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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 367-387)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS OCHENTA Y UNO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(87)

103. Aquel que sigue siendo el mismo

  En Hebreos 13 Cristo es presentado como Aquel que sigue siendo el mismo.

a. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos

  Hebreos 13:8 dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Debemos recordar que el escritor de Hebreos dijo esto después que Cristo ascendió a los cielos. Antes de Su ascensión, el Señor experimentó cambios, es decir, pasó por ciertos procesos. En la eternidad pasada, Cristo era únicamente el Hijo de Dios, no el Hijo del Hombre. Él no tenía humanidad, la carne. Sin embargo, en Su encarnación Cristo experimentó un cambio al vestirse de humanidad y llevar sobre Sí la carne (Jn. 1:1, 14). Después, Cristo pasó por la muerte y entró en resurrección. En resurrección Él, como postrer Adán, fue transfigurado para llegar a ser el Espíritu vivificante. Por tanto, Él cambió para llegar a ser aquello que no había sido antes: el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Después de pasar por todos Sus procesos —incluyendo la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión— Cristo, la corporificación de Dios, ahora ha sido procesado y consumado. Que Jesucristo siga siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos no significa que Cristo no haya pasado por tales procesos desde la eternidad pasada, a través del tiempo y en la eternidad futura; más bien, al pasar por tales procesos, Cristo experimentó muchos cambios. No obstante, habiendo pasado por tales procesos y habiéndolos completado, Él ha sido procesado y consumado, y como tal, Él ahora posee divinidad, humanidad, el vivir humano, la crucifixión todo-inclusiva, la resurrección que todo lo supera y la ascensión que todo lo trasciende. Como el Cristo que ha sido procesado y consumado, Él sigue siendo el mismo y seguirá siendo el mismo por siempre.

  Cristo, quien es la palabra que los ministros de la palabra de Dios mencionados en Hebreos 13:7 predicaban y enseñaban, quien es la vida que ellos vivían y quien es el Autor y Perfeccionador de su fe, es perpetuo, inmutable y no cambia. Él permanece para siempre (1:11-12). No se debe predicar ni otro Jesús ni otro evangelio en la iglesia (2 Co. 11:4; Gá. 1:8-9). Para tener una verdadera y perseverante vida de iglesia, debemos asirnos al Cristo que es el mismo ayer, hoy y por siempre, y no debemos dejarnos llevar de enseñanzas diversas y extrañas (He. 13:9).

b. Padece fuera de la puerta para santificar al pueblo mediante Su propia sangre

  Hebreos 13:12 dice: “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta”. La expresión la puerta se refiere a la puerta de entrada a la ciudad de Jerusalén. El Señor Jesús fue crucificado en el Gólgota, el cual está fuera de la ciudad de Jerusalén (Jn. 19:17-20). El pueblo de Dios rechazó a Aquel que era el Enviado de Dios. Aunque Él es el Hijo de Dios, los hijos de Israel le hicieron crucificar fuera de la ciudad. El cuerpo de Cristo fue llevado fuera de la puerta. Allí, Él sufrió la muerte para santificar al pueblo mediante Su propia sangre.

  El cuerpo de Cristo sufrió la muerte de cruz fuera de la puerta, y Su sangre fue introducida en el Lugar Santísimo para nuestra santificación (He. 13:11-12). El libro de Hebreos nos revela que el llamamiento celestial de Dios consiste en hacer de nosotros un pueblo santo (3:1), un pueblo santificado para Dios. Cristo es el Santificador (2:11). Él murió en la cruz derramando Su sangre, y entró en el Lugar Santísimo con Su sangre (9:12) para efectuar la obra santificadora por medio del ministerio celestial (8:2, 6) de Su sacerdocio celestial (7:26), y para que nosotros entráramos más allá del velo por medio de Su sangre a fin de participar de Él como el Santificador celestial. Al participar de Él de esta manera, somos capacitados para seguirlo fuera del campamento en el camino santificador de la cruz.

