
En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de nuestra experiencia y disfrute de Cristo tal como son revelados en Hebreos, uno de los libros más importantes del Nuevo Testamento. Cada uno de los aspectos de Cristo revelados en este libro es significativo.
Cristo el Hijo es el centro, el enfoque, del libro de Hebreos. En la Deidad Él es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. En la creación Él es (1) el medio por el cual el universo fue hecho (1:2); (2) el poder que sustenta y sostiene todas las cosas (v. 3) y (3) el Heredero designado para heredar todas las cosas (v. 2). En la redención Él efectuó la purificación de los pecados del hombre y ahora está sentado a la diestra de Dios en los cielos (v. 3).
Este libro nos revela el contraste que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. El Antiguo Testamento estaba fundado en la ley de letras muertas y en formalismos, era del hombre, terrenal, temporal y visible, y produjo una religión, el judaísmo. El Nuevo Testamento está fundado en la vida, es espiritual, celestial y permanente, es por fe y está centrado en una sola persona: el Hijo de Dios.
En Hebreos 1 Cristo es revelado como el Hijo de Dios, Aquel que es superior a los ángeles. Este capítulo cita las profecías en el Antiguo Testamento para decirnos que el Hijo, por medio de quien Dios habla, es Dios mismo (v. 8). Los ángeles, sin embargo, son meramente siervos de Dios e incluso siervos de los que han de heredar la salvación de Dios (vs. 6-7, 14). Cristo como Hijo de Dios es Dios mismo, y Dios ciertamente es superior a los ángeles. Por tanto, Cristo es superior a los ángeles.
Cristo es nada menos que Dios mismo. Él también es Aquel que fue designado Heredero de todas las cosas y el medio por quien todo el universo fue creado. Además, Él es el resplandor de la gloria de Dios, la impronta de la sustancia de Dios y Aquel que efectuó la redención. Debido a que Cristo es la esencia de Dios, Él es superior a los ángeles y más excelente que ellos.
Hebreos 1:10, que es una cita de Salmos 102:25, se aplica a Cristo e indica que, como Hijo de Dios, Cristo creó los cielos y la tierra: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos”. Cristo, el Hijo de Dios, es Dios mismo y el Señor; por tanto, Él es el Creador de los cielos y la tierra.
Todas las cosas llegaron a existir por medio del Hijo (Jn. 1:3; Col. 1:16; 1 Co. 8:6). Como Creador de los cielos y la tierra, Cristo es el origen y la fuente de todas las cosas creadas. Su creación de los cielos y de la tierra dio comienzo al cumplimiento del plan eterno de Dios para llevar a cabo el propósito divino de obtener Su plena expresión en el hombre en el universo.
Los ángeles, los cuales son como vientos y llamas de fuego, son simplemente criaturas, mientras que el Hijo es el Creador. Como criaturas, los ángeles son muy inferiores al Hijo, y como Creador, el Hijo es muy superior a los ángeles.
Hebreos 1:2 dice que Dios hizo el universo por medio de Cristo el Hijo. La palabra universo en este versículo significa literalmente “los siglos”; los siglos es una expresión judía que significa “el universo”. En este caso no se refiere al tiempo, sino a la creación (el universo) desarrollada en el tiempo a través de los siglos sucesivos. Aquí el universo no solamente implica el tiempo y el espacio, sino que también denota la acumulación de todas las eras.
La mayoría de cristianos saben que Cristo creó los cielos, la tierra y todas las cosas. Pero muy pocos saben que después de Su creación, Dios todavía continúa formando las eras, una era tras otra. Por tanto, el universo se refiere no solamente a los cielos y la tierra, sino también a todas las eras en los cielos y la tierra. Por ejemplo, después de la creación de los cielos y la tierra, Adán fue creado; por tanto, vino a existir la era de Adán con su respectiva historia. Cuando la era de Adán terminó, la era de Noé con su historia comenzó. Después de la era de Noé, tuvo lugar la era de Abraham con su historia. Cuando la era de Abraham concluyó, la era de Moisés vino, durante la cual fue promulgada la ley. Cuando concluyó la era de Moisés, vino la era de David. Después de todas las eras del Antiguo Testamento tuvo lugar la era de Jesucristo, la era del Nuevo Testamento. Estas eras no tuvieron lugar meramente por causa del desarrollo humano o la evolución natural; más bien, fueron fundadas, instituidas, por Cristo.
