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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 306-322)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS DOCE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(18)

32. La cabeza de todo varón

  En 1 Corintios 11:3 Cristo es presentado como la Cabeza de todo varón, quien lleva al hombre a estar sujeto a la autoridad de Dios y establece el orden entre el hombre y la mujer: “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. En Efesios 1:22-23 la autoridad como Cabeza que Cristo tiene sobre todas las cosas es para con Su Cuerpo, la iglesia. En 1 Corintios 11:3 la autoridad como cabeza que Cristo tiene sobre todo varón concierne a individuos. Así pues, corporativamente, Cristo es la Cabeza del Cuerpo, la iglesia (Ef. 5:23), e individualmente, es la Cabeza de los creyentes. Él es la Cabeza de cada uno de nosotros directamente.

  En 1 Corintios 11:3 Pablo indica que la cabeza de la mujer es el hombre. Según lo dispuesto por Dios en Su gobierno, la mujer se sujeta al hombre, su cabeza. Ésta es la manera en que Dios creó a la mujer (Gn. 2:18-24; 1 Ti. 2:13). Conforme a la naturaleza (1 Co. 11:14) creada por Dios, la mujer está subordinada al hombre.

  Pablo también dice en el versículo 3 de 1 Corintios 11 que la cabeza de Cristo es Dios. Cristo es el Ungido de Dios, Aquel a quien Dios designó. Así que, Él está sujeto a Dios, y Dios, como Aquel que da origen a todas las cosas, es Su Cabeza. Esto se refiere a la relación que existe entre Cristo y Dios en el gobierno divino.

  El versículo 3 revela la autoridad universal. En el universo existe tal autoridad: Dios es la autoridad suprema como cabeza de Cristo, Cristo es la cabeza de todo varón, el varón es cabeza de la mujer y los seres humanos son cabeza de todos los animales y las plantas (Gn. 1:26-28). Originalmente había tal autoridad en el universo, una autoridad que mantenía el orden apropiado en la creación de Dios. No obstante, este orden fue subvertido por la rebelión del hombre. Entre los incrédulos, pese a su apariencia civilizada y culta, impera el desorden en su vida privada, particularmente en su vida matrimonial. Las mujeres no están sujetas a la autoridad del varón como cabeza y, puesto que los varones no tienen a Cristo, éstos tampoco están sujetos a la autoridad de Cristo como cabeza y, por ende, no están sujetos a la autoridad de Dios como cabeza. Por tanto, todos los incrédulos, tanto varones como mujeres, carecen de ley. Ellos viven sujetos al gobierno humano por obligación, y muchos de ellos murmuran y se quejan del gobierno, pues les desagrada tener autoridades humanas que los gobiernen. Sin embargo, cuando recibimos al Señor y llegamos a ser creyentes, Cristo llega a ser nuestra cabeza. Nuestro disfrute de Cristo como nuestra cabeza hace que estemos sujetos a la autoridad de Dios como cabeza y establece el orden apropiado entre el hombre y la mujer. Debemos disfrutar a Cristo en Su autoridad como Cabeza a fin de poder estar sujetos a la autoridad de Dios como cabeza y para que el hombre pueda ser la cabeza apropiada sobre la mujer.

  Todos necesitamos estar sujetos a la autoridad en la administración gubernamental de Dios. La autoridad de Cristo como cabeza está relacionada con la autoridad en la administración gubernamental de Dios a nivel universal. El arcángel y sus subordinados se rebelaron contra la autoridad de Dios como cabeza (Ez. 28:13-18; Is. 14:12-15; Mt. 25:41), estableciendo su reino de tinieblas (12:26; Col. 1:13) y llegando a ser Satanás, el adversario de Dios. Dios creó al hombre para confrontar a Satanás y sus ángeles rebeldes. No obstante, Satanás engañó al hombre incitándolo a que lo siguiera y se rebelara contra Dios. Entonces Dios envió a Su Hijo para destruir a Satanás y rescatar al hombre de la autoridad de Satanás para hacerlo regresar al reino de Dios (1 Jn. 3:8; He. 2:14; Hch. 26:18; Col. 1:13); en la redención, Dios en Cristo trajo al hombre de regreso a Él mismo. El pueblo redimido por Dios es ahora la iglesia. Por ser la iglesia debemos declarar ante los ángeles, tanto a los ángeles rebeldes como a los que están sujetos a Dios, que como pueblo redimido de Dios no somos rebeldes en contra de la autoridad de Dios como cabeza, sino que estamos sujetos a Su autoridad como cabeza, la autoridad divina. Nosotros disfrutamos a Cristo como nuestra Cabeza y, de este modo, permanecemos sujetos a la autoridad de Dios como cabeza. No solamente estaremos sujetos a la autoridad de Dios como cabeza en la era venidera del reino y en la eternidad, sino que nos sujetaremos a Su autoridad incluso durante la presente era rebelde. Debemos comprender que tenemos que estar sujetos a la autoridad de Cristo como cabeza. Cuando disfrutamos a Cristo como nuestra Cabeza, este disfrute nos lleva a estar sujetos a la autoridad de Dios como cabeza y establece el orden apropiado entre el hombre y la mujer. Por tanto, tenemos que disfrutar a Cristo como nuestra Cabeza a fin de vivir sujetos a la autoridad de Dios como cabeza, la autoridad divina, y para mantener el orden dispuesto por Dios en Su administración.

