
En Tito 2:13-14 Cristo es revelado como nuestro gran Dios y Salvador.
En el versículo 14 Pablo dice que Cristo “se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo especial, Su posesión personal, celoso de buenas obras”. Aquí las palabras por nosotros significan “por nuestro bien”; no significan “en lugar nuestro”. Redimir significa comprar por precio (1 Co. 6:20; 1 P. 1:18-19; 1 Ti. 2:6). Cristo se dio a Sí mismo por nosotros no sólo para redimirnos de toda iniquidad, sino también a fin de purificar para Sí un pueblo especial que sea Su posesión personal. Un pueblo que sea Su posesión personal es un pueblo especial. Ésta es una expresión tomada del Antiguo Testamento (Dt. 7:6; 14:2; 26:18), y denota un pueblo que es posesión personal de Dios como Su único y especial tesoro (Éx. 19:5), Su posesión (1 P. 2:9).
La frase un pueblo especial constituye una expresión particular en el Nuevo Testamento. No solamente debemos ser especiales en cuanto a la vida interior, sino también en cuanto a nuestra práctica de la vida de iglesia. No debiéramos seguir el sistema de este mundo y no debiéramos convertir nuestra práctica de la vida de iglesia en algo común que corresponda con nuestro concepto humano. Tanto nuestro andar cristiano como nuestra práctica de la vida de iglesia tiene que ser algo especial.
Ser especiales denota ser diferentes de lo que es común. Puesto que somos un pueblo especial que vive en la tierra, nuestro andar, nuestra adoración y nuestro servicio a Dios no deben ser comunes, es decir, no deben conformarse al sistema común ni seguir un curso común. Por supuesto, no es necesario que seamos deliberadamente peculiares; pero si no procedemos conforme a las enseñanzas tradicionales, sino conforme al guiar interior y viviente del Señor, automáticamente seremos diferentes del sistema común y mundano. No importa cuán bueno pueda parecer el sistema mundano, ése sigue conformándose al curso que sigue esta era, por lo cual, sin duda alguna, pertenece a Satanás. Sin embargo, nuestro andar y nuestra práctica de la vida de iglesia tienen que proceder de Dios mismo. Dios tiene que ser la fuente, la naturaleza y el origen de nuestro andar especial, nuestro vivir especial y nuestra práctica especial. Todo cuanto manifestemos tiene que ser propio de Dios, lo cual es absolutamente diferente del sistema mundano y es contrario al curso que sigue esta era. El sistema mundano y el curso que sigue esta era son del diablo (1 Jn. 5:19), pero nosotros seguimos el guiar interior del Señor; por tanto, espontáneamente somos diferentes.
En Tito 2:13 Pablo habla de “la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo”. La gloria de nuestro gran Dios es la gloria del Padre (Mt. 16:27), la cual ha sido dada al Hijo (Jn. 17:24) y a la cual nosotros, como los muchos hijos de Dios, seremos llevados (He. 2:10). Por Su sabiduría Dios nos predestinó antes de las eras para esta gloria (1 Co. 2:7), y el Dios de toda gracia nos llamó y nos salvó en esta eterna gloria (1 P. 5:10; 2 Ti. 2:10). El peso de esta gloria es sobrepujante y eterno (2 Co. 4:17), y con esta gloria seremos glorificados (Ro. 8:17, 30). La aparición de la gloria de Cristo, nuestro gran Dios y Salvador, es la esperanza bienaventurada que estamos aguardando.
En Tito 2:13 Pablo le dice a Tito: “Aguardando la esperanza bienaventurada, la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo”. Según este versículo, la esperanza bienaventurada es la manifestación de Cristo en Su gloria. La manifestación de Cristo nos llevará a la plena filiación, es decir, a la redención de nuestro cuerpo, a fin de que podamos disfrutar la libertad de la gloria de los hijos de Dios, para lo cual fuimos salvos (Ro. 8:21-25). Ésta es la esperanza de vida eterna (Tit. 1:2), una esperanza de bendición eterna, una esperanza bienaventurada en la vida eterna del Dios Triuno; Pablo fue hecho apóstol sobre la base de tal esperanza.