  La sangre del Señor, por medio de la cual Él entró al Lugar Santísimo (9:12), abrió un camino nuevo y vivo, permitiéndonos así entrar más allá del velo para disfrutarle en los lugares celestiales como Aquel que fue glorificado (10:19-20). Su cuerpo, que fue sacrificado por nosotros en la cruz, abrió el camino estrecho de la cruz, capacitándonos con esto para salir del campamento y seguirle en la tierra como Aquel que padeció (13:13).

  Hebreos 13:11-12 dice que Jesús, Aquel que es la ofrenda por el pecado, padeció fuera de la puerta: “Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre es introducida a causa del pecado en el Lugar Santísimo por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta”. Puesto que Jesús padeció fuera de la puerta, quienes lo disfrutamos a Él como ofrenda por el pecado también tenemos que estar fuera de la puerta. Tenemos que seguirlo a Él fuera del mundo y de todo campamento religioso. Tenemos que estar fuera de toda organización religiosa y de toda clase de organización mundana. Es allí donde Cristo fue juzgado, y ése es también el lugar que nos corresponde. Cuanto más estamos fuera de la puerta, más estamos en el lugar donde Jesús fue “quemado hasta convertirse en cenizas”. Entonces verdaderamente podremos disfrutarle y alabarle por la sangre y las cenizas. Hemos tomado la misma posición que tienen las cenizas. Somos los seguidores de Cristo, los cuales han dejado el campamento. No estamos en ninguna clase de organización mundana o religiosa. El Jesús redentor nos ha conducido a salir de todas estas cosas. Ahora todo lo que vemos es la sangre y las cenizas. Quienes siguen a Jesús fuera del campamento también se convierten en cenizas. No somos nada, sino cenizas que siguen a Jesús. En esto consiste el pleno disfrute de Cristo como ofrenda por el pecado.

c. Salimos fuera del campamento llevando Su vituperio

  Hebreos 13:13 dice: “Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, llevando Su vituperio”. La puerta en el versículo 12 se refiere a la puerta de la ciudad de Jerusalén, la cual representa la esfera terrenal, mientras que el campamento en el versículo 13 se refiere al tabernáculo, que representa la organización humana. Las dos cosas en conjunto representan una sola: la religión judía con sus dos aspectos, el terrenal y el humano. El judaísmo es tanto terrenal como humano. Cristo fue crucificado fuera de la puerta gubernamental, la puerta de la ciudad de Jerusalén; pero nosotros debemos seguirle al salir fuera del campamento religioso, llevando Su vituperio. Esto significa que estamos pasando a través del proceso de sufrimiento por el cual Él pasó. Como aquellos que sufren, llegaremos a ser igual a Él.

  Si hemos de ser cristianos apropiados, tenemos que experimentar a Cristo en el camino de salida del campamento a fin de llevar Su vituperio, siguiéndole en la senda santificadora de la cruz. Tenemos que experimentar a Cristo en este aspecto particular. Si hemos de experimentarle en este aspecto, tenemos que entrar “hasta dentro del velo” (6:19-20), esto es, en el Lugar Santísimo, para disfrutar a Cristo como nuestro Santificador celestial en Su sacerdocio celestial (10:19-20).

  “Fuera del campamento” y “hasta dentro del velo” (13:13; 6:19) son dos puntos muy notables en el libro de Hebreos. Pasar más allá del velo significa entrar en el Lugar Santísimo, donde el Señor está entronizado en gloria, y salir del campamento significa salir de la religión, de donde el Señor fue arrojado al ser rechazado. Esto significa que debemos estar en nuestro espíritu, donde ahora, en nuestra experiencia y en términos prácticos, está el Lugar Santísimo, y que debemos estar fuera de la religión, donde hoy en día, en términos prácticos, está el campamento. Cuanto más estemos en nuestro espíritu, disfrutando al Cristo celestial, más saldremos del campamento de la religión, siguiendo a Jesús en Sus sufrimientos. Estar en nuestro espíritu y disfrutar al Cristo glorificado nos capacita para salir del campamento de la religión y seguir al Jesús rechazado. Cuanto más permanezcamos en nuestro espíritu para tener contacto con el Cristo celestial, quien está en la gloria, más saldremos del campamento de la religión e iremos al humilde Jesús para sufrir con Él. Al tener contacto con Cristo en los cielos y al disfrutar Su glorificación, recibimos energía para tomar el angosto camino de la cruz en la tierra y para llevar el vituperio de Jesús.

