
En este mensaje continuaremos considerando la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo como Aquel que es superior a Aarón.
En Hebreos 7 vemos que Cristo, como Sumo Sacerdote, es tipificado por Melquisedec. Según Génesis 14, después que Abraham derrotó a los enemigos de Dios, Melquisedec vino al encuentro de Abraham trayendo consigo pan y vino. En la reunión de la mesa del Señor, Cristo —como Melquisedec— viene a nuestro encuentro trayéndonos al Dios Triuno procesado como pan y vino para nuestro disfrute.
Hebreos 7:1 se refiere a Melquisedec como “sacerdote del Dios Altísimo”. Melquisedec tipifica a Cristo, quien es el Sacerdote del Dios Altísimo. El salmo 110 dice que el Ungido de Dios, el Cristo, es Sacerdote según el orden de Melquisedec (v. 4), un orden que es anterior al de Aarón. Antes que Aarón fuera introducido en el sacerdocio, Melquisedec ya era sacerdote de Dios.
El sacerdocio aarónico tomaba medidas con respecto al pecado, con lo cual atendía a los asuntos relacionados con lo negativo. El ministerio de Melquisedec, por el contrario, tiene un sentido positivo. Melquisedec no vino para quitar el pecado. Él no apareció en escena debido a que Abraham hubiera pecado, sino debido a que Abraham había obtenido la victoria. Melquisedec no apareció con una ofrenda para quitar el pecado, sino que trajo pan y vino para alimentar al vencedor. Casi todos los cristianos consideran a Cristo como el Sumo Sacerdote que se encarga del pecado, pero casi ninguno de ellos presta atención a Cristo como Aquel que es el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, Cristo no se encarga del pecado, sino de ministrarnos como nuestro alimento al propio Dios procesado, quien está representado por el pan y por el vino.
Melquisedec apareció después que Abraham obtuvo la victoria. Antes de ello, Melquisedec, un sacerdote de Dios, seguramente intercedía por Abraham; debe de haber sido a causa de tal intercesión que Abraham pudo aniquilar a los cuatro reyes y obtener la victoria (cfr. Éx. 17:8-13). Hoy en día Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, intercede por nosotros de manera escondida (Ro. 8:34b; He. 7:25b) para que seamos Sus vencedores y derrotemos a los enemigos de Dios, de tal modo que mediante nuestra victoria Cristo pueda manifestarse visiblemente en Su segunda venida. En la actualidad todos nosotros debemos hacer eco a la intercesión del Señor. Si nos volvemos a nuestro espíritu y contactamos al Señor, apartando nuestra mirada de nuestro entorno, de nuestros enemigos e incluso de nosotros mismos, haremos eco a Su intercesión, obtendremos la victoria y aniquilaremos a los reyes.
La venida de Melquisedec a Abraham era una indicación de la segunda venida de Cristo. Los que somos los “Abraham” de hoy, ¿qué es lo que hacemos actualmente aquí? Estamos aniquilando a los enemigos. Algunos miembros del pueblo de Dios, al igual que Lot, han sufrido derrota tras derrota. Por la misericordia de Dios, algunos otros deben ser los “Abraham” de hoy que experimenten una victoria tras otra. Debemos aprender la lección básica de que nuestro Dios, Aquel que nos llamó, es el Dueño del cielo y de la tierra. Nosotros vivimos para Él en la tierra y somos Su testimonio. No debemos tolerar ningún perjuicio en contra de los intereses de Dios en la tierra. Cuando nos enteremos de tal clase de perjuicio, debemos derrotar al enemigo y aniquilar a los reyes.
Diariamente debemos aniquilar a algunos reyes. Debemos aniquilar reyes que están en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Debemos aniquilar reyes que están en nuestro entorno, en nuestras familias y en nuestras escuelas. Después que hayamos aniquilado a los reyes, nuestro Melquisedec vendrá a nosotros, se reunirá con nosotros y celebrará nuestra victoria. El Señor no regresará sino hasta que hayamos aniquilado a todos los reyes. Entonces Él regresará y beberá con nosotros del fruto de la vid, tal como lo indicó por Su palabra en Mateo 26:29: “Desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de Mi Padre”. Melquisedec intercedió por Lot y Abraham. En la actualidad Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, intercede por todos los vencedores. Mientras Él intercede por nosotros en el cielo, nosotros aniquilamos a los reyes en la tierra. Después que los vencedores aniquilen a todos los reyes, nuestro Intercesor —el Sumo Sacerdote del Dios Altísimo— aparecerá, trayéndonos el pleno sabor del Dios procesado.