Además, Pablo habla de “nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo”. A través de los siglos ha habido dos escuelas de interpretación acerca de este título sagrado y divino, el cual es además notable, maravilloso y excelente: (1) que se hace referencia a dos personas, Dios y Cristo; (2) que hay una sola persona: Jesucristo, quien es nuestro gran Dios y Salvador, con lo cual se afirma la deidad de Cristo. Nosotros preferimos la segunda interpretación, con una coma después de Salvador. Esto corresponde a los dos títulos sagrados revelados en el nacimiento de Cristo: Jesús, que significa Jehová el Salvador, y Emanuel, que significa Dios con nosotros (Mt. 1:21-23). Nuestro Señor no sólo es nuestro Salvador, sino que también es Dios, y no solamente Dios, sino el gran Dios, el Dios que es grande en naturaleza, en gloria, en autoridad, en poder, en obras, en amor, en gracia y en todo atributo divino. En 1 Timoteo 2:5 nuestro Señor es revelado como un hombre; en Tito 2:13 es revelado como el gran Dios. Él es hombre y Dios. Se manifestará en Su gloria divina no solamente para salvar a Su pueblo y llevarlo a Su reino eterno, sino también para introducirlo en la gloria eterna de Dios (He. 2:10; 1 P. 5:10). Por consiguiente, Su manifestación en Su gloria es nuestra esperanza bienaventurada.
En Tito 3:5-7 vemos que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como el medio para el derramamiento del Espíritu Santo.
El versículo 6 dice que Dios derramó el Espíritu Santo “en nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador”. El Espíritu Santo, quien es el Dios Triuno que llega al hombre, no solamente nos ha sido dado, sino que también ha sido derramado sobre nosotros ricamente por medio de Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador, para impartirnos todas las riquezas divinas en Cristo, incluyendo la vida eterna de Dios y Su naturaleza divina, como una porción eterna para que la disfrutemos.
En el versículo 5 Pablo dice: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo”. “Obras de justicia” se refiere a obras de justicia hechas en el elemento y la esfera de la justicia, lo cual denota auténticas obras de justicia. Incluso tales obras de justicia no son suficientes para ser la base y la condición de nuestra salvación. Solamente el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, los cuales nos traen la misericordia de Dios, son suficientes para hacer que seamos salvos.
La palabra griega traducida “regeneración” aquí es diferente de la palabra traducida “regenerados” en 1 Pedro 1:23. El único versículo además de éste que usa este término es Mateo 19:28, y allí se refiere a la restauración que tendrá lugar en el milenio. Aquí se refiere a un cambio de condición. Nacer de nuevo es el comienzo de este cambio. El lavamiento de la regeneración comienza con nuestro nuevo nacimiento y continúa con la renovación del Espíritu Santo como proceso propio de la nueva creación, proceso en virtud del cual somos hechos un nuevo hombre. Es una especie de reacondicionamiento, de reconstrucción, de remodelación, realizado con la vida divina. El bautismo (Ro. 6:3-5), el despojarse del viejo hombre, el vestirse del nuevo hombre (Ef. 4:22, 24; Col. 3:9-11) y la transformación por medio de la renovación de la mente (Ro. 12:2; Ef. 4:23) están relacionados, todos ellos, con este proceso maravilloso. El lavamiento de la regeneración elimina todas las cosas de la vieja naturaleza de nuestro viejo hombre, y la renovación del Espíritu Santo imparte algo nuevo —la esencia divina del nuevo hombre— a nuestro ser. De este modo se produce un traslado de un estado viejo a un estado totalmente nuevo, del estado de la vieja creación al de la nueva creación. Por consiguiente, tanto el lavamiento de la regeneración como la renovación del Espíritu Santo operan en nosotros continuamente a lo largo de nuestra vida hasta la culminación de la nueva creación.
