
El libro de 1 Corintios está lleno de las riquezas de Cristo. El pensamiento esencial y subyacente en este libro es que debemos disfrutar a Cristo (10:3-4).
En 1 Corintios 1:2 Pablo dice: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Este versículo presenta a Cristo como el Santificador y la porción de todos los santos. Primero, Cristo vino para santificarnos; después, Él, el Santificador, llegó a ser nuestra porción eterna para nuestro disfrute.
En 1 Corintios 1:2 Pablo se refiere a los que han sido “santificados en Cristo Jesús”. Ser santificados en Cristo Jesús significa ser santificados en el elemento y esfera de Cristo. Cristo es el elemento y la esfera que nos apartó, nos hizo santos, para Dios cuando creímos en Él, es decir, cuando fuimos unidos orgánicamente con Cristo por medio de nuestra fe en Él.
Ser santificados en Cristo significa que primero somos puestos en Cristo. Cristo es una esfera santa, una esfera de santidad. Cristo no sólo es santo, sino que Cristo mismo es la santidad. La santidad en realidad es Dios mismo, y Dios está corporificado en Cristo. Por tanto, Cristo es nuestra santidad. Debido a que Dios nos puso en Cristo (v. 30), hemos sido puestos en la esfera de la santidad. Ahora que estamos en Cristo como esfera de la santidad, somos santificados. Además, puesto que ser santificados equivale a ser hechos santos, ser santificados en Cristo Jesús equivale a ser hechos santos en Él.
Como Santificador, Cristo nos santifica en dos aspectos: en cuanto a nuestra posición y en cuanto a nuestra manera de ser. Aquél es objetivo, y éste es subjetivo. Cristo nos santificó en cuanto a nuestra posición por medio de Su propia sangre (He. 13:12). Hubo un tiempo cuando éramos pecadores caídos que pertenecían al mundo y a muchas otras cosas distintas de Dios mismo. Después, Cristo nos redimió con Su sangre; simultáneamente, Su sangre redentora nos santificó, separó y apartó para Dios, haciéndonos santos en cuanto a nuestra posición. En consecuencia, ahora pertenecemos a Dios. En otras palabras, nuestra posición original era mundana y de ningún modo para Dios; pero cuando fuimos apartados para Dios mediante la sangre redentora de Cristo, nuestra posición fue cambiada y, como resultado, fuimos hechos santos. Mediante Su sangre redentora Cristo nos santificó, apartándonos para Dios con miras al cumplimiento de Su propósito. Éste es el aspecto objetivo de la santificación de Cristo.
La santificación no sólo guarda relación con nuestra posición, lo cual conlleva que uno sea separado de una posición mundana para estar en una posición de utilidad a Dios, sino que también guarda relación con nuestra manera de ser. Esto significa que la santificación no consiste solamente en un cambio de posición, sino también en un cambio de manera de ser. Es por medio de la santificación de su manera de ser que los creyentes son transformados de ser personas con una manera de ser natural a ser personas espirituales en su manera de ser. Aunque la sangre de Cristo nos apartó para Dios en cuanto a nuestra posición, no puede realizar nada en nosotros con relación a nuestra vida interior. Por tanto, ella puede santificarnos únicamente en cuanto a nuestra posición, mas no en cuanto a nuestra manera de ser. La santificación de nuestra manera de ser procede de Cristo como vida eterna dentro de nosotros. Cristo posee la vida divina, y Él es la vida divina impartida en nosotros. Dentro de la vida divina está el elemento, la esencia, de la santidad. Esta esencia de la santidad nos santifica en términos subjetivos, es decir, en nuestra manera de ser; ella nos transforma cambiando nuestra manera de ser y nuestra naturaleza. Este proceso no es la santificación en cuanto a nuestra posición, sino la santificación de nuestra manera de ser, esto es: la santificación que transforma nuestro ser interior. Si vemos esto, comprenderemos que tenemos que experimentar a Cristo como Santificador tanto en cuanto a nuestra posición como en cuanto a nuestra manera de ser.
