
Hebreos 1 revela que Cristo, como Hijo de Dios, es muy superior a los ángeles, mientras que el capítulo 2 revela que Cristo, como Hijo del Hombre, fue hecho superior a los ángeles. Nuestro maravilloso Jesús posee dos naturalezas: la divina y la humana. Él posee tanto divinidad como humanidad. Él es Dios y es hombre. Puesto que Él es Dios, Él es el Hijo de Dios. Puesto que Él es hombre, Él es el Hijo del Hombre. Según el uso bíblico, los términos hombre e Hijo del Hombre son intercambiables entre sí. Esto queda demostrado por Salmos 8:4, donde dice: “¿Qué es el hombre mortal, para que te acuerdes de él, / y el hijo del hombre, para que le visites?”. Por tanto, “el Hijo del Hombre” simplemente significa “hombre”. Bajo el mismo principio, “el Hijo de Dios” significa “Dios”. Según Juan 5:17-18, que Jesús sea el Hijo de Dios significa que Él es Dios. Cuando los fariseos oyeron que el Señor Jesús se llamaba a Sí mismo el Hijo de Dios, le acusaron de blasfemar, pues, según entendían, al hacer esto Él se hacía igual a Dios. Por tanto, afirmar que Jesús es el Hijo de Dios significa que Él es Dios. Cristo es tanto Dios como hombre. Hebreos 1 aborda Su divinidad, y el capítulo 2 aborda Su humanidad. Tanto en lo referente a Su divinidad como a Su humanidad, Él es superior a los ángeles. Incluso como Hijo del Hombre, Él es superior a los ángeles.
Aunque sea fácil comprender que Dios es absolutamente superior a los ángeles, es difícil para nosotros entender que el hombre también es superior a ellos. Según 1:14, como herederos de la salvación, somos muy superiores a los ángeles, pues éstos son nuestros siervos y nosotros sus amos. Somos socios de Cristo, y los ángeles son los siervos que ministran a los herederos de la salvación. Somos la casa de Dios, en la cual la escalera celestial nos une a Dios y trae a Dios a nosotros, mientras que los ángeles son espíritus ministradores que ascienden y descienden sobre esta escalera, brindándonos su servicio. Por tanto, ellos son muy inferiores a nosotros. Mateo 18:10 revela que cada uno de nosotros tiene un ángel. Salmos 34:7 dice: “El ángel de Jehová acampa / en torno a los que le temen, y Él los libra”. Un ángel se apareció a Cornelio (Hch. 10:3) indicándole contactar a aquel que predicaba el evangelio. Además, Hechos 12:7-11 describe la manera en que un ángel abrió las puertas de la prisión para que Pedro pudiese escapar.
Hebreos 2:5 dice: “No sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando”. “El mundo venidero” será esta tierra en la era venidera con el reino de Dios. Salmos 2:8 afirma que Dios dio las naciones a Cristo para que fuesen Su herencia y los confines de la tierra para que fuesen posesión Suya. Apocalipsis 11:15 dice: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos”. El día viene cuando las naciones, los reinos, de la tierra llegarán a ser el reino de Cristo.
Este “mundo venidero” en la era venidera no está sujeto a los ángeles. En otras palabras, Dios jamás dispuso que fuesen los ángeles quienes gobernasen la tierra en la era venidera, sino que Él dispuso que fuesen los hombres los que fueran investidos de tal autoridad. Con base en este hecho, el escritor de Hebreos nos muestra que el hombre es superior a los ángeles.
En Su economía, desde el principio Dios dispuso que el hombre gobernase la tierra. Desde la eternidad pasada, Dios determinó que el hombre gobernase la tierra. Según la Biblia, en el tiempo de la creación Dios determinó que el hombre debía ejercer Su autoridad sobre la tierra. Esto es claramente mencionado en Génesis 1:26-28.
