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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CUARENTA Y SIETE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(53)

76. El modelo

  Filipenses 2 revela que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como nuestro modelo. En el capítulo 1 el punto central es magnificar a Cristo, vivir a Cristo (vs. 20-21); en el capítulo 2, es tomar a Cristo como nuestro patrón, nuestro modelo. Este modelo es la norma de nuestra salvación (v. 12). Los versículos del 5 al 16 revelan que la palabra de vida produce el modelo por medio del cual Dios opera en nosotros para aplicar la salvación a nuestro vivir diario. De esta manera disfrutamos a Cristo y lo vivimos al tomarle como nuestro modelo.

a. Su manera de pensar ha de ser la nuestra

  En Filipenses 2:3-4 Pablo dice: “Nada hagáis por ambición egoísta o por vanagloria; antes bien con una mentalidad humilde, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo; no considerando cada uno sus propias virtudes, sino cada cual también las virtudes de los otros”. A continuación, en el versículo 5, Pablo añade: “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús”. Este versículo indica que la manera de pensar que hubo en Cristo Jesús también debe estar en nosotros. “Esta manera de pensar” en el versículo 5 se refiere a “estimando” en el versículo 3 y a “considerando” en el versículo 4. Este modo de pensar, esta manera de pensar, estaba también en Cristo cuando se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, y se humilló a Sí mismo, siendo hallado en Su porte exterior como hombre (vs. 7-8). Para tener esta manera de pensar se requiere que seamos uno con Cristo en sus partes internas (1:8). A fin de experimentar a Cristo es necesario que seamos uno con Él hasta este grado, es decir, al grado de ser uno con Él en Sus tiernos y entrañables sentimientos internos y en Su modo de pensar.

b. Sin estimar el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse

  Filipenses 2:6 dice: “El cual, existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. La palabra griega traducida “existiendo” denota existiendo desde el principio, lo cual implica la preexistencia eterna del Señor. La palabra forma se refiere a la expresión del ser de Dios, y no a Su porte exterior (He. 1:3); la forma se identifica con la esencia y la naturaleza de la persona de Dios y, por tanto, expresa Su esencia y naturaleza. Esto se refiere a la deidad de Cristo.

  En Filipenses 2:6 Pablo dice que Cristo no estimó el ser igual a Dios como un tesoro a que aferrarse. Aunque el Señor era igual a Dios, en lugar de aferrarse a tal igualdad, Él no estimó que ser igual a Dios fuera un tesoro al que aferrarse y el cual retener; más bien, dejó la forma de Dios (no la naturaleza de Dios) y se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo.

c. Se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres

  A continuación, el versículo 7 añade que Cristo “se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”. Cuando Cristo se despojó a Sí mismo, hizo a un lado lo que poseía, lo cual era la forma de Dios. La palabra forma en el versículo 7 es la misma palabra que se usa para referirse a la forma de Dios en el versículo 6. En Su encarnación el Señor no cambió Su naturaleza divina; cambió solamente Su expresión externa, dejando la forma de Dios, la forma más elevada, y tomando la de un esclavo, la forma más baja. Esto no fue un cambio de esencia, sino de condición.

  La palabra haciéndose en el versículo 7 indica entrar en una nueva condición. Según este versículo, Cristo se hizo “semejante a los hombres”. El tener forma de Dios implica la realidad interna de la deidad de Cristo; el hacerse semejante a los hombres denota la apariencia externa de Su humanidad. Exteriormente como hombre tenía la apariencia de un hombre; interiormente como Dios tenía la realidad de la deidad.

d. Se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz

  El versículo 8 continúa: “Y hallado en Su porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Cuando Cristo se hizo semejante a los hombres, al entrar en la condición humana, fue hallado en Su porte exterior como hombre. La frase porte exterior implica la apariencia exterior, la semblanza. La apariencia de Cristo en Su humanidad, lo que los hombres veían, era Su porte exterior de hombre.

  Primero, Cristo se despojó a Sí mismo al poner a un lado la forma, la expresión externa, correspondiente a Su deidad y al hacerse semejante a los hombres. Cristo era Dios con la expresión de Dios. Aunque Él era igual a Dios, Él puso a un lado esta condición de igualdad con Dios y se despojó a Sí mismo haciéndose semejante a los hombres. Esto indica que Él se hizo hombre mediante la encarnación. Después, al ser hallado en Su porte exterior como hombre, semejante a los hombres, Cristo se humilló a Sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte. Esto significa que cuando Él era un hombre, Él no insistía en nada; más bien, se humilló a Sí mismo al grado de morir en la cruz. Éste es Cristo como nuestro modelo.

