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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CINCUENTA Y DOS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(58)

  En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de la experiencia y el disfrute de Cristo revelados en Colosenses.

80. La porción de los santos

  En Colosenses 1:12 Pablo dice: “Dando gracias al Padre que os hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz”. Este versículo indica que la porción de los santos es el Cristo todo-inclusivo como nuestro disfrute. Cuando Pablo escribía la Epístola a los Colosenses y les hablaba acerca de la porción de los santos, él tenía en mente el tipo de la buena tierra. Cuando los hijos de Israel entraron en la buena tierra y tomaron posesión de ella, Dios les ordenó dividirla en parcelas y repartirla entre los hijos de Israel de modo que ellos recibieran una porción de la buena tierra a fin de tenerla como su herencia y disfrutarla. En Colosenses, Pablo presentó al Cristo todo-inclusivo como la realidad de la buena tierra que Dios nos repartió. Los creyentes en Cristo hemos recibido una porción de Cristo, la buena tierra, a la cual Pablo llama la porción de los santos.

  Dios el Padre nos ha hecho aptos por medio de la redención de Dios el Hijo y mediante la santificación de Dios el Espíritu para que participemos del Cristo todo-inclusivo, la corporificación del Dios Triuno procesado, como la porción asignada a los santos. La voluntad de Dios es que el Cristo todo-inclusivo y extenso sea nuestra porción. En el versículo 9 Pablo hace referencia a la voluntad de Dios. En este versículo, la voluntad de Dios se refiere a Cristo. La voluntad de Dios para nosotros es que conozcamos a Cristo, experimentemos a Cristo, disfrutemos a Cristo, seamos saturados con Cristo y que Cristo llegue a ser nuestra vida y persona. La voluntad de Dios es profunda con relación a que nosotros conozcamos, experimentemos y vivamos al Cristo todo-inclusivo y extenso.

  La herencia de los creyentes neotestamentarios, la porción asignada a ellos, no es una tierra física, sino el Cristo todo-inclusivo, el Espíritu vivificante (2:6-7; Gal. 3:14). Él es la porción asignada a los santos como su herencia divina para su disfrute. Las riquezas de la buena tierra tipifican las riquezas inescrutables de Cristo en los diferentes aspectos de Su abundante suministración dada en Su Espíritu a Sus creyentes (Dt. 8:7-10; Ef. 3:8; Fil. 1:19). Al disfrutar las riquezas de la tierra, los creyentes en Cristo son edificados a fin de llegar a ser Su Cuerpo como casa de Dios y reino de Dios (Ef. 1:22-23; 2:21-22; 1 Ti. 3:15; Mt. 16:18-19; Ro. 14:17).

a. El Hijo del amor de Dios, a quien le pertenece el reino y en quien tenemos redención

  En Colosenses 1:13-14 Pablo dice que el Padre nos libró de la autoridad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de Su amor, en quien tenemos redención, el perdón de pecados. Como Aquel que es la porción de los santos, Cristo es el Hijo del amor de Dios, el reino de Dios es el reino del Hijo del amor de Dios y en Cristo tenemos redención. Fuimos redimidos para heredar el reino de Dios, el cual es el reino del Hijo amado de Dios.

  Así como la buena tierra era la porción de los hijos de Israel, del mismo modo en la actualidad Cristo es la porción de los santos. Después de revelar en el versículo 12 al Cristo todo-inclusivo como porción asignada de los santos, Pablo en el versículo 13 dice que el Padre nos ha librado de la autoridad de las tinieblas y trasladado al reino del Hijo de Su amor. El versículo 13 nos recuerda la manera en que los hijos de Israel fueron liberados de Egipto y trasladados a la buena tierra. Por tanto, el concepto de Pablo en el versículo 13 es el mismo que es revelado en el éxodo de Egipto y la entrada en la buena tierra. En tiempos antiguos, Dios liberó a Su pueblo sacándolo de Egipto y lo introdujo en la buena tierra. Dios el Padre ha hecho lo mismo con nosotros. Él nos ha librado de la autoridad de las tinieblas, tipificada por Faraón y Egipto, y nos ha trasladado al Cristo todo-inclusivo, tipificado por la buena tierra. Así como los hijos de Israel fueron trasladados al ser sacados de Egipto e introducidos en una tierra en la que fluía leche y miel, una tierra libre de tiranía, del mismo modo nosotros hemos sido trasladados a una esfera maravillosa llamada el reino del Hijo del amor del Padre. Por tanto, ser aptos para participar de la porción de los santos en realidad equivale a entrar en la realidad de la buena tierra. Por tanto, la manera en que Pablo compuso los versículos 12 y 13 concuerda con el cuadro presentado en el Antiguo Testamento.