Hay tres capítulos en la Biblia que pertenecen a un mismo grupo: Génesis 1, Salmos 8 y Hebreos 2. Todos estos capítulos comparten el mismo punto principal: Dios dispuso que el hombre gobernase la tierra creada por Él. Dios dispuso que el hombre gobernase la tierra debido a que Él necesita un ámbito, una esfera, un dominio, en el cual pueda ejercer Su autoridad. Sin tal dominio en el cual Él pueda ejercer Su autoridad, sería difícil para Dios expresar Su gloria. La expresión de Su gloria requiere de un dominio. Si Dios no tuviera autoridad sobre la tierra, no podría expresar Su gloria. Debemos considerar, pues, la conclusión de la oración hecha por el Señor: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria” (Mt. 6:13). Una vez que se tiene el reino, se tiene la autoridad. Entonces Dios puede expresar Su gloria. El reino es para la autoridad, y la autoridad es para la gloria. Si Dios no tiene un reino, no puede producirse el ejercicio de Su autoridad ni tampoco puede haber la expresión de Su gloria. La oración del Señor tenía por finalidad el reino. En ese reino se produciría el ejercicio de la autoridad y la expresión de la gloria.
El propósito de Dios es constante y eterno. El propósito de Dios es desde la eternidad hasta la eternidad. Dios jamás ha cambiado Su propósito de que el hombre ejerza Su autoridad en la tierra a fin de que Dios pueda tener un dominio que sea una esfera en la cual Él pueda expresar Su gloria.
Hebreos 2 revela que Cristo, como hombre, es superior a los ángeles. El escritor de Hebreos presenta su argumento de esta manera: “No sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando” (v. 5). Sin embargo, Dios dijo en el salmo 8 que llegaría el tiempo cuando Él haría que toda la creación estuviera sujeta al hombre. Este hombre es Jesús (vs. 6-9), Aquel que forja a Dios en el hombre para elevar el estándar del hombre. Mediante Su encarnación Él introdujo la naturaleza divina en el hombre, y mediante Su resurrección, ascensión y glorificación Él introdujo la naturaleza humana en Dios mismo. Por tanto, este hombre es mucho más excelente que los ángeles. Los ángeles no son más que siervos que ministran a todos los miembros de este hombre, a todos los que han heredado la salvación mediante este hombre, es decir, todos los que heredan a este maravilloso hombre como su salvación.
Cristo mismo es Dios, el Hijo de Dios; Él es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. Él, incluso, es llamado Dios (1:8). En Él está la realidad de Dios. Como tal, Él es muy superior a los ángeles. Él es también un hombre glorificado con la naturaleza divina de Dios, coronado de gloria y de honra. Como tal hombre, Él es superior a los ángeles. Los ángeles son meramente siervos de aquellos que heredan a Cristo como su salvación.
Hebreos 2:7-8, que es dirigido a Dios, dice: “Le pusiste sobre las obras de Tus manos; todo lo sujetaste bajo Sus pies”. Estos versículos nos remiten a Génesis 1, que nos dice que Dios puso a Adán —el hombre creado por Dios— sobre las obras de las manos de Dios (vs. 26-28). Esto indica que Adán, por ser cabeza de la creación de Dios, era una prefigura de Cristo (Ro. 5:14). Que Dios sujetase todas las cosas bajo los pies de Adán tipifica el que Dios sujetase todo bajo los pies de Cristo, quien es la realidad de Adán como cabeza de la creación de Dios.
En Su exaltación, Cristo fue hecho Cabeza sobre todas las cosas (He. 2:8; Ef. 1:22). Dios sujetó todo bajo Sus pies. Ahora Él está a la espera de una sola cosa: que el astuto Satanás y todos Sus enemigos sean hechos estrado de Sus pies.
Según Hebreos 2:9, Dios hizo que Cristo fuese un poco inferior a los ángeles para que padeciera la muerte “a fin de que por la gracia de Dios gustase la muerte por todas las cosas”. El hombre es inferior a los ángeles en que se halla limitado y restringido por el tiempo y el espacio, mientras que los ángeles no están limitados a tal grado y disfrutan de mayor libertad. Cristo es el Creador ilimitado, eterno y omnipresente; como tal, Él no está restringido por el tiempo ni el espacio. Pero cuando Cristo se hizo hombre, Él estaba limitado por el tiempo. Por ejemplo, cuando estaba en Galilea, no podía estar al mismo tiempo en Jerusalén, sino que para ir a Jerusalén tenía que andar una larga distancia. Cuando estaba con Marta y María en casa de Marta, Él no podía estar con otras personas que estaban en otro lugar en aquel entonces. En ese sentido, incluso Cristo en los días de Su carne era inferior a los ángeles.
En la eternidad Cristo era el Creador, ilimitado y omnipresente, pero cuando se hizo hombre, en el tiempo, fue limitado para poder un día ir a la cruz a fin de eliminar el problema universal: la muerte. La muerte es un problema no solamente para el hombre, sino también para el universo entero. La muerte es el último enemigo de Cristo que será abolido (1 Co. 15:26). A fin de sufrir la muerte y así destruirla y anularla, Cristo tuvo que hacerse hombre y perder Su libertad temporalmente, por treinta y tres años y medio. En este sentido, durante ese período Él fue inferior a los ángeles. Sin embargo, tres días después de Su muerte resucitó dejando esa inferioridad y hoy es muy superior a todos los ángeles. Él ahora es omnipresente; puede estar simultáneamente en el cielo y en la tierra.
El hombre Jesús, en el cumplimiento de la profecía presentada en el salmo 8, fue hecho un poco inferior a los ángeles para padecer la muerte (He. 2:9). Según nuestra constitución física, somos inferiores a los ángeles. La constitución de los ángeles es un tanto superior a la nuestra. Cuando Jesús vino como hombre, Su constitución física también era inferior a la de los ángeles. Él se hizo hombre, tomando la carne del hombre, su sangre y su naturaleza. Él tomó la constitución física que era inferior a la de los ángeles con el propósito de padecer la muerte por nosotros. A fin de padecer la muerte, Él requería de un cuerpo físico. Sin tal cuerpo físico, le habría sido imposible morir por nuestros pecados. Por esta razón Él fue hecho un poco inferior a los ángeles.
Cristo fue hecho un poco inferior a los ángeles para padecer la muerte a fin de que, por la gracia de Dios, gustase la muerte por todas las cosas. Esto significa que Él murió por todas las cosas. Cristo gustó la muerte no solamente por todos los seres humanos, sino también por todas las cosas, por toda criatura. El Señor Jesús efectuó la redención no sólo por el hombre, sino por todas las cosas creadas por Dios. En consecuencia, Dios puede reconciliar todas las cosas consigo por medio de Cristo (Col. 1:20). Esto es claramente tipificado por la redención efectuada por medio del arca de Noé, en la cual fueron salvas no sólo ocho personas, sino todos los seres vivientes creados por Dios (Gn. 7:13-23). Ésta es una revelación profunda. Debe causar una profunda impresión en nosotros que Cristo gustase la muerte no solamente por los hombres, sino también por todas las cosas. Ésta es la razón por la cual afirmamos que la muerte de Cristo fue una muerte todo-inclusiva.
Romanos 8:21 dice: “Con la esperanza de que también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios”. Toda la creación necesita ser liberada de la esclavitud de corrupción, por lo cual toda la creación necesita la redención de Cristo. Todo cuanto forma parte de la vieja creación se halla en proceso de corrupción, de deterioro y de muerte. En este universo todas las cosas, incluyendo los seres humanos, los animales y las plantas, se encuentran en proceso de deterioro. Todo lo creado en el universo entero requiere de redención. Finalmente, el milenio será un tiempo de restauración de todas las cosas. La restauración implica que hay degradación, y la degradación procede del pecado.