  Humillarse fue un paso adicional al hecho de despojarse a Sí mismo. La autohumillación de Cristo manifestó que se despojó a Sí mismo. La muerte de cruz fue el punto culminante de la humillación de Cristo. Para los judíos era una maldición (Dt. 21:22-23). Para los gentiles era una sentencia de muerte impuesta sobre malhechores y esclavos (Mt. 27:16-17, 20-23). Por esto, era vergonzoso morir así (He. 12:2).

  La humillación del Señor abarca siete pasos: (1) despojarse a Sí mismo; (2) tomar forma de esclavo; (3) hacerse semejante a los hombres; (4) humillarse; (5) hacerse obediente; (6) ser obediente hasta la muerte y (7) ser obediente hasta la muerte de cruz.

  El modelo presentado en estos versículos es ahora la vida que está dentro de nosotros. Esta vida es lo que llamamos una vida crucificada. Los siete pasos de la humillación de Cristo son, todos ellos, aspectos de la vida crucificada. Aunque Cristo tenía la expresión de la deidad, Él hizo a un lado esta expresión. Sin embargo, Él no hizo a un lado la realidad de Su deidad. Él hizo a un lado la forma más elevada, la forma que corresponde a Dios, y tomó una forma inferior, la forma propia de un esclavo. Al hacer esto, Él se despojó a Sí mismo. Ciertamente ésta es la señal de una vida crucificada. Entonces, después de haberse hecho hombre y haber sido hallado semejante a los hombres, Cristo se humilló a Sí mismo incluso hasta la muerte, y muerte de cruz. Ésta fue la vida crucificada expresada de manera plena y absoluta en el vivir de Cristo.

  Cristo no es solamente un modelo externo para nosotros; Él es también la vida dentro de nosotros. Por ser esta vida interna, Él desea que le experimentemos y, de ese modo, que vivamos una vida crucificada. En esta vida crucificada no hay cabida para rivalidades, vanagloria ni exaltación propia. Por el contrario, se experimenta el despojarse a sí mismo y el humillarse a sí mismo. Siempre que experimentamos a Cristo y le vivimos, automáticamente vivimos tal vida crucificada. Esto significa que cuando vivimos a Cristo, vivimos a Aquel que es el modelo de una vida crucificada. Entonces nosotros también nos despojaremos y nos humillaremos.

  Si no tuviéramos la vida crucificada dentro de nosotros, jamás podríamos vivir conforme al modelo presentado en Filipenses 2. Únicamente la vida crucificada puede vivir conforme a tal modelo. Si todavía actuamos motivados por rivalidad o por vanagloria, o si todavía ambicionamos ser líderes, no vivimos una vida crucificada. No estamos despojándonos a nosotros mismos ni estamos humillándonos. Pero sí tenemos una vida dentro de nosotros que verdaderamente es una vida que se despoja a sí misma y que se humilla. Esta vida jamás se aferra a nada considerándolo un tesoro. En lugar de ello, está siempre dispuesta a renunciar a su posición y a sus títulos.

  Cuando el modelo presentado en Filipenses 2 llega a ser nuestra vida interna, el modelo se convierte en nuestra salvación. Entonces somos salvos de rivalidades y de vanagloria. Si los filipenses no estuvieran dispuestos a vivir en conformidad con este modelo, no podrían haber hecho completo el gozo de Pablo. Él todavía estaría turbado a causa de sus rivalidades y vanagloria. Pero si ellos estaban dispuestos a vivir una vida crucificada, una vida que siempre se despoja a sí misma y se humilla, sin aferrarse a nada considerándolo un tesoro, entonces ellos tendrían una auténtica experiencia de Cristo. Que ellos experimentasen a Cristo como tal modelo y vida interna habría de hacer muy feliz al apóstol.

  En Filipenses 2 vemos que debemos vivir una vida crucificada a fin de que podamos disfrutar el poder de la resurrección. Debemos tomar la vida crucificada descrita en los versículos del 5 al 8 como nuestro modelo a fin de que podamos experimentar el poder de la resurrección, el cual exaltó a Cristo a la cumbre más elevada del universo (v. 9). La experiencia de Cristo como el modelo de una vida crucificada y la experiencia del poder de resurrección que exalta a Cristo, son ambas experiencias interminables. Día tras día debemos vivir una vida crucificada. Esto es vivir a Cristo como nuestro modelo. En lugar de tener una vida de rivalidad y vanagloria, debemos vivir una vida de despojarnos a nosotros mismos y de humillarnos. Esto es llevar una vida crucificada. Por medio de esta vida somos introducidos en el poder de la resurrección por el cual Cristo es exaltado.

