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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 323-345)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS TREINTA Y SEIS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(42)

64. El Creador del nuevo hombre

  Efesios 2:11-12 revela que Cristo es el Creador del nuevo hombre.

a. Su redención acogió a los gentiles que habían sido alejados

  Efesios 2:11-13 indica que según nuestro estatus, los gentiles habíamos sido alejados de Dios, de Cristo, del reino de Dios, de las bendiciones de Dios, de la promesa de Dios y de todo lo relacionado con Dios. En particular, nosotros, los gentiles que habíamos sido alejados, estábamos separados de Israel, del pueblo escogido de Dios, pero la redención efectuada por Cristo nos acogió trayéndonos a Dios e Israel, haciéndonos uno con el pueblo escogido de Dios.

  En Efesios 2:11 Pablo dice: “Recordad que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión, hecha por mano en la carne”. Este versículo indica que una vez fuimos gentiles en la carne. El hombre que Dios creó para cumplir Su propósito era puro, sin pecado ni mixtura negativa alguna. No obstante, el pecado, la naturaleza maligna de Satanás, entró en el hombre por medio de la caída. Primero, hizo que el cuerpo del hombre se convirtiera en la carne, llena de concupiscencias, y finalmente hizo que el hombre en su totalidad llegara a ser la carne. Así que, el hombre fue dañado y quedó imposibilitado para cumplir el propósito de Dios. Luego Dios intervino y llamó a un linaje —a Abraham y sus descendientes— de entre la humanidad caída. Para llevar a cabo Su propósito, Dios les mandó circuncidarse, es decir, renunciar a su carne. Esto significaba que estaban separados de la humanidad caída y habían sido librados de la condición caída. La circuncisión constituyó una gran distinción entre ellos y el resto de la humanidad. El pueblo circuncidado era llamado “la circuncisión”, que denotaba aquellos que estaban separados de la situación caída. El resto de la humanidad era llamado “la incircuncisión”, lo cual denotaba a quienes permanecían en tal estado caído. Éstos eran los gentiles en la carne; nosotros también pertenecíamos a esta categoría antes de estar en Cristo.

  El versículo 12 dice: “Recordad que en aquel tiempo estabais separados de Cristo”. Cristo, quien es la corporificación de todas las bendiciones de Dios para Su pueblo escogido, vino de Israel, el pueblo circuncidado. Puesto que nosotros, los gentiles incircuncisos, estábamos alejados de Israel, estábamos separados de Cristo y no teníamos nada que ver con Él.

  El versículo 12 también dice que estábamos “alejados de la ciudadanía de Israel”. Aquí “ciudadanía” se refiere a los derechos civiles del pueblo escogido de Dios, tales como el gobierno, la bendición y la presencia de Dios. Por la caída, el hombre perdió todos los derechos que Dios había planeado para él en Su creación. Dios llamó a Abraham, y por medio de la circuncisión devolvió a Su pueblo escogido todos estos derechos. Nosotros, como gentiles incircuncisos, estábamos alejados de tales derechos.

  Además, el versículo 12 dice que como gentiles en la carne, éramos ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Dios está en Cristo; Él reina y actúa en la ciudadanía de Israel y concede Sus bendiciones conforme a Sus pactos. Cuando estábamos alejados de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa de Dios, estábamos sin Dios; no disfrutábamos a Dios.

  Efesios 2:13 continúa diciendo: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. Aquí pero ahora es una frase preciosa, la cual indica que ahora en Cristo tenemos esperanza y también tenemos a Dios. En otro tiempo estábamos lejos de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa de Dios. Esto equivale a estar lejos de Dios y de todas Sus bendiciones. Pero ahora, en Cristo, quienes en otro tiempo estábamos lejos, fuimos hechos cercanos a las cosas de las cuales habíamos sido alejados. Estábamos lejos porque habíamos caído; pero la sangre redentora de Cristo nos trajo de nuevo (1:7; Col. 1:20). Así que, en esta sangre hemos sido hechos cercanos a Israel y a Dios.

