Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 306-322)»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS QUINCE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(21)

  En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo según lo revelado en 2 Corintios.

37. La fuente de consolación de los apóstoles

  En 2 Corintios 1:5-6 se nos revela a Cristo como fuente de consolación de los apóstoles: “De la manera que abundan para con nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación, la cual se opera en el soportar los mismos sufrimientos que nosotros también padecemos”. En el versículo 5 Pablo se refiere a los sufrimientos del Cristo. Aquí “sufrimientos” no se refiere a los sufrimientos que padecemos por amor a Cristo; más bien, se refiere a los propios sufrimientos de Cristo, de los cuales Sus discípulos son partícipes (Mt. 20:22; Fil. 3:10; Col. 1:24; 1 P. 4:13). Además, “el Cristo” designa la condición de Cristo; no es un nombre (Darby). Este versículo hace referencia al Cristo sufriente, Aquel que padeció aflicciones por Su Cuerpo conforme a la voluntad de Dios. Los apóstoles participaron de los sufrimientos de tal Cristo, y por medio de tal Cristo recibieron consolación. Según 2 Corintios 1:6 y 7, tanto su tribulación como su consolación servían al propósito de brindar consuelo a los creyentes.

  La consolación abundaba para los apóstoles, y la fuente de dicha consolación era Cristo. Así como los sufrimientos de Cristo constantemente abundaban para Pablo y sus colaboradores, del mismo modo por medio de Cristo también su consolación abundaba para la consolación de los creyentes que padecían los sufrimientos de Cristo. En la actualidad podemos disfrutar a Cristo como fuente de tal consolación a fin de abundar en cuanto a consolar a otros.

38. El Sí y el Amén

  En 2 Corintios 1:19-20 Cristo es presentado como el Sí y el Amén.

a. Para cuantas promesas hay de Dios, en Él está el Sí; a través de Él también es dado el Amén

  En 2 Corintios 1:20 Pablo dice: “Para cuantas promesas hay de Dios, en Él está el Sí, por lo cual también a través de Él damos el Amén a Dios, para la gloria de Dios, por medio de nosotros”. Cristo, a quien el Dios fiel prometió y a quien los apóstoles sinceros predicaron, no vino a ser sí y no, o sea no cambió, porque en Él está el Sí de todas las promesas de Dios, y a través de Él se tiene el Amén dado por los apóstoles y los creyentes a Dios para Su gloria. Cristo es el Sí, la respuesta encarnada, el cumplimiento de todas las promesas de Dios para nosotros.

  El Cristo ministrado por Pablo a los santos no era sí y no. El Cristo que él ministraba es siempre el Sí. Este Cristo también es el Amén en el universo. “El Amén” en el versículo 20 es el Amén que nosotros damos a Dios a través de Cristo (cfr. 1 Co. 14:16). Cristo es el Sí, y decimos Amén a este Sí delante de Dios; esto es para la gloria de Dios. Cuando decimos Amén delante de Dios al hecho de que Cristo es el Sí, el cumplimiento, de todas las promesas de Dios, Dios es glorificado por medio de nosotros. Cristo es el gran Sí y el Amén universal.

  La palabra nosotros en 2 Corintios 1:20 se refiere no sólo a los apóstoles, quienes predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios, sino también a los creyentes, los cuales recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles. A través de nosotros hay gloria para Dios cuando decimos Amén a Cristo, el gran Sí de todas las promesas de Dios.

b. La predicación que de Cristo hacía el apóstol era sí en Él

  En 2 Corintios 1:17-18 Pablo dice: “Así que, teniendo esta intención, ¿procedí acaso con inconstancia? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí sí, sí y no, no? Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es sí y no”. Aquí Pablo indica que él no era inconstante; no cambiaba de un sí a un no, ni tampoco de un no a un sí. Además, se defendió a sí mismo y a sus colaboradores diciendo que puesto que Dios es fiel, la palabra de la predicación de ellos no fue sí y no. Así que, no eran personas inconstantes, de sí y no. Lo que eran concordaba con su predicación. Vivían conforme a lo que predicaban. La palabra de la predicación de los apóstoles en 1:18, esto es, su palabra dirigida a los corintios, era su mensaje en cuanto a Cristo (v. 19).

  En 2 Corintios 1:17-18 se nos indica que Pablo era uno con el Dios fiel. Él era igual a Dios en cuanto a ser fiel. La palabra de Pablo dirigida a los corintios, las palabras de su ministerio, no eran sí y no. Pablo no era voluble. Desde la primera vez que vino a los corintios hasta que les escribió esta epístola, su predicación tuvo siempre el mismo tenor. No hubo alteración alguna en las palabras del ministerio.

