
En este mensaje continuaremos considerando a Cristo como misterio de Dios.
En Colosenses 2:9 Pablo dice: “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. El uso de la palabra habita indica que la plenitud de la Deidad tiene que ser una persona; la plenitud de la Deidad se halla personificada. La plenitud de la Deidad habita corporalmente como una persona en el Cristo encarnado, esto es, en el Cristo poseedor de un cuerpo humano. Por tanto, la palabra corporalmente en el versículo 9 se refiere al cuerpo físico, del cual Cristo se vistió en Su humanidad, lo cual indica que toda la plenitud de la Deidad habita en Cristo, quien tiene un cuerpo humano.
Antes de la encarnación de Cristo, la plenitud de la Deidad habitaba en Él como Aquel que es la Palabra eterna, pero no habitaba corporalmente en Él. Desde que Cristo se encarnó, vistiéndose con un cuerpo humano, la plenitud de la Deidad comenzó a habitar en Él corporalmente y ahora habita por siempre en Su cuerpo glorificado (Fil. 3:21). El hecho de que la plenitud de la Deidad habite corporalmente en Cristo significa que habita en Él de manera real y práctica. Ahora que la plenitud de la Deidad como persona divina habita corporalmente en Cristo, ella es visible, palpable y puede ser recibida.
Los colosenses se encontraban bajo la influencia del gnosticismo, el cual considera maligno el cuerpo del hombre junto con todo el mundo material. Los gnósticos consideraban que ellos poseían la sabiduría y el conocimiento más elevados, pero desconocían que la plenitud de la Deidad mora en Cristo corporalmente. Al refutar la filosofía gnóstica, el apóstol Pablo les dijo a los colosenses que toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo.
Según Colosenses 2:9, Cristo es la corporificación de la plenitud de la Deidad. La palabra plenitud aquí no se refiere a las riquezas de Dios, sino a la expresión de las riquezas de Dios. En Cristo no solamente habitan las riquezas de la Deidad, sino también la expresión de las riquezas de lo que Dios es. La Deidad es expresada tanto en la vieja creación —en el universo— como en la nueva creación: la iglesia. Debemos hacer notar que tanto en 1:19 como en 2:9 Pablo usa la palabra toda para describir la plenitud. Toda la plenitud, toda la expresión, está en la vieja creación y en la nueva creación.
La Deidad en el versículo 9 se refiere a la Deidad misma, lo cual es diferente de las características divinas manifestadas por las cosas creadas (Ro. 1:20). Esto es prueba contundente de la deidad de Cristo. La plenitud de la Deidad está en contraste con la tradición de los hombres y los rudimentos del mundo. La tradición y los rudimentos del mundo simplemente no pueden compararse con la plenitud de la Deidad.
En Colosenses 2:9 “toda la plenitud de la Deidad” se refiere no solamente a la totalidad del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, sino también a todo lo que el Dios Triuno es, tiene, hace, sabe, puede hacer, ha realizado, ha obtenido, ha logrado y ha alcanzado; toda esta plenitud habita corporalmente en el Hijo. La Trinidad Divina es la plenitud de la Deidad, y esta plenitud de la Deidad habita en Cristo. Por tanto, Cristo es la corporificación del Dios Triuno. El Padre, el Hijo y el Espíritu están en su totalidad corporificados en Cristo. La plenitud de la Deidad es triple: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Padre es rico, el Hijo es ilimitado y el Espíritu no tiene medida. Debido a que el Dios Triuno está íntegramente corporificado en Cristo, fuera de Cristo no hay Dios, y fuera de Cristo no podemos encontrar a Dios ni contactarle. Cristo es la morada de Dios, la dirección de la residencia de Dios y el hogar de Dios. Si queremos a Dios pero no queremos a Cristo, no podemos tener a Dios. Cuando recibimos, experimentamos y disfrutamos a Cristo, recibimos, experimentamos y disfrutamos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
En Colosenses 2:10 Pablo continúa: “Vosotros estáis llenos en Él, que es la Cabeza de todo principado y autoridad”. La expresión griega aquí traducida “estáis llenos” es una frase adjetival con carga verbal que tiene como base la misma raíz que la palabra traducida “plenitud”, la cual es un sustantivo usado en el versículo 9. Debemos entender que la expresión estáis llenos se basa en la palabra plenitud del versículo 9. Debido a que toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo, estamos llenos en Él.
Según el versículo 10, el Cristo en quien estamos llenos es la Cabeza de todo principado y autoridad. Por un lado, Cristo posee toda la plenitud de la Deidad, pues ella habita corporalmente en Él; por otro, este Cristo, quien es la Cabeza de todo principado y autoridad, está sobre todo principado y autoridad, esto es, sobre todos los ángeles caídos que ocupan posiciones de poder en el aire y que están subordinados a Satanás (v. 15). Cristo no solamente posee la plenitud de la Deidad, sino que además está sobre todo principado, autoridad y poder de Satanás. Hemos sido puestos en tal Cristo y estamos llenos en Él.
La palabra griega traducida “llenos” en el versículo 10 implica compleción, perfección. Ya que toda la plenitud habita en Cristo, cuando nosotros fuimos puestos en Cristo (1 Co. 1:30), fuimos llenos de todas las riquezas divinas. Por tanto, no necesitamos otra fuente. En Cristo no carecemos de nada, pues en Él hemos sido perfeccionados y hechos completos. No hay razón alguna para volvernos a ninguna otra cosa aparte de Cristo.
Debido a que toda la plenitud de la Deidad está en Cristo y debido a que hemos sido puestos en Él, estamos llenos en Él. El Nuevo Testamento revela claramente que todos los que creyeron en Cristo han sido puestos en Cristo. Por tanto, estamos identificados con Él y somos uno con Él. El resultado es que todo lo que Él es y todo cuanto Él tiene, nos pertenece, y todo lo que Él ha experimentado es nuestra historia. Heredamos todo lo que Cristo ha experimentado y por lo cual ha pasado. Además, debido a que somos uno con Él, somos partícipes de todo lo que Él ha logrado, obtenido y alcanzado.
Nosotros los creyentes somos miembros del Cristo todo-inclusivo. Hemos sido puestos en Él, identificados con Él y unidos a Él como nuestro Marido (Col. 1:28; Ro. 7:2-4). Por tanto, somos uno con Él. Todo por lo cual Él ha pasado es ahora nuestra historia, y todo cuanto Él obtuvo y alcanzó es nuestra herencia. Nosotros estamos en tal Cristo, y Él está en nosotros. Hemos sido puestos en Él, somos uno con Él y hemos recibido todo lo que Él es y tiene.
Aunque algunos cristianos tienen un conocimiento doctrinal de esto, un mero entendimiento mental de nuestra unión con Cristo no es adecuado. Es necesario que ejercitemos nuestra fe para participar de todo lo que es nuestro en Cristo. No debiéramos considerarnos pobres, del mismo modo en que una mujer que ha sido pobre ya no debiera considerarse pobre una vez que se ha casado con un hombre rico. Aun cuando ella pueda sentirse pobre, tiene que poner en práctica aplicar el hecho de que las riquezas de su marido le pertenecen. Asimismo, debido a que somos uno con Cristo, no debemos considerarnos a nosotros mismos como si estuviéramos sumidos en la pobreza. Al contrario, debemos aprehender plenamente lo que tenemos en Cristo.
En sus oraciones, algunos cristianos gustan declarar cuán pobres, lastimosos e inferiores son. Esta clase de oración carece de fe o certidumbre. Debemos creer con plena certidumbre que somos uno con el Cristo rico y todo-inclusivo, Aquel que es la corporificación de toda la plenitud del Dios Triuno. Si comprendemos esto con plena certidumbre, jamás nos consideraremos pobres.
No debiéramos creer en nuestros sentimientos con respecto a nosotros mismos, sino poner la mirada en Cristo (He. 12:2). Debemos ejercitar nuestra fe para aprehender lo que Él es, aquello por lo cual Él pasó, lo que Él obtuvo y alcanzó, y dónde Él está actualmente. Puesto que Él está en el tercer cielo y nosotros somos uno con Él, nosotros también estamos en el tercer cielo. Hemos sido puestos en el Cristo que es inescrutablemente rico.
En Cristo no carecemos de nada. No debiéramos hablar de lo mucho que carecemos. Debido a que estamos en Cristo, no carecemos de nada. En Él está la plenitud, la perfección, la compleción. En realidad, Él mismo es la plenitud, la perfección y la compleción. Debido a que estamos en Él, nosotros también somos completos y perfectos. Somos aquellos que poseen las riquezas de Cristo.
En Efesios 3:8 Pablo se refiere a las riquezas inescrutables de Cristo. Somos más que billonarios porque las riquezas que tenemos son mucho mayores de lo que puede contarse. Simplemente no tenemos idea de cuán vastas son las riquezas que poseemos en Cristo. Con frecuencia hemos orado: “Señor, soy pobre y lastimoso”. Pero debemos orar diciendo: “Señor, te agradezco que soy rico y estoy completo y lleno. Porque estoy en Ti, Señor Jesús, no carezco de ninguna cosa”. Debemos decirle al Señor, a los ángeles e incluso a los demonios que somos más ricos que cualquier billonario terrenal porque estamos en el Cristo cuyas riquezas son inescrutables.
Cuando estamos arraigados en Cristo como suelo, lo primero que tiene lugar es que estamos llenos en Él; somos llenos con todas las riquezas divinas para llegar a ser Su expresión (vs. 8, 17, 19). En Cristo como suelo estamos llenos, estamos completos, hemos sido perfeccionados, satisfechos y completamente abastecidos; no carecemos de nada (cfr. Fil. 1:19). Cristo como suelo es la historia y el misterio de Dios con todas las riquezas de Su persona y Sus procesos (Col. 2:2). Cristo como suelo es la Cabeza de todo principado y autoridad (v. 10). En Cristo como suelo hay un elemento con el poder aniquilador que hace morir nuestra carne (v. 11), un elemento que hace que seamos sepultados (v. 12a), un elemento que hace que seamos resucitados (v. 12b), un elemento que nos vivifica (v. 13), un elemento que anula el código escrito que consistía en ordenanzas (v. 14) y un elemento que es victorioso sobre los espíritus malignos en el aire (v. 15).
Cristo como suelo es Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Puesto que Cristo es la buena tierra en la cual hemos sido arraigados, entonces hemos sido arraigados en esta plenitud; en ella estamos llenos, estamos completos y somos perfectos. No tenemos ninguna necesidad. Habiendo sido plantados en esta plenitud, debemos simplemente absorber el nutrimento procedente de ella. Al hacerlo, descubriremos que nada nos falta.
Antes de ser arraigados en Cristo como buena tierra, no teníamos nada positivo; más bien, estábamos involucrados con la carne, las ordenanzas y el poder de las tinieblas. Pero ahora que hemos sido arraigados en la buena tierra, la plenitud ha llegado a ser nuestra y somos suministrados con toda cosa positiva. En esta plenitud todo-inclusiva y extensa, lo tenemos todo: Dios mismo, una humanidad elevada, los atributos divinos y las virtudes humanas. Debido a que esta plenitud es todo-inclusiva, ella lo logra todo por nosotros, nos satisface y abastece por completo, hace que estemos llenos y nos hace perfectos y completos. ¡Cuán rica es la tierra en la que hemos sido arraigados! Ella nos suministra todo, y no carecemos de nada. Tenemos la plenitud todo-inclusiva e inagotable. En este universo existe esto que Pablo llama la plenitud. Esta plenitud habita corporalmente en Cristo. En Él, la corporificación de la plenitud de la Deidad, llegamos a estar llenos.
En 2:10 Pablo indica que el Cristo en quien llegamos a estar llenos es la Cabeza de todo principado y autoridad. Como dijimos anteriormente, el principado y la autoridad mencionados aquí se refieren a las potestades angelicales, en particular a los ángeles caídos que todavía ocupan posiciones de poder. Según la revelación completa de la Biblia, después que Dios creó el universo, Él lo puso bajo el control de un arcángel y otros ángeles principales. Cuando este arcángel se rebeló contra Dios y se convirtió en Satanás, muchos de los ángeles principales que le asistían en el gobierno del universo se convirtieron en principados y autoridades malignos en las regiones celestes. Éstos son descritos en Efesios 6:12 como los principados, las autoridades, los gobernadores del mundo de estas tinieblas, las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Estas potestades angelicales gobiernan las naciones. Por esta razón, el libro de Daniel menciona tanto al príncipe de Grecia como al príncipe de Persia (10:20). (Aquí, un príncipe denota uno de los gobernadores o potestades angelicales). Esto significa que actualmente todas las naciones de la tierra se encuentran bajo el gobierno de las autoridades en las regiones celestes; sin embargo, no todas son malignas. No obstante, Cristo es la Cabeza de todo principado y autoridad.
Ya que Cristo es nuestra perfección y compleción, no debemos hacer de principados ni autoridades objetos de adoración, porque Él es la Cabeza de todo principado y autoridad. Debemos recordar que los colosenses habían sido desviados a adorar ángeles. Por tanto, Pablo les dijo que puesto que Cristo es la Cabeza de todos los ángeles y debido a que nosotros estamos en Él, no debemos adorar ángeles. Estamos identificados con Aquel que es la Cabeza de todos los ángeles, y en Él estamos llenos. Si estamos claros al respecto, jamás seremos engañados para adorar ángeles; más bien, tendremos el conocimiento apropiado de que, en un sentido muy real, debido a que somos uno con Aquel que es la Cabeza de los ángeles, nosotros estamos en una posición más elevada que los ángeles. En realidad, somos socios del Cristo que es la Cabeza sobre los ángeles, y en Cristo estamos completos. El hecho de que estemos llenos en Cristo —la Cabeza de todo principado y autoridad— va en contra de la adoración a los ángeles. Debido a que somos uno con Cristo, jamás debemos adorar ángeles.
En Colosenses 2:11 Pablo dice: “En Él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al despojaros del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo”. Aquí Pablo confronta a los judaizantes, quienes tenían en muy alta estima su circuncisión y se gloriaban en ella. Por tanto, Pablo declara que en Cristo, Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, los santos fueron circuncidados. Esta circuncisión no consiste meramente en cercenar un pedazo de carne, sino en despojarse de todo el cuerpo carnal. Esto es también la circuncisión de Cristo, es decir, consiste en ser crucificados juntamente con Él, ser sepultados juntamente con Él en el bautismo y ser resucitados juntamente con Él.
En el versículo 11 Pablo se refiere a la circuncisión no hecha a mano. Esto es ciertamente diferente de lo practicado por los judíos, lo cual era realizado con un cuchillo. Además de la circuncisión física hay otra clase de circuncisión: la circuncisión de Cristo, la cual no es hecha a mano. Ésta es la circuncisión espiritual y se refiere al bautismo apropiado, el cual nos despoja del cuerpo carnal por medio de la virtud eficaz de la muerte de Cristo.
La circuncisión en Cristo involucra la muerte de Cristo y el poder del Espíritu. Cuando Cristo fue crucificado, Su crucifixión fue la circuncisión genuina, práctica y universal. Su crucifixión cercenó todas las cosas negativas. Estas cosas negativas incluyeron nuestra carne, nuestro hombre natural y el yo. Sin embargo, junto con la muerte de Cristo necesitamos al Espíritu como poder. Si tenemos la crucifixión de Cristo sin el Espíritu como poder, no tendremos el medio requerido para aplicar la crucifixión de Cristo a nosotros y para hacer válido el efecto de dicha crucifixión sobre nosotros. La crucifixión de Cristo llega a ser práctica y eficaz por medio del Espíritu. Es por el Espíritu como poder que la crucifixión de Cristo es aplicada a nosotros. Entonces, bajo el poder del Espíritu, somos circuncidados de manera concreta y práctica. Ésta es la circuncisión en Cristo, una circuncisión no hecha a mano. Es una circuncisión no hecha a mano porque fue lograda por la muerte de Cristo y es aplicada, ejecutada y llevada a cabo por el Espíritu poderoso. Ésta es la circuncisión que todos hemos recibido.
En Cristo, por un lado, estamos llenos, y por otro, fuimos circuncidados. Debido a que estamos llenos en Él, no carecemos de nada. Debido a que fuimos circuncidados en Él, todas las cosas negativas han sido quitadas. Con respecto a las cosas positivas, estamos completos; con respecto a las cosas negativas, todo ha sido eliminado y no tenemos problemas. Por tanto, en relación con las cosas positivas, no carecemos de nada, y en relación con las cosas negativas, ya nada nos turba.
Sin embargo, debemos ejercitar nuestra fe y no mirarnos a nosotros mismos. Tenemos que apartar nuestra mirada de nuestros sentimientos y de nuestra situación aparente. De acuerdo con nuestra situación aparente, carecemos de todo lo positivo y estamos turbados por todo lo negativo. Pero según los hechos, no estamos en nosotros mismos, sino que estamos en Cristo. Debido a que estamos en Él, estamos llenos en términos positivos, y fuimos circuncidados para quitar todo lo negativo.
En el versículo 11 Pablo dice: “Al despojaros del cuerpo carnal”. Esto significa quitarse algo, como por ejemplo la ropa. La circuncisión que tuvo lugar mediante la muerte de Cristo y es aplicada por el poderoso Espíritu hace que seamos despojados del cuerpo carnal. Nuestro cuerpo carnal fue crucificado con Cristo en la cruz y ha sido desechado. Respecto a esto, nuevamente tenemos que ejercitar nuestra fe y no considerarnos a nosotros mismos ni nuestra situación aparente. Ejercitemos nuestra fe y digamos: “¡Amén! Fuimos despojados del cuerpo carnal en la cruz y por el poderoso Espíritu”.
La circuncisión espiritual en el versículo 11 debe de referirse a la circuncisión de Cristo, la circuncisión no hecha a mano. La circuncisión de Cristo es realizada mediante Su crucifixión. Nuestra carne fue anulada al ser crucificada mediante Su muerte en la cruz.
Además, la circuncisión en Cristo tiene lugar por medio del bautismo. En el versículo 12 Pablo dice: “Sepultados juntamente con Él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados juntamente con Él, mediante la fe de la operación de Dios, quien le levantó de los muertos”. Fuimos sepultados juntamente con Cristo en el bautismo. Ser sepultado en el bautismo significa despojarse del cuerpo carnal, es decir, quitárselo. Además, en Cristo fuimos resucitados juntamente con Él mediante la fe de la operación de Dios. En el bautismo existe el aspecto de ser sepultados, lo cual equivale a dar fin a nuestra carne, y el aspecto de ser levantados, lo cual significa hacer germinar nuestro espíritu. En el aspecto de ser levantados somos vivificados en Cristo por la vida divina.
En este versículo Pablo indica que esto es realizado mediante la fe de la operación de Dios. La fe no proviene de nosotros; es don de Dios (Ef. 2:8). Cuanto más nos volvemos a Dios y tenemos contacto con Él, más fe tenemos. El Señor es el Autor y Perfeccionador de nuestra fe (He. 12:2). Cuanto más permanecemos en Él, más se nos infunde Él como nuestra fe. Por medio de esta fe viva en la operación del Dios vivo, experimentamos la vida de resurrección, representada por el aspecto de ser levantados en el bautismo. El bautismo genuino involucra una operación en la cual somos sepultados y aniquilados. Esta operación conlleva ejercitar la fe. Quien lleva a cabo tal operación es el Espíritu. Siempre que bautizamos a alguien existe la necesidad de ejercitar la fe a fin de comprender que en ese momento tiene lugar una operación para dar fin al viejo ser de la persona bautizada. Es imprescindible que tengamos fe en la operación de Dios, el Dios Triuno, quien resucitó a Cristo de entre los muertos.