b. Su muerte abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, derribó la pared intermedia de separación y eliminó la enemistad a fin de crear en Sí mismo de los dos pueblos un solo y nuevo hombre

  Efesios 2:14-15 indica que la muerte de Cristo abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, derribó la pared intermedia de separación y eliminó la enemistad a fin de crear en Sí mismo de los dos pueblos un solo y nuevo hombre. Los conflictos entre Israel, el pueblo escogido de Dios, y nosotros, los gentiles alejados, son atribuibles a tres ordenanzas principales del judaísmo: la práctica de la circuncisión, la observancia de las regulaciones dietéticas y guardar el Sábado. Estas ordenanzas eran obstáculos que separaban a los gentiles del pueblo escogido de Dios. Pero Cristo anuló estos obstáculos en la cruz. Cuando Él fue crucificado, Él trajo todas las ordenanzas a la cruz; en la cruz todas estas ordenanzas fueron crucificadas (Col. 2:14). De este modo, Cristo derribó la pared intermedia de separación que consistía en ordenanzas y, con ello, eliminó la enemistad, la cual había sido creada entre los judíos y gentiles mediante las ordenanzas, con la finalidad de crear en Sí mismo de judíos y gentiles un solo y nuevo hombre.

  Cristo derribó la pared intermedia de separación que existía entre los judíos y los gentiles, aboliendo la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. La pared intermedia de separación es la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, la cual fue instituida debido a la carne del hombre. La pared intermedia de separación, la cual es la distinción (hecha principalmente por la circuncisión) entre la circuncisión y la incircuncisión, llegó a ser la enemistad entre los judíos y los gentiles. El hecho de que Cristo puso fin a la enemistad era la demolición de la pared intermedia de separación y la abolición de las ordenanzas que acarreaban discordia entre judíos y gentiles.

  La ley de los mandamientos expresados en ordenanzas no es la ley de los mandamientos morales, sino la ley de los mandamientos rituales compuestos principalmente de la práctica de la circuncisión, observar las regulaciones dietéticas y guardar el Sábado. Estas ordenanzas eran las “columnas” principales del judaísmo. Los mandamientos morales nunca serán abolidos, pero los mandamientos rituales estuvieron vigentes sólo durante un tiempo específico, dispensacionalmente, y por eso no son permanentes.

  Las ordenanzas son ritos, las formas o maneras de vivir y adorar, que crean enemistad y división. Toda persona tiene su propia manera de vivir. Debemos tener cuidado a fin de que nuestra propia manera de vivir o adorar no llegue a ser una ordenanza. Para practicar la vida de iglesia apropiada, debemos rechazar y abandonar todas las ordenanzas.

  Con relación a nuestra manera de vivir, todos debemos aprender a no tener ordenanzas. Tenemos que aprender a aborrecer las diferencias que dividen a las personas. La gente del mundo considera las diferencias culturales como marca de prestigio, pero en Cristo todos hemos perdido este prestigio. Ahora nuestro único prestigio es Cristo y la unidad genuina. Si estamos dispuestos a renunciar a nuestro orgullo cultural, el Señor podrá obtener la vida de iglesia apropiada.

  Que la pared intermedia de separación fuese derribada tiene por finalidad que haya un solo y nuevo hombre. Si mantenemos nuestras diferencias, será imposible que tengamos la vida de iglesia como nuevo hombre. Las ordenanzas básicas —aquellas referentes a la circuncisión, las regulaciones dietéticas y el Sábado— habían sido ordenadas por Dios, pero fueron abolidas por Cristo en la cruz. Si las ordenanzas básicas han sido abolidas, ¿cuánto más las ordenanzas menores también deberán ser abolidas? No debemos observar ninguna ordenanza ni crear nuevas. Por la gracia del Señor, tenemos que aprender a renunciar a todas las diferencias entre nosotros a fin de disfrutar la vida de iglesia como nuevo hombre.