1) El Hijo del amor de Dios, Aquel a quien le pertenece el reino

  El versículo 13 explica y define cómo el Padre nos hizo aptos para participar de la porción de los santos. Este versículo dice que el Padre “nos ha librado de la autoridad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Es necesario que Dios nos libre de la autoridad de las tinieblas, es decir, del reino de Satanás (Mt. 12:26), y nos traslade al reino de Cristo, al reino del Hijo amado de Dios, para que Cristo sea la Cabeza del Cuerpo y para que nosotros, Sus creyentes, seamos los miembros de Su Cuerpo. Esto tiene por finalidad hacernos aptos para participar del Cristo todo-inclusivo como porción que nos fue asignada.

  Si todavía estuviéramos bajo la autoridad de las tinieblas, no seríamos aptos para participar de Cristo. Pero el Padre nos ha librado de la autoridad de las tinieblas, y ya no estamos en el reino satánico. Que fuésemos librados de la autoridad de las tinieblas fue el primer paso para hacernos aptos a fin de tener parte en Cristo. El segundo paso consistió en que fuésemos trasladados al reino del Hijo del amor de Dios. Hemos experimentado una liberación y un traslado. Debido a que Satanás es tinieblas, y Cristo, el Hijo de Dios, es luz, el reino de Satanás es la autoridad de las tinieblas, mientras que el reino del Hijo de Dios es el reino de la luz. Al ser librados del reino de Satanás y trasladados al reino de Cristo, fuimos hechos aptos para participar de la porción de los santos.

  Mediante la regeneración no solamente hemos sido librados de la autoridad de las tinieblas, sino que además fuimos trasladados al reino del Hijo del amor de Dios (Jn. 3:5). El reino del Hijo es la autoridad de Cristo (Ap. 11:15; 12:10). Además, el Hijo del Padre es la expresión del Padre, quien es la fuente de vida (4, Jn. 1:18; 1 Jn. 1:2). El Padre como fuente de vida es expresado en el Hijo.

  El Hijo del amor del Padre es objeto del amor del Padre a fin de ser para nosotros la corporificación de la vida en el amor divino con la autoridad en resurrección. El Hijo, como corporificación de la vida divina, es objeto del amor del Padre. La vida divina corporificada en el Hijo es dada a nosotros en el amor divino. Por tanto, Aquel que es objeto del amor divino llega a ser para nosotros la corporificación de la vida divina en el amor divino con la autoridad en resurrección. En esto consiste el reino del Hijo de Su amor.

  Es más fácil dar una ilustración del reino del Hijo de Su amor que dar una definición adecuada del mismo. Consideremos nuestra experiencia. Al comprender que el Señor Jesús es tan amoroso y preciado, comenzamos a amarle. Al amar al Señor Jesús, adquirimos conciencia de un dulce sentir de amor. Este sentimiento amoroso no solamente incluye al Señor Jesús, sino también a nosotros mismos; llegamos a comprender que nosotros también somos objeto del amor divino. Por ser objeto del amor divino, espontáneamente venimos a estar bajo cierto control o gobierno. Antes que amásemos al Señor Jesús, nos sentíamos libres para hacer lo que quisiéramos; pero cuanto más decimos: “Señor Jesús, te amo”, menos libertad tenemos. Antes que amásemos al Señor Jesús, no percibíamos este gobierno o restricción. Podíamos maltratar a las personas o participar de entretenimientos mundanos sin percibir ninguna restricción interna. Pero como personas que aman al Señor Jesús, hemos venido a estar bajo Su gobierno. Este gobierno no es áspero; por el contrario, es dulce y placentero. Somos restringidos y gobernados de este modo tan dulce. Debido a lo placentero del gobierno del Señor en nosotros, no queremos ni siquiera pronunciar alguna palabra vana ni tolerar algún pensamiento que pueda desagradar al Señor. Somos gobernados y restringidos al máximo en la dulzura del amor. En esto consiste el reino del Hijo de Su amor.

  Cuanto más estemos dispuestos a ser restringidos y gobernados por el Señor Jesús a raíz de nuestro amor por Él, más creceremos en vida, incluso en la abundancia de vida. Esto indica que el reino del Hijo de Su amor tiene por finalidad que nosotros disfrutemos a Cristo como vida. Aquí somos libertados de todo lo que no sea Cristo mismo, no solamente de las cosas malas, sino también de cosas tales como la filosofía, las ordenanzas, las observancias y el ascetismo. Cuando nos aferrábamos a nuestra filosofía, ética, ascetismo y ordenanzas, estábamos bajo la autoridad de las tinieblas; pero Dios nos ha librado de estar bajo tal autoridad y nos ha trasladado al reino de amor que está lleno de vida y luz. Aquí no tenemos observancias, ritos, ordenanzas, prácticas, filosofías, misticismo, gnosticismo ni ascetismo. Sólo tenemos a Cristo, el Hijo del amor de Dios. Aquí tenemos amor, luz y vida. Esto es vivir por Cristo.