Siempre que bauticemos a un creyente nuevo, tenemos que comprender que tal persona está siendo puesta dentro de una operación divina que le dará fin y le sepultará. Tenemos que ejercitar la fe en la operación del Dios Triuno. Por medio de la fe tenemos la realidad correspondiente a dar fin y sepultar al viejo hombre, al yo, a la carne y a la vida natural. El Dios Triuno que ejerce tal operación honrará esta fe al hacer reales estas cosas. Esta sepultura y aniquilación del viejo hombre mediante el bautismo es la verdadera circuncisión.
En Colosenses 2:20 Pablo hace notar que hemos muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo. Estos rudimentos incluyen las observancias judías, las ordenanzas paganas y la filosofía. Ellos incluyen también el misticismo y el ascetismo. Los rudimentos del mundo son los principios elementales que rigen la sociedad mundana, los principios rudimentarios inventados por la humanidad y practicados en la sociedad. Con Cristo hemos muerto a estos rudimentos del mundo. Cuando Cristo fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados. En Su crucifixión fuimos liberados de los principios elementales que rigen el mundo.
Puesto que hemos muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, en el versículo 20 Pablo les pregunta a los creyentes en Colosas por qué, como si vivieran en el mundo, continuaban sometiéndose a ordenanzas, es decir, a los principios elementales a los cuales habían muerto en Cristo. En este versículo el mundo no se refiere a la tierra, sino a la sociedad humana, la humanidad. Por tanto, Pablo les pregunta a los creyentes por qué todavía se sometían a ordenanzas como si continuaran viviendo en la sociedad humana.
En el versículo 21 Pablo enumera algunas de estas ordenanzas: “No manejes, ni gustes, ni aun toques”. Éstas son reglas y normas acerca de las cosas materiales. Estas reglas están relacionadas respectivamente con cosas que se mueven, cosas comestibles y cosas tangibles. Manejar, gustar y tocar incluyen prácticamente toda clase de acción. Puesto que tales reglas están relacionadas con la práctica del ascetismo, someternos a ordenanzas con respecto a no manejar, no gustar y no tocar equivale a practicar el ascetismo.
Ya que hemos recibido la circuncisión en Cristo, no hay necesidad de que practiquemos el ascetismo. Ser circuncidados en la circuncisión de Cristo es contrario al ascetismo (vs. 20-22). Aquellos que han sido sepultados y aniquilados, los cuales ahora descansan en la sepultura, no tienen necesidad de ascetismo alguno. No hay razón para que ellos sometan sus cuerpos a un trato severo; hacerlo iría en contra del principio espiritual. Según el principio espiritual, a nosotros se nos dio fin y fuimos despojados del cuerpo carnal, precisamente aquello que el ascetismo procura confrontar. Toda forma de ascetismo intenta confrontar las concupiscencias de la carne. Según la enseñanza y práctica del ascetismo, tratar con severidad el cuerpo elimina las concupiscencias y restringe los apetitos desenfrenados. Éste es el principio básico del ascetismo. Este severo trato del cuerpo no es de “valor alguno contra los apetitos de la carne” (v. 23). Las diversas prácticas del ascetismo no son eficaces para restringir los apetitos de la carne. El concepto presentado por Pablo en Colosenses 2 consistía en que debido a que los creyentes en Cristo han sido circuncidados en la circuncisión de Cristo, la cual fue realizada por la muerte de Cristo y es aplicada por el Espíritu, y puesto que ésta es la circuncisión en la cual ellos han sido sepultados y aniquilados, no hay absolutamente ninguna necesidad de practicar el ascetismo. Someter el cuerpo a un trato severo en el intento de restringir los apetitos de la carne es una necedad y carece de valor. Verdaderamente la circuncisión en Cristo es contraria al ascetismo.