  Debemos prestar mucha atención a dos frases del versículo 15: en Su carne y en Sí mismo. En Su carne, Cristo dio fin a todas las cosas negativas que había en el universo, a saber: Satanás, el pecado, la carne del hombre caído, el mundo, la vieja creación representada por el viejo hombre y las ordenanzas de la ley que hacían separación (He. 2:14; Ro. 8:3; Jn. 1:29; Gá. 5:24; Jn. 12:31; Ro. 6:6; Ef. 2:15). En Él mismo como esfera, elemento y esencia, Cristo creó de judíos y gentiles un solo y nuevo hombre. Debemos proclamar: “Primero, yo estaba en la carne de Cristo; ahora, estoy en Cristo mismo. En Su carne fui aniquilado en la cruz, pero en Cristo mismo fui creado como parte del nuevo hombre”.

  Cristo no se detuvo en la aniquilación de las cosas negativas. La muerte es el umbral de la resurrección, pues ella nos introduce en la resurrección. Aunque Cristo en la carne fue crucificado, esta muerte lo introdujo en la resurrección. En resurrección Él ya no está en la carne, sino que Él es el Espíritu maravilloso. Fue en Su carne que nosotros, el viejo hombre, fuimos aniquilados, pero es en el Espíritu maravilloso que fuimos creados como un solo y nuevo hombre. Cuando nuestro viejo hombre y nuestra vieja naturaleza fueron crucificados, las ordenanzas relacionadas con nuestra naturaleza caída fueron eliminadas. Entonces, en la resurrección de Cristo y en Su Espíritu maravilloso, fuimos creados como un solo y nuevo hombre.

  Cristo no sólo es el Creador de un solo y nuevo hombre, la iglesia, sino que también es la esfera en la cual y el medio por el cual fue creado el nuevo hombre. Él es el elemento mismo del nuevo hombre, y como tal, hace que la naturaleza divina de Dios sea una sola entidad con la humanidad. La palabra griega traducida “en” también puede denotar el elemento, lo cual significa “con”, e implica que el nuevo hombre fue creado con Cristo como su esencia divina.

  Cristo creó un solo y nuevo hombre, la iglesia, forjando la naturaleza divina de Dios en la humanidad. Forjar la naturaleza divina en la humanidad fue algo nuevo. Por consiguiente, fue un acto de creación. En la vieja creación, Dios no forjó Su naturaleza en ninguna de Sus criaturas, ni siquiera en el hombre. Sin embargo, en la creación del nuevo hombre, la naturaleza de Dios fue forjada en el hombre para hacer que la naturaleza divina de Dios sea una sola entidad con la humanidad.

  En la creación del nuevo hombre, primero nuestro hombre natural fue crucificado por Cristo, y después, mediante la crucifixión del viejo hombre, Cristo impartió la vida divina en nosotros, haciendo que lleguemos a ser una nueva entidad, una nueva invención de Dios (Ro. 6:6; 2 Co. 5:17). Los judíos y los gentiles estaban extremadamente separados por las ordenanzas divisorias. Pero los dos fueron creados en Cristo con la esencia divina para ser una sola y nueva entidad, la cual es el hombre corporativo, la iglesia.

  La iglesia no sólo es la iglesia de Dios, el Cuerpo de Cristo (la plenitud, la expresión, de Aquel que todo lo llena en todo, Ef. 1:23), la familia de Dios, la casa, el templo y la morada de Dios (2:19, 21-22), sino que también es un solo y nuevo hombre, el cual es corporativo y universal, creado de dos pueblos, los judíos y los gentiles, y compuesto de todos los creyentes, quienes, aunque son muchos, son un solo y nuevo hombre en el universo.