  En Apocalipsis vemos que Cristo, el Cordero inmolado, está absolutamente sujeto a la autoridad de Dios como cabeza para llevar a cabo la administración de Dios. Cristo es el Administrador que ejerce la administración de Dios mediante Su sujeción a la autoridad de Dios como cabeza. Apocalipsis 4 y 5 muestran que el Cordero inmolado, resucitado y ascendido toma la delantera para sujetarse a la autoridad de Dios como cabeza en los cielos. En contraste con ello, la tierra está llena de rebelión. Satanás toma la delantera para rebelarse contra Dios. No obstante, en medio de toda esta rebelión, hay un Cuerpo compuesto por los redimidos y bautizados en el Dios Triuno. Éste es el Cuerpo de Aquel que en los cielos está sujeto a la autoridad de Dios como cabeza. El Cuerpo de Cristo en la tierra debe reflejar a Cristo la Cabeza sujetándose a la autoridad de Dios como cabeza. Aunque la tierra está llena de rebelión, tenemos que ser un pueblo sujeto a la autoridad de Dios como cabeza, quien mediante su sumisión a Cristo refleje la sumisión de Cristo a Dios.

33. Aquel que es objeto de la remembranza de los creyentes

  En 1 Corintios 11:23-26 se nos indica que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como Aquel que es objeto de la remembranza de los creyentes. Según este pasaje de la Palabra, cuando comemos la cena del Señor, le recordamos. En el versículo 20 Pablo se refiere a comer la cena del Señor. En 10:21 la cena del Señor es llamada “la mesa del Señor”. El énfasis de la mesa del Señor recae en la comunión de la sangre y del cuerpo del Señor (vs. 16-17), nuestra participación en el Señor, el disfrute que tenemos del Señor en mutualidad, en comunión, mientras que el énfasis de la cena del Señor es recordar al Señor (11:24-25). En la mesa del Señor recibimos Su cuerpo y sangre para nuestro disfrute, y en la cena del Señor le recordamos para Su disfrute. Tomamos la cena del Señor con el fin de recordar al Señor mismo.

a. Con Su cuerpo partido dado por los creyentes

  En 1 Corintios 11:23 Pablo dice: “El Señor Jesús, la noche que fue traicionado, tomó pan”. Después, “habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. El pan es partido para que podamos comerlo, porque en cuanto al pan, el Señor dijo en Mateo 26:26: “Tomad, comed; esto es Mi cuerpo”. Estos versículos muestran que recordamos al Señor comiendo el pan; recordar al Señor es alimentarse de Él, esto es, comerle como pan de vida. Cuanto más le recibimos, le comemos y le disfrutamos como nuestro banquete, más hacemos memoria de Él.

  El pan en 1 Corintios 11:23 representa el cuerpo del Señor que fue partido por nosotros en la cruz a fin de ser distribuido a nosotros como pan. En la Biblia, el pan se refiere a la vida. El Señor dijo que Él es el pan de vida que da vida al mundo (Jn. 6:33-35). Que el cuerpo del Señor fuese partido para ser dado a nosotros como pan significa que Él dio Su cuerpo por nosotros para que pudiésemos tener Su vida; esto es, mediante el partimiento de Su cuerpo en la cruz, Cristo liberó la vida de Dios de Su interior a fin de impartirla en nosotros (12:24; 19:34). Cuando recibimos Su cuerpo partido, somos partícipes de Su vida. Cristo dio Su cuerpo como pan de vida para ser nuestro suministro de vida y nuestro disfrute.