Después de crear los cielos y la tierra, Cristo instituyó las eras, una era tras otra. Si solamente existieran los cielos, la tierra y todas las cosas, sin que se dieran las eras en sucesión, entonces no podría haber acontecido evento alguno. Por tanto, el universo no solamente incluye el tiempo y el espacio, sino también todos los eventos que han tenido lugar en el tiempo y el espacio. Esto constituye la historia completa del linaje humano.
El propósito por el cual Cristo forma el universo consiste en darle a Dios la oportunidad de obtener lo que Él desea. Todos los eventos que han acontecido en el tiempo y el espacio —todas las cosas que han ocurrido sucesivamente en el universo— han dado a Dios la oportunidad de cautivar, salvar y conquistar a Su pueblo escogido, uno por uno, a fin de congregarlos y hacer que sean conjuntamente compenetrados para formar el Cuerpo de Cristo. En otras palabras, el universo, el cual está compuesto de todas las eras sucesivas en el tiempo, provee la oportunidad para que Dios obtenga lo que Él desea en Su economía.
También debemos ver que Dios hizo el universo por medio de Cristo el Creador. Esto implica la Trinidad Divina. Cristo el Hijo creó los cielos y la tierra; no obstante, por medio de Él Dios hizo el universo. Además, en Génesis 1:2 el Espíritu de Dios estuvo involucrado en la creación del universo efectuada por Dios, pues el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas a fin de generar vida. Dios el Padre creó el universo en Dios el Hijo y por Dios el Espíritu.
En la Biblia la trinidad de la Deidad implica las actividades realizadas por Dios para la impartición de Dios en Su trinidad a Su pueblo escogido y redimido. Por tanto, el propósito de Dios al crear el universo es el de impartirse en Su pueblo escogido. Dios el Padre en el Hijo y mediante el Espíritu tenía necesidad de hacer el universo a fin de impartirse a nosotros en Su trinidad.
Como Creador, Cristo el Hijo permanecerá para siempre. Aunque todas las cosas creadas cambien tarde o temprano, Él permanecerá para siempre y seguirá siendo el mismo. Hebreos 1:11-12 dice: “Ellos perecerán, mas Tú permaneces para siempre; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un manto los envolverás, y serán mudados como un vestido; pero Tú eres el mismo, y Tus años no acabarán”.
Los versículos del 10 al 12 revelan que Cristo será superior a los ángeles en la eternidad. El versículo 10 dice: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos”. Esto se refiere a Su creación. Los versículos 11 y 12 revelan que se pondrá fin a la vieja creación, que serán traídos el cielo nuevo y la tierra nueva y que Cristo será Aquel que perdurará por siempre en la eternidad. Como Creador y Aquel que es imperecedero, Él es superior a los ángeles, Sus criaturas.
El versículo 3 se refiere a Cristo el Hijo, “quien sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder”. Este versículo indica que Cristo no solamente es el Creador de todas las cosas en el universo, sino también Aquel que sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder. Todas las cosas se conservan unidas en virtud de Su poderoso sostén (Col. 1:17).
Después de crear todas las cosas, el Hijo se convirtió en Aquel que las sustenta (He. 1:3). La tierra se encuentra suspendida en el aire. No hay columnas que la sostengan. Después que Cristo creó la tierra, Él comenzó a sustentarla. Él la sustenta con la palabra de Su poder. Cristo el Hijo sustenta fácilmente el universo. Para ello Él no necesita hacer nada: Él sólo habla. Él sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder.
Hebreos 11:3 dice que el universo fue constituido por la palabra de Dios, y en 1:3 vemos que el universo es sustentado con la palabra de Su poder. El Hijo no es solamente el Creador, sino también el Sustentador. Él creó el universo con Su palabra y lo sustenta con Su palabra.
La expresión griega traducida “palabra” en el versículo 3 denota la palabra hablada. El Hijo sustenta y sostiene todas las cosas no con Su obra, sino con Su palabra hablada, la palabra de Su poder. En la creación todas las cosas llegaron a existir por medio de Él, la Palabra misma (Jn. 1:1-3). El universo fue constituido por la palabra de Dios (He. 11:3): “Él habló, y fue hecho; / Él mandó, y subsistió” (Sal. 33:9). En la salvación somos salvos por medio de Su palabra (Jn. 5:24; Ro. 10:8, 17). Por medio de Su palabra es ejercida Su poderosa autoridad (Mt. 8:8-9). Es por medio de Su palabra que Su poder sanador es hecho real para nosotros (Jn. 4:50-51). Dios habla en el Hijo, y el Hijo sustenta y sostiene todas las cosas con Su palabra. Todo depende de Su hablar. Cuando el Señor habla, todo se pone en orden.