En 1 Corintios 1:2 Pablo, mediante el uso de una aposición, hace equivalentes “los santificados en Cristo Jesús” a “los santos llamados”. En este versículo se usan las palabras griegas agiázo (que se tradujo “santificados”) y ágios (que se tradujo “santos”); ambas provienen de la misma raíz griega, la cual fundamentalmente significa “separado, apartado”. Ser santo significa ser separado o apartado para Dios. Así pues, los santos son aquellos que han sido separados para Dios, aquellos que han sido apartados para Dios; y ser santificados para Dios es el efecto práctico que se produce, el carácter en actividad y el estado final que resulta de ser santificado. Nosotros, los creyentes, hemos sido santificados; por tanto, somos los santos llamados. Los santos son simplemente aquellos que han sido santificados, aquellos que son santos, los que han sido apartados para Dios. Además, debemos percatarnos de que los creyentes en Cristo son santos que han sido llamados, no personas que han sido llamadas para que sean santas. Esto es un asunto de posición; se trata de una santificación en nuestra posición con miras a la santificación en nuestra manera de ser. El versículo 2 revela que, en cuanto a nuestra posición, estamos en Cristo. Jamás debiéramos menospreciar la posición que tenemos en Cristo.
Debemos afirmar con plena confianza que somos santos y debemos alabar al Señor por el hecho de que somos santos. A este respecto, no debemos mirarnos a nosotros mismos. Pablo no dice que los corintios eran santificados en ellos mismos, sino que declara que ellos habían sido santificados en Cristo Jesús. Debemos dejar de pensar en nosotros mismos y ver el hecho que en Cristo somos santificados.
Dios no nos ve como somos en nosotros mismos; más bien, Él nos ve en Cristo. Pablo sabía de todas las cosas malignas que tenían lugar en la iglesia en Corinto; no obstante, al dar inicio a 1 Corintios él se dirigió a ellos como aquellos santificados en Cristo Jesús, y los llamó santos. En ellos mismos, eran corintios, pero en Cristo eran santos. Si dejamos de vernos a nosotros mismos y ponemos nuestra mirada en Cristo, podremos declarar que somos santos. Comprenderemos que un santo es simplemente uno que ha sido llamado.
Ser llamados por Dios equivale a ser apartados para Dios. Tal como aquellos que han sido llamados al servicio militar han sido separados de la vida civil y enrolados en el servicio militar, cuando fuimos llamados por Dios, fuimos “enrolados”, apartados, por Él. Como resultado, hemos sido santificados, esto es, hemos sido apartados para Su propósito. Por tanto, somos los santos llamados.
En el versículo 2, inmediatamente después de revelar a Cristo como Santificador, Pablo revela que nuestro Señor Jesucristo, el Santificador, es nuestra porción: “A los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. La frase de ellos y nuestro indica que Él es la porción de los santos en Corinto y de los santos “que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. No importa dónde estemos cuando invoquemos el nombre del Señor Jesús, Cristo es tanto nuestra porción como también la porción de todos los santos. En todo lugar, Cristo es de ellos y nuestro. Si decimos que cierta cosa es nuestra, indicamos que ella es nuestra posesión. Del mismo modo, la frase de ellos y nuestro significa que Cristo es la porción poseída por todos los santos. En otras palabras, todos los santos le tienen a Él como su única porción. Por tanto, el versículo 2 revela que Cristo, Aquel que es todo-inclusivo, pertenece a todos los creyentes y que todos los creyentes participan juntamente de Él.
Cristo es nuestra porción asignada, la cual nos fue dada por Dios. Colosenses 1:12 dice: “Dando gracias al Padre que os hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz”. Este versículo nos muestra que Cristo, el Hijo de Dios, es nuestra porción. Todos los cristianos saben que Dios nos ha redimido, pero no son muchos los que saben que Él también nos hizo aptos para participar de Cristo como porción de los santos. La palabra porción en Colosenses 1:12 indica disfrute. Cristo es el disfrute único para todos los santos. No deberíamos permitir que nada reemplace a Cristo como nuestra porción. Únicamente la persona viviente de Cristo, no alguna doctrina o práctica, es nuestra porción.