  Primero, el libro de Hebreos nos presenta una visión clara del Cristo celestial y del Lugar Santísimo celestial, y luego nos muestra cómo andar en la tierra en el camino de la cruz, es decir, cómo ir a Jesús fuera del campamento, fuera de la religión, llevando el vituperio de Jesús. Incluso Moisés, después que los hijos de Israel adoraron al becerro de oro (Éx. 32), se fue a un lugar fuera del campamento, donde todo aquel que buscaba al Señor iba para reunirse con él, porque tanto la presencia como el hablar del Señor estaban allí (33:7-11). Debemos salir del campamento para disfrutar la presencia del Señor y para oír Su hablar. Nuestro espíritu tiene que estar en los cielos con Cristo, y nuestras pisadas tienen que ir con Jesús fuera del campamento de la religión. Todas estas cosas son necesarias para tener una vida de iglesia apropiada y práctica.

  Cristo es nuestra ofrenda, nuestra porción ofrecida a Dios en nuestro favor que es presentada en el altar de la cruz. La manera de disfrutarlo a Él como nuestra porción tiene dos aspectos: por un lado, el Cristo ascendido que está en los cielos es disfrutado por nosotros en nuestro espíritu; por otro, debemos seguir Sus pisadas fuera del campamento y llevar Su vituperio. De estas dos maneras podemos disfrutar plenamente a Cristo como nuestra porción. La manera en que podemos disfrutar a Cristo consiste en entrar hasta dentro del velo y salir del campamento. Entrar hasta dentro del velo es disfrutar al Cristo celestial en nuestro espíritu, y salir del campamento es renunciar a la religión organizada para seguir a Jesús. No hay otra manera de disfrutarlo a Él plenamente. Cuanto más le disfrutamos como el Melquisedec celestial en nuestro espíritu, más saldremos fuera del campamento y renunciaremos a la religión organizada.

  Llevar sobre nosotros el vituperio del Señor significa llevar el mismo vituperio que Él llevó; esto es llevar Su deshonra u oprobio. Además, llevar Su vituperio es llevar la cruz (Mt. 16:24). Cuanto más menospreciados seamos, más felices debemos sentirnos porque ello significa que estamos llevando la cruz. El vituperio que Él sufrió ahora ha llegado a ser el vituperio que nosotros sufrimos. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él sufrió el vituperio de la religión. Ahora nosotros, como Sus seguidores, tenemos que llevar Su vituperio al sufrir el vituperio de la religión. Esto es ser copartícipes de la tribulación en Jesús (Ap. 1:9). Ésta es la única manera en que podemos seguir a Cristo y disfrutarle como nuestra porción. Éste es el camino de la fe, el camino de la cruz, el cual es un camino estrecho por el cual podemos disfrutar a Cristo de manera práctica. Que el Señor nos conceda Su gracia a fin de que pongamos esto en práctica.

  Por un lado, estamos detrás del velo; por otro, estamos fuera de la ciudad, fuera del campamento. Por un lado, estamos en el Lugar Santísimo; por otro, estamos ante los hombres. Internamente, disfrutamos al Cristo resucitado, y externamente, seguimos a Jesús. Cuando oramos en nuestra habitación por la mañana, contactamos a Cristo. Podemos comparar esto a la Sulamita y a Salomón que vivían y tenían comunión juntos en palacios de marfil (Sal. 45:8; Cnt. 1:4). Contactamos al Señor en la recámara interna, en el Lugar Santísimo, en el lugar secreto. Cuando testificamos por el Señor y laboramos para el Señor en nuestro vivir externo, podemos ser comparados con Abigail, quien peregrinaba con David en el desierto (1 S. 25:39-42).