  Vivir por Cristo significa que no vivimos regidos por ninguna otra cosa que no sea Cristo mismo. Si vemos en qué consiste vivir por Cristo, comprenderemos que muchos de nosotros todavía estamos bajo alguna forma de control instaurado por el yo, un control establecido y ejercido por el yo. Esta clase de control es la autoridad de las tinieblas. Si estamos bajo esta autoridad, no recibimos luz al leer la Biblia y carecemos de la expresión adecuada en oración. Aun cuando el Padre nos ha librado de la autoridad de las tinieblas, de nuestro pensamiento, sentimiento, preferencia y comportamiento naturales, todavía podríamos permanecer en algún aspecto de nuestro ser natural. Esto hace que seamos retenidos bajo la autoridad de las tinieblas. Debido a que en realidad estamos bajo la autoridad y el control de las tinieblas, y no estamos en el reino del Hijo de Su amor en términos prácticos, tenemos poco disfrute de Cristo como porción de los santos.

  Insistir en que se cumpla una determinada ordenanza o práctica es estar bajo la autoridad de las tinieblas. Nuestro Padre nos ha librado de la autoridad de las tinieblas y nos ha trasladado al reino del Hijo de Su amor. Aquí estamos bajo la restricción del amor divino en la vida divina. En lugar de ordenanzas, observancias, religiosidad o filosofía, tenemos única y exclusivamente a Cristo. Si vemos esto, no habrá disputas ni división en la vida de iglesia.

  Ser trasladados al reino del Hijo del amor del Padre es ser trasladados al Hijo que es vida para nosotros (1 Jn. 5:12). El Hijo en resurrección (1 P. 1:3; Ro. 6:4-5) es ahora el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Él nos gobierna en Su vida de resurrección con amor. En esto consiste el reino del Hijo del amor del Padre. Cuando vivimos por el Hijo como nuestra vida en resurrección, vivimos en Su reino disfrutando al Hijo en el amor del Padre.

  Hemos sido trasladados a una esfera en la que somos gobernados en amor con vida. Aquí, bajo el gobierno y restricción celestiales, tenemos auténtica libertad, la libertad apropiada en amor, con vida y bajo la luz. Esto es lo que significa ser librados de la autoridad de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo de Su amor. Aquí en este reino disfrutamos a Cristo y tenemos la vida de iglesia. Aquí no hay opiniones ni división. Aquí tenemos una sola cosa: la vida de iglesia con Cristo como nuestro todo. Ésta es la revelación del libro de Colosenses.

  En Colosenses la autoridad de las tinieblas se refiere a los aspectos positivos de nuestra cultura así como de nuestro carácter, nuestra manera de ser y nuestro propio ser natural. La autoridad de las tinieblas incluye nuestras virtudes, religión, filosofía, observancias, ordenanzas, principios y estándar ético. Dios nos ha librado de todo esto y trasladado al reino del Hijo de Su amor, donde vivimos bajo el gobierno y restricción celestiales. En este reino no estamos bajo un gobierno áspero, sino bajo el gobierno amoroso del Hijo. Aquí no tenemos el sentir de que estamos sujetos a la justicia, el poder ni la autoridad, sino que estamos sujetos al amoroso y preciado Señor Jesús. Cuanto más le decimos al Señor Jesús que le amamos, por un lado, más somos libertados, y por otro, más somos restringidos y gobernados. Debido a que amamos al Señor, deseamos tomarle como nuestra persona y nuestra vida. En esto consiste la vida cristiana apropiada requerida para la vida de iglesia.

  El reino del Hijo del amor de Dios abarca tres eras: la era presente, en la cual está la iglesia; la era venidera, en la cual estará el reino milenario; y la era de la eternidad con la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva. Estos tres aspectos son considerados por Pablo en Colosenses 1:13 como el reino del Hijo del amor de Dios.

  Las palabras el Hijo de Dios son deleitosas para los oídos del Padre. Cuando el Señor Jesús fue bautizado, el Padre proclamó: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). Cuando el Señor fue transfigurado, el Padre hizo la misma declaración (17:5). Debido a que el Padre se deleita en Su Hijo, el reino del Hijo del amor del Padre es un asunto placentero, un asunto deleitoso.