El apóstol agregó la frase especial de ellos y nuestro al final de 1 Corintios 1:2 para recalcar el hecho crucial de que Cristo es el único centro de todos los creyentes en cualquier lugar o situación. En esta epístola la intención del apóstol era resolver los problemas entre los santos de Corinto. Para todos los problemas, especialmente para el problema de la división, la única solución es el Cristo todo-inclusivo. Todos hemos sido llamados a la comunión de este Cristo (v. 9). Todos los creyentes deben centrar su atención en Él, sin dejarse distraer por ninguna persona dotada, por ninguna doctrina que se recalca demasiado ni por ninguna práctica en particular.
Con base en Su economía, Dios nos ha dado a Cristo para ser nuestra porción. Podemos disfrutar a Cristo como nuestra porción única simplemente al invocar Su nombre. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, obtenemos Su persona, y entonces, esta persona llega a ser nuestra porción.
El versículo 9 dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”. Ser llamados a la comunión del Hijo de Dios significa ser llamados a participar de la comunión que proviene de la unión que tenemos con el Hijo de Dios, Jesucristo, y a participar en Él. Dios nos ha llamado a tal comunión para que disfrutemos a Cristo como la porción que Dios nos ha dado. La frase a la comunión de Su Hijo, al igual que lo dicho en el versículo 2 con respecto a que Cristo es de ellos y también nuestro, vuelve a recalcar el hecho crucial de que Cristo es el único centro de los creyentes para la solución de los problemas que existan entre ellos, especialmente para el problema de la división.
El Dios fiel nos ha llamado a la comunión de Su Hijo, Jesucristo, y a participar en Él. Es decir, Dios nos ha dado a Su Hijo como nuestra porción para que siempre le disfrutemos. Todo el libro de 1 Corintios presenta los detalles de nuestro disfrute de Cristo. Este libro nos revela que Cristo, en quien todos hemos sido llamados, es todo-inclusivo. Él es la porción que Dios nos ha asignado (1:2). Él es el poder de Dios y la sabiduría de Dios como justicia, santificación y redención para nosotros (vs. 24, 30). Él es el Señor de gloria (2:8) para nuestra glorificación (v. 7; Ro. 8:30). Él es las profundidades de Dios (las cosas profundas de Dios) (1 Co. 2:10). Él es el fundamento único del edificio de Dios (3:11). Él es nuestra Pascua (5:7), el pan sin levadura (v. 8), el alimento espiritual, la bebida espiritual y la roca espiritual (10:3-4). Él es la Cabeza (11:3) y el Cuerpo (12:12). Él es las primicias (15:20, 23), el segundo hombre (v. 47) y el postrer Adán (v. 45); como tal, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (v. 45) para que le recibamos como nuestro todo. Este Cristo todo-inclusivo, cuyas riquezas pueden ser apreciadas en por lo menos veinte aspectos, es Aquel que Dios nos ha dado como nuestra porción para nuestro disfrute. Debemos concentrarnos en Él, y no en alguna otra persona, cosa o asunto. Debemos fijar nuestra atención en Él como el único centro designado por Dios, para que todos los problemas que existen entre los creyentes sean resueltos. Fuimos llamados por Dios a la comunión de tal Cristo. Esta comunión del Hijo de Dios llegó a ser la comunión que los apóstoles compartían con los creyentes (Hch. 2:42; 1 Jn. 1:3) en Su Cuerpo, la iglesia, y debe ser la comunión que nosotros disfrutemos al participar de Su cuerpo y de Su sangre en la mesa del Señor (1 Co. 10:16, 21). Tal comunión, la cual es llevada a cabo por el Espíritu (2 Co. 13:14), debe ser única, porque Él es único; ella prohíbe toda división entre los miembros de Su Cuerpo único.
La palabra comunión es profunda y en extremo honda. Ella significa que nosotros y Cristo hemos llegado a ser uno, que disfrutamos a Cristo y todo lo que Él es, y que Él disfruta de nosotros y de todo lo que somos (Fil. 1:18; 2:17-18, 28; 3:1; 4:4, 10). Como resultado de ello, no solamente hay una comunicación mutua, sino también hay mutualidad en todo aspecto: todo lo que Cristo es llega a ser nuestro, y todo lo que somos llega a ser Suyo. Todos hemos sido llamados por Dios a tal mutualidad entre nosotros y el Hijo de Dios, una mutualidad en la cual disfrutamos lo que el Hijo de Dios es, y Él disfruta lo que somos, y en la cual somos uno con Él y Él es uno con nosotros. Hemos sido llamados a tal unidad, en la cual disfrutamos lo que Cristo es y Él disfruta lo que nosotros somos.