La venida de Melquisedec significaba que Cristo había venido. Nuestra victoria siempre hace que Cristo sea manifestado. A las personas en nuestro entorno podría serles difícil ver dónde está Cristo; pero si obtenemos la victoria, dicha victoria hará que Cristo sea anunciado a tales personas. Nuestra victoria introducirá a Cristo en nuestro entorno de una manera nueva. Es interesante ver que en el capítulo 14 de Génesis, Melquisedec —cuyo nombre significa rey de justicia y quien era el rey de Salem, que significa rey de paz— aparece de improviso. Esto significa que Cristo será anunciado a las personas y traído a ellas por los vencedores. Un día, toda la tierra habitada será sorprendida por la aparición de Cristo. Las personas que están en el mundo ni siquiera creen que haya un Cristo y califican tal creencia de necedad. Pero después que nosotros hayamos aniquilado a todos los reyes, Cristo aparecerá de improviso. Cristo será hecho manifiesto por medio de que nosotros aniquilemos a los reyes, y entonces el mundo entero será sorprendido por Su venida. Para los vencedores, la segunda aparición de Cristo no será una sorpresa; pero para la gente mundana, esto será una gran sorpresa. Ellos tal vez se pregunten quién es esta Persona, cuál es Su nombre y de dónde viene. Los vencedores podrían responder proclamando que el nombre de esta Persona es Cristo, el verdadero Melquisedec, y que Él viene de los cielos donde ha estado intercediendo por nosotros durante siglos.
La victoria de Abraham en el capítulo 14 no es insignificante. Cuando Melquisedec vino a Abraham, él no solamente bendijo a Abraham con el Dios Altísimo, Dueño de los cielos y de la tierra (v. 19), sino que también bendijo a Dios por la victoria de Abraham (v. 20). Nuestra victoria siempre hace que nuestro Melquisedec nos conceda Su bendición y que Él bendiga a Dios. Nuestra victoria trae más bendiciones en Cristo, tanto para nosotros como para Dios. Debido a que reúne las cualidades propias de Su divinidad y de Su vida en resurrección, Cristo —como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec— es capaz de ministrar el Dios procesado con las bendiciones divinas no a los pecadores, sino a quienes combaten por los intereses de Dios, como lo hizo Abraham (vs. 18-20).
Ante la bendición de Melquisedec, Abraham le dio el diezmo de todo, los diezmos de lo mejor del botín (v. 20; He. 7:2, 4). Esto también demuestra la grandeza de Melquisedec. Nuestra victoria obtiene el botín, y la ofrenda de nuestro botín a Cristo siempre proclama la grandeza de Cristo. Sin nuestra victoria, no tendríamos nada que ofrecer a Cristo, y Su grandeza no sería proclamada.
Cuando terminemos de aniquilar a todos los reyes, nuestro Melquisedec se aparecerá ante nosotros. Esa será la segunda venida de Cristo. Cuando Cristo venga, toda la tierra conocerá al Dios Altísimo. Entonces toda la tierra sabrá que Dios es el Dueño de los cielos y de la tierra. La tierra no es poseída por ningún rey, presidente, estadista o político, sino por el Dios Altísimo, el Dueño de los cielos y de la tierra. Este hecho puede ser proclamado a toda la tierra únicamente por medio de que nosotros aniquilemos a los reyes.
Según el versículo 2, el nombre Melquisedec significa “rey de justicia”; además, en este versículo se le llama “rey de Salem, esto es, rey de paz”. Como Melquisedec, Cristo no solamente es un Sacerdote, sino también un Rey; por tanto, Él es un Sacerdote real, un Sacerdote regio.
Melquisedec era un rey, y su nombre significa rey de justicia. Conforme a Isaías 32:1, podemos ver que el título rey de justicia también se refiere al Señor Jesús. Cristo es el Rey de justicia, el Melquisedec actual. Cristo, como Rey de justicia, hizo que todo estuviese bien con Dios y entre los hombres. Él reconcilió al hombre con Dios y apaciguó a Dios en favor del hombre. La justicia da como resultado la paz (v. 17). Por Su justicia, Cristo produjo el fruto de paz.
