
En Hebreos 3:1-6 vemos que Cristo es Aquel que es superior a Moisés.
Como Apóstol y Sumo Sacerdote, Cristo es superior a Moisés y a Aarón. Vemos estos dos títulos de Cristo en 3:1, donde dice: “Considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra confesión, Jesús”. Jesús es nuestro Apóstol y nuestro Sumo Sacerdote. Como Apóstol, Él es tipificado por Moisés; y como Sumo Sacerdote, Él es tipificado por Aarón. El Apóstol es Aquel que nos fue enviado de Dios y con Dios (Jn. 6:46; 8:16, 29). El Sumo Sacerdote es Aquel que regresó a Dios de entre nosotros y con nosotros (Ef. 2:6). Cristo, como Apóstol, vino a nosotros con Dios para compartir a Dios con nosotros a fin de que pudiéramos participar de Su vida, naturaleza y plenitud divinas. Cristo, como Sumo Sacerdote, fue a Dios con nosotros para presentarnos delante de Él a fin de cuidar cabalmente de nosotros y de todo nuestro caso. Como Apóstol, Él es tipificado por Moisés, quien vino de Dios para servir a la casa de Dios (He. 3:2-6), y como Sumo Sacerdote, es tipificado por Aarón, quien fue a Dios llevando la casa de Israel y sus asuntos (4:14—7:28). Esto implica un tráfico maravilloso entre Dios y nosotros: como Apóstol, Cristo vino a nosotros de Dios y con Dios; y como Sumo Sacerdote, Él regresó a Dios desde nosotros y con nosotros. Como tal, Jesús es el Apóstol y el Sumo Sacerdote de nuestra confesión. Nuestra confesión es aquello en lo cual creemos y lo que proclamamos al universo.
Jesús fue el primer Apóstol del Nuevo Testamento. La palabra apóstol en el griego significa “un enviado, uno que es enviado por una autoridad superior”. En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús frecuentemente se refirió a Sí mismo como Aquel que fue enviado por Dios (5:23-24, 30, 36; 6:57). Por ejemplo, Él declaró en 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna”. Este versículo indica que debemos creer en Aquel que envió al Hijo. Puesto que Cristo es el Enviado del Padre, Él es el Apóstol del Padre. Dios le envió a nosotros. Él vino de parte de Dios y juntamente con Dios a fin de traer Dios a nosotros y ministrar Dios mismo a nosotros. Nada ni nadie puede ser más elevado, mayor y más profundo que tal Apóstol.
El Señor Jesús es el único Apóstol de Dios. Él fue enviado por Dios a fin de traer Dios al hombre, impartir Dios en el hombre e impartir todo lo que el Dios Triuno es en el pueblo escogido de Dios. Por ser el Apóstol, el Enviado de Dios y Su Embajador, Cristo habla la palabra de Dios (3:34). La palabra que Cristo habla es la palabra réma, la palabra que es espíritu y vida (6:63). Al hablar la palabra de Dios, Él imparte la esencia de Dios a nuestro ser.
Hebreos 3:5 dice: “Moisés fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir”. Aquí la palabra testimonio se refiere al hecho de que Moisés es una prefigura. Esto indica que Moisés es un tipo del Apóstol verdadero y genuino que fue enviado por Dios.
Moisés tipifica a Jesús como el Apóstol, el Enviado. Cuando los hijos de Israel padecían persecución bajo la tiranía de Faraón, Dios se le apareció a Moisés y le ordenó ir a los hijos de Israel y a Faraón. Por tanto, Moisés era un apóstol del Antiguo Testamento. Moisés era el enviado de Dios, el apóstol enviado a conducir a Israel fuera de Egipto y a través del desierto con el propósito de que ellos fueran constituidos como casa de Dios y llegasen a conformar la habitación de Dios en la tierra. Tal habitación de Dios está simbolizada por el tabernáculo hecho por los hijos de Israel en el desierto. El tabernáculo, sin embargo, era solamente un símbolo; no era la verdadera habitación de Dios. En aquel entonces, la verdadera habitación de Dios en la tierra eran los propios hijos de Israel. Moisés, como apóstol de Dios, hizo que los hijos de Israel conformaran y constituyeran la casa de Dios. Moisés, el apóstol enviado por Dios a los hijos de Israel, tipifica a Cristo.
El versículo 2 dice que Jesús fue fiel a Dios “que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios”. Moisés, como enviado de Dios para cuidar de la casa de Dios, fue fiel a Dios en toda Su casa. Esto tipifica a Cristo como Apóstol de parte de Dios para la casa de Dios, quien fue fiel a Dios que le constituyó. Cristo, tipificado por Moisés, fue fiel a Dios en cuidar la casa de Dios. Hebreos 2:17 dice que Él es fiel como Sumo Sacerdote, mientras que 3:2 dice que Él es fiel como Apóstol enviado de parte de Dios a nosotros.