En consonancia con esto, Pablo dice en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. La palabra une en este versículo es sinónimo de la palabra comunión usada en 1:9; tal unión es, en realidad, la comunión. La comunión a la cual hemos sido llamados es Cristo como Espíritu vivificante. Para experimentar esta comunión tenemos que ser un solo espíritu con Él. En nuestro espíritu somos uno con el Espíritu vivificante.
La comunión de Cristo en realidad es llevada a cabo por el Espíritu; por tanto, en nuestra experiencia, la comunión del Hijo es la comunión del Espíritu (2 Co. 13:14; cfr. Fil. 2:1). La manera en que disfrutamos al Señor en nuestra experiencia es por medio de Él como Espíritu en nuestro espíritu. En la actualidad Cristo es el Espíritu vivificante, y nosotros tenemos un espíritu humano regenerado. Cuando somos unidos a Él, llegamos a ser un solo espíritu con Él. Siempre que somos un solo espíritu con el Señor, estamos en la comunión de Cristo y le experimentamos como Aquel que es todo-inclusivo.
Esta comunión involucra no solamente la unidad entre nosotros y el Dios Triuno, sino también la unidad entre todos los creyentes (Jn. 17:21-23; Ef. 4:3). Tener comunión implica un fluir mutuo entre los creyentes (1 Jn. 1:3). En el Nuevo Testamento, la comunión describe el fluir que se produce entre nosotros y el Señor, así como entre unos con otros (Fil. 2:1). El fluir, la corriente, que tenemos en nuestra comunión espiritual implica tanto la unidad como la vida. Nuestra comunión es un fluir en unidad; es una intercomunicación de vida entre nosotros los que creemos en Cristo. Esta comunión es la realidad de la vida de iglesia (2, 1 Co. 1:9).
Debido a que fuimos llamados a tal comunión, no debiéramos decir que somos de Pablo, de Cefas, de Apolos o de alguna otra persona (v. 12). Tampoco debiéramos decir que somos de cierta doctrina o de una práctica particular. Dios no nos ha llamado a la comunión de ninguna persona, doctrina, denominación o práctica. No hemos sido llamados a nuestras preferencias, ni tampoco a ciertas personas ni denominaciones; más bien, hemos sido llamados únicamente a la comunión del Hijo de Dios. Todos hemos sido llamados a Cristo, llamados a la comunión, el disfrute y la participación en Él. Esto significa que únicamente Cristo tiene que ser nuestra comunión. Dios se complace únicamente con Cristo; en la economía de Dios sólo hay cabida para Cristo. Dios tiene un solo centro —Jesucristo—, y Él no nos ha llamado a la denominación de nuestra elección, sino a la comunión de Su Hijo. Ningún individuo o grupo debiera ser de nuestra preferencia. Nuestra única preferencia tiene que ser Cristo como único centro, el Cristo que es de ellos y nuestro, el Cristo a cuya comunión fuimos llamados por Dios. El Cristo todo-inclusivo tiene que ser nuestra única elección, preferencia, porción, gusto y disfrute (vs. 24, 30; 2:2). Todos debemos poder decir que nuestra única preferencia es el Cristo todo-inclusivo y todo-extenso.
En resumen, Pablo en 1 Corintios 1:1-9 nos impresiona con el hecho de que en la economía de Dios, Cristo es el único centro. La intención de Dios es hacer de Cristo Su Hijo el centro de Su economía y también hacer de Él todo para todos los creyentes. Por esta razón, Pablo nos dice que Cristo es tanto de ellos como nuestro, y que fuimos llamados a la comunión del Hijo, Jesucristo nuestro Señor. En Su economía, la intención de Dios es hacer que Cristo sea todas las cosas, darnos a Cristo como nuestra porción y forjar a Cristo en nosotros.