
En 2 Timoteo 1 vemos que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como Aquel que sacó a luz la vida y la incorrupción a fin de que podamos conocer la vida y la incorrupción. Es por medio del evangelio que Cristo sacó a luz la vida y la incorrupción (v. 10). Si bien nosotros podemos conocer la vida y la incorrupción, los incrédulos conocen solamente la muerte y la corrupción porque todavía no han oído ni recibido el evangelio. Si ellos oyesen y recibiesen el evangelio, éste sacaría a luz la vida eterna y la incorrupción eterna de modo que ellos puedan conocer la vida y la incorrupción al igual que nosotros. Cuanto más prediquemos el evangelio, más la vida y la incorrupción serán sacadas a luz. Por un lado, Cristo apareció con la gracia, es decir, Él vino con la gracia; por otro, mediante Su muerte y resurrección, Cristo anuló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio a fin de cumplir la promesa de vida para que un creyente pudiese ser hecho apóstol.
En los versículos 9 y 10 Pablo dice que la gracia de Dios, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús. La gracia es la provisión de Dios en vida dada a nosotros a fin de que Su propósito sea realizado en nuestro vivir. Esta gracia dada a nosotros en Cristo nos fue concedida antes que el mundo fuese. La gracia de Dios nos fue otorgada en la eternidad, pero nos fue manifestada y aplicada por medio de la primera venida de nuestro Señor, en la cual Él anuló la muerte y nos trajo vida (He. 9:26). Debido a que esta gracia fue manifestada por la aparición de Cristo, los santos del Antiguo Testamento —tales como Abraham y David— no la experimentaron. La gracia destinada a sernos dada vino con la aparición del Señor Jesús. Esta gracia no es meramente una bendición, sino que es una persona: el propio Dios Triuno dado a nosotros para ser nuestro deleite. Esta gracia vino cuando el Señor Jesús apareció y, ahora está con nosotros en la actualidad.
La gracia no vino sino hasta que el Señor Jesús vino. Esto es lo que indica Juan 1:17 al decir: “La gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La gracia que vino por medio de Jesucristo es nada menos que el propio Dios Triuno impartido en nosotros para nuestro disfrute. Esta gracia realiza el propósito de Dios y nos capacita para alcanzar Su meta.
La gracia opera de dos maneras. Ella opera en un sentido negativo para anular la muerte, y opera en un sentido positivo para introducir la vida y la incorrupción. Esta obra de la gracia continúa teniendo lugar dentro de nosotros. Actualmente, en la vida de iglesia la gracia continúa anulando la muerte y sacando a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio. Muchas personas tienen necesidad de oír que el evangelio de la gracia anula la muerte y saca a luz la vida y la incorrupción.
En 2 Timoteo 1:10 Pablo dice que Cristo anuló la muerte. Esto significa que Él dejó la muerte sin efecto, mediante Su muerte, con la cual destruyó al diablo (He. 2:14) y por medio de Su resurrección, que sorbe la muerte (1 Co. 15:52-54). Cristo se manifestó a fin de anular la muerte e introducir la vida eterna e indestructible. Él no solamente derrotó a la muerte, sino que la anuló por completo. Mediante Su resurrección, la muerte ha dejado de tener efecto alguno; la muerte ha perdido todo su poder, incluso su sabor. Cristo pudo anular la muerte porque Él destruyó al diablo, aquel que tiene el imperio de la muerte. Por supuesto, al vencer a Satanás y anular la muerte, el Señor Jesús derrotó también el Hades y el sepulcro. Por tanto, la resurrección de Cristo declara que Él es victorioso sobre la muerte, sobre Satanás, sobre el Hades y sobre el sepulcro (vs. 55-57). Todas estas cosas han dejado de ser un problema. La resurrección de Cristo no solamente constituye la vindicación hecha por Dios y el éxito logrado por el Señor, sino también Su victoria sobre la muerte, Satanás, el Hades y el sepulcro. Cristo, mediante Su resurrección, ha hecho que este grupo de cosas tan problemáticas pierda todo efecto. Su resurrección demostró que Él ha triunfado sobre Satanás, la muerte, el Hades y el sepulcro (He. 2:14; Hch. 2:31). Mediante Su resurrección Él fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) a fin de impartirnos la vida de Dios (Jn. 3:15) y regenerarnos (1 P. 1:3). Por tanto, habiendo anulado la muerte mediante Su muerte, Él sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio en Su resurrección.
