
En 2 Corintios 4:4-7 se nos muestra que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como la imagen de Dios y como el tesoro. La imagen de Dios se refiere a Cristo como nuestra expresión externa, mientras que el tesoro se refiere a Cristo como nuestro contenido interno. Por fuera, debemos manifestar a Cristo como imagen de Dios; y por dentro, debemos tener a Cristo como tesoro. Debemos entrar en el disfrute rico y pleno de este Cristo.
En 2 Corintios 4:4 Pablo habla de “Cristo, el cual es la imagen de Dios”. La imagen de Dios es un tema que preocupa a muchos maestros de la Biblia. Es extremadamente difícil entender y definir qué es la imagen de Dios. El Nuevo Testamento nos dice dos veces que Cristo es la imagen de Dios. Aparte del versículo mencionado anteriormente, Pablo también se refiere a Cristo como Aquel que es la imagen de Dios en Colosenses 1:15. La expresión la imagen del Dios invisible implica que si bien Dios mismo es invisible, Su imagen es visible. El Dios invisible tiene una imagen visible, y esta imagen es Cristo. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Esto significa que Cristo, el Hijo unigénito de Dios, vino al hombre para expresar lo que Dios es. Que Cristo sea la imagen de Dios significa que Él es la expresión de Dios. Aunque Dios es invisible, Él es expresado por una persona viviente, esto es, por Jesucristo, el Hijo de Dios. Esta persona viviente como expresión de Dios es la imagen de Dios.
En 2 Corintios 4:4 Pablo se refiere a que “no les resplandezca la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”. Este versículo indica que los términos Dios, imagen, Cristo, gloria, evangelio e iluminación se encuentran todos en mutua aposición; por tanto, todos ellos se refieren a la misma persona maravillosa. Dios es la imagen, la imagen es Cristo, Cristo es la gloria, la gloria es el evangelio y el evangelio es la iluminación. En primer lugar, la expresión la imagen de Dios muestra que la imagen se encuentra en aposición a Dios mismo. Dios, quien es la fuente, tiene una imagen, y esta imagen es simplemente Dios mismo. Si vemos la imagen de Dios, vemos a Dios; si Dios desaparece, Su imagen también desaparece. Puesto que en el versículo 4 la imagen y Dios están en aposición mutuamente, ellos son uno. Por tanto, la imagen de Dios es nada menos que Dios mismo.
En segundo lugar, como ya hicimos notar, la imagen de Dios es Cristo. Cristo, como imagen de Dios, es la expresión del Dios invisible. En tercer lugar, Cristo es la gloria. Esto es confirmado por Hebreos 1:3, que dice que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios. En cuarto lugar, Cristo, la gloria, es el evangelio. Hechos nos dice que los creyentes predicaban el evangelio de Cristo Jesús (5:42; 8:35; 11:20; 17:18). Esto muestra que el evangelio no es algo separado de Cristo mismo, sino que Cristo es el evangelio. En la actualidad, algunos cristianos en su predicación separan el evangelio de Cristo mismo. Pero según la revelación divina de la Biblia, el evangelio es una persona viviente: Cristo. Cristo, quien es el evangelio, es la imagen de Dios, y la imagen de Dios es Dios. Por tanto, el evangelio es Dios mismo corporificado y expresado en Cristo.
En quinto lugar, el evangelio es la iluminación, el resplandor. El evangelio es el evangelio de la gloria de Cristo, que ilumina, irradia y resplandece en el corazón del hombre. Cuando el evangelio vino a nosotros, lo hizo al resplandecer en nosotros, y este resplandor introdujo en nuestro ser a Cristo, quien es la imagen del Dios Triuno procesado. Como resultado, Cristo, la persona viviente, fue irradiado a nuestro ser. Muchos creyentes pueden testificar que cuando oyeron el evangelio de Cristo, cierta impresión de Cristo quedó grabada en ellos. Aunque hayan intentado rechazar tal impresión de Cristo o borrarla de su ser, les resultaba imposible hacerlo. Una vez que tal impresión de Cristo es irradiada dentro de nosotros, ella permanece con nosotros para siempre. Esta iluminación es el evangelio, este evangelio es la gloria, esta gloria es Cristo, Cristo es la imagen de Dios y, como tal, Cristo es Dios. Por tanto, lo que ha sido irradiado a nuestro ser es una persona viviente: el Dios Triuno corporificado en Cristo, quien es la imagen, la expresión, de Dios.