La regeneración es un lavamiento que tiene lugar en la salvación de Dios. Este lavamiento es una gran renovación de los creyentes en virtud de la salvación de Dios que les permite eliminar todo lo que es de su vida natural y de la vieja creación a fin de que lleguen a ser la nueva creación de Dios (2 Co. 5:17; Gá. 6:15). El lavamiento de la regeneración comienza con nuestra regeneración y continúa con la renovación del Espíritu, y estas dos cosas son aspectos de la salvación orgánica y asuntos propios de la vida divina. En el lavamiento de la regeneración tiene lugar la renovación del Espíritu Santo. Después del lavamiento de la regeneración, el Espíritu Santo continúa operando en nuestro interior a fin de crearnos de nuevo para que lleguemos a ser una nueva creación, con lo cual nos renueva.
No solamente tenemos necesidad del lavamiento jurídico efectuado mediante la sangre redentora del Señor para ser lavados de todo pecado (He. 1:3; 1 Jn. 1:7), sino también del lavamiento orgánico, el lavamiento de la regeneración, el cual comienza con nuestro nuevo nacimiento y continúa con la renovación del Espíritu Santo. Recibimos un lavamiento orgánico al experimentar diariamente la salvación orgánica de Dios. El lavamiento de la regeneración elimina los viejos elementos, la vieja naturaleza y las cosas viejas en nuestro interior; la renovación del Espíritu Santo imparte elementos nuevos, la esencia nueva y cosas nuevas en nuestro ser. Tanto el lavamiento de la regeneración como la renovación del Espíritu Santo operan de continuo en nosotros a lo largo de nuestra vida hasta la compleción de la nueva creación a fin de que podamos ser juntamente edificados en la salvación orgánica de Dios.
Tal lavamiento, tal renovación, en la salvación orgánica de Dios es llevado a cabo continuamente en nosotros por medio de la propagación a nuestra mente del Espíritu que renueva, por medio de que andemos en la novedad de la vida divina y por medio de que seamos consumidos por los padecimientos propios de nuestro entorno. La renovación en la salvación orgánica de Dios tiene lugar mediante la mezcla del Espíritu renovador con nuestro espíritu regenerado para formar un solo espíritu que se propague a nuestra mente (Ef. 4:22-24) e infunda los atributos de Dios en nuestras partes internas, atributos que son siempre nuevos y jamás envejecen, con lo cual ha de renovar todo nuestro ser (5:26-27; Ro. 12:2a). Nuestro Dios es la novedad misma. En el universo entero, únicamente Dios es nuevo y todo lo demás es viejo. Este Dios, quien es por siempre nuevo y que jamás envejece, infunde Su esencia siempre nueva en nuestro ser para renovar todo nuestro ser.
La renovación en la salvación orgánica de Dios también es realizada por medio de que andemos en la novedad de la vida divina en la resurrección de Cristo (Ro. 6:4). A fin de andar en novedad de vida debemos, por un lado, despojarnos del viejo hombre, y por otro, vestirnos del nuevo hombre (Ef. 4:22, 24). Despojarse del viejo hombre es negarnos a nuestro viejo yo y renunciar al mismo, así como también aplicar la cruz a nuestro yo. Además, debemos vestirnos del nuevo hombre, esto es: aplicar lo que Cristo ha logrado en la creación del nuevo hombre al vivir a Cristo y magnificarle por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-21). Esto es lo que significa andar en novedad de vida. Todos estos asuntos tienen por finalidad que el Espíritu renovador nos renueve al impartir la esencia nueva y el elemento nuevo en nosotros para que podamos ser renovados diariamente.