Hebreos 1:2 dice que Cristo el Hijo es Aquel que fue designado Heredero de todas las cosas. Esto significa que Cristo es el Heredero legal, el que recibe todas las cosas de la economía de Dios por herencia. Ya que Cristo no sólo es el Hijo de Dios sino también el Heredero de Dios, todo lo que Dios el Padre es y tiene le pertenece (Jn. 16:15). En el pasado el Hijo fue el Creador (He. 1: 2, 10; Jn. 1:3; Col. 1:16; 1 Co. 8:6); en el presente Él es quien sustenta todas las cosas y las sostiene (He. 1:3); en el futuro él será el Heredero, el que reciba todas las cosas (cfr. Ro. 11:36). Puesto que Cristo creó todas las cosas, Él heredará lo creado por Él. Ésta es la relación que existe entre Cristo y la creación.
Según es tipificado por Isaac, el hijo de Abraham, Cristo será quien herede: la tierra (Sal. 2:8), el reino (Dn. 7:13-14), el trono (Lc. 1:32) y todas las cosas (Mt. 11:27). Puesto que Él no solamente es el Hijo de Dios sino también el legítimo Heredero de Dios, todo cuanto Dios el Padre es y tiene está destinado para que sea Su posesión (Jn. 16:15).
También debemos ver la manera en que Cristo está relacionado con la Deidad. Hebreos 1:3 se refiere a Cristo el Hijo como Aquel que es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. La gloria de Dios es Dios expresado, y la sustancia de Dios es lo que existe intrínsecamente en Su ser divino. En la Deidad, Cristo es tanto el resplandor del Dios expresado como la imagen del ser interno de Dios.
El resplandor de la gloria de Dios es semejante al resplandor o al brillo de la luz del sol. El Hijo es el resplandor, el brillo, de la gloria del Padre. Esto se refiere a la gloria de Dios. Separar el resplandor de la gloria podría compararse a separar el resplandor del sol de los rayos solares mismos. El resplandor del sol es inseparable de los rayos solares, pues ambos son uno. Asimismo, jamás debiéramos considerar al Hijo separado de Dios mismo. El Hijo es la expresión de Dios mismo; Cristo el Hijo es Dios expresado. Él es nada menos que Dios; Él es Dios mismo.
Nuestro Cristo es Dios que viene a nosotros. Él es nuestro Dios que llega hasta nosotros. Así como el sol puede llegar a nosotros mediante el resplandor de sus rayos, Cristo, el Hijo de Dios, es Dios mismo que llega a nosotros y entra en nosotros. Tenemos un Dios que llega a nosotros, un Dios que entra en nosotros. Ésta es nuestra gran salvación (2:3), y éste es el Hijo de Dios.
El Hijo es también la impronta, la imagen expresa, de la sustancia de Dios (1:3). La impronta de la sustancia de Dios es semejante a la impresión de un sello. El Hijo es la expresión de lo que Dios el Padre es. La sustancia de Dios es el Espíritu (Jn. 4:24), y Cristo es la impronta de esta sustancia.
La gloria es la expresión externa, y la sustancia es la esencia interna. Dios tiene Su esencia, Su sustancia, así como también Su manifestación. La esencia de Dios es Su sustancia. Él tiene tanto sustancia como gloria. Nuestro Dios es glorioso y sustancial. En lo referente a la gloria de Dios, el Hijo es el resplandor de esta gloria. En lo referente a la sustancia de Dios, el Hijo es la impronta de esta sustancia.
El Hijo no solamente es el resplandor de la gloria de Dios, sino también la impronta de la sustancia de Dios. Esto significa que el Hijo es Dios mismo que viene a nosotros. Cuando Dios no viene a nosotros, Él es simplemente Dios. Cuando Dios viene a nosotros, Él es el Hijo como impronta de Su sustancia.
Hebreos 1:1-2 dice: “Dios, habiendo hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo”. Nuestro Dios ha sido revelado porque Él se ha revelado a Sí mismo en Su hablar. El Dios viviente se imparte e infunde en nuestro ser por medio de Su hablar (2 Ti. 3:16-17; Ez. 37:4-6). Cuando Dios habla, la luz resplandece, trayéndonos entendimiento, visión, conocimiento, sabiduría y Sus palabras (Sal. 119:105, 130). Cuando Dios habla, la vida es impartida, y esta vida incluye todos los atributos divinos y las virtudes humanas de Cristo (Jn. 6:63; 1:1, 4). Cuando Dios habla, se transmite poder, y éste es el poder propio de la vida que hace crecer y que reproduce.