En el universo ocurrieron dos rebeliones que trajeron muerte, corrupción y degradación a toda la creación. Una fue la rebelión satánica, y la otra fue la rebelión del hombre. Antes de la rebelión del hombre ocurrió la rebelión satánica, la cual contaminó los cielos. La rebelión de Satanás contaminó todas las cosas celestiales, las hizo inmundas. Tal universo contaminado y en degradación puede ser restaurado únicamente mediante la redención de Cristo. Antes de que la creación pueda ser restaurada, tiene que ser redimida. Cristo murió en la cruz por todas las cosas que componen la creación a fin de que Él pudiese reconciliar con Dios todas estas cosas. La redención efectuada por Cristo es el fundamento que ha sido puesto para la restauración venidera. Cuando la restauración venga, la esclavitud de corrupción llegará a su fin. Viene el día cuando la degradación y la corrupción llegarán a su fin y la muerte será sorbida. En la actualidad, toda la creación se encuentra bajo la esclavitud de corrupción; por tanto, toda la creación gime. Todas las cosas gimen debido a que todas las cosas están bajo la esclavitud de corrupción.
El hombre Jesús fue hecho un poco inferior a los ángeles para padecer la muerte; no obstante, esta condición de inferioridad era temporal. Mediante Su muerte y resurrección, este único hombre no solamente fue hecho superior a los ángeles, sino que además ha llegado a ser un hombre corporativo: el nuevo hombre, el cual está compuesto por todos los creyentes en Cristo (Ef. 2:14-15).
Hebreos 2:14-15 dice que por medio de Su muerte en la carne Cristo destruyó al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y libró a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda su vida sujetos a esclavitud. Nuestro cuerpo se está haciendo cada vez más viejo debido a que se encuentra bajo la esclavitud de la muerte. De hecho, desde su nacimiento el hombre no vive, sino que muere cada día. Todos los seres humanos, sean jóvenes o viejos, se están muriendo. Asimismo, todas las flores hermosas no están viviendo, sino muriendo. Aunque ellas sean hermosas ahora, tarde o temprano se marchitarán y perderán su belleza. Todo en el universo se encuentra en proceso de deterioro, se está muriendo, debido a que está sujeto a la esclavitud de la muerte. La hierba se está muriendo; sin embargo, no teme la muerte porque no tiene conciencia de ella, no la puede sentir. Pero debido a que los seres humanos son sensibles y tienen fuertes emociones, nos preocupa la muerte y nos sentimos amenazados por ella. Durante toda nuestra vida estamos sujetos a la esclavitud de la muerte. Pero Cristo anuló esta esclavitud, pues Él destruyó la muerte por completo. La destrucción de esta muerte que esclaviza no será realizada en toda su extensión sino hasta que llegue el final del milenio, cuando la muerte, el último enemigo, será echada al lago de fuego (Ap. 20:14).
La palabra griega traducida “destruir” en Hebreos 2:14 también puede traducirse “reducir a nada, dejar sin efecto, suprimir, abolir, anular, descartar”. Después que el diablo, la serpiente, sedujo al hombre y lo hizo caer, Dios prometió que la simiente de la mujer vendría para herir en la cabeza a la serpiente (Gn. 3:15). En la plenitud del tiempo el Hijo de Dios vino y se hizo carne (Jn. 1:14; Ro. 8:3) al nacer de una virgen (Gá. 4:4), para destruir al diablo en la carne del hombre por medio de Su muerte en la carne sobre la cruz. Esto fue abolir a Satanás, reducirlo a nada. Satanás ha sido abolido y eliminado. Cristo lo destruyó, lo anuló, lo aniquiló y lo despojó de todo poder.
Quizás podríamos preguntarnos: “¿Cómo es que el diablo ha sido destruido cuando todavía es tan prevaleciente?”. Es una mentira decir que el diablo es prevaleciente. La Biblia jamás dice esto. No debemos creer en esta mentira. La Biblia dice que el diablo ha sido aplastado, destruido. Su cabeza ha sido triturada. ¿Vamos a creer en nuestros sentimientos o en la Palabra de Dios? La Palabra de Dios dice que mediante Su muerte en la cruz Cristo destruyó al diablo. Éste es un hecho logrado, un hecho que se halla incluido en la santa Palabra como testamento que nos ha sido legado. Debemos tomar este legado por fe en conformidad con la santa Palabra.
Cristo destruyó a Satanás. Él participó de nuestra naturaleza a fin de destruir al diablo, quien tiene el imperio de la muerte (He. 2:14-15). La mejor manera de derrotar a Satanás consiste en avergonzarlo diciéndole que ha sido derrotado y destruido, por lo cual debe regresar a su lugar y mantenerse en la posición que le corresponde. Si avergonzamos a Satanás de este modo, él se irá. Al hacerse partícipe de nuestra naturaleza y destruir a Satanás, Cristo nos libró de la esclavitud. La muerte fue abolida; Satanás, quien tiene el poder de la muerte, ha sido destruido; y nosotros hemos sido librados de la esclavitud.
La muerte de Cristo también nos libró de la esclavitud bajo el temor de la muerte (v. 15). Puesto que mediante Su muerte Cristo gustó la muerte por nosotros y destruyó al diablo, quien tenía el imperio de la muerte, Su muerte nos libró de la esclavitud a la que estábamos sujetos por causa del temor de la muerte. Hemos sido librados de esa esclavitud. Debido a la crucifixión todo-inclusiva de Cristo, ya no hay más muerte, ni más pecado, ni está más el diablo, ni tampoco el temor de la muerte ni hay más esclavitud. Por Su misericordia, el Señor ha abierto nuestros ojos y nos ha mostrado lo todo-inclusiva que es Su muerte. Ahora, por experiencia propia comprobamos que la muerte, el pecado, el diablo, el temor de la muerte y la esclavitud fueron, todos ellos, verdaderamente eliminados en la crucifixión de Cristo.
El versículo 9 dice que Dios coronó a Cristo de gloria y de honra. La gloria es el esplendor relacionado con la persona de Jesús; la honra se refiere a la preciosidad del valor, mérito y dignidad de Jesús, lo cual está relacionado con Su posición (2 P. 1:17; cfr. 1 P. 2:17; Ro. 13:7). La gloria se refiere a la expresión de Dios propia de Cristo, mientras que la honra se refiere a la posición más elevada en el universo, la cual es ocupada por el Cristo resucitado y ascendido. En 1 Pedro 2:7 la palabra griega que se tradujo “preciado” es la misma palabra traducida “honra” en Hebreos 2:9.
La profecía en el salmo 8 dice que Dios ha “coronado” al hombre, quien es inferior a los ángeles, “de gloria y de honra” (v. 5). Esto no se cumplió en ningún hombre sino hasta que el hombre Jesús ascendió a los cielos. Por tanto, esta profecía se refiere al Señor como hombre y se cumplió en Él.
Después de la resurrección Cristo fue glorificado, no solamente en la manifestación de Su naturaleza divina, sino también en la ascensión a la gloria de Dios. Cristo no solamente entró en la gloria, sino que también fue coronado de gloria y de honra (He. 2:9). Los hombres le habían coronado con espinas a fin de avergonzarlo (Jn. 19:2), pero Dios le coronó de gloria y de honra para glorificarle. Le vimos en la cruz sobre la tierra con una corona de espinas, pero ahora le vemos en el trono en los cielos coronado de gloria y de honra.
Después de efectuar la redención al padecer la muerte, Jesús fue glorificado en Su resurrección (Lc. 24:26) y fue coronado de gloria y de honra en Su ascensión a los cielos (He. 2:9). Aunque el Señor Jesús es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, cuando abordamos este asunto de que Él fue coronado de gloria y de honra tenemos que prestar especial atención a Su humanidad, al hecho de que Él es el Hijo del Hombre. En Su humanidad Él fue coronado de gloria y de honra. Como hombre en Su ascensión a los cielos, Él fue coronado de este modo.
Jesús fue coronado de gloria y de honra en el tercer cielo. El pequeño Jesús que nació en el pesebre, que creció en un hogar pobre de Nazaret y que no tenía hermosura ni atractivo, en Su ascensión a los cielos fue coronado de gloria y de honra.
La ascensión de Cristo, ocurrida después de Su resurrección, fue una exaltación. Desde el punto de vista terrenal, fue una ascensión desde la humanidad, pero desde la perspectiva celestial, fue una exaltación efectuada por Dios. Después que Cristo fue coronado de gloria y de honra en Su ascensión, Dios le dio autoridad sobre todas las cosas en Su exaltación (He. 2:7). Esto es similar a lo que Dios hizo con Adán. Adán perdió la autoridad que Dios le había dado, pero según la profecía del salmo 8, Cristo recobró lo que Adán había perdido. Ahora, esa misma autoridad ha sido dada al segundo hombre. Todos tenemos que declarar que hemos nacido en el primer hombre, pero que renacimos en el segundo hombre. Nacimos en el primer hombre y lo perdimos todo con él, pero desde que renacimos en el segundo hombre, lo hemos recuperado todo. El segundo hombre ha sido glorificado, coronado de gloria y de honra, y se le ha confiado la autoridad divina que el primer hombre había perdido.
Jesús fue coronado de gloria y de honra para ser el Señor y el Cristo (Hch. 2:36; 10:36b). Antes de Su encarnación, Él era el Señor. Sin embargo, como hombre Él no era el Señor. Ahora, en Su ascensión, Él como hombre fue coronado para ser el Señor. Este asunto reviste gran importancia. Por un lado, Él ya era el Señor porque era Dios; por otro, en Su humanidad Él fue coronado para ser Señor de todos. Él también es el Cristo, es decir, el Ungido. El título el Señor significa que Él es el Señor que rige sobre todos, y el título Cristo significa que Él es el Ungido que fue designado para llevar a cabo todo lo relacionado con el plan de Dios. El Ungido es el Designado, y el Designado es Aquel que administra la empresa universal de Dios, esto es, Cristo y la iglesia.
Cristo fue exaltado como Príncipe y Salvador (Hch. 5:31). La palabra griega aquí traducida “Príncipe” es la misma palabra griega traducida “Autor” en Hebreos 2:10. Esta palabra griega también puede ser traducida “Capitán, Originador, Inaugurador o Pionero”. Cristo fue coronado de gloria y de honra a fin de que Él pueda ser nuestro Capitán. Como indica esta palabra griega, Él también es nuestro Líder, Príncipe, Pionero y Precursor. Jesús es Aquel que combate, lleva la delantera, avanza, siendo el primero en llegar a Su meta. Él abrió el camino a la gloria, y hoy nosotros seguimos el camino que abrió. Por tanto, Él no sólo es el Salvador que nos rescató de nuestra condición caída y de toda cosa negativa, sino también el Capitán que como Pionero entró en la gloria para que nosotros seamos llevados a la misma condición. En la actualidad, el Señor Jesús es el Señor, el Cristo, el Capitán y el Salvador.
Hebreos 2 dice que un día el hombre Jesús, quien por un tiempo fue hecho un poco inferior a los ángeles, resucitó y ascendió al tercer cielo donde fue coronado de gloria y de honra (v. 7). Ahora hay un hombre en los cielos, coronado de gloria y de honra. Aunque los ángeles están en el cielo, no han sido coronados; no obstante, hay un hombre en los cielos que ha sido coronado. No debiéramos preferir ser ángeles. Debemos estar plenamente satisfechos de ser hombres que tienen a Cristo dentro de nosotros y que estamos en Cristo. En Él nosotros también somos coronados de gloria y de honra.