Melquisedec era también el rey de Salem, que significa rey de paz, lo cual quiere decir que Cristo también es el Rey de paz (9:6). Cristo, como Rey de paz, hace la paz entre Dios y nosotros por medio de la justicia. En esta paz, Él lleva a cabo el ministerio de Su sacerdocio al ministrarnos a Dios para que lo disfrutemos.
La primera vez que la Biblia se refiere al sacerdocio, nos habla de una persona maravillosa que era el rey de paz. El segundo aspecto de este título suyo es el de rey de justicia. Si no tenemos justicia, no podemos tener paz, debido a que la paz siempre es producto de la justicia. Con Melquisedec vemos tanto la justicia como la paz. Con base en esta justicia y paz, él ministró a Abraham pan y vino. Nuestro fundamento para venir a la mesa del Señor no es lástima ni misericordia, sino la justicia y la paz. Según Romanos 3, 4 y 5, la justicia nos ha sido atribuida, y nosotros hemos sido justificados. Como resultado de ello, disfrutamos de paz. Romanos 3 y 4 nos dan la justicia y la justificación, y Romanos 5 nos da la paz bajo la justicia. Con base en esta justicia y paz, podemos disfrutar el pan y el vino en la mesa del Señor. Aquel que trajo la justicia y la paz es Aquel que nos ministra pan y vino. Él es nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.
Ni Aarón ni ninguno de sus descendientes fue alguna vez un rey. Ellos fueron únicamente sacerdotes. No fueron la tribu de los reyes, sino la tribu de los sacerdotes. La tribu real era la tribu de Judá, y la tribu sacerdotal era la tribu de Leví. Cristo vino de la tribu de Judá (He. 7:13-14); por tanto, no debiéramos ponerlo en la misma categoría de Aarón, pues no pertenece a la tribu de Aarón. Cristo es un Sacerdote real.
Cristo es el Sumo Sacerdote, pero Su estatus es el de un Rey. Al ejercer Su función como Sacerdote, Él es un Rey. Él es el Rey a fin de ser el Sacerdote, por lo cual Su sacerdocio es regio, real (1 P. 2:9). Él combina el reinado con el sacerdocio (Zac. 6:13) con miras al edificio de Dios y para Su gloria. El reinado de Cristo mantiene un orden pacífico mediante la justicia. Este orden pacífico es necesario para el edificio de Dios. La edificación de la casa de Dios tiene lugar en una situación de paz. El sacerdocio de Cristo ministra todo el suministro necesario para el edificio de Dios. En esto Su gloria es manifestada.
Un sacerdote que ofrece sacrificios por lastimosos pecadores no tiene que ser un rey. A fin de ser esta clase de sacerdote no habría necesidad de que dicho sacerdote fuese un rey de justicia ni tampoco un rey de paz. Pero para que el Sumo Sacerdote ministre el propio Dios procesado al combatiente victorioso, Él tiene que ser tanto el Rey de justicia como el Rey de paz.
En Génesis 14:20 Melquisedec dijo: “Bendito sea Dios el Altísimo, / que entregó a tus enemigos en tu mano”. No debiéramos pensar que Abraham era capaz por sí mismo de aniquilar a Quedorlaomer y a los otros reyes, quienes habían capturado a Lot, hijo del hermano de Abraham, y sus propiedades. Según Génesis 14:22, antes que Abraham saliera a combatir en la batalla, él alzó su mano al Dios Altísimo. Esto significa que antes de combatir con aquellos enemigos, Abraham contactó a Dios. Por tanto, no fue Abraham quien aniquiló a los enemigos, sino Dios.
Cuando Abraham alzó su mano a Dios, en aquella situación no había justicia ni paz. No había justicia porque Lot y todas sus propiedades habían sido capturados por los enemigos. No había paz porque los enemigos no habían sido derrotados. Pero al salir a combatir en la batalla, Abraham puso su confianza en Dios. Después que Abraham aniquiló a los enemigos y Melquisedec vino a su encuentro, hubo justicia y paz. Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo, trajo esta justicia y paz. Como hicimos notar anteriormente, mientras Abraham aniquilaba a Quedorlaomer y a los otros reyes, Melquisedec tenía que haber estado orando. Tiene que haber sido que mediante su intercesión, la justicia y la paz fueron traídas. El Dios Altísimo respondió a las oraciones de Melquisedec y entregó a los enemigos de Abraham en sus manos. Después de esta intercesión y de la victoria de Abraham, apareció Melquisedec.