La experiencia de la muerte de Cristo es contraria al ascetismo. Día tras día debemos pasar a través de la cruz; esto significa que no importa lo que hayamos hecho ni lo que nos haya sucedido, la cruz se encarga de todo. Si de alguna manera estamos molestos con otros, debemos aplicar la cruz a tal sentimiento de tristeza y, entonces, este sentimiento desaparecerá. Esto indica que nuestro camino es la cruz, no el ascetismo ni algún trato severo del yo. Al comprender que ya hemos muerto en Cristo, debemos tener conciencia de la cruz. Si comprendemos que hemos muerto en Cristo, estaremos en resurrección como personas nuevas. No solamente tendremos a Cristo, la única persona, quien está en oposición a todas las cosas, sino que además tendremos la cruz, que es el único camino, el cual está en oposición a cualquier otro camino.
Al conducir pasamos por muchas intersecciones; cada intersección es una cruz. Únicamente al pasar a través de muchas cruces podremos llegar a nuestro destino. Refiriéndonos a nuestra experiencia espiritual, también tenemos que pasar por muchas cruces antes de llegar a la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). Así como en términos geográficos no podemos viajar muy lejos sin cruzar alguna intersección, tampoco podemos progresar espiritualmente sin pasar a través de la cruz. Únicamente cuando lleguemos a la Nueva Jerusalén dejaremos de pasar por la cruz, pues entonces todo lo negativo habrá sido eliminado (cfr. v. 8). Hasta que lleguemos a la Nueva Jerusalén es necesario que pasemos por la cruz día tras día en nuestro andar diario con el Señor.
Es una práctica espiritual muy saludable pasar por la cruz todas las noches al irnos a dormir. Al aplicar la cruz al final del día podremos descansar muy bien durante la noche. A la hora de dormir debemos aplicar la cruz a todos los problemas y toda cosa negativa, natural o pecaminosa. Podríamos orar: “Señor, quiero que todas estas cosas pasen por la cruz. No quiero irme a dormir con algún elemento natural, pecaminoso, negativo o mundano que no haya sido debidamente tratado. Al irme a dormir, Señor, quiero ser una persona que ha sido crucificada”. Debido a que tenemos a Cristo como la única persona y tenemos la cruz como el único camino, no hay necesidad de practicar el ascetismo. Además, no necesitamos ni siquiera tomar una resolución con respecto a ciertas cosas. Tal práctica no funciona. Lo que necesitamos hacer es simplemente acostarnos pasando por la cruz en la noche, dormir plácidamente y después levantarnos por la mañana en resurrección. Debemos ser aquellos que pasan por una cruz tras otra. Debemos pasar diariamente por la intersección de la cruz.
Aparte de la cruz como único camino de Dios, no debiéramos tener ninguna otra ordenanza ni otros métodos o prácticas particulares. El camino que Dios ha ordenado, elevado y honrado es la cruz de Cristo. La cruz es nuestro único camino. Únicamente la cruz puede capacitarnos para ser uno y estar en perfecta armonía. Todos tenemos que pasar por la cruz. Si no experimentamos la cruz, no podemos tener una vida de iglesia apropiada. Todos los santos tienen que aprender a pasar diariamente por la cruz. Al pasar por todo tipo de cruces, grandes y pequeñas, tendremos unidad y armonía en la vida de iglesia.
En la vida de iglesia es posible tener unidad sin tener armonía. A fin de tener una unidad dulce y armoniosa, todos tenemos que pasar diariamente por la cruz. No debemos argumentar alegando que nosotros estamos en lo correcto y que otros están equivocados. Cuanto más discutimos de este modo, menos pasamos por la cruz. Repito: el camino para alcanzar nuestro destino pasa a través de la intersección de la cruz. No debemos evitar cruz alguna. Por el contrario, debemos pasar por todas las cruces que encontramos en la vida cristiana, en la vida familiar y en la vida de iglesia. En la vida matrimonial y, en particular, en la vida de iglesia debemos pasar por la cruz diariamente, incluso a cada hora. En Efesios 4:26 Pablo nos exhorta a no permitir que se ponga el sol sobre nuestra indignación. Esto significa que debemos renunciar a nuestro enojo al pasar a través de la cruz. Si en nuestra vida diaria pasamos a través de la cruz, habrá armonía tanto en la vida familiar como en la vida de iglesia. Dios nos ha dado una sola persona —el Cristo todo-inclusivo— y un solo camino: la cruz.