  Dios creó al hombre como una entidad colectiva (Gn. 1:26), pero el hombre corporativo creado por Dios fue dañado por la caída del hombre. Por tanto, era necesario que Dios produjera un nuevo hombre. Esto se realizó por medio de la obra de Cristo al abolir en Su carne las ordenanzas y crear en Sí mismo el nuevo hombre.

c. Él mismo llega a ser nuestra paz

  Haciendo referencia a Cristo, Efesios 2:14 dice: “Él mismo es nuestra paz”. La palabra nuestra se refiere a los creyentes judíos y gentiles. Mediante la sangre de Cristo hemos sido hechos cercanos a Dios y al pueblo de Dios. Cristo mismo, quien ha realizado una redención completa para los creyentes judíos y gentiles, es nuestra paz, nuestra armonía, haciendo que los creyentes judíos y gentiles sean uno. Debido a la caída de la humanidad y al llamamiento del linaje escogido, hubo una separación entre Israel y los gentiles. Por medio de la redención de Cristo esta separación ha sido eliminada. Ahora, en el Cristo redentor, quien es el vínculo de la unidad, los dos son uno.

  El versículo 15 dice que Cristo hizo la paz. Cristo hizo la paz entre todos los creyentes al abolir en la carne las ordenanzas divisivas, es decir, al dar muerte a la enemistad y al crear de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre. Hay verdadera paz entre todos los creyentes en Cristo.

d. En un solo Espíritu reconcilia con Dios a ambos en un solo Cuerpo

  Como Aquel que es el Creador del nuevo hombre, en un solo Espíritu Cristo reconcilió con Dios a judíos y gentiles en un solo Cuerpo. El versículo 16 dice: “Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo”. La palabra ambos en este versículo se refiere a los judíos y a los gentiles. Tanto los gentiles, que no eran circuncidados, como los judíos, que eran circuncidados, necesitaban ser reconciliados con Dios mediante la redención, la cual Cristo realizó en Su cruz.

  El versículo 16 indica que los judíos y los gentiles fueron reconciliados para formar un solo Cuerpo. Este único Cuerpo, la iglesia (1:23), es el nuevo hombre que se menciona en el versículo anterior. En un solo Cuerpo los judíos y los gentiles fueron reconciliados con Dios mediante la cruz. Nosotros los creyentes, seamos judíos o gentiles, fuimos reconciliados no sólo para el Cuerpo de Cristo, sino también en el Cuerpo de Cristo. ¡Qué gran revelación tenemos aquí! Fuimos reconciliados con Dios; fuimos salvos en el Cuerpo de Cristo.

  Generalmente consideramos la reconciliación como un asunto individual; casi nunca pensamos en la reconciliación corporativa. Sin embargo, la reconciliación apropiada y auténtica es la que tiene lugar en el Cuerpo. El Cuerpo es el instrumento, el medio, por el cual fuimos reconciliados con Dios.

  Según Efesios 2:16, fuimos reconciliados con Dios en un solo Cuerpo. Originalmente, estábamos sin Dios y habíamos perdido a Dios (v. 12); pero mediante la cruz, con la sangre de Cristo, hemos sido traídos de nuevo a Dios en el único Cuerpo. Siempre y cuando estemos en el Cuerpo, somos uno con Dios, pero si estamos fuera del Cuerpo, estamos separados de Él.

  A continuación, en el versículo 18 Pablo dice: “Porque por medio de Él los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Los creyentes judíos y gentiles tienen acceso al Padre por medio de Cristo, quien abolió la ley de mandamientos expresados en ordenanzas, derribó la pared intermedia de separación, eliminó la enemistad para reconciliar a los gentiles con los judíos, y derramó Su sangre a fin de redimir a los judíos y a los gentiles para Dios. El acceso al Padre se obtiene por la cruz de Cristo y por Su sangre (He. 10:19). Por un lado, la cruz de Cristo dio muerte a la enemistad causada por las ordenanzas, las cuales fueron instituidas a causa de la carne, y por otro lado, nos redimió con la sangre de Cristo derramada en la cruz. Fue por medio de la cruz que los judíos y los gentiles fueron reconciliados con Dios en un solo Cuerpo.