  Existe la urgente necesidad entre nosotros, los creyentes, de experimentar a Cristo como nuestro modelo. Necesitamos desesperadamente experimentarle como nuestra vida crucificada. Tal vida está en completo contraste con una vida de rivalidades y vanagloria. En la vida de iglesia, o tomamos la vida crucificada como nuestro modelo o automáticamente llevamos una vida de rivalidades y vanagloria. No hay una tercera opción. Si no tomamos la vida crucificada como nuestro modelo, automáticamente viviremos una vida de rivalidades y vanagloria. El resultado aquí es de suma importancia. Debemos ser honestos con nosotros mismos y considerar la clase de vida que hemos estado llevando en la iglesia. Siempre que dejamos de tomar la vida crucificada como nuestro modelo, llevamos una vida de rivalidades y vanagloria.

  La vida más elevada que se puede vivir en la tierra es la vida crucificada, esto es, Cristo mismo como Aquel que se despojó a Sí mismo y se humilló a Sí mismo. Siempre que vivimos una vida crucificada, Dios nos introduce en el poder de la resurrección y, en este poder, seremos exaltados. Además, ninguno de nosotros en la vida de iglesia debería aferrarse a postura personal alguna. Tenemos que tomar una postura firme en pro del testimonio del Señor, pero no debemos reclamar para nosotros mismos alguna postura personal, título o posición personales. Hacer tales reclamos jamás nos introducirá en el poder de la resurrección. Debemos tomar la vida crucificada como nuestro modelo. A la postre, entraremos en el poder de la resurrección donde experimentaremos la exaltación de Dios. En lugar de buscar gloria para nosotros mismos, debemos buscar a Cristo y únicamente a Él; entonces experimentaremos la vida crucificada.

  Necesitamos aplicar las palabras dadas por Pablo respecto a Cristo como nuestro modelo. Debemos ser iluminados y tomar esta vida crucificada como nuestro modelo a fin de que podamos experimentar el poder de la resurrección. Cuando vivamos la vida crucificada, seremos introducidos en el poder de la resurrección, y este poder nos exaltará. No debemos buscar ninguna otra gloria que no sea Cristo mismo. Debemos decir: “Señor, te deseo sólo a Ti. No busco ninguna exaltación ni gloria”. Si tomamos la vida crucificada como nuestro modelo, experimentaremos el poder de la resurrección. Este poder de la resurrección es Cristo mismo. Cristo no es solamente la vida crucificada, sino también el poder de la resurrección.

  Con frecuencia los santos se quejan de debilidades. Somos débiles todas las veces que no tomamos la vida crucificada como nuestro modelo. Si somos débiles en nuestra vida familiar, nuestra vida diaria o nuestra vida de iglesia, ello es indicio de que no estamos tomando la vida crucificada y, por tanto, no estamos en el poder de la resurrección. La puerta a través de la cual entramos en el poder de la resurrección es la vida crucificada. La esperanza que abrigaba Pablo con respecto a los santos en Filipos era que ellos vivieran esta vida crucificada y, entonces, experimentasen el poder de la resurrección.

  El modelo que Pablo presenta en 2:5-8 no es solamente un modelo objetivo, sino también subjetivo. Tenemos que preguntarnos dónde está este Cristo que es nuestro modelo. ¿Está Él en el cielo o está en nosotros? El versículo 9 indica claramente que Dios exaltó a Cristo hasta lo sumo. Por tanto, no puede haber duda de que, como nuestro modelo, Cristo está en el cielo. Él fue exaltado a la cumbre más elevada del universo, allí donde Dios está. Esto guarda relación con el aspecto objetivo del modelo. Sin embargo, si Cristo estuviera únicamente en el tercer cielo de manera objetiva, ¿cómo podríamos nosotros tomarle como nuestro modelo en la actualidad? ¿Cómo podríamos nosotros, que estamos en la tierra, seguir a Aquel que ha sido exaltado y que ahora está en el cielo? Sería imposible. A fin de que tomemos a Cristo como nuestro modelo, este modelo también tiene que ser subjetivo.

  El versículo 12 indica que el modelo es subjetivo: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Aquí, la salvación no es meramente la salvación del lago de fuego; más bien, se refiere a lo que Pablo ya dijo acerca de la salvación mencionada anteriormente en esta epístola. La expresión por tanto al inicio del versículo 12 indica que lo que Pablo dice en este versículo es consecuencia de lo anterior. Llevar a cabo nuestra salvación es el resultado de tomar a Cristo como nuestro modelo, según vemos en los versículos anteriores. Como nuestro modelo, Cristo es nuestra salvación. Sin embargo, esta salvación tiene que ser llevada a cabo por nosotros.