  Todos los días experimentamos estos dos aspectos. Por un lado, estamos dentro del velo como la Sulamita, esto es, vivimos en el Lugar Santísimo y disfrutamos al Cristo resucitado y glorificado, Aquel que es mayor que Salomón (Mt. 12:42). Por otro, estamos fuera del campamento como Abigail, esto es, vivimos en el mundo y seguimos al humilde Jesús (v. 3). Al igual que la Sulamita, internamente permanecemos en los palacios de marfil y tenemos comunión con el Señor, el verdadero Salomón; y al igual que Abigail, vivimos y laboramos externamente siguiendo al Señor, el verdadero David, a la guerra y al sufrimiento. Aquel a quien tenemos internamente es el Cristo resucitado, mientras que Aquel a quien tenemos externamente es Jesús el nazareno. Internamente, tenemos el disfrute propio de la Sulamita en el lugar secreto; y externamente, manifestamos públicamente el vivir de Abigail.

  No solamente disfrutamos internamente al Cristo resucitado, sino que también seguimos externamente al Jesús sufriente. Quizás nuestros colegas, parientes, vecinos y amigos nos hostiguen y molesten cuando testificamos por el Señor. En tales ocasiones, andamos externamente por una senda estrecha similar a la de Jesús el nazareno. No obstante, mientras las personas nos molestan, nos hostigan, se oponen a nosotros y nos acosan, disfrutamos internamente al Cristo resucitado.

  Filipenses 3:10 dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. En lo que a Cristo se refiere, Él primero experimentó el sufrimiento y después la resurrección. En lo que a nosotros se refiere, primero tocamos la resurrección y después experimentamos los sufrimientos. Él murió y después resucitó, pero nosotros resucitamos para después morir. Nadie puede tomar el camino de la cruz por sí mismo; tampoco nadie puede seguir las pisadas de Jesús el nazareno por sí mismo. No es sino hasta que una persona toca y contacta internamente al Cristo resucitado, de modo que Él entre en ella, que tal persona puede afirmar: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Es el Cristo resucitado en nosotros quien nos conduce a seguir al Jesús sufriente. Él anduvo por el camino de la cruz y entró en nosotros en resurrección. Ahora Él nos conduce a tomar el camino de la cruz.

  Cuando ingresamos hasta dentro del velo al entrar en nuestro espíritu, gustamos la dulzura del Cristo celestial de modo que podamos ser capacitados para salir del campamento, abandonando la tierra y el amor por ella. Al permanecer dentro del velo, también nuestro espíritu es lleno de la gloria del Cristo celestial de modo que nuestro corazón pueda ser liberado de ser poseído por los disfrutes terrenales al estar fuera del campamento. Además, dentro del velo contemplamos al Cristo glorificado de modo que podamos ser atraídos a seguir al Jesús sufriente fuera del campamento. Contemplar Su semblante en los cielos nos capacita para seguir Sus pisadas en la tierra. Al entrar hasta dentro del velo, somos infundidos con el poder de resurrección (Fil. 3:10) de modo que podamos ser fortalecidos para andar por el camino de la cruz y salir fuera del campamento. También participamos en el ministerio del Cristo celestial de modo que podamos ser equipados para ministrar Cristo a los espíritus sedientos fuera del campamento. Aquí disfrutamos de lo mejor del Señor de modo que seamos enriquecidos para poder satisfacer las necesidades de las personas que están fuera del campamento.

  El Lugar Santísimo, el camino de la cruz (lo cual vemos representado en la frase: “Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, llevando Su vituperio”) y el reino son tres asuntos cruciales presentados en el libro de Hebreos. El Lugar Santísimo con su rico suministro nos capacita para seguir el angosto y difícil camino de la cruz, el cual nos conduce al reino en su manifestación, a fin de obtener el galardón de la gloria.

d. Por medio de Él ofrecemos siempre a Dios un continuo sacrificio de alabanza

  Hebreos 13:15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan Su nombre”. Este versículo nos presenta un pensamiento profundo. Cuando llevamos el vituperio de Jesús y sufrimos por causa de Él, con frecuencia gemimos y no ofrecemos alguna alabanza a Dios. Pero el escritor del libro de Hebreos nos dice que cuando pasemos por tal vituperio y sufrimientos, siempre debemos ofrecer un continuo sacrificio de alabanza a Dios.

  El versículo 15 es la continuación de los versículos del 8 al 14. Puesto que en la vida de iglesia disfrutamos como gracia al Cristo inmutable y le seguimos fuera de la religión, debemos por intermedio Suyo ofrecer sacrificios espirituales a Dios. Primero, en la iglesia debemos ofrecer continuamente por medio de Él un sacrificio de alabanza a Dios. En la iglesia Él canta en nosotros himnos de alabanza a Dios el Padre (2:12). En la iglesia nosotros también debemos alabar a Dios el Padre por medio de Él. Finalmente, en la iglesia, Él y nosotros, nosotros y Él, alabamos al Padre juntos en el espíritu mezclado. Cristo, como Espíritu vivificante, alaba al Padre en nuestro espíritu, y nosotros, por medio de nuestro espíritu, alabamos al Padre en Su Espíritu. Éste es el mejor y más elevado sacrificio que podemos ofrecer a Dios por medio de Él. Esto es muy necesario en las reuniones de la iglesia.

  Por medio del Cristo que hemos experimentado y disfrutado, debemos ofrecer sacrificio de alabanza a Dios continuamente. La verdadera alabanza en las reuniones tiene que estar constituida de nuestras experiencias de Cristo. Las alabanzas más dulces que podemos ofrecer al Padre son aquellas que ofrecemos a Cristo y que tratan acerca de Cristo. No hay nada más placentero al corazón del Padre que esto. La verdadera adoración al Padre consiste en la ofrenda de Su Hijo. En la predicación del evangelio, les decimos a los pecadores que Cristo es el Hijo de Dios, quien nos redimió y puede salvarnos e introducirnos en el Padre. Si ministramos a los incrédulos tales cosas con respecto a Cristo, esto constituye la verdadera adoración al Padre. Adorar a Dios el Padre es simplemente presentarle el Hijo de Dios. La verdadera alabanza al Padre procede de nuestra experiencia de Cristo en nuestra vida diaria. Ésta es una alabanza muy grata para el Padre, la cual hace que Su corazón se alegre y regocije. El Padre desea que le glorifiquemos con el Hijo. Si glorificamos al Hijo, glorificamos al Padre. Cuando glorificamos al Hijo, el Padre es glorificado en que el Hijo sea glorificado por nosotros (Jn. 17:1). Las alabanzas nacidas de nuestra experiencia y disfrute de Cristo —las alabanzas espirituales referentes a Cristo— son las mejores alabanzas al Padre.

  Hebreos 13:16 procede a hablarnos acerca “de hacer bien y de la ayuda mutua”. “Hacer bien” se refiere a dar, y “la ayuda mutua” se refiere a tener comunión, es decir, a tener comunión con respecto a las necesidades de los santos. Hacer bien de este modo y tener esta comunión con otros también son sacrificios que debemos ofrecer a Dios. Esto también es necesario para tener una vida apropiada de iglesia. Sería verdaderamente impropio que en la iglesia a algunos santos necesitados no se les cuidara bien ni se les ministrara. Esto significaría que no hay comunión con los demás o que dicha comunión es inadecuada.

