
En Filipenses 3:1-16 Cristo es presentado como la meta que los creyentes persiguen. Cristo tiene que ser nuestra meta y nuestro objetivo. Que Cristo sea la meta significa que Él es el disfrute más elevado. Nuestra meta es el Cristo todo-inclusivo como premio otorgado a nosotros; cuando lleguemos a la meta, la meta se convertirá inmediatamente en el premio. Pablo iba en pos de una sola meta, un solo objetivo: Cristo. Él tomó a Cristo como su meta, de la cual iba en pos a fin de obtener el premio para el cual Dios, en Cristo, le había llamado a lo alto. Puesto que nuestra meta es ganar a Cristo, debemos abandonar todas las otras cosas e ir en pos de Cristo exclusivamente.
En 3:1 Pablo dice: “Por último, hermanos míos, gozaos en el Señor. A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. La palabra griega traducida “molesto” también significa “fastidioso, tedioso, problemático”. A Pablo no le era molesto ni fastidioso escribir las mismas cosas a los santos. Aquí Pablo exhorta a los santos a regocijarse en el Señor. Regocijarse en el Señor es una salvaguardia, una seguridad.
A continuación, en el versículo 3 Pablo dice: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que servimos por el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”. Aquí la circuncisión son los creyentes neotestamentarios, aquellos que han sido verdaderamente circuncidados por la crucifixión de Cristo. Ellos son absolutamente diferentes de los judaizantes. Sirven como sacerdotes por el Espíritu de Dios, no por las ordenanzas de la ley; se glorían en Cristo, no en la ley; y no tienen confianza en la carne, sino en el Espíritu. En los versículos 2 y 3 se hace un contraste notorio entre los malos obreros y los creyentes que se glorían en Cristo. Los judaizantes hacían maldades e, incluso, se jactaban de ellas, mientras que los verdaderos creyentes se gloriaban en Cristo. Ellos se gloriaban y se regocijaban en Él. De la manera en que aquí se usa, la palabra gloriarse implica no solamente gloriarse sino también regocijarse y exultar. Nos gloriamos, exultamos y regocijamos no en nuestras acciones externas, ni tampoco en nuestro comportamiento o conducta, sino únicamente en Cristo.
En 3:7 Pablo dice: “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo”. La expresión cuantas cosas eran para mí ganancia se refiere a las muchas cualidades destacadas de Pablo, las cuales habrían de considerarse un modelo para los judaizantes, modelo mencionado en los versículos 5 y 6: “Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, llegué a ser irreprensible”. Las cosas que eran ganancia para Pablo, él las estimó como pérdida por amor de Cristo. Pablo contó todo tipo de ganancia como pérdida porque traía un solo resultado, a saber, perder a Cristo, tal como lo indica la frase por amor de Cristo. Todas las cosas que en un tiempo fueron ganancia para Pablo, le estorbaban y entorpecían su participación y disfrute de Cristo. Por tanto, por amor a Cristo todo lo que era considerado ganancia, vino a ser una pérdida para Pablo. Al igual que Pablo no debiéramos gloriarnos en nuestro estatus religioso; más bien, debemos considerarlo como pérdida por amor de Cristo.
A continuación, en el versículo 8 Pablo dice: “Aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. Pablo no sólo contó como pérdida, por amor de Cristo, las cosas de su antigua religión enumeradas en los versículos 5 y 6, sino que también estimó todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo. Por la excelencia del conocimiento de Cristo, que Pablo atesoraba, él consideró todas las cosas como escoria, desecho, inmundicia, lo que se tira a los perros.
La frase todas las cosas en el versículo 8 con toda certeza tiene que incluir tres categorías de cosas: las cosas religiosas, las cosas filosóficas y las cosas culturales. Si renunciásemos a nuestra religión, nuestra filosofía y nuestra cultura, verdaderamente lo habremos dejado todo. Al dejar las cosas pertenecientes a estas tres categorías, automáticamente dejaremos las cosas materiales y mundanas, las cuales en realidad se hallan regidas por la religión, la filosofía y la cultura. Aun cuando sea fácil vencer la influencia de las cosas materiales, es muy difícil vencer la religión, la filosofía y la cultura. Quienes aman al Señor podrían fácilmente dejar las cosas materiales por amor a Él, pero no les será fácil renunciar a sus propios pensamientos y lógica particulares. Es posible que usted ame al Señor por años y aún así no renuncie en lo más mínimo a su filosofía personal y a su lógica personal.