  Como indica Efesios 2:18, el acceso que tenemos al Padre es en un mismo Espíritu. Primero, los creyentes judíos y gentiles fueron reconciliados con Dios en un solo Cuerpo (v. 16), lo cual se relaciona con su posición. Después, ambos tienen acceso en un mismo Espíritu al Padre, lo cual se relaciona con su experiencia. A fin de disfrutar en nuestra experiencia de lo que ya poseemos por nuestra posición, es necesario que estemos en el Espíritu. Si tenemos la cruz sin el Espíritu, tenemos el hecho sin la experiencia. Por tanto, el Espíritu es crucial.

  En nuestra posición, fuimos reconciliados con Dios; en nuestra experiencia, tenemos acceso al Padre. Ser reconciliados con Dios equivale a ser salvos; tener acceso al Padre es disfrutar a Dios, quien, como la fuente de la vida, nos regeneró para que seamos Sus hijos. Aquí queda implícita la trinidad de la Deidad. Por medio de Dios el Hijo, quien es el Consumador, el medio, y en Dios el Espíritu, quien es Aquel que ejecuta, la aplicación, tenemos acceso a Dios el Padre, quien es el Originador, la fuente de nuestro disfrute.

e. Él mismo llega a ser la piedra del ángulo de la morada de Dios en nuestro espíritu

  En Efesios 2:20-22 Pablo dice: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del ángulo Cristo Jesús mismo, en quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Estos versículos revelan que Cristo mismo llega a ser la piedra del ángulo de la morada de Dios en nuestro espíritu.

  El fundamento de la iglesia es Cristo (1 Co. 3:11). Debido a que el misterio de Cristo fue revelado a los apóstoles (Ef. 3:4-5), la revelación que recibieron se considera el fundamento sobre el cual se edifica la iglesia. Esto corresponde a la roca mencionada en Mateo 16:18, la cual no sólo es Cristo sino también la revelación con respecto a Cristo, sobre la cual Cristo edificará Su iglesia. Por tanto, el fundamento de los apóstoles y profetas es la revelación que ellos recibieron para la edificación de la iglesia.

  Efesios 2:20 menciona a Cristo no como el fundamento (Is. 28:16) sino como la piedra del ángulo, porque el enfoque principal de este pasaje no es el fundamento sino la piedra del ángulo que une los dos muros, es decir, el muro compuesto por los creyentes judíos y el compuesto por los creyentes gentiles. Aquí no se da énfasis a Cristo como fundamento, sino a los apóstoles y profetas que recibieron la revelación acerca de Cristo. Cuando los edificadores judíos rechazaron a Cristo, lo rechazaron como piedra del ángulo (Hch. 4:11; 1 P. 2:7), como Aquel que los uniría a los gentiles para la edificación de la casa de Dios.

  En Mateo 21 el Señor Jesús indicó, en lenguaje figurado, que los fariseos le rechazarían. En el versículo 42 Él dijo: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte del Señor fue esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos’?”. Al decir esto, el Señor reveló que después de Su resurrección Él se convertiría en la piedra que es cabeza del ángulo a fin de unir a los judíos y gentiles. Refiriéndose a Cristo, Pedro se dirigió a los fanáticos religiosos en Hechos 4:11-12 diciéndoles: “Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Lo dicho por Pedro muestra que la salvación implica edificación. La intención de Dios al salvarnos no es llevarnos a los cielos; más bien, Su intención es la de unirnos a los judíos para que Él pueda obtener Su edificio. Muchos judíos incrédulos menosprecian al Señor Jesús porque no desean unirse a los gentiles. Siempre y cuando un judío no crea en Cristo, él puede ser separado de los gentiles, pero en cuanto ese judío cree en Cristo, es unido por Cristo —la piedra del ángulo— a los creyentes gentiles. Ya sea que seamos judíos o gentiles, hemos sido salvos a fin de ser juntamente unidos en Cristo para el edificio de Dios.