Los versículos 3 y 4 dicen: “Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la construyó. Porque toda casa es construida por alguno; pero el Constructor de todas las cosas es Dios”. Tanto Cristo como Moisés son apóstoles. No obstante, Cristo es el Constructor de la casa de Dios, mientras que Moisés era únicamente una parte de la casa en tipología. Por tanto, Moisés es inferior a Cristo. Cristo es estimado digno de mucha mayor gloria que Moisés.
El versículo 4 dice que toda casa tiene un constructor, pero el Constructor de todas las cosas es Dios. Esto demuestra que el Cristo, quien es el Constructor, es Dios mismo. Este Apóstol, Aquel enviado por Dios, es Dios mismo. Él es el Constructor universal, el único Constructor en todo el universo. El edificio central de Su ministerio es Su casa. El versículo 6 dice: “Cristo fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, la cual casa somos nosotros”. Nosotros somos la casa que Cristo edifica.
Esta casa es la iglesia. Cristo es el Constructor de la iglesia (Mt. 16:18). Cristo edifica la iglesia al atender a todas las necesidades de Su pueblo, al igual que hizo Moisés, y al conducir a Su pueblo para que atraviese el desierto y entre en el reposo de la buena tierra. La buena tierra tipifica a Cristo mismo, y el desierto tipifica la vida del alma, la vida anímica. Cristo edifica la iglesia al conducirnos a través de la vida anímica para introducirnos en nuestro espíritu, en el cual Él mismo habita como Aquel que es el reposo, la buena tierra. Podríamos tener el concepto de que Dios nos envió a Cristo como Apóstol mayor a Moisés únicamente con la finalidad de atender a nuestras necesidades. Si necesitamos maná, Él nos da el maná. Si necesitamos agua viva, Él nos da el agua viva. Si necesitamos paz y gozo, Él nos da paz y gozo. Pero si únicamente pensamos de este modo, somos cortos de vista. En el cuadro del Antiguo Testamento, Moisés no atendió a las necesidades del pueblo meramente por causa del disfrute del pueblo, sino que lo hizo con la finalidad de que el tabernáculo fuese edificado entre ellos como morada de Dios.
Cristo no solamente forma parte de la casa, sino que Él es también el Constructor de la casa (He. 3:3-4). Moisés tenía una sola naturaleza: la humanidad. Esta naturaleza humana es buena como material para el edificio de Dios, pero Moisés no tenía la naturaleza divina, que es la apropiada para ser el constructor. El Señor Jesús tiene dos naturalezas: la humanidad, la cual es apropiada para ser el material para la edificación de la habitación de Dios, y la divinidad, la cual es el elemento propio del Constructor. En Su humanidad, Jesús es la piedra útil para la habitación de Dios. Él es la piedra de fundamento (Is. 28:16), la piedra angular (Mt. 21:42; Hch. 4:11), la piedra cimera (Zac. 4:7) y la piedra viva (1 P. 2:4) que hace de nosotros piedras vivas (v. 5). En Su humanidad, Él es el buen material para el edificio de Dios, y además, en Su divinidad, Él es el Constructor. Moisés fue un apóstol enviado de parte de Dios para constituir la casa de Dios sobre la tierra, y Cristo como Apóstol también hace lo mismo. Sin embargo, Cristo no es solamente parte del edificio, sino también su Constructor. Ésta es la diferencia entre Cristo y Moisés.
Moisés sólo formaba parte de la casa, mientras que Cristo es tanto la casa como el Constructor de la casa. Por tanto, Cristo es considerado digno de mayor gloria y honra que Moisés (He. 3:3). Debemos ver que Cristo, como Constructor de la casa, tiene más gloria y honra que Moisés. Por tanto, Cristo es muy superior a Moisés.
El versículo 6 dice: “Cristo fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, la cual casa somos nosotros”. En los tiempos del Antiguo Testamento la casa de Dios era la casa de Israel (Lv. 22:18; Nm. 12:7), simbolizada por el tabernáculo o el templo, que estaba en medio de Israel (Éx. 25:8; Ez. 37:26-27). Hoy en día, la realidad de la casa de Dios es la iglesia (1 Ti. 3:15; 1 P. 4:17). Los hijos de Israel, como pueblo de Dios, son un tipo de nosotros, los creyentes neotestamentarios (1 Co. 9:24—10:11). Toda su historia prefigura a la iglesia.
