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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 295-305)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS TRES

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(9)

15. Dios bendito por los siglos

  Romanos 9:5 presenta a Cristo como Aquel que es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Debemos reflexionar sobre este aspecto de Cristo y experimentarlo a fin de que podamos entrar en el rico disfrute de Su persona. Cristo como Dios-hombre llegó a ser el Espíritu vivificante, y nosotros como hombres somos un solo espíritu con Él a fin de que podamos disfrutarle siempre (1 Co. 15:45; 6:17). No obstante, es fácil para nosotros desatender o incluso olvidar el hecho de que Cristo es nada menos que Dios mismo. Según lo dicho por Pablo en Romanos 9:5, el Cristo en quien hemos creído, a quien hemos recibido y a quien hemos sido unidos como un solo espíritu es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. Cuando Pablo llegó a este punto de su escrito, él estaba tan lleno de la persona gloriosa de Cristo que derramó lo que estaba en su corazón y proclamó que Cristo es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Debe causarnos una profunda impresión el hecho de que nuestro Señor Jesucristo es Dios mismo, quien está sobre todas las cosas y es bendito por los siglos. Aunque procedía del linaje judío en la carne, Él es el Dios infinito. Refiriéndose a Él, Isaías 9:6 dice: “Porque un niño nos es nacido, / [...] y se llamará Su nombre / [...] Dios Fuerte”. Alabamos a Cristo por Su deidad, y le adoramos como Dios mismo, el Dios completo, bendito por los siglos.

a. Habiendo procedido, en Su humanidad, de los patriarcas según la carne

  Cristo procede, en Su humanidad, de los patriarcas según la carne. Romanos 9:5 dice: “De quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino el Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. Este versículo nos dice que Cristo procede de los patriarcas. Aquí “los patriarcas” se refiere a Abraham, Isaac, Jacob y otros; según Su naturaleza humana, Cristo vino de entre los hijos de Israel. Cristo era un hombre de carne, quien provenía de la tribu de Judá, una de las tribus de Israel. Es en conformidad con Su humanidad que Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, pudo venir de los patriarcas de Israel.

b. Está sobre todas las cosas en Su Deidad

  Aunque en Su humanidad Cristo procede de los patriarcas de Israel según la carne, en Su Deidad Él es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. El Cristo que es nuestro Salvador y nuestra vida es el Dios completo. En Romanos 9:5 se abordan tres asuntos. Primero, Cristo es Dios. Puesto que Cristo mismo en realidad es Dios, no hay diferencia entre Él y Dios. Juan 1:1 dice que la Palabra, la cual es Cristo, estaba con Dios y era Dios. Jesús, un carpintero de Nazaret, era Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. La única manera en que podemos contactar a Dios y disfrutarle es por medio de Cristo y en Cristo.

  Segundo, Cristo es Dios sobre todas las cosas; esto se refiere a Su autoridad como cabeza, la cual es única y eterna. Por ser Dios mismo, Cristo está sobre todas las cosas: los hombres, los ángeles, los cielos y la tierra. Cristo es Dios, quien ha estado y está sobre todas las cosas, bendito por los siglos.

  Algunos maestros herejes argumentan que hay diferentes rangos dentro de la Deidad y que Jesucristo, como Dios, tiene un rango inferior en la Deidad. Ellos contienden que según Salmos 82:6, los ángeles son dioses. Dicen que esto significa que los ángeles son dioses que pertenecen a un nivel inferior en la Deidad, y que al igual que los ángeles, Jesucristo como Dios pertenece a una categoría inferior en la Deidad. Sin embargo, según Romanos 9:5, Jesucristo es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Ciertamente esto no puede decirse acerca de los ángeles, pues ellos ni están sobre todas las cosas ni tampoco son benditos por los siglos. Jesucristo es Dios, quien está sobre todas las cosas, incluyendo a los ángeles.

  Tercero, Cristo no solamente es Dios sobre todas las cosas, sino también Dios bendito por los siglos. En el universo, únicamente Dios mismo es digno de ser bendecido. Por ser Dios, Cristo es bendito por los siglos, es decir, eternamente. Cristo es Dios sobre todas las cosas, bendito por la eternidad. Nadie puede negar la verdad de que, si bien Cristo se encarnó para ser un hombre, Cristo es Dios mismo sobre todas las cosas, bendito por los siglos.

  Es una vergüenza que ciertas personas que se consideran cristianas argumenten en contra de la deidad de Cristo y pongan en tela de juicio que Cristo sea Dios. En la historia cristiana han habido presuntos maestros cristianos que han negado la deidad de Cristo. Por ejemplo, los modernistas no creen en la deidad de Cristo, con lo cual niegan que Él es Dios. Algunos distorsionan las Escrituras al profesar que, si bien Cristo era un hombre perfectamente bueno, no era el Dios completo. De este modo, ellos niegan la deidad de Cristo y no disfrutan Su autoridad como cabeza porque no comprenden que la trinidad de la Deidad no es algo que la gente deba simplemente captar como conocimiento teológico, sino que tiene por finalidad que el Dios Triuno se imparta en nosotros para nuestro disfrute. De modo inverso, si vemos que la trinidad de la Deidad no es meramente objeto de nuestro conocimiento teológico, sino que tiene por finalidad la impartición divina, jamás dudaremos de que Cristo es Dios. Tenemos que afirmar la verdad de que Cristo es Dios.