El Cristo que ministra como Sumo Sacerdote es Aquel que intercede por nosotros. Mientras combatimos durante el día, aniquilando las cosas negativas, Cristo —el Sumo Sacerdote— intercede por nosotros (He. 7:25). Al final del día, cuando hemos finalizado nuestro combate y Él ha finalizado Su intercesión, Él viene a nosotros con pan y vino a fin de tener con nosotros un tiempo deleitoso. Éste es nuestro Sumo Sacerdote. Mientras el vencedor combatía, Melquisedec velaba e intercedía. Él vio la victoria de Abraham y supo cuándo venir a su encuentro con el pan y el vino. El Melquisedec ministrador también tenía que haber sido el sumo sacerdote intercesor. Ésta es la clase de Sumo Sacerdote que actualmente tenemos en Cristo.
Antes de ministrarnos el Dios procesado, nuestro Melquisedec intercede por nosotros, orando para que podamos empuñar nuestra espada y aniquilar a los enemigos. Tenemos que aniquilar el yo, la mente natural, las emociones desordenadas, la voluntad obstinada y otros enemigos. Mientras aniquilamos a los enemigos, Él está intercediendo por nosotros. Después que hayamos finalizado nuestra labor aniquiladora, Él cambiará Su intercesión por Su ministración del pan y del vino. La vida cristiana apropiada consiste en aniquilar a los enemigos durante el día y disfrutar el ministerio de nuestro Melquisedec con pan y vino al anochecer. Al final de cada día, cuando tal aniquilamiento e intercesión hayan sido logrados, Él y nosotros, nosotros y Él, podremos tener un tiempo deleitoso al disfrutar el pan y el vino en justicia y paz.
Melquisedec era el rey de justicia y el rey de paz. Después que él vino, hubo justicia y paz. Fue en tal ambiente y condición de justicia y paz que Melquisedec ministró pan y vino al vencedor. En la actualidad ocurre lo mismo. Debemos combatir por la justicia, y la justicia resultará en paz. A la postre nuestro ambiente y condición estarán llenos de justicia y paz, y nuestro Melquisedec aparecerá a fin de tener un tiempo disfrutable con nosotros. En esto consiste el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote real.
Tenemos justicia y paz, pero la justicia y la paz por sí solas no pueden satisfacernos; necesitamos algo que podamos comer y beber. Necesitamos recibir nuestro suministro diario. Por tanto, con base en la justicia y la paz de Dios, nuestro Melquisedec nos ministra pan y vino para que nosotros comamos y bebamos. Él nos ha redimido y, ahora, Él nos alimenta.
Mientras que el sacerdocio aarónico resuelve el problema del pecado, el sacerdocio real nos ministra a Dios mismo como nuestro disfrute para nuestro diario suministro. Cuando mencionemos a Dios, tenemos que pensar en Él como Aquel que pasó por un proceso y fue impartido en nosotros para ser nuestro suministro diario. No hay mejor adoración a Dios que disfrutarlo a Él como nuestro suministro. Cuanto más comemos y bebemos a Dios, más adoración le rendimos. Comer y beber a Dios es la mejor adoración. La adoración que satisface el deseo del corazón de Dios al máximo consiste en disfrutarlo a Él como nuestro suministro.