  A continuación, en el versículo 19, Pablo dice: “Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido sí y no; mas nuestra palabra ha sido sí en Él”. La palabra porque introduce la razón de lo mencionado en el versículo anterior. Dios es fiel e inmutable, especialmente en cuanto a Sus promesas acerca de Cristo. Por consiguiente, la palabra que los apóstoles predicaban acerca de Cristo también era inmutable, porque el mismo Cristo prometido por Dios en Su palabra fiel y a quien ellos predicaban en su evangelio, no vino a ser sí y no. Más bien, en Él está el Sí. Puesto que el Cristo a quien predicaban conforme a las promesas de Dios no vino a ser sí y no, lo que ellos predicaban acerca de Él tampoco era sí y no. No sólo su predicación era conforme a lo que Cristo es, sino también su vivir. Ellos predicaban a Cristo y lo vivían. No eran hombres de sí y no, sino hombres que eran iguales a Cristo.

  La predicación que de Cristo hacía el apóstol jamás cambió; asimismo, en nuestra predicación respecto a Cristo, jamás debemos ser volubles. Podemos testificar que el tenor de nuestra predicación en este ministerio jamás cambió. Aunque hemos encontrado mucha oposición a este ministerio, en la actualidad nuestra predicación de Cristo continuará teniendo el mismo tenor. Nuestra predicación de Cristo es sí en Él.

39. El Ungido

  A fin de ser experimentado y disfrutado por nosotros, Cristo es también el Ungido. “El que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones” (vs. 21-22).

a. Dios adhiere firmemente a Cristo a los creyentes juntamente con los apóstoles

  Dios adhiere firmemente a Cristo a los creyentes juntamente con los apóstoles. Esto quiere decir que Dios ha adherido a los apóstoles, los ministros, juntamente con todos aquellos a quienes ellos ministraron. Tanto los apóstoles, que predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios y vivían a Cristo según lo que predicaban, como los creyentes, que recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles, estaban unidos a Cristo, habían sido hechos uno con Él, a través de quien decían Amén delante de Dios al gran Sí de las promesas de Dios, el cual es Cristo mismo. Pero no eran ellos, sino Dios quien los había adherido a Cristo. Su unión con Cristo provenía de Dios y fue realizada por medio de Dios; no provenía de ellos mismos ni fue realizada por medio de ellos mismos.

  En 2 Corintios 1:21 Pablo se refiere a que ellos juntamente con los creyentes son firmemente adheridos a Cristo, el Ungido (Dn. 9:26; Jn. 1:41). Las palabras griegas aquí traducidas “nos adhiere firmemente con vosotros” también podrían traducirse “nos vincula firmemente con vosotros”. La palabra traducida “adhiere” literalmente significa “establece”. Dios establece a los apóstoles juntamente con los creyentes en Cristo. Esto significa que Dios adhiere firmemente a los apóstoles, junto con los creyentes, a Cristo, el Ungido. Por tanto, los apóstoles y los creyentes no sólo son uno con Cristo, el Ungido, sino también los unos con los otros, compartiendo la unción que Cristo ha recibido de Dios.

b. Dios unge a los creyentes por medio de Cristo

  En griego Cristo significa “el Ungido”. Cristo, el Ungido, está lleno del ungüento, lleno de la unción. Él es el Hijo de Dios a quien Dios ungió más que a Sus socios, Sus compañeros (He. 1:9). Dios adhiere a los apóstoles con los creyentes a este Ungido. El ungüento fluye en nosotros debido a que fuimos adheridos a Él. Puesto que Dios nos ha unido a Cristo, el Ungido, espontáneamente somos ungidos por Dios juntamente con Él.

  En 2 Corintios 1:21 se nos dice que Dios nos adhiere firmemente y nos unge. Él nos ha ungido adhiriéndonos al Ungido. En el universo sólo hay una Persona que ha sido ungida por Dios. Éste es Cristo, el Ungido. Ahora todos estamos en este Ungido. Puesto que somos miembros de Cristo, también formamos parte del Ungido. Debido a que fuimos unidos al Ungido universal, nosotros también hemos sido ungidos.

  Los apóstoles, juntamente con los creyentes, fueron adheridos a Cristo, el Ungido. Este Ungido es también la unción. La unción es el ungüento en movimiento, es decir, el mover y operar del Espíritu vivificante y todo-inclusivo, el cual está dentro de nosotros. Por medio de tal Cristo, quien es tanto el Ungido como la unción, Dios ungió a los creyentes. La unción imparte Su sustancia, Su esencia, en nuestro ser. Dios ungió a Cristo y a nosotros con Él mismo como ungüento divino. Cuanto más somos ungidos por Dios, más recibimos el elemento de la naturaleza divina de Dios. La unción tiene por finalidad la impartición del elemento divino en nosotros. Dios imparte todos Sus ingredientes divinos y elementos constituyentes en nosotros por medio de Su unción.