Además, debemos ver que el evangelio de la gloria de Cristo primero resplandece en nuestro interior, y después resplandece al ser irradiada desde nuestro interior. Cuanto más la gloria resplandece dentro de nosotros, más ella penetra en nuestro ser y lo satura. Con el tiempo, la gloria interna consumirá, sorberá, todo nuestro ser interno. Después, la luz del evangelio de la gloria de Cristo resplandecerá a través de nosotros. Tal resplandor no puede producirse mediante enseñanzas, sino únicamente experimentando al Cristo que es, Él mismo, la gloria de Dios y la manifestación de Dios. Alabamos al Señor que Cristo haya resplandecido en las profundidades de nuestro ser, que ahora Él resplandece dentro de nosotros y que Él resplandecerá en todo nuestro ser interior. Por tanto, debemos prestar atención al resplandor interno de Cristo como gloria dentro de nosotros. La meta de la economía de Dios es que todos irradiemos Su gloria. Al estar bajo tal resplandor, Cristo nos satura consigo mismo y nosotros disfrutamos la dulzura del Cristo que vive en nosotros para ser nuestra vida y nuestra persona.
En 2 Corintios 4:4 se nos habla de “la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo”, con lo cual se hace referencia a cuatro asuntos: la iluminación, el evangelio, la gloria y Cristo. A continuación, el versículo 6 dice: “El mismo Dios que dijo: De las tinieblas resplandecerá la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. El resplandecer de Dios en nuestros corazones resulta en la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo, esto es, en la iluminación que nos permite conocer la gloria del evangelio de Cristo. Esta iluminación, este resplandecer, que nos da a conocer el evangelio de la gloria de Cristo, es producto de que Dios resplandezca en nuestros corazones. Cuando Dios resplandeció en el universo, fue producida la vieja creación. Al resplandecer en nuestros corazones, Dios nos ha hecho una nueva creación, debido a que este resplandecer introduce en nosotros, vasos de barro, el maravilloso tesoro de la gloria de Cristo.
Dios resplandece en nuestros corazones para iluminarnos a fin de que conozcamos la gloria que está en la faz de Cristo. La gloria de Dios manifestada en la faz de Jesucristo es el Dios de gloria expresado por medio de Jesucristo, quien es el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3); conocerlo a Él es conocer al Dios de gloria. En particular, la “iluminación” mencionada en 2 Corintios 4:6, la cual se refiere al resplandor de la luz de Dios sobre otros por medio de aquellos cuyos corazones han sido iluminados por Dios, corresponde a la “manifestación de la verdad” en el versículo 2 y equivale al “alumbrar” en Mateo 5:16 y al “resplandecer” en Filipenses 2:15. Dios resplandece en nuestros corazones para que nosotros alumbremos a otros a fin de que ellos tengan el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo, es decir, el conocimiento de Cristo, quien expresa y declara a Dios (Jn. 1:18).
El resplandor de Dios en nuestros corazones está en la faz de Cristo. A fin de experimentar el resplandor de Dios, debemos tener un contacto directo, personal e íntimo con Cristo. Este contacto hará que Dios resplandezca en nuestros corazones. Dios puede resplandecer sobre nosotros, pero si queremos que Él resplandezca en nosotros debemos tener un contacto directo e íntimo con Él. Ésta es la razón por la cual invocamos el nombre del Señor Jesús. Cuando invocamos al Señor, somos introducidos en un contacto cara a cara con Él y experimentamos el resplandor de Dios en nuestro corazón. Únicamente cuando tenemos tal contacto directo, personal e íntimo con el Señor tenemos el resplandecer interno. Siempre que invocamos al Señor de una manera afectuosa e íntima, nos encontramos ante Su rostro, y el resplandor de Dios está en nuestro corazón. Entonces podemos irradiar aquello que hemos recibido para que resplandezca la gloria del evangelio de Cristo.
En nuestra predicación del evangelio debe haber una iluminación, un resplandecer. Debemos predicar el evangelio de una manera muy iluminadora. Esto significa que mientras predicamos, Dios resplandece en los corazones de aquellos a quienes hablamos. También es necesario que les ayudemos a invocar el nombre del Señor Jesús a fin de que ellos sean traídos ante la faz de Cristo, tengan un contacto personal con Él y experimenten el resplandor de Dios en sus corazones. Predicar de este modo es presentar no meramente un evangelio que consiste en ciertos hechos, sino el evangelio de la gloria. Quienes reciban el evangelio de la gloria tendrán a Cristo como precioso tesoro impartido en ellos. Entonces, al igual que nosotros, ellos serán vasos de barro que contengan ese tesoro.
En 2 Corintios 4:7 Pablo dice: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Al resplandecer Dios en nuestros corazones es introducido en nosotros un tesoro: el Cristo de gloria, quien es la corporificación de Dios para ser nuestra vida y nuestro todo. Debido a tal resplandecer en nuestros corazones, tenemos este tesoro, un tesoro asombroso, precioso y maravilloso. El tesoro en frágiles vasos de barro es Dios mismo en Cristo, quien resplandece en nuestro interior. Pero los que contenemos este tesoro somos vasos de barro, sin valor y frágiles. ¡Un tesoro inestimable está dentro de vasos sin valor! Esto ha hecho que los vasos sin valor sean ministros del nuevo pacto, con un ministerio inestimable. Esto ha sido llevado a cabo por el poder divino en resurrección. La excelencia del poder ciertamente es de Dios y no de nosotros mismos.
El tesoro es el Cristo glorioso, la corporificación de Dios, quien llega a ser nuestra vida y todo para nosotros. Este tesoro, el Cristo que mora en nosotros los vasos de barro, es la fuente divina de la provisión para la vida cristiana. Es por medio del poder excelente de este tesoro que los apóstoles, como ministros del nuevo pacto, pudieron vivir una vida crucificada, de tal modo que se manifestara la vida de resurrección de Cristo, a quien ministraban. De esta manera, ellos manifestaban la verdad (v. 2) para que resplandeciera el evangelio.
La expresión este tesoro en el versículo 7 hace referencia al versículo 6, donde Pablo menciona la faz de Jesucristo. La palabra griega traducida “faz” en el versículo 6 es la misma palabra traducida “persona” en 2:10, la cual se refiere a la parte que está alrededor de los ojos, la expresión que muestra los pensamientos y sentimientos internos, la cual exhibe y manifiesta todo lo que la persona es. Esto indica que a menos que tengamos con nosotros la expresión de la faz de Cristo, Él no puede ser un tesoro para nosotros en realidad. No percibiremos que tenemos un tesoro dentro de nosotros hasta que veamos la faz de Jesucristo. Por un lado, todos podemos declarar que somos vasos de barro y que Cristo es el tesoro dentro de nosotros. Por otro, debemos ver que es únicamente cuando vivimos en la presencia de Cristo, contemplando la expresión de Su ser, que percibiremos que Él es un tesoro para nosotros. En el universo entero no hay nada más precioso que contemplar la faz de Jesucristo. Cuanto más vivamos en Su presencia, más percibiremos Su presencia.
Si aprendemos a renunciar a nuestra vieja persona y, en lugar de ello, tomamos a Cristo como nuestra persona al contemplar la expresión de Su mirada y disfrutar Su presencia, entonces tendremos el dulce sentir de la preciosidad del Cristo que mora en nosotros. Esta experiencia hará no solamente que estemos contentos, sino también que resplandezcamos; la gloria de Cristo será irradiada desde nuestro interior.
