Él vino a impartirse como vida en las ovejas. Siempre y cuando las ovejas permanezcan en los pastos, ellas obtendrán el suministro de vida abundantemente. Al alimentarse de los pastos, las ovejas experimentan el pasto y lo disfrutan como su abundante suministro de vida.

  A fin de ser el pasto de vida para las ovejas, Cristo tenía que morir por ellas. Por tanto, Él tenía que poner Su vida por Sus ovejas al morir por ellas a fin de impartirse como vida en ellas y así llegar a ser el pasto para ellas. Actualmente nuestro pasto es el Cristo resucitado como Espíritu vivificante. En nuestra vida diaria debemos tener la clara comprensión de que estamos en los pastos experimentando y disfrutando a Cristo como rico suministro de vida.

1) Para los santos del Antiguo Testamento

  Cristo es el pasto de las ovejas para los santos del Antiguo Testamento, quienes salen de estar bajo la custodia de la ley a fin de alimentarse.

2) Para los santos del Nuevo Testamento

  Cristo es el pasto para los santos del Nuevo Testamento, quienes llegan a ser un solo rebaño con los santos del Antiguo Testamento y están todos bajo un solo Pastor a fin de alimentarse. En Juan 10:16 el Señor Jesús dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que las guíe también, y oirán Mi voz; y habrá un solo rebaño, y un solo Pastor”. Un solo rebaño significa una sola iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 2:14-16; 3:6), producido por la vida eterna y divina del Señor, la cual Él impartió en Sus miembros a través de Su muerte y resurrección. El redil es el judaísmo, el cual es de la letra y está lleno de regulaciones, y el rebaño es la iglesia, la cual pertenece a la vida y al espíritu.

  Como Aquel que es el Pastor, la puerta y los pastos, el Señor Jesús hace que Sus ovejas formen un solo rebaño, la única iglesia universal, el único Cuerpo de Cristo, el cual consiste de todos los que han creído en Cristo. El Señor se suministra a Sí mismo como vida a las ovejas para que pueda haber un solo rebaño y un solo Pastor, un solo Cuerpo y una sola Cabeza. Este único rebaño difiere en naturaleza de un redil. Un redil es una organización religiosa; el único rebaño es la iglesia. Cristo nos ha sacado del redil para introducirnos en el rebaño, donde estamos en Él —como pasto— a fin de experimentarlo y disfrutarlo como nuestra vida y suministro de vida.

  Que seamos alimentados con Cristo como ricos pastos de vida tiene por finalidad que formemos un solo rebaño juntamente con las otras ovejas de Dios de modo que constituyamos Su Cuerpo orgánico para alcanzar el objetivo supremo de la economía de Dios: la Nueva Jerusalén. Cuando disfrutamos al Cristo que es los pastos como nuestro banquete, entonces deseamos formar un rebaño juntamente con otros. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más deseamos tener comunión con otros. Si nos alimentamos de Cristo como nuestros pastos en la mañana, disfrutándole como un banquete, estaremos ansiosos de asistir a las reuniones en la noche.

d. El Hijo y el Padre son uno

  En Juan 10:30 el Señor Jesús declaró: “Yo y el Padre uno somos”. Aquí el Señor afirma Su deidad, es decir, que Él es Dios (v. 33; 5:18; 1:1; 20:28; 1 Jn. 5:20; Fil. 2:6).

1) El Padre y el Hijo son uno en pastorear, en libertar y en alimentar al pueblo escogido de Dios

  Según el contexto, lo dicho por el Señor en Juan 10:30 significa que el Padre y el Hijo son uno en pastorear, en libertar y en alimentar al pueblo escogido de Dios.

2) Los creyentes, el rebaño de Dios, disfrutan el cuidado que les brinda tanto el Hijo como el Padre

  Los creyentes, el rebaño de Dios, disfrutan el cuidado que les brinda tanto el Hijo como el Padre. En los versículos 28 y 29 el Señor Jesús dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre”. Estos versículos se refieren, respectivamente, a la mano del Hijo y a la mano del Padre. La mano del Padre con la cual Él nos escoge en amor, conforme a Su propósito (17:23; 6:38-39), y la mano del Hijo, con la cual Él nos salva por Su gracia para que se cumpla el propósito del Padre (1:14; 6:37), ambas tienen el poder para guardarnos y son para la protección de los creyentes. La vida eterna, provista para el vivir de los creyentes, jamás fallará; por ende, los creyentes tienen una seguridad eterna y jamás perecerán.

  La gracia y el amor no son dos cosas separadas, sino dos aspectos de una misma cosa. El amor está en el Padre. Cuando este amor llega a nosotros en el Hijo, se convierte en gracia. Cuando mediante la gracia volvemos al Padre, disfrutamos Su amor.

  Tanto la mano de gracia del Hijo como la mano de amor del Padre son propias de la vida divina. En el Padre, la vida divina es la fuente, y en el Hijo esta vida es el curso. En el Padre la vida divina es amor, y en el Hijo la vida divina es gracia. Debido a que disfrutamos tanto del Hijo como del Padre, disfrutamos la gracia y el amor. El resultado es que somos guardados, y nada puede arrebatarnos de estas dos manos: la mano de gracia del Hijo y la mano de amor del Padre.

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