  Comer el pan significa ingerir al Señor para digerirlo y asimilarlo orgánicamente a fin de que llegue a ser vida para nosotros. Así como el alimento que comemos, digerimos y asimilamos llega a ser nosotros mismos, el Señor como pan tiene por finalidad ser ingerido, comido, por nosotros como nuestro suministro de vida a fin de que Él llegue a ser nosotros. Cuando ingerimos a Cristo como nuestro alimento y le digerimos y asimilamos completamente dentro de nosotros, verdaderamente nos mezclamos con Él.

b. Con Su sangre para el nuevo pacto

  A continuación, 1 Corintios 11:25 dice: “Asimismo tomó también la copa, después de que hubieron cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí”. El pan es de vida (Jn. 6:35), y la copa es de bendición (1 Co. 10:16). Esta copa es el nuevo pacto que comprende todas las ricas bendiciones del Nuevo Testamento, incluyendo a Dios mismo. El nuevo pacto, un pacto lleno de bendición, fue establecido por la sangre del Señor, la cual Él derramó en la cruz para efectuar nuestra redención (Mt. 26:28).

  Según Lucas 22:20, la copa es el nuevo pacto o el título de propiedad que la sangre de Cristo hizo entrar en vigor y que testifica de la porción que recibimos de parte de Dios. La sangre de Cristo instituyó un nuevo pacto, un mejor pacto (He. 8:6-13), el cual se convirtió en el nuevo testamento después de Su resurrección (9:16-17). La sangre que Cristo derramó en la cruz se ha convertido en un pacto, y este pacto se ha convertido en una copa, una porción, la cual es Dios mismo como una bendición para nuestro disfrute. En este pacto Dios nos da perdón, vida, salvación y todas las bendiciones espirituales, celestiales y divinas. En breve, el Señor derramó Su sangre, Dios estableció el pacto y nosotros disfrutamos la copa, en la cual Dios y todo lo Suyo son nuestra porción eterna y bendecida.

  En 1 Corintios 11:24-25 la preposición en no sólo implica un propósito, sino también un resultado. Participar en la cena del Señor siempre produce un resultado, esto es, nos lleva a continuamente hacer memoria del Señor para satisfacerle a Él. Tomar la cena del Señor es recordar al Señor mismo comiéndole y bebiéndole. Hacer memoria del Señor auténticamente es comer el pan y beber la copa (v. 26), es decir, participar en el Señor y disfrutar de Él, quien se nos dio mediante Su muerte redentora. Comer el pan y beber la copa es ingerir al Señor como nuestra porción, nuestra vida y nuestra bendición. Esto es hacer memoria de Él de manera genuina.

c. Para que los creyentes coman y beban, anunciando Su muerte hasta que Él venga

  Cristo es objeto de la remembranza de los creyentes para que éstos coman y beban, declarando Su muerte hasta que Él venga. En 1 Corintios 11:26 Pablo dice que en la cena del Señor comemos este pan y bebemos esta copa. El pan y la copa son los elementos de la cena del Señor, un banquete, que Él estableció para que nosotros, Sus creyentes, podamos hacer memoria de Él al disfrutarle como tal banquete. Esto significa que debemos hacer memoria del Señor al comerle y beberle. En la cena del Señor participamos del pan y de la copa como símbolos de Su cuerpo y Su sangre para disfrutar al Señor mismo. Es al comer al Señor, beberle y disfrutarle que hacemos memoria de Él. La estrofa de Himnos, #103 que citamos a continuación nos habla de esto:

  Comer, beber queremos más, Tomándote en nuestro espíritu, Hasta que llenes todo nuestro ser, Y recordarte en plenitud.

  Cuanto más comemos de Él, le bebemos y le disfrutamos, más le rendimos verdadera remembranza. Hacer memoria del Señor no es simplemente recordar que Cristo es Dios quien se hizo hombre, vivió como un carpintero y fue perseguido, arrestado, juzgado y crucificado; más bien, hacer memoria de Él es comerle y beberle, esto es, disfrutarle. En otras palabras, no hacemos memoria del Señor mediante un ejercicio mental en el cual meditamos acerca del Señor, sino que hacemos memoria del Señor al ejercitar nuestro espíritu para alimentarnos de Él. Que hagamos memoria del Señor de tal modo proclama al universo entero que diariamente disfrutamos de Él como nuestro alimento y nuestra bebida. Él es nuestro banquete, nuestro deleite.