  En cierto sentido, los creyentes que fueron regenerados han sido todos adheridos a Cristo; no obstante, en nuestra experiencia, el grado en que seamos adheridos a Cristo dependerá de cuánta unción hayamos recibido. Cuanto más unción recibimos, más somos adheridos a Cristo. Si vivimos y hacemos las cosas bajo la unción, esta unción nos enseña todas las cosas (1 Jn. 2:27). Cuando andamos en conformidad con esta unción, tenemos el sentir de estar adheridos a Cristo. Si atendemos a la unción interna, es decir, si nos conducimos y actuamos en conformidad con la unción interna, en términos de nuestra experiencia estamos adheridos a Cristo, el Ungido. Día tras día el Espíritu que unge nos unge con los ingredientes y elementos constituyentes de Dios, los elementos de Dios mismo. Si andamos diariamente y nos conducimos en conformidad con esta unción, Dios mismo será añadido a nosotros e impartido en nosotros.

c. Dios sella a los creyentes por medio de Cristo

  Por medio de Cristo, Dios selló a los creyentes a fin de imprimir en ellos la imagen de Dios. Puesto que Dios nos ungió con Cristo, Él también nos selló en Él. No debemos considerar el sellar como algo separado del ungir. En realidad, el ungir implica el sellar. Al estar bajo el ungir, este ungir se convierte en un sellar. De este modo llegamos a ser diferentes de los demás. Además, el sello es la imagen de Dios; el sello hace que tengamos la semejanza de Dios. Primero Dios, mediante la unción, añade la esencia de Él mismo a nuestro ser. Después, esta unción nos sella con la esencia de Dios y hace de nosotros la imagen de Dios. En otras palabras, somos primero ungidos a fin de recibir la esencia divina en nuestro ser; después, somos sellados a fin de que la imagen divina sea impresa en nosotros.

  El sellar hace que los elementos divinos formen una impresión que expresa la imagen de Dios. Tenemos la marca del Espíritu como sello viviente que nos hace portadores de la imagen de Dios. Si experimentamos el Espíritu que sella, cuando los demás entren en contacto con nosotros, ellos tendrán el sentir de que Dios ha sido formado dentro de nosotros (Gá. 4:19).

d. Dios nos da en arras el Espíritu en nuestros corazones por medio de Cristo

  En 2 Corintios 1:22 Pablo también dice que Dios nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones. Las arras del Espíritu es el Espíritu mismo como arras (5:5). El sello es una señal que nos marca como herencia de Dios, Su posesión, como personas que pertenecen a Dios. Las arras son una prenda que garantiza que Dios es nuestra herencia, o posesión, y que Él nos pertenece. El Espíritu dentro de nosotros es las arras, la prenda, de Dios como nuestra porción en Cristo.

  El Espíritu no solamente es la unción y el sello, sino también las arras. Las arras constituyen una garantía, un anticipo o pago adelantado. El Espíritu es las arras de nuestra herencia y, como tal, nos garantiza que recibiremos el pleno disfrute de Dios mismo como nuestra herencia divina (Ef. 1:13-14). Tenemos al Espíritu para disfrutarlo, para saborearlo, y el Espíritu es dulce a nuestro paladar espiritual. La vida cristiana no consiste en meditar en nuestra mente, sino en gustar del Señor en el espíritu (Sal. 34:8; 1 P. 2:3). Podemos gustar de las cosas celestiales y de las cosas del siglo venidero (He. 6:4-5) por el Espíritu. El Espíritu también transmite las cosas en la eternidad y en la Nueva Jerusalén a nosotros debido a que Él es el Espíritu eterno (9:14). Debemos disfrutar día tras día al Espíritu que mora en nosotros como tal anticipo.

  El Espíritu transmite todas las cosas y elementos celestiales de Cristo a nuestro ser, no para que adquiramos un conocimiento mental de tales cosas, sino para que gustemos de ellas y las disfrutemos. Debemos continuamente gustar de las cosas celestiales, espirituales y eternas por el Espíritu. Todo cuanto se halla en la Nueva Jerusalén está incluido en el Espíritu, el cual nos fue dado como un anticipo, una muestra, del pleno disfrute del Espíritu que tendremos en las eras venideras. La cantidad del Espíritu que tenemos en esta era es menor que la que recibiremos en las eras venideras, pero su calidad y gusto son los mismos. Debemos aprender a gustar del Señor al invocar Su nombre continuamente.

  Al adherirnos Dios a Cristo se producen tres resultados: (1) la unción que nos imparte los elementos de Dios; (2) el sello que, con los elementos divinos, forma en nosotros una impresión que expresa la imagen de Dios y (3) las arras que nos dan un anticipo como muestra y garantía de que gustaremos plenamente de Dios.

  Como creyentes, tenemos al Espíritu Santo como la unción, el sello y las arras, todo lo cual es para nuestro pleno disfrute de Cristo. Día tras día debemos estar bajo la unción, el sellar y el darse en arras del Espíritu Santo. Estos tres asuntos — el ungir, el sellar y el darse en arras— en realidad son uno solo. Ellos son una sola cosa con tres aspectos. Primero, somos ungidos; después, somos sellados; y luego tenemos las arras a manera de garantía. Tenemos la esencia, la imagen y la garantía, todo lo cual constituye el Dios procesado que ahora es el Espíritu. El Espíritu es el ungüento con el cual somos ungidos, la esencia con la cual somos sellados, y las arras que nos garantizan que Dios nos pertenece y que Él es nuestra porción. Debido a que hemos sido ungidos y sellados y hemos recibido las arras, ahora somos aptos y estamos equipados para vivir al Cristo inalterable.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración