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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CUARENTA Y NUEVE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(55)

  En este mensaje continuaremos considerando a Cristo como la meta que los creyentes persiguen.

f. A fin de conocer a Cristo, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, al ser configurados a Su muerte

  Filipenses 3:10 dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. Para poder conocer (experimentar) a Cristo y el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, Pablo vivía en una condición en la cual no tenía su propia justicia, sino la justicia que proviene de Dios (v 9).

1) A fin de conocer a Cristo

  En el versículo 8 se ve que la excelencia del conocimiento de Cristo viene por revelación. Pero en el versículo 10 conocerle viene por medio de nuestra experiencia, es decir, se refiere a tener el conocimiento de Él que se adquiere al experimentarle, experimentarle en el pleno conocimiento de Él. Pablo primero recibió la revelación de Cristo, luego buscó la experiencia de Cristo, la cual consiste en conocer y disfrutar a Cristo en nuestra experiencia.

  Conocer a Cristo no es meramente saber de Él, sino que es ganar Su persona (2 Co. 2:10). Para obtener algo se requiere pagar un precio; ganar a Cristo es experimentar, disfrutar y poseer todas Sus inescrutables riquezas (Ef. 3:8) al pagar un precio. Cristo nos ganó, tomó posesión de nosotros, a fin de que nosotros podamos ganarlo a Él, esto es, podamos tomar posesión de Él (Fil. 3:12).

  Debemos conocer a Cristo al disfrutarle, experimentarle, ser uno con Él, tenerle dentro de nosotros y andar con Él. De este modo le conocemos tanto por revelación como por experiencia. A la postre, Él llega a ser nosotros mismos, y nosotros llegamos a ser Él.

2) A fin de conocer el poder de Su resurrección

  El poder de la resurrección de Cristo es Su vida de resurrección, la cual lo resucitó de los muertos (Ef. 1:19-20). La realidad del poder de la resurrección de Cristo es el Espíritu (Ro. 1:4). Conocer y experimentar este poder requiere que seamos identificados con la muerte de Cristo y que seamos configurados a ella. La muerte es la base de la resurrección. Para experimentar el poder de la resurrección de Cristo, necesitamos vivir una vida crucificada, tal como Él lo hizo. Ser configurados a Su muerte le proporciona al poder de Su resurrección una base desde la cual Su vida divina pueda levantarse para ser expresada en nosotros.

  Aun cuando es maravilloso disfrutar el poder de la resurrección de Cristo, el poder de la resurrección no es principalmente para nuestro disfrute. En la economía de Dios no hay disfrute egoísta. El poder de la resurrección de Cristo tiene por finalidad producir y edificar el Cuerpo. Si nos hacemos a un lado y permanecemos bajo la muerte de la cruz, disfrutaremos el poder de la resurrección. Espontáneamente el poder de la resurrección experimentado por nosotros producirá el Cuerpo.

3) A fin de conocer la comunión en Sus padecimientos

  La expresión la comunión en Sus padecimientos en el versículo 10 se refiere a participar de los padecimientos de Cristo (Mt. 20:22-23; Col. 1:24), lo cual es una condición necesaria para experimentar el poder de Su resurrección (2 Ti. 2:11) al ser configurados a Su muerte. Pablo procuraba conocer y experimentar no sólo la excelencia de Cristo mismo, sino también el poder vital de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos. En el caso de Cristo, los sufrimientos y la muerte vinieron primero, seguidos por la resurrección; en el caso nuestro, el poder de Su resurrección viene primero, seguido por la participación en Sus sufrimientos y el ser configurados a Su muerte. Primero recibimos el poder de Su resurrección; luego por este poder somos capacitados para participar de Sus sufrimientos y vivir una vida crucificada en conformidad con Su muerte. Tales padecimientos sirven principalmente para producir y edificar el Cuerpo de Cristo (Col. 1:24).

  Los padecimientos de Cristo pertenecen a dos categorías: los que sufrió para lograr la redención, los cuales fueron cumplidos por Cristo mismo, y los que sufrió para producir y edificar la iglesia, los cuales necesitan ser completados por los apóstoles y los creyentes (v. 24). No podemos participar en los padecimientos de Cristo para efectuar la redención, pero tenemos que participar de los padecimientos de Cristo para producir y edificar el Cuerpo (cfr. Ap. 1:9; 2 Ti. 2:10; 2 Co. 1:5-6; 4:12; 6:8-11). Cristo como Cordero de Dios padeció a fin de efectuar la redención (Jn. 1:29); Cristo como grano de trigo padeció a fin de reproducirse y efectuar la edificación (12:24). El Señor, como grano de trigo que cayó en la tierra, perdió la vida de Su alma por medio de la muerte a fin de poder liberar Su vida eterna en resurrección para los muchos granos (10:10-11). El único grano no completó todos los padecimientos requeridos para la edificación del Cuerpo; por ser nosotros los muchos granos, tenemos que padecer del mismo modo que padeció el único grano (12:24-26). Por ser aquellos “muchos granos”, nosotros también debemos perder la vida del alma por medio de la muerte para poder disfrutar la vida eterna en resurrección (v. 25). Esto es seguirlo para servirle y andar con Él en el camino, en que perdemos la vida del alma y vivimos en Su resurrección (v. 26). La manera en que la iglesia es hecha realidad y crece no es por medio de la gloria humana, sino mediante la muerte de cruz.

4) Al ser configurados a Su muerte

  En Filipenses 3:10 Pablo habló de ser configurado a Su muerte. Esta expresión indica que Pablo deseaba tomar la muerte de Cristo como el molde de su vida. La excelencia del conocimiento de Cristo, estimar todas las cosas como pérdida, ganar a Cristo, ser hallado en Él, conocerle, conocer el poder de Su resurrección y conocer la comunión en Sus padecimientos, todo ello tiene como resultado una sola cosa: ser configurados a la muerte de Cristo.

  Pablo vivía continuamente una vida crucificada, una vida bajo la cruz, tal como vivió Cristo en Su vivir humano. Mediante tal vida de ser moldeado a la muerte de Cristo, Pablo experimentó y disfrutó el poder de resurrección de Cristo. El molde de la muerte de Cristo se refiere a la experiencia de Cristo de hacer morir continuamente Su vida humana para poder vivir por la vida de Dios (Jn. 6:57). Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él llevó una vida crucificada. Al vivir una vida crucificada, Él estaba vivo para Dios y le vivió. Él siempre hizo morir Su vida humana a fin de que la vida divina dentro de Él pudiera fluir de modo desbordante (10:10-11, 17). Mientras vivía, Él también moría, esto es: moría a la vieja creación a fin de vivir una vida en la nueva creación. Éste es el significado de “Su muerte” en Filipenses 3:10.

  La muerte de Cristo es un molde al cual hemos de ser configurados, de manera muy similar a cómo la masa es puesta en el molde y configurada al mismo. Dios nos ha puesto en el molde de la muerte de Cristo, y día tras día Dios nos moldea a fin de configurarnos a esta muerte (Ro. 6:3-4). Debemos ser configurados a tal molde al morir nosotros a nuestra vida humana para vivir la vida divina. Si hacemos morir nuestra vida natural, adquiriremos la conciencia de tener otra vida, la vida divina, dentro de nosotros; esta vida será liberada y, entonces, en nuestra experiencia seremos configurados a la muerte de Cristo (Jn. 10:10; 1 Jn. 5:11-12). En el molde de la muerte de Cristo, la vida natural es puesta a muerte, el viejo hombre es crucificado y el yo es anulado (2 Co. 4:16; Ro. 6:6; Mt. 16:24). Si permitimos que nuestras circunstancias nos presionen conformándonos a este molde, nuestra vida diaria será moldeada a la forma de la muerte de Cristo (Ro. 8:28-29).

  Ser configurados a la muerte de Cristo es el requisito para conocerle y experimentarle a Él, y también para conocer y experimentar el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Ser configurados a la muerte de Cristo es la base de la experiencia de Cristo. A medida que somos configurados a la muerte de Cristo, experimentamos Su muerte que todo lo logra. Primero, si morimos con Cristo, guardaremos nuestra vida del alma para vida eterna (Jn. 12:25). Segundo, si estamos dispuestos a ser configurados a la muerte de Cristo, venceremos al mundo y derrotaremos a Satanás (v. 31; He. 2:14). Tercero, al ser configurados a Su muerte, experimentamos a Cristo en Su muerte para la liberación, la impartición y la multiplicación de vida (Jn. 12:24-26; 2 Co. 4:12). Es necesario que seamos configurados a la muerte de Cristo a fin de que la vida divina dentro de nosotros pueda ser liberada e impartida en los demás y, de este modo, sea multiplicada. Cuarto, cuando somos configurados a la muerte de Cristo, espontáneamente la vida divina dentro de nosotros será liberada y Dios el Padre, la fuente de esta vida, será glorificado. Por tanto, cuanto más somos configurados a la muerte de Cristo, más glorificamos al Padre (Jn. 12:28; 13:31). La única manera de glorificar a Dios es ser configurados a la muerte de Cristo. Quinto, mediante Su muerte en la cruz, las personas son atraídas a Cristo (12:32). La verdadera atracción está en Su muerte. Cuando morimos la muerte de Cristo y somos configurados a Su muerte, seremos como un imán que atraerá a los demás a Cristo. La muerte de Cristo en la cruz posee una atracción preciosa. Tal atracción viene por medio de la liberación de la vida; ésta es la vida crucificada con su poder de atracción.

g. Para que lleguemos a la superresurrección de entre los muertos

  A continuación, en Filipenses 3:11 Pablo dice: “Si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. Aquí llegar significa alcanzar. Llegar a la superresurrección de entre los muertos requiere que nosotros corramos triunfalmente la carrera para obtener el premio (1 Co. 9:24-26; 2 Ti. 4:7-8). La superresurrección se refiere a la resurrección sobresaliente, la extra-resurrección, que será un premio para los santos vencedores (He. 11:35; Ap. 20:4-6). Todos los creyentes que mueran en Cristo tendrán parte en la resurrección de los muertos cuando el Señor regrese (1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52). Pero los santos vencedores disfrutarán una porción extra, una porción sobresaliente, de esa resurrección.

  Llegar a esta superresurrección indica que todo nuestro ser ha sido resucitado paulatina y continuamente. Dios primero resucitó nuestro espíritu que estaba en una condición de muerte (Ef. 2:5-6); luego, desde nuestro espíritu Él procede a resucitar nuestra alma (Ro. 8:6) y nuestro cuerpo mortal (v. 11), hasta que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea completamente resucitado saliendo de nuestro viejo ser por Su vida y con Su vida. Éste es un proceso en vida por el cual tenemos que pasar, y una carrera que tenemos que correr hasta que lleguemos a tal resurrección, la superresurrección, nuestro premio. Así que, la superresurrección debe ser la meta y el destino de nuestra vida cristiana. Podemos alcanzar esta meta solamente al ser configurados a la muerte de Cristo, o sea, al vivir una vida crucificada. En la muerte de Cristo pasamos por un proceso en resurrección por el cual somos trasladados de la vieja creación a la nueva.

  Estar en la superresurrección significa dejar atrás todo lo de la vieja creación y ser introducidos en Dios mismo. Aunque Lázaro fue resucitado, él no dejó atrás las cosas de la vieja creación ni tampoco fue introducido en Dios. Al final de la era venidera todos los incrédulos que estén muertos serán resucitados; no obstante, esa resurrección no los sacará de la vieja creación ni tampoco los introducirá en Dios mismo. Hay sólo una clase de resurrección que nos saca de la vieja creación y nos introduce en Dios mismo, y ésta es la resurrección de Cristo. Por tanto, la resurrección de Cristo es la resurrección sobresaliente. Cristo es el único que salió de la vieja creación y entró en Dios mismo. Cristo vivió en un cuerpo de la vieja creación y en un entorno de la vieja creación durante treinta y tres años y medio, pero la vida que Él vivió pertenecía íntegramente a la nueva creación porque Él continuamente moría a Su cuerpo de la vieja creación y a Su entorno de la vieja creación, y vivía para Dios. Mediante Su muerte y resurrección, Él dejó atrás la vieja creación y fue introducido en Dios.

  La superresurrección en realidad es la querida, preciosa y excelente persona de Cristo, Aquel que —mediante la crucifixión y resurrección— salió de la vieja creación y entró en Dios. Esta Persona maravillosa es mucho más excelente que los ángeles, quienes pertenecen a la vieja creación. Ellos no han experimentado la crucifixión ni la resurrección. Pero después que Cristo fue crucificado y sepultado, Él fue resucitado, con lo cual salió de la vieja creación y fue introducido en Dios mismo. Cristo mismo es la realidad de la superresurrección. Ahora tenemos que ir en pos de una vida que es esta maravillosa Persona, Cristo. Juntamente con Pablo debiéramos poder decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Pablo también pudo testificar que él había sido crucificado con Cristo y que Cristo vivía en él (Gá. 2:20). El Cristo que vivía en Pablo es Aquel que, en Su propia persona, es la superresurrección.

  Ahora tenemos que hacernos una pegunta muy importante: ¿Podemos llegar a la meta de la superresurrección en la era presente o únicamente podemos correr la carrera y esperar a llegar a la meta en la era venidera? Algunos podrían pensar que tenemos que esperar hasta la era venidera para llegar a la meta. Pero si no llegamos a la meta en la era actual, no la alcanzaremos en la era venidera. Tenemos que esforzarnos por llegar a la meta durante el curso de nuestra vida.

  En Romanos 8:11 Pablo dice: “Si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, Aquel que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Este versículo indica que podemos lograr la superresurrección en la era actual. Aquí Pablo dice que el Espíritu de Aquel que levantó a Cristo de entre los muertos vivificará la parte de nuestro ser que está muriendo, nuestro cuerpo mortal. Hemos visto que el Espíritu es la realidad de la resurrección de Cristo, la realidad de la superresurrección. El Espíritu mora en nosotros para forjar la superresurrección en nuestro ser de manera real y concreta. Por tanto, Romanos 8:11 indica que debemos llegar a la superresurrección en esta era.

  Vivir a Cristo es vivir la superresurrección; ésta debe ser nuestra meta. Día tras día debemos vivir la superresurrección. Por ejemplo, nuestro amor por nuestro cónyuge no debe ser un amor natural, sino un amor en resurrección. Si amamos a nuestro cónyuge en resurrección, nuestro amor no será de la vieja creación sino que será un amor en Dios. Nuestras acciones y nuestro hablar tienen que estar en resurrección. Si ciertas acciones no están en resurrección, no debemos realizarlas. Si algunas palabras no están en resurrección, no debemos decirlas. La pregunta no es si determinada cosa es correcta o incorrecta, sino si está o no en resurrección. Esto muestra que vivir a Cristo es vivir la superresurrección, vivir una vida absolutamente fuera de la vieja creación y en Dios.

  En la superresurrección no hay elemento alguno de la vieja creación; más bien, todo está lleno del elemento divino. A esto se debe que la gente perciba a Dios mismo al estar con alguien que vive en la superresurrección. El vivir de tal persona, sus acciones y palabras, están en resurrección. En esto consiste la superresurrección en nuestra vida diaria. En Filipenses 3 Pablo iba en pos de este vivir. Esto era lo que él tenía en mente cuando declaró que su anhelo era conocer a Cristo y el poder de Su resurrección y que buscaba por todos los medios llegar a la superresurrección. Debemos orar: “Señor Jesús, te amo de un modo en que jamás antes te había amado. Señor, en Tu presencia determino ir en pos de Ti como Aquel que es la superresurrección. Deseo que todos los aspectos de mi vida estén fuera de la vieja creación y dentro de Dios”.

h. Olvidar lo que queda atrás y extenderse a lo que está delante a fin de proseguir a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto hecho por Dios en Cristo

  En Filipenses 3:13 Pablo dice: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante”. Pablo había experimentado a Cristo y ganado de Él en gran manera; con todo y eso, no consideraba que hubiese experimentado a Cristo en plenitud o que lo hubiese ganado al máximo. Pablo proseguía con todas sus fuerzas a la meta: ganar a Cristo al grado máximo.

  En el versículo 13 Pablo se refiere a olvidar lo que queda atrás. A fin de ganar a Cristo al máximo, Pablo no solamente había olvidado sus experiencias en el judaísmo sino que también se negaba a estancarse en sus antiguas experiencias de Cristo. Él olvidaba el pasado. No olvidar nuestras experiencias del pasado y quedarnos estancados en ellas, por muy genuinas que hayan sido, estorban nuestra búsqueda de Cristo.

  Pablo también dice que él se extendía a lo que estaba delante. Él sabía que Cristo es insondablemente rico, que hay un vasto territorio de riquezas Suyas que podemos poseer. Él se extendía para ganar estas riquezas y adentrarse en este territorio.

  Aunque Pablo era un santo maduro y un apóstol experimentado, él nos dice que todavía no lo había logrado ni había sido perfeccionado. Él no se consideraba como alguien que ya hubiera llegado al pleno disfrute de Cristo ni a la plena madurez en vida. Por supuesto, él ya había obtenido la salvación que es común a todos los creyentes, por medio de la fe común a todos ellos (1 Ti. 1:14-16), pero él iba en pos de Cristo a fin de ganar a Cristo al máximo. Además, Pablo también iba en pos de Cristo a fin de obtener una porción extra de la resurrección: la superresurrección. Para obtener tal porción de resurrección, tenemos que proseguir, correr y acabar nuestra carrera triunfalmente. Así como Pablo, nosotros hemos sido regenerados, pero todavía no hemos sido perfeccionados, ni hemos madurado, en vida. En el tiempo de nuestra conversión fuimos ganados por Cristo a fin de que nosotros podamos ganarlo a Él. Ahora, por ser aquellos que todavía no lo han logrado y que todavía no han sido perfeccionados, vamos en pos de Cristo.

  En Filipenses 3:14 Pablo declara: “Prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús”. Pablo iba en pos de la meta a fin de alcanzar el premio. Cristo es tanto la meta como el premio. La meta es el pleno disfrute de Cristo y el ganarlo a Él, y el premio es el máximo disfrute de Cristo en el reino milenario como recompensa para los corredores de la carrera neotestamentaria que obtienen la victoria. A fin de alcanzar la meta para obtener el premio, Pablo se ejercitaba en olvidar lo que quedaba atrás y en extenderse a lo que estaba delante. Es de este modo que ganamos a Cristo al ir en pos de Él.

  Ser llamados a lo alto tiene como fin que obtengamos el premio al cual Dios nos llama desde lo alto, desde los cielos. Este llamamiento celestial (He. 3:1) corresponde a nuestra ciudadanía celestial en el Filipenses 3:20. No es un llamamiento terrenal como el que se les hizo a los hijos de Israel en la carne. Este llamamiento a lo alto nos insta a tomar posesión de Cristo, mientras que el llamamiento terrenal se les hizo a los hijos de Israel para que tomaran posesión de la tierra física.

  Debemos ver el hecho de que Dios ha fijado una meta y preparado un premio. Debemos correr la buena carrera e ir en pos de Cristo olvidando lo que queda atrás y extendiéndonos a lo que está delante, esto es, las cosas referentes a Cristo y Su Cuerpo, la iglesia. Olvidémonos de las cosas que quedaron atrás y concentrémonos en el futuro brillante que tenemos por delante, un futuro que consiste en ganar a Cristo y en experimentarlo al máximo en Su Cuerpo.

  No debemos estar satisfechos con simplemente obtener conocimiento bíblico, ni siquiera con el conocimiento de Filipenses 3. Debemos tener la experiencia concreta de ir en pos de Cristo. De hecho, la palabra griega traducida “prosigo” (v. 12) también puede traducirse “persigo”. Antes de ser salvo, Pablo perseguía a Cristo de manera negativa. Después de ser salvo, seguía en pos de Cristo al grado de perseguirlo, pero en un sentido muy positivo. Perseguir a una persona es molestarla y rehusarse a dejarla ir. Antes que Pablo fuera salvo, él molestaba a Cristo y no le dejaba ir, persiguiéndole en un sentido negativo. Pero después que fue salvo y fue asido por Cristo, Pablo continuaba persiguiendo a Cristo, pero en un sentido positivo, pues se rehusaba a dejarlo ir. Nosotros también debemos perseguir a Cristo de este modo a fin de ganarlo. No debemos dejar que Cristo se vaya de nosotros; más bien, debemos molestarlo, perseguirlo, a fin de ganarlo. Esto es ir en pos de Cristo.

  Perseguir a Cristo de este modo es agotador. Al perseguir a Cristo debemos gastarnos por completo; todo nuestro ser con todas nuestras fuerzas deben ser consumidos en ir en pos de Cristo. Debemos ser incitados a buscarle, incluso como quien lo persigue. No debiéramos permitir que Cristo se vaya de nosotros. En lugar de ello, debemos buscarle, ir en pos de Él y perseguirle en un sentido positivo; entonces ganaremos a Cristo.

  En el versículo 15 Pablo dice: “Así que, todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y si en algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios”. En este libro lo dicho a los creyentes de Filipos está enfocado en la mente, la parte principal del alma. En este libro se les manda combatir unánimes junto con el evangelio personificado (1:27), tener un mismo pensamiento, estar unidos en el alma, tener este único pensamiento (2:2; 4:2), que haya en ellos la misma manera de pensar que hubo en Cristo (2:5) y tener este mismo sentir, el cual se centra en ir en pos de Cristo y en ganarlo al máximo. Cuando nuestra mente se ocupa de esto, tenemos el mismo sentir, y por ende el mismo pensamiento, incluso el único pensamiento, que es: ganar a Cristo al máximo; además, estamos unidos en el alma, tenemos el mismo ánimo (v. 20) y somos hechos unánimes.

  Nuestra meta debe ser ir en pos de Cristo. No debemos tener ningún otro interés. Dios nos revela que nuestra mente debe estar fija en esto, debe centrarse en seguir a Cristo. Así que, Dios desea regular nuestra mente todo el tiempo, volviéndola hacia Cristo como centro.

  Todos debemos ver la única meta de Dios. Es fácil ser distraídos en la vida cristiana, pues alrededor tenemos muchos factores que nos distraen. Si no tenemos una meta establecida, la única meta, la meta establecida por Dios en la eternidad, aferrándonos a ella, con el tiempo, seremos distraídos. Lo único que puede guardarnos en el camino de Dios es Su única meta: Cristo para nuestro supremo disfrute y máxima ganancia. Si tomamos esta meta como nuestra meta suprema, seremos resguardados.

  A continuación, en 3:16, Pablo dice: “Sin embargo, en aquello a que hemos llegado, andemos conforme a la misma regla”. La palabra griega para “andar” es stoijéo, que significa “andar en orden”, derivado de stéjo, que significa “marchar en filas, llevar el paso, ser conformados a la virtud y a la piedad”, como es usado en Romanos 4:12 y Gálatas 5:25 y 6:16. Con esta palabra el apóstol nos exhorta a que andemos y a que pongamos orden a nuestras vidas —en aquello a que hemos llegado, al grado que hayamos avanzado— siguiendo la misma regla, estando en la misma fila, en la misma senda, en los mismos pasos. Cualquiera sea el estado al que hayamos llegado en nuestra vida espiritual, todos tenemos que andar, como lo hizo el apóstol, siguiendo la misma regla, en la misma senda, es decir, debemos ir en pos de Cristo hacia la meta para ganar Cristo al máximo como el premio del llamamiento a lo alto que Dios nos ha hecho.

  El pensamiento principal de Pablo en Filipenses 3:16 es que, como cristianos, el principio más importante que rige nuestra vida cristiana debe ser el de ir en pos de Cristo. Este principio tiene que llegar a ser el elemento fundamental y gobernante de nuestro andar cristiano. El principio rector de nuestra vida cristiana debe ser el de ir en pos del disfrute y la experiencia de Cristo. Este principio nos guardará en la unidad apropiada. Que el Señor tenga misericordia de nosotros a fin de que tengamos como único pensamiento ir en pos de Cristo al máximo y andar en conformidad con el principio básico de la vida cristiana. Este principio es que nosotros vamos en pos de Cristo, olvidando lo que queda atrás y extendiéndonos a lo que está delante, a la meta establecida por Dios, a fin de obtener el premio que Él ha preparado para nosotros.

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