La última parte de 2 Timoteo 1:10 habla de Cristo Jesús, quien “sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio”. El evangelio presenta la revelación de que Cristo anuló la muerte y nos trajo la vida eterna e indestructible. “La vida” en el versículo 10 se refiere a la vida eterna de Dios, la cual es dada a todos los que creen en Cristo (1 Ti. 1:16) y la cual es también el elemento principal de la gracia divina que nos fue dada (Ro. 5:17, 21). Esta vida venció a la muerte (Hch. 2:24) y la sorberá (2 Co. 5:4). Pablo era apóstol según la promesa de tal vida (2 Ti. 1:1). Esta vida y la incorrupción que es consecuencia de la misma han sido sacadas a la luz y hechas visibles a los hombres por medio de la predicación del evangelio.
La vida es el elemento divino, Dios mismo, impartido a nuestro espíritu; la incorrupción es la consecuencia de que la vida sature nuestro cuerpo (Ro. 8:11). Esta vida e incorrupción tienen la capacidad de contrarrestar la muerte y la corrupción.
Cristo sacó a luz la vida y la incorrupción para cumplir la promesa de vida a fin de que un creyente pudiese ser hecho apóstol. En 2 Timoteo 1:1 se nos dice que Pablo es “apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, según la promesa de vida, la cual es en Cristo Jesús”. Este versículo indica que Pablo fue hecho apóstol no solamente mediante la voluntad de Dios, sino también según la promesa de vida, la cual es en Cristo Jesús. La vida divina, que Dios prometió en el Antiguo Testamento y que fue recibida y vivida por Pablo, lo constituyó un apóstol; al recibir, disfrutar y vivir la vida prometida, Pablo, el primero de los pecadores, llegó a ser un apóstol, incluso el apóstol principal (12, 1 Ti. 1:15-16).
La expresión la promesa de vida hallada en 2 Timoteo 1:1 no significa que sólo tenemos la promesa pero no la vida; más bien, significa que hemos recibido la vida prometida. Una expresión similar, la promesa del Espíritu, se usó en Gálatas 3:14. Esta expresión no significa que hayamos recibido únicamente la promesa pero no al Espíritu mismo; más bien, significa que hemos recibido al Espíritu que había sido prometido. Bajo el mismo principio, la frase la promesa de vida denota la vida prometida. Pablo era un apóstol según la vida que Dios había prometido, la cual fue recibida por Pablo y habitaba en él. Pablo llegó a ser un apóstol en virtud de esta vida.
Esto indica que podemos recibir esta vida prometida a fin de que no solamente tengamos esta vida y vivamos por ella, sino que además sirvamos a Dios al máximo en calidad de apóstoles. En la Biblia el cargo más elevado de un siervo de Dios es el de apóstol (1 Co. 12:28). El Antiguo Testamento se refiere a los sacerdotes como siervos de Dios, pero el Nuevo Testamento habla de los apóstoles. Debido a que la economía neotestamentaria es más elevada que la economía antiguotestamentaria, ser un apóstol es más elevado que ser un sacerdote. Un apóstol es alguien que ha recibido la vida prometida y vive por esta vida; haber recibido la vida divina y vivir por la vida divina nos constituye en apóstoles. La vida divina puede hacer mucho por nosotros de modo que, al disfrutar a Cristo como Aquel que sacó a luz la vida, podemos servir a Dios en calidad de apóstoles.
En concordancia con esto, en 2 Timoteo 1:11 se nos dice: “Del cual yo fui constituido heraldo, apóstol y maestro”. La frase pronominal del cual tiene como antecedente el evangelio de la gracia divina y la vida eterna. Esto corresponde al evangelio en gracia y vida presentado por el apóstol Juan (Jn. 1:4, 16-17). Para dicho evangelio Pablo fue constituido apóstol, es decir, uno que levanta y establece las iglesias con miras a la administración de Dios.