En Hebreos 3 Cristo es el Apóstol, y los hermanos son la casa de Dios. La iglesia cumple una función doble. Para Cristo, la iglesia es el Cuerpo; para Dios, la iglesia es la casa. Cristo es la Cabeza, y la iglesia es el Cuerpo de la Cabeza. Ésta es la primera función que cumple la iglesia. Dios es el Padre, y la iglesia es Su casa. Ésta es la segunda función que cumple la iglesia. Así como Cristo es la Cabeza y la iglesia es Su Cuerpo, también Dios es el Padre y la iglesia es Su casa. La iglesia como Cuerpo de Cristo es un organismo. Asimismo, la iglesia como casa de Dios no es una casa física, sino una casa viviente.
La palabra griega traducida “casa” puede traducirse también “familia” o “parentela”, en referencia a los miembros de una familia. La casa de Dios no es una casa física, sino una casa viviente. La casa de Dios es Su familia, y Su familia es Su casa. Su casa es también Su familia, pues Su parentela es Su morada. Si cierta familia tiene una casa, la familia es una cosa y la casa es otra. La familia es viviente, y la casa es física. Pero la familia de Dios y la casa de Dios son ambas vivientes.
La casa de Dios es viviente en el nombre del Padre y en la vida del Padre. Cuando decimos que ella es viviente en el nombre del Padre, esto significa que es viviente en la realidad del Padre. Esta casa es una composición viviente de los muchos hijos de Dios en la vida y realidad del Padre. Allí donde está la casa de Dios, allí está la familia de Dios, y donde está la familia de Dios, allí está Dios el Padre con Su vida y Su realidad. Esto es similar a la iglesia como Cuerpo de Cristo. Cristo no está separado de todos los miembros del Cuerpo, pues por ser la Cabeza del Cuerpo, Cristo mora en todos los miembros. Cristo no debiera ser considerado como un miembro separado del Cuerpo, pues Él está en todos los miembros del Cuerpo. Asimismo, la casa de Dios es la familia de Dios. El Padre no es un miembro separado de la familia, sino que está en todos los hijos. Esto es Bet-el, la casa de Dios, la casa que Jacob vio en su sueño (Gn. 28). Ésta es la razón de que allí donde la iglesia está, también esté Bet-el, la casa de Dios con el Hijo del Hombre, Jesucristo, como escalera celestial (Jn. 1:51). Tal iglesia es la puerta del cielo por la cual la gente puede comunicarse desde la tierra con el cielo. Incluso ahora mismo hay una comunicación entre la tierra y el cielo. Cuando estamos en la vida de iglesia apropiada, estamos en la puerta del cielo. Si tenemos ojos espirituales, podremos ver a los ángeles que suben y descienden por la escalera celestial.
¿Quién es Aquel que formó, edificó y constituyó esta casa y la cuida? Jesucristo, el Apóstol enviado de parte de Dios, ha sido y continúa siendo Aquel que constituye y edifica Su casa. Esta casa es una casa móvil, una casa portátil; es una casa viviente y andante. Nosotros estamos vivos, andamos y nos movemos. Andamos corporativamente con el Apóstol. La casa de Dios es un Cuerpo corporativo. Si hemos de disfrutar al Apóstol y al Padre con Su realidad, tenemos que estar en la casa. Debemos saber que tenemos un Apóstol. Nuestro Capitán de la salvación y nuestro Sumo Sacerdote son el Apóstol, el Enviado por Dios para cuidar de la casa de Dios. Si no estamos en la casa, no le disfrutaremos en Su aspecto de ser el Apóstol. Podemos disfrutarle en otros aspectos, puesto que Él es grande, bondadoso y muy misericordioso, y Él hará muchas cosas por nosotros. Pero en lo referente a la iglesia como casa del Padre, no podremos disfrutar de Él como Apóstol.
Por esta razón no debiéramos ser cristianos individualistas. Si somos individualistas, nos ha llegado el fin. Cuando somos individualistas, somos piedras separadas; por ser piedras separadas, no tenemos nada que ver con la casa. Debemos estar en la iglesia. ¡De cuánto disfrute, bendición y gracia hemos sido partícipes desde que vinimos a la iglesia! Veremos que cosas maravillosas ocurren en la casa y le ocurren a la casa.
Como Apóstol enviado por Dios y que viene de Dios a nosotros, Cristo edifica la casa de Dios (He. 3:3). Él es el Constructor de la casa, y nosotros somos la casa (v. 6). Esto significa que Él nos edifica conjuntamente como casa de Dios. A fin de disfrutar a Cristo y conocerle, tenemos que comprender que Él es nuestro Constructor y que nosotros formamos parte de la casa de Dios. Sin la casa de Dios, la iglesia, es difícil para nosotros disfrutar la obra edificadora realizada por Cristo. Si hemos de experimentarle y disfrutarle como Apóstol enviado por Dios y que viene de Dios a nosotros, debemos comprender que somos miembros de la casa de Dios bajo Su obra edificadora (Ef. 2:19-20).
Al cuidar de nosotros, Cristo nos edifica conjuntamente como casa de Dios. El tema de la edificación también es abordado en Hebreos 11, donde se menciona la Nueva Jerusalén, la ciudad santa (vs. 10, 16). Debemos decirle al Señor: “Tú eres el Constructor, y nosotros somos el edificio. Formamos parte de este edificio y ahora estamos bajo Tu cuidado en Tu obra edificadora. Al estar bajo Tu obra edificadora disfrutamos de Tu cuidado”. Todo constructor se preocupa mucho por aquello que está edificando. Para disfrutar del cuidado de Cristo, tenemos que formar parte de Su edificio.
Somos la casa viviente, espiritual y orgánica de Dios (1 Ti. 3:15; 1 P. 2:5; Ef. 2:21-22), y Cristo edifica la casa de Dios, Su iglesia, de manera orgánica. Dios en Cristo está dentro de nosotros para edificarse Él mismo en nuestro ser y para edificarnos a nosotros dentro de Su ser (3:17; Jn. 14:23). Él edifica Su divinidad en nuestra humanidad y edifica nuestra humanidad dentro de Su divinidad a fin de mezclar y compenetrar Su divinidad con nuestra humanidad para que conformemos una sola entidad. Cristo entró en nosotros como Espíritu a fin de ser vida para nosotros. Él ahora edifica consigo mismo (la divinidad) y con nosotros (la humanidad) a fin de producir un hogar, una morada. Con el tiempo, esta morada, que es una morada mutua de Dios y el hombre, tendrá por resultado la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2-3, 22).
Ahora debemos leer Hebreos 3:6-7: “Cristo fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza. Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: ‘Si oís hoy Su voz’”. El versículo 6 dice que nosotros somos la casa de Dios y que el Hijo de Dios está ahora sobre la casa para cuidar de ella. Si hemos de disfrutar a Cristo, tenemos que estar en la casa y formar parte de la casa. El versículo 7 comienza con la frase por lo cual, lo cual indica que da continuación al versículo anterior. El uso de la frase por lo cual para conectar los versículos 6 y 7 significa que tenemos que cuidar de la casa de Dios pues, de otro modo, perderemos el Sábado y no entraremos en el reposo. Hebreos 4:7 da continuación a 3:7 al decir: “Otra vez el Espíritu Santo determina un día: hoy, diciendo después de tanto tiempo, en David, como dijo antes: ‘Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones’”. Los versículos 8 y 9 añaden: “Porque si Josué les hubiera introducido en el reposo, el Espíritu no habría hablado después de otro día. Por tanto, queda un reposo sabático para el pueblo de Dios”. Si consideramos todos estos versículos en su conjunto, veremos que en la actualidad el reposo sabático es la casa de Dios. Si no permanecemos en la casa de Dios, perderemos el reposo sabático. Actualmente el reposo sabático es la casa de Dios, que está bajo el cuidado del Hijo de Dios.
Aunque miles de cristianos han sido salvos, muchos de ellos permanecen en el desierto; ellos jamás entraron en la buena tierra. La buena tierra actual es una situación en la cual se tiene la habitación de Dios con el reino de Dios. Esto es la vida de iglesia. La iglesia es la casa de Dios, la habitación de Dios y el reino de Dios. Por tanto, la iglesia hoy en día es la buena tierra. Si nos perdemos esto, nos perderemos el reposo sabático actual. La casa de Dios que está bajo el cuidado del Hijo de Dios es nuestro reposo, hogar, patria, tierra de Emanuel y buena tierra que fluye leche y miel (Is. 8:8; Dt. 26:9).
En Mateo 11:28-30 el Señor Jesús dijo que si estamos cargados y venimos a Él, Él será nuestro descanso, y en Mateo 12:8 nos dijo que Él es el Señor del Sábado. ¿Dónde está este Cristo que es nuestro descanso y quien es el Señor del Sábado? Él está en la iglesia. Si hemos de tomar a Cristo como nuestro descanso, tenemos que estar en la iglesia. El libro de Apocalipsis menciona claramente que este Cristo, Aquel que es todo-inclusivo, ahora anda en medio de los candeleros, esto es, entre las iglesias (1:13, 20; 2:1). Él no solamente anda en medio de las iglesias, sino que además, como se revela en Apocalipsis 2 y 3, Él es el Espíritu que habla a las iglesias. Si queremos contactar a Cristo, disfrutarle y participar de Él como nuestro reposo, debemos estar en la iglesia. La vida de iglesia es actualmente el reposo sabático. Todos tenemos que esforzarnos por entrar en este reposo, y una vez hayamos entrado en él, no debemos dejarlo jamás.