  A fin de que esto sea logrado en términos de nuestra experiencia, el modelo tiene que ser subjetivo para nosotros así como objetivo. Si fuera únicamente objetivo, no podría ser la salvación que es llevada a cabo por nosotros. La salvación aquí no es la salvación que recibimos, sino la salvación que llevamos a cabo. La salvación que recibimos es la salvación de la condenación de Dios y del lago de fuego. No hay necesidad de que nosotros llevemos a cabo tal clase de salvación. La salvación mencionada en 2:12 en realidad es una persona viviente. Esta persona es el Cristo que vivimos, experimentamos y disfrutamos. Un modelo que fuese únicamente objetivo no podría ser nuestra salvación de este modo. El hecho de que la salvación es una persona viviente y que esta persona es nuestro modelo indica que el modelo es tanto subjetivo como objetivo.

  Otra razón para afirmar que el modelo es subjetivo así como objetivo guarda relación con el hecho de que el libro de Filipenses es un libro acerca de la experiencia de Cristo. Todo asunto referente la experiencia espiritual tiene que ser subjetivo. Con base en este principio y en el contexto del libro de Filipenses en su conjunto, Cristo como modelo no es solamente objetivo, sino también Aquel que podemos experimentar subjetivamente.

  Además, después de lo que él dijo acerca de llevar a cabo nuestra salvación, Pablo procedió a decir: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito” (v. 13). El uso de la palabra porque al inicio del versículo 13 indica que la operación de Dios en nosotros está relacionada con que llevemos a cabo nuestra salvación con temor y temblor. Dios realiza en nosotros así el querer como el hacer por Su beneplácito. Ciertamente la operación que se realiza en el versículo 13 hace referencia a lo que se lleva a cabo en el versículo 12. Tal vez confesemos que no podemos llevar a cabo nuestra salvación. Sí, en nosotros mismos no somos capaces, pero Dios, Aquel que opera en nosotros, es capaz. Puesto que Él realiza en nosotros así el querer como el hacer, nosotros podemos llevar a cabo nuestra salvación. Lo dicho por Pablo acerca de lo que Dios realiza en nosotros es indicio adicional de que el modelo es tanto subjetivo como objetivo. Doctrinalmente, el modelo es objetivo; en términos de nuestra experiencia, es subjetivo.

  En Filipenses 2 Pablo no nos insta a tomar al Cristo objetivo como nuestro modelo y después imitarle. Intentar imitar a Cristo de este modo es como cuando un mono intenta imitar a un ser humano. No debemos tomar los versículos del 5 al 8 fuera de contexto. Cuando consideramos estos versículos en contexto, vemos que el modelo es nuestra salvación y que esta salvación es Dios mismo que opera en nosotros para salvarnos de manera práctica. Aun cuando en nosotros mismos no podemos llevar a cabo nuestra salvación, Aquel que sí puede ahora realiza en nosotros así el querer interno como el hacer externo. Nuestra responsabilidad es cooperar con Él. Cuando cooperamos con la operación de Dios en nosotros, tomamos a Cristo como nuestro modelo.

  El Dios que opera en nosotros en realidad es el Espíritu de Jesucristo (1:19). Es únicamente por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo que podemos tomar a Cristo como nuestro modelo. Debemos alabar al Señor que el Espíritu de Jesucristo está en nosotros. Por el Espíritu de Jesucristo podemos ser tan humildes como lo era Jesús, y por el Espíritu de Jesucristo podemos estimar cada uno a los demás como superiores a sí mismo. Cuando hacemos cosas motivados por la rivalidad o por competir con otros, el Espíritu de Jesucristo no es expresado, pero cuando mutuamente estimamos a los demás como superiores a nosotros, disfrutamos el suministro del Espíritu de Jesucristo. Cristo como modelo está en nosotros, viviendo desde nuestro interior como Espíritu de Jesucristo. Cristo no es solamente nuestro modelo, sino también nuestra vida. Tenemos dentro de nosotros una vida que jamás exige ser alguien, sino que siempre se despoja a sí misma, toma el lugar más bajo y se humilla. Debemos disfrutar a Cristo como tal vida dentro de nosotros.

  En pocas palabras, Cristo, el Hijo de Dios, tenía una posición muy elevada. Él poseía la forma de Dios y el derecho propio de quien es igual a Dios. No obstante, Él no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Cristo renunció a Su posición elevada y tomó la forma no solamente de un hombre, sino también la de un esclavo. Habiendo sido hallado en Su porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Como tal persona, Cristo es nuestro modelo para nuestra experiencia y disfrute. En lugar de buscar una posición o un título para nosotros mismos, debemos vivir en conformidad con Cristo como modelo de una vida crucificada. La vida crucificada de Cristo debe ser nuestra experiencia. Debemos experimentar a Cristo en Su humillación. Esto significa que debemos experimentarle como Aquel que se despojó a Sí mismo y se humilló a Sí mismo.

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