e. En virtud de la sangre del pacto eterno, Dios resucitó de los muertos a Aquel que es el gran Pastor de las ovejas

  Hebreos 13:20 dice: “Ahora bien, el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno”. Aquí las ovejas constituyen el rebaño, el cual es la iglesia. Esto confirma la perspectiva de que los asuntos tratados en Hebreos 13 juntamente con las experiencias que tenemos del Cristo inmutable como nuestra ofrenda por el pecado —por medio de quien fuimos redimidos— y del Cristo que es nuestro gran Pastor —por quien ahora somos alimentados— son, todos ellos, para la vida de iglesia. En la actualidad Cristo como Sumo Sacerdote es el Pastor que cuida de nosotros para la iglesia mientras pasamos por los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13).

  Hebreos 13:20 nos habla acerca del pacto eterno. El libro de Hebreos no trata de las cosas temporales, tales como las cosas del antiguo pacto, sino de las cosas eternas, las cuales están más allá del límite del tiempo y del espacio, tales como la salvación eterna (5:9), el juicio eterno (6:2), la redención eterna (9:12), el Espíritu eterno (v. 14), la herencia eterna (v. 15) y el pacto eterno (13:20). El nuevo pacto no es solamente un mejor pacto (7:22; 8:6), sino también un pacto eterno. Es eternamente eficaz debido a la eficacia eterna de la sangre de Cristo, con la cual fue puesto en vigencia (Mt. 26:28; Lc. 22:20).

  El pacto eterno es el pacto del nuevo testamento cuya finalidad es obtener un rebaño, el cual es la iglesia que tiene por resultado el Cuerpo y da consumación a la Nueva Jerusalén. El pacto eterno de Dios consiste en consumar la Nueva Jerusalén por medio del pastoreo. Dios resucitó a nuestro Señor de entre los muertos para que fuese el gran Pastor a fin de llevar la Nueva Jerusalén a su consumación en conformidad con el pacto eterno de Dios.

  Hebreos 13:20 indica que fue por la sangre del pacto eterno que Dios resucitó a Cristo de los muertos. Todo cuanto Dios dispuso nos ha sido legado en pacto para que sea nuestra porción. Esta porción es en realidad Dios mismo con Su naturaleza, Su vida, Sus atributos y Sus virtudes. Es por medio de la sangre del pacto que Dios llega a ser nuestra porción. La sangre del pacto nos introduce en Dios mismo, en la vida y naturaleza divinas, en la ley interna de vida y la capacidad propia de la vida a fin de conocer a Dios y, además, en la infusión, transfusión y disfrute de Dios tanto ahora como en la eternidad. Ésta es la función de la sangre del pacto.

  La sangre del pacto no es principalmente para el perdón, sino primordialmente para que Dios sea nuestra porción. Dios dispuso que nosotros lo disfrutásemos a Él y nos predestinó para ello. Este disfrute también nos fue legado en pacto a nosotros. Este pacto fue establecido por la sangre de Jesucristo, sangre que nos introduce en todas las bendiciones divinas. Según Mateo 26:28, el Señor Jesús tomó la copa y dijo: “Esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados”. Según Lucas 22:20, el Señor Jesús dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que por vosotros se derrama”. En 1 Corintios 10:16 Pablo se refiere a la copa como “la copa de bendición”. Esta copa de bendición es el pacto establecido por la sangre. La sangre del nuevo pacto es la sangre que estableció el pacto de bendición. El pacto es la copa y también la bendición como nuestra porción. Esta porción es Dios mismo para nuestro disfrute.