Que el hombre tuviera que comer y beber a Dios era la intención original e inicial de Dios en Su plan eterno (Gn. 2:9-10). En el plan eterno de Dios, Dios tenía la intención de impartirse en el hombre a fin de serlo todo para él a fin de que el hombre llegara a ser Su expresión completa. Esta intención puede ser lograda únicamente mediante el sacerdocio real de Cristo, el cual nos ministra al Dios procesado como nuestro suministro diario. Sin embargo, antes que esto fuera logrado, vino el pecado. Por tanto, el problema del pecado tenía que ser resuelto. Pero resolver el problema del pecado no era la manera en que Dios originalmente se había propuesto cumplir Su propósito eterno; más bien, esto fue añadido después debido al ingreso del pecado causado por la caída del hombre. Debido a la caída del hombre, el pecado vino a obstaculizar y dañar el propósito de Dios respecto a que Él ministrara impartiéndose en el hombre como su suministro diario. Puesto que Satanás introdujo el pecado para impedir que se lograse el propósito de Dios, el problema del pecado tenía que ser resuelto. Por tanto, había necesidad del sacerdocio aarónico, el cual fue introducido para resolver el problema del pecado. Por medio de esto podemos ver que el sacerdocio aarónico no formaba parte de la intención inicial de Dios, sino que fue añadido después. Muchos cristianos, olvidando las cosas iniciales y concentrándose en lo que fue añadido más tarde, no dan la debida importancia al sacerdocio real y se concentran en el sacerdocio aarónico. El sacerdocio aarónico resuelve el problema del pecado, mientras que el sacerdocio real cumple el propósito eterno de Dios. El sacerdocio aarónico quitó el pecado, y el sacerdocio real trajo a Dios mismo como nuestra gracia.
Cristo como nuestro Sumo Sacerdote real es perpetuo y eterno, sin principio ni fin. Hebreos 7:3 dice que Melquisedec es “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”. Esto muestra que el orden del sacerdocio de Cristo es eterno, al no haber sido designado ni escogido por los hombres, sino por Dios.
A diferencia de nosotros, Cristo es presentado como Aquel que no tiene padre ni madre humana, no tiene genealogía, no tiene principio de días ni fin de vida. Según Génesis 14, Melquisedec apareció de improviso para después desaparecer. Tal parece que Él no hubiera tenido salida ni venida, ni principio de días ni fin de vida. Debido a que nuestro Melquisedec es eterno, Él no tiene genealogía.
Todas las personas importantes mencionadas en Génesis tienen una genealogía, excepto Melquisedec. En los escritos divinos, vemos cómo el Espíritu Santo de manera soberana no dejó constancia del comienzo de los días de Melquisedec ni del final de su vida, para que éste pudiera ser un tipo apropiado de Cristo, Aquel que es eterno, como nuestro perpetuo Sumo Sacerdote. Esto concuerda con la presentación del Hijo de Dios en el Evangelio de Juan. Por ser eterno, el Hijo de Dios no tiene genealogía (Jn. 1:1). No obstante Cristo, como Hijo del Hombre, sí tiene genealogía (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38).
Cristo permanece sacerdote para siempre. Esto significa que Él será un sacerdote de continuo y para siempre. Él es Aquel que es perpetuo, inmutable y eterno, el cual no tiene principio de días ni fin de vida. Él permanece para siempre Sumo Sacerdote.
Según Hebreos 7:4-7, Cristo es mayor que Abraham: “Considerad, pues, cuán grande era éste, a quien aun Abraham el patriarca dio diezmos de lo mejor del botín. Y los de entre los hijos de Leví, quienes reciben el servicio sacerdotal, tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos hayan salido de los lomos de Abraham. Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”.
Nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, es grandioso. Él es mucho mayor que Aarón y que todos los sacerdotes levíticos. Él también fue mayor que Abraham. Esto queda demostrado por el hecho de que Abraham dio como diezmo lo mejor del botín a Melquisedec (vs. 4, 6; Gn. 14:20). Cuando Abraham pagó los diezmos a Melquisedec, los sacerdotes levíticos, quienes son descendientes de Abraham, estaban en los lomos de Abraham, pagando también los diezmos a Melquisedec. Por tanto, todos los sacerdotes levíticos son menores que Melquisedec, y el orden de Aarón es inferior al de Melquisedec.
Melquisedec bendijo a Abraham (He. 7:6), y esto también indica la grandeza de Melquisedec. El versículo 7 dice: “Sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”. Él era mayor que Abraham, y le bendijo con Dios mismo como bendición (Gn. 14:19).
Aunque Cristo es un descendiente de Abraham, Él es mayor que Abraham. Esto es indicado por lo que el Señor dijo a los judíos en Juan 8:58: “Antes que Abraham fuese, Yo soy”. Cristo, el gran Yo Soy, es el Dios eterno que existe para siempre. Él era antes que Abraham y es mayor que Abraham (v. 53). Antes que Abraham fuese, Cristo ya era. Cristo no es viejo, pero Él es antiguo. Como nuestro Melquisedec, Cristo es más antiguo que Abraham y es mayor que él. Por tanto, Él es mayor que todos los sacerdotes aarónicos.