El universo entero llegó a existir mediante el hablar de Dios (Ro. 4:17; He. 11:3; Sal. 33:9). En el Antiguo Testamento, Dios habló en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres en los profetas, en hombres movidos por Su Espíritu (2 P. 1:21). Ahora, al final de estos días, esto es, en la era del Nuevo Testamento, Dios nos ha hablado en el Hijo, en la persona del Hijo. Para nosotros, Cristo —el Hijo de Dios— es el vocero de Dios, el oráculo de Dios. El Hijo es Dios mismo que nos habla. Afirmar que Dios nos ha hablado en el Hijo significa que Dios habla en Sí mismo. Dios ha hablado en el Hijo, y el Hijo es Dios; esto indica que Dios habla en Sí mismo. Dios mismo nos habla en Su ser divino, no mediante algún otro agente. El Hijo es Dios mismo (He. 1:8), Dios expresado. Dios el Padre está escondido; Dios el Hijo es expresado. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo, como Palabra de Dios (Jn. 1:1; Ap. 19:13) y el hablar de Dios, lo ha declarado con una expresión, explicación y definición plena de Él (Jn. 1:18). Que Dios hable en el Hijo significa que el Hijo proclama a Dios.
En el Nuevo Testamento, Dios habla en el Hijo, en la persona del Hijo. Esta persona era primero un individuo y después llegó a ser una persona corporativa. En la actualidad Dios habla en una persona, y esta persona ha sido agrandada para ser una persona corporativa que incluye a todos los apóstoles y a todos los miembros del Cuerpo de esta persona (1 Co. 14:4b, 31). Debido a que todos los miembros del Cuerpo de Cristo son hijos de Dios que están en el Hijo primogénito de Dios, su hablar de parte de Dios es también el hablar de Dios en la persona del Hijo. El Hijo primogénito de Dios y los muchos hijos de Dios son considerados como una sola entidad en la persona del Hijo. En la actualidad, Dios habla por medio de una persona corporativa. Por tanto, “el Hijo” mencionado en Hebreos 1:2 es una persona corporativa.
Dios continúa hablando en el Hijo, y nosotros, los creyentes, formamos parte del Hijo. A lo largo de los veinte siglos pasados, el hablar de aquellos que proclamaban al Señor según el Nuevo Testamento y sus principios ha sido el hablar del Hijo. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo es un ejemplo de uno cuyo hablar era el hablar del Hijo.
Dios habla en la filiación. En la economía neotestamentaria de Dios, la filiación no es solamente individual sino también corporativa. Cristo es el Hijo primogénito de Dios, y nosotros somos los muchos hijos de Dios (Ro. 8:29; He. 2:10). Dios tiene muchos hijos, y los muchos hijos han sido incorporados en una sola entidad. El Primogénito más los muchos hijos constituyen el Hijo colectivo, el Hijo corporativo. Todo el Nuevo Testamento es el hablar del Dios procesado en la persona del Hijo con todos Sus miembros. Nosotros somos los miembros del Cuerpo de Cristo, y el Cuerpo está compuesto por todos los hijos de Dios. Dios engendró muchos niños para que lleguen a ser Sus hijos, y estos hijos componen el Cuerpo de Cristo; por tanto, nosotros somos los miembros del Hijo. En la actualidad, Dios continúa hablando en el Hijo corporativo según el principio de encarnación.
En la actualidad Dios continúa hablando en Su Hijo, quien ha sido agrandado para llegar a ser un hombre corporativo, el Cuerpo de Cristo. La intención maligna de los fanáticos religiosos judíos era aniquilar al Hijo de Dios, a Jesús de Nazaret, crucificándole. Pero después de Su crucifixión, el Señor entró en la esfera de la resurrección, y en resurrección Él llegó a ser la Cabeza del Cuerpo. Antes de Su crucifixión y resurrección, el Señor Jesús estaba restringido por la carne; Él no podía ser universal. Pero mediante la muerte y resurrección Él fue agrandado de un individuo a un hombre corporativo. El día de Pentecostés, Cristo descendió como Espíritu todo-inclusivo sobre Sus discípulos a fin de hacer de ellos miembros de Su Cuerpo. Este Cuerpo, un hombre corporativo, incluye al Cristo resucitado como Cabeza y a millones de creyentes en Cristo como miembros. Ahora, así como todo nuestro cuerpo habla siempre que nosotros hablamos, también el Cuerpo de Cristo habla siempre que Cristo habla como Cabeza. En la actualidad, el Hijo de Dios ya no es meramente un individuo; Él es un hombre corporativo y universal. Por esta razón, todos los miembros del Cuerpo pueden hablar la palabra de Dios.