  Cristo no solamente es Dios, sino también la corporificación de Dios. Dios es misterioso, abstracto e invisible; no obstante, Él está corporificado en Cristo. Todo cuanto Dios es, tiene, ha realizado, logrado y alcanzado, así como todo cuanto Él hace, hará, logrará y alcanzará, se halla corporificado en Cristo. En Cristo vemos la creación, la encarnación, la redención, la resurrección, la ascensión y la impartición del Dios Triuno en nuestro ser para nuestro disfrute. Es en Cristo que podemos disfrutar al Dios Triuno mediante Su impartición divina. Si vemos esta revelación, no podemos negar la deidad de Cristo. Si negamos la deidad de Cristo, negamos la totalidad de la economía divina de Dios.

  De acuerdo con este pensamiento, el apóstol Juan en 1 Juan 2:22 dice: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. Negar que Jesús es el Cristo es la herejía de Cerinto, un heresiarca sirio del primer siglo, de ascendencia judía y educado en Alejandría. Su herejía era una mezcla de judaísmo, gnosticismo y cristianismo. Él hacía una distinción entre el hacedor (creador) del mundo y Dios, y representaba a ese hacedor como un poder subordinado. Él enseñaba el adopcionismo, diciendo que Jesús era simplemente Hijo adoptivo de Dios y que llegó a ser Hijo de Dios al ser exaltado a una posición que no era Suya por nacimiento; de este modo negaba que Jesús hubiese sido concebido por el Espíritu Santo. Cerinto en su herejía separaba al Jesús terrenal, considerado como hijo de José y María, del Cristo celestial, y enseñaba que después que Jesús fue bautizado, Cristo como una paloma descendió sobre Él, y entonces anunció al Padre desconocido e hizo milagros. Además, enseñaba que Cristo, al final de Su ministerio, se separó de Jesús y que Jesús sufrió la muerte sobre la cruz y resucitó de los muertos, mientras Cristo permanecía separado como un ser espiritual, y también enseñaba que, por último, Cristo se volverá a unir al hombre Jesús cuando venga el reino mesiánico de gloria.

  Confesar que Jesús es el Cristo es confesar que Él es el Hijo de Dios (Mt. 16:16; Jn. 20:31). Por tanto, negar que Jesús es el Cristo es negar al Padre y al Hijo. Cualquiera que niegue la persona divina de Cristo es un anticristo.

  En 1 Juan 2:23 Juan procede a decir: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. Puesto que el Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30; Is. 9:6), negar al Hijo significa no tener al Padre, y confesar al Hijo es tener al Padre. Negar al Hijo aquí se refiere a negar la deidad de Cristo, negar que el hombre Jesús sea Dios. Ésta es una gran herejía.

  A continuación, en 1 Juan 2:24, Juan dice: “En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. En este versículo, la frase lo que habéis oído desde el principio se refiere a la Palabra de vida, es decir, la Palabra de vida eterna que los creyentes oyeron desde el principio (1:1-2). No negar sino confesar que el hombre Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (2:22), es permitir que la Palabra de vida eterna permanezca en nosotros. Al hacer esto permanecemos en el Hijo y en el Padre, y no somos descarriados por las enseñanzas heréticas acerca de la persona de Cristo (v. 26). Esto muestra que el Hijo y el Padre son la vida eterna que nos regenera y que podemos disfrutar. En dicha vida eterna tenemos comunión con Dios y unos con otros (1:2-3, 6-7), y vivimos en nuestro andar diario (2:6; 1:7).

  En resumen, 1 Juan 2:22-24 revela que si uno niega que Jesús el hombre es Cristo, Dios mismo, tampoco tendrá al Padre ni al Hijo. En consecuencia, no tendrá vida eterna, la cual es el Hijo mismo (5:11-12) y tampoco tendrá experiencia o disfrute alguno de Cristo. Si uno niega la deidad de Cristo, le será imposible experimentar a Cristo y disfrutarle.

  La razón por la cual muchos maestros herejes niegan la deidad de Cristo es que ellos jamás disfrutaron a Cristo. Pero quienes hemos experimentado a Cristo y le hemos disfrutado, no podemos negar Su deidad. Sabemos que Cristo es Dios, no meramente con base en doctrinas teológicas, sino por nuestra experiencia personal. Puesto que hemos experimentado a Cristo como Dios, le conocemos como nuestro Redentor (Gá. 3:13); sabemos que Su muerte fue una muerte todo-inclusiva y eternamente eficaz (He. 9:14); sabemos que Él, como Dios infinito mezclado con un verdadero hombre, murió por todos los hombres, especialmente por todos Sus creyentes (1 Ti. 2:6; 2 Co. 5:14-15); y sabemos que Él es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos (Ro. 9:5). Debido a que hemos experimentado a Cristo y le hemos disfrutado, podemos y tenemos que testificar de nuestro rico disfrute de Cristo como Dios todopoderoso, quien es nuestra justicia, nuestras santidad, nuestra mansedumbre, nuestra sabiduría, nuestro camino y nuestro todo.

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