  El énfasis en Colosenses 1:13 es el reino del Hijo del amor de Dios en esta era, que es la realidad de la iglesia. La vida de iglesia en la actualidad es el reino del Hijo del amor de Dios, lo cual es tan deleitoso para Dios el Padre como el propio Hijo de Dios. Nosotros, los creyentes, fuimos todos trasladados a este deleitoso reino del Hijo del amor de Dios. Dios el Padre ama la parte deleitosa del reino del mismo modo en que ama a Su gratísimo Hijo, Su propio Hijo. Por tanto, en el libro de Colosenses —un libro que trata acerca de Cristo como porción todo-inclusiva del pueblo de Dios— el apóstol Pablo considera que la iglesia, la parte deleitosa del reino divino, es una gran bendición para el pueblo redimido.

2) Aquel en quien tenemos redención

  A continuación, en el versículo 14 Pablo dice: “En quien tenemos redención, el perdón de pecados”. La liberación mencionada en el versículo 13 resuelve el problema de la autoridad que Satanás tenía sobre nosotros al destruir su poder maligno, mientras que la redención mencionada en este versículo resuelve el problema de nuestros pecados al cumplir el justo requisito de Dios. El perdón de pecados es la redención que tenemos en Cristo. La muerte de Cristo ha logrado la redención para darnos el perdón de nuestros pecados.

  En Cristo, el Hijo del amor de Dios, tenemos redención y perdón. Cuando creímos en Cristo como nuestro Redentor, de inmediato Dios nos libró de la autoridad de las tinieblas y trasladó al reino de luz. Aquí, en la luz, somos aptos para participar de la porción asignada a los santos. Esto significa que somos aptos para disfrutar a Cristo; debido a que esto es un hecho cumplido, no hay necesidad que oremos pidiendo por ello. Por el contrario, al igual que Pablo, debemos simplemente dar gracias al Padre por esto. Pero sí es necesario que oremos con respecto a conocer la voluntad de Dios y a tener un andar digno del Señor, de modo que le agrademos en todo (vs. 9-10). Ahora que estamos en el reino del Hijo del amor de Dios, donde disfrutamos de Él en la luz, tenemos que avanzar a conocerle plenamente y andar como es digno de Él.

b. La imagen del Dios invisible

  Cristo es la porción de los santos y, como tal, Cristo no solamente es el Hijo del amor de Dios, sino también la imagen, la expresión, del Dios invisible. Colosenses 1:15 dice que Cristo es “la imagen del Dios invisible”. Dios es invisible, pero el Hijo de Su amor, quien es “el resplandor de Su gloria y la impronta de Su sustancia” (He. 1:3), es Su imagen y expresa lo que Él es. Por ser el Hijo del amor de Dios, quien posee la vida y naturaleza de Dios, Cristo puede expresar a Dios.

  La palabra imagen en Colosenses 1:15 no significa una forma física, sino la expresión del ser de Dios en todos Sus atributos y virtudes. Esta interpretación es confirmada por 3:10 y 2 Corintios 3:18. La imagen de Dios es la forma de los atributos de Dios. Dios posee muchos atributos, y el ser interno de Dios es la totalidad de Sus atributos. Un atributo es un elemento que es propio de Dios. Dios es amor, luz, santidad, justicia, poder, poderío y fortaleza (1 Jn. 4:8; 1:5; Lv. 19:2; He. 12:10; Sal. 7:9b; Jer. 23:6). Éstos y muchos otros ítems son los elementos propios de Dios; por ende, son Sus atributos. Cuando estos atributos son expresados, se convierten en virtudes. En 1 Pedro 2:9 se nos dice que somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Aquí Pedro usa la palabra virtudes en lugar de atributos. Las virtudes son los atributos expresados, y los atributos son las virtudes ocultas o escondidas. Cuando Cristo vivía en la tierra, Él expresó los atributos de Dios en Sus virtudes. Él expresó los atributos divinos en Su humanidad como virtudes. Todos los atributos divinos tienen una imagen. Esta imagen es Cristo el Hijo como expresión del Dios invisible en la esencia de Sus atributos (2 Co. 4:4b).

  ¿De qué manera Cristo, la imagen del Dios invisible, expresa a Dios? Como Hijo del amor del Padre, Él expresa al Dios Triuno debido a que es por medio de Él que la vieja creación y la nueva creación llegaron a existir (Col. 1:16-18). Además, Él expresa al Dios Triuno debido a que Él es el Primogénito de ambas creaciones (vs. 15, 18). Esto hace de Él la expresión plena de Dios.

  Afirmar que Cristo, Aquel que es todo-inclusivo, es la imagen de Dios implica que Él es Dios, el Creador. Cuando vemos a Cristo, vemos la expresión del Dios invisible, pues Él mismo es Dios. Cristo es la imagen del Dios invisible, Dios mismo expresado. El Cristo que es nuestra buena tierra, la porción asignada de los santos, es también la imagen del Dios Triuno, Su expresión.

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