La renovación en la salvación orgánica de Dios también es realizada por medio de que seamos consumidos por los padecimientos propios de nuestro entorno para que día tras día sea puesto a muerte nuestro hombre exterior y sea renovado nuestro hombre interior (2 Co. 4:16). La renovación que Dios efectúa en nosotros es lograda por medio de que seamos consumidos por los padecimientos externos propios de nuestro entorno. Nuestros padecimientos tienen por finalidad que seamos renovados. Aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, nuestro hombre interior es renovado día tras día. A fin de renovarnos, Dios ha dispuesto que nos sobrevengan todo tipo de circunstancias con un propósito positivo, esto es, impartir en nosotros la esencia nueva de Dios y Su elemento nuevo. Debiéramos tener diariamente la experiencia subjetiva que consiste en que nuestro hombre exterior se va desgastando y nuestro hombre interior es renovado. Mediante tal renovación somos edificados en la salvación orgánica de Dios para finalmente llegar a ser tan nuevos como la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). Estamos en el proceso de ser renovados día tras día con el elemento divino mediante la renovación del Espíritu Santo por medio de los sufrimientos a fin de llegar a ser la Nueva Jerusalén.
En 1 Timoteo se da énfasis a la iglesia (3:15-16), en 2 Timoteo, a las Escrituras (3:15-16), y en Tito se da énfasis al Espíritu Santo. La iglesia es la casa del Dios viviente, la cual expresa a Dios en la carne, y es columna y fundamento de la verdad, la realidad divina del gran misterio: Dios manifestado en la carne. La Escritura es el aliento de Dios; como tal, contiene y transmite Su esencia divina para nutrirnos y equiparnos a fin de hacernos completos y perfectos para que Él nos pueda usar. El Espíritu Santo es la persona divina; Él nos lava y nos renueva en el elemento divino hasta hacer de nosotros una nueva creación que posee la naturaleza divina, a fin de que seamos herederos de Dios en Su vida eterna, los que heredan todas las riquezas del Dios Triuno.
A continuación, en Tito 3:7 Pablo dice: “Para que justificados por Su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. Este versículo proclama el resultado y la meta de la salvación (v. 5) y la justificación (v. 7) de Dios, las cuales incluyen el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo (vs. 5-6). Este resultado y esta meta tienen como fin hacernos herederos de Dios conforme a la esperanza de la vida eterna.
Según el versículo 7, los creyentes no son simplemente hijos, sino herederos que están capacitados para heredar los bienes del Padre (Ro. 4:14; 8:17; Gá. 3:29; 4:7). Tales herederos nacen (Jn. 1:12-13) de la vida eterna de Dios (3:16). Esta vida eterna los capacita no solamente para vivir y disfrutar a Dios en esta era, sino también para heredar, en la era venidera y en la eternidad, todas las riquezas de lo que Dios es para ellos. Por tanto, existe la esperanza de la vida eterna. La vida eterna de Dios es nuestro disfrute hoy, y nuestra esperanza para mañana. Conforme a esta esperanza llegamos a ser herederos de Dios que heredan todas Sus riquezas por la eternidad. Ésta es la cúspide, la meta eterna, de Su salvación eterna con Su vida eterna, la cual nos ha sido dada por la gracia en Cristo.
En la actualidad experimentamos y disfrutamos el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo. Además, tenemos la esperanza de la vida eterna a fin de heredar todas las riquezas de Dios. Las riquezas de Dios no son meramente lo que heredaremos en un futuro distante, sino que ellas deben ser nuestro disfrute actual. Podemos disfrutar un anticipo de Dios mismo como nuestra herencia actualmente porque tenemos la vida eterna. Nuestro disfrute actual de esta vida eterna es un anticipo de Dios mismo como nuestra herencia.
En la actualidad debemos disfrutar este anticipo de Dios como nuestra herencia, para después disfrutar el gusto pleno de esta herencia en la era del milenio y en la eternidad. No obstante, si los creyentes no disfrutamos el anticipo de lo que heredaremos de Dios, nos perderemos el gusto pleno de tal herencia en la era venidera del milenio.