La vida divina fue prometida en el Antiguo Testamento, y esta gran promesa de vida es repetida y desarrollada en el Nuevo Testamento. La vida divina es prometida específicamente en Habacuc 2:4, que dice: “El justo por su fe vivirá”. Aquí, vivir significa tener vida y vivir. Estas palabras revelan la eterna salvación de Dios que fue dada a los pecadores. Bajo el juicio de Dios todos los pecadores, sean judíos o gentiles, están destinados a morir (Ro. 6:23). La única manera en que los pecadores pueden escapar del juicio de Dios y obtener la salvación eterna de Dios es creer en la corporificación de Dios, Cristo, de modo que ellos sean hechos justos y sean justificados a fin de tener vida y vivir (Jn. 3:16-18). La salvación eterna de Dios consiste en salvar todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— por la eternidad (1 Ts. 5:23). La manera en que recibimos tal salvación es creer en Cristo de modo que podamos ser justificados por Dios y, así, seamos hechos aptos para poseer la vida eterna y divina a fin de que vivamos por esta vida (Ro. 3:24; 5:1-2, 10, 17; Ef. 2:8). Éste es el evangelio del Nuevo Testamento ya presente en un libro profético del Antiguo Testamento.
El apóstol Pablo cita tres veces en el Nuevo Testamento estas palabras halladas en Habacuc (Ro. 1:17; Gá. 3:11; He. 10:38). En Romanos 1:17 Pablo dice: “En el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe tendrá vida y vivirá’”. Este versículo revela que la justicia de Dios nos justifica para que tengamos la vida de Dios (5:18) y vivamos por ella. De esta manera, dicha vida nos santificará y nos transformará completamente. Romanos trata principalmente el asunto de ser justificado (1:1—5:11; 9:1—11:36), de tener vida (5:12—8:39) y de vivir apropiadamente por medio de esta vida (12:1— 16:27). En Gálatas 3:11 Pablo cita Habacuc 2:4: “El justo tendrá vida y vivirá por la fe”; además, en Hebreos 10:38 él también cita el versículo: “Mi justo vivirá por fe”. Estos tres versículos, en los cuales Pablo cita Habacuc 2:4, recalcan que obtenemos la vida y vivimos por fe.
El libro de 2 Timoteo fue escrito en un tiempo cuando las iglesias establecidas por medio del ministerio del apóstol en el mundo gentil estaban degradándose y el apóstol mismo estaba confinado a una prisión lejana. Muchos, incluyendo algunos de sus colaboradores (4:10), le habían dado la espalda y lo habían abandonado (1:15; 4:16). Era una situación desalentadora y decepcionante, especialmente para su joven colaborador e hijo espiritual, Timoteo. Por esta razón, al principio de esta epístola que anima, fortalece y establece, Pablo le confirmó a Timoteo que él era un apóstol de Cristo no sólo por la voluntad de Dios, sino también según la promesa de vida, la cual está en Cristo. Esto implica que aunque las iglesias se degraden y muchos de los santos caigan en infidelidad, la vida eterna, la vida divina, la vida increada de Dios, la cual Él prometió en Sus Santas Escrituras y dio al apóstol y a todos los creyentes, permanece inmutable para siempre. Con esta vida inmutable y sobre ella fue puesto el sólido fundamento de Dios que permanece inconmovible a través de las olas de degradación (2:19). Por medio de tal vida, aquellos que buscan al Señor con un corazón puro pueden soportar la prueba de la decadencia de la iglesia. Esta vida debía de haber animado y fortalecido al apóstol Pablo durante tiempos peligrosos, y de esta misma vida Timoteo y otros debían echar mano según Pablo les mandó en su primera epístola (6:12, 19).
Cuando Pablo escribió esta epístola, él estaba plenamente consciente de que las iglesias estaban en un proceso de degradación. Sin embargo, debido a que era una persona que había echado mano de la promesa de la vida eterna, no estaba desalentado ni se sentía desilusionado. Él tenía dentro de sí algo inmutable: la vida eterna, increada e incorruptible de Dios. Sin importar qué cambios se suscitaran en el entorno, esta vida eterna permanece inalterable. Por tanto, Pablo mismo se sentía alentado en la vida de Dios y no se sentía desilusionado a causa de la situación, debido a que él había echado mano de la vida eterna prometida por Dios en Sus santas escrituras. La vida prometida por Dios en las Escrituras habitaba en Pablo.
La vida eterna según la cual Pablo llegó a ser un apóstol es una vida incorruptible e inmutable, pues esta vida en realidad es el propio Dios Triuno procesado. Debido a que esta vida habitaba en Pablo, ni aun el Imperio romano pudo prevalecer sobre él. Pablo fue fortalecido por el Dios Triuno procesado como vida. Todo cuanto hagamos y seamos, tenemos que hacerlo y serlo en conformidad con la vida eterna y por esta vida.