Pablo estimó como pérdida todos los asuntos relacionados con la religión, la filosofía y la cultura debido a que todos ellos eran sustitutos de Cristo, anzuelos usados por Satanás para mantener a las personas apartadas de Cristo mismo y de la experiencia de Cristo. ¡Cuán sutil es el enemigo al mantenernos apartados de la experiencia de Cristo! Por lo menos hasta cierto grado, todavía tenemos dentro de nosotros ciertas cosas que son sustitutos de Cristo de manera sutil y oculta. Estos sustitutos principalmente involucran la religión, la filosofía y la cultura. Como resultado de ello, todavía no estamos plena y completamente ocupados por Cristo. Todavía no estimamos todas las cosas como pérdida por amor de Cristo. ¡Que la sutil astucia del enemigo sea puesta al descubierto y que nosotros verdaderamente consideremos todas las cosas —incluyendo nuestra propia filosofía y lógica— como pérdida por amor de Cristo y en comparación con nuestra experiencia y disfrute de Él!
La excelencia del conocimiento de Cristo proviene de la excelencia de Su persona. Los judíos consideran la ley de Dios dada a través de Moisés la cosa más excelente de toda la historia humana; por esto, tienen celo por la ley. Pablo también tenía ese celo. Pero cuando Dios le reveló a Cristo (Gá. 1:15-16), Pablo vio que la excelencia, la supereminencia, la preciosidad suprema, el mérito sobrepujante, de Cristo superaba por mucho la excelencia de la ley. Su conocimiento de Cristo vino a ser la excelencia del conocimiento de Cristo. Debido a que Cristo es excelente, el conocimiento de Cristo también es excelente. A causa de esto, él estimaba como pérdida no sólo la ley y la religión establecida según la ley, sino todas las cosas. Al igual que Pablo, nosotros necesitamos obtener la excelencia del conocimiento de Cristo. Debemos estimar como pérdida todas las cosas a causa del excelente conocimiento de Cristo.
En Filipenses 3:7 Pablo dice: “Por amor de Cristo”; pero en el versículo 8 además dice: “Por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. El hecho de que Pablo añadiera las palabras mi Señor indica que al escribir este versículo, Pablo estaba imbuido de sentimientos tiernos e íntimos con relación a Cristo. Tiernos sentimientos por la preciosidad del Señor Jesús surgieron en él motivándolo a hablar de “Cristo Jesús, mi Señor”. Pablo tenía en muy alta estima la excelencia del conocimiento de su querido Señor Jesucristo.
La frase en cuanto a, que puede traducirse “según”, se usa tres veces en los versículos 5 y 6, con la ley, con el celo y con la justicia. En los versículos 7 y 8 la frase por amor de se usa dos veces con Cristo, y la palabra por, una vez, con la excelencia del conocimiento de Cristo; ambas expresiones podrían traducirse “por causa de”. Cristo está en contraste con la ley, con el celo por ella y con la justicia que está en ella. La excelencia del conocimiento de Cristo y Cristo mismo están en contraste con la ley y con todas las cosas. Por amor de Cristo y por la excelencia del conocimiento de Cristo, Pablo dejó la ley, su celo por ella, la justicia que está en ella y todas las demás cosas. Esto indica que Cristo y la excelencia del conocimiento de Cristo son muy superiores a la ley y a cualquier otra cosa.
La excelencia del conocimiento de Cristo se menciona en el versículo 8, mientras que la experiencia práctica de Cristo se halla implícita en el versículo 10. El conocimiento de Cristo, sin embargo, es básico. Cuando hablamos del conocimiento en realidad nos referimos a la revelación, a una visión, en cuanto a Cristo y Su excelencia. La excelencia del conocimiento de Cristo es la excelencia de Cristo percibida por nosotros. Si carecemos del conocimiento de la excelencia de Cristo, Su excelencia no significará nada para nosotros. Cristo es ilimitado; por tanto, nosotros necesitamos tener la excelencia del conocimiento del Cristo ilimitado, es decir, recibir una visión de la preciosidad de Cristo.
Cuando Pablo estaba ciego e inmerso en la religión, no podía ver a Cristo; él sólo podía ver la ley. Por tanto, él poseía la excelencia del conocimiento de la ley. Sin embargo, después que Cristo le fue revelado, él empezó a adquirir la excelencia del conocimiento de Cristo. Pablo fue cautivado al descubrir cuán excelente era conocer a Cristo, y, por causa de dicho conocimiento, estuvo dispuesto a abandonar todas las cosas y a estimarlas como pérdida. Si nosotros adquirimos más de la excelencia del conocimiento de Cristo, dejaremos todas las cosas religiosas y todo lo natural por amor de Él y por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo.
En el versículo 9 vemos que el anhelo sincero de Pablo era ser hallado en Cristo. Pablo había estado por completo en la religión judía bajo la ley y siempre había sido hallado por otros en la ley. Pero en su conversión fue trasladado de la ley y de su antigua religión a Cristo, llegando a ser “un hombre en Cristo” (2 Co. 12:2). Ahora él esperaba ser hallado en Cristo por todos los que lo observaban, es decir, los judíos, los ángeles y los demonios. Esto indica que él aspiraba a que todo su ser estuviera sumergido en Cristo y saturado de Él para que todos los que lo observaran lo hallaran totalmente en Cristo. En lo profundo de Pablo estaba la aspiración de ser hallado en Cristo. ¡Que todos aspiremos a ser hallados en Cristo! Debemos orar: “Señor, es mi anhelo ser hallado en Ti. En todo cuanto hago día tras día, quiero ser hallado en Ti”. Únicamente cuando seamos hallados en Cristo Él será expresado y magnificado (Fil. 1:20).
En 3:9 Pablo dice que él no quería tener su propia justicia, sino que deseaba la justicia que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios y basada en la fe. “No teniendo mi propia justicia [...] sino [...] la justicia procedente de Dios”; ésta es la condición en la cual Pablo deseaba ser hallado en Cristo. Él no quería vivir en su propia justicia, sino en la justicia de Dios, y ser hallado en tal condición trascendente, expresando a Dios al vivir a Cristo, y no por guardar la ley.
Antes que Pablo fuera salvo, él no tenía idea de que Cristo podía ser su justicia. La justicia que es por la ley es la justicia que proviene de los esfuerzos del hombre por guardar la ley, como lo menciona el versículo 6. Anteriormente, Pablo vivía en esa justicia, la justicia que es conforme a la ley. Los demás invariablemente podían hallarlo inmerso en la justicia de la ley, pero ahora Pablo deseaba ser visto como una persona que vivía en Cristo y tenía a Cristo como su justicia.
La justicia en la cual Pablo quería ser hallado era la justicia “que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”. La expresión la fe en Cristo literalmente significa “la fe de Cristo”; ella implica que hemos creído en Cristo. La fe con la cual nosotros creemos en Cristo proviene de nuestro conocimiento de Cristo y de nuestro aprecio por Él. Es Cristo mismo, infundido en nosotros mediante nuestro aprecio por Él, que viene a ser nuestra fe, la fe en Él. Por esto, es la fe de Cristo la que nos introduce en una unión orgánica con Él.
La justicia que es procedente de Dios basada en la fe es la justicia que es Dios mismo vivido y expresado por nosotros para ser nuestra justicia por medio de nuestra fe en Cristo. Tal justicia es la expresión de Dios, quien vive en nosotros. Dicha justicia se basa en la fe porque está afirmada sobre la base, o la condición, de fe. La fe es la base, la condición, sobre la cual recibimos y poseemos la justicia que procede de Dios, la justicia más elevada, que es Cristo (1 Co. 1:30).
Con base en la palabra de vida y mediante el suministro del Espíritu, Pablo obtuvo la fe. Esta fe le trajo la infusión de Dios mismo a su ser. Espontáneamente, Pablo vivía a Dios como su diario vivir y podía ser hallado en Cristo, teniendo la justicia de Dios. Cuando en términos de nuestra experiencia obtenemos el suministro del Espíritu (Fil. 1:19) mediante la palabra de vida (2:16) que resulta en la fe de Cristo (3:9), Dios mismo es infundido en nosotros (Ro. 10:17). Entonces, el Dios que ha sido infundido en nosotros llega a ser nuestro diario vivir, el vivir que Pablo describe como la justicia de Dios. Esto es ser hallado en Cristo, una condición en la que disfrutamos la infusión de Dios a fin de que le vivamos en virtud del suministro del Espíritu, de la palabra de vida y de la justicia de Dios que es por medio de la fe.
Si verdaderamente somos hallados en Cristo, todas las otras cosas dejarán de ejercer control sobre nosotros. Ya no estaremos bajo la influencia de la religión, la filosofía o la cultura. Cuando somos hallados en Él, la religión, la filosofía y la cultura son anuladas. Ser hallados en Cristo significa que Él es nuestra única expresión. Debido a que Pablo pudo ser hallado en Cristo, Cristo era su expresión. En todo aspecto y desde todo ángulo, únicamente Cristo podía ser visto sobre él. La aspiración de Pablo era que Cristo fuese su única expresión. Él no quería ser hallado en virtudes naturales tales como la humildad, la paciencia y el amor. Éstas se encontraban entre las cosas que él estimaba como basura a fin de ganar a Cristo y ser hallado en Él. La cultura, la paciencia humana, el amor natural y la sumisión, todo ello es basura al ser comparado con Cristo. No debemos aspirar a ser hallados en nuestro propio amor por los demás ni en nuestra sumisión natural. Nuestro anhelo sincero debe ser que seamos hallados únicamente en Cristo.
Todos debemos inclinarnos delante del Señor y orar: “Señor, ten misericordia de mí. Haz que la aspiración de Pablo llegue a ser mi aspiración también. Oh Señor, crea en mí el hambre y la sed para ir en pos de Ti a fin de que pueda ser hallado en Ti. No quiero que los demás me hallen en ninguna otra cosa que no seas Tú mismo. Anhelo ser una persona íntegramente en Ti y que los demás me hallen en Ti”. Que el Señor nos conceda misericordia para que seamos hallados en Él.