  Según Efesios 2:21, en Cristo, quien es la piedra del ángulo, todo el edificio, el cual incluye a los creyentes judíos y también a los creyentes gentiles, está bien coordinado y crece para ser un templo santo en el Señor. Aquí “bien acoplado” equivale a ser hecho idóneo para la condición y situación del edificio (4:16). Además, el edificio crece porque está vivo (1 P. 2:5). Crece para ser un templo santo. La verdadera edificación de la iglesia como casa de Dios se lleva a cabo por medio del crecimiento en vida de los creyentes. Toda la edificación de la casa de Dios, el santuario de Dios, se lleva a cabo en Cristo el Señor. Tal edificación tiene al Cristo maravilloso como piedra del ángulo.

  Efesios 2:22 dice: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. El espíritu aquí se refiere al espíritu humano de los creyentes, donde mora el Espíritu Santo de Dios. El Espíritu de Dios es el Morador, no la morada. La morada es el espíritu de los creyentes. El Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu. Por tanto, la morada de Dios está en nuestro espíritu. El versículo 21 dice que el templo santo está en el Señor, y este versículo afirma que la morada de Dios está en el espíritu. Esto indica que para la edificación de la morada de Dios, el Señor es uno con nuestro espíritu, y nuestro espíritu es uno con el Señor (1 Co. 6:17). Nuestro espíritu es el lugar donde se lleva a cabo la edificación de la iglesia, la morada de Dios. Esto indica que no solamente el Señor Jesús y el Espíritu de Dios están en nuestro espíritu, sino que además el nuevo hombre y la morada de Dios se encuentran en nuestro espíritu. La iglesia como nuevo hombre actualmente está en nuestro espíritu. En términos prácticos, cuando estamos fuera de nuestro espíritu, estamos fuera de la iglesia. Por esta razón tenemos que volvernos todo el tiempo a nuestro espíritu, ejercitar nuestro espíritu y andar conforme a nuestro espíritu. No debemos estar fuera de nuestro espíritu ni tener nuestro ser fuera de nuestro espíritu. Tenemos que andar, vivir, actuar y tener nuestro ser en nuestro espíritu. Cuando ejercitamos nuestro espíritu de este modo, estamos en la iglesia.

  Por Su maravillosa muerte todo-inclusiva Cristo creó de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre. Este único y nuevo hombre no es una organización, sino un organismo lleno de vida. Mediante la cruz Él quitó el pecado y los pecados, destruyó a Satanás, juzgó al mundo, abolió todas las leyes rituales contenidas en las ordenanzas, liberó Su vida divina impartiéndola en nosotros y nos creó como un solo y nuevo hombre, un organismo constituido del elemento divino por la impartición de la vida divina. Debido a que Cristo abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas y debido a que todos nosotros poseemos la vida divina, somos uno. Ahora tanto judíos como gentiles, mediante la cruz, han sido reconciliados con Dios para formar un solo Cuerpo.

  Aunque muy pocos creyentes en la actualidad disfrutan a Cristo como Creador del nuevo hombre, nosotros debemos disfrutarle como tal. Podríamos no gustar de ciertas naciones y sus correspondientes pueblos, pero si disfrutamos a Cristo como Creador del nuevo hombre, quien nos introduce en la unidad con todos los creyentes en Él, podremos reunirnos, tener comunión y orar con los creyentes procedentes de cualquier nación. En Cristo como Creador del nuevo hombre podemos ser uno con todos los creyentes, independientemente de su raza, nacionalidad o cultura, pues Cristo abolió todas las ordenanzas que nos separaban los unos de los otros. Por tanto, la iglesia está compuesta por todos los pueblos, independientemente de cuál sea su raza, nacionalidad y ordenanzas, siempre y cuando ellos hayan sido redimidos por la sangre de Cristo y hayan sido regenerados por la vida de Cristo.

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