  La sangre es mencionada en Éxodo 12 y 24 así como en Levítico 16. En Éxodo 12 vemos la sangre del cordero pascual para redención; en Éxodo 24 vemos la sangre de los sacrificios para la promulgación de la ley; y en Levítico 16 vemos la sangre de la expiación por la cual el hombre podía entrar en el Lugar Santísimo, contactar a Dios y ser uno con Él. En el Nuevo Testamento vemos que el Señor Jesús derramó Su sangre en la cruz. Esto es tipificado por la sangre del cordero pascual mencionada en Éxodo 12. Con la sangre derramada en la cruz, el Señor estableció el nuevo testamento. Esto es tipificado por la sangre en Éxodo 24. Por último, la sangre de Cristo nos introduce en la plenitud misma de Dios como nuestro disfrute eterno. Este aspecto de la sangre, la sangre del pacto eterno, es tipificado por la sangre mencionada en Levítico 16.

  La sangre nos introduce en el Lugar Santísimo, es decir, nos introduce en Dios mismo. Cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo, su propósito no era guardar la ley; más bien, en virtud de la sangre rociada en el Lugar Santísimo, él podía disfrutar a Dios, contemplar Su hermosura y recibir Su infusión. Disfrutar a Dios de este modo es lo que produce un hombre de Dios.

  En Apocalipsis 7, los que “han lavado sus vestiduras, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”, están delante del trono de Dios, en el templo de Dios, y son guiados a manantiales de aguas de vida (vs. 14-17). Además, 22:14 dice: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. Aquí vemos que mediante el lavamiento de la sangre, tenemos derecho a venir al árbol de la vida y a entrar en la ciudad, la Nueva Jerusalén. El árbol de la vida y la ciudad son los aspectos supremos de Dios como nuestra porción. Si consideramos la Biblia en su integridad, veremos que la sangre del pacto nos introduce en el pleno disfrute de Dios como nuestra porción ahora y por la eternidad.

f. Por medio de Él, Dios realiza en nosotros lo que es agradable delante de Él

  Hebreos 13:21 dice que mediante Cristo, el Dios de paz realiza “en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo; a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Dios está haciendo en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo, para que podamos hacer Su voluntad. Dios realiza en nosotros tanto el querer como el hacer por Su buena voluntad (Fil. 2:13). Desde el principio hasta el fin, el libro de Hebreos nos presenta un Cristo celestial. Solamente en 13:20-21, con la expresión haciendo Él en nosotros [...] por medio de Jesucristo, este libro implica que Cristo mora en nosotros. Por medio del Cristo que mora en nosotros, Dios trabaja en nosotros para que podamos hacer Su voluntad.

  Por medio de Jesucristo Dios realiza en nosotros lo que es agradable delante de Él. Esto significa que Dios está operando en nosotros. Dios no solamente nos guía para que salgamos fuera del campamento a fin de llevar el vituperio de Cristo, sino que Él también realiza dentro de nosotros aquello que es agradable delante de Él a fin de que llevemos una vida acorde con Su beneplácito.

  En el versículo 21 Jesucristo es el Cristo subjetivo. Esto indica que Dios tiene que operar subjetivamente dentro de nosotros por medio de Jesucristo. Esta conclusión debiera causar en nosotros la profunda impresión de que todas las enseñanzas del libro de Hebreos tienen por finalidad que Dios realice Su obra subjetiva dentro de nosotros.

  Hebreos 13:21 indica que el Cristo grandioso, maravilloso e inagotable ahora está en nosotros. Este Cristo en nosotros es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Espíritu en nuestro interior, Él siempre está disponible para nosotros y podemos experimentarlo fácilmente. Si solamente orásemos un poco, al orar seríamos introducidos en nuestro espíritu a fin de que contactemos a esta Persona y la disfrutemos. Él es inagotable y, al mismo tiempo, está disponible para nosotros. A medida que disfrutemos los aspectos de Cristo que son revelados en el libro de Hebreos, seremos conducidos a experimentar Su humanidad, Su divinidad, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión y creceremos en Él en todos estos aspectos. El libro de Hebreos revela muchos aspectos maravillosos de Cristo para que los experimentemos y disfrutemos. Serán necesarios el resto de años que nos quedan e, incluso, la eternidad misma, para que disfrutemos todos estos aspectos de lo que Cristo es para nosotros.

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