  Después de haber sido salvos y regenerados, debemos reunirnos para tomar la cena del Señor haciendo memoria del Señor al comer el pan y beber la copa. El primer día de cada semana debemos reunirnos para hacer memoria de Él al disfrutarle, es decir, al comerle y beberle. Al hacerlo, anunciamos al universo que diariamente vivimos al comer, beber y disfrutar a Jesús. Cuando venimos a comer la cena del Señor, venimos a establecer un testimonio para el universo, incluyendo a todos los ángeles, demonios, seres humanos y criaturas, en el sentido de que somos un grupo de personas que vivimos por Jesús al comerle, beberle y disfrutarle.

  En la cena del Señor no solamente hacemos memoria del Señor, sino que también anunciamos Su muerte hasta que Él venga. Siempre que comemos el pan y bebemos la copa, simultáneamente hacemos memoria del Señor y exhibimos Su muerte, una muerte redentora y que libera la vida (Jn. 19:34). En 1 Corintios 11:26 Pablo dice: “Todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga”. Aquí la palabra anunciáis significa declarar, proclamar o exhibir. Mientras recordamos al Señor, exhibimos Su muerte. De hecho, recordamos al Señor mismo anunciando y exhibiendo Su muerte al universo entero: a los demonios, a los ángeles y a los seres humanos. Cuando hacemos memoria del Señor, el pan y la copa son exhibidos separados entre sí sobre la mesa. El pan se refiere al cuerpo del Señor, y la copa se refiere a Su sangre; la separación del cuerpo y la sangre denota la muerte. Juntamente con esta exhibición de la muerte del Señor, proclamamos y anunciamos el aniquilamiento todo-inclusivo efectuado por Cristo en la cruz de doce cosas: la vida angélica (Col. 1:20), la vida humana (Gá. 2:20), Satanás (He. 2:14; Jn. 12:31), el reino de Satanás (Col. 2:15; Jn. 12:31), el pecado (2 Co. 5:21; Ro. 8:3), los pecados (1 P. 2:24; Is. 53:6), el mundo (Gá. 6:14; Jn. 12:31), la muerte (He. 2:14), la carne (Gá. 5:24), el viejo hombre (Ro. 6:6), el yo (Gá. 2:20) y toda la creación (Col. 1:20).

  Según 1 Corintios 11:26 hemos de anunciar la muerte del Señor hasta que Él venga. Esto indica que al partir el pan para hacer memoria del Señor y exhibir Su muerte, también estamos a la espera de Su venida. Al exhibir la muerte del Señor y así recordarle, debemos hacerlo en el espíritu y en la atmósfera de estar a la espera de Su venida. Tenemos una esperanza gloriosa: un día Cristo regresará y cambiará nuestro cuerpo (15:51-54). Cuando el cuerpo de nuestra humillación sea transfigurado, con lo cual será conformado al cuerpo de Su gloria en Su venida (Fil. 3:21), nuestra redención será completa (Ro. 8:23).

  Debemos tomar la cena del Señor para hacer memoria de Él anunciando Su muerte redentora sin cesar hasta que Él regrese a establecer el reino de Dios (Mt. 26:29). En Su primera venida el Señor llevó a cabo Su muerte para efectuar una redención todo-inclusiva a fin de producir la iglesia. Después de Su muerte, Él se fue para recibir el reino, y regresará con el reino (Dn. 7:13-14; Lc. 19:12). El período comprendido entre la primera y la segunda venida del Señor es la era de la iglesia. De esta manera la iglesia ocupa todo el intervalo entre la primera y la segunda venida del Señor y vincula Su muerte en el pasado con el reino de Dios en el futuro. Así pues, anunciar la muerte del Señor hasta que Él venga podría implicar también declarar la existencia de la iglesia a fin de traer el reino. Cuando comemos la cena del Señor de esta manera, con miras a hacer continuamente memoria de Él en Su primera y segunda venidas, esa cena llega a ser una satisfacción para Él en relación con el reino, la administración de Dios.

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