Que Dios tenga muchos hijos significa que debe haber “mucho hablar”. Un hijo de Dios debe hablar de parte de Dios en todo lugar. Como hijos de Dios, todos nosotros debemos ser personas cuyo hablar proclame a Cristo. Todos los hijos en la filiación divina deben hablar Cristo, y Cristo habla de parte de Dios. En el Nuevo Testamento Dios habla en Cristo, Su Primogénito, lo cual indica que todos los hermanos de Su Hijo primogénito —por ser Sus muchos hijos, los miembros del Cuerpo de Cristo— deben ser la palabra de Dios, el hablar de parte de Dios.
En los cuatro Evangelios el Hijo vino a hablar Dios, no sólo directamente con palabras claras sino también con lo que Él era y lo que Él hizo. Él es íntegramente la Palabra de Dios y el hablar de Dios. A veces Él habló con palabras, y otras veces habló con Sus acciones. Todo lo que Él era y todo cuanto Él hizo hablaba Dios. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). La totalidad de los cuatro Evangelios constituyeron Su hablar, ya sea directamente por medio de Sus palabras como también por medio de lo que Él era. Él dijo muchas palabras, pero dijo mucho más por lo que Él era. Todas Sus acciones, todas Sus palabras, toda Su obra y Su manera de conducirse constituyeron Su hablar.
Siempre que el Hijo habla, Él es el Espíritu. El Hijo que habla es el Espíritu. El Hijo de Dios es la Palabra. Cuando la Palabra habla, se convierte en el Espíritu, y cuando el Hijo habla, Su palabra es el Espíritu (6:63). Finalmente, para las iglesias Él es el Espíritu que habla. Al principio de cada una de las siete epístolas en Apocalipsis 2 y 3, es el Hijo quien habla, pero al final de cada una de estas epístolas, es el Espíritu quien habla a las iglesias. Dios habla en el Hijo, y cuando el Hijo habla a las iglesias, Él es el Espíritu que habla. Por medio de Su hablar, las iglesias llegarán a ser uno con Él. Al final de Apocalipsis, el Espíritu y la iglesia hablan como uno solo (22:17). Dios habla en el Hijo, el Hijo llega a ser el Espíritu que habla, y el Espíritu que habla es uno con la iglesia que habla de parte de Dios. Ésta es la historia de nuestro Dios que habla, una historia que nos habla.
Dicha historia que habla está relatada en la Biblia. La Biblia entera es la historia de Dios. Esta historia es una historia que nos habla. Cuando Dios creó todas las cosas, lo hizo mediante Su hablar. Cuando Él contactó a la humanidad en tiempos del Antiguo Testamento, lo hizo mediante Su hablar en los profetas. Cuando Él vino a la humanidad en la era del Nuevo Testamento, Él habló en el Hijo, en la persona del Hijo como Su palabra. En la actualidad, Él viene a las iglesias hablándoles como Espíritu que habla. Al hablar como Espíritu, Él se hace uno con las iglesias. A la postre, esta historia que habla no solamente consiste de Dios mismo, sino también de todas las iglesias. Reunión tras reunión, la vida de iglesia es una historia que habla. Somos un pueblo que habla. Por medio de dicho hablar, Dios es transfundido en Su pueblo. Mediante tal hablar el elemento divino es infundido en muchos seres humanos y ellos son saturados con dicho elemento. En esto consiste la vida de iglesia. Éste es el hablar de Dios.
La esencia de la Epístola a los Hebreos es el hablar de Dios en el Hijo. Dios habla en el Hijo, el Hijo habla como Espíritu a las iglesias, y al final, el Espíritu habla juntamente con la iglesia. Es íntegramente por medio de esta historia que habla que Dios es introducido en el hombre y el hombre es introducido en Dios. Dios y el hombre, el hombre y Dios, llegan a ser uno. En esto consiste la maravillosa vida de iglesia.