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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS SESENTA Y DOS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(68)

84. El Salvador de los pecadores

  En 1 Timoteo 1:12-17 Cristo es revelado como el Salvador de los pecadores.

a. Salva incluso al principal de los pecadores

  En el versículo 15 Pablo dice: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. Este versículo revela que Cristo el Salvador salvó a Pablo, quien se consideraba el principal de los pecadores (v. 16). En el versículo 13, refiriéndose a sí mismo Pablo dice: “Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas me fue concedida misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad”. Un blasfemo es uno que blasfema contra Dios, y un perseguidor es uno que persigue a los hombres. Saulo de Tarso, por ser un fariseo estricto (Hch. 22:3; Fil. 3:4-5), jamás habría blasfemado en contra de Dios. Sin embargo, había hablado malignamente en contra del Señor Jesús. Aquí, él confiesa que aquello era blasfemia; lo cual indica que creyó en la deidad de Cristo. Saulo de Tarso perseguía a la iglesia de una manera injuriosa y destructiva (Hch. 22:4; Gá. 1:13, 23), tal como los judíos injuriosos perseguían al Señor Jesús (Mt. 26:59, 67). Pablo también dice que fue ignorante y que actuó en incredulidad. Ser ignorante equivale a estar en tinieblas, y la incredulidad proviene de la ceguera. Saulo de Tarso estaba en tinieblas y actuaba en ceguera cuando se oponía a la economía neotestamentaria de Dios. No obstante, Cristo Jesús, el Salvador de los pecadores, vino al mundo, al linaje humano caído, para salvar al principal de los pecadores.

  Cristo vino al mundo para ser nuestro Salvador por medio de la encarnación (Jn. 1:14). Él era el Dios que se encarnó para salvarnos por medio de Su muerte y resurrección en Su cuerpo humano. La venida de Cristo para salvar a los pecadores tenía por objeto a los pecadores mismos; el deseo de Su corazón es salvarnos a nosotros, pecadores que están en el mundo. Él vino al mundo para salvarnos de nuestros pecados y darnos Su vida divina (Mt. 1:21; Jn. 10:10). En las iglesias locales, esto debe ser anunciado constantemente como las buenas nuevas.

b. Mediante la misericordia

  En 1 Timoteo 1:16 Pablo declara: “Por esto me fue concedida misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda Su longanimidad, y quedara yo como modelo para los que habrían de creer en Él para vida eterna”. Este versículo indica que Cristo salvó a Pablo mediante la misericordia de Dios. Saulo de Tarso, el primero entre los pecadores, llegó a ser un modelo para los pecadores, lo cual muestra que éstos pueden recibir la visitación de la misericordia de Dios y ser salvos por la gracia del Señor. En el versículo 13 Pablo testifica que se le concedió misericordia. A Saulo, un blasfemo y perseguidor, primero se le concedió misericordia, y después recibió gracia (v. 14). La misericordia va más lejos que la gracia para alcanzar al indigno. Puesto que Saulo era uno que blasfemaba contra Dios y perseguía al hombre, la misericordia de Dios llegó hasta él antes que lo hiciera la gracia del Señor.

c. Por Su gracia que sobreabundó con la fe y el amor que están en Cristo Jesús

  En el versículo 14 Pablo dice: “La gracia de nuestro Señor sobreabundó con la fe y el amor que están en Cristo Jesús”. Cristo salvó a Pablo no solamente mediante la misericordia de Dios, sino también por Su gracia. La gracia del Señor, la cual viene después de la misericordia de Dios, visitó a Saulo de Tarso y no sólo abundó, sino que sobreabundó en él con la fe y el amor que están en Cristo. Un día él recibió misericordia y gracia de parte del Señor no solamente para creer en el Señor, sino también para amarle. La gracia del Señor sobreabundó con la fe y el amor que están en Cristo para con el apóstol Pablo a fin de que éste experimentase una salvación dinámica y excelente de modo que llegase a ser uno de los mayores apóstoles.

  Nos ha sido dada la fe para creer en Cristo, y nos ha sido dado el amor de Dios para amar al Señor Jesús. El Evangelio de Juan nos enseñó que debemos creer en Cristo el Hijo (1:12) y amarle (14:23). El Evangelio de Juan presenta estas dos cosas como los dos requisitos para que participemos del Señor. El Señor está dentro de nosotros para ser nuestra fe y nuestro amor.