En resumen, por medio de Cristo Dios derramó abundantemente el Espíritu Santo sobre nosotros a fin de salvarnos mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo. El concepto básico de la economía neotestamentaria de Dios es el de hacernos una nueva creación (2 Co. 5:17), y la manera en que Dios hace de nosotros una nueva creación consiste en forjarse en nuestro ser mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo. La regeneración implica un cambio efectuado por la vida, con la vida y en la vida, lo cual conlleva el lavamiento efectuado por la vida divina como agua que lava. La vida divina —que entra en nuestro espíritu para vivificar nuestro espíritu sumido en muerte— lava, eliminando los elementos muertos; la regeneración lava, eliminando la vieja creación junto con el pecado, Satanás, el mundo y la carne. La renovación del Espíritu Santo es la continuación del lavamiento de la regeneración en nuestro espíritu. Mediante la regeneración nuestro espíritu fue renovado, pero nuestra alma no fue renovada por dicha regeneración. Por tanto, después de la regeneración el Espíritu continúa renovándonos al saturar nuestra alma. La renovación del Espíritu Santo es la obra que realiza el Espíritu para transformarnos a la imagen de Cristo de gloria en gloria (3:18). El Espíritu nos renueva en todo aspecto de nuestro vivir diario. Mediante esta renovación somos gradualmente transformados de un grado de gloria a otro grado mayor de gloria con miras a la glorificación. La transformación, esto es, la renovación, es la manera de entrar en la glorificación, en la cual seremos herederos. En nuestra regeneración nacimos como hijos de Dios al recibir la vida eterna; esta vida eterna que disfrutamos trae consigo la esperanza de heredar a Dios mismo como herencia divina (Ro. 8:14, 17). Por medio del largo proceso de ser renovados para glorificación, llegaremos a ser herederos que hereden lo prometido por Dios a manera de recompensa en el reino venidero.
En el versículo 20 de Filemón Cristo es revelado como la esfera y el elemento para que sean confortadas las partes internas del creyente.
Pablo le pide a Filemón que conforte en Cristo sus partes internas. La palabra conforta significa “alivia, anima”. Literalmente, la palabra griega traducida “partes internas” significa “entrañas”, así también en el versículo 7. Puesto que Filemón había confortado las partes internas de los santos, Pablo le pedía ahora que hiciera lo mismo con él en el Señor.
En el versículo 20 Pablo dice: “Hermano, tenga yo algún provecho de ti en el Señor; conforta en Cristo mis partes internas”. La palabra griega aquí traducida “provecho” es onaimen, que suena como Onésimo (ambas palabras quieren decir “pro vechoso”). Esta palabra es una alusión al nombre Onésimo. Esto es un juego de palabras que implica que como “tú mismo te me debes, tú eres un Onésimo para mí; por tanto, tú me debes ser provechoso, es decir, me deberías dar ganancias en el Señor”.
Onésimo era un esclavo comprado por Filemón, el cual había huido de su amo. Mientras estaba en la cárcel en Roma con Pablo, fue salvo por medio del apóstol. Ahora el apóstol lo enviaba de regreso a su amo. En el versículo 20 Pablo indica que puesto que él había enviado a Onésimo —cuyo nombre significa “provechoso”— de regreso a Filemón, en retribución Filemón ahora debía ser provechoso para Pablo en el Señor. Según el versículo 20, el provecho en el Señor al que Pablo se refería consistía en ser confortado en Cristo Jesús en sus partes internas. Debido a que el apóstol, al estar en prisión, sufría bajo la persecución, tenía necesidad de que otro creyente como él, Filemón, confortase sus partes internas. No obstante, a Filemón no le era posible confortar las partes internas de Pablo en sí mismo ni por sí mismo, sino que debía hacerlo en el Señor y en Cristo. El provecho —que consiste en ser confortado en sus partes internas— que buscaba Pablo de parte de Filemón es algo que procede del Señor. Es únicamente en Cristo que podemos ser confortados por los otros creyentes en nuestras partes internas. Esto equivale a disfrutar a Cristo como la esfera y el elemento para que sean confortadas las partes internas del creyente.