El Cristo de gloria como tesoro excelente es recibido por los creyentes mediante la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo. Debemos recordar que dentro de nosotros tenemos un tesoro: una persona viviente que es más excelente que el mundo. No hay persona en todo el mundo más excelente que Cristo; no hay nada más excelente que Él. Puesto que tenemos a Cristo como tesoro, esto es, como el más excelente y precioso de todos, no amamos al mundo. No es que no debemos amar al mundo, sino que el mundo es inferior al tesoro, al Cristo excelente y precioso. Atesoramos al Señor más que al mundo.
La iluminación del evangelio de la gloria de Cristo, quien es la imagen de Dios, ha resplandecido en nosotros. El evangelio de la gloria de Cristo en 4:4 corresponde al conocimiento de la gloria de Dios en el versículo 6. Debemos percatarnos de que según el versículo 6, la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios está en la faz de Jesucristo. Esto indica que el evangelio predicado por el apóstol no era una doctrina, una teología ni una enseñanza; más bien, era una persona preciosa en cuya faz podemos ver la gloria de Dios, la imagen de Dios. Cuando experimentamos la gloria de Dios resplandeciendo en la faz de Jesucristo, este resplandor nos introduce en Cristo, la imagen de Dios. Nos sentimos atraídos a tal Cristo.
A continuación, en 2 Corintios 4:7 Pablo dice: “Para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. La palabra griega para “excelencia” también significa eminencia, grandeza incomparable, grandeza que lo excede todo. En nosotros mismos no somos nada más que vasos de barro; somos pecaminosos, caídos y viles. Como tales, no tenemos el poder de manifestar la verdad ni de irradiar la gloria del evangelio. La excelencia del poder no es nuestra, sino de Dios. Aunque somos vasos de barro sin valor, Dios ha hecho que este precioso tesoro sea introducido en nosotros al resplandecer en nosotros. Ahora, este tesoro se convierte en la fuente de poder que nos vigoriza y capacita para irradiar la gloria de Dios y manifestar la verdad.
Debemos ver que Cristo, como tesoro maravilloso en vasos de barro, nos infunde poder y vigor desde nuestro interior. Él nos suministra continuamente el poder excelente mediante Su impartición, con lo cual nos reconstituye a nosotros —vasos sin valor y débiles— en ministros del nuevo pacto (3:6). Como creyentes, tenemos a Cristo que opera dentro de nosotros como un tesoro viviente y activo. Este tesoro incluso nos constriñe a hacer ciertas cosas (5:14). Este tesoro es el poder, la fuente de fortaleza, para que los apóstoles se conduzcan de manera que irradien el evangelio y manifiesten la verdad.
Somos vasos de barro que contienen al Cristo de gloria como tesoro excelente. Estos vasos son como una cámara fotográfica moderna, en los cuales Cristo, la imagen, entra por medio del destello del resplandor de Dios. El resplandor de la realidad de Cristo es el tesoro en nosotros, los vasos de barro. Externamente, somos vasos de barro, pero internamente tenemos un tesoro de valor inestimable: Cristo como corporificación del Dios Triuno, quien es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Este tesoro tiene poder, y dicho poder es excelente. Cristo como Espíritu vivificante en nosotros es Aquel que resplandece y opera. Éste es el tesoro que tenemos en nosotros.
Por dentro, tenemos a Cristo como tesoro excelente; por fuera, somos portadores de Cristo como imagen de Dios, Aquel que es la corporificación y expresión del Dios Triuno. Según Hebreos 1:3, Cristo es el resplandor de la gloria de Dios, es decir, Él es la expresión de la imagen de Dios. Cuando creímos en el Señor Jesús, recibimos más que simplemente un Redentor; recibimos a Aquel que es el más excelente de todos, la excelencia suprema, en el universo. Mediante el resplandor del evangelio, Cristo fue irradiado al interior de nuestro ser. Ahora Cristo, la corporificación y expresión del Dios Triuno, está en nosotros. Por dentro, tenemos a Cristo como tesoro excelente; por fuera, le tenemos a Él como imagen, la expresión, de Dios. Es necesario que diariamente experimentemos y disfrutemos a Cristo como tesoro por dentro y como imagen de Dios por fuera.