  Sin la gracia de Dios, ninguno de nosotros podría haber tenido fe en Cristo ni habría podido amarle. Es algo asombroso que podamos creer en Jesús y amar a Aquel que jamás hemos visto (1 P. 1:8). No es algo insignificante que un pecador crea en Cristo y le ame de continuo. Que amemos a Jesús es un milagro de la gracia que sobreabunda.

  La fe y el amor son productos de la gracia del Señor. La misericordia y la gracia vienen a nosotros de parte del Señor; la fe y el amor vuelven al Señor desde nosotros. Éste es un tráfico espiritual entre el Señor y nosotros. Por medio de la fe recibimos al Señor (Jn. 1:12), y por medio del amor disfrutamos al Señor a quien hemos recibido (14:21, 23; 21:15-17). Debemos tener fe y amor para corresponder a Su gracia de modo que podamos disfrutar a Cristo como nuestro gran Salvador.

d. Para vida eterna

  En 1 Timoteo 1:16 Pablo se refiere a creer en Cristo “para vida eterna”. La vida increada de Dios es el máximo don y la bendición más alta dada por Dios a aquellos que creen en Cristo. La salvación provista por Cristo es para vida eterna. La palabra para aquí significa “dando por resultado”. Cuando disfrutamos a Cristo como nuestro gran Salvador y recibimos Su maravillosa salvación, este disfrute tiene por resultado la vida eterna. Ahora podemos disfrutar esta vida eterna en nuestra vida diaria.

e. Incluso para ser revestidos de poder a fin de servir fielmente a Cristo

  En el versículo 12 Pablo declara: “Doy gracias al que me reviste de poder, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio”. Por medio de Su gracia salvadora, Cristo no sólo designó al apóstol para el ministerio y le comisionó externamente con la economía de Dios, sino que además lo revistió internamente de poder para que llevara a cabo Su ministerio, cumpliera Su comisión y le sirviera fielmente. Todo esto se lleva a cabo exclusivamente por la vida en el Espíritu.

f. Para honor y gloria al Rey de los siglos, quien es incorruptible, invisible, el único Dios eternamente

  En el versículo 17 Pablo dice: “Por tanto, al Rey de los siglos, incorruptible, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”. La alabanza que Pablo da a Dios en este versículo está relacionada con la decadencia de la iglesia. La iglesia puede decaer, deteriorarse y degradarse, pero Dios es incorruptible. Él permanece igual. Él es el Rey de la eternidad. A pesar de la decadencia de la iglesia, Pablo tenía una fe firme con una certeza absoluta de que el propio Dios en quien él creía, Aquel que le había encomendado el evangelio, es el Rey de los siglos, incorruptible, inmutable, y digno de honor y gloria.

  La gracia salvadora de Cristo nos fortalece para servirle fielmente para honor y gloria al Rey de los siglos. Aquel que es el Rey de los siglos es incorruptible, invisible y el único Dios por los siglos de los siglos; que seamos salvos por la vida divina dará gloria y honor a este Rey.

85. El Mediador entre Dios y los hombres

  En 1 Timoteo 2:5-6 Cristo es presentado como el Mediador entre Dios y los hombres.

a. El hombre, Cristo Jesús

  En el versículo 5 Pablo dice: “Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre”. En este versículo Pablo dice que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres. Un mediador es alguien que media entre dos partidos. El único Mediador es Cristo Jesús hombre. El Señor Jesús era Dios desde la eternidad (Jn. 1:1). En el tiempo Él se hizo hombre por medio de la encarnación (v. 14). Mientras vivía en la tierra como hombre, Él también era Dios (1 Ti. 3:16). Después de Su resurrección, Él seguía siendo hombre y también Dios (Hch. 7:56; Jn. 20:28). Puesto que es tanto hombre como Dios, Él es el único apto para ser el Mediador, el que media entre Dios y el hombre.

b. Aquel que se dio a Sí mismo en rescate por todos

  En 1 Timoteo 2:6 Pablo dice que Cristo “se dio a Sí mismo en rescate por todos”. Cristo se dio a Sí mismo para efectuar la redención por todos los hombres. Esto fue necesario a fin de que pudiera ser nuestro Mediador. Ahora, Él es apto para ser el Mediador entre Dios y el hombre, no sólo en Su persona divina y humana, sino también en Su obra redentora. Su persona y Su obra son únicas.

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